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YULA RIQUELME DE MOLINAS
  EL ÚLTIMO ACTO (Cuento de YULA RIQUELME DE MOLINAS)


EL ÚLTIMO ACTO (Cuento de YULA RIQUELME DE MOLINAS)
EL ÚLTIMO ACTO
Cuento de
YULA RIQUELME DE MOLINAS
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )

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EL ÚLTIMO ACTO
El cielo umbrío de la medianoche vuelca tinieblas por la ventana. Tieso en el sillón de cuero, apoyados los codos en su escritorio, los puños prietos en las mejillas, el ceño fruncido, tensa la actitud, el capitán reflexiona... La habitación de paredes encaladas y techumbre muy alta convoca recuerdos. Cercado en su despacho por pianos y fotografías de la guerra que pasó, Pedro Altamirano pretende escapar a su idea fija. Sabe que el infierno quedó atrás y sin embargo, aun retumba en su cabeza el silbido de las balas. El humo azul de las explosiones permanece clavado en sus ojos. El vaho de la pólvora se pegó a su nariz y hasta el pan casero huele a cartuchos de artillería. Corre setiembre de 1935. En junio se firmó la Paz del Chaco. Es hora de que sus sentidos recuperen la normalidad. Aunque luego de tres años de combate, de lidiar al frente de sus tropas defendiendo la bandera, el territorio, los ideales..., se le hace imposible soslayar los infortunios de la guerra. Y claro, después de asumir que a treinta mil soldados se les apagó la vida en el campo de batalla, no puede retomar el cauce de su tranquilidad. No encuentra la paz verdadera, pese a haberla vitoreado por las calles de Asunción, en el desfile de la Victoria. Si, el capitán Altamirano condujo su regimiento al compas de sonoros clarines y a la sombra de cañones en virtuoso silencio. Es cierto que la muchedumbre aplaudió con entusiasmo. Pero el dolor colectivo que lo acompañó en el otro tiempo cercano todavía, se encarga de ponerle riendas a su felicidad. Además, le influye negativamente el último acto que vivió en el Chaco. Rememorar aquella ceremonia inconclusa no le ayuda, le hace dudar... Conste que María Teresa comprende sus dificultades y aparte de infundirle aliento, se esmera en los quehaceres domésticos: echa lumbre en el fogón, sazona los platos hasta alcanzar el sabor exacto de su deleite, entibia las sabanas conyugales. ¡María Teresa es digna esposa de un guerrero! Tampono tiene queja de sus compatriotas. El pueblo paraguayo aclama los laureles de la reconquista. En los países vecinos emiten elogiosos comentarios. El presidente Ayala premió su bravura: fue condecorado y ascendido. La gloria y la fama deberían proporcionarle satisfacción, reposo; y eso no ocurre. Aunque él se brindó a la patria por entero, se le niega la suerte de una paz interior. El desencuentro lo perturba. No da con su estrella. La misma que le prodigaba energía en el fragor de las contiendas, en las trincheras bien camufladas, en el cruce pertinaz de los disparos... O acaso, con su espectro mágico, su estrella aplacaba la arena calurosa, los labios sedientos; refrescaba el rancho de paja, el pastizal reseco. No regresó a la capital mientras duró la guerra. El rancho y los combates fueron el único paisaje; se adueñaron de sus días irremediablemente. Entregó sus fuerzas a la defensa del Chaco. Pero acabó la guerra y ahora, es preciso tomar el compromiso de su propio rescate. Como despertando de un mal sueño, Pedro se desmorona en el sillón de cuero. Trata de relajarse. Lo consigue en pocos minutos. Saca su agenda de la gaveta del escritorio, moja la pluma en el tintero, copia con letra uniforme: "Cita con el futuro". No es la primera vez que apunta esa frase. La tiene escrita con insistencia en su libreta de anotaciones. Representa sus votos con el destino, con el devenir impostergable. Aproxima el cuadernillo al quinqué. Deletrea las palabras. Las lee con detenimiento. Relee. Analiza el tenor de la expresión. Confía en su lucidez y tantea proyectar el futuro. Más algo falta para dar por cumplido aquel ciclo; para cerrar el pasado. Pareciera que la guerra le sigue sangrando por dentro, por las cicatrices indelebles que dejan las batallas. Y el repique imaginario de las ametralladoras (se?) vuelve obsesivo... Si, existe algo pendiente... En eso, escucha con certeza el aldabón de la puerta principal. Estalla en la noche mansa. Una y otra vez, madera y bronce redoblan. Pedro se incorpora con el farol en la mano. Parsimoniosamente, camina hasta la puerta. La abre. No hay nadie. Esta por retirarse, cuando descubre a sus pies, junto al rellano de la escalera, un minúsculo paquete liado en papel de seda. Se inclina. Lo recoge. Se mantiene comedido en sus acciones. Le gana la indiferencia y no desata la cinta que con los colores de la bandera boliviana enlaza el objeto de escaso tamaño. Lo ubica por inercia en el cajón del escritorio. Justo en el sitio donde antes de la guerra colocaba su medalla milagrosa de la Virgen de Caacupé. El santo cariz de la coincidencia rompe su apatía y recuerda un episodio que actualmente lo visita en caprichosa repetición: apenas firmado el Armisticio, él se despidió con especial afecto de un prisionero boliviano. Fue emotiva la ceremonia por el carácter singular de la misma: a pesar de la paradoja, ambos entablaron una increíble relación de camaradería en pleno Chaco. El boliviano había permanecido dentro del cuartel paraguayo guardando reclusión circunstancial. Cuando se conoció el "cese al fuego", los dos militares celebraron la concordia y se estrecharon efusivamente. Al desprender el abrazo, en prueba de amistad, a modo de alianza, Altamirano le ofrendó al extranjero su medalla milagrosa de la Patrona del Paraguay. El boliviano aceptó la joya con la promesa de una retribución que por motivos anónimos se estaba demorando. Así entonces, la consumación del último acto continuaba pendiente... A esta altura de sus recuerdos, en medio de la atmósfera sombría que rodea el aposento, a Pedro le surge una sospecha. Decide averiguar el contenido del diminuto envoltorio que le enviaron. Busca en el recoveco donde lo había dejado un rato antes. Lo rescata. Corta la cinta. Rasga el papel. Libera de su estuche el objeto. Es una moneda de oro con el escudo de Bolivia por un lado y en su reverso, el valor y la fecha de su flamante aparición. Dentro de la caja, en tarjeta personal, van los saludos del ex prisionero. Este detalle cortés, aparenta ser de simple formalidad. Sin embargo, en la mira del capitán, adquiere la significación de un símbolo: ¡Su estrella fulgura en la ventana! Para Pedro Altamirano, finaliza el último acto de la Guerra del Chaco.
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YULA RIQUELME DE MOLINAS
Asunción, 23 de enero/2001.
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Fuente:
SIN RENCOR
TALLER CUENTO BREVE
Dirección: HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
Edición al cuidado de
MANUEL RIVAROLA MERNES y
LUCY MENDONÇA DE SPINZI
Asunción - Paraguay
Octubre 2001. (166 pp.)
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Enlace recomendado:
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