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DIRMA PARDO DE CARUGATI (+)

  DAVID AND BETSY (Cuento de DIRMA PARDO DE CARUGATI)


DAVID AND BETSY (Cuento de DIRMA PARDO DE CARUGATI)
DAVID AND BETSY



 

DAVID AND BETSY
 
 “... Mas esto que David había hecho,
 
fue desagradable a los ojos de Jehová."
 
2 Samuel, 11, 27
 

La campaña electoral se encontraba en su apogeo. La gran maquinaria estaba en marcha: despliegue pomposo de convenciones, giras por distintos estados, ruedas de prensa, banquetes pantagruélicos y multimillonario derroche de dinero, para convencer a las minorías marginadas que se luchaba por ellas.
 
En realidad, captar simpatías, ganar adeptos y conquistar al electorado es mucho más factible cuando el partido ya se encuentra en el poder. Y al presidente y candidato a reelección, en verdad, le sobraban méritos propios y no le faltaba atractivo personal. Desde sus primeros tiempos, cuando era un joven senador iniciándose en la vida pública, había cobrado prestigio político y social. Sobre todo, el favor femenino - según los sondeos - en un 80% se pronunciaba por David Simpson.
 
Pero un motivo trivial e inocente, si inocente puede llamarse a una revista ilustrada, habría de cambiar la suerte del presidente y torcer la historia del país.
 
Todo empezó la noche del debate televisivo entre los candidatos de los dos partidos más importantes.
 
El Hotel Majestic era el centro de operaciones. Desde hacía un mes, todo un ejército de colaboradores se hallaba en la ciudad preparando los contactos, las entrevistas y las negociaciones, no siempre claras - en las que se movían influencias y se prometían prebendas.
 
El Candidato había llegado esa tarde, repartiendo sonrisas, recibiendo flores, estrechando manos y saludando con los brazos en alto a una, multitud, no enteramente espontánea, desde luego.
 
David Simpson, no obstante, estaba algo tenso; los opositores criticaban duramente su política interna y sus alianzas exteriores. El "New Post" había iniciado una campaña difamatoria, hurgando entre antiguos contratos y viejas licitaciones, amenazando con descubrir un monopolio de estructuras bastante comprometedoras para el gobierno.
 
En su suite, David trataba de relajarse cambiando pareceres con sus consejeros, cuando Robert Joabson abrió su portafolios. Entre los blancos papeles se destacaba un colorido ejemplar de "Joy Boy", que el presidente tomó y empezó a hojear, como distraídamente. De pronto, su expresión cambió y lanzó un silbido de admiración. Todos hicieron silencio. Bien conocían la afición que David tenía por las mujeres hermosas.
 
Roben Joabson se acercó y vió la fotografía que embelesaba al presidente.
 
"El Baño de Venus", decía el epígrafe bajo una instantánea realmente artística: una mujer emergía del agua con todo el esplendor de su belleza al natural. Su piel joven de apariencia de terciopelo, mojada como fruta humedecida por el rocío, tenía un brillo fascinante. De su roja cabellera totalmente empapada, caían gotas iridiscentes que resbalaban por sus mórbidos senos.
 
- Tengo sed - dijo David sin levantar la vista.
 
Solícito, Stwart James le alcanzó un vaso de whisky y con un guiño cómplice le murmuró:
 
-Es Betsy Blair, una aspirante  a actriz. Se hizo medianamente notoria con un anuncio de shampoo y luego intentó un rol dramático, sin ningún éxito, en "Los Desnudos y los Muertos" de Norman Mailer.
 
-Quiero conocerla - dijo simplemente David, congratulándose, en su interior, por tener asesores tan bien informados.
 
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El enfrentamiento televisivo fue una batalla ganada, según los miembros del partido. Mientras se esperaban los resultados de la encuesta, se celebraba ya el triunfo en las salas de convenciones del Majestic. Llegaban telegramas y flores; varios teléfonos sonaban sin cesar y más y irás gente llegaba, saludándose con efusivos abrazos y palmoteándose las espaldas.
 
