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ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE

  PROCESADOS DEL 70, SEGUNDO ACTO (Comedia de ALCIBIADES GONZALEZ DELVALLE)


PROCESADOS DEL 70, SEGUNDO ACTO (Comedia de ALCIBIADES GONZALEZ DELVALLE)
PROCESADOS DEL 70
 
COMEDIA DRAMÁTICA EN 2 ACTOS
 
 
 

 

PROCESADOS DEL 70
 
Esta obra fue estrenada en Asunción el 20 de abril de 1966 (por el grupo teatral “TALIA” en la Fonoplatea de Radio Cháritas), bajo la dirección de Mario Prono.
 
Nota del Autor:
 
No nos hemos propuesto hacer una obra histórica. La Guerra del 70 aparece aquí como un telón de fondo, casi como un decorado, para enfrentar a ocho personajes con su propia conciencia, en un instante determinado, no de la guerra precisamente, sino de sus vidas. Las expresiones de esos personajes de ningún modo pueden tomarse como una interpretación de la historia o de sus protagonistas. Haciendo abstracción de los hechos, nos hemos metido de lleno -bien o mal- en la búsqueda del estilo puramente teatral. Consideramos necesaria esta aclaración, no para escudarnos de la obra en sí, sino de la interpretación que pudiera dársele en cuanto a los pensamientos de algunos personajes que no están en nuestras convicciones. Pretendimos escribir teatro y no historia.
 
 
PERSONAJES
*. CAPITAN CANTERO/ LUCIA/ COMANDANTE PERALTA/ ROSALIA/ MADRE/ NOVIO/ HIJA/ PADRE MANUEL.



Enlace al




 
SEGUNDO ACTO
 
En escena todos los personajes, menos Manuel y Lucia. Es al amanecer.
 
ROSALIA: (A Lucia) Mira... esa estrella que me dijiste ha desaparecido nuevamente... ya no está allí mi madre mirándome...
 
LUCIA: A ver... sí, ya no esta... Entonces, esta amaneciendo... (Nerviosa) ¡Esta amaneciendo! ¡Comandante!
 
PERALTA: Nada puedo haber.
 
LUCIA: ¡Están por matarnos a todos! (Suplicante) Capitán Cantero...
 
CANTERO: No pienso claudicar.
 
LUCIA: ¿Pero no se da cuenta que está amaneciendo...? Nuestros pies ya están en los umbrales de una muerte horrible. ¡Y esto es absurdo!
 
CANTERO: Por encima de las ganas de vivir esta la Patria. Esta que se desangra más que mi pierna y mis esperanzas.
 
LUCIA: ¿Y qué es la Patria...? Un montón de arena en donde hemos nacido sin desearlo. ¿Tengo yo la culpa de haber nacido en esta tierra sin geografía exacta...?
 
PERALTA: Resígnese a su suerte.
 
LUCIA: (A la madre) ¿Y usted no dice nada...? ¿Dejara que maten a su hija...?
 
MADRE: Estamos en guerra.
 
LUCIA: ¿Estamos...? Están ellos; quienes la provocaron, la mantienen y se aferran a ella. Yo no tengo por qué estar envuelta en este torbellino de muerte. Nadie consulto conmigo para empezar esta guerra.
 
CANTERO: (Irónico) ¡Qué lástima! Hubiesen tenido muy en cuenta su opinión.
 
LUCIA: Si, búrlese. Usted es un pobre infeliz resignado a morir, porque esa pierna inútil le destrozo la voluntad de vivir. ¿Es ésa su valentía...? ¿Es ése su heroísmo...?
 
CANTERO: Y qué quiere usted, ¿qué desgarre mi garganta con gritos desesperados... ?
 
LUCIA: ¡Una resignación así es cobardía!
 
CANTERO: No, es una infinita confianza en Dios.
 
LUCIA: (Despectiva) Ya. Con esa postura de mártir quiere ganarse un sitio en
el Paraíso... ¿no es eso? ¿Quien le dice a usted que el Paraíso no ha de ser sino una celda oliendo a ratones...?
 
MADRE: ¡Lucía!
 
LUCIA: (Encarándose con la madre) ¿Y qué...? ¿No tengo derecho a decir lo que pienso...?
 
MADRE: La compadezco. Desearía que hubiere un poco más de piedad y de dulzura en su corazón.
 
LUCIA: ¡Piedad...! ¡Dulzura...! ¡Es como para reírse! ¿Dulzura, cuando nuestras vidas se retuercen con la burla y el desprecio...? ¿Cómo no sentir odio por todo esto? Recapacitemos un momento... Todo es absurdo y despreciable. La valentía de este comandante con pose de héroe, que pretende morir como tal... usted... con su ridícula resignación de madre heroica que desea seguramente sacarle chispas de oro a la historia... el absurdo agonizar de este hombre que tinge creer en Dios por temor... La locura de esta horrible criatura pegada a su Biblia... y por sobre todo esto, la estupidez de ese amor que ha nacido entre su hija y Manuel... (Al verlos entrar) Estamos a punto de morir, ¡y ustedes jugando al amor!
 
MANUEL: ¡Cómo para jugar esta la circunstancia!
 
