DESDE EL CAÑADON DE LA MEMORIA, 1984
Poemario de RENÉE FERRER DE ARRÉLLAGA
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de 2ª ed. Hamburgo, [s.n.],
(Imprenta Paul Molnar), 1984.
PRIMER PREMIO - Concurso de Poesía AMIGOS DEL ARTE
Homenaje al Cincuentenario de la Defensa del Chaco
Asunción-Paraguay, 1982
A los que quedaron
a los que volvieron
y en especial a la memoria
del Tte. Primero Luis Estragó Trías
LA AUTORA
Renée Ferrer de Arréllaga nació para la poesía paraguaya a la edad de 21 años, cuando publicó su primer libro, un manojo de poemas de amor bajo el título de «Hay surcos que no se llenan», en 1965, seguido dos años después de «Voces sin réplica».
Se volcó más tarde a la poesía infantil, tomando su voz un nuevo horizonte. Aparecieron así «Cascarita de nuez» en 1978 y «Galope» en 1983.
Su acento profundo y hondamente americano se expresó nuevamente en 1982 con el presente poemario, «Desde el cañadón de la memoria», una visión estremecida de la Guerra del Chaco, que desangró a Paraguay y Bolivia entre 1932 y 1935. Con esta obra obtuvo el primer premio en el concurso de poesía de Amigos del Arte «Homenaje al Cincuentenario de la Defensa del Chaco». Ha sido incluida en las antologías «Voces femeninas en la poesía paraguaya» de Josefina Plá, «La mujer en la poesía hispanoamericana», editada por el Fondo Editorial Bonaerense y, en «Letras femeninas en América», edición especial de la Asociación de Literatura Femenina Hispánica, 1981. Fundó en 1982 con otras escritoras la Asociación de Literatura Infanto-Juvenil del Paraguay. Es miembro del PEN-Club paraguayo.
Renée nació el 19 de mayo de 1944 en Asunción y tiene el doctorado en Historia de la Universidad Nacional de Asunción por su tesis «Núcleo poblacional establecido en torno a la Villa Real de la Concepción -Origen y desarrollo socio-económico».
PRÓLOGO
El tema de la Guerra del Chaco ha sido escasa y débilmente tratado en la literatura paraguaya de creación. Los estudiosos atribuyen esta carencia al factor compensatorio de la victoria del ejército-pueblo paraguayo (y aquí me niego a entrar en la polémica de si ganamos la guerra o perdimos territorio). La otra característica propia a nuestra cultura -con razón también evocada- es la falta de tradición en lo que concierne a la dimensión imaginaria. Y por el contrario, la inflación textual en el dominio de la historiografía, crónicas y memorias, fenómeno que también se constata a propósito de la contienda chaqueña.
Es por ello que resulta tanto más interesante el libro de Renée Ferrer de Arréllaga, Desde el cañadón de la memoria. Se puede decir que el mismo equivale, en el dominio poético, al tratamiento que del tema hace Augusto Roa Bastos en Hijo de hombre, en lo que respecta a la producción narrativa. Es decir, proyectarlo a un nivel de transposición estética en el que la elaboración del significante trastrueca proteicamente los datos de la «realidad» histórica, sin que por ello sufra el contenido de la «verdad» emocional, de la verosimilitud textual. Que son niveles esenciales de la escritura en la producción imaginativa, cuando se trata de un tema como el abordado.
El distanciamiento, temporal y de experiencia, de la autora con respecto a la circunstancia histórica evocada le permite conseguir las variantes semánticas, los matices diversos, múltiples con que encara esa transposición. El sugestivo título está ya dando cuenta de esa proyección, de esa refracción en el verbo. Y la reelaboración literaria del significado nos llega en el eco multiplicado con que la poesía sabe restituir su fluidez a la realidad. De pronto su voz se consterna ante el hecho trascendental de la crueldad inútil de las guerras, que reduce a todos los hombres a la misma cifra del destino:
«El soldado que esparce sus pedazos/ en la antesala del silencio/ es siempre el mismo» («Guerras»). Es esa tónica reflexiva, grave, desolada o dolorida la que se mantiene en la primera parte del poemario («Circunstancia», «¿Por qué?»). A partir de «Despedida» («mirada interminable/ abarcando las costas que se alejan»), son las situaciones circunstanciales, los lugares u objetos («Trinchera», «Agua», «Noticia», «Caramañola»), o los personajes cargados con los signos del destino trágico o heroico («Caídos», «Choferes», «Enemigos», «Arcángel», «Aguateros») los que ocupan el redondel de la luz poética. Para cerrarse sobre las consecuencias y los despojos de la cruenta representación («Desde aquí», «Ex combatiente»). El balance del absurdo naufragio está dolorosamente rematado en el último poema, «Paz»:
«Ya no tiene sentido
ni la angustia,
ni la espera ensombrecida de la aurora,
o el miedo,
o el coraje...
