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ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH

  LA INDEPENDENCIA Y LOS PRIMEROS GOBIERNOS (Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH)


LA INDEPENDENCIA Y LOS PRIMEROS GOBIERNOS (Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH)
LA INDEPENDENCIA Y LOS PRIMEROS GOBIERNOS REPUBLICANOS
 
 
 
 
 
La independencia y los primeros gobiernos republicanos
 
La Primera Junta Superior Gubernativa de junio de 1811, institución que debía encaminar la nueva nación paraguaya por los senderos de la libertad, se encontró con una arcaica organización pública, plagada de vicios y prerrogativas y con la seguridad muy comprometida de su menguada geografía, mutilada por la enconada malquerencia de sus grandes y poderosos vecinos.
 
La historia del periodo colonial se puede resumir en una sucesión de episodios marcados por la pobreza de medios y el desinterés o abandono por parte de la corona española. Asunción alejada de los centros del poder, Lima y Charcas, y en virtud de las magras rentas aportadas por la colonia a la hacienda pública, no era merecedora de mayores favores reales. Las afligentes y crónicas necesidades del gobierno provincial se agravaban por las querellas internas, las continuas guerras contra los indios que por dos siglos desangraron el presupuesto, las incursiones portuguesas y la prestación obligatoria del servicio de milicias que era solventada por los criollos paraguayos.
 
Esta penosa condición despertó en el ciudadano un sentimiento de reprobación y desconfianza, no sólo contra el arrogante español, dueño de las tierras y el poder, sino contra todo ser extraño a sus usos y costumbres. Estas tradiciones milenarias pudieron perpetuarse en la población paraguaya por hallarse poco expuesta a las influencias culturales foráneas. La condición mediterránea de su país le permitió permanecer fiel a sus principios espirituales que se traducían en el amor a su tierra, a su idioma y a su núcleo familiar.
 
El sentimiento nacional se desarrolló con fuerza arrobadora. Así se explican el desprendimiento y el coraje de estos mestizos que causarían el asombro del mundo, ante las privaciones y penas que le depararían los trágicos capítulos de la defensa de su nueva nación.
 
La Primera Junta Superior Gubernativa que suplantó en el poder al último gobernador colonial don Bernardo de Velazco, asumió el compromiso de consolidar la estabilidad de la provincia liberada de sus yugos coloniales. Había que encontrar, de inmediato, los medios y las personas más adecuadas para el difícil logro de esta utopía. Buenos Aires no aceptaba la desmembración de su provincia rebelde y el reino portugués, instalado en Río de Janeiro desde 1808, veía con buenos ojos la desarticulación del Virreinato del Río de la Plata, pero sin cejar en sus intentos de avanzar sobre los territorios fronterizos.
 
Desde el preciso momento que llegaron al fuerte brasileño de Miranda las noticias de la revolución emancipadora del 14 de mayo contra el gobierno colonial del Paraguay, hubo en las fronteras del norte una marcada actividad de unidades militares con la evidente intención de aprovechar la incertidumbre que se vivía en Asunción.
 
Estaba concordada la libre navegación de los portugueses por el río Paraguay hasta río Apa, en tanto que españoles tenían licencia de remontar el río hasta el Naurú (62). En precaución al avance de los inquietos vecinos, la Junta Superior dispuso la prohibición de la bajada de los portugueses hasta Concepción.
Mientras ocurrían los primeros cambios políticos y el panorama de la nueva nación se desarrollaba en medio de tensiones entre los diversos grupos revolucionarios, un contingente enviado desde el fuerte de Coimbra procedió a ocupar la posición paraguaya de Borbón (actual Fuerte Olimpo). Los invasores fueron alentados por el coronel español Pedro Gracia, comandante de la guarnición de San Pedro de Ycuamandiyú quien había huido en dirección al Brasil durante los sucesos de mayo.
 
El gobierno de Asunción despachó a don Fernando de la Mora, al mando de una expedición armada, con el encargo de rescatar el fuerte. Entre tanto, el comandante de Concepción Juan Manuel Gamarra negociaba con el oficial portugués Antonio José Rodrigues la desocupación pacífica de Borbón. El brasileño alegaba haber recibido ordenes de su comandante en Mato Grosso de ocupar la posición, ante el abandono de la tropa paraguaya que se había mudado a Peña Hermosa, hostigada por el hambre y la indiada amenazante. Correspondió al capitán Juan de Echagüe recibir el fuerte, al producirse el retiro de las fuerzas portuguesas.


