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ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE

  PROCESADOS DEL 70, PRIMER ACTO (Comedia de ALCIBIADES GONZALEZ DELVALLE)


PROCESADOS DEL 70, PRIMER ACTO (Comedia de ALCIBIADES GONZALEZ DELVALLE)
PROCESADOS DEL 70

COMEDIA DRAMÁTICA EN 2 ACTOS


 
 

PROCESADOS DEL 70
 
Esta obra fue estrenada en Asunción el 20 de abril de 1966 (por el grupo teatral “TALIA” en la Fonoplatea de Radio Cháritas), bajo la dirección de Mario Prono.
 
Nota del Autor:
 
No nos hemos propuesto hacer una obra histórica. La Guerra del 70 aparece aquí como un telón de fondo, casi como un decorado, para enfrentar a ocho personajes con su propia conciencia, en un instante determinado, no de la guerra precisamente, sino de sus vidas. Las expresiones de esos personajes de ningún modo pueden tomarse como una interpretación de la historia o de sus protagonistas. Haciendo abstracción de los hechos, nos hemos metido de lleno -bien o mal- en la búsqueda del estilo puramente teatral. Consideramos necesaria esta aclaración, no para escudarnos de la obra en sí, sino de la interpretación que pudiera dársele en cuanto a los pensamientos de algunos personajes que no están en nuestras convicciones. Pretendimos escribir teatro y no historia.
 
 
PERSONAJES
*. CAPITAN CANTERO/ LUCIA/ COMANDANTE PERALTA/ ROSALIA/ MADRE/ NOVIO/ HIJA/ PADRE MANUEL
 
 
PRIMER ACTO
 
Casa en ruinas, con las paredes quemadas. En escena cajones vacíos que eran de proyectiles. Uniformes de soldados, rotos y sucios, desparramados por el suelo. Al abrirse el telón, se encuentran Peralta y Cantero. Este último tiene una reciente y grave herida en la pierna derecha que le imposibilita caminar. Está sentado en el suelo, recostado contra un cajón. Peralta está sentado en uno de ellos, fumando, pensativo.
 
CANTERO: (Después de una larga pausa) Váyase, Comandante. Usted puede salvarse todavía.
 
PERALTA: ¿De la muerte...? No es la salvación que yo quiero. Todos mis hombres han muerto.
 
CANTERO: Todavía estoy yo.
 
PERALTA: Si, todavía.
 
CANTERO: Pero no me apuro. Aquí estaré muriéndome de a poco, minuto a minuto...
 
PERALTA: ¡Que clara está la noche! Esa Tuna parece la sonrisa de una mujer bonita.
CANTERO: Prefiero que parezca un llanto para que este a tono.
PERALTA: Dios no llora nunca.
 
CANTERO: Ya me lo imaginaba. (Trata de acomodarse.) Este pedazo inútil de pierna me está fastidiando. ¿Se animaría a quitármelo del todo...?
 
PERALTA: No tengo con que...
 
CANTERO: No hace falta. Tire y se va a soltar.
 
PERALTA: Veremos que se puede hacer mañana.
 
CANTERO: ¿Ud. cree que amanecerá para nosotros...?
 
PERALTA: Es posible. Cuatro días de lucha cansan a cualquier ejercito.
 
CANTERO: Matar no cansa nunca.
 
PERALTA: Si, lo sé; pero no creo que abandonen su descanso por nosotros.
CANTERO: Creerán que somos muchos. Este es el único sitio donde cualquier sobreviviente puede estar.
 
PERALTA: ¡Sobreviviente! ¡De mil, estamos dos! (Con ironía amarga) ¡Dos! ¿Y los demás...? ¡A todos los he mandado a la muerte!
 
PERALTA: De antemano era una batalla perdida.
 
CANTERO: Eso nunca se puede saber.
 
PERALTA: Yo estaba seguro. Tenía datos concretos.
 
CANTERO: ¿Cuántas mujeres estuvieron con nosotros...?
 
PERALTA: Mas de cien. He visto a cinco suicidarse sobre el cadáver de sus hijos. Algunas con vidrios.
 
CANTERO:   ¡Me invita con un cigarro...? (Peralta se lo pasa encendido.) Gracias. (Se acomoda y mira a lo lejos.) El año pasado, esta fecha fue mejor para mí. Estuve en la trinchera, pero con mi esposa y mi hija.
 
PERALTA: ¿Es hoy un día especial...?
 
CANTERO: Mi cumpleaños.
 
PERALTA: (Seco) Felicidades. (Cantero sonríe con ironía.) ¡Fue una Gran batalla! Hemos soportado cuatro días. Solo dos cayeron prisioneros y uno deserto.
 
CANTERO: Y además, dos salieron con vida... ¡Gran batalla! Otra como ésta y terminara la guerra. Ya no habrá quien pelee con el enemigo.
 
PERALTA: Siempre habrá. Esta tierra se niega a producir trigo, pero produce soldados.
CANTERO: Para la muerte.
 
