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BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE (+)
  EL MARISCAL DE AMÉRICA (Ensayo de BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ)


EL MARISCAL DE AMÉRICA (Ensayo de BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ)
EL MARISCAL DE AMÉRICA

PONENCIA DE BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ

 
 
 

EL MARISCAL DE AMÉRICA
 
"MARISCAL JOSÉ FÉLIX ESTIGARRIBIA"
 
Se dan circunstancias en el devenir de los pueblos que, vistas de cerca, parecieran adversas e incluso funestas. No obstante, habrá de ser la Historia la que dicte, con la justiciera perspectiva del tiempo, el fallo definitivo.

Nos atreveríamos a ratificar lo que ya expresamos una vez, que tal sería el caso del motín inspirado por el inquieto coronel Albino Jara, el 2 de Julio de 1908. Cuartelazo alocado este, que troncharía la gestión del presidente Ferreira, quien realizaba esfuerzos por arrancar a nuestro país de la sima en que lo sumergiera la guerra. Pero, ¿como una expresión de irresponsable insubordinación, en época tan difícil, con todas las secuelas que genero, podríamos considerarla, posteriormente, positiva?

Para entenderlo, hagamos un poco de historia: Eran tiempos aquellos en que gravitaba poderosamente, en el escenario nacional, la brillante juventud de posguerra, denominada luego "generación del 900".

El Destino, cual si quisiera compensar a nuestro país de tanta desdicha e infortunio, se mostró pródigo en dones intelectuales y morales: Cecilio Báez, el mentor del grupo, es, a los 30 años, por su cultura excepcional, todo un maestro; Manuel Domínguez, a los 28 años, es catedrático, parlamentario y periodista consumado, paladín de nuestros derechos en el conflicto chaqueño; Fulgencio R. Moreno, el gran historiador de Asunción y abogado del Chaco, "cuya musa era una cedula real y su oficio doctor en limites", según palabras de Justo Pastor Benítez; Juan E. O'Leary pone su inteligencia privilegiada y su vigorosa y apasionada pluma al servicio de un pueblo abatido y desmoralizado, que pugna por reencontrarse; Manuel Gondra, cuya cultura humanística era tan vasta que sus contemporáneos lo comparaban con Menéndez y Pelayo; Ignacio A. Pane, sociólogo y poeta; Eligio y Eusebio Ayala, que años más tarde habrían de consagrarse como consumados estadistas; Francisco Pérez Acosta, Eugenio A. Garay y otros.

Plumas brillantes todas, republicanas unas, liberales otras, que polemizaban acremente desde las páginas de los periódicos, fustigando o defendiendo al gobierno, según fuera el grupo a que pertenecieran.

Toda esta proficua labor periodística, altamente positiva, como lo son siempre los enfrentamientos ideológicos que ayudan a esclarecer verdades, sumada a las obligadas tertulias de café o del Centro Español, cenáculo entonces de la intelectualidad de la época, inquietaban a los jóvenes militares, muchos de ellos de escasa formación cultural y cívica, incitándoles a actuar, directamente, en política.

Tal sería, entre otros, el caso de Albino Jara, que ya en 1904 participaba en el golpe liberal del general Ferreira, que iba a destituir al presidente Escurra. Cuartelazo este que permitirá al partido triunfante la permanencia, por 32 años consecutivos, en el poder.

Pero a Jara, impulsivo y ambicioso, no le satisface ser uno más del grupo, quiere papeles protagónicos y, para ello, da el golpe del 2 de julio de 1908, al que seguirán otros golpes y contragolpes en 1909, 1911, 1912, que sumirán al país en la anarquía. Muerto Jara, la convulsionada política local gozara de diez años de relativa tregua. Pero Albino Jara, en este ensayo, solo nos interesa como instrumento -¿casual?- del Destino que, ¡al fin!, depararía al país el Hombre capaz de vindicar derechos, recuperar territorios, impunemente usurpados, y transformarnos de pueblo vencido y humillado, ¡en pueblo victorioso y triunfante!

Veinte años tenía el agrónomo José Félix Estigarribia aquel 2 de julio de 1908; veinte años pletóricos de ilusiones e idealismo, pero aún inciertos, inseguros del camino a seguir, pese al diploma que lo acreditaba como el mejor egresado de la Escuela de Agricultura de Trinidad. Como muchos otros jóvenes de su edad, imbuidos de la fuerte campaña antigubernista, se asocia al golpe, creyendo canalizar acertadamente su amor a la Patria, ese sentimiento desinteresado, profundo, que vemos agudizarse en el con el correr de los años, hasta transformarse en obsesión por el problema Chaco.

