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CARLOS R. CENTURIÓN (+)

  LA REVISTA CRÓNICA - Por CARLOS R. CENTURIÓN


LA REVISTA CRÓNICA - Por CARLOS R. CENTURIÓN

LA REVISTA "CRÓNICA" 

Por CARLOS R. CENTURIÓN

 
 

 LA REVISTA "CRÓNICA"
 
El 22 de abril de 1913 apareció en la Asunción la revista Crónica. Fueron sus fundadores y  redactores Leopoldo Centurión, Pablo M. Insfrán, Guillermo Molinas Rolón, Roque Capece Faraone y Guillermo Campos. No llegó a tener dos años de vida. En el mes de enero de 1915 lanzó su postrero rayo de luz. Pero Crónica constituye un hito de cultura en la historia de las letras paraguayas. De sus hoy amarillentas páginas emerge el recuerdo de la iniciación literaria y artística de una pléyade de prosadores, poetas, caricaturistas, músicos y pintores. En su breve existencia señaló rumbos, despolvó archivos, iluminó conciencias, llenó el espíritu público de ensueños y esperanzas y trajo una alegría riente al alma ciudadana. ¿Cómo ha de morir su memoria? Crónica es parte integrante del acervo espiritual de la Nación.

Meses después de aquella fecha, ya figuraban al lado de los fundadores de la revista. Leopoldo Ramos Giménez, Silvio A. Macías, Pedro Pérez Acosta, Miguel Acevedo, Agustín Barrios, Fortunato Toranzos Bardel, Policarpo Artaza, Pedro Sprimberg, Eusebio A. Lugo, Benjamín Banks, José Bozzano (h.), Pablo de Maeztu, sin contar las colaboraciones de Manuel Domínguez, Juan E. O’Leary, Fidel Maíz, Cecilio Báez, Eloy Fariña Núñez, Fermín Domínguez, Mariano Carmena, Ramón Olivieres, Federico Gentiluomo y Manuel F. Sassone.

 
¿Quién era LEOPOLDO CENTURIÓN? Venia de Concepción. Nació en 1893. Educóse en una de las escuelas de la urbe norteña. Llegó a la Asunción en busca de nuevos horizontes de cultura. Desde esta capital colaboró en La Razón y Pegaso, de Montevideo; en La Tribuna, de la añeja sede de los gobernadores coloniales del Paraguay; y en El Municipio, de su ciudad natal. Trabajaba en la Municipalidad metropolitana. Trabó amistad con Pablo M. Insfrán, en las aulas, y con Roque Capece Faraone, en andanzas bohemias y literarias. Así se formó la primera trilogía, la "troupe" romántica de 1913. J. Natalicio González, quien conoció a Centurión, lo describe: "Constituyó el segundo término de la trilogía inicial de Crónica. Alto, magro, pulcro, paseaba su silueta por las calles de Asunción. Acaso en su fino perfil de impenitente cazador de quimeras, o en algún rasgo sutil y selecto, que no alcanzo a determinar, se manifestaba su alta alcurnia mental. En sus labios sensuales florecía una sonrisa un poco volteriana. Era diestro en la ironía, y quedan sátiras suyas que serán clásicas en la literatura paraguaya. El artista que había en Centurión gustaba de descubrir la faz cómica de la vanidad humana, pues reírse de lo tonto y de lo feo es un modo de servir a la belleza.
"En el comienzo de su carrera literaria le cautivó la estupenda figura del señor de Phocas, de Lorrain. En las páginas de Crónica quedan huellas de su labor de aquella época. Escribía una prosa nerviosa, cortada en frases de cinco o seis palabras, rica en desconcertantes paradojas. Por sus cuentos desfilaban histéricas seductoras y magníficas mujeres semidesnudas y semifilósofas, de ojos color de ajenjo aguado o de un negror diabólico. Las bocas de las hembras sangraban como heridas, y sus ojeras eran graves y profundas como un pensamiento sombrío. Personajes anormales consumaban crímenes muy bellos, recitando madrigales o razonando con lógica terrible sobre la muerte y sobre la vida.

"Después, el escritor evolucionó. Su prosa volvióse sencilla y ondulante, reflejando en matices y semitonos sutilísimos la variedad infinita de nuestra existencia escurridiza. Comenzó a traducir en su arte las bellezas del ambiente paraguayo, evocando las antiguas tradiciones o explotando la poesía de las costumbres campestres. Muchos de sus breves artículos constituyen verdaderos poemas en prosa. Mitâ porâ, La muchachita de los pies descalzos y otros, son camafeos literarios, joyas delicadísimas cuya lectura provoca el más puro goce estético en el espíritu. La vida milagrera y peregrina del beato Luis de Bolaños le inspiró otra de sus más bellas producciones.

