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  CULTURA PARAGUAYA - LA POSGUERRA: 1870-1900 - Por JOSEFINA PLÁ


CULTURA PARAGUAYA - LA POSGUERRA: 1870-1900 - Por JOSEFINA PLÁ
LA POSGUERRA: 1870-1900
 
 
 
 
APUNTES PARA UNA HISTORIA  DE LA CULTURA PARAGUAYA
 
 
 
 
 
LA POSGUERRA: 1870-1900
 
 
 
 
RECONSTRUCCIÓN

La guerra de 1865-70 fue una prueba impar que aparejó para el país no sólo la ruina de todas sus instituciones, de todas las adquisiciones en el terreno cultural, técnico y económico, sino también la pérdida, como se dijo, del capital más precioso y más difícil de reponer: el capital humano. En efecto, la población del Paraguay se vio reducida – según testimonios coincidentes – a una tercera parte, y en ésta sólo se contaban 28.000 hombres útiles. El resto lo formaban mujeres, niños menores de 14 años y ancianos. Con la mayoría masculina exterminada, desapareció también una gran parte del caudal tradicional: costumbres populares, artesanía. El folklore-leyenda, romances, cuentos, canciones, músicas se vio mermado en forma lastimosa, y su rastreo, sobre todo unos años después, al extinguirse los representantes últimos de las viejas generaciones, se hizo difícil, imposible en más de un caso. En cuanto a las artesanías masculinas, su empobrecimiento técnico e inspiracional a raíz de la catástrofe es hecho patente. Las artesanías femeninas conservaron mejor su contenido técnico y su caudal de motivos, por razones obvias.

Si el índice de alfabetización entre los supervivientes parece haber sido elevado (1) este índice no se mantuvo en los periodos subsiguientes; las nuevas generaciones fueron creciendo en gran parte, sobre todo en las zonas rurales, al margen de la ilustración, originándose así un retroceso en la alfabetización campesina, contra la cual se ha venido luchando, en forma no siempre imbuida de la necesaria continuidad, a lo largo de estos cien años.
 
 
INMIGRACIÓN

Desde el día siguiente, puede decirse, al de la ocupación de Asunción por las tropas de la Alianza, la navegación se reanuda, los barcos llegan atiborrados de viajeros, de los que pocos regresan. En esta muchedumbre viajera, el primer lugar correspondió a paraguayos que retornaban al país luego de un forzoso exilio; entre éstos encontramos a los representantes de una nueva conciencia política, gestada en la dura experiencia colectiva, pero cuyos fundamentos hay que buscarlos años atrás, durante los gobiernos de Don Carlos y su hijo. Son estos los hombres que tomarán sobre sí la responsabilidad de estructurar política y socialmente la nación, dándole sus instrumentos constitucionales en la nueva etapa. Pero, a medida que avanza el tiempo, y luego de terminada la guerra, prácticamente la totalidad de esa masa viajera la van componiendo inmigrantes. Ha comenzado el movimiento que a lo largo de treinta años – y aún después – inyectará ininterrumpidamente su savia al exhausto organismo nacional. Estos inmigrantes pertenecen a todas las clases sociales, pero no cabe duda de que en esa masa inmigrante hubo, aparte el inevitable amplio núcleo pequeño burgués, un contingente portador de bagaje intelectual y profesional que se constituyó desde el comienzo en la elite indispensable para reanimar el decaído pulso cultural y económico. Encontramos los nombres de esa elite en todos los cuadros de la actividad cultural en esos largos años: profesionales de la medicina, del foro, del periodismo, de las ciencias, de la arquitectura. Fundadores, la casi totalidad de ellos, de hogares en el país, trasfunden su savia al devenir étnico de la nación.
 
 

LA MUNICIPALIDAD
Como es lógico, la reacción se inició en la capital, en donde el ambiente humano sintió primero el estímulo de los nuevos factores. Esta situación tuvo su inicial manifestación orgánica en la reaparición del Cuerpo Municipal. El espíritu liberal de las promociones gestadas al margen de la guerra traía entre sus primeros propósitos el de la revalidación del antiguo cuerpo que fue alma de la colonia y que durante el periodo de dictaduras personales, y por razones obvias, no había podido subsistir como tal. La Municipalidad como cuerpo no podía ya poseer las atribuciones que bajo la colonia tuvo; pero aún teniendo en cuenta la circunstancia histórica diversa, esas atribuciones rebasaron en tales primeros tiempos de posguerra las simplemente administrativas o de vigilancia de los aspectos urbanísticos: disposiciones de orden específicamente edilicio – higiene y orden urbano, a tono con lo que entonces era posible exigir – se extienden también al campo cultural, y se manifiestan a un nuevo nivel, al tomar a su cargo, como se verá, la enseñanza pública en la flamante etapa.
 