PERALTA: Para la lucha.
 
CANTERO: Es igual. Hoy cumplo treinta años. Exactamente la mitad de lo que pensé vivir... de lo que tenía que haber vivido... ¿Qué piensa usted de la muerte...?
 
PERALTA: No se. Pero estamos cerca de ella. La vamos a conocer enseguida.
 
CANTERO: ¿Cómo se podría matar a la muerte...?
 
PERALTA: Viviendo, naturalmente.
 
CANTERO: Naturalmente, no. Yo tenía que haber vivido sesenta o setenta años, quizás ochenta... y voy a morirme a los treinta. Esto no es natural, porque me impiden seguir viviendo. Detendrán mis pasos con una lanza en el pecho o una bala. Para mí, la muerte es impedir que una persona siga viviendo. Lo otro, no. Vivir hasta el límite fijado por la vejez no es muerte.
Es sencillamente cumplir con un trámite de rutina; con un compromiso que hemos hecho al nacer.
 
PERALTA: Pero cumplir con un trámite o con un compromiso, es un acto voluntario. En cambio un anciano que muere...
 
CANTERO: Es un acto voluntario también.
 
PERALTA: ¿De quién...?
 
CANTERO: Eso es lo que hay que averiguar. Ese "quien" tiene varios nombres. Algunos le llaman Dios, otros el destino, otros la naturaleza.
 
PERALTA: Pero de todas maneras...
 
CANTERO: Sí, hay una muralla que no se puede pasar. Que no pasaremos mañana o pasado.
 
PERALTA: Quizá esta misma noche.
 
CANTERO: Puede ser. (Se quedan embebidos en sus propios pensamientos. Momentos después aparecen la madre y la hija; al entrarla hija se deja caer sobre un cajón. Los hombres la miran.)
 
MADRE: ¿Estás mejor...?
 
HIJA: (Asiente con la cabeza.)
 
MADRE: Ya te acostumbraras.
 
HIJA: ¿Y la fiebre...?
 
MADRE: Ya pasará.
 
HIJA:  ¿Hay sangre en mis ojos...?
 
MADRE: Nada.
 
HIJA: Veo sangre... (Se excita.) ¡Sangre por todas partes!
 
MADRE: ¡No hay nada... ya no hay nada!
 
CANTERO: ¿La primera batalla...?
 
MADRE: De mi hija, sí. ¿Y usted...?
 
CANTERO: La última.
 
MADRE: ¿Acaso va a desertar...?
 
CANTERO: Ni eso podría ya.
 
MADRE: ¿Entonces...?
 
CANTERO:¡Que se yo!
 
PERALTA: ¿Está muy mal su hija...?
 
MADRE: Creo que sí.
 
PERALTA: Debuto en la peor batalla. ¿Cómo se salvaron...?
 
MADRE: Nos dieron por muertas. Desde el día estuvimos debajo de cuatro cadáveres, esperando la noche, para buscar un suelo sin sangre.
 
CANTERO: ¿Qué piensa hacer ahora...?
 
MADRE: Continuar nuestro viaje para unirnos al grueso del ejercito. Allí están mi marido y mis dos hijos. ¿Y ustedes...?
 
CANTERO: No pienso moverme de aquí.
 
PERALTA: Yo tampoco.
 
MADRE: El enemigo está cerca.
 
CANTERO: Lo sabemos.
 
MADRE: ¡Es un suicidio!
 
PERALTA: Tal vez.
 
MADRE: (A la hija) ¿Podrías caminar un poco más...?
 
HIJA: Un poco más... un poco más... siempre más...
 
MADRE: No tardaremos en llegar. Mañana al amanecer encontraremos un lugar donde apoyar nuestro cansancio.
 
HIJA: ¡Siempre mañana! ¿Cuándo habrá un hoy, para el descanso...?
 
MADRE: Hoy, está muy cerca... Muy cerca.
 
HIJA: ¡Otra vez mañana!
 
MADRE: ¡La última!
 
HIJA: Pero ¡mañana! Tiene fiebre mi carne y tiene fiebre mi sueño. ¡Quiero una sonrisa para mi esperanza!
 
MADRE: Tienes todavía mi regazo.
 
HIJA: Al nacer agoté tu vientre. Moriré agotando también tu regazo.
 
MADRE: ¿Quien habla de morir? Detrás de esta selva nos espera la vida, el beso de tu padre y el abrazo de tus hermanos.
 
HIJA: Sí, pero en la trinchera.
 
MADRE: No importa dónde. Vamos. (Al mutis)
 
CANTERO: ¡Buena suerte!
 
MADRE: Gracias. (A Peralta) Es peligroso quedarse aquí. Puede ser una muerte segura. (Mutis)
 
PERALTA: Por eso me gusta el lugar. ¡Hasta me resulta poético!
 
CANTERO: ¿Cree usted que llegarán...?
 
PERALTA: Puede ser.
 
CANTERO: Usted debiera irse con ellas.
 