LUCIA: ¿Qué..? Tan pocas horas bastan para enamorarse? Yo conocí a mi novio un año antes de enamorarme de é1.
 
HIJA: Entonces, ni usted ni el tenían apuro. Habrán tenido las horas y los días por delante como una eternidad. Si ahora mismo tuviera usted a su novio, le daría seguramente todos los besos que alguna vez le habrá negado o postergado para el día siguiente. Cuando no hay otro amanecer, el corazón ignora las postergaciones. Le ruego que no se sorprenda, ni Manuel ni yo hemos inventado nada nuevo.
 
ROSALIA: (Leyendo.) Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena. Al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo. Todas las cosas son fatigosas, más de lo que el hombre pueda expresar. Nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. ¿Qué es lo que fue...? Lo mismo será. ¿Qué es lo que ha sido hecho...? Lo mismo que se hará. ¡Y nada hay nuevo debajo del sol!
 
MADRE: ¡Nada nuevo debajo del sol! Por ser todo tan viejo, resulta ya indiferente... La angustia retorciendo el alma como un papel estrujado... ¡Nada hay nuevo debajo del sol!
 
ROSALIA: ¡Agua... agua...! (Mira suplicante. Todos la compadecen.)
 
HIJA: (A Manuel) Habrá sido muy bonita antes de la guerra...
 
MANUEL: O antes de mezclarse en ella.
 
HIJA: ¿Quién será...?
 
MANUEL: Es posible que ya no lo sepamos.-(Luz cenital para la pareja, los demás personajes permanecen estáticos.)
 
HIJA: Hasta hace poco, solo quise morir, cuando en el cansancio de un peregrinaje sin fin, iba dejando jirones de mi alma y de mi cuerpo. En cambio ahora...
 
MANUEL: Quisiera consolarte, para consolarme a mí mismo; pero, ni la esperanza ni la mentira caben ya en este círculo de muerte.
 
HIJA: Si, comprendo. Este encierro tiene solamente una salida, la única. La definitiva. La desgarradoramente eterna.
 
MANUEL: La que arranca de raíces cualquier sueño que pudiera consolar...
 
HIJA: Sueño! ¡Qué bonito sería soñar todavía! ¿Qué soñarías tú?
 
MANUEL: ¡Que se yo! Quizás un montón de cosas; quizás nada.
 
HIJA: Yo soñaría... una casa pintada de blanco y de risas, con niños jugando en los corredores, sin miedo a ser hombres.
 
MANUEL: ¿Y esos niños...?
 
HIJA: Los tuyos... los míos...
 
MANUEL: ¡Que sueño más dulce... y como desgarra el alma!
 
HIJA: ¡Perdóname...! ¡Perdóname...! (Apaga cenital.)
 
CANTERO: (A Peralta) Tengo más suerte que usted. Desde hace horas la fiebre me ha subido. La tengo como un carbón encendido en la sangre. Ya no tardare en irme.
 
PERALTA: Fue usted un soldado muy valiente.
 
CANTERO: Gracias, Comandante. (Intenta levantarse.)
 
PERALTA: ¿Qué hace...?
 
CANTERO: Debajo de aquellos escombros estaré muy bien. Muerto seré muy pesado para que me arrastres.
 
MADRE: No se vaya, Capitán... Tal vez...
 
CANTERO: Ya no hay "tal vez"... Además, necesito estar solo en este momento final de mi vida... solo... con mis recuerdos... conmigo mismo... Por el patio de mi casa corría un arroyo. El agua fresca de culantrillos era como un bálsamo de sosiego en las siestas de primavera. Entonces la guerra estaba lejos, y ni la sed ni la fiebre secaban mi garganta.
 
PERALTA: No se queje. Sería penoso que en el instante final de su vida maldiga tanto heroísmo gloriosamente acumulado.
 
MADRE: El no maldice nada.
PERALTA: Pero comienza a quejarse.
 
MADRE: Como me quejo yo..., como se quejaría cualquiera que tuviera sangre en las venas. ¿Qué piensa usted que somos nosotros...? ¡Tenemos sed, tenemos hambre, ansias de vivir! ¿Qué mal hay en decirlo...?
 
CANTERO: El Comandante tiene razón, la fiebre, la sed y este maldito dolor están minando mi voluntad, estrujando mi resistencia. ¡Hasta me entran ganas de... Oh, perdóname, Dios mío!
 
(Sale arrastrándose sin que nadie atine a ayudarlo. Un miedo supersticioso paraliza a todos.)
 
PERALTA: ¡El primero de nosotros! Y con más suerte, sin duda. El Capitán no le dará al enemigo la satisfacción de arrancarle la vida.
 
LUCIA: Hasta ahora, no entiendo porque tenemos que morir así, tan mansos y resignados. Ni siquiera por qué tenemos que morir así, como sea.
 
PERALTA: Pienso que la Patria esta dándonos la honrosa ocasión de servirla, y no hacemos otra cosa que desecharla. Hay casos en que la muerte es mas útil que la vida... come, ahora...
 