 
LA VIDA SOCIAL

Al comenzar la guerra, Asunción contaba con 20.000 habitantes. El final de la contienda no la encontró disminuida en la proporción que pudiera esperarse, pues por razones lógicas la capital asimiló mucho de la población superviviente y, además, las tropas de ocupación le proporcionaron contingente efectivo, no sólo en cuanto a número sino también en cuanto a su papel económico y su influencia en la vida cotidiana desde los aspectos más elementales hasta los más elevados. Un repaso a los diarios de la época nos muestra que aún desde antes de terminar la guerra, la vida social se había reanudado a cierta escala, ya que Asunción seguía teniendo vida nocturna; bien que en ésta la participación de la mujer fuese un tanto restringida. Las residencias de los jefes y personal militar superior de las tropas de ocupación eran centros de vida social; a ellas asistían las familias de oficiales y jefes que "se hallaban de visita y también elementos de nuestra sociedad, aunque estas fiestas naturalmente carecieron por mucho tiempo del entusiasmo y brillo que presidieron a las que poco antes encendían con sus luces el Club Nacional. Un índice de esa vitalidad social lo dan les entidades de carácter casi siempre mixto – recreativo, social, cultural – que proliferan apenas ocupada Asunción por la Junta de Gobierno: Club Familiar, 1871; Sociedad Ensayos Literarios, 1872; Club Nacional, 1873; Sociedad Literaria, 1874; La Esperanza, Sociedad Científico Literaria, Club Bohemia, Club Fuener, Los Compañeros. Casi todas ellas de vida efímera, pero que hallaban su continuidad en iniciativas subsiguientes. Más avanzado el período, surgen instituciones de más profundo arraigo, algunas de las cuales, con distintos nombres, han prolongado su vida hasta hoy, como el Ateneo Paraguayo, el Instituto Paraguayo y el Gimnasio Paraguayo, más tarde.

De la vitalidad de esa "apetencia de lo superfluo", en que se manifiesta la cultura hallamos rastros, desde los primeros momentos, en la multiplicación de los colegios y clases de idiomas, en los encargos de modas al Plata, en las listas de restorantes y de establecimientos suntuarios.
 
 
ENSEÑANZA
Nos encontramos nuevamente, como al principio se ha dicho, ante el hecho irrefragable de un exterminio de las elites de todos los órdenes. Pero ahora la solución era más difícil y compleja que en tiempo de Don Carlos. Es más fácil construir donde no hay nada que donde existe la obstrucción de las ruinas. El hombre de visión integral y obstinada, capaz de abarcar la totalidad del problema en una única voluntad resolutoria y obtener la colaboración de otros individuos capaces bajo el signo de un ideal constructor, no existía ya. Ni habría podido ya existir. Las elites, escasas en número y carentes de organización, se despedazaron entre sí en la persecución del poder.

Esta lucha, que se prolonga con cortos intervalos a lo largo de nuestra historia, insume la mayor parte de las energías nacionales; es una de las causas principales del atraso nacional a todos los niveles, ya que se ha convertido nuestra historia en un perpetuo recomienzo. (La otra causa hay que buscarla en las fluctuaciones del pulso económico: basta observar cómo las épocas de euforia cultural coinciden con las de repunte en nuestra economía).

La actitud de los hombres al frente de los puestos claves no podía, por definición de principios, ser más favorable a la programación y difusión de la cultura popular. Entre los artículos de la nueva Constitución se lee: "La educación primaria será obligatoria y de atención preferente del Gobierno, y el Congreso verá anualmente los informes que a este respecto presente el Ministro del ramo, para promover por todos los medios posibles la instrucción de los ciudadanos". Sin embargo, no es difícil comprender que entre los buenos propósitos y la realización efectiva se interpusieran las circunstancias propias de la situación.

Faltaba el elemento humano: los maestros, faltaban los edificios, faltaba instrumental. El magisterio no había aparecido aún como clase profesional: la docencia, especialmente primaria, estuvo durante bastante tiempo a cargo de personas, la mayor parte de ellas poseedoras sin duda de buena voluntad pero no de preparación especifica; y la enseñanza, como empresa nacional, no pudo lógicamente ajustarse a un plan de rápida implantación y progresión. Fue un poco a la medida de la circunstancia, o más bien a rastras de ella.
Sin embargo, en la posguerra inmediata proliferaron las clases y aulas privadas de enseñanza y vemos intervenir en la organización de ésta, activamente, ilustres maestras: Asunción Escalada, Rosa Peña. Y no sólo de primeras letras: hubo clases y hasta colegios de idiomas, especialmente francés; en 1875, encontrarnos en funcionamiento un colegio anglo-francés para señoritas; en 1883, el franco-español para niñas, de Francisca B. de Doyan.

También en 1883 se establecen el Colegio La Providencia, fundación vicentina, y dos colegios de varones, Monseñor Lasagna y el Colegio San Luis. En 1893 se instituye la Escuela Alemana, primer nombre del actual Colegio Goethe. Pero – y esto es sumamente interesante – desde el mismo año 1869, apenas constituida la Junta de Gobierno e iniciadas las funciones municipales, comienzan a funcionar los colegios de primeras letras a cargo de la Comuna.

Esta se erige en esos primeros tiempos en institución rectora de la cultura popular; papel que seguirá asumiendo por algunos años y del que abdicará luego, no sabemos por qué motivos.