Sólo duelen las almas asomadas
al brocal insondable de la ausencia...»
Renée Ferrer de Arréllaga nos conduce en este deambular alucinado «entre las cruces del silencio», «por cañada y sendero,/ por trinchera y ocaso...» con el paso seguro de una palabra constelada de imágenes de refractada emoción, cargada de símbolos evocadores, nostálgicos, devastados o tristes, que sigue de cerca el ritmo del «tiempo irremediable» en que quedaron «los huesos solitarios/ lamidos por la noche...» Porque el distanciamiento señalado no implica, en absoluto, indiferencia ante la tragedia de compartida sombra que vivió su pueblo. La autora vibra al recomponer, «desde el cañadón de la memoria», el tejido doloroso de esa experiencia histórica. Su voz se encrespa de ira impotente, de orgullo solidario, se prosterna en dolida, en fraterna proximidad, despliega su estandarte «con relente de angustia», con «un frescor de lapacho», con «un incendio de alondras sobre el curso del alba». Por encima de ese «trágico desvelo/ en los acantilados del silencio», que es la guerra fratricida, hay una respuesta de esperanza compendiada en el díptico de su poema clave «¿Por qué?».
«... el faro del ayer encanecido
en la rada del tiempo nos aguarda.»
Hay aquí una evidente apuesta de futuro, en la que la poesía propone una continuidad entre un pasado herido y un proyecto que nos aguarda, como un desafío, «en la rada del tiempo». La voz acendrada de Renée Ferrer de Arréllega, que sabe trascender la anécdota, refringir plurívoca y apasionadamente la realidad histórica, es al mismo tiempo una respuesta a ese reto. Y esto porque la poesía, que por esencia manifiesta la palabra de la colectividad, es capaz, como el pueblo, de superar las más sombrías calamidades, llámense guerras, pestes o dictaduras. Es lo que hace este intenso, este fulgurante poemario, «Desde el cañadón de la memoria», que es en cierta manera, una memoria del futuro.
RUBÉN BAREIRO SAGUIER
París, enero de 1984
Enlace al ÍNDICE del poemario DESDE EL CAÑADÓN DE LA MEMORIA en la BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES
La autora/ Prólogo/ Guerras/ Circunstancia/ ¿Por qué?/ Despedida/ Trinchera/ Caídos/ Agua/ Noticia/ Caramañola/ Chóferes/ Enemigos/ Arcángel/ Desde aquí/ Aguateros/ Excombatiente/ Paz
GUERRAS
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No importa que las guerras tengan nombre
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siempre serán un llanto
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y un silencio,
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un trágico desvelo
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en los acantilados de la muerte.
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Las aves agoreras beberán en los huesos
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traspasados de viento
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un sabor de abandono,
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y partirá aún doliente
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su vuelo fugitivo
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hacia el tajo insaciable de la ausencia.
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Se volverán los páramos albergue
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de un pulso coagulado,
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un alboroto en sombras,
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y tendrán los crepúsculos
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la calcárea tristeza del astro taciturno.
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No importa que las guerras tengan nombre
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y un lugar en el tiempo.
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El soldado que esparce sus pedazos
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en la antesala del silencio
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es siempre(2) el mismo.
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CIRCUNSTANCIA
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El hombre es pasajero de la aurora,
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sereno timonel entre los astros,
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caminante de un minuto demorado.
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Va talando las horas en la huella
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donde los sueños cantan
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o se asfixia la sangre.
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En la grieta del pulso se derrama
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un tropel de congojas que perturba
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la mansedumbre del remanso.
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Todo cambia de pronto,
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todo cambia.