La suerte está definitivamente echada y Estigarribia va al encuentro de su destino: trocara las tareas rurales por la espada; será soldado, el Soldado que angustiosa, impostergablemente, necesitaría años más tarde el país. Poco después del triunfo jarista de 1908, Estigarribia es subteniente en comisión, pero Jara, que no acepta las directivas del presidente Gondra, el cual insta a los militares a permanecer en los cuarteles, vuelve a levantarse contra el poder constituido, el 17 de enero de 1911, provocando la renuncia de Gondra y se constituye en dictador.

La reacción popular no se hace esperar y muchos de los jóvenes que habían apoyado el golpe de 1908 se resisten a aceptar la dictadura jarista y se enrolan en las filas de un movimiento que intenta restaurar la legalidad. Pero la revolución es vencida y su jefe, Adolfo Riquelme, antiguo camarada de Jara, es asesinado, tras la acción de Estero Bonete.

En este mismo combate, Estigarribia, oficial de las fuerzas presidenciales, es herido en un brazo, el 17 de marzo de 1911, y se ve forzado a recluirse por meses en el Hospital Militar.

El triunfo del coronel Albino Jara no dura mucho; cuatro meses después, la fuerza de la opinión pública, de la que el estudiantado fue factor determinante, vuelve a enfrentarlo y el dictador, pese a su coraje y temeridad, es derrotado, muriendo en Paraguarí a consecuencias de las heridas sufridas en combate, el 15 de mayo de 1912.
En agosto del mismo año, Estigarribia es enviado por el gobierno de Liberato Rojas a estudiar a Chile. Amable manera de sacar del medio a un oficial tildado de jarista. Pero lo que los hombres de gobierno ignoraban era que la dura experiencia vivida lo había signado definitivamente, impulsándolo a hacer un juramento íntimo, al que habrá de ser fiel hasta la muerte: el de no sublevarse jamás y ser siempre leal al poder establecido.

Paso a paso, ya desde su lejana juventud, los acontecimientos lo conducen, templando su espíritu, hasta adquirir la suma de virtudes que habrán de hacer de él el jefe único, indiscutido e indiscutible, que nos conducirá a la Victoria.

En Chile vive experiencias altamente positivas, revistando en las filas del Regimiento "Buin", 1° de Infantería, y adquiere, en la disciplina de un ejército moderno, los conocimientos básicos que ampliara luego en Europa, en las filas de uno de los mejores ejércitos del mundo.

Impresiona vivamente leer, en sus libretas de apuntes de aquellos años de Chile, sus comentarios y acotaciones, hechos diariamente tras asistir a clase, lo que nos da una idea clara de la responsabilidad con que se afanaba en sus estudios.

En 1913 regresa al país y es destinado a la Zona Militar con asiento en Concepción, salvándose de la exclusión que sufren los oficiales jaristas, merced a la intercesión de su jefe, el entonces coronel Schenoni, quien ya advierte en él cualidades poco comunes.

Allí conoce a la que habrá de ser la devota y fiel compañera de su vida, doña Julia Miranda Cueto, de ilustre prosapia, con la que contrae matrimonio el 23 de setiembre de 1916, cuando sólo era un modesto Teniente 1° de Infantería.

Un año más tarde, Estigarribia es ascendido a Capitán; sirve primero en la Segunda Zona de Paraguarí y luego en la Secretaria del Ministerio de Guerra. Posteriormente, en febrero de 1922, será destinado a Villa Hayes en calidad de Comandante del Batallón de Zapadores. Desde aquí comenzara a ascender, verticalmente, la estrella del futuro Conductor del Chaco hasta alcanzar alturas que asombraran a América y al mundo. Entretanto, nuestra política interna sigue sufriendo altibajos de mayor o menor importancia, hasta que el 21 de octubre de 1921 otro golpe de Estado provoca, por segunda vez, la renuncia del presidente Gondra.

Las dos fracciones del liberalismo, que a la sazón constituían la mayoría parlamentaria, tratan de superar la crisis sobre la base de la presidencia del Dr. Eusebio Ayala. Solución transitoria, ya que la violencia volvería a estallar en breve, pero que permite aquilatar las dotes del futuro vencedor del Chaco.