"El teatro le sedujo. La dramaturgia paraguaya tiene en Leopoldo Centurión a su más ilustre precursor. Escribió un drama – El Huracán – y dos comedias – Final de un cuento y La cena de los románticos –, infiltrando profunda emoción humana en sus escenas.

"Pero sus sátiras políticas constituyen acaso la manifestación más original de su talento artístico. En sueltos periodísticos comprimidos, vació una mordacidad elegante y armoniosa, reveladora de un espíritu incisivo y penetrante. Los publicó bajo el título genérico de "Al través del monóculo", tomando como temas sucesos y hombres del trajín cotidiano. Los presentó en el tablado de la farsa, cubiertos de ridículo, a los polichinelas de la política. El ingenio del escritor descubrió en ellos un fondo humano y universal, y de este modo seres insignificantes, llamados a desaparecer, gozarán de la riente inmortalidad que concede a sus víctimas la sátira.
"Tal fue Leopoldo Centurión. Huyendo de la terrible amargura del vivir, se refugió en los paraísos artificiales. Y el hacedor de tantos y tan bellos fantasmas, se enamoró, en el sueño optimista de las drogas, de quien sabe qué celestes visiones y se marchó en pos de ellas".

Nada resta que decir de Leo-Cen – seudónimo del escritor –. Los juicios transcriptos vienen de un prosador que fue su amigo, que lo conoció profundamente y lo comprendió. Leopoldo Centurión falleció, en la capital paraguaya, en 1922.

 
PABLO M. INSFRÁN es oriundo de la Asunción. Nació en 1895. Cursó estudios primarios en la Escuela Normal. Fue alumno del Colegio Nacional de su ciudad natal. Tuvo lugar distinguido en la promoción de bachilleres de 1911. En el año 1918 ganó el diploma de notario y escribano público en la universidad de dicha metrópoli. Fue uno de los fundadores e impulsores del Colegio de Escribanos del Paraguay. En la administración pública, esporádicamente, desempeñó algunos cargos. Ocupó una banca en la Cámara de Diputados de la Nación, en 1924. Más tarde representó a nuestro país ante el gobierno de Washington, y en diversas conferencias y congresos internacionales. Fue presidente de la Oficina de Cambios. Acompañó al mariscal José Félix Estigarribia en su misión a los Estados Unidos y ejerció las funciones de ministro de obras públicas de su gobierno, en 1939. Posteriormente, a consecuencia de la ascensión del general Higinio Morínigo a la primera magistratura de la República, vióse obligado a tomar el camino del exilio. En Buenos Aires, de paso para Austin, Texas, en cuya universidad dicta cátedra, comenzó a colaborar en "La Prensa". De ese tiempo son sus trabajos sobre la lengua guaraní y el histórico mensaje de Gettysburg. Insfrán obtuvo también medalla de oro, como mejor alumno, en la Facultad de Negocios Extranjeros de Georgetown.

Pablo M. Insfrán es prosador de estilo sobrio y claro. Su dicción es de académica pureza castellana. En inglés, habla y escribe con propiedad y elegancia. En guaraní se expresa con encantadora fluidez. Pero es mejor que escuchemos a uno de sus antiguos compañeros:

"Insfrán, que sobrevivió al grupo – se refiere al grupo de "Crónica" –, surge como uno de los intelectos más nutridos de su generación. Su curiosidad intelectual no se satisface nunca. Prosista de estilo áspero y fuerte, le preocupa ante todo el ordenamiento lógico de las ideas. Pueden estudiarse las cualidades de su prosa en su divagación sobre la poesía, cuya supremacía sobre las demás artes constituye el último término de su tesis, y en su excelente folleto "Sobre Latinismo". Su figura alcanza mayor relieve si se le considera como poeta. Incorporó a la literatura paraguaya aquél espíritu de severidad artística que constituye el aporte perdurable y abnegado de los parnasianos a la poesía contemporánea.

"El viejo paralelo entre el poeta y las aves canoras se ha hecho anticuado, pues la poesía ya no es una simple efusión lírica librada a los aciertos de la inspiración ineducada. Si el poeta es un "ver", como pretendían los antiguos, esa función de percibir lo que escapa al vulgo ha de ser exaltada hasta los lindes de lo profético mediante fatigosas disciplinas en todas las esferas del conocimiento. Hay una propensión entre los jóvenes a rehuir esta iniciación cuasi dolorosa, que brinda en sus propias dificultades una emoción desconocida, y por culpa de ello, la trivialidad ha dado cuenta de muchas inteligencias malogradas.