LUCIA: Pero, ¿por qué precisamente nosotros...? ¿Por qué yo...? ¿Qué tengo que ver en todo esto...? Yo quiero vivir como antes. Acostarme por las noches, reclinada a la esperanza de un nuevo día.
 
PERALTA: Tendrá que resignarse. Ese nuevo día ya no habrá para nosotros.
 
LUCIA: ¿Y todo por qué...? ¿Porqué a usted se le ocurre guardar un papel sucio que a lo mejor no sirve...? (A la madre) Diga usted algo... No permita que maten por lo menos a su hija. Piense en su marido con quien puede reconstruir la vida... la vida de antes... la vida de siempre...
 
MADRE: Nada puedo hacer. No está en mis menos evitar aquello que tampoco deseo.
 
LUCIA: Pero, ¿se merece usted el dolor tremendo de mirar el sacrificio de su hija...? Las estrellas se van perdiendo... quiere decir, que no tardara en amanecer... que no amaneceremos ya. ¡Trate de evitar ese dolor!
 
MADRE: ¡Ese dolor! ¡Claro que deseo evitarlo! Pero, hay otro que araña mi corazón, tan grande como tener que ver a mi hija lanceada a mis pies. Mi marido...
 
LUCIA: Quizás este con vida... quizás sobreviva a la guerra y nuevamente ustedes...
 
MADRE: ¡Ya no es posible! Y como no tardara en amanecer, creo que puedo decirlo todo. Sería una forma de morir con menos culpa, mirando de frente a Dios. Todo este tremendo castigo en esta selva de sangre y muerte, no es para mí, sino un círculo de penitencia.
 
HIJA: ¡Mama, por Dios!
 
MADRE: Déjame... déjame morir arrojando de mi cuerpo aquello que desde hace cuatro años esta clavado en mi alma. Con mi resignación piadosa y serena, no quise hacer otra cosa que esconder un pecado que no tiene perdón.
 
PERALTA: Señora... sus nervios.
 
LUCIA: Déjela. Usted la puso así, como nos puso a todos.
 
MADRE: Ahora que veo de cerca la muerte me maldigo a mí misma. No tuve motivos para engañar a mi marido... a mi buen marido que era como un sol de bronce moreno corriendo tras mis deseos. Me adoraba. Me dio un hogar con risas de hijos. Cariño. Vino la guerra y corrió tras el clarín, como siguiendo una esperanza. Me quede como si me hubieran arrancado gran parte de mí misma. Y, a pesar de eso... ¡qué se yo! Se acerco a mi soledad un hombre con voz de pecado... me dijo que era hermosa. Mi vanidad me arrastro a sus pies y ¡fui suya!
 
HIJA: ¡Basta, mamá, por Dios!
 
MADRE: ¡Para que! Estamos en el momento en que Dios, en su infinita bondad, nos concede la gracia de limpiar nuestras culpas, Es el instante de la verdad. El ultimo... el que no debemos dejar que se nos vaya. (Pausa) El hombre que me ayudo a pecar, después de algún tiempo, no volvió más. Lo esperaba ansiosa. Y en esa vana espera, comprendí la realidad de mi culpa. Entonces, tome el camino del destierro para llenar los senderos de la Patria, con mi ansiedad de encontrar a mi marido y arrojarme de rodillas a sus pies. En mi peregrinaje sin fin, he visto a las mujeres abandonar sus telares y los surcos para cubrir de rezos y de tierra el cadáver de sus hijos. Ante esas mujeres, me sentía más pecadora que nunca, y solo las lágrimas cubrían mi rostro curtido de besos impuros. (Mutis llorando)
 
HIJA: Mamá... (Va a seguirla y Manuel la detiene.)
 
ROSALIA: (Después de una Pausa y delirando) Esa pared que huele a mirra tiene una mancha... (Tocando) Es sangre... sangre tibia... Miren... sus ojos... sus manos... me llama... ¡Mamá!, ¡Mamá!
 
MANUEL: Cálmate... ya pronto estarás con tu madre.
 
ROSALIA: ¡Ella...! Si, recuerdo estaba conmigo rezando en la iglesia, de pronto un ruido, como de cañón... y se derrumbo el tempo... he visto aplastarse su cuerpo, y sentí salpicarme su sangre... su sangre tibia y generosa... su sangre que todavía está ardiendo en mi recuerdo... ¡Es la guerra! (Llora -ve y levanta la espada de Cantero- repite llorando.) -¡La guerra! (Mutis)
 
MANUEL: No sé quién de nosotros merece más compasión.
 
TODOS POR IGUAL: Una piedad que sea como una plegaria de perdón abrazando nuestras almas. ¡Una piedad de Dios!
MANUEL: (Bajo el cenital que alumbra a los dos) Yo podía haber tornado otro camino... ¡irme lejos de esta condenación! Pero, no me arrepiento. Ahora tengo un amor, como el que soñé siempre.
 
HIJA: No sé hasta qué punto los sentimientos de mi corazón pueden haberte dichoso. Yo si puedo saber hasta dónde llega mi felicidad. La felicidad de amar y ser amada. Esta dicha no la conocí antes de ahora.
 
MANUEL: De haberte conocido en otras circunstancias, te pediría que te casaras conmigo.
 