Con el fin de pacificar el país, el Poder Ejecutivo decreta la disolución del Batallón de Guardia cárceles, foco constante de subversión. El encargado de cumplir la orden será el capitán Estigarribia; pero este no se ajusta, estrictamente, a las instrucciones recibidas; por el contrario, se adelanta a la hora prefijada por sus superiores, presentándose, sorpresivamente, a las dos de la madrugada, lo que le permite licenciar a los somnolientos oficiales y desarmar a la tropa, sin disparar un solo tiro.

Esta actitud de responsable independencia del joven capitán coincide perfectamente con la que, muchos años más tarde, el General triunfante del Chaco consignara en sus memorias: "En julio de 1932, estando yo en mi Puesto de Comando, en Casanillo, llegaba a Puerto Casado procedente de Asunción, el jefe de Estado Mayor, con el fin de conferenciar conmigo, pero yo no tenía tiempo que perder y le hice decir que regresara a Asunción, apresurarse la movilización y me mandase un mapa del Chaco. Mi respuesta era, aparentemente, un acto de desobediencia, pero siempre he creído que el subordinado debe proceder de acuerdo con las circunstancias, aunque para ello deba alejarse de la línea de conducta impuesta por el superior jerárquico".

En mayo de 1922, el capitán Estigarribia, integrando las fuerzas legales, al mando del 2º Destacamento, actuara brillantemente en la defensa de nuestra Capital, asediada por el levantamiento militar del coronel Chirife. Posteriormente, su actuación culminara en Carmen del Paraná, donde con 120 hombres, tras atravesar varias leguas de picadas, atacara por la espalda a las fuerzas rebeldes, muy superiores en número y elementos, derrotándolas definitivamente en noviembre de 1922 en Caí Puente, lo que le valdrá el primero de los múltiples ascensos conquistados en combate.

Esta acción habrá de ser siempre de suma importancia para los estudiosos de la técnica operativa de Estigarribia, ya que en ella, por primera vez, este pone en práctica la táctica envolvente del "corralito", que tan espectaculares triunfos le valdrán en el Chaco.

Pacificado el país, el ya mayor Estigarribia es nombrado Director de la Escuela Militar y en 1924 viajara a Europa para perfeccionar sus estudios.

En esos años, decisivos para su carrera militar, ya su obsesión era el Chaco. Lapso en que se empeño a fondo en aquello para lo que se creía llamado y que habrá de merecerle, años más tarde, el justiciero título de Mariscal de América.

Sus días le resultan cortos para aprender todo lo que desea saber; contrata profesores particulares y lee y estudia sin cesar. Asiduo de la Biblioteca Nacional de París, en ella leyó todo lo referente al Paraguay y tomó anotaciones para las carpetas del Estado Mayor. Siempre sostuvo la tesis de que la misión de nuestro Ejército era superior a su mera faz institucional: "Nuestro Ejército -decía- tiene una misión doblemente histórica: salvar el Chaco y reconstruir la Patria".

Entre San Martín y Bolívar, sus preferencias fueron para el primero, por su modestia y mesura. Brillante alumno de la Escuela Superior de Guerra de Francia, egresara de ella con las máximas calificaciones y obtendrá su brevet de Oficial de Estado Mayor. Previamente, habrá servido en el Regimiento de Infantería N° 26, en Nancy, en carácter de Oficial Comandante, y en el Regimiento de Artillería N° 8, en la misma guarnición.

A la generosidad de su esposa, que no dudó en sacrificar dos parcelas de su pequeño campo de Concepción para ayudar a solventar los gastos de la familia en Francia, debe en gran parte Estigarribia el haberse entregado de lleno a sus estudios sin preocupaciones de otra índole. Desde Francia escribía al después coronel Carlos J. Fernández, en respuesta a una carta en la que este le pedía colaboraciones para la Revista Militar de nuestro país: "Yo lamento, de veras, no poder hacer las cosas en la misma forma que los compañeros de Chile; yo debo ocuparme de cosas más elevadas, dada la responsabilidad que se me avecina; debo cuidar ante todo mi preparación especial, de tal manera que este habilitado para desenvolverme ampliamente, con capacidad profesional; cuando regrese al país. Yo voy a prepararme, lo estoy haciendo, en las altas técnicas, lo que no es posible hacer en nuestro país, y prometo que nadie, en igualdad de condiciones, hará más que yo en Europa".