Desde los primeros meses de la posguerra pues hallamos funcionando varios colegios primarios, entre ellos uno de niñas (el primero de este carácter), todos ellos municipales. En 1875, la Municipalidad concedió numerosas becas a colegiales pobres, y subvencionó escuelas de niñas, como el de la señora Lagleize. Iniciativa y fundación municipal fueron la primera Escuela de Diseño, de Remigio Acevedo, fundada en 1875; las clases eran nocturnas y se enseñaba dibujo lineal y del natural: paisaje y figura. Fue ésta – pues – la primera institución para el aprendizaje de artes plásticas en la posguerra. (Digamos de paso que en los colegios municipales se enseñaba dibujo; un desconocido artista paraguayo, Justo P. Ramírez, era el profesor y hasta llegó a confeccionar cuadernos de ejercicios ad hoc). Por ese mismo año la Municipalidad parece haber encarado la creación de una Escuela de Artes y Oficios, iniciativa que no prosperó.

Fue asimismo fundación municipal el primer Colegio Nacional, cuya inicial apertura se remonta a 1870. Este colegio desapareció a poco; pero, al surgir de nuevo en 1877, sale ya de la égida municipal para pasar bajo la jurisdicción del Ministerio correspondiente. Fue su promotor ilustre el Dr. Benjamín Aceval.

A partir de 1877 el funcionamiento del Colegio Nacional adquiere continuidad. De sus aulas salieron, exclusivamente por muchos años, los que – pasados a niveles superiores – dieron los primeros nombres ilustres al foro, a la medicina y a otros sectores de la cultura nacional moderna.

Un Consejo de Instrucción Pública fundado en 1872 se vio en 1881 refrendado y ampliado a Consejo Superior de Educación, cuyo órgano ejecutivo fue la Superintendencia de Instrucción Pública, transformada en Dirección General de Escuelas (cuyo nombre conserva hasta hoy) en 1900.
En 1882 se establece la Escuela de Derecho, cuyo primer avatar como hemos visto corresponde a los tiempos de Don Carlos; núcleo ahora efectivo de la Facultad homónima. En efecto, en 1889 se crea la Universidad Nacional, cuyo plan comprende tres Facultades: la de Derecho, la de Medicina y la de Filosofía, aunque esta última tardó cerca de medio siglo en verse instituida. En 1893 se reciben – en la primera de dichas facultades – los primeros abogados. En 1893 también egresaron los primeros notarios.

De 1874 data la primera Escuela Normal: en la misma fecha se montaron en la capital tres escuelas graduadas, las primeras de ese género; su número fue paulatinamente aumentando. En la posterior fundación de muchos de estos centros de enseñanza, así como en otras actividades análogas, tuvo intervención activa un ilustre educador: Manuel Amarilla. En 1880 se funda el Seminario Conciliar, de donde – a partir de entonces – surge el Clero que nutre las filas del sacerdocio paraguayo y su jerarquía.

De 1896 data la Escuela Nacional de Agricultura, cuyo primer director fue el sabio Dr. Moisés S. Bertoni.
 

 
ARQUITECTURA Y URBANISMO

La influencia de las colonias extranjeras mencionadas ya varias veces, así como el sentido más moderno de la vida en las elites formadas en el exilio, se reflejó también en la arquitectura y – a través de ella – en la faz edilicia. Aunque de los grandes edificios inconclusos al terminarse la guerra, sólo uno, el Palacio de Gobierno, fue terminado (el Teatro de López, como ya se dijo, fue simplemente techado en fecha bastante tardía), la ciudad experimentó en el transcurso de tos últimos años del siglo XIX grandes transformaciones al levantarse numerosas residencias particulares, algunas de ellas señoriales; morada de las familias extranjeras que se habían fijado residencia definitivamente en el país, y también algunos edificios públicos, como el Teatro ya mencionado, el Departamento de Policía, la Escuela Militar, la Cárcel Pública. Con todo ello, el casco urbano se densificó y adquirieron carácter residencial en principio las hoy grandes avenidas capitalinas, especialmente España y Mariscal López. La Iglesia de la Encarnación fue devorada por un incendio en 1889; se la comenzó a reconstruir desde el día siguiente mismo de la catástrofe, mediante colectas populares.

Las residencias levantadas en esa época fueron todas ellas, y casi sin excepción, obra de arquitectos italianos (en ese período todas las firmas de arquitectos documentales son italianos, más tarde llegan los arquitectos catalanes), y llevan el sello de este origen en el estilo renacentista de las fachadas, las escalinatas, los balcones, cornisas y pilastras. Más tarde se introduce el gusto híbrido de la "belle époque" y es posible identificar, entre las casas subsistentes, muchas que llevan el sello inconfundible de este período, y que aún son conocidas con el nombre de las familias que las levantaron.

El alumbrado público comenzó ya en 1869. Al comienzo se limitó a unas pocas cuadras (el casco urbano). Fue a petróleo. La empresa concesionaria parece haber hecho mal negocio, al principio al menos; el pueblo bajo, no acostumbrado a estos derroches edilicios, tomaba los faroles como bienes mostrencos, y los robaba; en una ocasión (1871), la empresa denunció el robo de no menos de 150 faroles en una sola noche. No era solamente el robo lo que conspiraba contra esta mejora urbana: la gente se divertía en romperlos a pedradas. Con unas y otras cosas, la concesionaria se desesperaba sin poder dar abasto. Poco a poco, sin embargo, las cosas se fueron normalizando.

