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LORENZO LIVIERES BANKS (+)

  LA BABOSA DE GABRIEL CASACCIA - Ensayo de LORENZO N. LIVIERES BANKS


LA BABOSA DE GABRIEL CASACCIA - Ensayo de LORENZO N. LIVIERES BANKS

LA BABOSA DE GABRIEL CASACCIA

Ensayo de LORENZO N. LIVIERES BANKS


A la novelística paraguaya se la podía considerar casi como inexistente hasta el año 1951 en que el señor Gabriel Casaccia Bibolini publicó su obra La Babosa. Los pocos ensayos realizados, a pesar del indudable mérito que importaba el intento de dar forma a un género, hoy por hoy sin duda alguna el más complejo como estructura literaria, no llegaron a cuajar en obras de valores suficientes que obligaran a considerar a la novela paraguaya una realidad artística. Actualmente, a nueve largos años de aquella fecha parece que aún no existe una conciencia clara del sentido que, para el arte novelístico del país, tiene la existencia de la obra de Casaccia: esto es, la de que mediante esa obra, la novela paraguaya sea una realidad.

Al ser publicada La Babosa tuvo una resonancia desusada en nuestro ambiente. Pero no sería veraz ni sincero atribuir ello a que se la apreciara como lo que pretendía ser: una obra de arte. Más bien, pienso que habría que encontrar la causa de ese raro fenómeno de resonancia en la cruda narración, cuya lectura apasionada por la técnica utilizada, sencilla y fluida, y lo verosímil de la historia con sus situaciones, en ciertos momentos de un verismo quizás hasta chocante. Quiero decir que la causa específica de su eco en nuestro ambiente no se fundó en una exacta apreciación de lo que una obra de arte es. Se creyó ubicar ciertas personas, de nuestra vida real. Se juzgaron éticamente ciertos actos, ciertas descripciones, y aún ciertos procesos psíquicos, sirviéndose de esos instrumentos de juicio engañosamente claros y válidos que son las reglas morales, y la consecuencia fue que se considerara a esta novela como inmoral. Y creo, que éstos fueron los que la vieron mejor, pues hasta se dio el caso de que alguno emprendiera la poco fructífera tarea de enjuiciarla sirviéndose de los supuestos y esfuerzos de esa dudosa forma de amor público a la patria que es el nacionalismo. Se ignoró que La Babosa al surgir a la vida lo hacía bajo las apariencias de una obra de arte, pues era una novela, y no un aleccionador ejemplo del triunfo de normas de conducta que aseguran al hombre la posesión del bien o la virtud, ni una artificiosa construcción destinada a patentizar la realidad nacional, una forma totalmente análoga y equivalente al autollamado realismo socialista, que no pasa de ser sino una de las formas a la moda de esa mentira interesada que es la propaganda. El problema a considerar, era el ver si aquellas apariencias de novela constituían realmente un auténtico fenómeno. Para ello era necesario verla y juzgarla sobre los supuestos de un pensamiento realmente originario. Es decir, un pensamiento que tratara de aprehender la esencia de la novela como una obra de arte. Si una novela es una obra de arte, ¿qué es una obra de arte? Esencialmente un ente, una estructura, pero no una cualquiera, sino aquella peculiar que se encuentra fundamentada en una verdad. Pero ¿de dónde surge y cómo puede ser fundamento la verdad? La estructura surge de la actividad del artista que la crea. Este se ve impulsado a crear por causa de una peculiar revelación de un ente dado o del ente en su totalidad, a la luz de su ser. A esto, a la revelación, la llamamos verdad, la que para ser puesta en obra exige la construcción de una estructura de modo a que esa verdad o revelación devengue operativa, es decir se vuelva una realidad. Si a esa estructura creada la llamamos mundo y a la construcción, creación, tendremos entonces que obra de arte es la creación o instauración de un mundo sobre la base de la verdad. Así, la verdad es como el suelo que lo sustenta y la savia que lo alimenta, es decir aquello que le anima y le confiere un sentido. Este modo de ver a la obra de arte sobre el fundamento de la verdad y a la verdad como revelación, nos obliga, en homenaje a la vigencia de la tradición a considerar el problema de la belleza. Hasta ahora el sentido último del arte para todas las estéticas fue concebido como la realización de la belleza. Y cierto es que no se puede negarlo pues si la belleza es el peculiar esplendor de la obra de arte, vemos que ella es una manera de realizarse o ponerse en operación la verdad. Es ella la que hace, que en el orden óntico la obra de arte se presente como un estar en sí pleno e iluminador. Obra de arte es, en consecuencia, el acontecer de una verdad como instauración de un mundo en el modo de la belleza. Esta instauración de un modo acontece de muy diversos modos: en la música por medio del ritmo sonoro, en la pintura por medio del espacio cromado, etc. En la novela por medio del lenguaje que narra un acontecer. Ese todo narrado que siempre es acontecer de una o más existencias, y existencia es siempre sólo la del ser humano, es el mundo. Vale decir que mundo en este caso particular es el qué y el cómo, espacio temporal de una o más existencias, es decir, la ubicación espacial, la temporación peculiar y la realidad toda interior y exterior de los personajes que a lo largo de la obra se van historizando.

