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MARTÍN DOBRIZHOFFER (+)

  EL TERRITORIO DE LOS ABIPONES (Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER)


EL TERRITORIO DE LOS ABIPONES (Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER)

EL TERRITORIO DE LOS ABIPONES,

SU ORIGEN Y SUS DIVERSOS NOMBRES

Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER

 

La belicosa tribu de los abipones, de la provincia del/3 Chaco, está asentada en el centro mismo de la Paracuaria, o por decir con mayor exactitud, deambula por ella. No posee lugar fijo de residencia, ni más límites que los que le ha fijado el temor de sus vecinos. Si éstos no se lo impiden, recorren hasta muy lejos de sur a norte, desde oriente a poniente,/4 de acuerdo a la oportunidad de una invasión al enemigo, o la necesidad de hallar algún camino. En el siglo pasado, tuvieron su cuna en la costa norte del río que los españoles llaman Grande o Bermejo, y los abipones Iñaté, tal como lo atestiguan los libros y registros contemporáneos. Pero a comienzos de este siglo, ya sea por haber terminado la guerra que los realistas emprendieron en el Chaco, o por temor a las colonias españolas del sur, emigraron y ocuparon por fin el valle que en otro tiempo perteneció a los indios calchaquíes, pueblo también de gigantes. A pesar de la oposición de los peninsulares, consideran como propio este territorio que se extiende unas doscientas leguas. Sin lugar a dudas en otro tiempo los antepasados de los abipones habían extendido desde estas tierras hasta las costas del Paraguay.

 

 

Mapa del territorio de Paraquariae por F. Afner. (Fecit Vienna.)

 

El cacique Ychamenraiquin, tenido como principal de su pueblo, afirmaba una vez en la colonia de San Jerónimo que ellos habían llegado a lomo de mula cruzando grandes aguadas; y decía también que él había sabido esto por boca de sus antepasados. Ambas cosas se contradicen, así como suele haber contradicción entre las fábulas, sin que – como yo lo sé – pueda sacarse alguna conclusión firme que quede como monumento de las letras. Pero en verdad esta controversia sobre la llegada de los abipones a Paracuaria pertenece a los americanos, si no me equivoco, cien veces agitada, pero nunca dirimida. El español Solórzano trae once opiniones sobre este asunto, y las rechaza una por una. El Padre Gumilla en su historia sobre el río Orinoco trae otras conjeturas, y otros autores también aportan otras. Cualquier cosa que digan, siempre encontrarán alguno que pueda fundamentar un juicio contrario. Muy a menudo me viene a la mente pensar que los americanos llegaron desde el extremo/5 norte de Europa, llevados por el deseo de un cielo más apacible, hasta las extensiones que hoy llamamos América, en donde fueron penetrando poco a poco, y que estarían unidas en alguna parte con los confines de Europa, separados sólo por algún angosto estrecho que habrían cruzado, ya a nado, ya en chalupas o en alguna otra embarcación. Encontramos claramente en los abipones una cierta imitación de las costumbres y ritos que se dice usan los lapones y las colonias de Nueva Zembla. He notado en nuestros bárbaros una tendencia innata a orientar siempre el suelo patrio hacia el norte, como si fuera una aguja magnética. Cuando se enojan por algún hecho adverso, exclaman con voz amenazadora:"De tal modo me levantaré hacia el norte de Mahaik". Me da la impresión de que con esta conminación quieren significar que se volverán a aquellos lugares del norte de Paracuaria en donde sus parientes bárbaros viven aún fuera de la obediencia de los españoles, fuera de la disciplina de los cristianos, a su arbitrio.

 

Concedamos en verdad esto a la opinión de autores muy autorizados: ¿Por qué me empeñaré en afirmar que los americanos son oriundos de Europa septentrional, si todos los indios, descendientes de americanos, carecen de barba, la que tanto abunda en los pueblos del norte de Europa? Cuídate de atribuirlo al aire, al clima o al cielo. Aunque veamos degenerar rápidamente y de modo evidente plantas trasladadas desde Europa a América, tenemos la experiencia de españoles, portugueses, franceses, notablemente barbados en Europa, que en ninguna parte de América quedan imberbes; lo mismo sus hijosy sus nietos testimonian con la barba su origen europeo. Decimos esto por propia experiencia, ya que después de veinte años pasados en Paracuaria, pese a afeitarme a menudo la barba con navaja, rápidamente me crecía. Si ves a algún/6 indio medianamente barbado, no dudes que aunque su madre sea americana, su padre o su abuelo serán europeos. Ya que los ralísimos pelos que aquí y allá crecen cerca del mentón de los indios americanos, como una pelusa, me parecen indignos del nombre de barba.

 