El alumbrado eléctrico pasó por varias etapas experimentales: se comenzó iluminando, a guisa de ensayo, edificios como el Teatro Nacional (1884), la Cancha Sociedad o espacios limitados como la Plaza Libertad. Finalmente, se implantó como tal alumbrado público, aunque ceñido al casco urbano y con horario limitado, pues no funcionaba sino hasta las doce de la noche y, más tarde, hasta la una de la mañana.

El empedrado y las aceras fueron materia de largo procesamiento público. Ya desde tiempos de Don Carlos se estableció que los vecinos debían cuidar la parte de acera ("vereda") que les correspondía. Estas veredas, cuando realmente existían, eran de madera y muy estrechas.

Poco a poco vinieron las veredas de losas o de ladrillos. El empedrado abarcó al comienzo apenas unas cuadras, las centrales, situación que varió muy levemente hasta entrado este siglo. Los tranvías se iniciaron ya antes de 1870, en un trecho muy corto; eran a mulas y tenían al comienzo una forma bastante parecida a la de una carreta. Unos años más tarde encontramos ya tres líneas: a Villamorra, a Cancha Sociedad y al Parque Carlos Antonio. Funcionaban solamente durante el día. Pero cuando venían compañías de teatro las empresas movilizaban todos los medios para proveer al traslado de los espectadores antes y al fin del espectáculo. Los tranvías de mulas duraron hasta bien entrado este siglo.
 

 
TEATRO

El gusto por el teatro, estimulado por las iniciativas de Don Carlos y su factotum Bermejo, no había desaparecido del todo durante la guerra. Hemos visto cómo en esos años se celebraron funciones escénicas inclusive se estrenaron dos obras cuyo contenido se relacionaba con la situación: La divertida historia de la Triple Alianza, de Cornelio Porter Bliss y La conferencia de Don Pedro II, de Tristán Roca.

Al reorganizarse la Municipalidad, por vez primera desde la Independencia, sobre bases orgánicas actualizadas, tuvo entre otras atribuciones – la administración del Teatro Nacional, que continuó llevando este nombre. La Municipalidad pues tuvo a su cargo este teatro desde los primeros días de la nueva situación, pero esta dependencia no se estableció en términos específicos, de tal modo que la acción cultural ejercida a través de dicho teatro nunca tuvo carácter programático, ni hubo en ella otro método, aunque en algún momento sugestiones de la prensa – o solicitudes privadas – pudieron afectar alguna decisión municipal.
La Comuna adoptó el sistema concesionario, es decir, el arriendo por tiempo determinado al mejor postor. En la prensa de la época han quedado noticias de muchas de estas concesiones. En ciertos períodos, el arriendo parece haber sido buen negocio, hubo propuestas inclusive para arrendar el Teatro Nuevo, edificio acerca de cuyas vicisitudes y avatares pudiera escribirse larga monografía. Pero, como se dirá, ninguna de esas propuestas fue aceptada.

El Teatro Nacional – pues – quedó bajo el signo de empresa y funcionó con intervalos hasta 1889, fecha en que se inauguró el nuevo local, el actual, debido a la iniciativa de Baudilio Alió. Las refacciones corrían a cargo del empresario. La Comuna alguna vez cooperó con las empresas con subsidios, con pasajes de ida y vuelta, o cediendo gratis pequeñas temporadas, especialmente en el caso de compañías de ópera, cuyo costo rebasaba las posibilidades locales. Gracias a estos subsidios eventuales pudo mantenerse dicho espectáculo a nivel digno.
Durante la ocupación, el ejército argentino organizó veladas teatrales que tuvieron la concurrencia del público asunceno y, anécdota notable, fue en esos meses cuando visitó Asunción la primera compañía de varietés, que funcionó, no en el Nacional, sino en un local no identificado, El Alcázar Lírico. En 1872 llega a Asunción una compañía extranjera, la primera desde 1863: la de Fernández Risso; le siguió, en 1874, la de Francisco Torres, que estrenó Independencia y Tiranía, obra sobre el Doctor Francia, del español Benigno Martínez Teijeiro. En 1881 llegó un nuevo y excelente conjunto, el de Rodríguez - Quintana, cuyos miembros fueron a la vez actores de un drama real, la muerte de uno de ellos entre bastidores, y que realizaron una verdadera temporada de teatro paraguayo, ya que estrenaron o repusieron tres obras nacionales. Paralelizando las alternativas de años buenos y malos siguen llegando al Paraguay compañías, algunas mediocres y otras mejores. En 1885 llega la primera compañía de zarzuela y, en 1887, año memorable, la primera compañía de ópera, con lo que Asunción adquirió definitiva faz contemporánea como capital en el Plata.