 

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Si aceptamos como válidas estas consideraciones ciertamente que no podremos ignorar lo puramente narrado ni en general lo puramente entitativo en una novela, pero tampoco podremos ignorar el cómo de esa narración y sobre todo el fundamento último que la sustenta. Por eso Heidegger, de quien son estos principios, afirma que toda obra de arte es algo en sí explícito como realidad cósmica, con algo implícito que es su realidad ontológica, la que existe como cubierta por las apariencias de la primera. Luego una novela como obra de arte es un símbolo y una alegoría. Es un símbolo porque es la representación óntica de algo y es una alegoría porque al representarla la trae como de la mano en forma escondida. Si aceptamos todo esto, ¿de qué nos sirve la estéril mirada de un realismo ingenuo que sólo ve lo explícito y qué otra problemática, que no sea la de la verdad y la del modo como ella acontezca, podrá servimos de criterio para apreciar una obra de arte? Sólo ella y nada más.

Expuestas en forma sucinta, quizá en demasía, las coordenadas de las que nos servimos, vayamos a nuestra obra. La Babosa narra no una sino varias historias: la de Ramón Fleitas, la de Doña Ángela “La Babosa'”, la de su hermana Clara, la del cura Rosales, la del Doctor Brítez, la de Espinoza. Y alrededor de esto la de los demás personajes con quienes se realiza el contrapunto de una convivencia cuya complicada estructura forma ese todo que llamábamos el mundo, realidad compleja, por individual y social, que se realiza o mundaniza en el modo histórico de un acontecer en los tres momentos de toda temporalidad: el futuro, el pasado y el presente. Y este orden de momentos no es azaroso. La originalidad de cada acontecer, lo que nombramos como peculiar historicidad, define a cada una de esas existencias en quienes, por quienes y entre quienes fluye el acontecer de la obra. Pero dos de esas existencias se yerguen en forma imperiosa sobre los demás, como figuras dominantes, o mejor, figuras ejes, pues en sus rasgos esenciales resumen o realizan el ser de su mundo, y polarizando a las demás, lo significan. La primera existencia es la de Ramón Fleitas, que la vemos como la historia de una “caída” porque el proceso que constituye su existencia no va a ser sino el recorrido oscuro del sendero que la conducirá a una total degradación. Al comenzar la obra, el autor lo presenta en un ahora ambiguo y como en crisis. De origen campesino y humilde, en esta capital había desarrollado sus estudios superiores. Egresado de la Universidad nacional con el título de Doctor en derecho y aficionado a la literatura, en la que algún éxito había obtenido, culmina su ascenso social con el matrimonio que contrajera con la hija de un prestigioso abogado. Ubicado el matrimonio en Areguá, por decisiones del suegro, se empieza a manifestar en Ramón Fleitas la crisis que incapaz de enfrentar lo conducirá a su caída. ¿Por qué esa crisis? Casaccia Bibolini patentiza la causa de ella de dos maneras: muestra lo que psíquicamente sucede en la mente de Fleitas y esto es el considerar el lugar, Areguá, como absolutamente inadecuado para realizar su ideal de ser escritor. Este ideal de ser escritor, su modo de proyectarse en el futuro, es en consecuencia la clave de cómo interpreta su pasado campesino para su quehacer presente. Pero como de esta proyección tiene sólo una imagen convencional y falsa -es claro que sólo ve el oropel del éxito mundano y no la misión auténtica de testimoniar la verdad -esa interpretación de su propia historia será también falsa. La segunda manera, el autor nos patentiza sutilmente por medio de dos referencias: el eco desagradable que en el alma de ramón tiene el sonido de las campanas y la evocación del ambiente campesino de Itacurubí. Ambas simbolizan el problema subconsciente de Ramón, que es el temor a recaer en esa realidad que es el campo, su patria originaria. Quiero decir que Casaccia Bibolini plantea en el existir humano el conflicto profundo entre las dos estructuras, también profundas, de nuestra realidad social: la ciudad que es Asunción y el campo, que es todo lo otro. A la ciudad, el lugar de sus precarios éxitos, la ve como el gris espacio de su infancia miserable y oscura, es un desierto estéril en donde nada que diga relación con el espíritu puede surgir. Un intento de independizarse terminará en un fracaso y en un robo.