Al futuro Presidente de la Victoria, a la sazón Ministro Plenipotenciario en Washington, le escribía con tristeza, desde Nancy: "Al incorporarme a la vida militar de los oficiales franceses, he notado el vacío inmenso de lo que entre nosotros constituye la alta dirección militar; veo aquí cosas básicas, indispensables por tanto, que jamás se habían insinuado en nuestro país. Los encargados de hacerlo, me refiero a los jefes militares, nunca ni habían hablado de ellas, lo que me conduce a amargas reflexiones; por mi parte, confío poder capacitarme suficientemente a fin de llevar a nuestro Ejercito muchas prácticas útiles y conocimientos necesarios. Lo importante es prepararse para una acción eficaz, cuando la oportunidad llegue". Y luego de varias consideraciones más, altamente significativas, termina: "Estas indiscreciones me las permito con usted, porque mi confianza en su persona no tiene límites y porque espero de su acción futura muchos bienes para nuestro país".

Cuando Estigarribia escribía estas líneas era solo un modesto Mayor de Infantería y nuestro país contaba con prestigiosos generales. ¡Qué secreta intuición, que intima revelación le permitían profetizar de tal manera?

De entre las múltiples y ricas experiencias vividas durante aquellos años de estudios y aprendizaje, unas maniobras realizadas en Marruecos, al mando del mariscal Lyautey, en las que tiene la fortuna de participar, lo enfrentan al desierto, un desierto similar al que tendría que vencer en algunas zonas del Chaco, ajustando a sus condiciones su táctica operativa.

Al despedirlo, en vísperas de regresar al Paraguay, su profesor de Filosofía Militar, mariscal Foch, le augura un alto destino; paradójicamente, vaticinios similares habían hecho muchos anos atrás don Manuel Gondra, erudito y ecuánime, y Albino Jara, irresponsable y arbitrario.

En 1927 se encuentra de nuevo en Paraguay y, a poco de llegar, será ascendido a Teniente Coronel y desempeñará sucesivamente los cargos de Sub-Jefe y Jefe de Estado Mayor, y ejercerá la cátedra de Táctica en la Escuela Militar.

Ya tenemos a nuestro futuro Conductor gravitando firmemente en el ámbito castrense, en aquellos años en que el problema Chaco va acuciando más y más la conciencia nacional.

Mientras los pacificistas soñaban con soluciones jurídicas, Eligio Ayala, que no se engañaba respecto a las intenciones bolivianas, calladamente había enviado emisarios a Europa para adquirir elementos bélicos, cuidando de no endeudar la exigua economía nacional.

En 1928 la política internacional americana parece tomar conciencia del problema Chaco. Noticias alarmantes llegan a nuestra Cancillería; Fulgencio R. Moreno, ministro en Río, informa que el general Montes le había dicho en forma categórica: "El puerto sobre el río o la guerra".

En Washington, la Comisión de Neutrales, integrada por representantes de Estados Unidos de Norteamérica, México, Colombia, Uruguay y Cuba, se aboca al estudio de un pacto de no agresión, mientras en Ginebra la Liga de las Naciones propugnará a la no violencia.

Son pocos en América los que creen en la inminencia de la guerra; solo Bolivia, bajo la firme inspiración de Salamanca, sabe adónde va. Su moderno y bien dotado ejercito lo hace subestimar al nuestro, cuyo parque de guerra había sido seriamente dañado cuando la guerra civil de 1922 a 1923.

Un día, el ya ex Presidente boliviano habría de decir amargamente, refiriéndose a los jefes militares de su país: "Les hemos dado todo lo que han pedido; lo único que no pudimos darles es el talento para conducir una guerra".

Para no alertar a Bolivia, nuestros preparativos bélicos se hacen dentro del mayor secreto, lo que impide informar a la opinion pública que se encrespa violentamente ante la penetración cada vez más agresiva de Bolivia en nuestro territorio.

El incidente de "Vanguardia", en diciembre de 1928, con su secuela de humillaciones para nuestro país que por imposición externa se vio forzado a reconstruir los ranchos bolivianos, caldeara aún más los ánimos.

En 1931 el descontento es tan grande, que ya se habla francamente de revolución. En Campo Grande, el regimiento del entonces mayor Rafael Franco constituye una constante amenaza para el gobierno constitucional del Dr. José P. Guggiari, el cual, por razones de seguridad, dispondrá su traslado al Chaco.

Consciente de la gravedad de la situación, el teniente coronel Estigarribia se ofrece al Ministro de Guerra para solucionar el espinoso asunto, quizá porque en su fuero íntimo dudase de que otro pudiera hacerlo por medios pacíficos.

