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CARLOS R. CENTURIÓN (+)

  VIRIATO DIAZ PEREZ, 1971 - Por CARLOS R. CENTURIÓN


VIRIATO DIAZ PEREZ, 1971 - Por CARLOS R. CENTURIÓN

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ

Por CARLOS R. CENTURIÓN

Imprenta ZAMPHIRÓPOLOS

Asunción – Paraguay. 1971

 

HOMENAJE

 

Por gentileza de la señora María Clara Mazó Vda. de Centurión, que autorizara a extraer ésta biografía de la grandiosa obra Historia de la Cultura Paraguaya, de Carlos R. Centurión; investigador de estilo entusiasta, ecuánime en su apreciación, y brillante cultor de nuestro acervo literario, olvidado por minúsculos criticoides que buscan tamaño atacando a auténticas valores, pobres de alma, sin nada construido para la posteridad, como un desagravio ante éstos despiadados ataques o miserables silencios, esta reproducción lleva el homenaje a don Viriato en el décimo tercer aniversario de su muerte y recordación para el autor a quien respetamos.


Sus hijos: Nicolás Fernán, Rodrigo y Helena Haydee Díaz Pérez.

 Agosto 25 de 1971



En esta época evocada, en 1906, es que arribo a la Asunción un espíritu de noble alcurnia intelectual: Viriato Díaz Pérez. Venía de España. Nacido en Madrid, en el año 1875, educóse en la misma ciudad. Descendía de Nicolás Díaz Pérez, autor del «Diccionario Biográfico y Bibliográfico de Extremeños Ilustres». En la «Universidad Central» de la capital española obtuvo el grado, académico de doctor en filosofía y letras. Desempeñó en Madrid, el cargo de cónsul del Paraguay. Después, atraído por sus románticos efluvios, vino, a nuestro país. Vino para conocerlo y regresar; empero, le ocurrió lo que a su egregio compatriota, Victorino Abente y Lago: no pudo ya desprenderse del embrujo de la Asunción. Tal vez estaba esa suerte inscrita en su destino; quizá él mismo la buscó. Lo cierto es que vinculóse al Paraguay par lazos de sangre y amistad y, desde 1906, Viriato Díaz Pérez fue ciudadano de esta tierra por imperativo del afecto, que supo granjearse en el corazón de la sociedad paraguaya. Emparentado con Juansilvano Godoi  , hizo de la biblioteca americana y del museo que llevan el nombre de aquel ilustre patricio, su refugio intelectual.

Con Rolando A. Godoi, su hermano por afinidad, sustituyó al gran romántico, que dijo Manuel Domínguez, en la dirección de ese templo de la cultura nacional. Desde allí, en algo parecido por su función literaria, dentro de la sociedad en que actuaba, al Paul Groussac de las letras argentinas, ha irradiado, conocimiento, con noble generosidad, hacia todos los vientos de la república. Profesor ilustrado, Viriato Díaz Pérez enseñó el griego, la historia, la filosofía, con dominio de esas materias y con dedicación apostólica. Ninguna actividad de superación mental desarrollada en el Paraguay desde 1936, ha hallada ausente, o indiferente a Viriato Díaz Pérez. Es que este castellano chapado a la antigua era un espíritu lleno de armonías, un cerebro nutrido de erudición, un alma pura entregada totalmente al servicio de las artes y de las letras. El Colegio Nacional, la Escuela Normal, la Facultad de Derecho de la Asunción han contado con sus enseñanzas. Teósofo, y republicano, su mente sabía ahondar en los problemas de la vida y de la muerte, de lo visible y de lo invisible, de lo fugitivo y de lo eterno.