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Es un hombre varado entre los hombres
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formando una miríada de alientos simultáneos,
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un follaje de arterias tras el llanto
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en la encrucijada de la violencia.
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Todo cambia de pronto,
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irremediable.
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Se reclina a lo lejos el sol acongojado
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y en la distancia tirita cabizbajo
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un hálito de sombras.
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¿POR QUÉ?
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Hay preguntas que sólo se develan
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bajo un claro de estrellas entornadas,
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preguntas que trastornan
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el brillo inaccesible de las constelaciones.
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Somos los caminantes de un lucero
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signado por un surco visionario.
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Habitantes de un redil
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donde clarea un relente de angustia.
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Coordenada indeleble
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de vastas lejanías orográficas
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en constante garúa de hora y ansia.
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Un frescor de lapacho nos cobija
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la espesura del alma;
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el faro del ayer encanecido
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en la rada del tiempo nos aguarda.
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Las aves de la aurora se desbandan
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cuando esparce la tierra sus andrajos
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en desorden de sombras,
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y un tórrido aguacero
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anega la hendidura
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en la quebrada insomne del misterio.
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No quisimos el charco de amapolas ultrajadas,
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un incendio de alondras sobre el curso del alba,
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simplemente,
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horadado nuestro suelo
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le devolvimos su leche de guarania.
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DESPEDIDA
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Mirada interminable
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abarcando las costas que se alejan.
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Espuma taciturna
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rompiendo quedamente
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el minuto suspenso.
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Adormida en los aires
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se estanca la euforia primigenia,
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el adiós largamente demorado.
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Un tumulto de alientos se acurruca
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en el corredor de la conciencia,
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en tanto que la imagen chorrea débilmente
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su tristeza a lo lejos.
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Mil palomas se agitan
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sobre una multitud esclava
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del silencio.
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Se aferra la congoja al horizonte
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con la dulce nostalgia
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de todo cuanto ha sido.
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Grietas desconocidas tiritan en el aire
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inundado de nombres,
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y ante los arrebatos del destino
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un desvalido asombro
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se aglutina en la garganta.
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TRINCHERA
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Yacija donde rompe un oleaje de espera,
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y se anega el recuerdo maniatado.
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Deambula la nostalgia
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con la triste faena
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de adormecer cenizas
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en la opaca longitud de sus entrañas.
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Fue un albergue sonámbulo
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en las esquinas del verano,
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mantel para un banquete taciturno
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en los pozos del alba,
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alcoba de un insomnio trastornado.
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Del coraje rondando en un desierto
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de lunas fugitivas
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cobijó el sollozo mutilado,
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el sudor acampado
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en los harapos de la aurora.
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En su cauce sin nombre
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quedó el adiós definitivo
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de los peregrinos de la muerte;
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candiles permanentes
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de un tembladeral abandonado.
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En los estanques del péndulo
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sus senos de telúrico silencio
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amamantaron una estirpe
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cautiva del destino.
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CAÍDOS
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Permanecen
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en el vestíbulo de la muerte
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con la ceniza del sueño
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en las órbitas vacías.
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Centinelas insomnes
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de una sedienta latitud
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de raíces oscuras.
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Refugio de aves mansas
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sus huesos solitarios
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lamidos por la noche.
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En un golfo de angustia
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se hamacan los despojos
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de una vigilia largamente presentida.
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Las cruces del silencio
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cautivas de un desierto taciturno
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se alargan mansamente
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en esa soledad desamparada.
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De repente la nada
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amordaza el pulso de la lumbre,
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y un naufragio de rezos
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modela
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el rostro del coraje.
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AGUA
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Reverbera el poniente
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un caldo de verano
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empapando muy hondo la celda del silencio.
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Las veredas del llanto
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inventan espejismos que parten fugitivos
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al galope del tiempo.
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La vigilia entre tanto va arrastrando su lastre
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de nombres presentidos,
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presentidos y yertos.
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Se desdobla(3) en la tarde de sol y polvareda
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un mudo abatimiento
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sin que nada mitigue la ausencia cenicienta.
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No estás en las faenas,
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furtiva, entre las sombras
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con esa mansedumbre de calma primigenia.
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Ni te esconde avariento un rescoldo de siesta
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cuando inertes los ojos llorando se revientan.