HIJA: ¿A pocas horas de conocerme?
 
MANUEL: No necesitaría de más tiempo. Detrás de tu mirada veo la felicidad que anhelo y que busco.
 
HIJA: Que bueno eres, Manuel.
 
MANUEL: Y tú, ¡qué bonita! ¿Sabes...? Cuando te he visto entrar aquí apoyada en el hombro de tu madre, presentí que más allá de tu cansancio, había esto mismo; un rostro bonito y un alma sencilla. Entonces me dije, muy despacio: "Esta será mi novia".
 
HIJA: Y yo ni siquiera te miré. Pero, después, sentí que tun ojos me quemaban.
 
MANUEL: Y me miraste con ternura. Ternura que yo agradecí en silencio.
 
HIJA: ¿Adivinaste que te estaba queriendo...?
 
MANUEL: No, pero deseaba con todas las fuerzas de mi alma que llegases a quererme.
 
HIJA: Y se cumplió tu deseo. Más de lo que deseabas. ¡Lástima que sea tan breve!
 
MANUEL: Solo consuela un poco saber que no podrán sepultar nuestro amor. Este amor que se vestirá seguramente de flores para estar con nosotros, o de estrellas para miramos. Ya todo se está acabando. Amor... ilusión... deseo... Es preciso que se acabe también la mentira con que quise envolverlos a todos... incluso a ti...
 
HIJA: ¡Manuel...! (Se apaga cenital.)
 
MANUEL: Comandante... solicito que continúe mi proceso.
 
PERALTA: Temo que no haya tiempo para concluirlo.
 
MANUEL: Hasta donde podamos...
 
PERALTA: Esta bien. Pondremos de jurado a...
 
MANUEL: No. Esta vez, solo un Juez: Dios.
 
PERALTA: Aceptado.
 
MANUEL: Le ruego inicie sus funciones...
 
PERALTA: Soldado Manuel Paredes: ¿Tiene algo que agregar o rectificar a su anterior declaración...?
 
MANUEL: Sí, puesto que ahora tenemos un Juez, al que no se puede engañar, cumplo en decir que todo cuanto declare fue mentira. Ciertamente estudiaba en un país extranjero, pero estaba de vacaciones en el nuestro Cuando estalló la guerra. Se decía que no tendría mayor transcendencia, que terminaría enseguida con la derrota aplastante del enemigo. Pero, la guerra, como una máquina infernal, iba tragando hombres, mujeres y niños. Primero, mi padre... luego, mis hermanos. Yo encerrado en mi casa, escondido de todos, menos del silencioso reproche de mi madre. Me daba cuenta de que un hondo dolor le causaba mi cobardía, hasta que un día envolvió sus ropas y salió del pueblo. No me dijo nada, pero supe adónde iba. Ella y mi hermana, entonces de trece años de edad, se unieron al ejército. Nada más supe de ellas. Poco tiempo después salí de mi casa, y vague por la selva ocultándome siempre... hasta que, un día, me encontré temblando con un fusil en la mano y rodeado de soldados que deliraban con el nombre de la Patria en los labios. No fui bastante precavido, seguramente, o ya no tenía en dónde ocultarme, por eso es que me incorporaron a un cuerpo de infantería. Cuando tuve que pelear, el terror paralizaba mi cuerpo. Solo pensaba en huir, en ocultarme. Un día me pareció encontrar la ocasión y me quedé atrás... Fui retrocediendo, pero un herido se aferró a mi pierna diciéndome: "No corras... no corras... sigue peleando hasta morir". Se dio cuenta de que no estaba dispuesto a hacerle caso, y con todas sus fuerzas, que ya eran escasas, me tomó de las dos piernas. Entonces, apunte con mi fusil y dispare contra e1. Fue el primer hombre que mate: un compatriota. No sé si se dio cuenta exacta de mi crimen, o me tomó por un enemigo infiltrado, ello es que al morir gritó débilmente: "¡Viva el Mariscal!".
 
PERALTA: Y esa frase le quedó vibrando en el alma, haciéndole recordar su crimen y su cobardía. Y usted, para descargar su conciencia, comenzó a odiar al Mariscal. ¡No es así...?
 
MANUEL: Exacto. Con esa actitud quise suavizar mi culpa, pero, poco a poco, me iba dando cuenta que de no era posible engañarme a mí mismo. En el fondo, yo también quería ser como mi padre, como mis hermanos... como tantos miles que iban a la guerra, para describir el perfil de la raza, personificada por el Mariscal. Y como no pudo ser, nació en mí un odio tremendo hacia esos héroes. Afortunadamente, la Patria me da otra oportunidad, y dentro de un momento, al ser lanceado, gritare con mi alma y mi sangre la frase de los valientes que retumbara por los siglos: "Vencer o morir".
 
LUCIA: ¿Qué hacemos con descargar la conciencia...? No tenemos por qué resignarnos a morir así, tan mansamente. Puesto que todavía estamos con vida, debemos exigirle a este hombre que entregue el documento.
 
PERALTA: ¡Basta! ¡Basta! (Sorpresa general) Me duelen los ojos de verlos. Con ustedes no hay fortaleza que aguante, ni patriotismo que se mantenga. Todo es llanto y desesperación. Gritos y protestas.
 
