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ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH (+)

  EL PILLAJE FINAL. GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH)


EL PILLAJE FINAL. GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH)
EL PILLAJE FINAL
 
LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA
 
 
 
 
 
1. La diplomacia de los cañones
 
En febrero de 1853 Don Carlos Antonio López recibió en su despacho a un plenipotenciario brasileño llamado Felipe José Pereira Leal, quien en su calidad de encargado de negocios, intentaba negociar con el gobierno paraguayo un nuevo acuerdo. El diplomático imperial presentó un proyecto de tratado de comercio y navegación. A la tesis brasileña de estipular la línea del Apa, Don Carlos, conciliador, propuso nuevamente la neutralización de la zona en litigio entre los ríos Apa y Blanco, idea que fue rechazada. No se registraron avances en las negociaciones y la situación, de por sí delicada, fue adquiriendo tensión, hasta el punto de que el parlamentario imperial fue acusado por el gobierno paraguayo de fomentar discordias y de proceder con falta de respeto contra el presidente de la República.
Benito Varela, entonces, ministro de Relaciones Exteriores, le envió una nota en estos términos: "Siendo notorio en esta capital que V.S., con olvido del indeclinable deber que le impone la misión que le fue conferida por su Gobierno para representarle ante la República, se ha permitido faltar públicamente al respeto y a las consideraciones recomendadas por todos los Gobiernos en sus ordenes e instrucciones a sus agente diplomáticos, y se ha dedicado a la intriga e impostura en Odio al Supremo Gobierno de la República... S.E. el Sr. Presidente de la República.....me dio orden de comunicarle que este Ministerio de Relaciones Exteriores suspende toda correspondencia con V.S. hasta que de enteras satisfacción al Gobierno de la República sobre sus referidos procedimientos ofensivos y hasta que haga sincera protesta de guardar en adelante la fidelidad y el respeto debido al Excmº Sr. Presidente de la República, que dando en la inteligencia de que en caso contrario, S.E, está dispuesto a mandarle sus pasaportes y dar las debidas explicaciones al Gobierno de S.M. el Emperador del Brasil." (73).
El presidente López no obtuvo satisfacciones. Pereira Leal recibió sus pasaportes y al abandonar el Paraguay, confirmó en sus memorias la consigna reiterada de que "sólo la guerra podía terminar con estas dificultades" (74). Estaban suspendidas, de hecho las relaciones con el imperio del Brasil.
La compleja situación diplomática obligaba a don Carlos a fortalecer su posición económica y defensiva. Veía que el robustecimiento del comercio con las potencias europeas le daría prestigio y solvencia para dotar a su país de mejores condiciones defensivas. Apenas terminado el Congreso General de 1854, por el que fue reelecto en la presidencia por un periodo más, envió a Europa una frondosa comitiva encabezada por su primogénito Francisco Solano López.
El general López llevaba la misión de adquirir maquinarias para promover la industrialización y de contratar técnicos e intelectuales que pudieran impulsar el desarrollo material y cultural de la nación. En Inglaterra negoció la construcción de una moderna cañonera bautizada Tacuarí. En Francia fue recibido por el emperador Napoleón III y se empeñó, atendiendo a los consejos de su padre, en concertar la venida de agricultores europeos para iniciar la colonización de las tierras incultas del país.
En noviembre de 1854, Francisco Solano López partía de Burdeos de regreso a la patria, a bordo de la Tacuarí. En su escala en Río de Janeiro, en enero del año siguiente, fue informado que el Imperio preparaba una expedición punitiva al Paraguay, por la expulsión de Pereira Leal. Aceleró su retorno, para promover la defensa ante la próxima visita de los disgustados y peligrosos vecinos del norte.