La dictadura del doctor José Gaspar de Francia
 
Una de las premisas que distinguieron al gobierno francista fue la intransigente defensa de las fronteras de la República. El dictador Francia comprendía cabalmente las necesidades perentorias del momento y se había propuesto defender dos posiciones irreductibles: la frontera norte en el río Blanco y el reconocimiento de la independencia del Paraguay. Ese fue el marco en el que centralizó la rigurosa disciplina de sus actividades de gobierno hasta el fin de sus días.
 
En 1818 prohibió todo comercio y comunicación con el exterior y en 1819, decretó el cierre definitivo de todas las fronteras de la patria. Los motivos que le movieron a tomar tan drástica determinación fueron: la amenaza de invasión de las provincias anarquizadas del sur, la falta de reconocimiento de la independencia, la alianza portuguesa con los indios alborotadores del norte para perpetrar incursiones y por último, la infiltración de gente civil y militar ingresados como mercaderes que hacían espionaje del sistema defensivo.
 
Ordenó en consecuencia la defensa militar de la línea del Apa y la veda total a las operaciones de comercio entre los fuertes de Borbón y Coimbra y entre Concepción y los portugueses de Miranda. Condicionaba toda negociación con los brasileños al previo reconocimiento de la independencia nacional y a la solución de la cuestión de límites, de cuya indeterminación acusaba a los representantes del Imperio.
 
Dejó como única posibilidad de intercambio de productos con Brasil a un controlado mercadeo por el fuerte de Itapúa con San Borja, sobre el río Uruguay, medio por el que se proveía de herramientas de hierro, pólvora y otros suministros, en trueque de yerba mate, tabaco y otros productos nacionales. Todas estas transacciones se hacían bajo la personal supervisión del dictador, al extremo de ocuparse él mismo de la selección de mercaderías, la verificación de muestras y la aceptación de precios de las mismas. Sus delegados carecían del mínimo poder de decisión, eran apenas "ojos y oídos de rey".
Procedió a la incautación de todas las tierras de las abandonadas estancias jesuitas y otras de propiedad de extranjeros que fueron expropiadas por el estado. Las organizó en un severo régimen de producción que alcanzó grandes beneficios: eran las "estancias de la patria".
 
Francia llevó a cabo un ensayo de gobierno autárquico con economía dirigida, que trajo como resultado el incremento de la producción agrícola y ganadera. Logró una sociedad igualitaria, autosuficiente en sus necesidades básicas, pero sin el menor atisbo de libertad ciudadana ni desarrollo cultural. El paraguayo acataba las ordenes del Carai guazú con la seguridad de tener en el gobierno a un "ser sin exemplar".
 
En 1817, los portugueses habían anexado la Banda Oriental y en 1822, se había declarado la independencia del Brasil de la corte portuguesa. Rosas continuaba proclamando que el Paraguay era provincia argentina y los impertinentes disturbios fronterizos con artiguistas y correntinos no le habían causado a Francia más que alguna irritación pasajera. El rumbo que había impreso a la nueva nación debería hallar sus metas: el reconocimiento como república soberana y el respeto a su autonomía.
 
Es muy fácil comprender el grado de disgusto que ocasionaban al gobierno paraguayo, la presencia de extranjeros y muy especialmente, las incursiones de indios mbayá estimuladas por los brasileños de Mato Grosso a quienes acusaba de apañar los atropellos a los bienes de la república y de ser los virtuales causantes del continuo y costoso apresto militar a que se obligaba el estado con el fin de contenerlos.
 
El Dictador consiguió finalmente llegar a un acuerdo de paz con el cacique Calapamí, jefe mbayá. Como era costumbre en estos naturales, el cacique no cumplió con sus promesas de sujeción y el dictador años después lograría someterlo a prisión.
 