Entre los trabajos de Díaz Pérez han de citarse La India, publicado en Madrid, en 1895; Algunos datos sobre la naturaleza y evolución del lenguaje rítmico, tesis presentada en la «Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central» de Madrid, 1900; Sobre el Misticismo Musulmán - Manuscritos árabes y aljamiados sobre ocultismo que existen en la Biblioteca Nacional; Supernaturalismo-Karma, Madrid., «Sophia», 1903-1904; El término «Anitos», la raíz y sus significados, tesis presentada al congreso orientalista, celebrado, en Amsterdam e incluida en sus memorias, publicadas en dicha ciudad en el año 1904; Sobre Edgar Poe - Ensayo de una traducción literal de «EL Cuervo», Madrid, «Helios», 1904; A pie por la España desconocida - A través de la Sierra de Francia - En el desierto y valle de las Batuecas, Madrid, 1904; El gran esteta inglés John Ruskin y «sus siete lámparas de la arquitectura», Asunción, 1908, conferencia dada en el «Instituto Paraguayo», de cuya revista fue director en su última etapa, y colaborador asiduo. Civilidad y arte, discurso de inauguración de la «Academia de Bellas Artes», Asunción, 1909; Documentos de 1534 a 1600 que se conservan en el Archivo Nacional - Primer Ensayo de Índice, Asunción, 1909; Leyendo a Veressaief, algunas palabras sobre la medicina ortodoxa actual, biblioteca de la revista «Natura», Montevideo, 1910; Santiago Rusiñol - Los antiguos impresionistas hispanos - El impresionismo actual, trabajo leído, en el «Museo de Bellas Artes», «Revista del Paraguay», Asunción, 1913; Dogmatismo, Ciencia y Misterio, conferencia dada en la Universidad de la Asunción, «Revista del Paraguay», Asunción, 1913; Guido Boggiani y el Canto de D'Annunzio en Laudi, estudio leído en el homenaje celebrado en el «Museo de Bellas Artes», en memoria del malogrado artista, «Revista del Paraguay», Asunción, 1915; El sentimiento de la España moderna acerca del israelita, conferencia leída en la «Sociedad Italiana», Asunción, 1916; Polibiblión paraguayo, relacionado con la Geografía, y la Historia; las Ciencias y las Letras; La Política y los Progresos del País; dispuestas y clasificadas por orden de materias, Asunción, 1916. Son en total seis mil indicaciones bibliográficas. Este trabajo fue presentado al congreso de bibliografía e historia, reunido en Buenos Aires en 1916; José María de Lara - Noticia sobre un paraguayo desconocido, conferencia dada en el salón de la «Societá Italiana», Asunción, 1919; Sobre la anacrónica virtud de la modestia, Asunción, 1926; Arte hispano-paraguayo misionero y guaranítico, conferencia dada en el templo de Yaguarón, «Revista de la Escuela de Comercio», Asunción, 1924; Coronario de Guido Boggiani, homenaje de la «Revista del Paraguay», Asunción, 1926. Traducciones. A. Besant, Algunos problemas de la vida, original inglés. «Biblioteca orientalista», Barcelona; M. Collins, Historia de una magia negra, original inglés. «Biblioteca orientalista», Barcelona, y numerosas colaboraciones y conferencias. En 1930 publicó en la Asunción Las comunidades peninsulares en su relación con los levantamientos «comuneros» americanos y en especial con la Revolución Comunera del Paraguay. Se trata de conferencias que dio en el «Instituto Paraguayo» y presentadas, en conjunto, al segundo congreso de historia americana, celebrado en la Asunción en el año 1926, de cuyo comité organizador fuer Díaz Pérez co-secretario con Juan Francisco Pérez Acosta.


Fue denominada «La Colmena,» una entidad de carácter literario fundada en la Asunción en el año 1907, por Viriato Díaz Pérez. Era la primera en su género de las que se tiene noticia en el Paraguay. No existe acta de fundación ni estatutos escritos. Sólo nos ha quedado una amable crónica evocadora de su existencia escrita por José Rodríguez Alcalá. Hela aquí: «Viriato Díaz Pérez, el exquisito intelectual a cuyo nombre va unida toda una tradición literaria, ha conseguido en el pequeño mundo de los que en Asunción nos dedicamos a escribir, lo que muchos de nosotros habíamos intentado más de una vez sin resultado. Recordamos que Marrero Marengo, el unánimemente querido poeta a quien nos une una amistad fraternal, soñaba siempre con la fundación de un cenáculo formado por todos cuantos merodeamos por el campo de las letras. No pasaba noche sin que él y nosotros, paseando nuestra neurastenia; a la luz de la luna, por las calles solitarias de Asunción no lamentáramos la imposibilidad de llevar a cabo aquel proyecto. En cierta ocasión, después de mucho trabajar en la propagación de la idea, hubo de conseguir Ricardo ver realizado su pequeño ideal. Y tenemos bien presente el contento con que se entregó el poeta amigo a preparar reglamentos y programas para el cenáculo cuya existencia creía tener asegurada. Pero como todos los anteriores, este nuevo esfuerzo, que al optimismo de Marrero le pareció decisivo, fracasó también, y el anhelado centro literario continuó siendo un proyecto de dos espíritus desalentados. Hará unos dos meses, nos encontrábamos cierta noche sentados con Viriato Díaz Pérez a una mesa del Centro Español, tomando honestamente café, cuando se nos acercó Juan Casabianca, el autor de Ñandutíes Azules, que acababa de llegar de Areguá. Fue entonces cuando por primera vez nos habló aquél de un proyecto de fundación de un centra literario, del que momentos antes Casabianca había tratado con Rafael Barret. Precisamente, Díaz Pérez y nosotros habíamos estado deplorando los distanciamientos que separan a quienes deberían estar fraternalmente unidos, y recordando horas de inolvidables expansiones cerebrales cuya evocación le ponía triste, Viriato nos hablaba del Ateneo y de los cenáculos literarios de Madrid. No podía, pues, llegar en un momento más oportuno la proposición de Casabianca. Inmediatamente la acogimos,  y aún creo que para festejarla bebimos las tres no recuerda qué liquido espirituoso.