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Te has ido hacia una noche de lunas apagadas
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donde nadie te encuentra.
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Y llega tu caricia retrasada
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cuando ávidos cuervos se deleitan
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sobre una desolada tumba abierta.
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NOTICIA
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Enramada empapada de sombras.
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Una mudez de labios apretados
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transita su calma perfumada.
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Los pasos se desvelan
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en la arena.
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Palpitan los malvones
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en el aire.
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El silencio agobia
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el aleteo de los pájaros,
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mientras inunda el sol de goterones
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las grietas del verano.
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En el pozo se hamacan los helechos
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y muy hondo se aduerme
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la frescura del agua.
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El cántaro se llena dejando olor
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a tierra después de lluvia mansa.
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Un gallo rompe el aire
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con el filo cruel de su garganta,
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y más lejos un perro
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despertándose ladra.
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Todo parece entonces suspendido
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en un sorbo de tiempo
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y de distancia.
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En la chacra se ara como entonces.
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En el fogón prendido
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humea un caldo de tristeza.
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Con ramas secas se barren las tinieblas
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y la mudez persiste
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en el trajín de pasos aquietados.
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Hasta el loro ese día
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en su aro ha callado.
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Un tumulto de rosas
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se agolpa en los rosales
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y las plantas modelan
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su lenta caminata,
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de la cocina al patio
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sobre una huella santa.
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Dos palomas morenas
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encienden una vela
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y una lágrima.
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El tiempo irremediable,
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irremediable, pasa.
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CARAMAÑOLA
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Puñado de latón donde palpita
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un recuerdo de siesta
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en alucinada vastedad.
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Manantial prisionero
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alivianando el tajo del insomnio
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en el solazo
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con la fría moldura de sus labios.
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Su roce se recuesta
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con esa mansedumbre de pausa acostumbrada
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sobre la celda del cansancio.
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Compañera febril
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cuando la piel acampa
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bajo un astro de arenas azuladas.
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Mujer para un orgasmo interminable
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|
cediendo brevemente sus honduras
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en los claros del alba.
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Se inclinan sus sorbos torrenciales
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a regar un desierto de amapolas abiertas.
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Y estéril ya, su lecho de vendimia,
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el secreto remanso de su cauce
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se queda, compasiva,
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recogiendo caricias en la noche
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bajo un cielo de estrellas ateridas.
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CHÓFERES
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Hay un triste temblor de follaje ultrajado,
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en picadas salobres un filo de agonía,
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el temor con que empañan los pájaros gigantes
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la quietud de la siesta.
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Bajo un sol desquiciado
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el retraso del péndulo
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expulsa de su alcándara
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a los desheredados de la vida.
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Se tropiezan las ruedas en los huecos insomnes
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de una rendija abierta
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y se llenan los montes de monótonos ecos.
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Estoicos peregrinos,
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van sorteando las hebras del silencio
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entre sacos de viento y polvareda
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hasta llegar,
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desde un ascua desértica,
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a empaparles el tajo de la espera.
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ENEMIGOS
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La furia se diluye
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en un hilo que corta la sobria lejanía.
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Desenredan sus cuernos
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ramazón de contienda
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empapando de euforia las callejas del viento.
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La hiedra del silencio va trepando los cuerpos
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mientras la luz se acuesta
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sumida en los lamentos.
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En desérticas sombras
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duerme la tierra en calma,
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mojada de abandono.
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En la herida caliente de una distancia insomne
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los ojos se dilatan,
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y represa la arteria la savia alborotada
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de un instante que fluye
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desgajado del tiempo.
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Un disparo desgarra la espesura
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en el denso letargo del pulso desbocado,
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y una mano fraterna, mutilada y vacía
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se aferra al enemigo
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en la antesala del olvido.
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ARCÁNGEL
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A las enfermeras
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Arcángel en la hora apocalíptica
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sosegando el hartazgo de la sangre.
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Desde el túnel helado que transgrede
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los límites del sueño
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devolviste al pulso demorado
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su ritmo de galopa
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ante el precipicio de la ausencia.
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Amapolas heridas compusieron tus besos
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y esa ternura inédita
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que ronda tu ladera
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hizo surgir palomas de la nada
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sobre los andrajos del silencio.