"Insfrán realiza el tipo del poeta moderno. Disciplinado en filosofía, preocupado en los problemas de la estética, une a la inspiración del bardo un concepto claro de su arte. En sus versos resplandece la perfección clásica, si bien el acento es de nuestro tiempo. Sus estrofas – donde la gracia y la pureza se dan la mano – seducen por la belleza serena, por su música sabia, y el ritmo severo de sus cantos nos eleva a las fuentes puras de la poesía. Pero no escribe versos desde hace tiempo. Escapó a los torturantes espejismos de los paraísos artificiales que tragaron la vida en flor de sus amigos, pero su lira enmudeció, al parecer para siempre".

Insfrán ha publicado algunas monografías sobre temas históricos y ha hecho varias traducciones del inglés. Además de los ya citados trabajos, débese a su pluma "Paraguay Contemporáneo", libro escrito en colaboración con J. Natalicio González, París, 1929; "Los orígenes de la guerra del Paraguay", traducido del original inglés, de Pelham Horton Box, Asunción, 1936, con anotaciones muy importantes. Tiene, además, "El Panamericanismo como problema político", conferencia transcrita en revistas de Estados Unidos, y un libro inédito: "La expedición norteamericana contra el Paraguay – 1858-1859", sin contar las numerosísimas conferencias y artículos publicados en diversos diarios y revistas del Paraguay y del extranjero. He aquí su poesía:

 
A UN HOMBRE
 
Si, en tus meditaciones, tu cabeza asomaste
sobre tu propio abismo, sediento de saber,
y algo del tenebroso misterio despejaste,
¿no te has visto humillado por el rudo contraste
de tu insignificancia con tu razón de ser?

 
Producto de un esfuerzo que victoriosamente
persiste desde el ciclo caótico inicial,
tu vida en el planeta no es un mero accidente,
sino el maravilloso postulado emergente
de una incontrovertible lógica universal.
 
Cuando logres, un día, penetrar en ti mismo,
sorprendiendo el milagro de tu constitución,
verás que hay en tu cuerpo, más que un simple organismo,
el complejo sistema de un vasto dinamismo,
que ultrapasa el alcance de toda concepción.

 
Verás cómo en la máquina de tu naturaleza,
con tus dos atributos de pensar y sentir,
circula una energía que no acaba ni empieza;
y cómo el universo no ofrece otra grandeza
mayor que la divina grandeza de vivir.

 
Y sabrás, con asombro, que el mundo es necesario
sólo para que habites en él, y hasta quizás
te llegues a sentir, aunque hombre, solidario
de la suerte del propio sistema planetario,
puesto que tú eres eso, todo eso... y mucho más!
 
Y ha de cobrar, entonces, un sentido profundo
tu vida, iluminada por la revelación,
y dejarás de ser el gusanillo inmundo
adherido a los flancos de un planeta errabundo
que, a su vez, es el átomo de una constelación.

 
Y acaso te entristezcas, en tus reconditeces,
al comprobar que, indigno de tu origen astral,
llenaste tu divino búcaro con las heces
de tus bajas pasiones, y que más bien pareces
un ángel infestado de miseria moral...

