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ESTEBAN CABAÑAS

  DESENTIERRO, 1982 - Poemario de ESTEBAN CABAÑAS


DESENTIERRO, 1982 - Poemario de ESTEBAN CABAÑAS

 DESENTIERRO

Poesías de ESTEBAN CABAÑAS

Colección Poesía, 8

© Carlos Colombino

Alcándara Editora

Edición al cuidado de C. V. M.,

J. M. G. S. y M. A. F.

Diseño gráfico: Miguel Ángel Fernández

Viñeta: Carlos Colombino

Documentos seleccionados por Roberto Quevedo

Tiraje de 750 ejemplares

Inscripción solicitada a la Agencia Española del ISBN

Hecho el depósito que establece la Ley 94

Se acabó de imprimir el 27 de octubre de 1982

en los talleres gráficos de Editora Litocolor

Asunción, Paraguay (124 páginas)
 


La historia  escrita de nuestra América es, en buena medida, una historia de vastedades y devastaciones. Injertado en la misma cruz del continente, el Paraguay no ha podido evadir esa sobredimensión de lo trágico, ese incontenible sentido de catástrofe. Por las arterias de su pueblo han percutido pulsos de miedo y de sombra.
Este destino de peligro y de incertidumbre, esta vaga sensación de culpa milenaria, se incorporan al latido vital de la tribu, de la aldea, de la primera ciudad, y del hombre que las habita.
 
ESTEBAN CABAÑAS, poeta paraguayo, tampoco puede renunciar a este signo con que su propia sangre viene marcada desde hace varas centurias,
 
Para ser fiel a su ayer, cuenta. Para salir libre hacia mañana, canta. Y entonces crea el espejo multiplicado en plásticas imágenes que, en el profundo cauce de este libro, alcanza significación de tiempo: tiempo de una nueva comunicación entre la poesía y la vida.

 
 
 
 
 
A DIONISIA CABAÑAS
 
"Aunque el discurso de largos años
suele causar las más de las veces
en la memoria de los hombres
mudanza y olvido..."

dedico este libro a tía Dionisia,
que no tuvo hijos,
ni hombre, ni perro que le ladre,
y sin embargo
era alegre y delirante,
contaba historias familiares
y pensábamos que la pobre
estaba loca de remate.
Tanto la quería mi madre
que me dijo: dale una flor
en su muerte, ese día.
(Estaba tan gris, que se orinaba
en el cajón de risa).
Esta es la flor
después de mucha vida.
 
 
 

LOS PENSAMIENTOS DEBIDOS
 
Yo, Moquiracé, haré velar
los antiguos árboles
de donde sacamos la fuerza del venado,
la sangre de las víboras,
los penachos que la garza enarbola,
el agua petrificada
y el sol de la tierra
que al apagar sus fuegos
hace acontecer la oscuridad.
 
Yo, Moquiracé, hablé a mis hijas:
En el tiempo que fue,
cuando llegamos aquí
en grandes luchas con los payaguá;
comer al vencido
era buscar la fuerza
que su corazón guardaba.
Ahora llegan los extraños
con el palo de trueno y el poder,
con sus pieles tejidas al cuerpo,
con sus rostros crecidos
y desangradas manos.
 
Yo, Moquiracé, dije a mis hijas:
Es de ustedes este trabajo.
Apaguen los fuegos
de este sol que nos trae
un alba quizás enemiga.
Mis hijas: coman de su carne.
Los hijos de ustedes
heredarán la fuerza del extraño
y seremos
-en la tierra sin mal-
una mañana.
 
Yo, Moquiracé,
no fui el vencido.
 
 
 

 
CON LOS CINCO CACIQUES
DESCUARTIZADOS POR ORDEN DE IRALA,
HABLA EL ENGAÑO

 
La víbora calló
y el enorme fuego que agitara la selva
se nos puso aquí dentro
y allí se enterró.
Vino la tormenta y trató de apagarlo
con sus terribles aguas,
vino el sueño con una pesadilla que le prestó su voz,
vinieron los ojos que el verano incendió
y fuimos el barro calcinado
que arrastraba las piedras
sin levantar la vista de las manos:
nos habían preparado la trampa
con nuestra propia sangre.
 
