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MARIANO ANTONIO MOLAS (+)

  LA PROVINCIA DEL PARAGUAY (1810 - 1811) - Obra de MARIANO ANTONIO MOLAS


LA PROVINCIA DEL PARAGUAY (1810 - 1811) - Obra de MARIANO ANTONIO MOLAS

LA PROVINCIA DEL PARAGUAY (1810 - 1811)

Obra de MARIANO ANTONIO MOLAS

Colección: INDEPENDENCIA NACIONAL

INTERCONTINENTAL EDITORA

Asunción – Paraguay

2010 (155 páginas)

© INTERCONTINENTAL EDITORA S. A.

Caballero 270; teléfs.: (595 21) 496 991 - 449 738

Fax: (595-21) 448 721

Pág. web: www.libreriaintercontinental.com.py

E-mail: agatti@libreriaintercontinental.com.py

Diagramación: Gilberto Riveros Arce

Hecho el depósito que marca la Ley N° 1328/98.

ISBN: 978-99953-73-53-8

 

 

CONSEJO DIRECTIVO DE LA FUNDACIÓN CABILDO

PRESIDENTA - MARGARITA AYALA DE MICHELAGNOLI

VICE PRESIDENTA - DRA. TERESA MARÍA GROSS BROWN DE ROMERO PEREIRA

MIEMBROS TITULARES

FÁTIMA DE INSFRÁN// GABRIEL INSFRÁN// MARGARITA MORSELLI//

YOLANDA BOGARÍN// MARÍA LUISA SACARELLO DE COSCIA//

GILDA MARTÍNEZ YARYES DE BURT// MIGUEL ALEJANDRO MICHELAGNOLI

MIEMBROS SUPLENTES

EDGAR INSFRÁN// PAZ BENZA.

 

ÍNDICE

PRÓLOGO  

I.         LA INDEPENDENCIA

-           MISIÓN DEL CORONEL ESPÍNOLA  

II.        EL CONGRESO DEL 24 DE JULIO

III.      PARAGUARÍ Y TACUARÍ

IV.      NEGOCIACIÓN BELGRANO-CABAÑAS

V         LA REVOLUCIÓN DEL 14 Y 15 DE MAYO

-           DEPOSICIÓN DE VELASCO

VI.      EL CONGRESO DEL 17 DE JUNIO

-           VOTO DE MARIANO ANTONIO MOLAS

-           OTROS VOTOS

VII.     LA NOTA DEL 20 DE JULIO A BUENOS AIRES

-           MANIFIESTO AL PUEBLO

APÉNDICE

-           INFORME DEL TENIENTE JOSÉ DE ABREU SOBRE EL SUCESO DEL 14 DE MAYO

 

 

 

PRÓLOGO

 

La Descripción histórica de la antigua provincia del Paraguay es el único libro sobre la independencia del Paraguay escrito por un paraguayo que participó en aquel movimiento de emancipación. Por eso constituye un testimonio indispensable para comprender los acontecimientos históricos de 1811, que condujeron a la emancipación de la provincia del Paraguay.

El buen criterio recomienda distinguir entre la persona y la obra. Grandes libros fueron escritos por hombres con grandes vicios. Hombres virtuosos, por otra parte, han dejado libros deficientes. Pero la regla general tiene sus excepciones: en ciertos casos no es posible separar al escritor de lo escrito por él. Uno de esos casos especiales constituye la Descripción histórica de la antigua provincia del Paraguay, obra que no puede comentarse sin hacer referencia al autor, Mariano Antonio Molas.

Molas nació en Asunción en 1780. Después de recibir una educación en aquella ciudad, fue enviado a Buenos Aires, entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, para continuar su formación intelectual. Se encontraba en Buenos Aires en 1806, cuando la ciudad fue conquistada por los ingleses y luego reconquistada por los criollos, quienes cobraron conciencia de su valor viendo la inoperancia de las autoridades españolas. El virrey del Río de la Plata, Rafael de Sobremonte, huyó a Córdoba cuando los invasores se apoderaron de la capital.

En 1807, al tiempo de la segunda invasión inglesa, mil combatientes enviados desde el Paraguay defendieron el Río de la Plata; entre ellos los oficiales Fernando de la Mora y Fulgencio Yegros, futuros integrantes de un gobierno rebelde en Asunción. El estudiante Molas debía de conocerlos; todos debieron de recibir la influencia de las ideas liberales y el espíritu de independencia surgidos a partir de las invasiones inglesas. Para seguir con Molas, digamos que trabajó en el estudio jurídico de Juan José Castelli, y seguía en Buenos Aires en mayo de 1810 cuando Castelli se convirtió en vocal de la junta revolucionaria que destituyó al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. También presenció aquella revolución bonaerense fray Fernando Caballero, profesor de José Gaspar de Francia en la Universidad de Córdoba y enemigo decidido de la sujeción colonial. Las relaciones personales y políticas entre los gestores de la emancipación del Río de la Plata son materia pendiente en los estudios de la historia regional del Bicentenario.

En 1811, Molas se encontraba de regreso en su país, donde el ejército formado por el gobernador Bernardo de Velasco para rechazar a las fuerzas de Manuel Belgrano terminó por desplazar al pro pio Velasco. Pero los oficiales paraguayos victoriosos no quisieron implantar un régimen militar, y por eso convocaron el congreso que estableció una Junta Gubernativa en junio de 1811 (en aquel congreso, la participación de Molas fue muy importante). Aunque la Junta debía durar en sus funciones cinco años, quedó disuelta en octubre de 1813, por decisión de un nuevo congreso. En 1814, otro congreso nombró al doctor Francia dictador temporal, con el apoyo de Molas. Éste, sin embargo, se opuso al nombramiento de Francia como dictador perpetuo, y desde entonces se apartó de la política. Pero sintió el rigor de la política en 1828, cuando Francia lo mandó a la cárcel, de donde saldría sólo en 1840, a la muerte del dictador, a quien sobrevivió cuatro años.

Según la tradición, Molas escribió en la cárcel su Descripción histórica de la antigua provincia del Paraguay. Esto parece improbable, considerando la gran cantidad de documentos transcritos en su Descripción en forma literal. Es difícil que el autor los tuviese en la memoria, como también que pudiese tenerlos a mano en una celda. En ciertos detalles, existen pequeñas diferencias entre las transcripciones del libro y los documentos obrantes en el Archivo Nacional de Asunción, algo explicable cuando se copiaban textos con pluma de ganso. Además, la obra apareció en forma póstuma, como una serie de entregas de la Revista de Buenos Aires, en 1865, gracias a la intervención del publicista Antonio Justiano Carranza, quien agregó notas al texto original. Tres años después (1868), apareció como libro en Buenos Aires. Sólo en 1957 la editorial Nizza publicó la Descripción en Asunción. Esta es la versión que hemos seguido, asumiendo la imposibilidad de ofrecer una edición crítica, por la desaparición de los originales y ciertos errores tipográficos del texto consultado.

La Descripción consta de dos partes: (1) una descripción geográfica del país y (2) una relación de los principales acontecimientos políticos del Río de la Plata del periodo de tiempo comprendido entre mayo de 1810 (revolución en Buenos Aires) y julio de 1811 (propuesta de la Junta de Asunción a la de Buenos Aires). Aquí presentamos solamente la segunda parte, que refiere en forma resumida la instalación de la junta revolucionaria de Buenos Aires el 25 de mayo de 1810, y el envío de un ejército al Paraguay bajo el mando de un miembro de la junta, Manuel Belgrano.

Belgrano fue derrotado en las batallas de Paraguay y Tacuarí. Sin embargo, después de la batalla de Tacuarí, firmó con el jefe paraguayo Manuel Cabañas un acuerdo, donde aparecían las siguientes cláusulas: (1) La formación una junta en Asunción, presidida por el gobernador del Paraguay, Bernardo de Velasco. (2) El envío de un representante paraguayo al congreso de las provincias del Río de la Plata que debía reunirse en Buenos Aires, para darle un nuevo gobierno a las provincias del disuelto Virreinato del Río de la Plata. (3) El establecimiento de una alianza política y militar entre Asunción y Buenos Aires. (4) La abolición de los impuestos, los monopolios y las trabas a la navegación y el comercio fijadas por el sistema colonial. Velasco, todavía gobernador del Paraguay, rechazó el acuerdo, pero no pudo evitar que, el 16 de mayo de 1811, los oficiales paraguayos lo obligaran a aceptar la presidencia nominal de un gobierno revolucionario (de acuerdo con lo pactado en Tacuarí).