Las colonias extranjeras, la italiana y la española principalmente, eran las que con más entusiasmo, y a través de empresarios de esas nacionalidades, propiciaban la venida de las compañías. De éstas, algunas eran de teatro propiamente dicho; otras mixtas o sea de comedia o drama, y de zarzuela; otras en fin eran sólo de zarzuela, de opereta o de ópera. Durante los años 1887 a 1900 visitaron Asunción siete compañías de ópera, algunas de ellas bastante buenas (algunos de sus artistas habían actuado en el Colón de Buenos Aires; en alguna oportunidad, fueron artistas contratados en Italia) y el repertorio era el corriente de los grandes teatros: Fausto, Norma, Lucía de Lammennoor, Carmen, Fra Diavolo, El Barbero de Sevilla, Sonámbula, Mefistófeles y hasta Aida, aunque es lógico que el aparato de esta última ópera sufriera considerables reducciones al tener que ajustarse a las dimensiones del escenario del Teatro Nacional. Las temporadas de ópera asumían carácter de verdaderos acontecimientos sociales; en rigor, con el tiempo el carácter social de estos espectáculos llegó a primar sobre el aspecto cultural propiamente dicho. La crítica teatral, iniciada por Bermejo, funcionó ampliamente en el nuevo período, con altibajos en su extensión y calidad; en algunas épocas su nivel fue bastante aceptable, aunque mantenido dentro de límites ingenuamente impresionistas.
No dejó de manifestarse en este lapso la voluntad de nucleación filodramática; la crónica registra intentos tempranos, apenas terminada la guerra. Pero los intentos más serios los representa la Sociedad Romea (1883-1885), y alguna otra agrupación del mismo carácter, aunque menos eficaz, como "La olla". La Sociedad Romea, cuyo principal promotor fue un residente, Emilio Prat, dio funciones muy bien acogidas, reunió un elenco bastante afianzado, y llegó a pensar en el arriendo del Teatro Nacional, pretensión en la cual fracasó por haberse interpuesto un empresario con más moneda, aunque con fines menos artísticos.

También da signos de vida, como en su lugar veremos, la literatura teatral, cuyos cultores en este lapso son todos, rara excepción, extranjeros. Estas piezas son casi todas de carácter histórico. A menudo las obras figuran sin nombre de autor, evidenciando el lugar, un poco frívolo, que a las letras se asignaba entre las preocupaciones intelectuales. En 1882 anotamos la primera comedia cómica paraguaya: Los polvos de chirrimbimbin, de que fue autor Enrique D. Peña.

Y ahora cabe referirse al edificio del teatro. El construido bajo la dirección de Bermejo y que albergó las brillantes tenidas sociales en tiempo de Don Carlos y del Mariscal, había seguido albergando las compañías que nos visitaron en la posguerra. Su estado, por supuesto, era bastante lamentable: la compañía Rodríguez - Quintana para poderlo utilizar tuvo que refaccionar y pintar ella misma, y a su costa, los palcos; en otra ocasión, al comenzar su temporada la compañía Dalmau - Alió (1885), uno de los palcos se vino abajo, pero se lo refaccionó a toda prisa. Así y todo llegó el momento en que no era posible continuar sin peligrar a los espectadores y entonces se pensó en edificar un teatro nuevo. Habían sido varias las propuestas para terminar el teatro comenzado por Don Carlos, entre ellas una, en 1882, del ingeniero Pinarelli y, otra, en 1883 de un tal Laduque, que presentó un presupuesto de 122 mil pesos. Pero no se llegó a concretar nada y, en 1890, después de infinitas vergonzosas peripecias, el edificio fue techado para que sirviera de depósito de tabaco.

Así continuaron las cosas, como vemos, por mucho tiempo, hasta que un empresario español, Braudilio Alió, que vio como buen catalán las posibilidades del negocio teatral, presentó a la Municipalidad una propuesta para la construcción, a su costa, y sobre las bases de una larga concesión, de un teatro nuevo en el misma solar del viejo. La Municipalidad aceptó la propuesta y Alió encargó la construcción a unos constructores alemanes, en la suma, entonces fabulosa, de 88.000 pesos fuertes. Para reunir esta suma recurrió el catalán a ingeniosos expedientes, algunos de ellos un poco fantásticos, como por ejemplo vender palcos en propiedad por 16 años; pero el caso es que con esos expedientes y otros se reunió el dinero, el teatro se terminó, y fue inaugurado en 1889, por cierto que con la actuación de una famosa estudiantina. Ese edificio es el mismo que hasta hoy disfrutamos y que en verdad ha experimentado ya modificaciones tales que si Alió levantase la cabeza no lo reconocería, pero – a pesar de ello – se encuentra ya muy lejos de llenar los requisitos indispensables en un auténtico Teatro Municipal. Es hora de que se lo sustituya por otro que responda a las exigencias de un edificio que lleva esa advocación municipal en la capital de la República, y a tono con las dermás mejoras edilicias que en los últimos tiempos han transformado la fisonomía de la ciudad.
 

