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RAMIRO DOMÍNGUEZ (+)

  POEMAS DEL EXILIO - Poesías de RAMIRO DOMÍNGUEZ, 1962


POEMAS DEL EXILIO - Poesías de RAMIRO DOMÍNGUEZ, 1962
POEMAS DEL EXILIO

Poesías de RAMIRO DOMÍNGUEZ
Año 1962
 

POEMAS DEL EXILIO
 

1

Sí.
Contigo siempre así.
Botar un puñado de palabras
como un saco de maíz.
Tiempo va, tiempo viene,
siempre tú sola aquí.
 
Dame volver por aquel ancho tiempo
de sentarse a reír
o, mejor, dame nunca volver
a tener que volver.
 
Recuérdame mi tiempo de olvidarme
-dame tu amarillo amanecer-
Olvídame tus tardes
pesarosas de no haber llegado a ser.
 
Tierra. Osario abierto. Nido
de los viejos y pobres deseos.
Alero
oscuro de todos mis regresos:
apriétame a tu vientre vespertino.
Recórreme el olfato con el nombre
de tus sueños en camino.
Empújame-
Recházame-
Rebótame
Devuélveme mi tiempo de olvidarte
-recuérdame el portón de salir-
Alcánzame la hora de alcanzarte
cuando te deje para ir a dormir.
 

2

Porque precisa tiempo, Tierra,
para ajustar el pulso a nivel de tus ciclos y mareas.
Tiempo de entesar el gesto y la voz
en el aprendizaje de tus liturgias opulentas.
 
Para apretarse otra vez al claro empeño de ser
-viejo penacho en llamas-
mercader de lo Mío.
…………. Y decir YO
como quien pone en venta un monte de platino.
 
Mientras que tú, madre siempre grávida, hinchas tu savia crepitante hasta morder el calcañar de la estéril y proscripta.
 
Aquí está tu Babel multilocuente
la epifanía del sexo
la incontable teoría de hortelanos del opio
los embalsamadores de la risa
los filatropófagos
los heterojustos y los ortorréprobos.
 
Vieja anfitriona de los caries nocturnos.
Chupatuétanos
-panal suave-
lagar sangriento.
 
Eso:
iníciame otra vez en el recuento
de tus constelaciones y tus vértigos.
Dame tiempo.
 

3

Así por tu desvencijada primavera
sube un olor de hogaza nueva.
Almidón de raíces fenecidas
-hambre vieja-
 
Tras los postigos del retorno
despabilan sus hornallas ardientes
tus lentas cocineras.
Hay trajín
con los caprichos de la huéspeda.
 
Primero la noche
con sus sábanas nuevas.
La piel desnuda y ancha sobre el océano de la sangre
-tambor batiendo a fiesta-
 
Vuelco de los ojos a nivel de las manos y la lengua.
Aprender el tiempo del adobe
para sorber limos profundos y orearlos
al resol de la siesta.
 
Y la palabra
-buscar una cisterna donde escupirla.
Porque si ladra, apesta-
 

4

Dame lugar.
Dame un espacio abierto
entre la semilla y el rastrojo
para poner mi nunca sueño amanecido.
 
Convócame a los aparceros de tu cosecha exigua.
Almacena el estiércol
de todas las promesas corrompidas
y déjame hacer, torcedora de empeños,
atrásame tus hormigas y langostas
hasta brotar el tiempo del deseo
 
-yo deseo tú deseas él desea-
 
Después: Venga después la muela del gorgojo
y el aire pútrido.
Y el mal de ojo.
 
Trepado hasta el brocal del desespero
te arrancaré la rosa de los vientos.
Verás, Tierra fecunda. Comedora
voraz. Verás cómo se inunda
tu sementera ardiente.
 
Pero
suéltame ahora
tu lluvia bienhechora. (Lloro
que no sabe que llora)
mientras incuba el canto de su primera misa.
 
Tú, espérame detrás. Después, al otro lado
de la risa.
 

5

Acaso
tu solapaba algarabía
-Tierra que pronto olvida-
ponga su espuma de sal sobre la llaga viva.
 
Acaso
tengas tu farmacopea
de pócimas hediondas y perladas obleas.
 