Paracuaria es muy parecida a Africa; ¿pero podrá deducirse de esto que sus habitantes emigraron de allí? Por otra parte, si así fuera, todos los paracuarios tendrían que ser como los africanos, negros, morenos o plomizos. Los ingleses, españoles y portugueses, habituados a la trata de esclavos, no quieren procrear progenie negra de madre o padre negros, y sin embargo los hijos de padre y madre india son de color algo blanco, que con el tiempo, el sol ardiente y el humo del fuego que arde día y noche en sus tugurios, se oscurece algo. Los americanos no son como los africanos, crespos, sino muy lacios aunque siempre de cabello muy negro. Pero fuera de todo esto, la inmensidad del océano que separa las costas de Africa meridional y de América, hace difícil la travesía en esa latitud, y – séame lícito decirlo – también increíble en aquel tiempo en que sin brújula, los navegantes apenas osaban apartarse de la orilla. Podrás decir que alguna tormenta arrojó a los africanos a las costas de América; pero pregunto: ¿por qué camino habrían podido escapar las más sanguinarias fieras? Por otra parte, esta ardua cuestión encuentra todavía nuevas dificultades. El Cabo de Buena Esperanza, opuesto a los límites de Paracuaria, tiene por habitantes a los hotentotes, cuyas costumbres bárbaras se asemejan en algo a la de los indios paracuarios, aunque unos y otros difieren totalmente en la/7 conformación del cuerpo, en los ritos y en la lengua. Yo he leído esto en un folleto escrito por un alemán que vivió un tiempo en el Cabo de Buena Esperanza. Hay algunos que afirman que Asia es la madre de los americanos, unida por algún nexo aún no encontrado. Si afirmaras que todos los americanos a una cayeron de la luna, conocedor de la inconstancia de los indios, de su espíritu voluble y de su mutabilidad acorde con la luna, aceptaría con pies y manos tu sentencia, si no temiera, con razón, la risa de todos los sabios. De la increíble variedad de lenguas que se hablan en América, no hay ninguna que haga referencia a su origen; y nunca encontrarás ni el más ligero parecido de las lenguas europeas, africanas o asiáticas con las americanas, pese a ser habladas por tan diversas bocas. Esta es mi opinión y la de otros con quienes consulté el asunto. No es mi intención detenerme en el origen de los americanos. Consulta a quienes tuvieron este propósito. No obstante, cuando más leas, más dudarás; en esta cuestión hay tantas sentencias como cabezas.

 

Sin embargo no se desanime la posteridad. Existe una nueva esperanza de que habría en alguna parte del mundo conocido una conexión con América, que se confirmará en otro tiempo, si las expediciones iniciadas con grandes peligros y costos por los ingleses y rusos hacia todos los ángulos de la tierra y del mar lograran algún fruto. Estos sagaces exploradores/8 de los mares, avanzando siempre hacia el Norte, han descubierto nuevos pueblos y nuevas islas, (de las que la más célebre es la de Othaita), y estrechos desconocidos por los antiguos; les pareció de lejos que las costas de América estaban cerca de las de Asia, aunque en realidad no se acercan. Les sucedió lo mismo que a Moisés, cuando, buscando la Palestina a través de un larguísimo camino, le fue mostrada por Dios desde el Monte Nebo. La augusta Catalina, actualmente emperatriz de los rusos, tan célebre por sus victorias, por su conocimiento de la guerra y la paz, como por el esplendor de su imperio, la pujanza de sus fuerzas navales y militares y el fomento de las artes y de las letras, se resolvió, y no escatimó ningún esfuerzo, para descubrir finalmente si en apartados lugares del océano desconocido son vecinas las costas de Europa boreal, América y Asia. Esta empresa fue encomendada a los capitanes más diestros: los capitanes Behring y Tschirikow, con dos naves construidas en Ochotz, recorrieron desde el puerto de Kamtschatka hasta el Sur. Después de varias andanzas y vicisitudes observaron a lo lejos unas tierras que tomaron por América y que, midiendo con sus instrumentos de navegación, distarían unos pocos grados al N. O. de las costas de California; además encontraron islas desconocidas y pueblos muy semejantes a los americanos del norte. Les pareció que habían alcanzado su meta; pero cantaron victoria antes de tiempo, pues el capitán Krenizin, en el año 1768, emprendió la misma empresa con dos naves y vio esas y otras islas; mas pese a haber usado toda su ciencia nunca pudo ver las tierras que sus antecesores Behring y Tschirikow/9 creyeron ver y tuvieron por el continente americano. Krenizin decía que se habrían engañado pensando que las grandes islas con las abruptas cimas de sus montes eran la tierra firme americana; y en el mismo lugar en que aquellos equivocadamente habían fijado el continente americano, él sólo descubrió el mar abierto a lo largo y a lo ancho. Quienes creían a los primeros disculpaban a Krenizin por no haber visto aquellas tierras, alegando que éste había navegado hacia el Norte,y que si hubiera dirigido las proas hacia el sur, habría encontrado también el mismo territorio. En este asunto tan discutido ¿quién puede dar la sentencia? Unos y otros deben ser excusados si yerran. En un mar tan proceloso, bajo un cielo a menudo cubierto por densas nubes, no puede ser observado el mismo punto por varias personas, ni saber el modo de llegar a ese punto. Las nieblas obstaculizan la vista e impiden ver las costas más próximas. Digo esto por experiencia propia. Unos navegantes portugueses descubrieron la isla de Madera observándola desde un mástil muy alto; y nosotros la habíamos tomado por una nubecita; y navegando hacia Italia por el Mediterráneo con Norvegis pensamos que la isla de Minorca era una nube. De modo que no es raro equivocarse por la nubosidad.