 
LA MÚSICA

Desde el principio de la Independencia fue la música por razones obvias el arte de mis fácil cultivo y arraigo popular, favorecido por el temperamento nacional donde se dan cita por ambas vertientes étnicas el sentimiento y la intuición melódicas. Desde el comienzo también, los actos e instituciones musicales tuvieron mayores facilidades y asistencia del público y lógicamente disfrutaron de una mayor continuidad. Ya en tiempo de Don Carlos hemos visto constituidas bandas y orquestas que ejecutaban música operística. En el nuevo período esas instituciones no hacen sino arraigarse y crecer y por tradición adquieren carácter de espectáculo público: durante largas épocas, las retratas y veladas a cargo de la banda de policía se convirtieron en una costumbre capitalina. Ya en 1874 Cavedagni fue contratado oficialmente para organizar y dirigir la banda nacional y, como es sabido, fue el autor del primer arreglo del Himno patrio. No encontramos, sin embargo, orden municipal alguna tendiendo a la difusión de este arte en forma orgánica: estas iniciativas quedarán libradas durante muchísimos años al estímulo privado. La Municipalidad contribuye cediendo a menudo el Teatro Nacional para la realización de veladas musicales. En el año 1872 encontramos ya los primeros conciertos individuales a cargo de músicos paraguayos, tales las presentaciones del niño prodigio Vasconcellos o los del artista Elizardo Alvarez. Digamos de paso que éste fue quizá el primer autor paraguayo de música culta, una "fantasía original", estrenada el 31 de julio de 1884. Poco a poco se organizan los conciertos y actos musicales con programa a cargo de varios artistas. A la formación de ambiente cultural en los primeros años de la reconstrucción contribuyeron mucho las reuniones familiares en las cuales siempre había números de piano, de violín o de arpa a cargo de los hijos de la casa o de otra persona invitada. El primer intérprete extranjero que dio un concierto individual en nuestra capital fue el pianista Albert Friedenthal (1890).

Ya finalizando el siglo encontramos las clases de música, especialmente de piano y violín, instituidas por entidades culturales como el Instituto Paraguayo. Las sociedades llamadas filarmónicas tuvieron también un papel importante en la formación de ambiente desde varios lustros antes de terminar el siglo. Un rol considerable en la formación de atmósfera propicia y en la organización de clases y de cuadros musicales, así como de orquestas, corresponde a personalidades como Cavedagni, autor del primer álbum de aires nacionales, tan lejos como 1876; Billordo, Cabib, Tessada, Maliada, Nicola Pellegrini y otros.
 

 
ARTES PLÁSTICAS

Las artes lógicamente tuvieron poca ocasión de explayarse, a pesar de que – en los tiempos más inmediatos a la terminación de la guerra – los representantes del gobierno hicieron a Saturio Ríos algún encargo, siguiendo la costumbre de otros países. Pero aún este pequeño mecenato fue pronto eliminado y los artistas hubieron de subalternizar su arte o abandonarlo. Un ejemplo: en un aviso de La Reforma en 1874, Saturio Ríos ofrece sus servicios "como gravador". El mismo Saturio Ríos, que durante los años siguientes a la terminación de la guerra desplegó cierta actividad, se vio de más en más al margen e imposibilitado de seguir ejerciendo su arte para otros que no fuera él mismo; quemó sus telas y diseños, renunció a la pintura. Aurelio García, que podría haber sido el mentor de los nuevos artistas, desapareció en los años primeros de la posguerra, en circunstancias aún no bien conocidas.

Durante muchos años el ejercicio de las artes plásticas quedará confiado casi exclusivamente a individuos de escasa responsabilidad, dúctiles a las imposiciones del más dudoso buen gusto y la vanidad de la nueva clase, advenedizos a los cuales la ausencia de una crítica local envalentona para la exhibición de habilidades mediocres. Algunos intentos locales, como el del joven Justo P. Ramírez (de cuyo valor efectivo por otro lado no existe posibilidad de formarse una idea precisa), terminaron en un fracaso. Los artistas más o menos mediocres (más bien más que menos) van y vienen dejando como saldo de su actuación obras pobrísimas que poco a poco van siendo relegadas ante un paulatino repunte del buen gusto. Hacia 1889, varios jóvenes paraguayos van becados a la Escuela de Artes y Oficios de Montevideo; entre ellos, algunos se decidieron por las bellas artes, como Pablo Alborno. Algunos nombres de artistas extranjeros irán luego surgiendo con más jerarquía: son los portadores todos de las primeras preocupaciones plásticas serias en nuestro medio. En 1893, realiza Alborno la decoración para la zarzuela El Gaitero; en 1895, Duvivier expone su Kygua Vera; en 1889, sus paisajes Guido Boiani; antes ya realiza sus magníficos retratos Vaamonde. Por esa misma fecha llega al país Héctor Da Ponte, el primero que escribe sobre temas de estética; y, con cortos intervalos, otros pintores como el francés Mornet. Los dos últimos se colocan al frente de las clases de pintura inauguradas por el Instituto Paraguayo, que se convierte así en la primera institución patrocinadora de la enseñanza de las bellas artes en el país. Todos estos hechos preparan el advenimiento de las primeras manifestaciones organizadas de artes plásticas, al iniciarse el período siguiente.

Hacia el final del siglo regresa al país Don Juan Silvano Godoy quien, como se ha dicho, formó durante su último y más prolongado exilio una colección de obras de arte (pintura, escultura, etc.), que trajo consigo al regresar. Las gestiones para conseguir el reconocimiento de esta colección como Museo Nacional se inician poco después, pero sólo en los primeros años de nuestra centuria se verían cumplidas.
 