El menoscabado gobernador Velasco no duró mucho en el cargo: quedó definitivamente privado del poder (e incluso preso), por resolución del congreso reunido en Asunción entre el 17 y el 20 de junio de 1811. Ese congreso aprobó por mayoría casi absoluta la propuesta de Molas, que incorporaba en lo básico las cláusulas del acuerdo de Tacuarí: abolición de los impuestos, monopolios y trabas a la navegación y el comercio del sistema colonial; alianza política y militar con Buenos Aires; envío de un representante paraguayo al futuro congreso de Buenos Aires; formación de una junta, pero ya sin Velasco y presidida por Fulgencio Yegros. Diciendo esto no negamos la independencia de criterio de Molas ni del congreso, pues se trataba de viejas reivindicaciones del Paraguay, oprimido por el régimen colonial. En honor de Molas y del congreso, debe resaltarse una disposición de la propuesta del primero aprobada mayoritariamente por el segundo: será paraguayo todo americano partidario de la causa emancipadora.

Las resoluciones del congreso de junio fueron incorporadas a la nota del 20 de julio de 1811, enviada por la junta de Asunción a la de Buenos Aires, con cuya trascripción integral termina la Descripción. Es razonable suponer que la obra quedó incompleta, o que se perdieron varios de sus capítulas. Por otra parte, no puede considerarse casual la trascripción de la nota, que sirvió de base para la firma del tratado del 12 de octubre de 1811 entre Asunción y Buenos Aires. A Molas, hambre ilustrado, no se le podía escapar que la nota del 20 de julio sentaba las bases para una relación amistosa entre dos naciones independientes. En esto, el hombre de mayo podía concordar plenamente con el presidente Carlos Antonio López, quien no se cansó de repetir: con el tratado del 12 de octubre (consecuencia de la nota de julio), Buenos Aires reconoció la independencia del Paraguay. Las posteriores desavenencias entre Asunción y Buenos Aires (decía don Carlos) no bastan para anular aquel reconocimiento anterior. Podemos agregar nosotros: las desavenencias entre las naciones vecinas no bastan para anular los principios que fundamentaron -hace dos siglos- la independencia americana. Dichos principios incluyen el siguiente enunciado: "Habrá desde hoy paz, unión, entera confianza, franco y liberal comercio de todos los frutos de las provincias (...) con las demás del Río de la Plata, y particularmente con la capital de Buenos Aires". La necesidad de la integración -o sea del progreso y la convivencia civilizada- nos obliga a recordar los ideales de Mayo.

Junto con el escrito de Molas, hemos considerado conveniente publicar aquí el informe del teniente portugués José de Abreu, quien se encontraba en Asunción e114 de mayo, y fue testigo presencial de los acontecimientos. Abreu fue enviado por sus superiores para ofrecer a Velasco el envío de tropas portuguesas al Paraguay, con el propósito de evitar una insurrección y poner el país bajo la tutela de la princesa regente de Portugal, Carlota Joaquina, entonces en Río de Janeiro. Es difícil saber hasta dónde llegaron las tratativas entre Velasco y las autoridades portuguesas, porque se quemaron los documentos del caso (según refiere el propio Abreu). Pero por otras fuentes se sabe que el proyecto de los partidarios de la monarquía (española y portuguesa) era ocupar las provincias de Corrientes y Entre Ríos, con miras a sofocar el levantamiento del Río de la Plata. El golpe del 14 de mayo frustró aquellos planes, cuya ejecución hubiera impedido o retardado la emancipación del Plata.

GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ

 

 

VI. EL CONGRESO DEL 17 DE JUNIO

Habiéndose reunido la Provincia en Congreso General, por medio de sus representantes el día 17 de junio de 1811, en las casas del Gobierno, los presidentes de él, que fueron los referidos consocios [Francia y Zeballos], abriendo el acto, dirigieron la siguiente arenga:

Señores: Los males y padecimientos de nuestra Provincia, han sido tan graves y tan notorios, que creeríamos perder el tiempo en querer individualizarlos. Hasta aquí hemos vivido humillados, abatidos, degradados y hechos el objeto de desprecio, por el orgullo y despotismo de los que nos mandaban. Ha llegado este exceso al extremo de querer reagravar nuestras cadenas, intentando disponer de nuestra libertad, de nuestra suerte y de nuestras personas mismas, como quien dispone de un rebaño de ganados, de una hacienda, o de una cosa mueble, sin atender a la dignidad y derechos de un pueblo grande, ni a la voz de la naturaleza que clama, que las infelices paraguayos han padecido bastante en cerca de tres siglos, en que han sido indignamente vilipendiados y postergados -al fin han pasado esos desgraciados tiempos de opresión y tiranía-. La oscuridad en que yacíamos ha desaparecido y una brillante aurora empieza a descubrirse en nuestro horizonte. La provincia del Paraguay, volviendo del letargo de la esclavitud, ha reconocido y recobrado sus derechos, y se halla hoy en plena libertad, para cuidar y disponer de sí misma y de su propia felicidad. Este y no otro ha sido el objeto de nuestras tropas patrióticas y de los valerosos vecinos que tomaron parte en la dichosa revolución del día 15 de mayo, día grande; día memorable, que hará la más señalada época en los fastos de nuestra Provincia. Todas las medidas oportunamente tomadas surtieron el mejor efecto, y al modo que un viento saludable dispersa y deshace las densas nubes que amenazan una tempestad, se han desconcertado y descubierto los planes de los que por distintos rumbos, por diversos medios y por varios fines se habían propuesto oprimirnos y hacerse árbitros de nuestra libertad; de suerte que podemos decir que el cielo favorece visiblemente la justicia de nuestra causa.

No hay duda que algunos intentarán calumniarnos atrevidamente, ultrajando nuestras máximas o dando siniestras interpretaciones a nuestras ideas; tampoco faltarán quienes, por sus intereses particulares y miras personales, olvidando la verdadera felicidad y grandeza de nuestra patria, intenten seducir y trastornar los ánimos incautos con discursos capciosos, razones frívolas y pensamientos especiosos, todo no más que con el fin de dividirnos, de minorar y destruir nuestra naciente libertad; guardémonos de caer en semejante lazo.

El tiempo de la ilusión y engaño ya pasó; no estamos en aquellos siglos de ignorancia y de barbarie en que casualmente se formaron muchos gobiernos, elevándose por grados en los tumultos de las invasiones o guerras civiles, entre una multitud de pasiones feroces y de intereses contrarios a la libertad y seguridad individual.

Al presente nos hallamos en circunstancias más favorables. Nuevas luces se han adquirido y propagado, habiendo sido objeto de las meditaciones de los sabios y de las atenciones públicas todo lo que está ligado al interés general, y todo lo que puede ayudar a contribuir a hacer los hombres mejores y más felices. Se han desenvuelto y aclarado los principios fundamentales de las sociedades políticas; hombres de talento han analizado todos los derechos, todas las obligaciones, todos los intereses de la especie humana; han dado a las verdades de la moral y de la política, una evidencia de que no parecían ser susceptibles y no han dejado a la mala fe y a la corrupción otro auxilio que el de abusar vergonzosamente de las palabras para contestar la certidumbre de los principios. Aprovechemos de tan feliz situación, y la memoria de nuestras pasadas desdichas, aflicciones y abatimientos no nos servirá sino de lección y experiencia para evitarlos en lo venidero, formando una valla inexpugnable contra los abusos del poder. El terreno está desmontado, ahora es preciso cultivarlo sembrando las semillas de nuestra futura prosperidad.