 

De las repetidas observaciones de los rusos, si bien discordes, arguyen todos los demás que el tránsito desde Europa septentrional hasta América se hace por mar, y que ambas partes continentales están separadas por un estrecho. Y/10 finalmente, que pueblos nómades fueron penetrando pocoa poco por las islas próximas a la costa hasta llegar a América. Convénzanse otros de esto, yo no puedo creer que tal cosa pueda realizarse. Si capitanes tan idóneos, provistos de brújulas, con sólidos barcos, con marineros capaces, poseyendo instrumentos aptos para la exploración del mar y la protección contra las tormentas vuelven, siempre frustrados, a emprender el mismo camino sin lograr su objetivo, ¿podría creerse que bárbaros incultos, apenas conocedores del arte de la navegación, con barquichuelos insignificantes hechos de un tronco ahuecado o de corteza de árboles, adornados con pieles de animales, habrían salido airosos en sus largos caminos por el mar proceloso hasta llegar a las desconocidas costas de América? A no ser que sea cierto que existe un estrecho que separa a Asia de América, como dicen que encontró un afortunado explorador inglés. En efecto, éste descubrió los errores de un mapa ruso, siguió el camino indicado en el mismo, desde California con dos naves cuyos nombres eran Resolución y Discovery; mientras confió en esos datos erróneos, corrió una y otra vez gravísimos peligros, tal como han escrito los ingleses. Pero cuando encaminó sus embarcaciones hacia el Norte, encontrando la línea continuada del litoral americano, puso fin a tantas cavilaciones, y halló los últimos confines de América y de Asia, observando que éstos están separados por un angosto estrecho; y siguiendo un poco más al Norte advirtió que el mar es poco profundo. Cook anotó el grado de longitud y de latitud en que estaban estos límites, pero que yo sepa,/11 todavía no ha sido divulgado por los ingleses. Partiendo de las observaciones que realizó este sagaz capitán, no es lícito conjeturar sin peligro de error; estos límites extremos de Asia y América están situados entre los grados 65 y 67 de latitud Norte, y alrededor de los 200 de longitud Este del meridiano de Greenwich; en este punto se ubicó en otro tiempo a la tierra Nitada o a América de D. Maty. La carta geográfica de los rusos editada, por Engel difiere mucho de esto; pone muy hacia el S. O. el extremo de América. Estas dudas y controversias se disiparán, espero, cuando los ingleses divulguen aquellos diarios de navegación del capitán Cook que, si no hubiera muerto por las flechas de los enfurecidos bárbaros, habría echado mucha luz en este asunto tan oscuro, sobreviviendo a tantos mares y tempestades. Esperemos también ávidamente lo que nos anuncian los rusos que hace poco exploraron aquellos mares para retomar la controversia. También el celebrísimo Robertson los explorará con más claridad y detenimiento.

 

Nadie ignora que el tránsito desde Europa septentrional hacia América se realiza por el N./O. En el año 830 los noruegos descubrieron Groenlandia, establecieron allí colonias y con frecuencia las visitaron. Los ingleses, suecos y daneses exploraron hasta las extremas costas del Norte. Pero ya por los glaciares (que el capitán danés Juan Münkens testificó que eran de 300 a 360 pies de alto), o por la ferocidad de los bárbaros que se les interpusieron, no pudieron proseguir. Quienes recorrieron en el siglo pasado las costas de Groenlandia que miran al N. O., anunciaron que están separadas/12 de América por un angosto estrecho que probablemente sea la conexión con este continente; ése es el camino de los navegantes groenlandeses que tienen comercio con sus habitantes; por otra parte los bárbaros americanos llamados esquimales son semejantes a aquellos en la conformación del cuerpo, los vestidos y el modo de vivir. Todo esto es narrado por Granzius en su historia de Groenlandia. Si esto fuera cierto o verosímil, no quedaría duda alguna sobre el origen de los americanos. Pero en vista de la gran variedad de pueblos que habitan en la inmensa América y de sus notables diferencias, en cuanto a lengua, costumbres, vestidos y ritos, siempre me pareció que no habría un origen común y una patria única para todos los americanos. Yo que he vivido tantos años entre las tribus autóctonas, me río y desprecio a los autores que afirman que un indio es tan parecido a otro como un huevo a otro huevo. En verdad sobre este asunto que fatiga la curiosidad de muchos, se divaga muy libre y malamente; pero yo, en fin, no lo he iniciado.

 

Aunque no osaría afirmar de donde llegaron los abipones en otro tiempo, sin embargo diré por dónde deambulaban hoy día. Los caseríos de los abipones, que están distribuidos en varias tribus, se ven en una gran extensión de tierra que va de Norte a Sur desde el río Grande o Iñaté al territorio de Santa Fe y por el Este desde el Oeste del río Paraguay, y se cierra con los límites del río Paraná, y con la región de Santiago del Estero. No practican la agricultura ni tienen un domicilio fijo y estable, y andan de aquí para allá en perpetua migración, ya en busca de agua o comida, ya por temor a algún enemigo cercano. Son los más diestros entre los/13 ladrones. Llevada la destrucción a las colonias españolas del sur, se retiran al norte, y luego de maltratar a la ciudad de Asunción con sus muertes y latrocinios se dirigen rápidamente hacia el sur. Si atacan con sus armas enemigas las fundaciones guaraníticas o la ciudad de Corrientes, se alejan con sus familias a los escondites del Oeste. Si invaden los campos de Santiago o de Córdoba, se ocultan sagazmente con sus compañeros en las lagunas, islas o cañadas que por todas partes las hay en el Paraná. Y ocultándose y alejándose de este modo, se sustraen a los ojos y a las manos vengadoras de los españoles, que impedidos tanto por el desconocimiento de los caminos como por su aspereza, de ningún modo pueden vengar las injurias recibidas de los bárbaros. A veces los españoles se ven obligados a volverse porque se les interpone una laguna o estero que los indios atraviesan como en un juego.