Quizás
llegue tu buen humor hasta el exceso
de prometer juego limpio en los suburbios
del último embeleso.
 
Seguro
que te pondrás lozana
y has de tirar la camisa
cuando relinchen los potros de tus caballerizas.
 
Ni para qué decir que has de lucirte
-remendona de ayeres- subastando
tus últimos enseres.
 

6

Aunque
sabe mejor -Tierra de vermes ávidos-
agacharse hasta el umbral de tus capullos
donde caben la caricia y el halago.
 
Para pasar más cómodo el trayecto
desde el anhelo vivo hasta el engaño muerto.
 
Apresurando el paso
llegan tus forasteros, enarbolando
el séquito de sus alabanzas.
Desplumándote
como un enorme gallo,
sabes cacarear tus estridentes fábulas.
No importa si te dejan
el mesón hecho establo.
 
Sobre el pretil fragante del atardecer
te quedas espiando la llegada
del viajero que no te quiso poseer.
 
O sueltas a retozar en la maciega
tu celo antiguo con su pujanza nueva.
 
Hasta que cunda el tiempo del espasmo
Hasta que se apague el mito
Hasta que se encienda el llanto.
 

7

A pesar de tu mano abierta
sobre la cicatriz de la sonrisa
te supura un adiós de sucia baba.
Quién dijo
que no cabe contigo el verde acoso
y la palabra escondida -tibio aceite de lámparas-
 
Quién te podrá negar
que te revienta el pecho de nodriza
bajo el almidonado mandil de las horas intactas.
 
Tú sola, como una insubordinación de espumas
cegándonos la pausa y el número. Tú
percutiendo los tímpanos
de la más empinada desmesura.
 
Desde la resolana del último embeleco
vas por agua con tu cántaro prieto
trajinando el alboroto de tus selvas,
el desmoronamiento sideral de la siesta. La cuchillería
del cañaveral. El matorral hirsuto.
 
Tierra amasada en tierra. Desertora
del alba. Amiga liberal
desmemoriada,
si al menos
sobre tu cañamazo hostil tus hilanderas
estamparan su nombre.
 
Si hubiera luz
acercándome todas las bujías
para alumbrar su nombre. Acaso
me aposentara entonces tu desvelo.
 
8

Por encima de tu figura agreste
Tierra incalculable,
los hombres te edificaron una máscara
de mampostería.
 
Tú pensabas que no podrían.
Pero te asediaron con poleas
el cálculo y la geometría
hasta elevarte en vilo como cantimplora vieja.
 
Te untaron los flancos con betún y brea
y te depositaron sobre goznes
para hacerte andar a cuerda.
 
Ahora te resta poco de la antigua silueta
porque de tus misterios
hoy se venden postales en tarjeta.
 
En las calcomanías de su calendario
los sismógrafos han registrado tu pulso
y el horario.
 
Te midieron de lado a lado
calcularon tu peso específico y te circunnavegaron.
 
Me dirás si no valía la pena
seducirlos con tu plato de lentejas
recuperando así tu paz bravía
tu soledad risueña.
 

9

Pero tú
justiciera implacable
te has vengado sobre toda medida
apestándoles la ciudad
con tus alimañas y sabandijas.
 
Me parece verte, morigerando la risa,
viéndolos lidiar
contra las cucarachas y las polillas.
 
Mientras te hincan radares
y postes de telegrafía,
tú los invades con estafilococos
o en las amebas de disentería.
 
Cuando multiplicaron para aniquilarte
sus gabinetes de física y química
tú los emborrachaste con jugo de cebada
o les vendiste caña en vez de chicha.
 
Sobre los alambiques de su filosofía
les vaciaste el basurero de la cocina.
 
Ahora que la profilaxis
conoce las fórmulas de la eugenesia
tú les dejas en cada cuna
el espectro del hambre con la misma cigüeña.
 
Tú, boca abajo o boca arriba,
sigues siendo el mejor patíbulo
de nuestras carnicerías.
 

10

Primero fue tu enorme cráter
vomitando en la noche.
 
Pero antes, la noche
se coaguló en un mar viscoso y fétido.
 
Antes del mar
el Siempre - Nunca comenzó a latir
y en su latir echó raíz el Tiempo.
 
