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CHARO AVILA DE JARITON

  ENCUENTRO (Cuento de MARÍA ROSARIO AVILA DE JARITON)


ENCUENTRO (Cuento de MARÍA ROSARIO AVILA DE JARITON)
ENCUENTRO
Cuento de
MARÍA ROSARIO AVILA DE JARITON
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com  )

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ENCUENTRO
-Mire Ud. Sra. Kovetz, la pieza es una verdadera joya de Museo. Le diré sólo a modo informativo que ha sido fabricada en Berlín, para ser precisos a principios del S. XVIII en la Fábrica Amstrasse; en los años que llevamos mi familia y yo en esto he visto varias de la misma procedencia, pero así como ésta exactamente, hacía bastante que no recibíamos ninguna. Déjeme por favor enseñársela al Director de la casa.
 
De inmediato Juliuz volvió a su oficina y se dispuso a revisar la correspondencia del día, giro su cómodo sillón hacia el luminoso ventanal y levantó la vista sobre sus anteojos; de pronta sin poder explicarse a sí mismo el porqué, comenzó a recordar.
 
"Había terminado la guerra con 22 años; con vida, si así se le podía llamar a aquel despojo humano de menos de 40 kilos, casi sin pelo y con la dentadura en estado deplorable. Conoció el horror, el hambre, pero por sobre todas las cosas el terror y la total incertidumbre, donde cada minuto de vida le había llegado a parecer más un milagro que algo que por esencia le correspondiera. De su familia sólo tuvo noticias mucho más tarde, cuando recibiera carta de unos primos contándole que todos habían muerto. Juliuz quedó completamente solo. Conoció a Sara en una de sus innumerables esperas tratando de conseguir algún papel identificatorio. Sintieron una fuerza en común de forma casi inmediata. Aòos más tarde estaban casados. Le vinieron a la mente sus palabras:
 
-No tengo a nadie en el mundo más que a mi padre, y no me separaré de él por nada. Fue así como Don David Stumpson pasó a integrar de inmediato el hogar de los Kovetz. Este padecía de hemiplegia desde tiempo inmemorial, su origen lo desconocía Juliuz, y fue algo que nunca preguntó a Sara, respetando con su silencio aquel dolor. Don David era un hombre espléndido, hombre de Leyes, catedrático y amante del arte, que a pesar de ser prácticamente un inválido mantenía un señorío estupendo y se comunicaba con el mundo merced a un elegante bastón de puntera y mango de plata que había logrado preservar a pesar de todas sus penurias.
 
Sara vivió los primeros años de su matrimonio cuidando a su padre, como a los dos hijos que tuvo luego. Siempre le decía a Juliuz que tenía la impresión de que el padre quería decirle algo cuando golpeaba cuidadosa o enérgicamente el bastón, y que esé era él motivo de sus nervios ya que a veces se inquietaba mucho.
 
Todos los que lo rodeaban sabían que esa incomunicación sería de por vida.
 
El azar quiso que viniéramos al Uruguay, pensó Juliuz. Sara, decidió trabajar fuera de la casa; y buscó empecinadamente hasta dar con el tipo dé obligación que le resultara enriquecedora y la mantuviera unida a su pasado feliz. Se recibió de Experta en Antigüedades y consiguió formar parte del staff del Anticuario más importante de la ciudad. En el fondo yo sabía que algo más la impulsaba a trabajar entre siglos pasados; Sara nunca perdió la esperanza de encontrar al hermano de su padre que había sido en Europa el fundador de una casa dé Antigüedades muy importante. Y ésto hace que hoy tenga que volver a casa y no encontrarla, pensó, ya que Sara con los años se había vuelto una experta y debía realizar periódicos viajes a Europa en busca de alguna pieza extraña o como consulta por otras. El timbre del teléfono logró sacarlo de su abstracción".
 
-Si es lo que pienso yo, pero quería tener la expresa confirmación de ésta casa, porque considero que es la que mejor puede evaluar este objeto. Con gusto aceptaré la cita con el Sr. Director, cuando cree Ud. podría recibirme?
 
-Consultaré a su secretaria, dijo el hombre menudo y de cara angulosa.
 
Don David había empeorado en los últimos días y ya el médico había advertido a Sara y familia que no aguardaran nada bueno.
 