Todos los hombres tienen una inclinación invencible a la solicitud de su felicidad, y la formación de las sociedades y establecimiento de los gobiernos no han sido con otro objeto que el de conseguirlo mediante la reunión de sus esfuerzos. La naturaleza no ha criado a los hombres esencialmente sujetos al yugo perpetuo de ninguna autoridad civil; antes bien, hizo a todos iguales y libres de pleno derecho. Si cedieron su natural independencia, creando sus jefes y magistrados, y sometiéndose a ellos, para los fines de su propia felicidad y seguridad, esta autoridad debe considerarse devuelta, o más bien permanente en el pueblo, siempre que esos mismos fines lo exijan. Lo contrario sería destructivo de la sociedad misma, y contra la intención general de los mismos que la habían establecido. Las armas y la fuerza pueden muy bien sofocar y tener como abogados estos derechos, pero no extinguirlos; porque los derechos naturales son imprescriptibles, especialmente por unos medios violentos y opresivos. Todo hombre nace libre, y la historia de todos los tiempos siempre probará que sólo vive violentamente sujeto mientras su debilidad no le permite entrar a gozar los derechos de aquella independencia con lo que le dotó el Ser Supremo al mismo tiempo de su creación.

Aún son más urgentes las circunstancias en que nos hallamos. La soberanía ha desaparecido en la Nación. No hay un tribunal que cierta e indubitablemente pueda considerarse como el órgano o representación de la autoridad suprema. Por eso muchas y grandes provincias han tomado el arbitrio de constituirse y gobernarse por sí mismas. Otras se consideran en un estado vacilante o de próxima agitación y, en esta su incertidumbre y situación que presagia una casi general convulsión, esta Junta reflexionará sobre el medio más oportuno de proveer a nuestra defensa, a nuestra seguridad y felicidad. No por eso hemos pensado, ni pensamos dejar de reconocer al señor don Fernando VII. Muy distantes de semejante idea, públicamente por bando, hemos protestado y ahora protestamos nuevamente una firme adhesión a sus augustos derechos, que no son ni pueden ser inconciliables con los de las provincias, dirigidos únicamente a poner los fundamentos de su conservación y de su verdadera felicidad, apoyada de un sistema seguro y duradero.

Este es el grande asunto que nos reúne en este lugar. Jamás nos hemos visto en circunstancias tan importantes, y todo lo que ahora se decida, debe mirarse como el precursor de la suerte que nos destine el hado. Se trata primeramente de establecer la forma de gobierno y el régimen que debamos tener y observar en lo sucesivo. En segundo lugar, fijar nuestras relaciones con la ciudad de Buenos Aires y demás provincias adheridas. En tercer lugar, resolver lo conveniente con respecto a los individuos que anteriormente ejercían la autoridad de esta ciudad, y al presente se hallan suspensos en justa precaución de cualquier influencia o disposición contra la libertad de la Patria, por los antecedentes y causas de que se ha dado satisfacción al público.

Respetamos altamente la Provincia tan dignamente representada en esta Junta General, y por lo mismo nos abstenemos de anticipar idea o resolución alguna de nuestra parte. Nada otra cosa deseamos, sino que ella expresa y manifieste libremente su voluntad. Si en los bandos parece que hemos insinuado algún concepto, no ha sido por prevenir su deliberación, sino más bien porque en el estado de cosas no se llegase a imaginar que sin acuerdo de la Provincia intentábamos disponer o innovar en cuanto a sus principales derechos, y finalmente por el juicio que habíamos formado de la opinión pública, y por ser los primeros sentimientos de nuestras tropas. Pero nuestro juicio podía ser falible, y los señores comandantes y oficiales del cuartel general todo lo dejan al arbitrio y determinación de la provincia, de tal conformidad que todos y cada uno de los que componen esta respetable Asamblea deben considerarse en la más plena, perfecta y absoluta libertad de explicar, declarar y manifestar francamente sus pensamientos, sus conceptos y sus votos. Las resoluciones aceleradas no siempre son las más acertadas, y así puede aún esta Junta tomar el tiempo que estimase conveniente para proceder a la votación con todo el conocimiento y plena deliberación que se desea.

En todo caso estamos prontos y resignados a conformarnos con la voluntad general, lisonjeándonos que esta Junta dará ese ejemplo de cordura y circunspección haciendo un uso justo, moderado y prudente de esta preciosa libertad en que se le constituye, pero de tal modo que, puesta la Patria a cubierto de toda oculta asechanza y de los tiros de la arbitrariedad y despotismo, se ponga en estado de ser verdadera y perfectamente feliz. Doctor José Gaspar de Francia. Juan Valeriano de Ceballos.

Después de haberse publicado varios documentos que manifestaban el estado actual de la Provincia, las cábalas del Gobierno y las causas que motivaron la separación del mando del gobernador don Bernardo Velasco, los presidentes del Congreso pronunciaron el antecedente discurso.

Éste oyó con atención los documentos y razones que en ellos se exponían y, para meditar sobre las deliberaciones que habían de tomarse para el establecimiento de un nuevo gobierno, aplazó la votación para el día siguiente y, puesta esta disposición por diligencia firmada por los presidentes, personas condecoradas del estado seglar y eclesiástico, prelados de las religiones y seis individuos más, nobles, se retiró la Junta a conferenciar y consultar sobre los tres puntos propuestos en el cuarto párrafo de la arenga. Todos los ciudadanos que habían concurrido al Congreso manifestaban la más tierna y dulce sensación al contemplarse libres y con plena facultad de votar, según su conciencia, sobre la forma de gobierno que los había de regir en adelante; estaban firmemente persuadidos que el supremo árbitro del universo favorecería su causa y el ángel tutelar del Paraguay velaba sobre ellos, pues en todas las conferencias no hubo discusiones ni contiendas que dividiesen los ánimos ni la uniforme opinión popular. La obra grande de la regeneración política de la Provincia se iba animando con acierto y armonía y, para llegar al punto de su última perfección, volvieron los representantes al día siguiente a reunirse en las casas de Gobierno. En este estado se dio principio al acta, con el voto siguiente:

VOTO DE MARIANO ANTONIO MOLAS

En la ciudad de la Asunción del Paraguay, a 19 días del mes de junio de 1811, habiéndose vuelto a congregar en estas casas públicas de Gobierno los individuos que asistieron el día ayer para la Junta General, y hallándose así juntos y sentados, previnieron los señores presidentes que la votación empezase de abajo, y no por las personas de mayor carácter del estado eclesiástico y secular, que se hallaban en los primeros asientos, y en este estado dijo don Mariano Antonio Molas que su voto era, en primer lugar, que don Bernardo de Velasco, así por los motivos expuestos, expresados por el bando, como por haber abandonado nuestro ejército en Paraguay, quede privado de todo mando, subrogándose en su lugar una Junta de Gobierno, compuesta de cinco individuos y un secretario. El presidente de ella y también el comandante general de las armas será el teniente coronel don Fulgencio Yegros y los vocales, el doctor don José Gaspar de Francia, el capitán don Pedro Juan Caballero, el presbítero don Francisco Javier Bogarín y don Fernando de la Mora; y en cuanto al secretario, lo nombrará la misma Junta de Gobierno y asignará a todos sus individuos unos moderados sueldos en atención a que, abandonando sus particulares atenciones por el servicio de la Patria, no es justo que su ocupación les sea enteramente gravosa.

En segundo lugar, que todos los individuos del Cabildo queden igualmente privados de sus oficios, no sólo por los motivos indicados en el mismo bando, sino también por haber abandonado la ciudad embarcándose con el armamento y dejándola enteramente indefensa al tiempo del combate en Paraguarí, a más de no ser patricios varios de ellos, debiendo además ser responsables los que hubiesen concurrido al importe de la partida de yerba pertenecientes a los propios que remitieron a Montevideo, (Bienes del Cabildo de Asunción remitidos a Montevideo para apoyar a las autoridades realistas de la ciudad. (N. del E.)) en caso que este valor no se devuelva; bien entendido que todos los que son Patricios quedarán habilitados para obtener en lo sucesivo cualquier oficio a cargo en la provincia, siempre que manifiesten su modo de pensar y sus ideas conformes con las demás de esta Junta General y, en consecuencia de esta disposición, la Junta de Gobierno nombrará ahora todos los individuos del Cabildo que en lugar de los anteriores deben componer este cuerpo, los cuales deberán continuar todo el año venidero, con declaración de que si no resultase causa contra el alcalde provincial don Manuel Mujica, se le reintegrará de la Real Hacienda el importe del valor en que remató su oficio.