Antes del Tiempo
las horas iban para atrás
de veinticuatro a cero.
 
O mejor
acaso fue primero
el hombre rumiando solo su fracaso.
 
Su soledad se condensó en un alto
péndulo para medir el tiempo vano.
 
Luego su tiempo se resquebrajó
cediendo al minuto y el momento aciago.
 
Su momento desovó en el tedio
incubando el lenguaje
a lo largo y a lo ancho.
 
El lenguaje se fabricó castillos de naipe
para inquilinato.
 
Los hombres -siempre con cuentas de alquiler-
vinieron a ocuparlos.
Ahora
es cosa de verlos tiritar de miedo
al tener que abandonarlos.
 

11

De entonces data el compromiso
de hablar sin entendernos.
No sea que este viento de palabras
dé por tierra con el cascarón viejo.
 
Para que no se alcance a saber
cuántos son los que caminan ciegos.
Cuántos hacen andar las manos y los pies
con algún motor en préstamo.
 
Porque conviene que sigamos
así, sin distraernos,
invitándonos,
vigilándonos,
para que nadie se duerma mientras dura el juego.
 
Por eso han señalado el campo con cal y lo
cercaron con vallas de acero,
se contrataron un árbitro y alquilaron las
graderías a un público frenético.
 
Para sentir el aliciente de pujar
por una meta sin sentido
ni mérito.
 
Buscaron entrenadores
y teóricos
que puedan engañarnos más adentro.
 
Todo
para que a la noche los músculos
alcances su ración de sueño.
 
Que no haya ojos para medir el hueco
de todas las palabras sin recuerdo
 
Quien no haya boca platicando
su hambre de oído sincero.
 
Que no salgan los centinelas del alba
aventando los algodones del silencio.
 

12

Vuelto a pensar
se me ocurre llamarte Madre Naturaleza
como aquellos bucólicos maestros
en la zampoña griega.
 
Madre con sus almacenes repletos
de productos en conserva.
Madre previsora,
enovillando los retazos en el trasfondo
de sus alacenas.
Porque nunca está demás
salir de Egipto con las ollas llenas.
 
Madre altiva
Madre fregona
Madre opulenta
 
Madre también a veces
todo lo quiere.
Vieja gazmoña bisbisando letanías
mientras los dedos tejen.
Madre calculadora
que sabes hurtar el pabilo
para la noche siguiente.
 
Pero también -Madre de todos los vivientes-
sueles darte maña
para cobijar el virus tetánico y los mosquitos
de la fiebre.
Con tus ubres de loba amamantaste a Leonardo
junto a Juan Sebastián Bach,
Sakiamuni, y los sádicos de Bergen-Belsen.
 
Todos los perfumes de París
no alcanzan a sofocar el vaho amarillo
de tus veinte mil hospitales malolientes.
¿Sabes?
se me ocurre llamarte -mal que te pese-
almácigo de larvas ciegas
germinando semillas de muerte.
 

13

Apresura
apresura tu tiempo de salir
por el último canto.
Ven, burlando las tapias
del mínimo recato.
Trae contigo tu pedernal agudo
-el de los zumos agrios-
Desmantela los mirajes
del día. Que estallen
los estridentes pífanos del fracaso.
 
Suelta sobre los hombros ateridos
la pica de tus laboriosos operarios.
(Ya fue quemada en el horno
la vasija de barro.
Bien puede el alfarero
vendérsela luego al hortelano).
 
Acabe al fin tu celo implacable.
Tu traer y llevar
pedazos de congoja por la calle.
 
Recupera tu lozana osadía
-Tierra de malas artes-
devorándole las manos y los ojos
al incauto huésped de la tarde.
 
Después
que acudan a ulular tus lloronas triunfales.
Que se acumulen expresiones.
Que se rompan todos los cristales.
 
Que por fin haya silencio
sobre el manojo de carne.
 

 
Fuente:  ZUMOS
 
Poesías de RAMIRO DOMÍNGUEZ
 
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Grabados de LOTTE SCHULZ
 
Ediciones ALCOR
 
Asunción – Paraguay
 
1962.
 
 
 

 

 

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