 
BIBLIOTECAS Y MUSEOS
Desde antes de la terminación de la guerra nos informan ya los diarios de la época de iniciativas surgidas en el medio para la institución de una Biblioteca Pública. Contra lo que pudiera creerse, dada la dispersión social y cultural del momento, el medio respondió a estas iniciativas propiciadas por gente joven y formada en el exterior, quizá porque ellas precisamente significaban una manera de polarizar esos mismos ánimos dispersos, en busca de un centro para sus actividades. El caso es que, aunque con sus correspondientes alternativas de fervor y de desánimo, de auge y de estancamiento, la idea de la biblioteca lanzada por primera vez en 1869 prosperó. Periódicamente encontramos en los diarios noticias acerca de la marcha de la institución. Es posible – por ejemplo – rastrear, durante meses y aún años, las actividades de esta primera Biblioteca Municipal a través de breves gacetillas en las cuales se hacen constar las donaciones, las adquisiciones, los volúmenes prestados y los devueltos, el número de visitantes, etc. Encontramos igualmente datos interesantes, como aquél que da cuenta de haber sido adquirido para esa biblioteca, con fondos municipales, un ejemplar de la primera edición del Vocabulario de Montoya, o de donaciones hechas por el Dr. Benjamin Aceval.

Esa biblioteca de dotación escasa, y de existencia un tanto precaria, ejerció no obstante papel no despreciable en la formación cultural de la época. Si tomamos el número de visitantes en proporción a la población asuncena de la época, el descenso de las apetencias culturales actuales aparece palpable. Es verdad que el libro en aquella época no había adquirido la difusión cuantitativa de hoy ni sufría la competencia revisteril.

Los datos acerca de la primera biblioteca pública que encontramos, permiten asegurar que existía una ansiedad de lectura no superada luego y acaso ni igualada hoy mismo, cuando la biblioteca es sólo fuente de investigación o consulta para los estudiosos, siendo nula su frecuentación por parte del que llamamos "público en general".

De 1874 datan las iniciativas para la formación de planteles musearios. Aquí los promotores fueron al comienzo extranjeros, y la iniciativa no encaraba los rubros de artes plásticas sino más bien visaban a la formación de colecciones de Historia Natural. Tal la iniciativa que tuvo por órgano la revista La Floresta. Un dato interesante: ya en 1879 surgió la iniciativa de crear un museo de pintura a base de reproducciones mecánicas. Fue otra vez Don Juan Silvano Godoy quien, viajero alerta y persona de gustos artísticos, planeó en el extranjero la empresa de una colección particular, con el propósito de que ella se constituyese en núcleo de un museo en Asunción. Al regresar a su patria en 1896, Don Juan Silvano había realizado su deseo, aunque hubo de invertir prácticamente toda su fortuna en la adquisición de esas obras. Ellas constituyeron el catálogo inicial del hoy Museo Nacional de Bellas Artes; pero las vicisitudes de esta institución corresponden a más adelante.
 

 
INSTITUCIONES CULTURALES

Ya avanzado el último tercio del siglo se produce la aparición de las primeras instituciones culturales, algunas de las cuales aunque cambiadas de nombre han llegado hasta nuestros días y continúan ejerciendo influencia importante en nuestro devenir cultural. Las principales son: El Ateneo y el Instituto Paraguayo.

El Ateneo Paraguayo se fundó el 28 de julio de 1883. Su objetivo era "fomentar el espíritu de asociación mediante el cambio de ideas que se manifestarán en disertaciones escritas". Presidentes sucesivos fueron: Benjamín Aceval, José Z. Caminos y José S. Bazán. El Ateneo publicó los trabajos leídos entre los cuales figuraron Conferencias sobre el despotismo del Doctor Francia de Juan Crisóstomo Centurión, Instrucción y religión de Cecilio Báez, La literatura en el Paraguay de José Segundo Decoud, Leyenda guaraní de Alón, El Asia de Manuel Domínguez, Algunas máximas de Cicerón por Ramón Zubizarreta. También se leyeron poesías de Olegario Andrade, de Victorino Abente y de Leopoldo Díaz. Esta primera fase del Ateneo sólo duró seis años; se cerró en 1889.

El Instituto tiene en su haber, además de una copiosa y densa labor cultural, en la cual participan lo más granado del pensamiento paraguayo de la época (ensayos, investigaciones, conferencias), el mérito de haber iniciado en el país las primeras clases de artes plásticas y propiciado el primer salón de pintura. La revista del Instituto Paraguayo constituye un blasón de la cultura paraguaya finisecular.

Las iniciativas del Instituto en lo que se refiere a la cultura general, propiciando sobre todo la música y en menor escala el teatro, se vinculan en forma inolvidable a la historia de nuestras artes y letras.
 
 
PERIODISMO

Desapareció El Semanario al ser ocupada Asunción por las tropas de la Alianza; fue sustituido casi de inmediato por La Regeneración, dirigida por Juan José Decoud y que es el primer órgano de prensa automáticamente independiente publicado en el Paraguay. Su contrario y contemporáneo fue La voz del pueblo. El choque entre ambos inicia la era de la libre emisión de opiniones y con ella la lucha política enconada que constituirá nuestro signo. Estos órganos fueron ya diarios en vez de semanarios, poniendo así de relieve las dimensiones adquiridas por la necesidad de información actualizada y la difusión de las ideas. A partir de 1870 estos diarios proliferan: El Paraguay, La Opinión, La Ley, La Situación, El Pueblo, todos ellos en 1870. Aparecen luego La República, El Amigo del pueblo, El Progreso, El Fénix, La Nación Paraguaya, El Orden, Los Debates, El Comercio, El Heraldo, El Imparcial y, el más importante de la década, La Reforma.