 

Aunque carecen de moradas fijas, casi no hay lugar de esas regiones de abipones que no tengan un nombre que deba su origen a algún acontecimiento memorable o a alguna propiedad de esa región, tal como en otro tiempo fue usual entre los hebreos. Quiero mencionar aquí algunos lugares más conocidos: así Netagranàc Lpatáge, nido de aves, porque a semejanza de las cigüeñas, cada año anidan en un gran árbol de este lugar. Niquinránala, cruz, pues en otra época fue fijada una por los españoles, Nihírenda Leënererquie, cueva de tigre. Paët latetà, gran grieta. Atopèhenřa lauaté, albergue de/14 los lobos marinos. Lareca caëpa, altos árboles. Lalegraicavalca, cositas blancas; habían matado tantos animales en ese lugar, que todo el campo blanqueaba por los huesos desecados de los cadáveres. Otros lugares tomaron el nombre del río que los alimenta. Los más conocidos son: Evò ayè. Paraná, o Paraguay, Iñaté, Grande o Colorado, Ychimaye, Arroyo del Rey para los españoles. Neboquelatèl, madre de las palmas, Malabrigo para los españoles, Narahagem Inespin, Lachaoquè, nâuè, ycale, etc., Río Negro, Verde, Salado, etc. Omito otros caudales menores, que son múltiples y sin nombre.

 

Ya dije que en el siglo pasado los abipones habitaron las costas del río Grande o Iñaté; pero, movilizadas las tropas desde Tucumán, se dirigieron al Chaco, más a causa del ruido de las armas que por imposición de los vencedores. En el siglo en curso, hacia el año 60, ya serenados estos sucesos, numerosas familias de abipones se habían retirado nuevamente hasta el río Grande o hasta los más recónditos lugares al norte del mismo por temor a los españoles, a quienes no obstante ocasionaron grandes daños en sus reiterados asaltos. La última colonia de abipones, a la que se dio el nombre de Rosario, distaba casi diez leguas al norte del río Grande, ubicada en el sitio en que los bárbaros, que se llaman a sí mismos Nataquebit, habían tenido sus viviendas un poco antes. Esta colonia fue fundada por mí, y fui también su cuidador; ya hablaré de ella en otro lugar.

 

Unas pocas cosas he de decir de paso sobre el nombre/15 de estos indígenas de los que me estoy ocupando. Los abipones son llamados Callagaik por los mocobíes, tobas y yapitalakis; comidi por los guaycurúes; luc-uanit, por los vilelas, que significa "hombres habitantes del sur". En otro tiempo los españoles los llamaron Callegáes o frentones, por su gran frente, pues por arrancarse los pelos hasta tres dedos del cráneo, parecía que la frente se prolongaba en una afectada calvicie. Será ridícula la etimología que hace derivar del griego Ιππος caballos y a privativa; del mismo modo que a los ignorantes de la divina religión llamamos ateos, así, abipones significaría hombres sin caballos. ¿Qué cosa más absurda y hasta más repugnante puede decirse? Aunque, como los demás americanos, antes de la llegada de los europeos no conocían ni de nombre a los caballos, sin embargo no creo que en este momento haya ningún pueblo de esta tierra que posea más caballos que los abipones. En sus colonias conocí a algunos que poseían cuatrocientos o más caballos. Y esto no admire a nadie. En aquellas inmensas planicies erran infinitos grupos de potros salvajes que capturan sin ningún trabajo y sin que nadie se oponga, los doman en poquísimo tiempo y los conservan con la ayuda de la madre naturaleza sin ningún gasto, ya que en el campo encuentran agua, forraje y establo. No falta al abipón industrioso cuantos caballos quiera. En el transcurso de una guerra a menudo en una invasión arrebatan de una vez tres o cuatro mil equinos de los campos españoles.

 

 

CAPÍTULO II   /16

SOBRE EL COLOR NATIVO DE LOS AMERICANOS

 

Cuando los pintores reproducen al hombre americano, lo representan de color oscuro, nariz torcida y chata, ojos amenazantes, abdomen prominente, desnudo de pies a cabeza e hirsuto, más semejante en todo a un fauno que a un hombre; monstruo en la forma, corvo de hombros, armado de arco, flecha y clava, coronado de plumas de colores; les parece que han realizado de modo perfecto la imagen del hombre americano. Y en verdad yo mismo, antes de conocer América, me los había figurado así in mente; pero mis ojos me mostraron mi error. Ya en otro tiempo dije que esos pintores a quienes concedí fe son calumniadores del pueblo americano, al modo de los poetas; éstos pintan con palabras, aquellos engañan infamemente con el pincel. Entre los incontables indios de muchas tribus que conocí de cerca, nunca vi aquellos vicios de forma que por doquier se atribuyen a los americanos. Si dudas de mi palabra, cree, te lo ruego, a mis ojos. Yo he comprobado, que los americanos no son negros como los africanos, ni tan blancos como los ingleses, alemanes o muchos franceses; pero sí mas blancos que algunos españoles, portugueses o italianos. Son en general blancos; en algunas tribus son trigueños, en otras un poco más oscuros. Esta diferencia se debe en parte al cielo bajo el que viven, en parte a su modo de vida, o bien a los alimentos que emplean. Pero si atendemos al testimonio/17 de Ovidio que dice: "fuscantur corpora campo" (1), conviene más tener color oscuro a los indios que a diario se tuestan en el campo por el sol estival, que aquellos que viven inmersos en sus selvas nativas bajo cuya sombra se esconden eternamente, de modo que ni ven el sol ni pueden ser vistos por él. He visto a muchísimos salvajes de las selvas, de rostro tan blanco y hermoso que podrían ser tenidos por europeos si se les adornara con ropa europea. Las mujeres son siempre más blancas que sus maridos porque salen menos fuera de sus casas, y cuando hacen un camino a caballo, por un sentimiento innato de pudor, cuidan más que el sol no las lastime y cubren su rostro con una sombrilla hecha con largas plumas de avestruz.