PERALTA: (Niega con la cabeza.)
 
CANTERO: Tuvo razón esa mujer. Quedarse aquí es un suicidio. La patria no necesita muertos.
 
PERALTA: Depende. Pueden servir de abono para el verdor de las espigas.
 
CANTERO: En estos momentos es necesario cualquiera que pueda mantener en sus brazos una bayoneta o un machete. Usted...
 
PERALTA: Le voy a contar. Yo seré mucho más útil a mi patria muerto que vivo. Tengo en mi poder un documento que en manos del enemigo ocasionaría el final del grueso de nuestro ejército. Hay cifras, especificación de armas, alimentos y hombres; en fin, todo aquello que en cinco minutos pondría a nuestro ejército en poder del enemigo.
 
CANTERO: ¡Quémelo y váyase!
 
PERALTA: Tampoco puedo hacerlo porque hay datos valiosos para el Mariscal; datos que costaron la vida y la sangre de dos regimientos.
 
CANTERO: Si usted insiste en quedarse aquí, es lo mismo. Es como si el documento estuviera destruido para el Mariscal.
 
PERALTA: No, no es lo mismo. Todavía estoy con vida.
 
CANTERO: Es decir que usted tiene una esperanza...
 
PERALTA: Le explicare. Estuve pensando en la observación que Ud. me hizo. Aquí donde estamos es el único sitio en donde algún sobreviviente puede buscar refugio. Acertadamente dijo usted que el enemigo creerá que somos muchos y es posible que en estos momentos estemos rodeados. Si salgo, me tomaran prisionero. Si me quedo, tendré tiempo para destruir el documento y morir después.
 
CANTERO: La tercera posibilidad es que el camino este despejado y pueda usted llegar con el documento.
 
PERALTA: Es una posibilidad muy remota a la que no puedo arriesgar el ultimo ejercito que seguirá salvando el honor de la Patria.
 
CANTERO: ¿Entonces...?
 
PERALTA: Esperemos.
 
CANTERO: (Después de una larga pausa. Pensando...) Tengo una hija de cuatro años. La piel muy Blanca y los ojos azules. Me parece escuchar su risa de cristal quebrándose en mi alma. Hace un año que no la veo, que no la veré nunca más. La última vez que estuvo conmigo se entretenía echándome arenitas en la cabeza. Que linda y traviesa es una hija. ¿Tiene usted alguna hija...?
 
PERALTA: Se casó con un capitán enemigo.
 
CANTERO: ¿Se caso...?
 
PERALTA: Eso no es todo. Se enamoro de él. (Ambos se quedan pensativos. Entran Lucia y Manuel. Los dos en lastimoso estado. Cansados. Derrotados.)
 
PERALTA: (Después de una pausa) ¿Es usted, Manuel...?
MANUEL: Sí, Comandante.
 
PERALTA: ¿De dónde viene...?
 
MANUEL: ¡Un poco de agua, por favor!
 
PERALTA: ¡Contésteme!
 
LUCIA: ¡Le está pidiendo agua!
 
PERALTA: (A Lucia) ¡Tome! (Toman los dos.)
 
LUCIA: Gracias. (Se la da a Peralta y este no la toma.)
 
PERALTA: (A Manuel) ¿Por dónde anduvo usted...?
 
MANUEL: ¿Qué puede interesar ya...?
 
PERALTA: ¿Se olvida que puedo disponer de su vida...?
 
MANUEL: Disponga.
 
PERALTA: Cobarde. ¿Ni siquiera confiesa que ha desertado?
 
MANUEL: Confieso... ¿y qué...?
 
PERALTA: Puedo hacerle fusilar.
 
MANUEL: Bueno.
 
PERALTA: ¿Se está burlando de mí?
 
MANUEL: Usted se burla de sí mismo. En estos momentos usted no puede hacer nada. No es más que un desesperado como nosotros.
 
PERALTA: Yo no desespero de nada.
 
MANUEL: Lo felicito.
 
LUCIA: Comandante... ¿cómo pasaremos de aquí...?
 
PERALTA: Búsquese un medio.
 
LUCIA: Es que yo sola...
 
PERALTA: Tiene usted por compañero a un traidor. Y los traidores se acomodan a cualquier circunstancia.
 
MANUEL: ¡Traidor! ¡Traidor! ¡Qué fácil es decirlo! ¿Sabe usted porque he desertado...?
PERALTA: El motivo no interesa. No hay ninguna razón superior a la de la Patria.
 
CANTERO: ¿Es usted hermana del teniente García...?
 
LUCIA: Sí.
 
CANTERO: ¡Valiente soldado! Su arrojo le costó la vida. Podía haber vivido un día más, hasta esta mañana. ¿Se queda usted sola...?
 
LUCIA: Sí. Mi padre murió hace un año, peleando; mi madre, hace seis meses, de tifus.
 
CANTERO: (Por Manuel) ¿Y ese mozo?
 
LUCIA: Lo acabo de conocer.
 