Con autorización de sus superiores se dirige a Campo Grande y, con la cortesía y firmeza que serían las constantes en su ejercicio del mando, da las órdenes pertinentes, dejando satisfactoriamente resuelta la peligrosa situación. Pero, pese a su corrección, disciplina y contracción al trabajo, Estigarribia no es el favorito de sus jefes, debido a que sus conocimientos tácticos rebasan de los de aquellos que se niegan a respetar sus criterios.

Durante una maniobra en Campo Grande, Estigarribia critica severamente la exposición táctica de un joven capitán, y el general Schenoni, Ministro de Guerra, lo desautoriza.

Herido en su dignidad, Estigarribia pide venia y se retira, lo que le valdrá la remoción de su cargo de Jefe de Estado Mayor.

Este incidente doloroso estuvo a punto de hacerle cambiar de rumbo, pero su destino está marcado; su vocación es demasiado fuerte para dejarse acobardar por la incomprensión; su conciencia sobre el problema Chaco, exacerbadamente aguda y responsable, para dimitir, cuando ya consideraba inminente el desenlace de las sinuosas negociaciones de límites.

En junio de 1931, le ofrecen el comando de la 1º División de Infantería, con asiento en Puerto Casado, quizás con intenciones de alejar a un jefe cuyos criterios, excesivamente firmes, molestan.

Estigarribia, que no ha dejado un solo día de estudiar nuestras posibilidades en caso de guerra, tras meditarlo, acepta. Lo que para muchos significa el ostracismo, para él es la primera etapa de su misión.

Al asumir el mando de la gran unidad, el 18 de junio de 1931, lanza una proclama digna de análisis, por ser una autentica proclama de guerra, cuando muchos, la gran mayoría, todavía se hallaban sumidos en el peligroso nirvana del pacificismo: "Al asumir la grande, honrosa misión de comandar la D.I., además del alto cargo que ejerzo -poco antes había sido nombrado Inspector General del Ejercito- en momentos en que nuevas amenazas se ciernen sobre la patria, hago un llamamiento a todos los comandos a redoblar actividad y energías para la mejor preparación de la victoria.

"Cuento con la lealtad y la ya proverbial abnegación y espíritu de sacrificio de los señores jefes y oficiales, así como del personal de clases y soldados, para la realización de la magna obra". Y, como si exhortara a despertar a las autoridades, concluye diciendo: "Con el profundo convencimiento de que el gobierno nacional y el pueblo integro nos acompañan, con plena fe en nuestro patriotismo, llevaremos nuestros esfuerzos a sus límites extremos, sin desfallecimiento de ninguna clase y lograremos nuestra gran finalidad".

Es ya el jefe que sabe lo que debe hacer y asume, con serenidad y firmeza, responsabilidades. Su plan operativo lo ira elaborando luego, sobre el terreno, tras recorrer concienzudamente cinco veces el Chaco, lo que le ratificara en su tesis de defenderlo atacando al enemigo, y no esperándolo en la costa del río, como tercamente sostendrían luego los altos mandos.

Entre tanto, Bolivia continúa su persistente penetración en el Chaco; la toma de Masamaklay y nuestro fallido intento de recuperarlo son el detonante de la reacción popular que desemboca en el tristemente célebre 23 de octubre, con la matanza de un grupo de estudiantes que va al Palacio en actitud vindicatoria.

El país está al borde del caos y de la anarquía; de no ser por la lealtad del Ejército y la Armada, una nueva guerra civil hubiese dividido la República, en momentos en que Bolivia ultimaba los preparativos para arrebatarnos lo que nos restaba del Chaco.

El 15 de junio de 1932 volverá Bolivia a la agresión, apoderándose de un lugar estratégico: nuestra reserva de agua de la laguna Pitiantuta; la guerra es ya una realidad. Estigarribia pronto se hallara en vísperas de su primera gran batalla: Boquerón, la más sangrienta de la epopeya, para nosotros.