 
ROQUE CAPECE FARAONE nació en Ficerna, Italia, en el año 1894. Llegó al Paraguay siendo niño. Pertenecía a una familia de agricultores. Creció al amparo de Víctor Faraone, tío suyo, cura que tenía fama de extravagante y hombre de fortuna. Le sirvió de aya una anciana paraguaya que le amaba como a un hijo. Capece era querido entrañablemente por el padre Faraone. Costeó éste sus estudios en la capital, ya sea en el Colegio de San José o en el Colegio Nacional. "En las vacaciones anunciaba a todo el pueblo el retorno del sobrino, invitándolo a recibir dignamente al niño prodigio. Y Capece entraba al pueblo de San José al son de las campanas que repicaban alegremente en la torre de madera de la Iglesia". Así creyóse un ser predestinado a la gloria. Pero el destino tronchó sus ilusiones juveniles. De lo que suponía un porvenir venturoso, sólo quedóle la sorpresa de una realidad de "áspera pobreza". Muerto el padre Faraone, la esperada herencia se diluye, y Roque Capece, de la más espléndida prosperidad desciende verticalmente a la indigencia. "Capece cree en la belleza – escribe un prosador –, se siente arrastrado por la imperativa vocación de las letras, y bajo sus andrajos de bohemio a la fuerza, pasea a través de la ciudad irónica e incomprensiva, su orgullo silencioso y una indeclinable fe en el Arte. Ingresa en el periodismo y alcanza victorias accidentales sobre la miseria. Llegan los alegres días de la revista Crónica..." Y prosigue: "Los escritos de Capece Faraone, en su mayor parte, provienen de este período de su vida. Por momentos, se mezclan en ellos lo pueril e ingenuo, como una señal de los cortos años de quien los concibió. ¡Pero qué intensidad emotiva en estas prosas de adolescente! El conjunto constituye una serie de cuentos que el autor intituló "La Máscara del Boulevard". El período límpido, ligero, se desliza como un manso arroyo, que acá refleja los lirios y los helechos de la orilla, allá un retazo azul del cielo empolvoreado de estrellas, y más lejos, en un recodo umbroso, canta y ríe al saltar entre las piedras. Se advierte el influjo de Gómez Carrillo y de Marcel Prévost en este escritor de las puerilidades amables, que gustaba ensayar en sus cuentos la psicología del flirt, la pintura de la mundanidad brillante, el conflicto baladí de las muñecas sentimentales, sin haberlos vivido jamás sino a través de su imaginación romántica.

"Toda la producción literaria de Capece Faraone se halla impregnada de una dulce melancolía. Pasan, a través de sus cuentos, amables sombras femeninas, ligeras y frágiles. Unas son rubias y esbeltas, de ojos azules; otras, morenas y delgadas, de manos muy bellas y dedos afilados y largos: son las amadas estilizadas del prosador, muchas de las cuales jamás advirtieron el amor que inspiraran a este tímido silencioso y concentrado, y tampoco se reconocerían a través de la transfiguración poética de sus humanas carnaduras. Fluye de estas páginas una filosofía verdaderamente pesimista, dulcorosa y amarga a la vez, y entre frases inocentes, suaves como terciopelo, la ironía oculta a ratos su veneno. "Todos los cuentos de Capece Faraone son, en último término, confesiones autobiográficas: siempre se destaca el autor en el centro del relato. Pero sería aventurado reconstruir su biografía en base a tales crónicas donde no penetra sino la quintaesencia de los sucesos cotidianos expurgados del áspero sabor de la vida. Capece como la mayoría de los jóvenes de su generación, estaba tocado del morbo romántico, y adecuaba la realidad a las fantasmagorías de sus ensueños. Se creaba un universo aparte para las necesidades de su uso personal, en contraste vigoroso con la prosa circundante. De ahí esa mezcla de lo cómico y de lo trágico que se advierte en su vida vanamente heroica y adolorida".

Capece Faraone, después de los días risueños de "Crónica", siguió escribiendo para el gran público. Ambuló por las redacciones de diarios y revistas hasta que, víctima de las drogas, volvióse loco.
Después retornó, accidentalmente, a la cordura; "pero aquel despertar de su entendimiento fue más triste que la locura". J. Natalicio González ha evocado con emoción su última entrevista con Capece Faraone: "Me entregó la colección de sus cuentos, como un legado; me pidió que velase sobre su memoria; discurrió sobre sus tragedias torturadoras, de tan inaudita grandeza bajo una miserable apariencia; y lloró, con llanto convulsivo y seco, sobre las ruinas de todos sus ensueños. Bien podía la imagen de la Desesperación presentarse en la forma de aquel hombre aniquilado que apoyaba la vasta frente surcada de arrugas en los diez garfios crispados de las manos.

"Tras un largo silencio, agregó:

– "Centurión fue más afortunado que yo, porque murió a tiempo. Yo me sobrevivo.

"Me dio un abrazo y se perdió en la noche. En el naufragio de su vida, en el seno de la total desesperanza, sólo una ilusión alentaba todavía con una pertinacia conmovedora: aspiraba a la perennidad de su nombre en las letras paraguayas.
"La muerte, más benigna que la vida, le llevó pocos días después. Y hoy los restos de Roque Capece Faraone reposan en el Cementerio del Sud. Una cruz de hierro señala su última morada. El río corre allí cerca, más allá se ofrece el panorama del Chaco, y una calma grandiosa envuelve en su piedad infinita la tumba del escritor demente". 