2. La escuadra de Ferreira de Oliveira
 
Estaban muy exaltados los ánimos en Río de Janeiro. Pedro II se vio apremiado por la opinión pública y el Senado a tomar una resolución, pero sabía muy bien que cualquier medida de fuerza contra el gobierno del Paraguay, despertaría una ola de críticas en los sectores de la oposición. "Sería una veleidad pueril querer aterrar con un simulacro al Gobierno del Paraguay" (75). El almirante Pedro Ferreira de Oliveira, al mando de una poderosa escuadra, se dirigió al Río de la Plata para llegar al Paraguay con severas exigencias: una amplia satisfacción por la ofensa inferida a un representante del Imperio, la firma de un tratado de libre navegación, que debería obtener por cualquier medio y si se dieran las condiciones, acordar un tratado de límites atendiendo a las pretensiones imperiales (76).
El almirante, ante la alarma argentina por la presencia de las unidades de guerra del Brasil, afirmó que su misión era pacífica y no habiendo estado de beligerancia con el Paraguay, no necesitaba la venia de Buenos Aires ni del gobierno confederado de Paraná, para remontar el río.
El gobierno de Carlos Antonio López estaba signado por las dificultades, casi todas derivadas del celo con que mantenía el control de la navegación y la autonomía de sus aguas. La presencia de naves de guerra extranjeras en aguas territoriales estaba prohibida por decreto. El barco norteamericano "Water Wich", al mando del comandante Page, que venía haciendo relevamiento del curso de los ríos de la región, solicitó permiso para ingresar en el río Paraná. Advertido Page de que el pasaje del brazo norte, frente a la fortaleza de Itapirú, estaba vedado a los buques de bandera extranjera, desoyó la advertencia y ordenó al capitán de la nave que avanzara. El coronel Wenceslao Robles comunicó al presidente, que no siendo atendidos sus avisos de detener la marcha del barco, había ordenado abrir fuego de artillería, causándole al intruso serios daños, un muerto y heridos.
No se habían enfriado aún los cañones de Itapirú, cuando ya llegaba a las Tres Bocas la imponente flota de guerra del emperador Pedro II compuesta de veinte naves con más de 120 bocas de fuego. Advertido por las defensas costeras de Paraguay que solamente sería recibido en misión pacífica y de acuerdo a las normas de estilo, el almirante Ferreira comunicó al ministro José Falcón que venía revestido de plenipotencias y que estaba dispuesto a dejar su escuadra fuera de las aguas territoriales.
Falcón recomendó a Ferreira que, pese a que todo el apresto bélico de la armada a su cargo constituía una injuria y una humillación a la República, el presidente accedía a recibirlo siempre y cuando se aviniera a arribar en condiciones pacíficas, como correspondía a la misión que decía representar. "Si por desgracia para ambos Estados, V.E. no quisiese prestarse a este paso conciliatorio, e insiste en remontar el río Paraguay con su fuerza naval, V.E. habrá iniciado las hostilidades a la República....y cargará con la responsabilidad de agresor gratuito y no provocado...." (77).
Ferreira accedió a la advertencia y remontó el río Paraguay en el buque de guerra "Amazonas", en un viaje incidentado y poco feliz. Luego de pasar frente a la fortaleza de Humaitá sin hacer el saludo de rigor, sufrió una varadura cerca de la boca del Bermejo, que le obligó, después de larga espera, a solicitar auxilio al gobierno de Asunción. Pudo llegar al fin a bordo de una nave menor, la "Ipiranga" y presentar sus plenipotencias al señor López. Se habían apagado los aires arrogantes del impetuoso almirante del Imperio.
El almirante Ferreira, al hacer presente su reclamación por los agravios inferidos al Imperio por la expulsión de su comisionado Pereira Leal, exigía que "para una reparación suficiente y eficaz se concordara un ajuste satisfactorio que pusiera término a esta desagradable ocurrencia" y para interés y salvaguarda del decoro de S.M. el Emperador, aceptaría una salva de honor de veintiún cañonazos a la bandera imperial, izada en el nave brasileña. La salva se hizo con la solemnidad del caso y fue respondida por igual número de disparos por la artillería del "Ipiranga". Estaba solucionado el entredicho. Ahora cabía tratar los delicados problemas de navegación y límites.
Don Carlos nombró al general Francisco Solano López, plenipotenciario paraguayo. Suscitado el problema de límites, Ferreira se mantuvo en la doctrina de posesión y la validez del "uti possidetis", afirmándose en la línea del Apa. López hijo replicó que la posesión más avanzada del Brasil era la de Coimbra, en el paralelo 19º 54 de latitud sur y que la paraguaya estaba ubicada en Olimpo, a 20º 30"; mal podía aceptarse, entonces, la línea del Apa que se hallaba mucho más al sur a los 22 º de latitud. Ferreira replicó que no estaba autorizado a presentar alternativas. El general paraguayo le propuso entonces que "...a pesar de que la cuestión de límites era vital para el Paraguay, de la que dependía la conservación de las buenas relaciones con el Brasil, acordaba aguardar el plazo de un año para arribar a una definición".
El paso siguiente fue llegar a un acuerdo sobre los derechos de navegación, punto independiente de la cuestión de límites. Se firmó un Tratado de Comercio y Navegación en abril de 1855, por el que Paraguay concedía al Brasil el paso franco de sus embarcaciones hacia sus provincias del norte, limitándoles sólo, el tonelaje y el número de vapores así como la cantidad de bocas de fuego de los mismos (78).
Francisco Solano estaba convencido que de este arreglo amistoso y gracias a la concesión hecha al Brasil, podía obtenerse el beneficio de una futura solución pacífica a las discordias irritantes con el Imperio. Llama a reflexión que el presidente López haya designado a Francisco Solano para discutir tan espinosos problemas. ¿Presentía acaso, que su salud no le permitiría seguir con las riendas del poder y sentía la necesidad de preparar a su hijo, presumible heredero político, para las difíciles confrontaciones diplomáticas.? ¿No disponía el señor López de negociadores más hábiles y competentes para representarlo? ¿Creía el anciano presidente que la disciplina militar, autoritaria y vertical, podía compatibilizarse con las condiciones de agilidad, persuasión y conocimientos requeridas para el desempeño de un buen negociador?