No nos referiremos en detalle a nuestros múltiples triunfos chaqueños, por ser ellos demasiado conocidos de todos. Tan solo deseamos destacar la actitud de Estigarribia en los momentos cruciales de la guerra, en los que se agiganta su talla de Conductor: en Boquerón, prácticamente al inicio de su misión, ya su fe en la victoria y en el elemento humano que comanda se manifiesta inquebrantable: Al escuchar la opinión de uno de sus jefes que, tras numerosos días de encarnizada lucha, aconseja el repliegue por falta de agua, responde firme, serenamente: "De lo que se deduce que el problema es la falta de agua; a solucionarlo pues y, entre tanto, sigamos combatiendo". En la primera batalla de Nanawa, cuando ante la tenacidad de los ataques enemigos comienzan a escasear las municiones y parecería el repliegue la única opción, ordena seguir resistiendo, mientras se organiza el abastecimiento por aire al fortín; ante el implacable asedio a Herrera, su fe en la defensa del mayor Antola permanece imperturbable; en Campo Vía, maniobra que ya lo revela como un estratega consumado, asume personalmente el mando para la culminación de la misma, con los magníficos resultados que se conocen; ante la terrible ofensiva del coronel Toro, que pretende retomar Camacho tras envolver en tres sucesivos cercos a dos de nuestras divisiones, Estigarribia no se arredra y ordena la acción de El Carmen, que parecía irrealizable, después del revés de Strongest.

En esa acción brillante, que por sí sola constituiría un inamovible pedestal de la figura del Conductor, la intuición de Estigarribia, su ilimitada confianza en los comandos y en la tropa, le hacen jugar su última carta, comprometiendo en ella su 8º División, angustiosamente reclamada desde meses atrás por su Unidad madre, el 2º Cuerpo.

Y como si esa gran victoria fuera poco, días después ordena la toma de los pozos de Yrendagüé, exigiendo a su 8a División un esfuerzo que sobrepasaba los límites de lo puramente humano, con el consabido aniquilamiento, en Picuiba, del Cuerpo de Caballería del coronel Toro. En tan tremendas circunstancias, el jefe se mostró siempre sereno, sin altibajos, infundiendo confianza a los suyos. Ubicaba su puesto de comando avanzado en los puntos precisos, lo que le permitía seguir el desarrollo de los acontecimientos y actuar de acuerdo con las situaciones creadas por el oscilar de los combates. Inspeccionaba personalmente las unidades comprometidas en las acciones y su sola presencia bastaba para fortalecer los ánimos y ratificar la fe en la victoria. Sus órdenes y concepciones tácticas eran producto de exhaustivas meditaciones, pero siempre tenían ese toque de audacia que hicieron posible las victorias de El Carmen, Yrendagüé e Ingavi. Fue la antítesis del déspota o del autócrata; en tres años de guerra no firmó una sola orden de fusilamiento y siempre trató con respeto y consideración a sus subordinados, por humildes que fuesen. Pero sabía ser severo, cuando creía que podía menoscabarse su autoridad.

Escuchaba las opiniones de sus colaboradores en lo referente a planes operativos, dejando siempre margen a las iniciativas particulares, pero no cedía un ápice en sus criterios cuando creía estar en lo cierto. En los años que duró la guerra no abandonó un solo día el Chaco, ni tuvo una decima de fiebre, en una geografía inhóspita que ponía a dura prueba las mas recias constituciones físicas.

Su armonía interior se traslucía en su cuerpo sano y vigoroso al que imponía una dieta sobria y equilibrada. En su mesa de Comanchaco estaba prohibido hablar de la guerra y de todo aquello que pudiera resultar desagradable. No era afecto a las bebidas alcohólicas y, parco en el comer, su cena se reducía a un vaso, de leche.

Las largas caminatas que diariamente realizaba ayudaban a mantener su excelente estado de salud. No resulta raro, pues, que sus colaboradores inmediatos recuerden con profundo respeto, afecto y admiración no solo al estratega, sino al hombre. Y lo que más gratifica a quienes, en su condición de paraguayos conscientes de lo que el país le debe, veneran su recuerdo, es la noble rectificación de juicio que han hecho, con la equidad que dan los años, aquellos que un día, acerbamente, le enfrentaron.

Nada más significativo que las palabras del coronel Smith, jefe ejecutivo del golpe de febrero, y de otros implicados, al más tarde general Pampliega, años después del doloroso suceso: "¡Pero estábamos todos locos, Amancio! ¡Mira que destituir a nuestro jefe que nos guió a una victoria que nadie en América, ni nosotros mismos, esperábamos!". O los juicios laudatorios de otros ilustres jefes, activistas de febrero, en mi libro "Testimonios Veteranos".