 
 
 
EN UN SUEÑO DE LOS CACIQUES,
DOMINGO RETROCEDE PARA VERSE
 
Por el aire se nutren
las bocas del alba,
anuncian silencios
los lejanos diagramas,
luces por el río,
en el frío fogatas.
Las cenizas suben por los jazmines.
Hay un árbol que construye su sombra
bañado por la plata de los charcos.
El espejo delata los cuerpos
suspendidos en el inútil sueño.
Domingo camina por una frágil rama,
el sol se ha detenido en medio de su cara,
parece que sus ojos taladran.
La selva, tras un fondo insomne,
guarda el cuerpo de Leonor, preciso.
La piel es muy morena,
un reflejo que avisa
el deseo y la ira.
Pero ella sonríe con una risa vieja,
sólo el cuerpo lo entiende
y corre hacia sus piernas
la temblorosa araña de su sexo.
Afuera,
Domingo recibe a los caciques.
Su mirada es de vidrio.
El lagarto los desprecia con la lengua afiebrada
que seduce la siesta
en el látigo tenso
de un ojo congelado.
Malinche suena al viento
(¿no es la misma?)
traspuesta la frente de Salazar dormido.
-Aquí están los caciques,
don Domingo-.
Los soldados levantan los maderos,
la soga va a la espera
sosteniendo en el aire
su círculo vacío.
En otro espejo los caciques
despegan a Martínez de Irala
de una mujer cansada y desteñida.
Lo llevan a la plaza.
(Sueña el viento
un aire periférico).
Domingo Martínez de Irala
cuelga de un árbol
con la soga al cuello.
¿Qué son estos dulces caballos,
uno por cada punto cardinal
y hacia cada rumbo?
Con el puñal, el indio los ciega
y al partir cada uno se lleva
un trozo de su suerte.
Don Domingo regresa a componer sus partes:
el espejo está roto.
 
 
 
 

PIENSA LEONOR
 
Era simplemente un hombre
con un corazón lleno de ojos
para sentir la noche.
 

 
 

LOS CONQUISTADORES SUEÑAN
UN SUEÑO ROTO EN ASUNCIÓN, 1560
 
"Tierra para siempre desencantada”,
aplastada de azul,
las pequeñas hebras de la sangre
evocan el sudor
de sostener la piedra del cansancio,
la mañana sin pausa,
la noche sin remedio.
Un lucero levanta su misterio
sobre la piel del alba.
Ya no existe la luz:
el oro se ha licuado en el agosto
y este rostro se apaga en los espejos
donde un ojo de plata se extravía.
 
 
 

 
LA ENCOMIENDA
LOS EMPUJA HACIA EL MONTE

 
Por montes y pantanos cargados con el sol
y la humedad como un junco perdido en la nostalgia,
comemos arañas, gusanos y culebras
-de paga, dos varas de lienzo-
y un árbol creciendo en medio de la cara.
Todo por haber cernido las esperas que el tiempo
hace llover en nuestras manos.
 
 
 
 
RUY DÍAZ DE GUZMÁN
ESCRIBE

 
I
Salta un río poderoso sobre el viento.
Levanta las telas aturdidas por grandes pájaros
que anidaron en ellas.
Incrustados en los palos y velámenes
erizados de banderas,
manos azules, sueños, algunas piedras
y en el pescante un perro azul
sin nadie.
Por la brisa, llaves,
por el suelo, largos pleitos,
larga pena.
Por el viento, bocas sin palabras,
animales que cruzan la tarde
en un asador gigante.
Lenguas de fuego suben
hacia un horizonte muerto:
no hay salida.
El mar nos queda lejos.
Escribo quietas páginas,
pienso en aquellas aguas
donde se juntan dos ríos inmensos,
bajíos, arrecifes,
una laguna quieta se acumula
en el corazón de la tierra.
Por los batientes
pedazos de nácar desprendidos
y una tristeza corta
a borbollones,
los antiguos muros del silencio.
 

II
Por la noche,
a tiro de flecha,
se pueden bajar de un plano oscuro
las recientes estrellas.
Una nube blanquísima
cubre el trópico asustado:
han abierto las piernas
los árboles castrados.
Por esta mano
salgo a derramarme
-cúspide de gran pirámide-,
punto inicial que trae el gran Domingo
hacia todos mis hijos,
tanto como un país de ríos
inundados.
Por el aire
un cauce despeña su caudalosa sangre.
 