LUCIA: (Sarcástica) ¡Quien es el que está gritando...? ¿Quién comienza a desesperarse...? A ver... Ayúdenos ahora a morir valientemente... calladamente, sin gritos ni protestas. Anoche estuvo hablando de su esposa y de su hija. Dijo usted que, a pesar del padre, querría descansar la mirada en las travesuras de una nieta. ¿Se acuerda...? Pero lo dijo resignadamente, con valentía, como la de los jefes formados junto a1 Mariscal. ¿Y ahora...? Repita en voz alta su sueño de anoche. Desearía escuchar con que tono lo dice hoy. Hable, Comandante.
 
PERALTA: Ya no veo el momento de que esto se acabe para descansar de sus protestas, de sus suplicas y de sus llantos.
 
LUCIA: ¿Por qué se apresura tanto, Comandante? ¿Quiere morir ahora mismo para descansar de mí, o porque siente flaquear su fortaleza? Comprendo. Tanto se ha burlado de mi ansiedad de viva que ahora tiene miedo de dejarse llevar por esa misma ansiedad. No se avergüence de ser hombre. No me burlare de usted, pero, entréguese al enemigo. Nadie le reprochara nada. Cumplió usted con su deber hasta donde le fue posible, hasta donde el límite humano lo permite. No me diga que no siente miedo. No me diga que es fácil renunciar a la vida, a pesar de todo. Usted está convencido de defender una idea. Pero, ¿qué es una idea? Sólo sé que no tiene tripas; no tiene corazón. Pero, usted, si tiene alma y entrañas. Siente hambre y sed. Ternura y miedo. Valor y cobardía. Usted es como cualquiera: nada más que un hombre.
 
PERALTA: Si, nada más que un hombre. Con valor unas veces, y cobardía otras.
 
MANUEL: Pero más cobardía, ¿verdad Comandante...? No, no se olvide que estamos, como dijo esa señora, en el último instante de la verdad. ¡El último, Comandante!
 
PERALTA: ¿Acaso querría procesarme de nuevo...?
 
MANUEL: Si, creo que usted también tiene algo que agregar o rectificar a sus declaraciones. Tenga presente al Juez que emitirá su juicio.
 
PERALTA: Está bien.
 
MANUEL: ¿Admite usted haber cometido faltas en la última batalla comandada por usted...?
 
PERALTA: Sí.
 
MANUEL: ¿Lo hizo usted a propósito?
 
PERALTA: Fue a propósito.
 
MANUEL: ¿Mandó matar tanta gente en un esfuerzo desesperado por ganar la batalla y granjearse la simpatía del Mariscal...?
 
PERALTA: No. En verdad fue un esfuerzo desesperado por salir triunfante para borrar una posible sospecha del Mariscal, que podría costarme la vida.
 
MANUEL: ¿Qué sospecha...?
PERALTA: Traición.
 
MANUEL: ¿Estaba fundamentado su temor de que el Mariscal sospechase de usted...?
 
PERALTA: Sí.
 
MANUEL: Escuchamos su relato.
 
PERALTA: Antes de entrar en detalles, necesito contar una anécdota. Tuve un amigo cuyo hijo era oficial de mi regimiento. Antes de ayer, al morir y haciendo vivas a la Patria, maldijo a su progenitor. Era el teniente García, hermano de esta señorita (por Lucía).
 
LUCIA: ¡Cómo! ¿Usted sabía que mi padre...? ¿Y por qué no me lo dijo antes...? ¿Por qué permitió que yo dijera que...?
 
MANUEL: Señorita, por favor, no interrumpa el proceso. Puede continuar, Comandante.
 
PERALTA: Desde un tiempo atrás, el padre de esta señorita me visitaba con frecuencia en mi campamento. Demostraba mucho interés por el desarrollo de la guerra; por nuestras fuerzas humanas y bélicas. Era un compatriota y amigo y yo no tenía por qué negarle ninguna información. Parecía preocuparse por los acontecimientos adversos que comenzaron a surgir en estos últimos tiempos. Como ya era costumbre, un día llegó nuevamente junto a mí... (Aparece padre-1uz reflector:)
 
PADRE: Buenas tardes, Comandante.
 
PERALTA: Creí que ya no me visitarías.
 
PADRE: Estuve atendiendo muchos trabajos en la Capital... ¿y...? ¿Cómo andan las cosas...?
 
PERALTA: No del todo bien. Pero tenemos un hecho a favor que habla de nuestro heroísmo y amor a la Patria. Van para cinco años que estamos resistiendo al enemigo en su afán de arrear nuestra ensena.
 
PADRE: Sin duda es una heroica resistencia. Pero, y esto entre nosotros, como un comentario, ¿te parece que vale la pena tanto sacrificio...?
 
PERALTA: ¿Cómo?
 
PADRE: Bueno... decía... como que van muriendo mujeres, ancianos y niños...
 
PERALTA: No hay otra alternativa. No puede ser vencida una Patria que no se rinde.
 
PADRE: Es que ya no hay ninguna posibilidad de triunfar en esta guerra.
 