Don José Gaspar de Francia había mantenido la clausura total de sus fronteras. Nadie entraba ni salía sin su consentimiento. Sorpresivamente el dictador fue informado por su delegado de Itapúa, de la presencia de un personaje proveniente de San Borja, de nombre Antonio Manoel Correa da Camara, quien deslumbraba por su vistosa vestimenta y ostentaba blasones imperiales. Se trataba del segundo visconde de Pelotas, que munido de credenciales, solicitaba audiencia al dictador para presentarse en carácter de Cónsul y Agente comercial del Imperio. Francia, interesado en establecer relaciones con la corte del Janeiro, a la que pretendía reclamar indemnización por los daños sufridos en las estancias del norte, concedió la venia para recibirlo en la Casa de Gobierno.
El historiador paraguayo R. Antonio Ramos da a conocer en su obra "Política del Brasil en el Paraguay", el siguiente documento: 
 
 
"Siendo conveniente a los intereses de este Imperio que Su Majestad el Emperador tenga un Cónsul brasileño en el Paraguay, he resuelto nombrar en este país y territorios adyacentes, al Sargento Mayor Antonio Manuel Correa da Cámara, persona en quien mucho confía y de quien también espera que promoverá con eficiencia la buena armonía felizmente existente entre el Paraguay y el Imperio. El mismo va provisto de la competente Carta Patente que presentará a V.E.
Ruego a V.E. recibirle en ese carácter, en la inteligencia de que S.M. el Emperador también mandaría recibir y admitir a los Cónsules que ese gobierno juzgue conveniente nombrar para los puertos del Brasil, siguiéndose en todo con la práctica adoptada entre las Naciones civilizadas y amigas.
 
Con este motivo, tengo la mayor satisfacción de expresar a V.S. las protestas de mi particular aprecio y distinguida consideración con que soy.

De V.E. muy cierto y seguro servidor.
Luiz Jose de Carvalho e Mello                 
Palacio de Rio de Janeiro, 1º de Agosto de 1824.
Ilmº. Y Excmº. S.or Gobernador del Paraguay"


No quedó satisfecho el Dictador con la documentación que le exhibiera el locuaz parlamentario, de quien no pudo obtener más que meras promesas de interceder ante el emperador para atender las solicitudes paraguayas (63). Así terminó, con poca gloria, el primer coloquio diplomático en el Paraguay francista. Cámara retornó al Brasil sin resultados concretos y años después volvería al Paraguay en un segundo intento. Francia lo retuvo en Itapúa por largos meses sin permitirle avanzar, hasta el día en que fue invitado a retirarse del país (64). En 1839, el presidente de la provincia de Mato Grosso Augusto Leverger llegó a Asunción desde Cuyabá y acordó con el dictador un acuerdo de paz y ayuda de armamentos.
 
En sus últimos años de vida y como persistiera la angustiante discordia con los indios, Francia dispuso el establecimiento de guardias, presidios y fuertes a lo largo de la ribera del río Paraguay, para salvaguardar las propiedades contra los atropellos de los indios guaicurú y payaguá. En la zona norte ordenó el refuerzo de las dotaciones del fuerte Borbón, ahora denominado Olimpo, el abastecimiento regular del fuerte de San Carlos, y el establecimiento de una serie de fortines escalonados a lo largo del Apa, desde la confluencia con el Paraguay hasta más arriba del encuentro de las aguas del arroyo Estrella, siendo los pasos de San Carlos, Bella Vista y Estrella los puntos mejor defendidos.



El presidente Carlos Antonio López
 
Tenía don Carlos la energía de Francia, pero no estaba dotado de la sagacidad política necesaria para sobrellevar los difíciles problemas diplomáticos que se presentarían a la República en su largo mandato. Recibió un país tranquilizado, libre de los politiqueros insolentes y violentos de las provincias de abajo, con las finanzas saludables, sin deudas, con una producción generosa de frutos de la tierra, aguardando con ansiedad la apertura del comercio exterior y un pequeño ejército, pobre y mal pertrechado. Era heredero del poder supremo del que se había revestido su antecesor. Supo el patriarca componer y estructurar la completa organización mercantil, social y diplomática necesarias para convertir al Paraguay en una nación consolidada, con leyes y autoridades competentes.


Imagen 35.
El primer Presidente de la República del Paraguay
Don Carlos Antonio López.
Retrato atribuido a Demersay.