De ahí arranca el proceso que es vivido por él como un conflicto con su esposa, con su suegro, con las existencias que forman esa comunidad que es Areguá y surge una relación curiosa con un personaje típico de ciudad, amargado, resentido y fracasado, Willy Espinoza, que determina en forma decisiva el cumplimiento de su destino. Pero la enorme fuerza y vivencia, en Ramón Fleitas, de esa estructura que llamamos campo, expresamente patentizada en la obra por la visión que la esposa tiene de encontrarlo muy cómodo en el ambiente de Areguá, provocará su comercio sexual con la sirvienta paulina, hecho éste que simboliza el triunfo de aquella estructura sobre la mítica dada por la ciudad. Pero no es Ramón un ser insensible, pues el hecho de sentirse como en crisis y las vivencias que le provocara la muerte del Padre Rosales, nos lo muestran como poseyendo una oscura conciencia. Sólo que perdido en su falsa proyección y por ello desubicado y desarraigado, nada llega a entender del mudo pero elocuente testimonio de su conciencia, y por ello se ubicará de nuevo en la patria originaria, consumando su caída. Esta es la historia de la existencia de Ramón Fleitas y en consecuencia, su esencia. Concomitante con esto se desarrolla lo que llamamos la historia de un quehacer, el de Doña Ángela, “La Babosa”.

El autor la presenta en una forma extraordinariamente vivida, al mostrárnosla, inmediatamente, realizando la tarea que constituye el norte de toda su vida, y al contarnos de su físico y de la especial sensibilidad que para el cumplimiento de esa tarea posee. ¿Cuál es esa tarea? La de husmear secretos escandalosos en la vida de los miembros de esa comunidad que ella a su modo contribuye a crear, y luego difundirlos por medio de los recursos adecuados: el anonimato y el panfleto. Esta intensa y dinámica labor creadora de conflictos -es el único personaje que hace realmente algo en la obra -reconoce múltiples pretextos: la defensa de la religión, en lo que respecta al cura del pueblo, Padre Rosales, la herencia escamoteada, es decir el ideal de la justicia distributiva, en lo que afecta a su hermana Clara, la defensa de la moral y de la amistad, en lo que afecta a ramón Fleitas. Pero el verdadero origen, el autor nos muestra que se encuentra tanto en un complejo de postergación nacido en su infancia como en un complejo de inferioridad originado en su poco agraciada femineidad. Clara, su hermana, fue la preferida de su padre y es el testimonio vivo, por comparación, de la femineidad que a ella le falta. Con esta hermana convive y su cotidiana presencia constituye la inagotable fuente de una insatisfacción que sólo puede ser compensada por la tarea que en su constancia y amplitud abarca desde hace tiempo a todos los personajes del lugar. Una sola amistad, si es que así puede llamarse a ese esbozo de relación homosexual que inicia con Rosalba Salvado, prontamente es cortada o interrumpida de modo a proseguir el quehacer que al define y que constituye su verdadera vocación. En este personaje también se da la agobiadora vigencia de un pasado inentendible para su misma existencia. Pero la causa de esta vigencia se encuentra en que en ningún instante asoma un verdadero futuro que permita orientar el quehacer presente. Es el resentimiento causado por situaciones anteriores el que impulsó -y sigue impulsando el desarrollo de su existencia, que es la única que permanece en pie al finalizar la obra, como un símbolo de la perennidad de lo inauténtico.