3. Estériles conversaciones. Arrolladora política brasileña
 
La situación diplomática con Brasil cobró una tirantez insostenible. El Imperio quería, con argumentos amenazantes, conseguir la liberación de los ríos de la cuenca del Plata; sin embargo, se mantuvo firme en impedir la entrada al río Amazonas a naves de Bolivia, Ecuador, Nueva Granada (Colombia), Venezuela y Perú, resistiendo a las presiones de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, que intentaban ingresar por las aguas del gran río a las inmensas extensiones del desierto verde.
La llegada a Rio de Janeiro de la deslucida expedición del almirante Pedro Ferreira causó indignación y duras críticas a la política imperial. La prensa y la opinión pública, cada vez más exacerbadas por la propaganda belicista, no comprendían cómo era posible que un pequeño y pobre país de bárbaros pudiera imponer condiciones desmedidas al poderoso Imperio. El emperador se negó a ratificar los convenios acertados por el almirante Ferreira.
Don Carlos, antes de fenecer el plazo estipulado en el acuerdo, destacó a Rio de Janeiro a uno de sus más experimentados hombres: don José Berges (79), quien tuvo por interlocutor nada menos que a José María da Silva Paranhos, en representación de los intereses de Pedro II. Las negociaciones se dieron lugar en marzo y abril de 1856. Como ninguna de las partes cediera en sus reivindicaciones, se convino un protocolo especial de aplazamiento por seis años. El "statu quo" acordaba otro periodo de neutralización de la zona en litigio. Fue firmado un Tratado de Amistad y Navegación de los ríos Paraná y Paraguay, sin las reglamentaciones y reservas estipuladas en el Tratado de Francisco Solano López y el almirante Ferreira. El 6 de abril de 1856 comenzó a correr el plazo de seis años del arreglo diplomático Berges-Paranhos.
En 1854, el diplomático Duarte da Ponte Ribeiro proclamaba: "depois de haberem chegado ao ponto em que se acham as relacôes do Imperio com a República do Paraguai, nâo ha que esperar transacâo alguma com o Presidente López" y dos años después defendía: "nosso emprego da força com ele para alcançar o que pretendemos...".) En 1857, el senador Joâo Antonio de Miranda, representante de la provincia de Mato Grosso: "Advogou também o uso das armas contra o Paraguai"(80). Sin dejar de lado las negociaciones diplomáticas y militares, el gobierno imperial advertía a la opinión publica sobre la inminencia de una guerra.
Después de la caída de Rosas, fue destacado a Buenos Aires en carácter de enviado extraordinario del gobierno imperial ante la Confederación Argentina el Visconde de Abaeté, Antonio Paulino de Abreu. Cada día se hacía más evidente la intromisión del Brasil en los conflictos del Río de la Plata. Las cancillerías europeas, vigilantes cercanas de esa compleja y confusa política, interpretaban claramente el fundamento de los intereses: el Imperio de Brasil temía que si la Confederación argentina dominaba ambas márgenes del estuario del Plata, en alguna circunstancia adversa, podía bloquear la navegación de los ríos, camino vital para la provincia de Mato Grosso. La caída de Montevideo en manos de Oribe parecía inminente por obra y gracia de la Confederación Argentina.
De repente adquirió sentido el esfuerzo diplomático del Marqués de Abrantes, en las cortes europeas, en su bregar por la independencia y estabilidad de estos estados amortiguadores de tensión, Paraguay y Uruguay. El viejo fantasma del Virreinato era aún una pesadilla para el imperio del Brasil. La independencia de los dos pequeños estados impediría que la Confederación bloqueara la comunicación con Cuyaba.
Desde el punto de vista argentino, las repúblicas de Paraguay y Uruguay en manos del Imperio, significaban un peligro inminente de cara al puerto de Buenos Aires, llave de la economía de las Provincias Unidas del Plata. Inmiscuirse en la anárquica política uruguaya era posible ya que los bandos beligerantes respondían a influencias externas bien definidas pero inconstantes.
El Paraguay resultaba un hueso más duro de roer; la inflexible personalidad de su viejo presidente y su influyente hijo no podían ser rendidas con amenazas ni con interesadas representaciones. Mientras los López, embarcados en una campaña de robustecimiento nacional de las finanzas, la producción agrícola, las mejoras revolucionarias en sus transportes y comunicaciones y la organización de su costoso ejército, se mantuvieran ajenos a los problemas platenses, no constituían un peligro inmediato para las relaciones con Brasil y la Argentina.
El presidente Andrés Lamas de Uruguay en Octubre de 1851, firmó un convenio con el Imperio del Brasil, altamente perjudicial para su país, en el que se establecía lo siguiente:
Liberación de impuestos para el pasaje de ganado en pie. (Toda la zona del norte del río Negro era propiedad de estancieros riograndenses).
Devolución de los esclavos huidos del Brasil.
Libre navegación del Río Uruguay.
Moniz Bandeira, analista e historiador brasileño en su obra "Expansionismo Braslileño" opina: "Os brasileiros, que com os seus estabelecimentos de criaçâo de gado, ocupavam uma parte rica e extensa do Estado Oriental, foram despojados de suas casas, de seus gados, e tudo quanto possuiam naquela terra malfadada....Quando lhe prove, Oribe proibiu a entrada de gados no Rio Grande, e com esta medida, combinada com a protecâo dada à fuga de escravos e com o estabelecimento de suas charqueadas no Buceo, feriu a provincia inteira"
El gobierno oriental afrontaba una severa crisis económica producida en gran parte por las pesadas deudas contraídas con el Banco Mauá, cuya casa de Montevideo oficiaba virtualmente como agencia oficial del imperio. Por otro lado, el Brasil había visto declinar el grado de relacionamiento con Gran Bretaña y desde 1825 se observaba una pérdida de la influencia británica en los asuntos del Janeiro. La diferencia se centraba en los conflictos derivados por la persistencia del tráfico de esclavos del que Inglaterra había desistido y se convertía de pronto en acusadora. Entre 1849 y 1851, amparados por el "Bill Aberdeen", ley propuesta en el parlamento inglés por Lord Aberdeen, los cruceros británicos capturaron noventa embarcaciones brasileñas, transportadoras de esclavos, configurando una situación semejante a una guerra no declarada.
Otra situación que generaba descontento a los ingleses, era la imposibilidad de lograr acuerdos económicos favorables con el Imperio del Brasil. Este dependía cada vez menos del poderío mercantil británico, en virtud del desarrollo de la industria local.
La ingerencia política de Francia e Inglaterra en el Río de la Plata se hacía cada vez más notoria. Todo lo que ocurría en la región respondía a las presiones de las dos potencias y sus ministros cancilleres participaban en la mayoría de los conflictos suscitados entre Río de Janeiro, Buenos Aires y Montevideo. El Río de la Plata sufrió una seguidilla de invasiones, bloqueos, alianzas y en ninguno de estos episodios estaban ajenas las tropas de Francia e Inglaterra.
"El Banco Mauá, asociado a la casa inglesa Mc. Gregor, vinculada al grupo Baring Brothers, había instalado agencias en ciudades uruguayas, Salto, Paysandú, Mercedes y Cerro Largo y lo hizo también en la Confederación Argentina, Rosario, Gualeguaichú y en Buenos Aires. Este banco subsidiaba todas las operaciones comerciales favorables a la política imperial".


4. Nubes negras de tormenta
 
"Sepa Ud. que con mis paraguayos tengo bastante para brasileños, argentinos y orientales; y aún con los bolivianos si se meten a zonzos".
Francisco Solano López a Héctor Varela, citado en "Memorias" de José María Paz
 