PERALTA: ¿Acaso no estamos triunfando? ¿Qué mayor gloria para la patria que morir antes que rendirse?
PADRE: Es posible que tengas razón. Pero, toda esta masacre puede evitarse. Hay tiempo todavía de salvar a quienes habrán de reconstruir la patria. La guerra no es contra el Paraguay sino contra el Mariscal López.
 
PERALTA: Un sofisma sin sentido.
 
PADRE: La guerra no terminará mientras continúe vivo el Mariscal.
 
PERALTA: Y mientras no muera el último soldado de bien, en la última trinchera.
 
PADRE: Supongamos que así sea. Nos quedaremos con el honor, pero sin músculos para empujar el arado y hacer florecer las espigas. Ahora mismo, la Patria ya no es sino un vasto cementerio, con una inmensa cruz de sacrificio inútil. Y en el fondo, ¿que es el honor? Un concepto. Una idea. Y los conceptos y las ideas están expuestos a lamentables equivocaciones.
 
PERALTA: Es decir que me consideras...
 
PADRE: No, yo no te juzgo. Solo es cuestión de pensar. Hoy vine a traerte un tema que considero interesante para tus reflexiones. Volveré por el resultado. (Apaga luz padre.)
 
PERALTA: Naturalmente, me quede reflexionando. Pase revista a los acontecimientos. desde el inicio de la guerra. Mucho sacrificio. Mucho esfuerzo. Demasiada penuria clavada en el corazón de la Patria. Yo mismo temblaba con el martirio de una soledad que poco a poco se me hacía insoportable. Buscaba la bondad de mi esposa y la ternura de mi hija, de quienes no supe si eran vivas o muertas. Asunción cayó en poder del enemigo y se multiplico el punto de mi desesperación, pensando en mi familia. No obstante ello, estaba convencido de obrar con honestidad, con sentido de Patria, siguiendo el pensamiento y la resistencia del Mariscal. Tal como me había prometido, mi amigo volvió a verme. Después de mucho hablar sobre el tema anterior, me dejo paralizado con una noticia. (Luz padre)
 
PADRE: Respeto tus opiniones, pero, todo tu sacrificio y tu heroísmo no tendrán sentido, por cuanto que tu propia familia no los reconoce.
 
PERALTA: ¿Qué? ¡Hablaste con mi esposa? ¿Viste a mi hija...? ¿Pudiste dar con ellas?
 
PADRE: Anoche, estuve en la nueva casa. La encontré por casualidad. La semana pasada tu hija se unió en matrimonio con un Capitán, que tú llamas "enemigo", pero que en el fondo...
 
PERALTA: ¡Cómo! ¿Mi hija...? ¿Mi dulce y querida hija, casada con...? pero, ¿la habrán obligado? Habrán cometido una canallada con su inocencia.
 
PADRE: No. Ella está radiante de felicidad... La felicidad de esos amores jóvenes, que están por encima de los conceptos y las ideas.
 
PERALTA: ¡Mi hija! ¡Mi dulce y querida hija!
 
PADRE: Tiene más suerte que mi hija. Pese a mi esfuerzo no logre apartarla de un hombre que corrió a entregar sus músculos a la guerra en vez de procurar la paz. Lucía desoye mis preocupaciones, seguramente hasta cuando los hechos me den la razón. Pero, ya será tarde. Y lo peor es que el novio de Lucía arrastro a mi hijo a esta guerra absurda, y como consecuencia, también a mi esposa que se encuentra ahora en las trincheras, junto al hijo. Menos mal que Lucía no se dejo atrapar por esa locura, y vive, por lo menos, con alguna comodidad, en casa...
 
PERALTA: En cambio mi hija...
 
PADRE: Su marido es muy buena persona. No tiene otro deseo que se acabe esta guerra, al igual que sus camaradas y superiores. Pero, hay que ayudarlos. El Paraguay ya tiene otro gobierno, formado en Asunción, al que hay que obedecer. Yo tengo influencias en ese gobierno y puedo ayudarte. Si quieres, mañana mismo, ya puedes estar disfrutando de nuevo de la paz de tu hogar. (Apaga luz-Padre...)
 
PERALTA: El continuaba hablándome... hablándome... Pero mi pensamiento solo se entretenía con la imagen de mi hija; con su piel morena y sus hoyuelos... Tres días después, mi amigo volvió a visitarme, ya entrada la noche. Me hablaba como temiendo ser visto o escuchado. Lo note preocupado. Anduvo con vueltas para hablarme y me hablo mucho. Pero, lo más importante de la conversación fue cuando me dijo...
 
PADRE: (Luz-Padre) Tu yerno te hace decir que admira tu patriotismo y valentía pero, la guerra prácticamente ha terminado y considera absurdo continuar luchando; tu esposa y tu hija comparten ese pensamiento, y desean que regreses con la garantía que obtuve del nuevo gobierno.
 
PERALTA: ¿Y quién te pidió que solicitases, para mí, una garantía, de eso que llamas "el nuevo gobierno"?
 
PADRE: Mi aprecio y el inmenso cariño de tu familia.
 
PERALTA: ¿Mi esposa...? ¿Mi hija?
 