 

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Gabriel Casaccia en Portalguarani.com

 

¿Qué mundo es el instaurado en esta obra? A través del desarrollo, que con una poderosa lógica interna (hasta los menores hechos son simbólicos) es llevado hasta sus últimas consecuencias, se nos revela en una impresionante coherencia. Ese mundo instaurado lo es en el modo originario de la más acaba impropiedad.

Todo lo que en él apunta hacia una realización, se disuelve en nada. En rigor de verdad, a lo largo de toda la novela nada pasa, lo cual es también un modo de pasar algo. Y no se vea en esto una paradoja o un caprichoso juego de palabras. El no pasar nada es un modo originario de acontecer algo. Todos los personajes se revelan, por lo narrado y por las abundantes y hábilmente expresadas vivencias psíquicas, como caídos en una mundanización inauténtica en la que en ningún instante se asoma la posibilidad de una redención o liberación. Recuérdese al comienzo de la obra, el momento en que Ramón intenta crear su novela o aquel momento en que el doctor Brítez, en tren de Don Juan, concreta sólo un mero mirar a través de una rendija. Todos viven en la más absoluta soledad aunque ello sea bajo la engañosa apariencia de una compañía de todos con todos, no superada por una relación esencial. La cháchara, es decir, el lenguaje vacuo que habla de lo que no interesa, la avidez de novedades, es decir la apetencia desordenada de lo que no puede ser esencialmente nuevo y la ambigüedad, o sea el decir en que las palabras han perdido su fuerza denominadora, son el único y cotidiano modo en que existen. Un jamás abocarse al cuidado esencial de sí mismo, de modo a realizarse, constituirá la orientación peculiar de sus vidas. La culpa será de un futuro inauténtico que provocará el imperio todopoderoso del pasado inconsciente en el quehacer presente. Es característico que ninguno de los personajes experimenta ese fenómeno radical en toda existencia, que se llama la angustia. Sólo buscan lo inmediato viviendo una vida enajenada, despersonalizada totalmente, sumergidos en el cuidado de lo sencillamente otro. La muerte, el destino cabal de toda existencia y su posibilidad más extrema en este mundo, no aparece en el futuro de ninguno, salvo en la existencia del cura Rosales, y aún en este caso bajo la forma de un querer ir a morir en su pueblo natal. La conciencia en ninguno de ellos es capaz de hacer entendible su muda pero elocuente voz. Ramón Fleitas no se ve en su ser a pesar de la engañosa problemática de su destino como escritor, que, como vimos, sólo tiene su origen en un mito. En rigor de verdad, no se conoce y por eso nunca se señalará a sí mismo como deudor de sí, y en consecuencia como el verdadero culpable. El creerá que son los otros, su suegro, su esposa, el ambiente, los que le deben, y por deudores, los verdaderos culpables. Doña Ángela, tampoco se conoce, pero no tiene ningún proyecto o mito que le cree una crisis, siquiera aparente. Se encuentra totalmente realizada dentro de las características de una inautenticidad ontológica. Su quehacer es no sólo su propio ser sino también, en forma extrema, el ser de su mundo. Es ella la que vincula y unifica el mundo instaurado en la novela, y por eso es la que lo simboliza. De ahí el título de la obra. Las distintas manifestaciones de ese mundo instaurado, la política (recuérdese la figura del Dr. Brítez y la áspera polémica sobre el Mariscal López), el arte, la religión, el amor, y la convivencia social en general son originarias, pero impropias. Es el imaginar representativo, prejuicioso y mítico en el orden intelectual, la apariencia de las apariencias sensuales y halagadoras, así como la carencia de un orden ético, los verdaderos motores que promueven y mueven el existir de sus personajes, quienes de estado emotivo en estado emotivo no aciertan jamás a un verdadero pensar y decir. Y buena prueba de ello es el tipo de diálogo que realizan y la abundancia de vivencias psíquicas mostradas. Quizás la mejor definición de todo esto se encuentre en la amarga reflexión del Padre Rosales, quien concibe su misión en el pueblo como la de un porquerizo más bien, que como la de un pastor. Pero en genial contraste con este mundo incoherente en su coherencia y realidad, el autor presenta en forma apenas perceptible -nuevo acierto- la oculta presencia del lugar, la tierra en que viven sus habitantes. La tierra del sol esplendoroso y cálido del día y de la oscuridad fresca y húmeda de la noche, y siempre la de la elocuente, generosa y misteriosa plenitud del rumoroso silencio, cuya voz permanece inaudible para aquellos sordos a su reclamo.