En un aparte, todo lo privadamente que se puede estar en medio de una multitud, David y Betsy Blair conversaban. Ella estaba íntimamente asustada, pero irradiaba felicidad. Un temor reverente la cohibía al hablar al hombre que tenía ante sí, pero se daba cuenta de cual era la situación.
 
David, por su parte, la miraba arrobado; trataba de reconocer ese cuerpo hermoso que había visto en la revista, bajo el insinuante traje de jersey que ella vestía ahora, que velaba pero no ocultaba sus formas.
 
Para cuando los cómputos confirmaron el triunfo del debate, Robert Joabson ya había recibido la orden de no molestar al Señor Presidente, quien se había retirado a sus aposentos.
 
-000-
 
En la redacción del "New Post", Uri Stone tecleaba con rabia la máquina de escribir. No podía olvidar que Betsy, su esposa, lo había abandonado. Le dolía que ella hubiera sido tan liviana, al mismo tiempo le causaba ira la posibilidad de que ella sólo hubiera sido víctima de las circunstancias. Una y otra vez golpeaban en sus sienes las palabras de la esquela garabateada que ella le dejó la noche de su partida: "He sido invitada a la fiesta del Presidente. Honor que no puedo rehusar. Besos. Te amo, Betsy". Recordaba haber hallado el papel ya próxima la salida del sol cuando regresó al departamento, luego de entregar sus crónicas. Inmediatamente comprendió todo, pero lo mantuvo expectante una leve esperanza. Cuando se convenció que era inútil, que ella no vendría, tomó lo imprescindible y decidió no volver a lo que hasta entonces había sido el hogar conyugal. Una vez más leyó el mensaje de Betsy antes de salir. Lo estrujó y lo arrojó en el inodoro. "Allí es donde debes estar" dijo furioso, haciendo correr el agua.
 
Ahora, lamentaba haber destruido aquel documento. ¿Era un documento o una reliquia? Sus sentimientos en pugna no le dejaban pensar con claridad. Bullía en su interior un deseo de venganza, al tiempo que sentía piedad por Betsy. Le hubiera sido suficiente que ella lo llamara y se disculpara. Pero ahora, su orgullo herido dolía tanto como su corazón destrozado
 
Uri Stone, tomó en ese instante una decisión: le pediría a Lloyd Andersen, el jefe de redacción, que lo incorporara al equipo que trabajaba en la investigación del gobierno.
 
-000-
 
Para entonces, el deslumbramiento de Betsy se había, convertido en un enamoramiento total. Aún no podía creerlo; era ella, sí ella misma, quien se encontraba en la alcoba del hombre más admirado del país, con el que seguramente sería por más tiempo el gobernante de una de las mayores potencias del mundo. ¿Quién se lo creería si lo contaba?. ¿Y podría acaso contarlo? David estaba casado y ella también. "¡Dios mío! ¡Uri! ¿Qué diría Uri?.
 
Pero Uri en ese momento era tan insignificante y lejano que evitó el remordimiento incipiente y eludió la molestia de tramar una explicación. Para aplacar su conciencia pensó que más adelante le pediría a David que lo ayudara, también a él, en su carrera.
 
II
 
Aquella fría mañana de enero, David Simpson, junto a su elegante esposa, prestaba juramento como presidente.
 
Betsy Blair, arrebujada entre sus sábanas de satén, seguía el desarrollo de los actos por televisión. Su estado de gravidez riesgosa, había hecho necesario este reposo. Además, los hermanos de David, sus aliados en esta oculta aventura, le habían aconsejado prudencia en sus apariciones en público. Esto, a consecuencia de los chismes de la prensa sensacionalista. La difamación solapada estaba resquebrajando la imagen del presidente y eso podía ser peligroso. Había que reconquistar al pueblo, al hombre común, que es, al fin de cuentas, quien exige a sus líderes las virtudes que él mismo no es capaz de tener.
 