Pero si Estigarribia fue grande en las victorias, fue aun más grande en los fracasos, en los pocos que tuvimos. Cuando tras el revés de Strongest -el más serio de la guerra-el capitán Isidoro Jara le da el informe, responde serenamente: "Capitán Jara, agradezco y felicito a su escuadrilla. Transmita mi profundo reconocimiento a toda la tripulación que participó en la acción. El capitán Joel Estigarribia hizo lo imposible y pasa como, el mimado de la historia de esta batalla". Ni una palabra, ni un gesto que denote frustración o enojo. El mismo admirable equilibrio, la misma reposada ecuanimidad de siempre.

En medio de la tremenda, alucinante responsabilidad que pesa sobre él, al jefe supremo le resta tiempo para escribir largas, afectuosas cartas a la hija lejana. A fines de julio del 33, le dice entre otras cosas: "Querida hijita: Acabo de recibir con gran satisfacción tu primer trabajo en plata, que me enviaste de obsequio. Estoy sumamente contento del adelanto en tus aprendizajes. Tu obsequio es de un gusto exquisito; lo usare siempre, para tener junto a mí este recuerdo tuyo, que te lo agradezco de todo corazón". Es el mismo padre afectuoso que, desde la cárcel, sin ningún rencor para nadie, le dirá: "Gracielita: estaba preocupado porque no mejorabas de salud, pero ahora estoy tranquilo, porque me dices que sigues mejor y que mamacita se encuentra bien. Las naranjas son muy lindas, muchas gracias". O el marido amante que, Ministro en Washington, en mayo de 1938, escribe a la esposa que no se resigna a las penurias económicas que este sufre: "Julieta de mi corazón: Tu no debes llorar mas, tú has hecho ya demasiado y, además, debemos armamos de coraje, de ese coraje que nunca nos faltó para seguir luchando indefinidamente; nuestro destino es ese; Dios lo ha dispuesto así".

"No debes pedir nada a nadie; todos saben lo que nos pasa, pero se desentienden por tratarse de nosotros. Y así seguirá siendo. Si me permiten ir, yo arreglare todo de modo de poder cumplir mi resolución de no mezclarme en política interna y retirarme, oportunamente, a la vida privada, a un lugar lejano del extranjero. Yo ya no podre vivir tranquilamente en mi país, antes de que transcurran muchos años.

"He adelgazado algo, pero estoy perfectamente de salud. No te preocupes de mi situación, de todos modos esto no va a durar; si no me permiten ir en junio, iré lo mismo, definitivamente, a fin de año. Además, con Pablito hemos encontrado la forma de manejarnos con el dinero que tenemos y que consiste en ir, escondidamente, a comer a un restaurante de última clase. Pero no creas que comemos mal; la comida es excelente, la baratura viene de que cada uno se sirve a sí mismo... Por otro lado, estamos aquí en verano y los diplomáticos ya no hacen fiestas, empiezan a salir al campo y no volverán hasta agosto, lo que hasta esa fecha nos permitirá soportar esta vida; después será absolutamente imposible.

"Ponte alegre; tomemos la vida así. Pienso dedicarte mis Memorias, a ti que me acompañaste y sufriste conmigo, y a nuestra hijita que salvo mi archivo del saqueo que hicieron a nuestra casa...".

Más tarde, en vísperas de uno de sus viajes al Paraguay, le dirá: "Julieta querida: pensaba llevarles, a ti y a nuestra hijita, algún regalo, pero veo que sólo podre llevarles unos pares de medias de nylon...".

Los hechos demostraran después que Estigarribia no pudo cumplir su íntimo deseo de retirarse en paz y mantenerse ajeno a la política; en Asunción amaga de nuevo la anarquía; se cree que el único capaz de conjurarla será el glorioso jefe del Chaco, y Estigarribia, que nunca eludía responsabilidades, por mucho que le pesasen, acepta la Presidencia de la República sin trepidar, con la misma entereza y serenidad con que, el 21 de julio de 1938, asumió la responsabilidad de la firma del tan controvertido Tratado de Paz, Amistad y Límites con Bolivia.

Porque, ¿quién era el más indicado para hacerlo?, ¿quien, como el que fue su Comandante en Jefe, podría conocer las posibilidades de nuestro Ejercito, agotado tras tres años de titánica lucha, profundamente escindido en sus cuadros de jefes y oficiales que, de reiniciarse las hostilidades, se vería forzado a combatir fuera de su hábitat; desafiando los ignotos misterios de la montaña, a cientos de kilómetros de sus bases? Si sumamos a estas circunstancias adversas el hecho de que nuestro país había devuelto a Bolivia 16.825 soldados prisioneros y 349 oficiales y además había vendido a un agente extranjero parte de nuestro material de guerra, se nos hace fácil comprender la suprema renuncia que, ante la intransigencia boliviana, hace el jefe a territorio tan duramente reconquistado, en su afán de dar por terminado el secular litigio con Bolivia y lograr para el país unas fronteras definitivas que asegurasen la paz, esa paz fervientemente deseada por todos.