En tercer lugar, que todos los empleos u oficios concejiles, políticos, civiles, militares, de Real Hacienda o de cualquier género de administración que al presente haya -ocupados o vacantes- se provean en los naturales o nacidos en esta Provincia, sin que nunca puedan ocuparse por los españoles europeos, a menos que la misma provincia determinase otra cosa. Pero en lo sucesivo todo americano, aunque no sea nacido en esta provincia, quedará eternamente apto para obtener dichos cargos, siempre que uniforme sus ideas con las de este pueblo, exceptuándose desde luego de la anterior disposición al capitán don Juan Valeriano Ceballos, en consideración a su conocido patriotismo y al mérito que tiene contraído. Por todo lo cual y en atención a haber ofrecido sus servicios a la patria, se encarga a la Junta de Gobierno (que) tenga presente su mérito recomendable, para emplearlo en los cargos convenientes, advirtiendo finalmente que, teniendo presente la falta que hacen las dos escribanías públicas de esta ciudad para la administración de Justicia, se deja a disposición de la Junta de Gobierno el habilitar a don Manuel Benítez a poner en remate la Escribanía que estaba a su cargo, así como el tiempo que debe cesar la otra escribanía del cargo de don Jacinto Ruiz -bien entendido que éste deberá ser reintegrado del importe de su remate cuando la Junta de Gobierno dispusiese la cesación-.

En cuarto lugar, que don Bernardo de Velasco, su director y dependiente don Benito Velasco y Marquina y los ministros de Real Hacienda, don Pedro Oscariz, y don José Elizalde, sean mancomunadamente responsables al importe de la partida de tabaco perteneciente a la Real Hacienda y remitida a Montevideo, en caso de que de aquella ciudad no se devuelva este valor; debiendo además la Junta de Gobierno tomar las correspondientes cuentas a los citados ministros de Hacienda.

En quinto lugar, que en consideración al mérito y distinguido servicio del comandante don Blas José Rojas en favor de la libertad de la Patria, sea desde ahora subdelegado del Departamento de Santiago, con agregación de los tres pueblos; Ytapúa, Trinidad y Jesús, los cuales, con los cinco pueblos de la antigua demarcación, deberán contribuirle con el sueldo acostumbrado, debiendo al mismo tiempo ejercer el cargo de comandante de aquella frontera. Y por lo que respecta a la otra subdelegación de la Candelaria y pueblos que le pertenecen, nombrará la Junta el subdelegado que corresponda.

En sexto lugar, que esta Provincia no sólo tenga amistad, buena armonía y correspondencia con la ciudad de Buenos Aires y demás provincias confederadas, sino que también se una con ellas, para el fin de formar una sociedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad, bajo las declaraciones siguientes: Primera: Que mientras no se forme el Congreso General (en Buenos Aires), esta Provincia se gobernará por sí misma, sin que la Excma. Junta de Buenos Aires pueda disponer y ejercer jurisdicción sobre la forma de gobierno, régimen, administración ni otra alguna causa correspondiente a esta misma Provincia.

Segunda: Que restablecido el comercio, dejará de cobrarse el peso de plata que anteriormente se exigía por cada tercio de yerba con nombre de sisa y arbitrio, respecto a que hallándose esta Provincia -como fronteriza a los portugueses- en urgente necesidad de mantener alguna tropa por las circunstancias del día y también de cubrir los presidios de las costas del río contra la invasión de los infieles, aboliendo la insoportable presión de hacer los vecinos a su costa este servicio, es indispensable, a falta de otros recursos, cargar al ramo de la yerba aquel u otro impuesto semejante.

Tercera: Que quedará extinguido el estanco del tabaco, quedando en libre comercio como otro cualesquier fruto y producción de esta provincia, y que la partida de tabaco existente en la facto ría de esta ciudad, comprada con el dinero que anteriormente era de la Real Hacienda, se expenderá de cuenta de esta provincia, para el mantenimiento de su tropa y de la que ha servido en la guerra pasada y se halla aún mucha parte de ella sin pagarse.

Cuarta: Que para los fines convenientes a arreglar el ejercicio de la autoridad suprema, o superior, y formar la constitución que sea necesaria, irá de esta provincia un diputado con voto en el Congreso General, en la inteligencia de que cualquier reglamento, forma de gobierno o constitución que se dispusiese no deberá obligar a esta provincia hasta tanto se ratifique en Junta General de sus habitantes y moradores. A este efecto, se nombra desde ahora por tal diputado al doctor don José Gaspar de Francia -respecto a que ya anteriormente lo había sido por el ilustre Cabildo-, para que con una regular dotación se ponga en camino a Buenos Aires, luego que por parte de la Excma. Junta y generoso pueblo de aquella ciudad no se ponga reparo, como se espera, en estas provisiones, que a este fin se le remitirán por la Junta de, Gobierno, con todo lo demás acordado en esta acta, advirtiéndose que en este caso y por sola esta vez, la Junta de Gobierno de esta Provincia, antes de la separación de dicho diputado, nombrará el vocal que deba quedar en su lugar.

En séptimo lugar. Se previene que los oficios de presidente, vocal y secretarios de la Junta de Gobierno de esta Provincia no deben ser vitalicios, ni durar por más tiempo que el de cinco años, y que en lo sucesivo deberán ser provistos por el pueblo en Junta General, como la presente -todo en la inteligencia que no se disponga otra cosa por el Congreso General [de Buenos Aires) y se ratifique por esta Provincia-.

En octavo lugar. Respecto a que queda abolido el estanco de tabaco, no deberá haber más que un ministro tesorero de Real Hacienda, que será nombrado por la Junta de Gobierno con los dependientes precisos, el cual no será removido sin causa, quedando extinguido el empleo del ministro factor y administrador de renta, así como el de teniente letrado, por no conceptuarse necesario.

En noveno lugar. Se declara que la Junta que se crea de gobierno, será en calidad de superior de provincia; tendrá tratamiento de Usía y del mismo modo el presidente como cabeza, pero los vocales no tendrán otro que el de Merced; quedará encargada de crear y mantener la tropa necesaria a la seguridad de la Provincia, según los casos ocurrentes. El presidente suplirá las veces de Juez de Alzadas para las causas mercantiles, cuyos diputados serán electos por los individuos de comercio de cada lugar donde al presente los haya.

Por último, y consiguientemente, que quede suspenso por ahora todo reconocimiento de las Cortes y Consejo de Regencia y de toda otra representación de la autoridad suprema, o superior de la Nación, en estas provincias, hasta la suprema decisión del Congreso General, que se halla próximo a celebrarse en Buenos Aires. Y que los individuos de la Junta de Gobierno de la provincia, antes de entrar en el ejercicio de sus oficios, harán juramento a continuación de la presente acta y ante escribano, de no reconocer otro soberano que al señor don Fernando VII, de proceder fiel y legalmente en los cargos que se les confían y de sostener los derechos, libertad, defensa y seguridad de la provincia, añadiendo por conclusión que, igualmente era su parecer, que la Junta de Gobierno señale un moderado impuesto sobre los ramos de tabaco y maderas que se exportasen de esta Provincia, para el mismo objeto de mantener y pagar la tropa necesaria a la custodia y defensa de la Provincia, con lo que dijo que concluía su voto, y lo firmó. Mariano Antonio Molas. Ecce confederatio resoluta ad aram Provintiae.