«Esa misma noche quedó formulada la nómina de los socios obligados del nuevo centro. Díaz Pérez bautizó el cenáculo con el nombre de «La Colmena», y generosamente tomó a su cargo la parte más difícil del cometido. A partir del día siguiente, Barret, Díaz Pérez, O'Leary, Casabianca y nosotros nos dedicamos a una activa propaganda a favor de «La Colmena» y tres días después contábamos con la adhesión de todas los que figuraban en la lista. Como siempre que de estas cosas de la mentalidad se trata, Manuel Domínguez, Arsenio López Decoud, O'Leary y Modesto Guggiari fueron los que con más entusiasmo acogieron la iniciativa y se convirtieron en sus propagandistas.

«El milagro lo había realizado Viriato Díaz Pérez, alrededor de cuyo talento lleno de bondad nos sentíamos amigos y más que amigos, hermanos, después de olvidar por completo los resentimientos que antes acaso hayan erizado de preocupaciones y recelos a muchos de nosotros. Fue Díaz Pérez quien allanó las asperezas que antes habían hecho imposible la constitución de algo semejante a «La Columna», y a él se debe, pues, el éxito de una iniciativa que sin el prestigio de su nombre no hubiéramos visto realizado hasta el presente. Ojalá se quede entre nosotros este intelectual en quien está representada la más alta cultura europea; pero aun cuando se marchara, la obra fundada por él subsistirá porque su recuerdo le serviría de escudo, contra las veleidades disolventes. De la arena de nuestra incipiente intelectualidad, no se borrarán jamás las huellas que va dejando el paso de este digno heredero de ilustres blasones literarios.

«Los estatutos de «La Colmena» no han sido ni serán escritos; pero no por esa dejan de cumplirse con toda religiosidad. El artículo primero dispone que los miembros de la asociación se reúnan a comer una vez cada mes, y el artículo segundo, que Viriato Díaz Pérez nos recuerda a cada instante, establece terminantemente la supresión del aguijón y la proscripción de los zánganos.

«En cumplimiento del artículo gastronómico -así llama Casabianca al primero de los estatutos- en la noche del 17 de octubre nos reunimos en el hotel Continental los miembros de «La Col mena». Antes de sentarnos a la mesa, Arsenio López Decoud nos hizo observar que éramos trece comensales -¡cifra fatal¡- pero después de aguardar un momento a Modesto Guggiari, sin atrevernos a tomar asiento, Díaz Pérez hizo constar

que si bien éramos trece podíamos considerarnos quinces porque Barret y Guggiari estaban presentes en espíritu. La reflexión no consiguió convencer del todo a don Arsenio, quien reclamaba a toda costa un comensal más; pero al fin nos sentamos todos y se inició la comida.

«El espíritu de Salvador Rueda presidió la primera sesión de «La Colmena». Nuestra primera digestión se la hemos dedicado al egregio poeta andaluz para quien todos tuvimos palabra de admiración y de cariño. Durante la comida los comensales se dividieron en dos grupos a los efectos de la conversación. Fulgencio R. Morenos quien según su propia expresión estaba en la línea divisoria afirmó que mientras en la izquierda se hablaba de cosas amenas, intentando un derroche de espiritualidad, en la extrema derecha, gravemente presidida por Domínguez, se discutían cuestiones trascendentales a las que Juansilvano Godoi, López Decoud y O'Leary aportaban seriamente su vasta erudición. Entre tanto Moreno seguía comiendo con un tesón digno de mejor causa, bajo las miradas desdeñosas de Pane, O'Leary y Casabianca, los tres poetas oficiales de «La Colmena», para quienes el comer era una ocupación indigna.