 
 
 

GONZALO DE MENDOZA FUNDÓ ASUNCIÓN
CON SALAZAR, CONQUISTADOR Y GOBERNADOR DEL PARAGUAY
 
Aquí estoy, acércame tu oído:
te escribo
acostado en el lodazal del tiempo,
Vivimos ya tan lejos
que parecemos otros,
y, sin embargo,
ayer cuando salí de mi casa
y caminé hacia el este
encontré tu calle;
decía claramente:
"Gonzalo de Mendoza".
Anduve cada paso
por esta oscura calle
cernida en los misterios de sus árboles.
Apenas una calle de dos cuadras.
¡Carajo!
Me pregunto
si no eras un comunero traidor
ya que no te mereces
sino esto:
doscientos pasos trajinados
en el último rincón
de la ciudad que fundaste.
 
En el agosto de 1537
caminas al lado de Salazar.
El samuhú-peré te espera en otra parte
con una banda que te llenará de flores cada año,
ya que has sido un mito de los indios
que te sintieron lleno de bondad
y cercanía paternal.
Pero aquí en esta calle
nadie sabe quién eres.
Un cartel de lata
es una lápida incierta
bajo el viento.
 
Vuelvo a casa.
Mira:
corta en dos la sangre
que marcará la tierra.
Por un lado la sumisión y el sueño,
por el otro, el poder,
la lengua y los espejos;
y en eso estarás buscando,
uniendo dos pedazos que un río separa
desde siempre.
Después buscaremos a nuestro padre
en vano.
Al que hemos perdido,
al que no volveremos a recobrar:
a nuestro padre que en cada vuelta del tiempo
confundimos con el señor de turno.
Gonzalo:
quizás sea esta la forma
más sutil de tu venganza.
 
 
 
 
PIENSO EN HERNANDO DE MENDOZA,
QUIEN FUE CON GARAY A FUNDAR
LA SEGUNDA BUENOS AIRES, A SU COSTA Y MINSIÓN
 
Que se hunda en el río ensangrentado,
que reviente por sus cuatro costados,
puta antigua, gran racimo de ingratitud.
¡Levanta el mausoleo de tu nombre,
come de nuevo la carne de tus anteriores patíbulos, y muere!
Maldita pierna alzada al mediodía,
ciudad tragada por la infamia,
eres apenas tu miserable tarde
agolpada en los perdidos pájaros de la noche
que mastica y escupe
sobre árboles ausentes.
¡Hernando! ¡Esta ciudad merece
la sal que petrifica,
la tormenta que borra,
la maldición de Judas!
 
Quizás hay otra Buenos Aires:
la que gobernaste,
la que sustentó tu casa,
la que oyó el tango,
la ciudad de Ana Díaz,
la que recibió a los desterrados
sin mirarles el rostro.
¡Quizás es ésta la que hemos fundado!
 
 
 

 
RECUERDO A LOS DESCENDIENTES
DE VIOLANTE DE GUZMÁN,
QUE PARTIERON DEL GUAIRÁ.
UNA MUJER DE ENTRE ELLOS FUNDÓ SOROCABA
EN 1600, CON UN PORTUGUÉS
 
El signo viajero del Guairá
salió caminando con sus hijos.
Salieron de Jerez yendo hacia el este.
Más allá se esconde Villa Rica
con la triste maleta del espanto.
El Paraná se derrama
por todos los despeñaderos
buscando el mar.
Un fulgor de espejos quiebra sus diamantes,
sus feroces cristales,
y levanta al dejar esas tierras en un rugido bronco
su torbellino trasparente.
Ahí va el río ensangrentado,
allá va Villa Rica
caminando,
allá va Violante de Jerez.
Villa Rica
buscando el paraíso de nuevo perdido,
los hijos de Violante
arrastrados por el fiero portugués.
Unos a sembrar nuevas rúas, nuevas sangres,
otros a inventar el destierro al revés
caminando
hacia el corazón de la tierra.
Todos
llevando el ala azul desprendida del suelo,
un barco con doscientos zapatos
llenos de pájaros,
llenos de nubes
caminando.
 