Los presidentes ordenaron se redactase el antecedente voto en los autos formados de las actas de la Junta General y, hecha la redacción, el escribano actuante volvió a publicarlo ante la misma Junta General, la cual manifestó su entera aquiescencia a cuanto en él se proponía, y reproduciendo cada uno de los asistentes, lo firmó como propio. Siendo ya la hora muy avanzada, resolvieron los presidentes que se suspendiese la votación hasta el día siguiente.

OTROS VOTOS

El día 20 volvieron a reunirse los representantes en las mismas casas de Gobierno, y dijeron los presidentes que se continuase la votación con la misma libertad y franqueza con que se había principiado el día anterior; en esta virtud, y firmes en el primer voto, continuaron en reproducirlo y firmarlo hasta más de las doce del día.

El 21 votaron algunos individuos del estado eclesiástico, pero sin variar ni discrepar en lo sustancial del primer voto, adoptado ya por una mayoría excesiva del estado secular. Los eclesiásticos no trepidaron en conformarse con aquél, y de los votos que dieron el más notable es el siguiente:

El señor Chantre Provisor y Vicario General del Obispo, doctor don José Baltasar Casajús, dijo: que su parecer y voto es el mismo que ha producido el presbítero don Sebastián Patiño, añadiendo lo siguiente:

que no obsta, ni puede obstar a lo votado en dicho parecer y en el antecedente de don Mariano Antonio Molas, el juramento que se prestó en el Congreso del 24 de junio último al Consejo de Regencia que se estableció por la Suprema Junta Central al tiempo de su disolución; ni el que se hizo últimamente a favor de las Cortes, que se dice haberse congregado en la Isla de León. Lo primero, porque, en uno y otro, se procedió bajo la suposición de que dicha Regencia estuviese legítimamente establecida y las Cortes, formadas con todos los requisitos que exigen los derechos de los pueblos de toda la ración, para cuya calificación no hubo en uno ni otro acto la libertad ni los conocimientos necesarios, como al presente, en que se ha visto la provincia felizmente en estado de poder en público discurrir libremente sobre el asunto, y que los que hemos producido dichos pareceres nos hallamos mediante una madura consideración y discusión sobre mejores noticias y datos, con conocimiento de causas muy legales de nulidad, así en la erección de la Regencia como en la celebración de las Cortes; como es entre otras, y la más perentoria, la falta total de sufragios de las Américas, que constituyen en el día casi toda la monarquía española, con la casi total subyugación de la península por el intruso nuevo soberano.

Lo segundo, porque las Cortes no han sido reconocidas ni juradas por toda la provincia en un Congreso General como el presente, sino sólo por las autoridades y en fuerza de un mandato del Gobierno acordado con sólo el Cabildo, sin reparar en que la provincia no había tenido la parte que debía tener en dichas Cortes, como ni las demás de estos dominios, y que el nombramiento que se hizo de representantes suplentes por ella, era un arbitrio ilegal corno desconocido hasta ahora; como más, de no haberse hecho constar a los concurrentes la autorización de los documentos relativos que en el acto se leyeron, ni si fueron dirigidos de oficio desde su origen a este Gobierno, o a algunas de las autoridades de la provincia. Lo tercero, porque los gravísimos motivos que han ocurrido al presente, y van expresados y publicados, y principalmente el de poner en tranquilidad la provincia, mirar por su salud y derechos y librarla de los males que en el día la amenazan san causas bastantísimas para no embarazar dicho juramento, en las actuales circunstancias, las providencias que van dictadas. Y últimamente porque sólo se suspende ahora el reconocimiento prestado a dicha Regencia y Cortes, hasta tanto que el Congreso General de las provincias decida el punto de legitimidad o ilegitimidad por el voto de todas juntas; siendo todo lo que al presente se determina en ésta puramente provisional por este respecto. Asimismo, añadió, se comunique por la Junta Gubernativa que se establezca al Cabildo y Gobierno de Montevideo, la resolución presente de esta provincia, con copia o un extracto del acta, pidiéndole se uniforme con ella en cuanto a aceptar y concurrir con un diputado a la celebración del Congreso General en la capital de Buenos Aires, y que cese de toda hostilidad contra ésta, para que así se logre la general tranquilidad y el restablecimiento de la unión, fraternidad y comercio entre vasallos del mejor de los Soberanos -y lo firmó-. Dr. Don José Baltasar de Casajús.

Concluida con el antecedente sufragio la votación, pidió la palabra don Juan Bautista Rivarola, y dijo: "que el pueblo por su órgano declaraba y explicaba su voluntad, la cual era, que verificada la unión de esta provincia en los términos que ella desea, con la de Buenos Aires, se conserven en sus oficios el Escribano de Gobierno, D. Jacinto Ruiz, y el Alcalde Provincial, don Manuel Juan Mujica. Segundo. Que don José Joaquín Goiguru, se mantenga en el empleo de primer oficial de la Tesorería, con una dotación regular que la Junta de Gobierno señalase, y durante la voluntad de ella. Tercero. Que llegado el caso de verificarse la unión de esta provincia con Buenos Aires en los términos expuestos, ha de ser bastante que el poder que se diese al Diputado nombrado que ha de ir al Congreso General lo firmen cien individuos de los principales de la provincia que han asistido a la presente Junta general, incluso los de la Junta de Gobierno, los del Ilustre Cabildo y los diputados de las villas y poblaciones que no enviasen diputados particulares, a cuyo fin juraban por Dios no reconocer otro soberano que el señor don Fernando VII. Cuarto. Que la Junta de Gobierno vea si encuentra algún arbitrio de recobrar de Montevideo los prisioneros, nuestros hermanos, porteños, santafecinos, correntinos y paraguayos, que de aquí se enviaron después de la guerra, o al menos, a los oficiales".

Publicado el presente último parecer, preguntaron los presidentes en voces altas: "si estas declaraciones eran de consentimiento de toda la Junta" y el concurso aclamó generalmente que efectivamente ésta era su voluntad. En virtud de esta aclamación general, y respecto a que el voto primero de don Mariano A. Molas había sido casi unánime y generalmente adoptado por voto común, dijeron "que los Presidentes de su parte se conformaban con la disposición y voluntad general del Congreso, como lo habían prometido. Que se tuviese por acuerdo y determinación de la Asamblea el mencionado voto de don Mariano A. Molas, con su última declaración, y que en esta inteligencia, para mayor constancia de ella, en seguridad y solemnidad, la firmasen todos los que habían convenido en hacerlo, y que en consecuencia los señores presidentes y vocales, prestando el juramento prevenido y quedando recibidos en sus oficios, con esta formalidad procediesen a dar las providencias que juzgaran convenientes, en conformidad de este acuerdo general y solemne concluido en 22 días del mes de junio de 1811 a las doce del día, de que yo el presente escribano público y de Gobierno doy fe. Dr. José Gaspar de Francia. Juan Valeriano Zeballos. Jacinto Ruiz, escribano público y de Gobierno". Volvieron a firmar todos los representantes que componían la Junta general, la que se disolvió.

Así terminó la Junta general de la provincia sus sesiones a los cuatro días de su apertura y, antes de su disolución, congratuló a la Junta de Gobierno, cuyos individuos pasaron de allí, entre repetidos y alegres “¡viva la Junta de nuestro Gobierno!”, a las salas de las casas públicas a prestar, como lo hicieron, el juramento de fidelidad en los términos dispuestos. Se anunció al pueblo la conclusión de las sesiones de la Junta general, con salva de artillería, música y repiques de campana.

 

VII. LA NOTA DEL 20 DE JULIO  A  BUENOS AIRES

 

Quedando pues instalada la Junta Gubernativa, y entrando en posesión del mando, al día siguiente dio principio al ejercicio de la autoridad que se le confió la provincia, eligiendo los nuevos alcaldes y regidores que reemplazasen los removidos, que por disposición de la Junta General estaban privados de sus oficios, y permanecían reclusos en el cuartel de la Unión; pero se les puso en libertad a los ocho días de la nueva elección, menos al ex gobernador don Bernardo Velasco y su sobrino, director don Benito Velasco, quienes permanecieron reclusos e incomunicados.(1)

Ya que se han demostrado los grandes motivos y causas que impulsaron a la Provincia del Paraguay, para extinguir el Gobierno español europeo y declararse independiente de toda autoridad suprema o superior extranjera, así como de la dominación portuguesa a que el gobernador español don Bernardo Velasco intentaba sujetarla, para separarla de la unión y confederación con las provincias argentinas, que formaban el Virreinato del Río de la Plata, es consiguiente, que también se trate de los actos administrativos de la Junta de Gobierno.