El Brasil destacó a sus mejores hombres para mantener en el Plata una representación de altura. Allí estaban en juego grandes intereses económicos que podrían de pronto ser perjudicados con los vaivenes de la inconstante y compleja política platense.
En 1857 fue destacado al Río de la Plata el ministro José María da Silva Paranhos, futuro visconde de Rio Branco. Estaba en su mira ganarse el favor del caudillo de Entre Ríos, general José de Urquiza. Paranhos firmó en la ciudad de Paraná un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, procediendo de inmediato a conceder un préstamo de 300.000 patacones. Se presume que Urquiza comprometió a cambio su apoyo a la pretensión brasileña de navegación y límites que el representante imperial pensaba exponer en Asunción, en mesa de negociaciones con los López. Según ese tratado, la Confederación presionaría ante el Paraguay a favor de las propuestas brasileñas. Se declaraba, sin remilgos, que las circunstancias hacían prever la necesidad de una guerra contra el Paraguay.
En 1857, el almirante Marqués de Lisboa negoció en Europa la compra de seis naves de guerra y 10.000 rifles, y otros seis barcos estaban siendo reparados en Río de Janeiro.
El acuerdo de Urquiza con Paranhos llegó a conocimiento del gobierno paraguayo, levantando una ola de indignación. Bartolomé Mitre, desvinculado de la Confederación, declaraba en Buenos Aires que "su partido no estaba dispuesto a acompañar las pretensiones exageradas del Brasil en su política de territorio ajeno..."
Paranhos llegó a Asunción el 7 de enero de 1858 y don Carlos, aquejado de sus males crónicos de salud, designó a su hijo el general Francisco Solano López como plenipotenciario. Paranhos manifestó que venía dispuesto a liberar el tránsito del Río Paraguay a cualquier costo, señalando que contaba con el apoyo del Uruguay y Urquiza (compadre y amigo de Francisco Solano).
Don Carlos, a sabiendas que su país no se hallaba aún en condiciones de enfrentar una guerra, refrenó los ánimos de Francisco, recomendándole que lograra una conciliación. Había que hallar soluciones que no hirieran el decoro nacional. El Tratado del 12 de febrero de 1858 no pasó de un acuerdo fluvial por el que el Paraguay accedía a levantar, como un acto de buena voluntad, todas las restricciones a la navegación y donde se estipulaba un capítulo referente a la aceptación de Bahía Negra como límite de la frontera norte sobre el río Paraguay. Se omitía una vez más la discusión del eterno problema de las tierras en litigio.
Durante el resto de su gobierno don Carlos Antonio López enfrentaría una sucesión interminable de discordias. Es posible que el genio irascible del patriarca o la extrema inflexibilidad y firmeza de sus decisiones, hayan permitido que algunos banales incidentes llegaran a convertirse en francas situaciones internacionales de riesgo.
El desacuerdo con el agente comercial y cónsul de Estados Unidos, Hopkins, arrogante e irreverente personaje, que fuera invitado por don Carlos a dejar el país, movió al gobierno americano a despachar en enero de 1859 una poderosa flota de guerra con destino al Paraguay. La escuadra tenía la intención de exigir reparaciones por injurias y daños materiales, inferidos al ciudadano en cuestión, allegado al presidente Buchanan. El comisionado James B. Bowlin que llegó con la armada americana, era portador de un pliego de protestas por el ataque a la cañonera de su país, "Water Wich" por los cañones de Itapirú. El general Urquiza intervino en carácter de mediador en esas engorrosas conversaciones (81).
El 11 de noviembre de 1859 en San José de Flores, se firmó el acuerdo llamado de Unión Nacional, pero más conocido como Pacto de San José de Flores. Para llevar a buen término el tratado de paz entre Paraná y Buenos Aires, don Carlos ofreció como árbitro a su hijo Francisco Solano. Aceptado por las partes y firmado el solemne convenio de amistad, el general López fue reconocido como exitoso procurador, siendo objeto de efusivas demostraciones populares (82).
Hoy, a la distancia, nos permitimos una reflexión sobre el hecho. ¿El presidente paraguayo quizás no se haya percatado que la florida intervención de su hijo estaba consolidando las fuerzas de los que un lustro más tarde serían sus enemigos en los campos de batalla?
Aún surgiría otra complicación. Embarcado el general López en el Tacuari para iniciar su regreso a Asunción, fue cercado en la rada de Buenos Aires por dos naves de guerra inglesas que llegaron a abrir fuego de advertencia contra la cañonera paraguaya. Alegaban recibir ordenes del almirantazgo para exigir explicaciones sobre la suerte de un ciudadano que se decía inglés, de nombre Canstatt. Este estaba preso en Asunción por acusaciones no probadas, referentes a un complot contra el gobierno paraguayo. Ante las reclamaciones de López al gobierno argentino por la agresión de los ingleses en aguas porteñas, el canciller bonaerense se limitó a responder con el increíble argumento de que no podía hacer ninguna intervención por desconocer el estado de gravedad de las relaciones de Paraguay con Inglaterra.




Imagen 36.
Retratos del Mariscal Francisco Solano López
publicados en la prensa europea.
("L.Ilustration", París, 1865)


López tuvo que emprender el regreso por tierra y el Tacuarí pudo levar anclas una vez que los ingleses se aseguraron la libertad de Canstatt. Pareciera que la suerte de los pueblos pequeños es sobrellevar con hidalguía las humillaciones que le provocan los poderosos.


5. De padre a hijo
 
"Hay muchas cuestiones pendientes a ventilarse, pero no trate de resolverlas con la espada, sino con la pluma, principalmente con el Brasil".
(Versión testimonial del padre Fidel Maíz)
 