El presidente López asumió en carácter de cónsul en 1840 y tuvo que enfrentarse de inmediato a los males crónicos de las fronteras. La zona en litigio entre el río Blanco y el Apa seguía siendo la piedra de la discordia. El Imperio del Brasil, dirigido por Pedro I desde 1835, pretendía imponer a cualquier costo la libre navegación del río Paraguay en toda su extensión. Le era indispensable el libre tránsito para el transporte de suministros a la alejada provincia del Mato Grosso y ese punto de reclamación brasileña fue tenazmente rechazado por el gobierno paraguayo. El gobierno se mantenía inconmovible en su posición de no otorgar ventajas, antes de que fueran atendidas sus pretensiones: el reconocimiento de la soberanía y la delimitación de fronteras sobre el río Blanco.
El Congreso de 1844 sancionó una Constitución que recibió el nombre de "Ley que establece la administración política de la República Paraguaya". Proclamado por el Congreso primer Presidente de la República, López se dedicó de lleno a la solución de las materias de mayor urgencia como las relaciones con Buenos Aires.
 
Don Carlos logró acordar con Rosas un acuerdo amistoso de neutralidad, comercio y navegación, sin entrar en temas más delicados como la soberanía paraguaya. Este contacto con Buenos Aires fue suficiente para que la corte de los Braganza se decidiera a enviar a Asunción a un plenipotenciario. El fantasma de la recomposición del Virreinato del Río de la Plata era una constante inquietud para la diplomacia brasileña.
 
El Paraguay comenzaba a sacar provecho de la política diplomática conocida después como "pendular". Don José Antonio Pimenta Bueno fue enviado como representante del Imperio. En setiembre de 1844 procedió al reconocimiento oficial de la independencia y ajustó un tratado de alianza defensiva, cuidándose de no generar dificultades con los susceptibles vecinos del Plata. Don Carlos aceptó con agrado las promisorias palabras del emperador: reconocimiento, ayuda y defensa eran noticias siempre bien recibidas. Pero es posible que tanta magnanimidad haya sugerido al enérgico presidente alguna íntima sospecha.
El acuerdo con Rosas tuvo otras derivaciones. Los unitarios de Corrientes no aceptaron la relación de López con Rosas y dieron comienzo a una campaña de hostilidad que se hizo flagrante con el apresamiento de buques paraguayos a su paso por ese puerto.. Don Carlos pudo contornar la tormenta y firmar con los correntinos un tratado de navegación, que una vez conocido en Buenos Aires despertó las iras de Rosas. Este dispuso el bloqueo del Río de la Plata a los barcos paraguayos y prosiguió con su campaña de amenazas contra la integridad del territorio y su presidente.
 
Era interés del Brasil, no sólo mantener la independencia paraguaya, sino lograr de los gobiernos de Francia e Inglaterra la aprobación de esta medida. Para ese efecto, el Imperio resolvió enviar ante las cortes de Londres y París, como comisionado especial, a Miguel Calmón de Pin de Almeida, visconde de Abrantes, quien escribía lo siguiente:

 
"El gobierno imperial juzga que es su deber, y deber que no puede prescindir, mantener la independencia e integridad del Estado Oriental del Uruguay y contribuir para que la República del Paraguay continúe siendo libre e independiente. Juzga también que, siendo la independencia de esas dos repúblicas de interés general, es forzoso adoptar medidas que tengan por objeto contener al Gobierno de Buenos Aires dentro de sus límites marcados por el derecho de gentes y hacer frustráneos (sic) sus proyectos ambiciosos" (65).
 
No había cesado el asedio de los indios maleantes que asolaban los campos del Apa. En 1844, los mbayá terenoe llegaron hasta el Aquidaban Nigüi. Fuerte Olimpo se hallaba de contínuo acosado por movedizas e inquietas turbas de mbayá caduveo que mantenían los alrededores del fuerte en constante peligro. Don Carlos ordenó la fundación de cuatro fortines en varios puntos de la frontera: Apa tuyá (Estrella), Gavilán cue, Ybyruguá y Apadesgracia (66). En 1850, mantenía en actividad los fortines de Rinconada, Bella Vista, Estrella o Apa tuyá y Confluencia. Los mbaya provenientes de Miranda atacaron y destruyeron la posición de Arrecife sobre el Apa a diez leguas de San Carlos (67). En el año 1854, Don Carlos había conseguido reforzar estos puestos de frontera, creando el fuerte Quiensabe entre Bella Vista y Tacurupyta (68).