Como el primer acto de jurisdicción de un Gobierno legítimamente establecido es la institución de magistrados, jueces y ministros de justicia, la Junta empezó a ejercer su jurisdicción eligiendo los alcaldes, regidores y demás ministros, como queda dicho. En seguida tomó y dio las providencias convenientes a su propia seguridad, tranquilidad y defensa de la provincia y, en este estado, a los once días de su instalación recibió pliegos del Sr. marqués de Casa-Irujo, embajador y ministro plenipotenciario de España, acerca de su Alteza el Príncipe Regente de Portugal en el Río Janeiro. El conductor de los pliegos era un mulato oficial que había militado en los ejércitos de España, contra los franceses; [los pliegos] venían dirigidos al gobernador don Bernardo Velasco. Inmediatamente procedió la Junta a comunicar al pueblo lo contenido en esos pliegos, por el siguiente manifiesto, publicado por bando.

 

El ciudadano Peña, recordando estos hechos, refiere lo siguiente en sus Apuntes antes mencionados: El general don Manuel Atanasio Cabañas era primo hermano de mi madre, la señora doña Josefa Hurtado de Mendoza y Cabañas, esposa del vizcaíno don Pío Ramón de Peña.

El general don Juan Manuel Gamarra era casado con una parienta de los Cabañas, por cuya razón don Pío tenía su parentesco político con ambos generales, y por consiguiente, íntima relación con ellos, y especial mente con el último, que le hizo su mayor general para la guerra contra Belgrano, pues Gamarra era para don Pío el más fiel realista, por lo que le servía y dirigía con sumo gusto.

Cuando las capitulaciones de Cabañas con Belgrano, Gamarra y don Pío eran opuestos a que se le dejase salir del país con las armas al enemigo, pero como no lo consiguieron, don Pío quebró enteramente con su primo político Cabañas, y desde entonces cortaron toda relación de parentesco y amistad, hasta que a los catorce años en el año de 1825, en que dirigiéndose don Pío a su estancia en el partido de San José de Los Arroyos, llegó de visitar a Cabañas, retirado por el dictador Francia en su estancia de la cordillera en el Barrero Grande. Recuerdo haber oído a Cabañas decir a don Pío que en esta visita se reconciliaron y volvieron a su antigua relación, sucediendo esto el sufrir: "hemos pagado la chapetonada".

Como don Pío Ramón de Peña había servido en esa guerra, tanto en Paraguarí, como en Tacuarí, y era vecino de la Asunción, adquirió amistad con muchos oficiales que pertenecían a la tropa formada entonces; y aunque la mayor parte eran patricios, y varios de ellos enemigos ocultos de los españoles, especialmente después de las entrevistas que tuvieron con el general Belgrano; no dejaban de participarle los proyectos que tenían entre manos para la revolución que estalló el 14 de mayo de 1811. El Cabildo de la Asunción, compuesto la mayor parte de españoles, no se hallaba unísono con el espíritu del pueblo; hacía una resistencia tenaz a la idea surgida de Buenos Aires; se negaba abiertamente a reconocer los actos emanados de la Junta Revolucionaria, y se ponía de acuerdo con el gobernador de Montevideo para su sostenimiento y conservación.)

 (El actual publicista Peña nació en la Asunción e17 de junio de 1809. Francia le tuvo preso desde el mes de diciembre 1827 hasta su muerte, en 1840, a consecuencia de una calumnia levantada por un peón, en la que se le atribuía haber dicho: "Hemos salido al campo por no poder estar en la ciudad, por qué aquel hombre nos pone en una cárcel perpetua, nos quita nuestros bienes o nos mata". En los 13 años que duró su reclusión tuvo la santa paciencia de estudiar y aprender de memoria el Diccionario de la Academia Española! Está versado en la historia de su país y se distinguen sus escritos por el estilo original que los caracteriza). Francia le tuvo preso desde el mes de diciembre 1827 hasta su muerte, en 1840, a consecuencia de una calumnia levantada por un peón, en la que se le atribuía haber dicho: "Hemos salido al campo por no poder estar en la ciudad, por qué aquel hombre, nos pone en una cárcel perpetua, nos quita nuestros bienes o nos mata". ¡En los 13 años que duró su reclusión tuvo la santa paciencia de estudiar y aprender de memoria el Diccionario de la Academia Española! Está versado en la historia de su país y se distinguen sus escritos por el estilo original que los caracteriza.)

El gobernador se consideraba como impotente, notando el fermento de los patricios; no olvidaba los acontecimientos ocurridos en el Paraguay durante y después de la gobernación de don Diego de los Reyes y Balmaceda, y sabía la altura en que podía colocarse el pueblo de la Asunción al recobrar sus derechos (Ensayo Histórico sobre la Revolución de los Comuneros del Paraguay, capítulo III, por el discreto e ilustrado joven argentino don Manuel Estrada, [publicado en) Buenos Aires, 1865).

Preveía que se presentaba la ocasión de revivir el germen sofocado por tantos años pues notaba que la idea no se había extinguido, y parecía que los paraguayos despertaban con la revolución del 25 de Mayo de 1810, y comenzaban a reflexionar sobre sus deberes: estaban como impregnados de la justicia y de la verdad que se proclamaban en aquella época en nombre de la libertad.

Don Pío tuvo conocimiento de la aptitud que asumían los patricios, y anticipadamente participó a Velasco, y éste le contestó que ya todo lo sabía, pues que el teniente coronel don José Antonio Zavala le había puesto presente el proyecto comunicado por el patriota clérigo Molas, y ya había dado su contestación.

El mismo obispo Panés era sabedor, pues así lo afirmaba don Francisco Antonio Caballero, hermano del comandante don Pedro Juan, cabeza principal del movimiento revolucionario, quienes le consultaron, y halla ron acogida; de suerte que a su vez el obispo y el mismo Velasco estaban convencidos, y como dice el doctor don Pedro Somellera: "Creían inoficiosos los esfuerzos de las juntas instaladas en España" para contener por más tiempo la decrépita Monarquía, y su acción en esta parte de América.

Sólo el Cabildo y sus adeptos se hallaban obcecados, hacían oposición abierta al sistema que se proclamaba, y declaraban persecución y guerra al que se denominase porteñista.

El reverendo padre fray Fernando Caballero, hombre recto y sabio, que había venido a capítulo a Buenos Aires, y se había encontrado en la revolución acá, se mostraba entusiasmado por ella; y sus voces propala das en la Asunción se unían de un modo poderoso a las ya inoculadas en la oficialidad y jefes del ejército del Paraguay por el general Belgrano. Recuerdo que oía decir a mi padre años después que en vano había sido querer privar a los verdaderos patricios del pensamiento y voluntad que expresaron: que hicieron traslucir su proyecto; que buscaron su apoyo en la voluntad pública que fue mucho lo que bullía en aquellos espíritus la idea de la soberanía del pueblo: que simpatizaron enteramente con los propósitos de Buenos Aires, que les abrumaba el centralismo: que su aspecto no los asustaba, ni temían la cólera y aborrecimiento de los absolutistas cabildantes.