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Con la lágrima huérfana
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de los desamparados de la vida
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modelaste un remanso,
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y sorbió tu desvelo la palabra caída
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bajo un astro esquelético.
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Arcángel
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de lunas azarosas,
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de corrientes sin cauce,
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de un desaliento oscuro;
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y lámpara encendida
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en ese devastado
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tembladeral de sombras.
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DESDE AQUÍ
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Las horas se devanan
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con una sombría lentitud.
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Las noticias golpean la hendidura
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con su negro plumaje de paloma sedienta.
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Adentro, en los rincones,
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deambulan los fantasmas de las velas,
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mientras se quiebra el eco
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en los suburbios de la tristeza.
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Se devanan los horas,
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en la distancia,
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lejos,
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y en el lindero del presentimiento
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se revienta una alondra,
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se coagula una lágrima
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o parte hacia el arcano una amapola abierta.
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Se transita en las calles
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con la parca presteza del estibador insomne,
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con el músculo tenso del soldado sin frente
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varado en las aceras de la espera.
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Y en nuestra pajarera desolada
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múltiples picos acarrean
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las briznas que cobijan
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a los redentores(4)de la aurora.
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AGUATEROS
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Agreste soledad.
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Distancia lineal en el umbral de la mirada,
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el pulso resignado bajo una demente claridad,
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gemidos de metal
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en el regazo desvalido de la huella.
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Agreste soledad.
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Hay manos retorcidas
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estrujando a lo lejos los senos de la tierra,
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un buril decidido corta la tarde rectilínea.
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Fantasmas trepando las tinieblas del deseo,
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palabras rescatadas del recuerdo
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y esa tibieza alada de caricias ausentes.
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Agreste soledad.
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Palmeral ceniciento bajo un sol empañado,
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descampada quietud de un páramo sediento.
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Acordes de guitarras desterradas
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y una marca candente
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en la garganta torrencial
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de lunas anteriores.
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Agreste soledad.
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El cielo se ensombrece bajo un himno funesto
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de metálicas aves
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derramando su sombra
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sobre las dunas de la impotencia.
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Un grito quiebra el aire.
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Humareda y silencio.
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EXCOMBATIENTE
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Soy un mástil de latido torrencial,
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un ayer,
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y un volver hacia el recodo
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donde esperan los bártulos yacentes.
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Un galope tronando
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sobre la ilímite vastedad de la mirada,
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una atroz hemorragia de rendijas abiertas.
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Soy un páramo viejo
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apostado en un tiempo de distancia,
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un ansia de brújula errabunda
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en las cañadas del silencio,
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la mano suplicante al minuto furtivo
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que penetra en la nada.
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Fiero yunque de tanta lejanía
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y un laurel en el alma.
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Soy un avaricioso centinela
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de un palmeral desierto,
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vigía solitario bajo ausentes estrellas.
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El miedo del instante irrepetible
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de morir y vivir eternamente,
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el salto de una vena encabritada
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en la valla del imposible.
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Y ahora, tantas veces,
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un terrón olvidado
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bajo el aguacero de la vida.
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PAZ
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Sobre la huella reseca de la sed
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donde ronda la locura agazapada,
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tiembla el salitre adherido a las entrañas
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con imágenes de sangre entremezcladas.
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Ha llegado el instante.
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El silencio absoluto de la paz.
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La quietud innombrable de las horas
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y esa lluvia de flores en el viento.
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Ya no tienen sentido
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ni la angustia,
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ni la espera ensombrecida de la aurora,
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o el miedo,
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o el coraje.
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Sólo duelen las almas asomadas
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al brocal insondable de la ausencia,
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la pérdida de aquellos
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para quienes la muerte
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ha sido el último recuerdo de infancia.
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Ha terminado ese andar
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perdiéndose en pedazos
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por cañada y sendero,
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por trinchera y ocaso.
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Después(5) de tantos días de tu ausencia,
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de tanto llanto apretujado
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en los rincones que esconden la flaqueza,
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después de tanta entrega derramando
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fogata irremediable,
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has llegado, por fin,
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la deseada,
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cubriendo los campos de batalla
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con tu lluvia de flores en el viento.
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NOTAS
1. [«Projimidad» en el original (N. del. E.)]
2. [«Siempe» en el original (N. del. E.)]