El 10 de setiembre de 1862 murió el presidente Carlos Antonio López. En el pliego de reserva del fallecido se establecía claramente que el ministro de Guerra y Marina, brigadier general Francisco Solano López, asumiría provisoriamente el cargo vacante. El Congreso reunido el 16 de octubre del mismo año lo aclamó Presidente de la República.
El general-presidente López encontraba un país próspero y libre de rencillas interiores. Pero se sentía cada vez con más fuerza el temor a una guerra que parecía inevitable, por el ardor que habían adquirido las publicaciones oficiales y el tono amenazante de las declaraciones de todos los contendientes. El país se militarizaba rápidamente y las tropas reclutadas comenzaban a ser adiestradas en el Campamento de Cerro León, a corta distancia de la capital, donde el presidente en persona supervisaba la movilización.
El Paraguay contaba con una flota mercante compuesta de vapores de diversos tonelajes, algunos construidos y artillados en los astilleros nacionales, que se ocupaban del transporte comercial y del resguardo de la soberanía de los ríos y sus puertos. Se habían instalado, en previsión a ataques por vía fluvial, algunos fuertes como el de Itapirú, vecino a las Tres Bocas; la fortaleza de Humaitá con su famosa batería Londres; el paso fortificado de Curuzú; el bien defendido paso de Curupaity y por último, en las cercanías de Asunción, el fuerte de Angostura. Además, otros dos puestos de guardia, Timbó y Tayi, cerca de Pilar, completaban la vigilancia del río Paraguay.
Asunción se hallaba en comunicación con Paso de Patria por el telégrafo y los flamantes ferrocarriles importados de Inglaterra, corrían sobre rieles ya tendidos hasta Tacuaral (Ypacarai).
El ejército estaba constituido de hombres de gran resistencia y disciplina pero no disponía de armamentos adecuados El parque sanitario casi no existía y la intendencia carecía de elementos de primera necesidad. El combatiente paraguayo era de alta capacidad para las improvisaciones y gestos del mayor desprendimiento y sacrificio. La artillería era en su mayor parte antigua, con algunas de sus piezas provenientes de los tiempos coloniales, y los fusiles, muchos de ellos a chispa, eran modelos ya superados por los ejércitos de esa época. Si bien, se trataba de la nación sudamericana mejor preparada para la guerra, la propaganda oficial exageraba la magnitud de su potencia ofensiva.
López no disponía de militares profesionales ni de diplomáticos de carrera. Sus victoriosos y heroicos jefes se hicieron en el fragor de los combates en los campos de batalla. Sus agentes comerciales en el extranjero, no pasaban de simples informantes que hacían llegar casi siempre noticias que agradaran al presidente.
Dadas esas circunstancias, era de esperar que el general López asumiera la conducta conservadora de su padre, eludiendo las dificultades que se presentaban a la joven nación, sin que se le pasara por la mente lanzarse a descabelladas aventuras.
Las familias opuestas a los regímenes autoritarios y personalistas a los que estaba sometido el Paraguay desde su emancipación política, habían emigrado a Buenos Aires, donde se hallaba constituida una influyente colonia de refugiados políticos.
En 1862 se cumplía el plazo del Tratado Berges-Paranhos, por el que se había estipulado no innovar en los avances y construcciones. Pero el general estaba informado que Mato Grosso estaba acumulando armas; Coimbra, el puerto de Dourados, Albuquerque y Corumbá representaban una fuerza militar considerable. Brasil había violado el "statu quo" fundando la villa militar de Dourados y la colonia militar de Miranda.
López estaba enterado por la lectura de los diarios porteños y los informes de sus agentes en Buenos Aires, Río de Janeiro y Corumbá, de los aprestos bélicos y especialmente de la intensa e insidiosa propaganda de la prensa en contra de los intereses paraguayos que ridiculizaban con mofas y vilipendios la imagen del general- presidente.
Sería muy aventurado tratar de comprender qué pensamientos bullían en la mente del enardecido gobernante. Debería conocer que un fracaso en sus operaciones iniciales, conduciría irremediablemente al bloqueo de los ríos, lo que equivalía al cese de suministros de guerra. Su ejército, superior en contingentes, provenía de una población escasa en número y de un país pequeño y mediterráneo. Se hablaba con insistencia que la diplomacia brasileña habría hecho abortar la construcción de un acorazado, encomendado por Francisco Solano López en Gran Bretaña. Un par de unidades acorazadas hubiera evitado el descalabro de la armada nacional en la batalla de Riachuelo.
Resultaba imposible, en estas condiciones, alentar sueños de campañas guerreras de larga duración. Tal vez el presidente López pretendía dar un golpe de mano audaz y sorpresivo contra las provincias vecinas, Mato Grosso, Corrientes, Rio Grande y quizá Montevideo, para lograr por la fuerza de las armas, un acuerdo beneficioso y seguro que atendiera los reclamos del Paraguay y garantizara su condición de país independiente.


6. La vorágine del Plata
 
La chispa que desencadenó la guerra se encendió en el Uruguay. Allí los bandos contrarios de Argentina y la Banda Oriental se enfrentaban para dirimir sus diferencias políticas: unitarios y colorados contra federales y blancos. El general Venancio Flores, colorado, había combatido a favor de Mitre en Cepeda y le había llegado la hora de pedir retribución de favores. Flores ansiaba dar un escarmiento a los blancos, autores de la masacre de Quinteros y se proponía por supuesto, desplazarlos y apropiarse del poder.
En la frontera de Río Grande con Uruguay comenzaron los choques entre partidarios de Flores y las fuerzas del gobierno de Montevideo. Entraron en juego los altos intereses económicos de los estancieros riograndenses, que estimularon a la opinión pública de Río de Janeiro a tomar medidas enérgicas para salvaguarda de sus vidas y bienes. La respuesta imperial no se hizo esperar, y para cumplir la misión de reclamaciones se designó al consejero José Antonio Saraiva, con severas instrucciones que debería presentar al convulsionado gobierno montevideano.
Vázquez Sagastume, ministro uruguayo en Asunción, solicitó al Paraguay su mediación y López aceptó la responsabilidad. Mientras tanto se había reunido una junta de tres miembros, el inglés Thorton, el canciller argentino Elizalde y el propio Saraiva para tratar el término de los desacuerdos blanco-colorados. Cuando llegó a Río de Janeiro, el enviado especial de López a ofrecer la mediación, el Imperio la rechazó por innecesaria. Es de suponer la indignación del presidente López con esta afrenta a su prestigio personal.
¿Fue en esta reunión tripartita, realizada en Puntas de Rosario, o fue en San José de Flores, cuando se sentaron las bases para una alianza contra el Paraguay? Más de un analista cree que el nefasto Tratado de la Triple Alianza ya se hallaba en los portafolios de los cancilleres del Plata, mucho antes de la ruptura de hostilidades.


Imagen 37.
Retrato de Pedro de Alcántara, Pedro II,
aclamado emperador del Brasil
a los 15 años de edad por una enmienda constitucional
conocida como Ley de Mayoridad.