 
 
 
ANTONIO CAVAÑAS AMPUERO
EN UNA ESPECIE DE RECUERDO

 
Cruzó los mares y levantó banderas
contra los calchaquíes.
Tenía rostro de piedra,
de piedra desenterrada de Cantabria.
Cruzó el Tucumán ardiendo
y sentó reales aquí,
combatiendo por la greda
en sus entradas chaqueñas.
De su sangre nos viene
parte de nuestras banderas.
Nos trajo el nombre
que lleva la tarde a esparcir
en la sementera hojas de viento y pena.
Hombre azul, cantábrico,
frío mar que en la escarpada
levanta olas al aire
como soñando
la petrificación del ansia.
Piedras que en sus entrañas
llevan pinturas sagradas
(que toqué asustado, aquel día).
Como la piedra, esta piedra,
o como el polvo,
el soplo levanta los calientes arenales
que el viento norte trae
del Chaco que pisó tanto.
Y de su mano Phelipe,
Francisco, Salvador, Vicente,
Manuel y los que vengan.
Ya en el sitio rojo y palpitante,
las piedras son las piedras de sus rostros
y en las cenizas quemantes
lentos bisontes regresan
de antiguos acantilados.
Los fieros dedos intuyen
al alargarse la hierba
que la raíz es un río de sangre
que hunde su voz en la tierra.
 
 
 
 
PHELIPE CAVAÑAS Y AMPUERO
ABJURA A PEDIDO DE ANTEQUERA
 
En tus ojos ya no hay luz,
larga noche que entierra los sueños
en un oscuro cántaro,
larga noche camina
sobre la alquería del Yaguary
-larga noche en tus ojos-,
donde germina como un huevo
el tiempo.
Defendiste la provincia con tu padre
y de tanto mirar cómo la vida
hace retroceder senderos en la noche,
se te fue acabando la vista.
En ojos donde muere la luz
-ya Don Phelipe-, nace el recuerdo.
Larga noche camina
en tierras que se acuestan sobre el río.
Allí Antequera
ocupando tu casa
hará su guerra
y te vendrá a buscar
de la mano de Juan de Mena
en mil setecientos veintidós,
en Asunción,
y en otra casa.
Allí no estás.
Te buscan por todas partes,
tus ojos miran la fábrica
del convento de San Francisco.
(Detrás hay ahora una plaza
dónde camina la misma noche).
Tus ojos conservan el brillo y la fiereza,
"el ánimo inquieto y revoltoso,
uno de los que ha tenido
desasosegada y perturbada
esta provincia”
O quizás ya estás viejo y ciego
abjurando delante
de Fray José de Palos,
o mejor, joven y ardiente,
lleno de pasión y afecto
bailando con tus amigos
al son de la guitarra,
el baile que levanta la máscara
en medio de la noche
que la Santa Hermandad anatematiza
el 16 de agosto de mil seiscientos
noventa y siete.
Ahí miran tus ojos
la Asunción bravía,
la barranca del río,
el gran acequión,
los arrabales.
La calle del Deán
corre a caballo
y tienes en él cuerpo
ropa de Castilla y de la tierra
con su olor a mares y cenizas.
Cierra los ojos ya
- ¡abjura!-,
no te pongas la máscara:
no ves que nosotros debemos tener
los ojos bien abiertos.
Que el espejo nos mire
aunque hundamos la sombra
en un sombrero.
Cierra los ojos.
Deja que Antequera
siga batallando
su guerra.
En ésa, ya estás muerto.
 
 
 

ASUNCIÓN, 1724
 
Hago luminarias
con naranjas divididas.
Alargo caminos en la noche.
Un farol desciende colgado de una sombra,
un arenal aguado se desliza
por barrancas que lame un sol muerto.
En el bajo, círculos de nácar,
espejos congelados
donde nadie se mira.
Los árboles son negros
en un turbión de pájaros dormidos
con él último grito
de la tarde.
Los muros más arriba se intercalan
con alineados postes.
Una reja deja una mano esquiva
en un barrote,
la voz se aleja.
El polvo esfuma el casco ardido
de un caballo.
Un niño pasa,
apenas un instante es.
Después nada.
 
 

 
DICTAMEN I EN CONCEPCIÓN, 1952
 
¿No has visto el sol sobre las últimas espumas
donde un turbión hace brillar el espejo?
No has visto que el recuerdo avanza,
desciende por escalones en que cada sueño
parece acostarse sobre el río.
No has visto los pájaros picar un plano congelado
de agua azul que hace saltar la piedra
en el tranquilo cauce.
¿No has visto cómo llega la corriente
y en un pozo refulge y se encabrita
para pasar frente a tu puerto como un látigo?
¿No has visto ese canal fugarse en un torrente,
descabellada fuerza que al dejar las arenas se golpea
en una superficie,
y de tus pies alejarse hacia todos los mares,
hacia toda la tierra?
 