Estos estaban alarmados, veían que la actividad porteña se extendía, que hallaba eco en el Paraguay, y que el ideal de los Comuneros del año de 1724 germinaba, pero depurado de los errores de entonces, pues ya se tenía por guía y auxilio a un pueblo hermano que le llenaba sus aspiraciones antiguas, y a quien no se podía contrarrestar con estos antecedentes, Afirmo, apoyado en la opinión de Núñez y Mitre que el alma de la revolución del año de 1811 fue el doctor don Pedro Somellera, que los promotores fueron los Caballero, los Yegros, los Iturbe, los Montiel, los Zarco, los Recalde, los Troche, etc.: que el doctor Francia fue propuesto por el doctor Somellera, éste lo llamó y entró a cosa hecha, correspondiéndole con la mayor ingratitud, hasta el punto de hacerlo aprisionar, y últimamente eliminarlo del país. (El número 101 de El Paraguayo independiente, cuya redacción se atribuye con fundamento al ilustrado doctor José Antonio Pimenta Bueno, ministro residente del Brasil en aquella época, refutó extensamente la memoria del doctor Somellera, de la cual nos hemos ocupado ya en otra nota, llevando su audacia hasta negar la participación de éste en los sucesos de mayo de 1811.)

No quiero que quede en olvido que don Benigno Somellera, hermano del doctor don Pedro, que aún vive en Buenos Aires, y que padeció juntamente con su hermano, tuvo parte en dicha revolución. Estuvo al pie de un cañón la noche del 14 de mayo en la plaza de la Asunción, abocándole a la casa de gobierno, en donde acercándosele al obispo Panés, le preguntó, ¿qué posición era aquélla? Y contestó don Benigno Somellera: Nada más exigimos que se nos entreguen las llaves de las puertas de esta capital.

Cuando el general Gamarra, don Pío Ramón de Peña y otros españoles se ofrecieron retomar el cuartel, de que se habían apoderado los revolucionarios, el Asesor de gobierno doctor Somellera, el gobernador Velasco y el Obispo los disuadieron y calmaron, dejando triunfar tranquilamente la revolución, sin obligarla a hacerla cruenta. Así se produjo este hecho en el Paraguay, y así pasó a la dirección del doctor Francia, que robusteció la idea preconcebida del gobernador Velasco, y declarada el año anterior, de no unión con Buenos Aires, y tener gobierno propio democrático e independiente, nacido sólo del pueblo, como lo invocaban los Comuneros noventa años antes.

El 15 de mayo fue llamado Francia por Somellera por medio de una esquela, de que fue portador don José T. Isasi a su chacra de Ibirai, como legua y cuarto de la ciudad. Así que llegó al cuartel, le recibió el doctor Somellera, y le introdujo en el bufete o despacho que se había dispuesto, dejándole con el comandante Caballero, y otros oficiales, entre éstos el porteño don Marcelino Rodríguez, que se hallaba arrestado en el cuartel. Parado estaba aún Francia, cuando preguntó a Caballero: ¿Qué se ha dispuesto, qué se hace? Y contestó el comandante: "Se determina mandar de expreso a don José de María en una canoa, dando parte a la Excelentísima Junta de Buenos Aires, cuyo oficio está ya redactado y puesto en limpio, y es el que se halla a la vista sobre la mesa". Francia, sonriéndose y haciendo ademán de sentarse en la misma silla en que había estado sentado don Marcelino Rodríguez, y separando los faldones del fraque, dijo: "Si tal se hace, sería dar el mayor alegrón a los orgullosos porteños... Nada de eso".

Después tomando aparte a Caballero, lo felicitó por su obra, encareciéndola y repitiéndole: Grande y muy es la que ha hecho usted; pero le prevengo que esta sea la primera y la última. Esa misma tarde, cuando el doctor Somellera volvió de su casa (adonde había ido a descansar de la fatiga de la noche del 14) a visitar a los amigos del cuartel, ya Francia al despedirlo, le dijo: Que había llegado el tiempo en que cada uno sirviera a su patria, que él estaría mejor en Buenos Aires que no allí.

Desde entonces trabajó Francia porque el comandante Caballero prendiera a Somellera, y cuando Caballero le replicaba diciendo que: ¿Cómo quería que procediera así con el hombre a quien debía todo el buen éxito de la revolución? Contestaba Francia: Si usted me lo prende a Somellera, le aseguro sacarle como en andas en las palmas de las manos. Consiguió esto cuando Francia entró a ser uno de los vocales de la Junta Gubernativa que se creó. Pero viendo que la revolución había sido incruenta, él la quiso ensangrentar para infundir terror, y hacer imperar su idea de hacerse independiente y absoluto, todo con refinada e infame astucia, paliando sus intenciones con la más acendrada hipocresía y el mayor disimulo.

De esta manera embaucó a los paraguayos, entretuvo a la Excelentísima Junta de las Provincias Unidas Del Río de la Plata, y paulatinamente se fue colocando en tal posición que cuando acordaron los patriotas, ya no hubo remedio, se hizo Cónsul de la República del Paraguay, y después desenmascarado enteramente, se convirtió en Dictador Perpetuo.

Sin embargo de que lo que hasta aquí decimos, nos es comunicado por el ciudadano paraguayo Peña, agregamos las siguientes noticias que nos ha pasado, unidas con las que ha escrito el señor doctor don Pedro Somellera, revelando el procedimiento del doctor Francia al principiar a influir en la Junta Gubernativa, creada el año 1811. Dice así:

"Inventó Francia una contrarrevolución, haciendo aparecer como fraguada por los españoles, para que éstos quedaran aterrorizados, y Francia tuviera el placer de derramar sangre". Óigase al mismo señor Somellera.

"Es el caso; en la mañana del 29 de septiembre de 1811, salió del cuartel un grupo de soldados con algunos de los presos, capitaneados por el oficial don Mariano Mallada; sacaron dos cañones, que los mandaban los oficiales presos don Juan B. Zavala y don Francisco Guerreros; salieron con mucha algazara, tocando cajas y gritando: "Viva el rey, viva nuestro gobernador, y mueran los traidores". A la bulla, como era regular, se juntaron algunas gentes en la plaza, donde había hecho alto la asonada. Algunos de los concurrentes fueron presos por los mismos alborotadores, y por otros soldados que salieron del cuartel. Entre los que fueron presos se hallaba un fraile dominico, Padre Taboada, un mozo que había sido criado del gobernador, natural de Villadiego, en Castilla, no recuerdo su nombre, y un catalán llamado Martín, que tenía pulpería en la casa de don Juan Francisco Decoud. Estos fueron en el acto fusilados y colgados en la horca; algunos fueron obligados a pasar por debajo de ella, entre estos el padre Taboada.

"Después de pasar por debajo de la horca al padre Taboada y otros, se levantó un grito de: "viva la Junta", y se retiraron todos al cuartel, llevándose los dos cañones. Yo no pude menos que recordar el cuento de la revolución de los españoles, que en principio de septiembre me llevó el patrón de la garandumba, en que estaba yo preso, y de que he hecho mención en

La nota 7 del capítulo anterior.

"Este lamentable suceso que refiere el doctor Rengger para alabar la humanidad del doctor Francia, es un testimonio de su inicua barbaridad. Esa contrarrevolución de los españoles, ese movimiento del 29 de septiembre, fue una infame trama urdida por el doctor Francia. Las pruebas que hay de ello, son las más convincentes.

"En primer lugar, en el mes de setiembre de 1811, no existía en el Paraguay alguno capaz de empresa contra el nuevo orden de cosas. El sargento mayor don Carlos Genovés, y el capitán Fournier, habían pasado a Montevideo; los cabildantes estaban presos; el gobernador Velasco lo estaba también, y a más no era hombre de quien pudiera temerse. El coronel don Pedro Gracia, enemigo declarado de la revolución del 25 de mayo, ligado íntimamente con los cabildantes, y partidario de los españoles, no estaba ya en la provincia.

"En segundo lugar, ese movimiento del 29, capitaneado por Manada, es el mismo que en principios de septiembre me había anunciado el patrón de la garandumba, el mismo que yo había denunciado al doctor Francia desde mi arresto. Este hombre cobarde, desconfiado, suspicaz, no se cuidó de mi aviso: él no trató de tomar noticia alguna, de investigar el origen del cuento del patrón de la garandumba: el oficial Manada siguió con el mismo servicio que hacía en el cuartel.