Todo esto, el señor Casaccia lo muestra claramente. Pero ¿qué es lo que él pretende al patentizarlo? ¿Quizás hacer, o crear mejor, una suerte de épica del mal para espantar a los burgueses? Si así fuera, no cabría duda alguna sobre la verdad de la afirmación del señor Roa Bastos, quien en un reciente trabajo afirmó, sin probarlo, que La Babosa es una obra inmadura. Nosotros preferimos creer que el problema es más serio y profundo.

Habíamos dicho que la novela, por ser una obra de arte, era un símbolo y una alegoría, y también que era la instauración de un mundo cuyo fundamento era una verdad, concebida ésta como revelación. Proyectamos una rápida visión del mundo instaurado en la novela que comentamos e inclusive lo calificamos de impropio, aunque originario. Esta calificación no resulta banal ni arbitraria si recordamos la división que Heidegger propone del modo de existir: uno, el propio o auténtico en que el hombre abocado a su peculiar poder ser por la experiencia de la angustia frente a la muerte, se decide en forma resuelta a empuñar su propio destino abriéndose a la patencia del ser, para decirlo más corto: a devenir existente. Otro, el existir impropio o inauténtico, es el que Casaccia instaura en forma acabada en su obra y cuyas características las dimos más arriba. Y ahora agregamos otra nota esencial en una obra de arte: el que ella es sólo tal para una contemplación. Es en la relación de obra de arte y contemplación que se produce el acontecer de la verdad fundante. Luego, una obra de arte será también donación gratuita por totalmente nueva, y fundación del ser por patentizar una nueva realidad y comienzo de una nueva historización, pues al ser realizada ofrece a un pueblo histórico la decisión sobre el camino a seguir en el itinerario de su existir. Repitamos la pregunta: ¿Qué es lo que se quiso patentizar? Y contestamos: un modo originario del existir historizado en nuestra sociedad. Es decir que se quiso mostrar un momento real de ella: la frustración. No toda la absoluta realidad de la sociedad paraguaya sino sólo un momento de ella. Ese momento se da en todas las sociedades, de no ser así, no sería originaria. Pero así como se da en La Babosa, en sus causas expresas y tácitas y en el modo como se realiza, sólo ahora y acá. Creemos que con la iluminación de este momento oscuro, el autor realiza aquella misión esencial del artista de que hablábamos. Testimoniar una verdad. Y esta verdad que es la frustración del existir humano, es lo simbolizado y alegorizado. Y porque al señalar el mal como mal indirectamente señala el bien, será también una obra no antipatriótica y moral. Por todo esto creemos que La Babosa es una verdadera obra de arte.


NOTA

*Editado primeramente en Revista Alcor, página 13, julio/agosto 1961, y recogido en Verdad filosófica y arte literario. Ensayos, Instituto Cultural Paraguayo-Alemán Goethe-Zentrum, 2005. Asunción, Paraguay

 

 

 

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REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

IV ÉPOCA – N° 24 JUNIO 2013

Editorial SERVILIBRO

Asunción – Paraguay. Junio 2013 (150 páginas)


 

 

 

 

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