 
 
 
DICTAMEN II EN CONCEPCIÓN, 1953
 
El hombre y dos caballos,
un aire de silencio, un ave.
El hombre cabalga desnudo
sobre la piel desnuda.
Entra al agua,
una sombra contra el sol que huye,
un canto rodado,
un bote duplicado con una cinta azul
que mancha la limpidez de plata.
El olor de los peces,
un silbido que hace levantar las orejas.
El hombre regresa.
Los caballos detenidos en el recuerdo,
tiemblan.
 
 
 
 
EN ASUNCIÓN, 1962
 
A hierro y muerte
y anhelos sepultados
y largos años que pasan
desteñidos,
frente a nosotros, frente a todos
con un ojo que mira
sorprendido
y un aparador colgado al aire
que defeca sus vientos
mientras en blanca espuma
un mar arriba devora sueños
como piedras,
huímos por la tierra
de nuestra propia casa
sin encontrar el sitio.
Hemos vuelto de nuevo
a comer arañas
y vendernos
por dos varas de lienzo,
después de muchas guerras,
después de tanta sangre,
los ríos con su lentitud navegan
-saliéndose de madre-
hacia todas las vidas
enterradas
en un antiguo corazón de cántaro.
 
 
 

DECLARACIÓN DE JUNIO, 1982
 
Tengo muchas tumbas
en cada calle, en cada esquina;
de un pequeño aire surge alguna,
de un suspiro, otra.
No hay nombres, ni sueños membretados
salvo una mano atada a una columna,
en medio de una plaza, en medio de una puerta,
cortada por un plano que define la angustia.
No hay cómo enterrar el viento. Sin embargo,
levanta las piedras como si fueran plumas
y entreteje la pena en un muro que mana
un tiempo licuado en numerosas lluvias.
No hay más que ver los ojos para cerrar ventanas
y amarrar pedazos cortados de la bruma,
mi sangre va remando sus ríos boca abajo,
va echando raíces, apagando lunas.
Historia que hace mucho remontó sus veranos
copiando una antigua y frágil vestidura
de jazmines.
Un viento sur los poda, levanta lápidas,
desparrama flores, los desnuda.
No hay más que los años y las cruces
y el rastrear sin pausa de una feroz pezuña
en los vericuetos de la memoria,
al hacer un socavón la persistente duda.
No hay sino el costado que voy limando a solas,
no hay más que los recuerdos que se nublan,
no hay más que los árboles y el cauce
donde un torrente persiguió su última búsqueda.
No hay sino este sordo caudal, esta premura.
 
 
 
 
INDICE
 
*. A Dionisia Cabañas,/ Los pensamientos debidos,/ Con los cinco caciques,/ En un sueño de los caciques,/ Piensa Leonor,/ Los conquistadores sueñan,/ La encomienda,/ Ruy Díaz de Guzmán escribe,/ Gonzalo de Mendoza,/ Pienso en Hernando de Mendoza,/ Recuerdo a los descendientes,/ Antonio Cavañas Ampuero,/ Diego de Yegros,/ Phelipe Cavañas y Ampuero,/ Asunción, 1724,/ Maldición de los che'olo,/ El Comunero tenia,/ Los motivos del esclavo,/ Sólo su virtud,/ Don Juan José Gamarra y Mendoza,/ Enumeración de motivos,/ En una esquina cualquiera,/ Manuel Atanacio Cabañas,/ Manuel Atanacio Cabañas se entierra,/ Nicasia Cabañas, Dolores Cabañas, Poema contra Manuel Peña, 97 Manuel Peña responde, Habla el mismo Juan José,/ Isabel, mi tatarabuela,/ Coro,/ José Dolores y su familia,/ Francisco Solano López,/ Yo sueño,/ José Faustino Cabañas,/ Este siglo,/ Aquí Charlotte Levois, 113 Junto a mi padre, 115 Ahora Santiago,/ Y mis tíos,/ Dictamen I,/ Dictamen II,/ En Asunción,/ Declaración de junio,
 
 
 
OBRAS DEL MISMO AUTOR
 
*. LOS MONSTRUOS VANOS. ASUNCIÓN, 1964
 
*. EL TIEMPO, ESE CÍRCULO. ASUNCIÓN, S/F.
 
*. LOS CUATRO LINDES. ASUNCIÓN, 1981.
 
 
 
 
 

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