Dramática encrucijada la suya, en la que el firmar podría significarle la incomprensión e incluso el odio de muchos, de aquellos que no entienden razones, porque solo se dejan llevar por las pasiones políticas, y el no firmar podría acarrear de nuevo la guerra.

Estigarribia no duda y firma, quizá sabiendo en su fuero íntimo que, al hacerlo, se sacrificaba a sí mismo, por la conveniencia del país. Afronta la disyuntiva lacerante, porque tiene conciencia de ser el único con títulos suficientes para hacerlo, el único a quien, apaciguadas las pasiones, nunca se podrá enjuiciar. Porque nadie, de conciencia sana, podrá jamás dudar del patriotismo de quien se esforzó al máximo para conducirnos a la victoria; nadie, de conciencia recta, podrá cuestionar jamás la buena fe y el desinterés de quien vivió y murió desposeído de bienes materiales, pese a haber recuperado para el país la cuarta parte de su territorio; pese a haber sido la figura decisiva, el hombre clave, en momentos en que se definía el ser o no ser del Paraguay.

A cuatro décadas de su muerte, la ciudadanía aun no ha rendido a su Mariscal victorioso el tributo que le debe; urge, impostergablemente, como un deber de justicia y para no quedar ante el mundo como ingratos, que el gobierno y el pueblo todo, unidos en un mismo amor, en una misma gratitud, plasmen en la inmutabilidad del bronce o en la nobleza del mármol la imagen gigante de quien se dio íntegro al país, sin exigir nunca nada.
 


BIBLIOGRAFÍA
 
1. Archivo particular del Mariscal José Félix Estigarribia.
2. Archivo particular del Dr. Carlos Pastore.
3. Testimonios de veteranos. Afirmaciones del general (Raimundo Rolón), de la autora de este trabajo.
4. Afirmaciones del coronel Carlos J. Fernández en Testimonios de veteranos.
5. Afirmaciones del general Amancio Pampliega en la misma obra.
6. Estigarribia, el Soldado del Chaco, Justo Pastor Benítez.
7. Estigarribia, el gran desconocido, Graciela E. de Fernández.
8. La defensa del Chaco, Ángel F. Ríos.
9. La epopeya del Chaco, memorias de la Guerra del Chaco, del Mariscal José Félix Estigarribia.
 

FUENTES
 
Archivo particular del Mariscal José Félix Estigarribia.
Archivo particular de Carlos A. Pastore.
 

BIBLIOGRAFÍA SELECTA
 
- Justo Pastor BENITEZ, Estigarribia: soldado del Chaco, Buenos Aires-Asunción, Librería y Editorial Niza, 1958 (2da. Edic.), 140 pág.
- Graciela FERNANDEZ DE ESTIGARRIBIA, Estigarribia, el gran desconocido, Ed. Carlos Schauman, Asunción. "Ediciones del Cincuentenario de la Guerra del Chaco", 1983 (2a Edic.), 157 pág.
- José Félix ESTIGARRIBIA, La Epopeya del Chaco, Memorias de la Guerra del Chaco. Redacción y anotación de Pablo Max Insfrán, Asunción: Imprenta Nacional 1972, 375 pág.
- Ángel R, RIOS, La Defensa del Chaco: verdades y mentiras de una victoria, presentación de José Fernández Talavera, Asunción. Archivo del Liberalismo, 1989, 450 pág.
- Beatriz RODRIGUEZ-ALCALA, Testimonios veteranos: evocando la Guerra del Chaco, Testimonios del Coronel Carlos J. Fernández; del Gral. Amancio Pampliega; del Gral. Raimundo Rolón. Asunción. Comuneros, 1977, 608 pág.
 

 
Fuente:


IV ÉPOCA – Nº 18

A CENTRE OF INTERNATIONAL PEN

EDICIÓN ESPECIAL

LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA LITERATURA EN EL PARAGUAY

Arandurã Editorial,

Asunción – Paraguay

Julio 2010 (199 páginas).
 
 
 
 
 
 
 

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