 

A menudo me he admirado de que los aucas, puelches, patagones u otros pueblos habitantes de la tierra magallánica austral, de donde vienen los fríos hasta Paracuaria, vecinos al polo y cercanos a los rígidos Andes, en donde hay tanta nieve, sean de rostro más oscuro que los abipones, mocobíes, tobas y otros pueblos que viven a unos 10 grados al Norte donde el clima es más cálido. ¿Quién ignora que los ingleses, franceses, suecos, daneses, belgas o alemanes, nacidos bajo un cielo más frío son por lo general de rostro más blanco que los españoles, portugueses e italianos, que viven bajo un cielo más caliente? Por lo mismo, los indios australes, que viven en la región más fría de Paracuaria son menos blancos que los abipones, habitantes del Norte, quienes soportan vientos más ardientes. Entrego con gusto esto a los naturalistas para que lo discutan. ¿No influirá en algo la variedad de alimentos? La carne de avestruz y de caballo que abundan en sus campos, son casi los únicos alimentos de aquellos bárbaros del sur./18 ¿No contribuirá este factor al oscurecimiento de sus cutis? Pues los historiadores refieren que los groenlandeses, sepultados casi entre nieves eternas, no son de color blanco, sino entre el negro y el amarillo, y atribuyen esto a la grasa de ballena, que es uno de sus constantes alimentos, sea como comida o bebida. Como si dijéramos que tanto como el calor ardiente del sol, así la brisa del frío riguroso quema la blancura de sus cuerpos. Si esto es así, pregunto yo ¿por qué, los habitantes de Tierra del Fuego, en el grado 55 de latitud, en los últimos confines de América austral no son medianamente blancos? Están muy próximos al polo antártico, y el calor llega allí en el mes de enero, cuando los europeos sufren el frío; y en el mes de marzo, que es parte del otoño, los montes se cubren de nieve y un frío intenso desciende por todas partes. Los navegantes españoles que me trajeron a Europa, me confiaron esto muy ampliamente. Pues cuando un poco antes habían estado en la isla Maloina o Malvina, o como otros dicen, Macloviana, vecina a Tierra del Fuego no cesaban de hablar del frío espantoso que soportaron allí. Contaban que en ese lugar la nave fue obstruida por la nieve, sus cuerpos se congelaban, las manos se les ponían rígidas de tal modo que a no ser porque se calentaban bebiendo vino quemado, no hubieran podido desempeñar las tareas de la navegación. ¡Cómo nos arrojan nuevamente la sospecha de que estos pueblos del sur tienen su origen en Africa, trayendo a América su color tan oscuro! Si esta opinión hace reír a alguien, considere una y otra vez con qué cálculos habrían atravesado ese mar inmenso que separa Africa de Paracuaria sin usar la brújula./19

 

Ya que se hizo mención a los habitantes bárbaros de las costas magallánicas, es oportuno tratar aquí la opinión sobre los patagones que hace tiempo está arraigada en los espíritus de la mayoría. No pocos escribieron que éstos son gigantes con la fuerza del cíclope Polifemo, y mucho más lo estiman todavía; pero créeme en verdad, que aquellos se equivocan y éstos se engañan. En los comentarios sobre la expedición del holandés Olivier Von Nord, que en 1598 circunnavegó todo el orbe en viaje continuado de tres años, se cuenta, al narrar la travesía del estrecho de Magallanes, que los patagones tienen diez y once pies de altura (2). Parece que estos buenos hombres miran a aquellos bárbaros con microscopio, o que usan otro metro. En el año 1766 los capitanes Wallis y Casteret midieron a los patagonesy afirmaron que tenían sólo seis pies, o alrededor de seis pies y seis pulgadas. En 1767 el célebre Bougainville, nuevamente los midió y los encontró de la misma estatura que Wallis. El Padre Thomas Falconer, inglés, filósofo y médico, que fue compañero mío en Paracuaria, apóstol durante muchos años en la región magallánica, se ríe de la opinión de los europeos que cuentan a los patagones entre los gigantes y atestigua que el cacique de esta zona, cacique Kangapol, que superaba a otros por su estatura, mediría unos siete pies. Acepta tú, también, mi testimonio como de testigo ocular. Recién llegado de Europa, vi en la ciudad de Buenos Aires un grupo de estos bárbaros. No medí a ninguno, pero hablé con muchos por medio de un intérprete; es verdad que la estatura de la mayoría es grande, pero no tanta que merezcan ser considerados como gigantes. Tendrían que llamarse/20 también gigantes a todos los indios de Paracuaria: abipones, mocobíes, lenguas, o oaécacalot, mbayás. La mayoría de estos no exceden en estatura a los patagones, aunque no se les parecen en el cuerpo tan grande, el rostro más oscuro y las formas menos graciosas. Los jinetes que vemos diariamente en los ejércitos europeos, o en las ciudades o en las viviendas rurales, no son inferiores a los patagones. Esta leyenda sobre los patagones gigantes nació o fue confirmada por unos huesos hallados en aquellas costas que pensaron serían de los naturales. Esa fue la opinión de algunos que en el siglo pasado recorrieron las llanuras magallánicas y se afirmaron en que, en puerto Deseado habían sido vistos restos humanos de dieciséis pies. Los españoles enviados por el Rey Católico, tal como ya referí, para inspeccionar aquellas costas en el año 1745, encontraron allí tres calaveras de los bárbaros, pero no las hallaron de un tamaño extraordinario. El Padre Thomás Falconer, al que recién mencioné, dice que también encontró en las costas de Carcarañal o Río Tercero, afluente del Paraná, varios huesos gigantes: fémures, grandes costillas, fragmentos de cráneos, dientes molares que medían en la raíz tres dedos de diámetro. Otros sostienen que frecuentemente se desenterraron huesos así en las costas del Paraguay. También el Inca Garcilazo de la Vega, el Livio del imperio peruano, escribe lo mismo sobre el Perú, y cuenta que entre los indios del Perú subsiste la opinión recibida de sus antepasados de que en otro tiempo los gigantes que habitaban sus tierras habían sido exterminados por Dios en castigo al pecado sodomita. Pero habrás de saber/21 que de sus palabras no puede deducirse la verdad histórica. Con frecuencia en las historias se imponen comentarios arbitrarios de los antiguos en lugar de documentos de los antepasados. Concedamos en verdad que los huesos hallados aquí y allá – que podrían ser de ballenas u otros animales – hubieran sido de gigantes. Pero no por eso ha de afirmarse que la tierra donde fueron hallados haya sido tierra de gigantes. Esos huesos pudieron ser traídos desde costas lejanas por el aluvión de los ríos. Con frecuencia leemos que en las entrañas de montes muy altos fueron hallados huesos de elefantes, anclas, pedazos de embarcaciones muy grandes que sin duda han sido llevados en otro tiempo por pasajes subterráneos. Lee el mundo subterráneo de Kircher, lee a otros autores que tratan este asunto. Cree lo que quieras sobre los huesos de los gigantes, pero, te lo ruego, deja de tener a los patagones por hombres gigantescos.