En 1881 apareció La Democracia; en años siguientes El Pueblo y más tarde La Prensa, éste dirigido por Blas Garay. Pero éste como otros que se señalarán en el próximo capítulo acotan el progreso cultural y la crónica política en la última década de siglo y en rigor pertenecen ya a una nueva época: El Tiempo, El Progreso, El Cívico, La Patria, etc.

También fueron numerosas las revistas. Las aparecidas en los primeros meses después de Cerro Corá son todas ellas de carácter satírico y sus títulos (El Alacrán, El Mamanga, El Pique, El Cabrión, El Tábano, Añatuya) dan una idea de su contenido. La mayor parte de ellos parece haber dado amplia cabida a las caricaturas, posiblemente en xilograbado. Es lástima que no se conserve colección de ninguno de ellos. En 1874 aparece – según noticias – La Floresta: más tarde, La Ilustración Paraguaya y otras que trataban de nuclear las primeras inquietudes de orden exclusivamente humanístico, científico, literario. Todas ellas tenían efímera vida. En 1874 el profesor municipal Remigio Acevedo proyectó una revista cultural que daría cabida a crítica literaria y de arte, cuentos, etc.; interesante iniciativa, la primera en su género, que no tuvo éxito. Ya en 1871 se había publicado La Luz, semanario de noticias y curiosidades que llegó al número 80. Un intento interesante lo constituye La Verdad Autógrafa (1886) que debía nutrir sus páginas, como el nombre indica, con opiniones y pareceres autógrafos. Pero nadie se animaba a opinar "de su puño y letra", y el periódico se vio obligado a nutrirse de transcripciones y traducciones. En 1888 aparece El Artesano "que vela por los derechos de la desheredada clase obrera", curioso anticipo de periodismo social en el país. Las colonias extranjeras tuvieron sus revistas en su propio idioma: francés, italiano, hasta inglés: aunque no fueron muy prósperas o de muy larga vida. La "Revista del Ateneo" se publicó de 1886 a 1888. La del Instituto Paraguayo se inició en 1896. Hacia fines del siglo aparecen otras revistas de que nos ocuparemos en el capítulo siguiente.
 

 
IMPRENTA – BIBLIOGRAFÍA
 
Desde los primeros meses siguientes a Cerro Corá comienzan a funcionar en la capital imprentas que dan vida a los diarios de la época, y además ejecutan trabajos del ramo en volumen y con pericia técnica crecientes. La litografía se establece con carácter extensivo, arrollando las últimas posibilidades de los grabadores locales. En 1873 una empresa local trajo máquinas y – en 1883 – llegan otras consideradas de lo más moderno entonces, y además personal especializado, contratado en la Argentina, y de cuya eficiencia encontramos largo elogio en la prensa de la época. Es poco lo que de la labor de estos talleres podemos comprobar a través de los diarios de entonces: posiblemente esa labor haya podido encontrar campo en las revistas del período, de las cuales, como antes se dijo y salvo rara excepción, no quedan desgraciadamente colecciones en nuestra hemeroteca.

La bibliografía de época pertenece casi exclusivamente al rubro polémico; aunque podemos encontrar algún ensayo sobre temas literarios, en muy raro caso las publicaciones alcanzaron contornos auténticos de libro, casi todas se mantuvieron dentro de los limites del folleto. La historia no rebasó en este largo período las dimensiones polémicas, dentro de un clima partidario apasionado.

La literatura de ficción se caracteriza asimismo por su escasez. Aunque en esta época el romanticismo agota su trayectoria en las letras nacionales, sólo encontramos sus rastros en la prensa diaria, bajo la forma lírica. El único libro de poemas publicado durante esos largos años lo fue en Buenos Aires y pertenece a la pluma de Victorino Abente (1876). En imprentas locales fueron publicadas dos obras de teatro: Independencia o Tiranía de Benigno Martínez Teijeiro y Germania Resurrecta de Wolf Scheller; esta última en alemán, la novela no dio señales de vida, salvo por algún ensayo publicado, como el libro de poemas, en el exterior.
Hemos de esperar a los años finales de siglo para ver aparecer con frondoso empuje en volumen y valores una literatura paraguaya que, aunque volcada preferentemente hacia la historia, hará ya de ésta una disciplina sometida a método y a sistema y en la cual encontraremos páginas hasta hoy ejemplares en nuestras letras. Es la obra de la generación del 900, así llamada por la fecha tope de su aparición, pero cuyas primeras manifestaciones se hacen sentir ya desde los últimos años de este período, señalando un repunte en todas las manifestaciones del pensamiento y la cultura paraguaya.
 
 
Fuente: OBRAS COMPLETAS - VOLUMEN I. HISTORIA CULTURAL - LA CULTURA PARAGUAYA Y EL LIBRO. Autora: JOSEFINA PLÁ -© Josefina Pla © ICI (Instituto de Cooperación Iberoamericana) - RP ediciones Eduardo Víctor Haedo 427. Asunción - Paraguay. Edición al cuidado de: Miguel A. Fernández y Juan Francisco Sánchez. Composición y armado: Aguilar y Céspedes Asociación Tirada: 750 ejemplares Hecho el depósito que marca la ley EDICIÓN DIGITAL: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY
 
 
 
 
 

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