El consejero Saraiva intimó al gobierno de Montevideo, dándole plazo de seis días para responder a sus reclamos. Exigía la reparación de los supuestos daños infligidos a sus paisanos y el castigo a los responsables. La escuadra al mando del almirante Tamandaré y el ejército del Imperio dirigido por el general José Simplicio Mena Barreto, eran sus mejores argumentos de persuasión. En vista de que los blancos no dieron respuesta favorable, las tropas brasileñas entraron a tomar parte abiertamente en la guerra civil, apoyando a Flores.
El barco correo Jejuí llego del Plata a Asunción con la noticia de las hostilidades en el Uruguay. El ministro Berges hizo llegar el 30 de agosto de 1864, al ministro residente del Imperio en Asunción, Sauvan Vianna de Lima, una nota protesta en la que se declara: "el Gobierno de la República del Paraguay considerará cualquier ocupación del territorio oriental por fuerzas imperiales... como atentatorio al equilibrio de los Estados del Plata, que interesa a la República del Paraguay, como garantía de su seguridad, paz y prosperidad, y protesta de la manera más solemne contra el acto, descargándose desde luego de toda la responsabilidad de las ulterioridades de la presente declaración" (83).
El ministro inglés Thornton, que había llegado a Asunción el 24 de agosto para presentar credenciales a López como representante de Inglaterra en el Paraguay y en la Argentina, intentó convencer a Berges de que el Brasil sólo buscaba una reparación del Uruguay, sin abrigar designios de conquista. Y señaló, la repetida doctrina inglesa de que "toda nación tiene el derecho inherente de insistir en que se den satisfacción por daños hechos a sus súbditos, aunque fuese a expensas de la guerra o de la ocupación temporal del territorio perteneciente al agresor."
Sobre el punto seguimos a Pelham Horton Box en su libro "Los orígenes de la Guerra del Paraguay" donde expresa el siguiente pensamiento: "Era la revelación de una política diametralmente opuesta a la que permitió al doctor Francia y a Carlos Antonio López la consolidación del estado-nación... La decisión de decretar una movilización general fue tomada a raíz del fiasco de una tentativa diplomática encaminada a vindicar una situación de importancia, puramente imaginaria".
"El campamento de Humaitá ha sido reforzado con tres mil reclutas... nos pondremos en estado de hacer oír la voz del Gobierno paraguayo en los sucesos que se desenvuelven en el Río de la Plata, y tal vez lleguemos a quitar el velo a la política sombría y encapotada del Brasil" (84).
El canciller Antonio de las Carreras enviado por el presidente uruguayo Aguirre a buscar una alianza con Francisco Solano López le manifestó al gobernante que el libertador Justo José de Urquiza permitiría el paso del ejército paraguayo por Corrientes y Entre Ríos. López envió a José Caminos a Paraná para certificarse del hecho y éste a su regreso confirmó la seguridad de la sincera adhesión del jefe entrerriano. Ramón J. Carcano en su obra "La Guerra del Paraguay" dice: "Los porteños no le tocarán de las provincias para expediciones sobre el Paraguay ni un solo hombre, como no harán de Entre Ríos y Corrientes".
Las muestras de lealtad del compadre general Urquiza con el Paraguay estaban siendo desteñidas muy rápidamente por la borrasca de los acontecimientos y tentaciones. Cuando se produjo la invasión brasileña al Uruguay, Urquiza aún afirmaba estar indignado y en su mejor disposición para apoyar la postura del gobierno paraguayo. El presidente Francisco Solano López escribía en enero de 1865 a Cándido Bareiro: "Dentro de pocos días el general Urquiza debe tomar una actitud decidida, no siendo posible que continúe como hasta aquí." Y al final de la conversión, Bartolomé Mitre expresaba: "Recogemos el fruto de una gran política". Le habían informado que Juan José de Urquiza era ya partidario del gobierno de Buenos Aires (85).
"López consideró que su dignidad y la del Paraguay quedarían gravemente lesionadas si no se le reconocía el derecho de actuar en alto nivel en la política del Río de la Plata. El presidente paraguayo temía que la ruptura de ese equilibrio pusiese en peligro la propia independencia del Paraguay". (Efraím Cardozo, "Breve Historia del Paraguay")
 

7. El Tratado Secreto de la Triple Alianza
 
De los veinticuatro capítulos que componen el tratado contra el Paraguay, es válido destacar algunos de sus puntos muy sugestivos. Con el nombre de "Tratado de Alianza contra el Paraguay", Buenos Aires, 1º de mayo de 1865" y reconociéndose autores del histórico y nefasto documento, firman los representantes de los tres estados que deseaban "terminar con la dictadura del Paraguay" . "El Gobierno de la República Argentina, el Gobierno de S.M. el Emperador del Brasil y el Gobierno de la República Oriental del Uruguay...".acuerdan las condiciones a que será sometido el Paraguay, una vez vencido por las fuerzas de la Alianza.
El artículo VI dice: "Los aliados se comprometen solemnemente, a no deponer las armas sino de común acuerdo, y hasta que no hayan derrocado la autoridad del actual Gobierno del Paraguay, y a no negociar con el enemigo común separadamente, ni firmar tratado de paz, tregua, armisticio, ni convención alguna para poner fin o suspender la guerra, sino de perfecto acuerdo de todos".
El articulo VII: "Los aliados se obligan a respetar la independencia, soberanía e integridad territorial de la República del Paraguay, en consecuencia, el pueblo podrá ejercer su Gobierno y darse las instituciones que quiera, no pudiendo incorporarse ni pedir el protectorado de ninguno de los aliados, como consecuencia de esta guerra".
Finalmente el capítulo XVI descubre las intenciones tantas veces anunciadas de que sólo la guerra haría declinar a Paraguay en la empecinada defensa de su territorio. Dice así: 
"Para evitar las discusiones y guerras que traen consigo las cuestiones de límites, queda establecido que los aliados exigirán del Gobierno del Paraguay que celebre con los respectivos Gobiernos, tratados definitivos de límites sobre las bases siguientes:
La República Argentina será dividida de la República del Paraguay, por los ríos Paraná y Paraguay hasta encontrar los límites con el Imperio del Brasil, siendo éstos por la margen del río Paraguay y la Bahía Negra.
El Imperio del Brasil se dividirá de la República del Paraguay: Del lado del Paraná, por el primer río debajo del Salto de las Siete Caídas, que según la reciente carta de Mouchez (86), es el Igurey, y desde la embocadura del Igurey, y por él arriba hasta encontrar sus nacientes. Del lado de la margen izquierda del Paraguay, por el río Apa, desde su embocadura hasta sus nacientes. En el interior de las cumbres de las sierras del Mbaracayú, siendo las vertientes del Este del Brasil y las del Oeste del Paraguay, y tirándose de la misma sierra líneas las más derechas, en dirección a las nacientes del Apa y del Igurey".
En la parte final del articulo XVIII expresa: "Este tratado se mantendrá secreto, hasta que se consiga el fin principal de la alianza".
Firman el vergonzoso acuerdo secreto, Rufino de Elizalde, F. Octaviano de Almeida y Carlos de Castro (87). El sigilo fue roto por la prensa de Londres que dio a conocer en toda su extensión, el tratado secreto contra el Paraguay. Su difusión levantó olas de indignación y predispuso simpatías hacia el pequeño país al que no se le permitiría en adelante disponer de su voluntad sin someterse a las imposiciones de los tres países que regirían su destino.
Seguidamente por el Protocolo suplementario, los señores aliados acuerdan:
"Que en consecuencia del Tratado... se harán demoler las fortificaciones de Humaitá, y en adelante no se permitiría que se levantasen otras de igual naturaleza...
Que siendo una de las medidas necesarias para garantir la paz con el Gobierno que se establezca en el Paraguay, no dejar armas ni elementos de guerra, las que se encontraren serán divididas por partes iguales entre los aliados.
Que los trofeos y botín que fueron tomados al enemigo se dividirán entre los aliados que hayan hecho la captura".
Firman los mismos representantes (88).
 