PADRE: Hasta ya están molestas por tu obstinado capricho de aferrarte a esta situación inútil. Ellas desearían...
 
PERALTA: Sí, Uds. desean que en una próxima batalla yo haga aniquilar al casi ultimo resto de un ejército de gloriosos moribundos.
 
PADRE: Entonces, la guerra terminaría del todo y estarlas de nuevo con tu esposa y tu hija, que te aguardan ansiosas. Espero verte muy pronto en Asunción. Conviene que yo no aparezca más por aquí. Parece que ya desperté algunas sospechas. (Apaga luz-Padre.)
 
PERALTA: La inmensa amargura por la incomprensión dentro de mi misma familia hizo que aceptase aquellos deseos que me venían en forma de insinuación constante. Llego el día de la batalla y yo cambie la instrucción táctica que había recibido. En pleno combate, me entere de que mi amigo había sido fusilado por traición a la Patria. Sentí miedo y trate de ajustarme estrictamente a las instrucciones que un día antes había recibido del Mariscal. Entonces, comencé a amontonar hombres y a lanzarlos a la lucha desesperadamente, en un afán tremendo de ganar la batalla. Confieso que quise obtener la victoria, ya no, precisamente, para despejar la posible sospecha del Mariscal, sino por un sincero arrepentimiento de mi falta. Arrepentimiento que retorcía mi alma al ver a mis soldados luchar con entusiasmo de héroes y morir seguros de que no hay vencidos, cuando no hay rendición (Pausa). Este documento quise entregárselo al Mariscal, porque tendría para él un valor inmenso. Con ello no hubiesen sido vanas tantas muertes y yo quedaría reivindicado ante mí mismo. Como no se lo podre entregar, prefiero morir con el (Lo rompe) y juro que moriré gustoso.
 
MANUEL: (Pausa. Lucia se arrodilla a juntar y mirar los papeles.) ¿Y, terminó, Comandante...?
 
PERALTA: Si, Y con la satisfacción de haber dicho toda la verdad.
 
LUCIA: ¡Usted miente!
 
MANUEL: Señorita, el proceso...
 
LUCIA: Yo lo voy a procesar. ¡Por criminal! ¡Por traidor...! ¡El mando fusilar a mi padre! ¡El! Mi padre confió en usted, en su amistad y usted lo traiciono. Lo denuncio por miedo, por cobarde. Cuando él le conto la sospecha que despertaba, usted quiso evitar que esa misma sospecha recayera en usted, haciéndole fusilar. De esa forma, se quedaba usted con su "honor" de soldado.
 
PERALTA: De ninguna manera me considero culpable de la muerte de su padre. El llego hasta mí. No descanso en su afán de convencerme.
 
LUCIA: ¡El conspirador era usted! Usted se aprovecho de la buena fe de mi padre. Usted lo hizo matar cuando sus maquinaciones llegaron a un punto peligroso. Ahora me doy cuenta de todo. Al comienzo creí que el fusilamiento de mi padre se debía a un simple capricho del Mariscal porque no pudo obtener su adhesión.
 
PERALTA: Claro, usted ignoraba los verdaderos propósitos de su padre. Usted no sabía las intenciones que lo traían hasta mí y su estrecho entendimiento con el enemigo.
 
LUCIA: Ud. lo metió en eso. Si mi padre se opuso siempre a la guerra fue por simple humanidad. Si trató de disuadir a mi hermano, fue por amor paternal.
 
PERALTA: ¿Pero desde cuando su padre comenzó a odiar tanto la guerra? ¿Desde qué momento se declaro enemigo del Mariscal...? A ver... conteste...
 
LUCIA: ¿Que quiere Ud. insinuar...?
 
PERALTA: Conozco una historia que me relato su padre y creo que puedo contarla. Total, ya esta próximo a terminarse todo y nada saldrá de aquí, naturalmente.
 
LUCIA: ¿Qué historia...?
PERALTA: En su primera visita a mi campamento, su padre vino pálido y tembloroso, me hablaba de cosas vagas, intranscendentes, como reuniendo ánimo para hacerme una confidencia. Por fin, se sintió con fuerzas y recuerdo que me dijo... (Luz-Padre)
 
PADRE: Hace un mes, aproximadamente a la media noche, me asusto una sombra humana que se deslizaba por una de las ventanas, dirigiéndose hacia la puerta de calle. Le cerré el paso y con asombro y dolor me encontré con el novio de mi hija. No tenía nada que preguntarle. Toda la respuesta estaba en haberlo visto salir de la habitación de Lucía. El dolor ahogo mi indignación y nada se me ocurrió decirle. Hasta me humillo con su piedad, diciéndome que se casaría con ella. A nadie dije nada. Trague en silencio
esa amargura, confiando en que el mozo cumpliría su promesa. A la siguiente noche encontré a mi hija llorando, porque su novio, según ella, se fue a la guerra impulsado por un espíritu patriótico. La he visto sufrir y nada quise agregar a ese dolor recordándole lo ocurrido la noche antes. Le escribí al Mariscal solicitándole su justicia y 15 días después, me entere de que había sido ascendido el causante de mis amarguras. Me humille más todavía. Entonces, todo mi dolor se convirtió en un junto desprecio hacia quién desoyó mi reclamo, pudiendo haberlo atendido.
 