 

 

CAPÍTULO III

SOBRE LA FORMA DE LOS ABIPONES Y LA CONFORMACION DE SU CUERPO

 

Los abipones son casi siempre de formas nobles, rostro hermoso y rasgos similares a los europeos, salvo el color que, como ya dije, no es totalmente blanco en los adultos, pero/22 sin embargo está muy lejos del de los africanos o los mestizos. Son naturalmente blancos al nacer, y se oscurecen un poco, en parte por el calor del sol, en parte por el humo. Se pasan casi toda la vida cabalgando por los campos abiertos al sol; y en sus chozas que son al mismo tiempo dormitorio, comedor y cocina, encienden día y noche un fuego en el suelo; necesariamente se ennegrecen por el calory el humo. Cuando sopla una brisa un poco fresca, acercan el fuego al lecho o bajan la hamaca colgante en la que duermen; y de este modo se ahuman lentamente como jamones de cerdo colgados de la chimenea. Las mujeres de los abipones son más blancas que los varones porque cuando cabalgan a campo abierto cubren su rostro con una sombrilla. Pero los hombres, como quieren ser más temidos que amados por sus enemigos, tratan de aterrar a los que les salen al encuentro, pues cuanto más tostados por el sol,y más desfigurados por cicatrices están, más hermosos se creen.

 

Los ojos de casi todos los abipones son negros, un poco pequeños; pero ellos ven con mayor agudeza que nosotros que los tenemos más grandes. En efecto: distinguen cosas muy pequeñas o lejanas, que los europeos, tan perspicaces en otras cosas, no alcanzan a distinguir. A menudo en nuestras travesías vimos que corrían a algún animal muy distante, pero nosotros no podíamos adivinar cuál sería. En ese caso un abipón no dudaba en decir si era caballo o mula, si era blanco, negro o tordo; y siempre comprobamos que había acertado. Una vez caminaba el Padre José Brigniel, compañero mío/23 en el pueblo de San Jerónimo, que era realmente menudo de cuerpo. Un abipón de gran estatura que estaba subido a un caballo alto le descubrió una pulga que tenía en la cara,y exclamó: Haraì Pay netequink loâparàt. "¡Mira tu pulga, Padre mío!". Deduce de esta pulga el poder de sus ojos. Estos bárbaros distinguen los pequeñísimos cuerpos de las abejas que vuelan arriba y abajo por las flores de los prados. Tales ejemplos son suficientes para probar la agudeza de su vista aunque podría traer muchos casos más. Ven mejor que nosotros con la ayuda del microscopio o anteojos.

 