PERALTA: ¿Piensa continuar con él...?
LUCIA: No conocemos el camino.
 
PERALTA: El ha encontrado uno para escapar de su deber para con la Patria.
 
MANUEL: Para escaparme de lo acontecido en estos cuatro días.
 
LUCIA: ¡Fue horrible! ¡Hizo bien alejándose de ese infierno de fuego y muerte!
 
PERALTA: ¡Cómo! ¿Aprueba usted tamaña traición contra tantos muertos? Contra el cadáver de su propio hermano...?
 
LUCIA: Los muertos no estarán sino ofendidos hacia quien los condujo a esa tragedia de sangre y muerte. Ud. sabía que todos morirían.
 
PERALTA: ¡También sabían ellos!
 
MANUEL: ¡Miente! Minutos antes de la pelea, Ud. nos aseguro que sería una batalla difícil, pero que se podría ganar; que confiásemos en la llegada de un importante refuerzo. Y Ud. estaba completamente seguro de que ninguna ayuda era posible.
 
PERALTA: ¿Que pretende Ud.? ¿Juzgar mi conducta? ¿Se ha visto a un desertor ponerse la toga, para sentenciar a quien tuvo su puesto en la trinchera?
 
MANUEL: Voy a ponerme esa toga y le voy a tomar declaraciones en nombre de todos los muertos. La Srta. y el Capitán Cantero serán el jurado.
 
LUCIA: Acepto y juro defender la justicia. (Aparece Rosalía; es joven, bonita, suave; parece no vivir en este mundo. La Biblia que trae en la mano es parte de ella misma. Al entrar se queda mirando a cada uno. Luego se sienta y abre su Biblia en silencio. Los demos se fijan en ella, curiosos e intrigados.)
 
MANUEL: Señores, se abre la sesión. Comandante Peralta: esta Ud. acusado de haber mandado a la muerte...
PERALTA: ¡Protesto! El delito de deserción es más grave que un posible error en el cumplimiento del deber. Pido que primeramente sea juzgado este señor. Me corresponde a mí ser el juez. ¿Qué dice Ud., Capitán Cantero?
 
CANTERO: Completamente de acuerdo.
 
PERALTA: ¿Y Ud. Srta.?
 
LUCIA: Esta bien. Que primero sea él.
 
PERALTA: Soldado Manuel Paredes...
 
CANTERO: Un momento. Falta la aprobación de esta Srta.
 
PERALTA: (A Rosalía) ¿Cual es su opinión? (No escucha.) Señorita... (Se le acerca. Le toca el hombro.) Señorita...
 
ROSALIA: ¿Molesto, señor? (Se miran todos.)
 
PERALTA: Me parece haberla visto en mi regimiento.
 
ROSALIA: Es posible.
 
PERALTA: ¿Paraguaya?
 
ROSALIA: Sí, señor.
 
PERALTA: ¿Quiere juzgar a este hombre?
 
ROSALIA: (Leyendo.) "No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?" (Los demás se miran extrañados. Dudando.)
 
PERALTA: (Resuelto) Exijo que este desertor sea juzgado. ¿Sabemos nosotros si no estará en entendimiento con el enemigo?
 
CANTERO: Sí, que se lo juzgue.
 
LUCIA: (Respondiendo a un gesto de Peralta) Que se lo juzgue.
 
MANUEL: Confío en vuestra justicia, y me someto a ella con la esperanza de que comprenderéis el motivo que me hizo desertar.
 
PERALTA: Soldado Manuel Paredes: ¿Quiere decimos su nombre completo?
 
MANUEL: Está dicho todo.
 
PERALTA: ¿Edad?
 
MANUEL: 21 años.
 
PERALTA: ¿Estado civil?
 
MANUEL: Soltero.
PERALTA: ¿A que se dedicaba antes de la guerra?
 
MANUEL: A estudiar en una ciudad extranjera.
 
PERALTA: ¿Cuánto tiempo hace que está en el ejército?
 
MANUEL: Tres años.
 
PERALTA: ¿En cuántas batallas intervino?
 
MANUEL: En cinco.
 
PERALTA: ¿Cuántas veces deserto?
 
MANUEL: Ayer, fue la primera vez.
 
PERALTA: ¿Tiene usted conocimiento de la pena por ese delito?
 
MANUEL: Sí, la muerte.
 
PERALTA: ¿Y pese a ello deserto?
 
MANUEL: Sí.
 
PERALTA: ¿Puede alegar algo a su favor?
MANUEL: Sí.
 
PERALTA: Le escuchamos...
 
MANUEL: Un historiador de la antigüedad aseguro que la paz es el tiempo apacible en que los hijos entierran a sus padres. Y la guerra, la época tremenda y desconcertante en que los padres entierran a los hijos. Vine voluntariamente para defender a mi patria, odiando la guerra con todas 1as fuerzas de mi alma porque las madres enterrarían a sus hijos con ese dolor que solo ellas conocen. Por cualquier precio quería yo evitar ese dolor a mi madre.
 