 
GUILLERMO MOLINAS ROLÓN, de San Miguel de las Misiones, nació en 1889. Cursó estudios en el Colegio Nacional de la Asunción. Se inició en el periodismo juntamente con Leopoldo Centurión, Pablo M. Insfrán, Ruperto Vargas Valiente y otros. De Crónica arranca, real y vigorosamente, su biografía. "Otra figura llena de interés – dice uno de sus antiguos compañeros –, salvaje, dionisíaca, mezcla de ternuras femeninas y de extrañas violencias, apareció en el círculo de "Crónica". Guillermo Molinas Rolón era una fuerza que escapaba a toda disciplina. Discípulo de Herrera y Reissig, escribía versos enigmáticos, muchas veces incomprensibles, de una musicalidad sonora como de flauta. Sus estrofas, en que con frecuencia las palabras surgían deformadas con declinaciones atrabiliarias, sonaban por momentos como un alegre motivo sinfónico. Molinas Rolón vivía en un salvaje aislamiento, y más que la compañía de los literatos buscaba el contacto de los caídos, de los miserables, de los desechos sociales. De tarde en tarde aparecía en el grupo de Capece, con un puñado de versos, superando a todos en la violencia con que se entregaba a todas las locuras, para luego escurrirse otra vez rumbo a sus refugios siempre misteriosos. Era un mulato misionero, de contextura de hierro. La crespa y desmesurada melena coronaba un rostro oscuro, de facciones primitivas, donde blanqueaba la más hermosa dentadura en una sonrisa sin eclipses...

"El alcohol y la morfina no lograron destruir aquel organismo a prueba de excesos. Pero malograron un talento en flor. Y Molinas Rolón, el poeta de los versos sinfónicos y herméticos, desapareció un día de la capital, volvió a hundirse en el anonimato campesino, y nadie supo más de él... Le tragaron el silencio y el olvido".

Molinas Rolón era un devoto del simbolismo y discípulo de Enrique Murger – cuyo nombre es sinónimo de poeta errabundo.
Quince años después de los tiempos de Crónica, alguien lo halló en Arroyos y Esteros. Más tarde se lo encontró, bohemio como siempre y andariego, sin más ley que su propio arbitrio, entre las selvas tupidas y desérticas, lejanas y rumorosas, de las regiones del Monday. Falleció en San Vicente, en 1945. He aquí su poesía:

 
QUIERO
 
Quiero une eterna y tropical belleza,
un vigoroso rebosar de vida
¡y no ese páramo espectral que empieza
a combatir la evolución fornida!
 
¡Odio al desierto, donde el alma ingente
ya no visita! ¡Soledad que absorbe!
Me espanta el fin que Flammarión presiente
como postrera vibración del orbe...
 
¡Quiero una selva cuyos sones basen
su orquestación en un ciclón sonoro,
entre la cual los pensamientos pasen
cual luminosos proyectiles de oro!

 
En la batalla de abismal sonido,
la que a la Tierra, la indolente, azota,
¡yo, de los vicios, con potente ruido,
quiero cantar la colosal derrota!
 
Porque la fuerza que al espacio alienta
forjóme el alma de divinas yemas
y su centella que la luz ostenta
en mi cerebro colocó sus gemas...

 
¡Es porque el alma del pasado, enormes,
tiene guardadas en mi ser sus notas,
templóse mi alma en el Dolor e informes
y quebrantadas tradiciones rotas!

 
Por eso niego la mentida forma
de proclamar que la materia ordena
lo que palpita y sin cesar transforma
la misteriosa animación terrena...
 
Y mi neurosis de Titán retemplo
con un delirio de romper cadenas:
¡yo humillaré, como Sansón al templo,
a las infamias a la luz ajenas...!

 
Guardo una oculta vibración creadora
que dióme el cosmos con la luz del Iris;
que contra el Mal batallará, sonora,
cual fuera el Numen del divino Osiris...
 
Si la vileza de calumnia infanda
con su proterva inundación que escombra
cubrirme quiere con su obscura banda,
¡seré yo luz que esfumará la sombra... ¡

 
Si la legión de las pasiones forma
contra mis sueños, su falacia hirsuta,
¡no me echará de mi grandiosa Norma!,
¡No torcerá mi formidable Ruta!
 
Y... si los montes quieren ser más altos...,
y... ya no intenta» cultivar ni yedras,
¡como un titán quebrantaré basaltos!
¡Y haré fecundas sus groseras piedras!
 
 

(Fuente: HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO III. Por CARLOS R. CENTURIÓN.

EPOCA  AUTONÓMICA. EDITORIAL AYACUCHO S.R.L. BUENOS AIRES-ARGENTINA (1951), 500 pp.

Versión digital en: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (BVP))

 

 

 

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