3. [«Desbobla» en el original (N. del E.)]
4. [«Rendentores» en el original (N. del E.)]
5. [«Depués» en el original (N. del. E.)]
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DESDE EL CAÑADÓN DE LA MENORIA
Poesías de RENÉE FERRER DE ARRÉLLAGA
SECTOR TOLEDO
Poesías de MARÍA ELINA PEREIRA OLMEDO
PRIMER PREMIO
Concurso de Poesía AMIGOS DEL ARTE
“Homenaje al Cincuentenario de la Defensa del Chaco”
Asunción – Paraguay, 1982
PRÓLOGO
En el último concurso de poesía, patrocinado por "Amigos del Arte", resultaron premiados los textos de RENÉE FERRER DE ARRÉLLAGA y MARÍA ELINA PEREIRA OLMEDO. La primera en la categoría de mayores con el poemario "DESDE EL CAÑADÓN DE LA MEMORIA"; la segunda, en la de menores, con "SECTOR TOLEDO, 1933".
Abundan los concursos de Poesía y es de lamentar que no ocurra lo mismo con Novela o Teatro. Si digo que se apunta a lo más "fácil", quizás no esté del todo equivocado. El trabajo que impone la revisión de los textos es cansador y con frecuencia la cosecha pobre. En el caso de la Poesía es el trabajo más corto pero preciso es hilar muy fino. Como me veo con frecuencia envuelto en estos menesteres, me atrevo a decir -sin por ello ofender a nadie- que la buena poesía no abunda. Da la impresión de que se compone bastante a vuela pluma. Nunca da buen resultado. Se producen unos textos de renglones cortos y renglones largos que no son, muy a menudo, sino mala prosa.
En el último concurso de "Amigos del Arte" los trabajos presentados no fueron muchos y hubo de todo, pero entre ellos resaltaron, pronto y nítidamente, estos dos poemarios. Versaba el concurso sobre el Cincuentenario de la Epopeya del Chaco. El enfoque fue muy variado, desde la casi mera cronología hasta el simbolismo más atrevido y desfasado. Renée y María Elina supieron encontrar el toque adecuado. Y el lenguaje poético.
María Elina, tan joven, usa un sentimiento muy delicado en dos extensas cartas y dos reflexiones propias. UNA DE LAS CARTAS LA ESCRIBE EL SOLDADO (uno cualquiera) a su madre; la otra la madre.
En la primera, "SECTOR TOLEDO, 1933", el soldado desarrolla, de una manera muy realista, no el quehacer de la guerra sino la sicología del hombre-niño que se halla metido en una guerra, que la sufre con patriotismo pero que no tiene, evidentemente, una vocación castrense. Es la sicología de la soledad afectiva, del apego a la casita paterna. "Aquí hace frío"; "Aquí el agua es amarga y dura"; "Los sueños no sirven de nada, madre"; "los sueños solo servían en casa, allá, en el Colegio,/ antes que el mundo en que vivíamos se rompiera/ y estallara en toda esta inmundicia". No, no le gusta la guerra -y es una realidad traspuesta de la autora, joven- "Nada parece real, ahora./ Este barro que nos come los pies/ que sólo puede dar a luz mosquitos y fiebre,/ este barro se ha tragado la vida".
La madre escribe en carta cruzada, pues se queja: "¿Por qué ya no escribes hijo?". Su tono es el afectivo de una madre, tal vez demasiado exquisito. "Hemos ido más lejos, a tu tiempo de niño./ ("habrá alguien que te dé un abrazo en este día,/ allá dondequiera que estés?)". Ella le comenta su infancia, habla de los amigos que, también ellos, se han ido ya a la guerra.
Las dos cartas se desarrollan con un realismo patético, duro en el hijo; sutil, hogareño en la madre. Están llevadas con una lógica impecable, de guerra y sus consecuencias inmediatas, una; de hogar y reminiscencias hogareñas, otra.
Quien ha vivido la guerra, las trincheras, sabe que el barro es sarro y que la sed y el hambre, como las balas, matan. Y una madre, por patriota que sea, piensa con ansia en el soldado -adolescente que se le fue y sufre. María Elina ha escrito esta manera, su reflexión lo confirma:
"Oigo las voces de muchos
hablando las glorias de la guerra"...
pero:
"Veo a veces, pero cada vez menos,
hombres viejos y cansados.