PERALTA: Desde el momento en que usted se plegó al ejercito, estaba expuesto a morir.
 
MANUEL: Sí, pero en ningún momento corrió mi vida tanto peligro como ayer.
 
PERALTA: Aseveración falsa. En cualquiera de las cinco batallas en que dijo participar, se arriesgaba usted a morir.
 
MANUEL: La última batalla era distinta a todas. Era ponérsenos en fila para que se nos aniquile, descubiertos de toda protección y de toda posibilidad de salvarse. Yo creo que no puede existir valentía sin la esperanza de vivir. De lo contrario, el arrojo sería un simple suicidio y eso no es heroísmo.
 
PERALTA: ¿Es decir que usted desertó para salvar su vida...? Con ese criterio, nadie estaría peleando, y la patria sería irremediablemente mancillada. La República exige vivir y morir por ella. Hoy, nos toca morir.
 
MANUEL: Pero no como ayer que era un simple asesinato. Un vergonzoso asesinato que pesara por siempre en su conciencia.
 
PERALTA: Le recuerdo que en estos momentos es usted el acusado. Hasta ahora, nada dijo que pueda inclinar el ánimo del jurado hacia su causa.
 
MANUEL: ¡Cómo! ¿Es poca cosa defender el derecho de vivir...? ¿No significa nada proclamar una muerte sin los horrores de esta mañana...? ¿Vale tan poco el hombre...?
 
PERALTA: Estamos en guerra, y todo lo que usted dice es natural en ella. Sea más preciso en su declaración.
 
MANUEL: Esté bien, deserte cuando usted ya no podía ocultar su asesina mentira; deserte, cuando me di cuenta del engaño en que nos envolvió a todos; deserte cuando comprendí que usted sólo quiso endulzar la vanidad del Mariscal: Morir sin volver los pies hacia atrás.
 
PERALTA: Al abandonar su regimiento, ¿pasó usted a filas enemigas...?
 
MANUEL: Nunca se me ocurrió tal cosa. Vague por la selva a la espera de lo que fatalmente tenía que suceder. Hoy al atardecer volví a ese sitio infernal y solo encontré a una persona con vida. Esa señorita que lloraba sobre el cadáver de su hermano.
 
PERALTA: ¿Tiene algo más que agregar...?
 
MANUEL: Nada ya. (Espera ansioso y con esperanzas.)
 
PERALTA: Capitán Cantero, ¿quiere dar su veredicto...?
 
CANTERO: (Frío, seguro) ¡Culpable!
 
LUCIA: (Exaltada) ¡inocente!
 
PERALTA: (A Rosalía) Señorita, ¿quiere desempatar...? (No escucha. Peralta se acerca.) ¡Señorita! (Rosalía mira tímidamente.) ¿Cual es su veredicto...? ¿Merece perdón o castigo este hombre?
 
ROSALIA: (Leyendo:) "No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos. Amaos los unos a los otros con amor fraternal, y si vuestro enemigo tuviere hambre, dadle de comer; y si tuviere sed, dadle de beber. Si haces todo esto, en verdad os digo, que vuestro será el reino de los cielos".
 
MANUEL: ¡Me declara inocente!
 
PERALTA: No dijo tal cosa.
 
MANUEL: Lo dio a entender.
 
PERALTA: El veredicto debe ser claro.
 
MANUEL: Señorita, ¿me considera culpable o inocente...?
 
ROSALIA: (Leyendo.) "No paguéis mal por mal; procurad lo bueno delante de los hombres...".
 
PERALTA: (Exaltado) ¡Basta! Declaro a esta Señorita incapaz de integrar el jurado, por demostrar síntomas de enajenación mental. ¿Qué dice usted, Capitán Cantero...?
 
CANTERO: Es evidente que no está en pleno use de razón.
 
PERALTA: Solicito entonces una nueva votación. (A Lucia) Señorita, recapacite sobre su veredicto. Piense en el heroísmo de su hermano, en el patriotismo de tantos hombres y mujeres que, mientras morían en sus puestos..., este hombre...
 
MANUEL: ¡Protesto! No trate usted de influir en el ánimo del jurado.
 
LUCIA: Descuide. No hay palabras ni hechos que puedan modificar mi convicción. Defiendo y felicito a quienes huyeron de esta guerra infernal.
 
ROSALIA: (Cierra el libro y mira el cielo.) ¡Que clara y tibia esta la noche! Yo creo que las estrellas están hechas de las almas buenas que en el mundo han sido. Entonces... una de ellas ha de ser la de mi madre. ¡Cómo deseo que se caigan!
 
MANUEL: (Tierno) Las estrellas no se caen...
 
ROSALIA: Es una lástima, porque las recogería una a una para besarlas. (Los demás la miran y ella queda pensativa sobre su libro.)
 
PERALTA: (Después de una pausa) Señores, continua el proceso. Capitán Cantero, ¿se ratifica usted en su juicio...?
 