Para desmentir "infamantes rumores" y fortalecer el mito de la típica familia, Uri Stone, el nuevo miembro del equipo de prensa de la casa presidencial, había elaborado unos folletos de distribución gratuita, con biografías, anécdotas y profuso material gráfico. En las fotografías se veía al Presidente y a la Primera Dama, sonrientes, compartiendo juegos con sus hijos y concurriendo, tomados de la mano, a los servicios religiosos.
 
Pero, ¿cuál era la verdad? David quería y retenía a Betsy. ¿La amaba?. Si bien la pasión de los primeros tiempos se había desvanecido, la amaba tiernamente. Le había prometido casarse con ella, el mismo día que Uri se divorció de Betsy "por incompatibilidad de caracteres".
 
Pero las promesas de los políticos no siempre se cumplen. Esclavo de sus deberes, David no podía divorciarse en estos momentos. La boda fue siempre un tema sin fecha, que se había ido posponiendo por una u otra razón.
 
David se encontraba acosado por problemas. Primero fue el escándalo del descubrimiento de espionaje dentro del propio partido. Un material grabado, muy comprometedor para David, inexplicablemente había llegado a manos de los redactores del "New Post". Luego, fue el trágico accidente del helicóptero presidencial, en el que Uri Stone perdiera la vida mientras cumplía una misión especial.
 
Y para colmo, la muerte del hijito de David y Betsy
 
El Presidente estaba atravesando una seria crisis. Últimamente se impacientaba con facilidad, se había vuelto muy susceptible y había envejecido.
 
Betsy temía perderlo; sabía que en el fondo, David pensaba que esta relación era la causante de su ruina moral y tomaba todo lo que estaba sucediendo como un castigo divino. Eso fue lo que los dos pensaron, aunque no lo admitieran, cuando murió el primer hijo de ambos.
 
Cuando nació el segundo hijo, bello y saludable, David reanudó sus antiguas promesas. Ya tenía la certeza interior que no llegaría a completar su segundo período,
 
Inscribió al niño en una pequeña ciudad con su propio apellido, en un intento de comprometerlo con un destino político, el mismo que él había recibido de sus mayores.
 
Pero Betsy estaba cansada. Ella también iba perdiendo entusiasmo por lo que la rodeaba. Se sentía hastiada de ese boato inútil, de su vida vacía y su futuro postergado. Empezó a caer en estados depresivos que ya ni el alcohol, su frecuente consuelo de los últimos tiempos, podía mitigar.
 
Una noche, mientras miraba por televisión una rueda de prensa que daba el Presidente, puso más pastillas que de costumbre en su último trago, Se lo bebió de un sorbo, mientras el rostro de David Simpson, desde la pantalla, trataba de demostrar el optimismo de antes. Betsy apagó la imagen, quiso escribir una carta, pero por sus dedos empezaron a trepar millones de hormigas.
 
Una fuerza irresistible la atraía hacia el cuarto contiguo. Allí, abrió los grifos de la gran bañera de mármol. Se liberó de su bata de seda dejándola caer, como si con ella dejara su propia piel, y fue al encuentro del agua. Se recostó en el cuenco, esperando la caricia purificadora.
 
Una pequeña catarata manaba de la boca de una serpiente de bronce bruñido. Al comienzo, el agua tibia acarició los contornos de su bello cuerpo, luego empezó a cubrirlo.
 
Betsy se sentía feliz. Pensamientos confusos aleteaban en su mente; la imagen de Uri se mezclaba en sus visiones. Todo le pareció hermoso; una placidez hasta ahora no experimentada empezó a colmarla. Se sintió joven, casi una, niña. Y comprendió que la vida era maravillosa.
 
Con enorme esfuerzo salió de la bañera. Quería mantener los ojos abiertos pero sus párpados parecían de plomo.
 
Caminando con dificultad llegó hasta el teléfono junto a la cama. "¡Dios mío -murmuró- tengo que hacer esa llamada!".
 
Pero Betsy ya había traspasado el punto de retorno. El auricular cayó al suelo.

.
DIRMA PARDO DE CARUGATI.
 
 
 

Fuente :


TALLER CUENTO BREVE

Dirección:


Imprenta-Editorial Casa América,

Asunción-Paraguay1985 (172 páginas).
 
 
 
 
 

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