Ellos han vuelto.
Por eso hoy cuidan coches,
o venden boletos de lotería.
Porque es más fácil
levantar un monumento a un muerto,
que proporcionar una vida digna
a un hombre que no quiere morir".
Esta juventud también daría su vida por defender la tierra robada -La Patria- pero acusa el desamparo de los vencedores; de algunos. También es homenaje, en vívido contraste, al dolor y la gloria de la Guerra del Chaco.
RENÉE FERRER DE ARRÉLLAGA ofrece "DESDE EL CAÑADÓN DE LA MEMORIA", en enfoque distinto, prácticamente un sentir igual: el ex-combatiente se dice a sí mismo:
"Soy un páramo viejo
apostado en un tiempo de distancia"...
"Y ahora, tantas veces,
un terrón olvidado
bajo el aguacero de la vida".
Renée Ferrer de Arréllaga divide su poemario en los siguientes títulos: GUERRAS - CIRCUNSTANCIAS -POR QUE - DESPEDIDA - TRINCHERA - CAIDOS - AGUA - NOTICIA - CARAMAÑOLA - ENEMIGOS -CHOFERES - ARCANGEL - DESDE AQUI - AGUATEROS - EX-COMBATIENTE - PAZ.
Como se ve, esta división implica la contextura toda del desarrollo, no táctico, sino vivencial de la guerra del Chaco. Creo que es un acierto este enfoque de quien no busca una historia sino una emoción de tal jornada trascendental. Nuestra poetisa logra plenamente darnos esta emoción desde una visión interior. El lujo de imágenes le otorga pulcritud de estilo dentro de una estimable concisión.
Partiendo del impacto angustioso que la palabra "guerra" produce llegamos a la Paz que sosiega, a pesar del amargo recuerdo.
"No importa que las guerras tengan nombre/ siempre serán un llanto/ y un silencio./ un trágico desvelo/ en los acantilados de la muerte". "El soldado que esparce sus pedazos/ en la antesala del silencio/ es siempre el mismo".
Y la Paz: "Ha llegado el instante./ La quietud innombrable de las horas/ y esa lluvia de flores en el viento". "Ha terminado ese andar/ perdiéndose en pedazos/ por cañada y sendero,/ por trinchera y ocaso".
La elaboración de este código poético supone en la autora un dominio total del idioma como expresión sintáctica e imaginería de retablo. Así, por ej. cuando planta al hombre, en "Circunstancia", primero, en postura normal, él:
"El hombre es pasajero de la aurora,
sereno timonel entre los astros,
caminante de un minuto demorado".
pero, segundo, en su circunstancia: "todo cambia de pronto,/ todo cambia". Y resulta: "Es un hombre varado entre los hombres.
formando una miríada de alientos simultáneos,
un follaje de arterias tras el llanto
en la encrucijada de la violencia".
Y es el hombre también -siempre el hombre, en esta poesía de la autora- inmerso en el "Por qué" de todas nuestras interrogantes; un hombre que se hace Patria: "No quisimos el charco de amapolas ultrajadas
un incendio de alondras sobre el curso del alba;
simplemente,
horadado nuestro suelo,
le devolvimos su leche de guarania".
Podríamos ir desglosando en cada título imágenes sorprendentes de evocación y fuerza. En la "Despedida": "Se aferra la congoja al horizonte". En "Agua": "Las ve redas del llanto/ inventan espejismos que parten fugitivos/ al galope del tiempo".
El tan mentado chofer es para Renée F. de Arréllaga "estoico peregrino": "van sorteando las hebras del silencio/ entre sacos de viento y polvareda/ hasta llegar/ des de un ascua desértica/ a empaparles el tajo de la espera". "Aguateros" es tal vez el poema más logrado, total, en un total de resonancias cabales.
El lector tiene en sus manos una visión poética de la guerra, no por ello menos real. Saludando siempre los escritos sobre esa guerra, nos parece que se detienen muchos en la secuencia cronológica y táctica, derrotas y sobre todo éxitos. Aquí hay una emoción, a la distancia, entrañable: amorosa y dolorida.
As. 17/ agosto/ 1983.
CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS
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