Misiones no tan amistosas
 
Don Carlos envió en 1847 en misión diplomática a Rio de Janeiro a don Juan Andrés Gelly (1790-1856), destacado hombre público con gran conocimiento de los problemas políticos del Plata. Gelly debía gestionar ante Pedro II la ratificación del Tratado de Alianza de 1844 acordado por Pimenta Bueno, la solución de limites y la compra de armas. No obtuvo el resultado esperado; una de las razones era la Revolución Farroupilha que asoló el Río Grande y que se extendió de 1835 a 1845, y la otra, el temor de entrar en conflictos con Rosas por la entrega de armas al Paraguay.
 
Requerido por el gobierno imperial a presentar sus propuestas para la discusión se los límites, Gelly adoptó una posición intermedia de conciliación ofreciendo la neutralización de las tierras entre el Blanco y el Apa y dando en cesión parte de la provincia de Misiones que Paraguay terminaba de ocupar. El embajador argentino Tomás Guido interfirió la misión de Gelly, obteniendo que se obstaculizara la llegada de armas conseguidas a mucho costo por el enviado paraguayo. Fracasadas sus tentativas, Gelly retornó a Asunción (69).
 
El gobierno paraguayo se hallaba envuelto en desagradables e irritantes querellas con los Estados Unidos por los conflictos generados por el ciudadano Edward August Hopkins. La interminable contienda con Rosas y los correntinos parecía no tener fin. Don Carlos fue informado, que los brasileños, atentos a las situaciones de riesgo por las que pasaba el país, avanzaron sobre los territorios en litigio, al sur del río Blanco y fundaron en el Pan de Azúcar (Fecho dos Morros) una fortificación. López comunicó su disgusto a Pedro Alcantara Bellegarde, encargado de negocios del Brasil. Ante la negativa del comandante del fuerte a abandonar la posición, se ordenó a las fuerzas apostadas en Concepción que lo atacaran. Así procedieron, obteniendo en lucha armada la rendición de sus ocupantes.
 
Si bien Brasil era favorable a la independencia del Paraguay, evitaba a toda costa un conflicto con Rosas, declarado enemigo de la emancipación de una de las provincias del antiguo virreinato. Al poco tiempo de los incidentes relatados, el gobierno imperial resolvió cambiar de política e iniciar un franco acercamiento al Paraguay. El nuevo canciller brasileño en Buenos Aires, Visconde de Uruguay, había resuelto enfrentar a Rosas.
El 25 de diciembre de 1850, se firmó un Tratado llamado de Alianza defensiva entre el ministro de relaciones Benito Varela y el representante imperial Pedro D·Alcántara Bellagarde. En sus diez y siete artículos el tratado estipulaba que ambas naciones se comprometían a prestarse mutuo socorro en caso de un eventual ataque de la Confederación Argentina.

 
"En el nombre de la Santísima e Indivisible Trinidad. Su Excelencia el Presidente de la República del Paraguay y Su Magestad el Emperador del Brasil, deseando concurrir con todos los medios a su alcance para la paz, y la tranquilidad del Sur de la América meridional que solamente puede ser asegurada por la conservación del statu quo de las nacionalidades que la ocupan, y preservar las naciones que dirigen contra cualquier tentativa para alcanzar su independencia, invadir su territorio o destruir su integridad, y entendiendo que la alianza de los dos países y la unión de sus fuerzas es el medio más poderoso y eficaz para conseguir un fin tan justo, y que en nada ofende los derechos de los otros Estados coterráneos, concordaron en celebrar un tratado de alianza defensiva....."(70).
 
 
Don Carlos Antonio López, receloso como siempre de la política imperial, ratificó el tratado el 22 de Abril de 1851. En todas estas demostraciones de amistad, no se mencionó para nada el tema de las tierras en litigio al norte del Apa.
 
El Paraguay había sorteado con regular fortuna los inconvenientes que surgían a lo largo de los años. La República se desarrollaba rápidamente y alcanzaba niveles envidiables de progreso material y militar. En 1853 se firmaron tratados con representantes de Estados Unidos, Francia, Cerdeña e Inglaterra, en los que se reconocía la soberanía de la nueva nación y se declaraba abierto al comercio internacional al río Paraguay (71).
 