El Brasil vencedor podía ahora imponer la línea del Apa y reconocer a su entera voluntad al discutido río Igurey mencionado en el Tratado de 1777. Serían necesarios el exterminio de la nación paraguaya, la pérdida de toda su población activa, la destrucción de sus industrias, astilleros, fundiciones, la muerte y la dispersión de centenares de miles de hombres, mujeres y niños, la incautación de sus archivos, muebles y propiedades, la funesta ocupación por siete años por tropas extranjeras, para doblegar la empecinada lucha del pueblo paraguayo en la defensa de sus límites y su soberanía.


8. Holocausto y reorganización
 
Se habían cumplido las recomendaciones de los políticos belicistas de que solamente por las armas se haría desistir a los paraguayos de la obstinada defensa de sus derechos. Después de la tragedia de la guerra se imponía la antojadiza voluntad de los vencedores. Se había librado al Paraguay de una feroz tiranía y se le había devuelto la facultad de elegir los gobernantes que brasileños y argentinos le impusieran.
Asunción fue ocupada por los aliados en enero de 1869. Después de la batalla de Ita Ybaté, llevada a cabo muy cerca de la capital, la guerra siguió su inexorable curso de exterminio, en un trazado doloroso y heroico que recibió el nombre de Diagonal de Sangre.
Paranhos, el renombrado diplomático, llegó de Río de Janeiro a la Asunción ocupada para negociar la constitución de un gobierno provisorio. Se encontró con una tenaz rivalidad desatada entre los jefes brasileños y argentinos. Conocía muy bien su objetivo: interferir toda influencia argentina en los problemas paraguayos de post guerra
Se concordó autorizar a los paraguayos a designar a sus gobernantes, "siempre y cuando éstos actuaran de acuerdo con los aliados mientras durara la guerra".
En presencia de Paranhos y del representante argentino doctor José Roque Pérez, comisionado por el presidente Domingo Faustino Sarmiento para participar en la formación de un gobierno provisorio, se comenzó a discutir la forma de gobierno que habría de restituir la paz y la tranquilidad del Paraguay. Luego de un mes de deliberaciones y de amenazas de retiro del doctor Pérez, debido a la intransigencia de Paranhos, se acordó la aceptación de tres nombres para integrar un triunvirato. En el mes de junio, una asamblea de políticos eligió una terna constituida por Cirilo Antonio Rivarola, José Díaz de Bedoya y Carlos Loyzaga, para desempeñarse como gobierno provisorio de la República.
Pérez volvió a Buenos Aires y Paranhos permaneció en Asunción, disponiendo a su arbitrio de los integrantes del gobierno, al punto de que la prensa de Buenos Aires designaba al ejecutivo paraguayo como "Gobierno de tres más uno". El gran peso de la diplomacia de Paranhos estaba avalada por siete mil hombres de su ejército de ocupación. La influencia brasileña se hizo absoluta. La moneda aceptada era el patacón brasileño y algunas disposiciones municipales se redactaban en portugués.
El poder real estaba en manos de los militares de los ejércitos de ocupación y la responsabilidad que tocaba desempeñar a los nuevos triunviros republicanos era exorbitante. Había que organizar las instituciones, dotar a los ciudadanos de leyes y reglamentaciones y tratar por todos los medios de obtener provecho de las desavenencias de los jefes aliados. Cuando las exigencias del Imperio eran exageradas, se corría a los cuarteles argentinos en procura de ayuda, y en el caso contrario, cuando los platenses imponían condiciones draconianas, el consejero imperial ayudaba a salir del pantano.
Esta política de instigación a las discordias entre los enemigos, dejó considerables beneficios. En ocasión de exigirse al gobierno paraguayo la entrega a la Argentina de todo el Chaco hasta la Bahía Negra, los triunviros hicieron ver al ministro brasileño el peligro que podría significar la presencia de tropas argentinas en las cercanías de su extenso Mato Grosso. El Brasil promovió de inmediato la idea de someter la cuestión a un arbitraje. El laudo Hayes, que falló a favor de Paraguay, en sus derechos de posesión sobre esta zona chaqueña, es una muestra de la poco velada actuación de la diplomacia imperial. Esta política de vaivenes, a la que muy pronto se aficionaron los gobernantes paraguayos, aunque a veces humillante, resultó ventajosa para el mantenimiento de la desprestigiada conducción política.
El 25 de noviembre de 1870 se juró la Constitución Nacional. Si bien impuesta en moldes ajenos a nuestra realidad, fue la primera carta orgánica por la que se establecían los nunca antes consentidos derechos individuales básicos del ciudadano. En la medida en que éstos aparecieron, surgió la política en la sociedad civil. En adelante, el estado omnipotente ya no sería la única institución pública, estableciéndose el principio de la división de los poderes del estado. El sufragio universal y la organización de los partidos políticos serían las primeras metas de la organización republicana.
En ese intrincado ambiente de tan heterogéneos intereses, impulsados por influencia de porteños o brasileños, comenzaron a organizarse las primeras agrupaciones republicanas que respondían a las exigencias de los asesores extranjeros. Un largo periodo de anarquía habría de sufrir la población sobreviviente de la guerra, en el que partidarios del lopismo o sus enemigos, muchas veces enlazados en el mismo bando, ensayaron los primeros pasos en el arduo camino de las instituciones democráticas.
Los desacuerdos argentino-brasileños hicieron retardar el Tratado de paz y límites. Hubo que firmarlo por separado. El 9 de enero de 1872, se subscribió con el Brasil el Tratado de límites, siguiéndose al detalle todo lo expresado en el Tratado Secreto de 1865.
El 18 de enero de 1872 se acordó en Asunción el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación que recibió, al igual que el anterior, el nombre de Loyzaga - Cotegipe. En su extensa exposición de cuarenta y dos artículos se determinaban precisamente todas las franquicias que el Paraguay debería conceder a la navegación, al comercio y a la seguridad de los brasileños residentes. La firma de estos acuerdos despertó tan franca hostilidad entre Buenos Aires y Río de Janeiro, que hubo de consumirse mucho tiempo en discusiones para que se calmaran las aguas. La singularidad del tratado estriba en las siguientes cláusulas comentadas por Miguel Angel Scenna en su obra:"Argentina - Brasil. Cuatro siglos de rivalidad": "Por el Tratado Cotegipe - Loyzaga, el Paraguay reconocía los límites con Brasil, de acuerdo con las pretensiones de éste, cediendo un extenso territorio. Paraguay aceptó que no poseía un solo documento que avalara su dominio sobre esas tierras suyas. Es claro. Los archivos paraguayos habían sido cuidadosamente examinados por los brasileños que retiraron cuanto sostuviera los derechos guaraníes, pero dejando en lugar visible los que alentaran la posición paraguaya en el Chaco contra la Argentina. Prescribía, además, que el Imperio se constituía en garante de la independencia paraguaya, y para empezar prolongaría por otros cinco años la ocupación militar del país".
El Tratado de paz con la Argentina, llamado Machain - Irigoyen, fue firmado en Buenos Aires en febrero de 1876.
En atención a las cláusulas del Tratado de límites, se designó en 1872, una comisión demarcadora responsable del estudio de la fuente principal del río Apa. Brasil nombró comisionado al coronel Rufino Eneas Galvâo, auxiliar de comando del coronel Camisâo en la fatídica retirada de Laguna en mayo de 1867. El representante paraguayo fue el capitán de fragata Domingo A. Ortiz. Se trataba de identificar al río Apa y al arroyo Estrella, que separan a ambas naciones.
Las dos corrientes hídricas tienen el mismo caudal y se prestan a confusión: el encuentro de ambas se halla a corta distancia de Bella Vista, y allí se encuentra instalado el hito demarcatorio. El hecho de haber identificado al brazo más austral como Apa y al Estrella más al sur, situación inversa a la conocida como tal, le significó al Paraguay el despojo de enormes extensiones de campos y yerbales, a más de despertar, en su momento, encendidas pero estériles reclamaciones populares.
El autor recuerda haber tenido en sus manos, en un registro de inmuebles del Brasil, un título de propiedad con el encabezamiento: "República del Paraguay" con los sellos nacionales intactos, que certificaba la propiedad de las actuales costas brasileñas del río Apa, a favor de Rafaela López Carrillo. Esta señora, viuda de Saturnino Bedoya, había contraído enlace con el coronel brasileño Augusto de Azevedo Pedra, a quien conociera en la trágica jornada de Cerro Corá. El matrimonio no tuvo descendencia directa, pero algunas fracciones de dichos campos, hoy territorio brasileño, aún pertenecen a los herederos del coronel Pedra.