PERALTA: El ascenso habrá sido un premio por su actuación en la guerra. El Mariscal necesita de soldados valientes y premiarlos es justo. No importaba que una noche se hubiera acostado con una mujer.
 
PADRE: Pero el Mariscal me conocía. Estaba en sus manos...
 
PERALTA: En sus manos estaba defender el honor de toda una Patria y no la honra de una mujer que no la supo cuidar. (Apaga luz). Y se fue como vino. Silencioso. Amargado.
 
LUCIA: Mi padre nunca me dijo nada. Y usted, ¿por qué se calló por tanto tiempo...?
 
PERALTA: Si su padre mismo no se lo dijo, porque habría de decírselo yo...? Ahora es distinto. Ya está clareando el día y usted también tiene derecho a unos minutos de arrepentimiento.
 
ROSALIA: (Entrando) Ya se fue el Capitán Cantero... ya debe estar junto a mi madre.
 
LUCIA: (Desesperada) Si nos hicieron decir que al amanecer vendrían a matarnos, ¿por qué no vienen ya...? Esta espera es como una araña recorriendo mis venas, camino al corazón. ¡Ya quiero que lleguen! ¡Ya quiero que lleguen! Y que se acabe todo... pronto... pronto... (Intenta huir y Manuel la detiene; entra Madre.)
 
MANUEL: No se mueva de aquí.
 
LUCIA: (Forcejeando) ¡Déjeme!
 
MADRE: La van a acribillar. Quédese y muera con heroísmo.
 
LUCIA: Dejen de aturdirme con palabras inútiles.
 
MADRE: Serénese. En su desesperación deje un lugar para el arrepentimiento. ¡No le cierre todas las puertas a Dios!
 
LUCIA: (A Manuel) ¡Suélteme!
 
MANUEL: Usted no se mueve de aquí.
 
LUCIA: ¡Suélteme! ¿No se da cuenta de que ya estoy hastiada de todo? Ni un segundo más quiero prolongar esta situación absurda. Pelee por mi vida, y ustedes se opusieron. Ahora me ofrecen la vida por cinco minutos.
 
MADRE: No le ofrecemos la vida. Queremos para usted una muerte sin desesperación, que sería como entregarse al descanso Después de una larga fatiga.
 
LUCIA: Una larga fatiga... una larga fatiga... que por fin se acaba... ¡Mátenme! ¡MATENME! (Mutis corriendo; atrás Manuel.)
 
MADRE: (Después de larga pausa) ¿Qué estará pasando...?
 
HIJA: ¿Será que la perdonaron...?
 
MADRE: No es posible que no escuchemos cuando la acribillan. Comandante...
 
PERALTA: ¡Que se yo!
 
HIJA: ¿No será una nueva trampa...? Y Manuel que cometió la imprudencia de salir...
 
MADRE: ¿Que puede importarnos ya? Un poco de tiempo más o un poco de tiempo menos nada agrega ni quita a la vida. Pienso que morir así en paz con uno mismo, sería como soñar con los ojos abiertos hacia adentro. (Entra Manuel silencioso.) ¿Qué hay, Manuel...?
 
MANUEL: Nada.
 
MADRE: ¿Cómo nada...?
 
MANUEL: El enemigo se ha ido. No estamos rodeados por nadie.
 
MADRE: ¿Por nadie...?
 
MANUEL: Pobre Lucía! La he visto correr como queriendo ganarle a su desesperación.
 
MADRE: Entonces, no estamos rodeados... no nos iban a matar... decididamente nos hicieron una mala jugada.
 
MANUEL: Sí. Hicieron que nos conociéramos. Nos dejaron desnudos de cuerpo y alma. ¿Con que vamos a cubrimos ahora para mirarnos...?
 
PERALTA: Bueno... me voy...
 
MADRE: ¿Adonde se va. Comandante...?
 
PERALTA: A unirnos con nuestro ejército.
 
MADRE: Me voy con usted.
 
HIJA: Pero, mama...
 
MADRE: Debo encontrar a tu padre.
 
HIJA: Ya hemos peregrinado demasiado.
 
MADRE: Iré sola... Manuel, le entrego a usted mi hija...
 
MANUEL: Yo me voy con ustedes.
 
MADRE: No. No lo haga. Lleve a mi hija por un camino distinto. Ofrézcale su sueño de madre con hijos sin miedo a ser hombres. (Mutis Manuel y la hija) (Después de pausa) Comandante, cuando guste. Para nosotros la trinchera... Para ellos el surco... Vamos a darles la gloria y que ellos nos den las espigas... (Mutis lento)
 
ROSALIA: (Al mutis leyendo.) "Oísteis lo que fue dicho; amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo... amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced el bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y persiguen..." (Mutis total).
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De: EL GRITO DEL LUISÓN Y PROCESADOS DEL 70
 
(Asunción: El Lector, Colección Teatro, 1986),
 
pp. 59-95.

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Fuente:



Intercontinental Editora,

Asunción-Paraguay – 612 páginas.
 
 
 
 
 

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