Estaban finiquitadas las discordias con los vecinos del sur, con la caída de Rosas después de ser batido en Caseros. El nuevo presidente argentino Juan José de Urquiza dispuso el inmediato reconocimiento de la independencia paraguaya consignado en el célebre Tratado Derqui-Varela el 17 de julio de 1852.
Era un gran triunfo para el gobierno paraguayo, pero el astuto Urquiza cobraría tan señalado favor a sus amigos de Asunción. Un arreglo de límites entre la Confederación argentina y el Paraguay establecía los nuevos límites de la frontera sur. El Paraguay desistía de sus derechos sobre la provincia de Misiones, conservaba el Chaco, codiciado de antaño por Argentina y declaraba zona neutral la franja comprendida entre el Pilcomayo y el Bermejo. Don Carlos perdía de un plumazo a las Misiones que con tanta pasión defendiera su antecesor el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia.
 
Resueltos los problemas con Buenos Aires, los cuestionamientos se trasladaron al norte, en el ámbito de las relaciones Río de Janeiro y Asunción. El problema de fronteras y la libre navegación se tornaron puntos sensibles de fricción. El Paraguay declaraba que consentiría en liberar el río a los buques brasileños, siempre que éstos concedieran el reconocimiento de sus derechos territoriales.
 
Existía en Brasil un sentimiento de hostilidad, especialmente en la prensa y en el Senado sobre la obstinada pretensión paraguaya de llegar al río Blanco, amparada por el antiguo tratado de 1777. Don Carlos no podía ceder el río sin retribuciones y éste era su único instrumento de presión. Clamaba en el senado brasileño el político Paulino José Soares de Souza en 1833: "Somente a guerra podería, nâo desatar, mas evitar esas dificuldades" (72).


NOTAS:
 
62- Archivo Nacional de Asunción, Sección Histórica, Vol. 218, N. 8, Fl. 11
 
63- Boccia Romañach, Alfredo, "Amado Bonpland. Caraí Arandú", Asunción, Edit. El Lector, 1999
 
64- "Por fin yo me alegro que se vaya ese maula que tengo bien conocido". (Francia al delegado Ramírez. Archivo Nacional de Asunción, Vol 69, enero de 1826)
 
65- Escurra Medrano, "La independencia del Paraguay", reproducido en "El Comercio del Plata" del 23 de julio de 1846
 
66- Archivo Nacional de Asunción, Sección Histórica, Vol. 256, N. 12, fl. 2
 
67- Idem, Vol. 296, N. 7, fl. 106
 
68- Idem, Vol. 368, T. 1, fl. 879
 
69- Misión de Gelly. Octubre del 1848 a abril del 1849. Gelly fue el primer representante del Paraguay en Río de Janeiro. Consiguió con el ministro de Asuntos Extranjeros de la Corte, Visconde de Olinda, autorización para contratar oficiales brasileros que servirían como instructores en Asunción, al igual que un préstamo de cuatro contos de Reis para compra de armas, (dos mil sables y dos mil fusiles). El dinero fue otorgado por el banquero Mauá, pero el envío no se concretó por alegatos de última hora sobre los riesgos que tal envío podrían ocasionar en caso de caer en manos de los insurgentes. Había estallado en esos días la insurrección de Pernanbuco de 1848. (Datos extraídos de la nota de Gelly al presidente Carlos Antonio López de 1850. Archivo Nacional de Asunción, Vol. 292, N. 24).
 
70- "Colección de Tratados. Históricos y Vigentes", Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Asunción, 1934
 
71- Nota de Don José Falcón, secretario de Estado de Relaciones Exteriores al gobierno de Gran Bretaña, referente a la navegación. El 3 de octubre de 1854, Don Carlos prohibió la navegación a naves de guerra y en otro decreto de 1855 autorizó la entrada de dichas naves, siempre y cuando los gobiernos a que pertenecen, hayan signado tratados de comercio o que tuvieran agentes diplomáticos en Asunción, como en el caso de Francia, Gran Bretaña y Cerdeña.
 
72- Public Record Office, Foreing Office, citado en "Expansión brasileña" de Moniz Bandeira, Op. Cit.
 
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Fuente:

PARAGUAY Y BRASIL. CRÓNICAS DE SUS CONFLICTOS

Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH

Editorial El Lector,

Diseño de Tapa: Ca'avo-Goiriz

Compaginación y Armado de Página: Fátima Benítez

ISBN: 99925-51-92-5

Asunción – Paraguay

Año 2000.

Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (BVP).

 

 

 

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