NOTAS:
73- De Varela a Pereira Leal, 10 de agosto de 1853, anexo K del "Relatorio da Repartiçâo dos Negocios Extrangeiros", Rio de Janeiro, 1854, citado en "El Paraguay Independiente" de Efraím Cardozo.
74- "Apontamentos", Pereira Pintos, tomo IV, pag. 98, extraído de "Tempestade sobre o Rio da Prata", Vidal Araujo, Rubens, Porto Alegre, Distribuidora Vozes, 1991
75- "Diario do Rio", reproducido en "El Semanario" N. 89
76- Ferreira debía "negociar la libre navegación, y si en un plazo no mayor de ocho días, el Paraguay no daba su consentimiento a sus proposiciones, la escuadra tenía que forzar el paso del río, y llegar hasta Fecho dos Morros (Pan de Azúcar), para dejar allí bien fortificados de 300 a 400 hombres. Y si en las Tres Bocas, después de manifestar que su misión era pacífica, no se permitía el paso de la escuadra, tenía que forzarlo, "repeliendo", si fuera necesario, la fuerza con la fuerza, deteniendo las embarcaciones de guerra y destruyendo las fortificaciones". ("Gesto mallogrado", Instrucciones del 10 de diciembre de 1854 de Lobo).
77- De Falcón a Ferreira, 23 de febrero de 1855, Colección de Documentos, Relatorio, 1855, Anexo J, Doc. 4
78- Protocolo López-Ferreira, 27 de abril de 1855. "Colección de Tratados...", Tomo I. Citado por Efraim Cardozo en "El Paraguay Independiente", pag.136.
79- "José Berges era de los pocos hombres bien preparados para dirigir los destinos de la República y no cabe duda alguna que, si a la muerte del viejo López, el pueblo paraguayo hubiese gozado de libertad para elegir a sus gobernantes, hubiera sido designado por el voto unánime de sus conciudadanos. Debido tal vez, a esta circunstancia se notaba que Solano López no le tenía mucha simpatía". Centurión, Crisóstomo, "Memorias", Tomo 1, Pag. 271. Berges fue fusilado en el curso de la guerra acusado de conspirador.
80- Calmón, Pedro, "Historia Social do Brasil", Tomo II, Citado por Moniz Bandeira, Op. Cit.
81- "Insfrán, Pablo Max, "La expedición norteamericana contra el Paraguay 1858-1859", Asunción, Edit. Schauman, 1954
82- "Si la historia del pasado nos enseña tan amargos resultados para nuestras cuestiones territoriales, no es menos demostrativa la historia contemporánea en las transaciones nacionales que demuestran que el Imperio no merece fe en ellas, como se ve por la clandestina ocupación del Pan de Azucar y el establecimiento de las colonias de Miranda y Dorados". (Memoria de José Berges al Congreso Extraordinario del 5 de Marzo de 1865).
83- Nota de José Berges al ministro residente del Brasil, Sauvan Vianna del 30 de agosto de 1864
84- José Berges a Egusquiza, Asunción, 8 de junio de 1864, extraído de "La declaración de guerra de la República del Paraguay", A. Rebaudi, Asunción, sin datos, 1924
85- Victorica, J., "Los Estados Unidos, el Paraguay y la mediación argentina de 1859", (Pelham Horton Box, Op. Cit.)
86- Ernest Amedés Barthelemy Mouchez (1821-1892), marino y geógrafo francés, comandó el barco de guerra "Le Bisson", que vino al Paraguay en 1857, trasportando al ministro plenipotenciario de S.M. el emperador de Francia Mr. Lefebre de Becour y al naturalista Aimé Bonpland. Mouchez es autor de un conocido mapa del Paraguay, "Carte de la Republique du Paraguay". Depot des Cartes et Plans de la Marine, 1862.
87- Rufino de Elizalde era yerno de Felipe José Pereira Leal, el plenipotenciario imperial expulsado de Asunción
88- "Colección de Tratados. Históricos y Vigentes", Op. Cit.


Fuente:

PARAGUAY Y BRASIL. CRÓNICAS DE SUS CONFLICTOS

Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH

Editorial El Lector,

Diseño de Tapa: Ca'avo-Goiriz

Compaginación y Armado de Página: Fátima Benítez

ISBN: 99925-51-92-5

Asunción – Paraguay. Año 2000.

Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (BVP).




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