CANTERO: Plenamente.
 
PERALTA: ¿En que basa su decisión...?
 
CANTERO: En el hecho mismo que tratamos. Un desertor de su patria no puede merecer clemencia, sea cual fuere el motivo de su cobardía y de su traición. De no castigarse duramente este delito, la desmoralización causaría estragos entre quienes cada día, cada hora, exponen sus vidas en la trinchera. Solicito para el soldado Paredes la pena que corresponde a su grave delito.
 
PERALTA: (A Lucia) Señorita, después de escuchar tales razones, cambia usted de opinión...?
 
LUCIA: Parece que usted no me ha escuchado bien. Le repito mi última frase: defiendo y felicito a quienes huyeron de esta guerra infernal. Los defiendo porque tuvieron la valentía de enfrentar la soberbia embrutecida del Mariscal.
 
PERALTA: La declaro enemiga de la Patria y la voy a someter a juicio.
 
LUCIA: Ante cualquier tribunal ratificare mi convicción; todo este desprecio que revienta en mis venas por el verdugo López.
 
CANTERO: Modere su lenguaje al referirse a nuestro gran Mariscal.
 
LUCIA: ¿Grande...? ¿En qué...? ¿En sus asesinatos...? ¿En la ejecución de esta calamidad tanto más trágica por lo absurda...? Hasta hace cuatro años esta era una tierra de risas y surcos mirando al sol... hasta hace cuatro años...
 
PERALTA: ¡Basta!
 
LUCIA: Nadie silenciara esta rebeldía que muerde mi sangre. Hace seis meses que salí de mi casa para ser parte de una hueste mendicante. Quedo sepultada mi alegría y encadenado mi sueño a aquello que fue un día mi hogar y mi esperanza. Estuve ya por casarme...
 
ROSALIA: (Leyendo.) "¡Oh, si El me besara con besos de su boca! Mi amado es para mí un manojito de mirra que reposa entre mi pecho y nuestro lecho es de flores. Mi amado es mío, y yo soy suya".
 
LUCIA: (Bajo luz cenital) El era rubio y alto. Sus palabras aun gotean en mi recuerdo como si fueran de miel y rocío. La última noche que estuvo conmigo...
 
NOVIO: (Off) La patria necesita de mí, y es preciso que me vaya.
 
LUCIA: ¿Y yo...?
 
NOVIO: Volveré pronto para hacerte mi esposa.
 
LUCIA: Otras ocupaciones distraerán tu recuerdo, y es posible que me olvides...
 
NOVIO: Mientras haya una gota de sangre en mi carne, en esa gota estarás tú.
 
LUCIA: Cuídate mucho...
 
NOVIO: Naturalmente. Como que te llevo dentro de mí mismo.
 
LUCIA: ¿Quieres que te diga una cosa...? Estoy empezando a odiar esta guerra.
NOVIO: No. ¡Eso nunca!
 
LUCIA: Está muy triste mi alma. ¿Quién puede asegurarme de que volverás...?
 
NOVIO: No hables así. Aliéntame con tu esperanza. No me dejes ir con este dolor acurrucado en el alma. El dolor de saberte apenada.
 
LUCIA: ¡Amor mío!, piensa que estaré aguardando tu regreso... contando los minutos de tu ausencia.
 
NOVIO: Volveré para poner una risa más limpia en tu boca y prender una dicha sin fin en tu pecho. Serás mi bien amada esposa, en la que habré de reclinar mi pena y mi alegría. Y cuando nuestros besos ya tengan sabor a otoño... nuestros hijos...
 
LUCIA: Sí, tendremos hijos que serán lindos y juguetones; que saltarán a nuestro cuello con la boca llena de besos... y cuando los vea venir, me sentaré para que caigan en mis brazos y los alzare apretándolos fuerte contra mi pecho. Se reirán mucho, y yo les voy a decir: "Chist... que papá está durmiendo" y ellos, continuarán riéndose... riéndose... riéndose... (Llora. Se apaga cenital.) Ni fue esposo, ni fue padre. Un mes Después supe que había muerto.
 
ROSALIA: (Leyendo:) "Si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, no tiene envidia ni se envanece. Todo lo sufre. Todo lo crea. Todo lo soporta".
 
PERALTA: (Después de una pausa) Señorita, usted ha juzgado el caso desde un punto de vista estrictamente particular. Elévese por encima de su dolor -que nosotros comprendemos- y juzgue al acusado con los ojos puestos en la Patria.
 
LUCIA: (Después de un esfuerzo) Está bien. Tratare de olvidarme por un momento que soy víctima inocente de los horrores de esta guerra.
 
MANUEL: Señorita... usted no puede condenarme; piense que es posible que yo también haya dejado una novia, casi una esposa como usted ha sido; piense en el hombre...
 
LUCIA: ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta! (Llora.)
 
MANUEL: Usted no puede condenarme antes de conocer los delitos de quien trata de sentenciarme.
 