Los abipones se caracterizan por la proporcionada conformación de los demás miembros, como algún otro pueblo de América. Recuerdo casi no haber visto alguno con la nariz chata como en la mayoría de los negros, estrecha, corva, casi más gruesa de lo justo, con frecuencia aguileña, aguda y algo más larga de lo normal. Las muchas deformaciones y defectos del cuerpo, tan frecuentes entre los europeos, son aquí muy raras y ni siquiera conocidas de nombre. Nunca verás a un abipón jorobado, con papada, labio leporino, de abdomen hinchado, piernas abiertas, pies torcidos, o tartamudo, pronunciando lar en lugar de la s. Lucen dientes blancos, y casi todos ellos los llevan intactos hasta la tumba. A veces en Paracuaria se da el caso de caballos pigmeos; pero un abipón nunca es pigmeo, como ningún otro pueblo indio. Entre tantos miles de indígenas que he conocido, no vi ni uno enano./24 Casi todos los abipones son de tal estatura que podrían formar parte del batallón de pyrobolarios austríacos, si su grandeza de alma respondiera al tamaño del cuerpo. En cuatro colonias abiponas, y no conté en más, conocí en siete años, sólo a tres que, contra lo habitual en su pueblo, eran de cuerpo menudo, pero de tal animosidady destreza militar, que tenían la mejor fama por sus hazañas. El primero fue el cacique abipón Debayakaikin, a quien los españoles apodaron el Petiso por su baja estatura, pero que en todo el ámbito de la provincia fue en su tiempo terrible. Frecuentemente lo recordaré en este relato. El otro, Eevachichi, primero entre los vencedores. El tercero, Hamihegemkin, sagaz para los trabajos de la guerra, intrépido y astuto. Una vez que nuestra colonia temblaba por la llegada de numerosos enemigos, estando casi vacía porque sus habitantes habían salido de caza, él dio pruebas de tal ingenio belicoso, que con astucia y audacia arrojó a los enemigos en una fuga precipitada. Y no te admires que hombrecitos tan pequeños encierren espíritus tan grandes. A menudo hay más espíritu donde hay menos cuerpo. Así dice Estacio en la Tebaida, I:"Maior in exiguo regnavit corpore virtus". (3) Y Claudio, en De Bello Getico, alabando al pueblo alano, muy belicoso:"Cui natura breves animis ingentibus artus finxerat, immanique oculos infecerat ira". (4) ¿Qué cosa hay más picante que el pequeñísimo grano de pimienta? A veces en América son más ponzoñosos los escorpiones u otras alimañas del tamaño de un palmo, que grandísimas serpientes. Alejandro de Macedonia y Atila, jefe de los hunos, fueron ambos de cuerpo pequeño y los más célebres por su espíritu guerrero. Perdona, te ruego, que use ejemplos tan grandes en cosas tan pequeñas. No ignoro que Alejandro y Atila nunca podrán compararse con los bárbaros Debayakaikin, Kebachichi y Hamihegemkin, pues éstos desvastaron las soleadas tierras/25 de los españoles paracuarios y sus campos; aquéllos subyugaron a provincias y ciudades fortificadas, como flagelo del mundo y rayo de guerra.

 

Los abipones como ya dije en otro lugar, carecen de barba, y lucen un mentón pelado según es lo común entre los demás indios que nacieron de antepasados indios. Si ves a alguno un poco barbado, no dudes que su abuelo o algún otro antepasado fue de origen europeo. ¿Por qué los americanos son todos imberbes? Es una cuestión que cuanto más se la quiere resolver, se envuelve en nuevas dificultades. ¡Quién descubriera el arcano de la naturaleza que hará el gran Apolo! No niego que a veces les crece una pelusa, como crece el trigo aquí y allá en campos arenosos y estériles. Cuidan de no mantener esta tierna pelusa, que nadie llamará barba, y se empeñan en arrancarla de raíz una y otra vez. Una vieja hace el oficio de barbero. Apoya en su regazo la cabeza del abipón que va a rasurar, rocía su rostro con abundante ceniza caliente y lo frota, con lo que suple al lilimento. Luego arranca los pelos uno a uno con las puntas de una tenaza o pinza. Los bárbaros afirman que este trabajo se cumple sin dolor, y para convencerme de esta verdad, algunos de ellos quiso aplicar la tenaza a mi barba; casi no podía desembarazarme de las manos del funesto peluquero. Por lo tanto preferí creerle, antes que tener que llorar. El uso de la navaja no fue ni muy antiguo, ni universal. Los antiguos no usaban las tijeras, ni/26 quitaban las barbas con pinzas, ni quemaban con carbón encendido. Varrón lo atestigua en De re rustica, Libro I, capítulo II:"Lanae vulsuram in ovibus, quam tonsuram antiquiorem esse: post Roman conditam anno quadragentesimo quinquagesimo quarto tonsores (virorum) primum ex Sicilia in italiam venisse aP. Ticinio Mena adductos." (5) No te admires por esto que refiero de que los bárbaros paracuarios prefieran la pinza a la navaja.

 

Los abipones soportan en silencio el dolor que les produce la anciana con la tenaza, con tal de tener un rostro suave y depilado, ya que desprecian uno hirsuto y áspero. Ni los hombres ni las mujeres conservan los pelos accesorios de los ojos, pues arrancan del mismo modo tanto las pestañas como las cejas. Esta desnudez de los ojos, aunque los afea terriblemente, es tenida por ellos como signo de elegancia y hermosura. Reprueban y desprecian a los europeos cuyos ojos los atemorizan con sus cejas densas, y dicen que los alemanes son hermanos de los avestruces, porque tienen cejas más espesas que éstos. Creen que la vista será molestada y obnubilada por esos pelos. Cuando van a la selva en busca de miel,y vuelven a sus casas con las manos vacías, rápidamente se excusan diciendo que les crecieron las pestañas y las cejas, y que no pudieron ver a las abejas que volaban ni los indicios de las colmenas. Esta costumbre de llevar los ojos desnudos nos parece ridícula, pero está confirmada por el ejemplo de los antiguos, si das fe a Herodoto en Euterpe, que cuenta que en Egipto los sacerdotes rasuraron todo el cuerpo, la cabeza y las cejas de Isis; y para que no le creciera ningún pelo, repitieron la operación al tercer día. Marcial, aludiendo a estos sacerdotes de Egipto,/27 cantó:"Extirpa, mihi crede, pilos de corpore toto." (6). Laertio, refiere que Eudoxio el Geómetra, se rasuró las cejas y las pestañas, y Synesio lo confirma en su encomio a la calvicie. También la ley impuesta por mandato divino a los hebreos:"Levitae radans omnes pilos carnis suae". (7), Números, 8. C. Existe, pues, la creencia que a los antiguos agradó la costumbre de extirpar los pelos, tal como hoy día entre los abipones, mocobíes, tobas, guaraníes y otros pueblos de jinetes en Paracuaria. Pasemos de los pelos a los cabellos.