«En un momento en que la extrema derecha abrió un paréntesis a la discusión en que estaba empeñada, Arsenio López Decoud propuso que en cada comida de «La Colmena» se designara un cronista «ad hoc». Unanimidad. El mocionante presentó la candidatura de Fulgencio R. Moreno que seguía comiendo con denuedo. Resistióse la víctima, y como el proponente no se apeara de su moción, prodújose un serio altercado entre don Arsenio y don Fulgencio. Para vengarse del desaire López Decoud ha prometido leer en la próxima reunión de «La Colmena» ciertos versos inéditos de Moreno en los que éste hace amargas consideraciones sobre las crisis económicas porque pasaban sus bolsillos hace quince años. Si don Arsenio, cumple su promesa, ha de ocurrir algo grave en «La Colmena», pues Moreno, está dispuesto a escribir para el caso unos versos incendiarios. Díaz Pérez anda ya inquieto por esta causa y se dispone a tomar las precauciones debidas.

«El doctor Domínguez intervino en el debate proponiendo, la candidatura del autor de este libro, y Moreno, como quien se prende a un clavo ardiendo, la apoyó con un entusiasmo conmovedor. La apoyaron también Díaz Pérez y Brugada, mientras Pane y nosotros reclamábamos que fuera el mismo autor del proyecto el designado para escribir la crónica. Se citaron precedentes, se discutió, se alborotó un poco; pero don Arsenio se mostró insensible a las exhortaciones de Ignacio Pane. O'Leary propuso entonces que la designación fuera sometida al arbitraje de Juansilvano Godoi, y éste falló irrevocablemente condenándonos a escribir la crónica de la primera comida de «La Colmena».

«Entre tanto había llegado el momento de beber el champagne, y las incitaciones para discursar se cruzaban de parte a parte. Moreno que se mostró insubordinado durante toda la comida, protestó enérgicamente. ¡Nada de lata! -se permitió decir- olvidando que «La Colmena» es y tiene que ser forzosamente una latería en prosa y verso. Díaz Pérez sea puso de pie: iba a lean una carta de Salvador Rueda. Silencio sepulcral en la asamblea: queríamos escuchar religiosamente la inspirada palabra del ilustre y querido poeta andaluz. Con voz magnífica, Díaz Pérez lee la hermosa epístola. Cada párrafo es acogido con aplausos.

«Apagado el rumor de éstas, Domínguez tomó una copa para brindar por el egregio poeta y por Díaz Pérez de quien dijo que servía de medio de comunicación entre los intelectuales del Paraguay y los de España. Después de haber sido aceptado en medio de grandes aplausos este brindis, el doctor Domínguez propuso otro en honor de Juansilvano Godoi de quien dijo que, anticipándose a las exhortaciones de Rueda, había trabajado por construir una literatura nacional, consagrando su talento  a la exaltación de las grandes figuras históricas del Paraguay. «Obra suya es -dijo- la glorificación de nuestros héroes de Curupayty».

«O'Leary leyó admirablemente un hermoso soneto que dedicó a Salvador Rueda; Arsenio López Decoud brindó por la intelectualidad paraguaya; y accediendo a una petición de los comensales, Casabianca recitó en francés unos hermosos versos que tratan de su tema favorito: el amor. Aplausos, brindis y protestas de Moreno que declaró solemnemente (esto lo dijo en tren de buen humor) haberse quedado sin entender ni jota. Casabianca, siempre complaciente, contrajo el compromiso de traducir los preciosos versos. Un momento más de conversación, un brindis tentador del doctor Domínguez para el autor de esta crónica y se levantó la sesión. Creíamos que nada teníamos que hacer en el lugar de la comida y ya nos disponíamos a tomar la retirada cuando Díaz Pérez y O'Leary, el poeta O'Leary convertido en vulgar recolector de dinero, nos cierra el paso exigiéndonos el pago de la cuenta respectiva. Ante la bolsa abierta y el aspecto amenazador de O'Leary, nos despedimos de nuestros pesos y abandonamos enseguida aquel salón donde tan gratos momentos habíamos pasado. Antes de separarnos se convino en que la próxima comida sería dedicada a Arsenio López Decoud con motivo de su viaje a Buenos Aires.

«Tal fue la primera comida dada por «La Colmena» en honor de Salvador Rueda. Asistieron a ella los siguientes comensales que mencionamos en el orden de su colocación arbitraria en torno de la bien adornada mesa: Manuel Domínguez, a su derecha, Arsenio López Decoud, Juan E. O'Leary, Ramón V. Caballero, Cipriano Ibáñez, Ignacio, A. Pane, Juan Casabianca; a su izquierda, Juansilvano Godoi, Silvano Mosqueira, Fulgencio R. Moreno, el autor de estas páginas, Viriato Díaz Pérez v Ricardo Brugada (h).

«A moción de O'Leary se resolvió enviar a Salvador Rueda la cartulina del menú con la siguiente dedicatoria, escrita por el doctor Domínguez y firmada por todos los comensales: “A Salvador Rueda, el amante de la luz y del sonido”.»

 

 

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