LUCIA: (Tratando de serenarse) Comandante, este mozo tiene una acusación contra usted y pareciera ser el motivo principal de su deserción.
 
PERALTA: Es un pretexto para justificar su cobardía.
 
LUCIA: No puedo considerar mi veredicto antes de conocer su caso.
 
CANTERO: La señorita tiene razón, ella ignora lo acontecido.
 
PERALTA: Está bien.
 
CANTERO: Manuel, a usted le toca ser el fiscal. La señorita y yo seguiremos siendo el jurado.
 
MANUEL: Comandante Peralta: No me detendré en averiguar sus datos personales. Diga si estaba usted en conocimiento, antes de empezar la batalla, que los hombres comandados por usted, serían aniquilados.
 
PERALTA: Sí, tenía conocimiento.
 
MANUEL: ¿Qué motivo le indujo a mandarlos a la muerte...?
 
PERALTA: Ordenes del Mariscal.
 
LUCIA: ¡Asesino! ¡Asesino!
 
MANUEL: Señorita, guárdese su veredicto para cuando termine la indagatoria. (A Peralta) ¿Por qué acato usted una orden semejante?
 
PERALTA: Era mi deber.
 
MANUEL: ¿De soldado...?
 
PERALTA: Sí.
 
MANUEL: ¿Y de patriota...?
 
PERALTA: No se puede ser buen soldado si no se es buen patriota.
 
MANUEL: Falso. La Patria no está para desperdiciar hombres. Tal como estamos, usted debía haber evitado tanta matanza. Pero usted no lo hizo, porque desacatar al Mariscal le hubiera significado una muerte segura. ¿Admite haber hecho matar a más de 300 hombres por salvarse usted...?
 
PERALTA: Rechazo. Insisto en haber cumplido con mi deber.
 
MANUEL: Deja de ser un deber patriótico cuando el que lo dicta obedece solamente a su soberbia.
 
PERALTA: Aquí no hubo soberbia de nadie.
 
MANUEL: Usted sabe que hay casos en que el Mariscal exige el cumplimiento de su lema "Vencer o morir", movido solamente por su orgullo personal.
 
PERALTA: No he comprobado ningún caso semejante.
 
MANUEL: ¿Como que no...? Y esos compatriotas muertos, que están allí ¿de que fueron víctimas...?
 
PERALTA: No son víctimas, son la gloria de la Patria.
 
MANUEL: Son las víctimas del afán de gloria de un tirano. Si no, ¿qué razones tuvo el Mariscal para ordenarle a usted a hacerle frente al grueso del ejército aliado...?
 
PERALTA: Tenía que llevar a cabo una estrategia, cueste lo que cueste, para salvar todo el poderío de nuestro ejército. Sin la acción que me ha ordenado, es posible que en estos momentos todo haya concluido.
 
MANUEL: ¿Y cuál era esa estrategia...?
 
PERALTA: Entretener al enemigo, para que los nuestros ganaran una posición privilegiada desde donde todavía se podría ganar la guerra.
 
MANUEL: ¿Se ha conseguido el objetivo...?
 
PERALTA: Sí, nuestro ejército ya está en el lugar previsto. Desde allí se están iniciando los preparativos para una de las más importantes operaciones.
 
MANUEL: ¿Cómo puede usted probar lo que dice...?
 
PERALTA: Aquí tengo la documentación completa. (Muestra papeles) Juro ante Dios y mi Patria que de no poseer esta copia, hubiese muerto con orgullo junto a mis fieles soldados. Pero, de nada hubiese servido tan heroico sacrificio de caer este documento en manos del enemigo.
 
MANUEL: Podía haberlo destruido.
 
PERALTA: Hay datos de singular importancia para nuestro ejército en su próxima campaña; datos que obtuve del enemigo mediante la batalla que a usted tanto le indigna.
 
MANUEL: Su veredicto, Capitán Cantero...
 
CANTERO: Inocente.
 
MANUEL: Su veredicto, señorita...
 
LUCIA: ¡Que se yo!
 
PERALTA: Usted prometió sobreponerse...
 
LUCIA: ¡Sobreponerme... sobreponerme! ¡Que me dejen en paz es lo que quiero!
 
MANUEL: (Enérgico) Su veredicto, señorita.
 
LUCIA: ¡Culpable...! ¡Inocente...! ¿Quien entiende más...? En este laberinto de sangre y muerte ya no es posible razonar.
 
ROSALIA: (Leyendo.) "Mírame, Dios mío, y ten misericordia de mi porque estoy sola y afligida. Líbrame en tu justicia. Se tú mi roca fuerte y fortaleza para salvarme".
LUCIA: (A Rosalía) ¿Qué pena te aflige...?
 
ROSALIA: La misma que hay en tu pecho.
 
LUCIA: ¿Quién eres...?
 
ROSALIA: Que frío tiene mi alma... esta desnuda de estrellas...
 
LUCIA: No. Hay una, la de tu madre, que te está mirando.
 