 

Todos los abipones poseen abundante cabellera, más negra que el cuerpo; este es el color común a todos cuantos he visto por las regiones de Paracuaria. Si naciera un niño albino o pelirrojo sería tenido por un monstruo, apenas tolerable entre los humanos. Varían en el modo de arreglarse el cabello, según la tribu, el tiempo y la situación en que se encuentren. Los abipones salvajes, que aún no vivían en nuestras reducciones, usaban el pelo dejando un círculo alrededor de la cabeza al modo de los monásticos; tal la costumbre que observé entre los indios de Mbaevèrà y otros pueblos. Sin embargo, las mujeres mbayás, se rapan toda la cabeza pero dejan un mechón de pelos que levantan desde la frente hasta la nuca, como el penacho de un casco militar. Como los bárbaros carecen de navajas o de pinzas, usan para tal fin una concha que afilan en una piedra o la mandíbula de una palometa. La mayoría de los abipones que vivían en nuestras colonias se recogían los cabellos moviéndolos según la costumbre de los soldados europeos. También sus mujeres se recogen los cabellos, aunque los envuelven en una banda blanca de algodón. Cuando entran al templo, o, según una antigua costumbre, se lamentan de/28 alguna muerte, sueltan su cabellera y la dejan caer sobre los hombros. Por el contrario los indios guaraníes, mientras vivían en las selvas sin conocer la religión, se dejaban crecer el cabello. Ahora, después de haber abrazado la religión en nuestras colonias, se lo cortan según la costumbre de los sacerdotes. Pero las mujeres guaraníes en las mismas colonias, célibes o casadas, se lo dejan crecer, lo recogen y atan con una banda blanca de algodón, tanto en la casa como en la calle. Cuando entran a los oficios religiosos, se lo sueltan y lo dejan caer por la espalda. Todos los americanos están convencidos que esta observancia es muestra de la reverencia que se debe al lugar sagrado. Ruborícense los europeos que osan poner el pie en el templo no sólo adornados con rizos, sino cargados de mil odornos.

 

De mañana, las mujeres abiponas tienen el trabajo de arreglar el cabello de sus maridos, trenzándolo y atándolo, y peinan los mechones de los niños con una cola de oso hormiguero a modo de peine. Muy raramente encontrarás una cabellera de indio rizada por la naturaleza; por el artificio jamás. Encanecen muy tardíamente, y muy pocos son calvos. Es digno recordar y celebrar la costumbre de los abipones, tobas, mocobíes, que sin distinción de sexo o edad se quitan continuamente los cabellos desde la frente como tres dedos de ancho, de modo que parece una calvicie en la mitad delantera de la cabeza; ellos llaman a estoNalemra y lo juzgan un signo de nobleza y religiosidad. Una vez un matrimonio/29 de embusteros (habían fingido ser consumados médicos y sacerdotes) rasuraron de ese modo a sus dos hijos recién nacidos. Esta ceremonia es para ellos como la circuncisión entre los hebreos o el bautismo para los cristianos, y creo que estos bárbaros de la Paracuaria la recibieron de pueblos muy antiguos del Perú. Pues bien, esos padres rasuraron con una piedra afilada a modo de cuchillo los primeros cabellos de sus hijos, como signo de consanguinidad y admisión en su parentesco, y así consagrados, fue impuesto el nombre a los niños. Esta costumbre de rasurar la mitad de la cabeza fue muy antigua en otros pueblos fuera de América. Así Plutarco en el Teseo, cuenta las cosas que hacían para no exponer sus cabellos en combate:"Verum cum pugnacissimi essent Germani, et cominus certare cum boste praecipue didicissent – – – igitur ne ex crinibus occasionem adversariis se invadendi praeberent, eos tondebant". (8) Cuántas veces leemos que los franceses echan las puntas de sus cabellos sobre la frente para parecer más terribles al enemigo.

 

Una antigua costumbre establecida entre los abipones es que las viudas, para lamentación de las mujeres y gozo de los hombres, deben raparse la cabezay cubrirse con una capucha de color ceniza y negro, tejida con hilos de caraguatá, que no pueden quitarse hasta contraer nuevas nupcias. Otra ceremonia consiste en cortarle la cabellera al viudo y cubrirle la cabeza con una red que no debe sacarse hasta que crezca nuevamente el pelo. Para demostrar el luto por la muerte del cacique, todos los varones se cortan la cabellera. Entre los guaraníes cristianos, se considera una pena deshonrosa y llena de ignominia el castigar a una mujer de mala vida rapándola. ¡Eh! ¡Cuántas transformaciones en el cabello de los/30 bárbaros! Pero en verdad parece que no fuera ninguna al lado de las de los cultísimos europeos; vemos y nos reímos de la variedad de peinados y de las invenciones que surgen cada dos años, como si no hubiera otro asunto más que el tratamiento del cabello. Tal como dice Séneca en su libro Sobre la Brevedad de la Vida, Capítulo II: "Quis est istorum, qui non malit rempublicam turbari, quam contam suam? Hos tu otiosos vocas inter pectinem, speculumque occupatos? Nemo illorum, qui non comptior esse malit, quam bonestior". (9). Ya expuse sobre la forma hermosa que la naturaleza dio a los abipones. Resta ahora por hablar de lo que la altera.

 

 

Fuente (Enlace Interno):

HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN II

Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER,

 Traducción de la Profesora CLARA VEDOYA DE GUILLÉN

UNIVERSIDAD NACIONAL DEL NORDESTE

FACULTAD DE HUMANIDADES

DEPARTAMENTO DE HISTORIA

RESISTENCIA (CHACO) – 1968.






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