Murió un día de mañana muy temprano; Sara lo besó dulcemente y no se atrevió a retirarle el bastón que aprisionaban sus dedos todavía tibios; como tomando un trago amargo lo hizo y fue como si un pedazo de su padre la acompañara.
 
-Será mañana a las 4 de la tarde.
 
-Aquí estaré, le dijo Sara.
 
Ese día recorrió la ciudad y revivió cada lugar de su infancia.
 
Llegaron las 4 de la tarde y ella se encontraba en el despacho del Sr. Hanz Levitz que debía aparecer en cualquier momento; no sabía explicarse porqué estaba tren tensa, su trabajo había hecho que ella se encontrara en situaciones similares cientos de veces, pero transpiraba, estaba inquieta, como tratando de huir de aquel refinado sitio, donde se encontraba rodeada de piezas do incalculable valor las cuales distraían sólo por segundos su atención.
 
-Sra. Kovetz, placer de saludarla. Le dijo el tan esperado Sr. Director.
 
-Me ha informado el Sr. Dietrich que Ud. posee una estupenda pieza de colección.
 
-Así es, contestó Sara decidida.. Aquí la tiene.
 
El viejo Director la tomó con cuidado, sacó sus lentes y con gesto de real asombro apretó la pieza con firmeza.
 
-Me dicen que su nombre es...
 
-Sara, Sara Kovetz. Se adelantó Sara a responderle.
 
De inmediato la invitó a pasar al cuarto contiguo, donde él mismo se encargó de cerrar la puerta y encender la potente luz del escritorio. Abrió el cajón -de la derecha y extrajo unos gastados destornilladores. Sara no salía de su asombro, pues conocía muy bien el origen de la pieza y no podía explicar que significaba toda esa ceremonia. Agiles las manos del anciano empezaron a destornillar ambas puntas de plata; y cuando se hubieron aflojado lo suficiente las movió y quedaron desprendidas sobre el tapete rojo de pana. Comenzaron a rodar; libres por fin, infinidad de piedras preciosas de kilates indescriptibles.
 
Sara se incorporó lentamente sobre la mesa y cuando pudo hablar el anciano de profundas arrugas le dijo:
 
-Tú debes ser hija de David Stumpson.
 
Esto ya era mucho paria la pobre Sara que no entendía nada de lo que estaba sucediendo.
 
-Sí, atinó a decir con voz temblorosa.
 
El anciano salió de su viejo sillón de cuero y se acercó a Sara, ésta que seguía sin comprender nada lo miró desde su asiento y se quedó petrificada. El anciano le tendió la mano, y ella obedeciéndolo se puso de pié; la abrazó cálidamente y le contó en pocas palabras que él era el único hermano de su padre. Por un momento Sara no creyó nada de lo que estaba sucediendo, enmudeció sin articular palabra. El "supuesto" tío comprendiendo su incredulidad le dijo, que el bastón aún le deparaba sorpresas y que serían suficientes para de-mostrarle a ella la verdad.
 
-Mira, le dijo, tu padre y yo guardamos éste secreto a lo largo de toda la guerra. Ves este pequeño tornillo? y girándolo cayó de dentro del bastón una maciza barra de oro y un rollo de papel muy amarillo.
 
-No me digas nada Sara, le dijo, como único favor te pediré que me aguardes unos minutos aquí sin abrir este rollo de papel.
 
Sara quedó sola en el escritorio y tomó decidida el papelito: Lo abrió torpemente y leyó: Yo David Stumpson desconociendo el amargo destino al que la vida me sometiera, lego mis últimas pertenencias a mi hija Sara y si por gracia del Señor ella alguna vez me leyera sólo le pido que busque a mi hermano Hanz Stumpson que sabrá ayudarla.
 
A los pocos minutos el anciano estaba de vuelta con un bastón idéntico al de su padre en las manos, lo abrió de la misma manera y sacó el contenido, explicándole a Sara todo, y el pacto de ayuda indisoluble que los había unido siempre.
MARÍA ROSARIO AVILA DE JARITON.
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Fuente :
QUERIENDO CONTAR CUENTOS
TALLER CUENTO BREVE
Dirección:
HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ
Imprenta-Editorial
Casa América,
Asunción-Paraguay
1985 (172 páginas).
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