ROSALIA: ¿Aquella...?
 
LUCIA: Sí. Aquella que se aparto de las demás para estar contigo.
 
ROSALIA: Quiero agua...
 
LUCIA: Ya te traigo. (A Peralta) Un poco de agua, por favor... (Toma la caramañola a una seña de Peralta. No hay agua.) Terminó... quizás por aquí cerca...
 
CANTERO: A dos leguas hay un arroyo...
 
LUCIA: ¿Tan lejos?
 
CANTERO: Sí, pero...
LUCIA: Pero, ¿qué...?
 
CANTERO: Tiene más sangre que agua.
 
LUCIA: ¿Entonces...?
 
CANTERO: Soportar.
 
LUCIA: (Inquieta) Manuel, le ruego que mañana al amanecer me guíe encaminándome hacia la capital.
 
ROSALIA: ¿Me llevarás contigo...?
 
LUCIA: Sí, nos iremos a casa. Sé que estará llena de recuerdos encendidos, pero, aquí ya no puedo estar... aquí, donde cada hombre se esfuerza en merecer el apelativo de "fiera". Es preciso que me vaya. ¿Me hará ese favor, Manuel...?
 
MANUEL: Sí, la voy a encaminar.
 
LUCIA: Gracias. (Vuelven madre e hija.)
 
CANTERO: ¿Está peor su hija?
 
MADRE: Sigue igual.
 
CANTERO: ¿No encontró el camino?
MADRE: Con los ojos cerrados caminaría por él.
 
CANTERO: ¿Por qué volvió?
 
MADRE: Estamos rodeados por el enemigo.
 
LUCIA: ¿Estamos...?
 
MADRE: Dentro de un cerco muy estrecho.
 
LUCIA: ¿No podemos escapar?
 
MADRE: Imposible.
 
LUCIA: ~Y que haremos aquí?
 
MADRE: Esperar.
 
LUCIA: Esperar. ¿Qué? ¿Que nos maten? Comandante, vaya Ud. y lleve nuestra rendición.
 
PERALTA: Ni piense en ello.
 
LUCIA: ¿Y quién es Ud. para disponer de nuestra vida? Vaya Ud., Manuel.
 
PERALTA: ¡Que ni intente siquiera!
 
LUCIA: ¿Se da cuenta de la situaci6n?
 
PERALTA: Perfectamente.
 
LUCIA: Entonces, es Ud. un vulgar asesino. ¿Qué placer encuentra en hacer matar a la gente? ¡Ah, no! Pero esta vez, no será mi sangre la que sacie su locura. Me iré yo.
 
MADRE: No.
 
LUCIA: ¿Esta Ud. confabulada con este criminal?
 
MADRE: Le van a matar.
 
LUCIA: Iré gritando mi rendición.
 
MADRE: No le harán caso.
 
LUCIA: Ud. miente. Ud. también quiere jugar con mi ansiedad de vivir. O por lo menos de no morir en este asesinato colectivo. Manuel, acompáñeme; Ud. prometió quitarme de aquí. ¿Ya se olvidó acaso?
 
MANUEL: No, no puedo.
LUCIA: Vamos, ahora mismo. Pídame lo que quiera por este favor, pero acompáñeme ¡Quíteme de aquí!
 
MANUEL: Ya escuchó Ud. a la Srta. Nos van a matar si nos movemos de aquí.
 
LUCIA: Si nos quedamos, también. Por eso iremos gritando nuestra rendición. ¿Por qué habrían de matar prisioneros?
 
MANUEL: Me parece que somos prisioneros especiales.
 
LUCIA: ¿Qué es eso? ¿Qué quiere Ud. decir?
 
MANUEL: Creo que la Sra. me ha comprendido. (A la madre) ¿Cómo es que Ud. y su hija se salvaron? ¿Acaso se les perdonó la vida para traer aquí algún mensaje?
 
CANTERO: Ud. se fue por un camino, y volvió por el mismo. ¿No es así?
 
MANUEL: Entonces, ¿cómo sabe que estamos rodeados?
 
MADRE: Sí, traje un mensaje del enemigo para el Comandante.
 
LUCIA: ¿De qué se trata?
 
MADRE: ¡Dije para el Comandante!
 
LUCIA: Todos estamos corriendo una misma suerte.
 
PERALTA: La Srta. tiene razón. Dígalo en voz alta.
 
MADRE: El enemigo sabe que tiene Ud. en su poder un documento importante. Le da plazo hasta el amanecer para entregarlo.
 
PERALTA: ¿Y si no?
 
MADRE: Seremos lanceados.
 
PERALTA: (Tranquilo) Bueno, seremos lanceados.
 
LUCIA: ¿Esta Ud. loco? Entrégueme el documento... ¡entréguemelo!
 
ROSALIA: (Leyendo) Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado?
 
LUCIA: ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta!.
 
 
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Fuente:



Intercontinental Editora,

Asunción-Paraguay – 612 páginas.
 
 
 
 
 
 
 
 

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