"En tercer lugar: los oficiales de artillería Zavala y Guerrero, que estaban presos, y se presentaron en la plaza dirigiendo los cañones, que sacaron en la asonada, eran sin duda los más culpados en ella: parece que en ellos debía ejercerse el rigor; pues no fue así: ellos en vez de ser castigados fueron premiados, se les pagaron los sueldos, que habían devengado en tiempo del gobierno español, y fueron puestos en libertad. Zavala pasó a Montevideo al servicio de los españoles, y después que tomamos esta plaza en 1814, estuvo conmigo muchas veces en Buenos Aires, y me refirió la fantástica revolución de Manada, los secretos avisos que él había dado de la trama, el fin que él y Guerrero se propusieron, y el pago de los sueldos.

"Las razones que me dio Zavala para haber él y Guerrero entrado en la trama de Mallada fueron las siguientes: primera, haber sabido que la cosa se hacía con beneplácito del gobierno: segunda, que si se negaba, quedaban expuestos a ser asesinados en sus calabozos, ya por el enojo que su negativa causaría, ya por enterrar el secreto: tercera, que mostrándose condescendientes, podían avisar a los españoles, para que no concurriesen a la asomada, como lo hicieron; y por cuyos avisos, ninguno de los principales vecinos asistió a la plaza: me añadió que Velasco y los cabildantes, presos en el cuartel, lo pasaron tranquilos, porque estaban puestos de la fingida contrarrevolución.

"Tan cierto es esto, que se sabe de positivo que don Pío Ramón de Peña, previendo del movimiento proyectado, corrió toda la ciudad de la Asunción la noche del 8 de setiembre, avisando secretamente a todos los españoles el intento diciéndoles: "si son llamados por orden del gobernador Velasco, no obedezcan; pero si el mandato es a nombre de la Junta, comparezcan inmediatamente".

"Ya que en virtud de la asonada ningún español se apersonó a la plaza, más que los dos infelices a quienes no se les previno, porque no se les encontró oportunamente en sus casas, y fueron fusilados y colgados en la horca: se les llamó a los otros a nombre de Velasco, y viendo que no comparecían, fueron llamados a gobierno por orden de la Junta.

"Reunidos allí, a muchos se les hicieron varias preguntas, y enseguida se les ordenaba que se confesasen en el acto con capellanes que se habían llevado allí ex profeso. Después de estas ceremonias fueron todos sacados a la plaza y conducidos a pasar por debajo de la horca. Solo don Pío Ramón de Peña no pasó por debajo de ella, porque hasta media plaza dio tres gritos, dirigiéndose al gobierno, y diciendo estas palabras: ¿Por qué me van a quitar la vida sin hablar una palabra? Entonces el mismo doctor Francia lo llamó, y haciéndole ciertos cargos, de haber estado esa mañana en una de las esquinas de la plaza, y de haberse andado paseando en la azotea de su casa, los satisfizo, y fue despedido. Los otros españoles fueron también puestos en libertad, después de haber pasado como queda dicho por debajo de la horca. Seguidamente corrió la voz que todos los miembros de la Junta habían querido que fuesen fusilados, menos Francia, y que por él se libraron, y que aún había dicho, haciéndose el horrorizado por el espectáculo de los dos ahorcados: "Bajen esos cadáveres y basta de sangre". Esta noticia causó odiosidad a los demás compañeros, y Francia se adquirió elnombre y fama de humano. Todos los españoles se deshacían en alabarle y reconocerle por su libertador.

"Un fraile mercedario, el padre Cañete, tenido por santo, sabedor del suceso, se presentó a la puerta del cuartel, indignado del hecho, llamó a don Pedro Juan Caballero, y le increpó en presencia de la tropa, presagiándole un fin igualmente funesto, ya que de esa manera daba principio a su gobierno. El fanatismo produjo su efecto, la imprecación del santo varón infiltró en todos los espíritus, y el mismo Caballero se dejó impresionar tanto del anatema, que desde aquel momento su alma no permaneció tranquila y sólo veía sombras. [...] El justo y santo criterio del sacerdote hacía eco en aquellos corazones. El reverendo padre Cañete colmó de bendiciones al hipócrita Francia por haber sabido contener a sus compañeros".

 

MANIFIESTO AL PUEBLO

Deseando esta Junta no omitir medio de manifestar la fuerza de sus intenciones, en el ejercicio del grave y delicado encargo que se le ha confiado ha hecho un deber de su oficio, y al mismo tiempo consiguiente a la confianza que ha debido al público, noticiar sincera y francamente aquellas ocurrencias o sucesos que, al paso de ser interesantes a la Provincia, pueden ser especialmente conducentes para disipar el error en unos, destejer la equivocación de otros y contener la malicia de los mal intencionados que, aprovechándose diestramente de cualquier accidente o circunstancia, por ignorado que sea su objeto, tratan de inducir la desconfianza para sembrar la discordia y fomentar un concepto menos favorable al Gobierno y al estado actual de las cosas. Ya anteriormente se demostró por parte del Cuartel General de esta plaza, que al presente no había motivo de recelar invasión alguna de los portugueses contra nuestro territorio.

Efectivamente la menor reflexión podía bastar para deducir que de una nación culta, con quien hemos estado en buena paz, y a cuyo Jefe se ha declarado y protestado en el momento mismo de nuestra revolución el deseo de conservar y continuar la misma amistad y buena armonía, no debemos esperar un rompimiento inopinado, sin causa ni motivo antecedente, con infracción de los más fuertes y recomendables derechos que siempre han respetado todas las naciones.

Pero lo que en este particular ha llenado de satisfacción a la Junta, y debe darla a toda la Provincia, es la carta que acaba de recibir, escrita por el Exmo. Sr. Marqués de Casa Irujo, embajador de España en el Río Janeiro, en que después de felicitar a este Gobierno por las victorias de la provincia y de manifestar que la reunión anterior de tropas portuguesas en el pueblo de San Borja había sido dispuesta por el Capitán General del Río Grande, con motivo del auxilio de doscientos hombres que de aquí se habían pedido, para cortar en su retirada el resto del ejército de Buenos Aires, se contrae a dar de saber a este Gobierno las órdenes estrechas y terminantes que tiene de España para no consentir, y antes bien reclamar y protestar (como expresa hacerlo ya verificado), contra la entrada de tropas portuguesas a cualquier territorio español, y esto aun cuando se intente bajo el pretexto de sujetar la razón política de esta determinación. Nuestro embajador citado tenía a bien dejar al buen juicio y discreción de este Gobierno su ejecución completa o parcial, según lo requieran las circunstancias, y decidir si este es uno de los casos en que, por razón de la inmensa distancia, es permitido violar las órdenes del Gobierno para realizar sus intenciones, que no son, ni pueden ser otras que las del bien general de la monarquía; encargando finalmente que en cualquier evento se despidan de aquí las tropas portuguesas con toda la prontitud que permitan la seguridad de la provincia y las ventajas ulteriores que las circunstancias puedan presentar, si en ello no se preveen inconvenientes o malas inconsecuencias. Éste, y no otro ha sido el contenido del pliego que ha conducido el oficial enviado por el embajador a esta ciudad, y la actual Junta se encargará de manifestar y declarar esto mismo a los jefes y comandantes portugueses de las tropas y establecimientos fronterizos a esta provincia cuando el caso y la necesidad lo exijan. Así se da á saber al público para que, con este conocimiento, nunca pueda ser sorprendido por las falsas voces de los que habiendo perdido la esperanza de subyugarnos pretenden introducir la inquietud, suponiendo noticias inventadas y figurando cuidados y temores vanos y aun despreciables para un pueblo de hombres libres, que antes morirían que dejar de serlo. Y para que llegue a noticia de todos se publicará este manifiesto por bando en la forma ordinaria y sacándose las copias correspondientes, se fijarán en los lugares acostumbrados. Hecho en la Asunción, a tres de julio de mil ochocientos once. Fulgencio Yegros. Dr. José Gaspar de Francia. Pedro Juan Caballero. Dr. Francisco Bogarín. Fernando de la Mora, vocal secretario. (El documento se encuentra en Francia, tomo I, pp. 118-119.)

La Junta de Gobierno, en cumplimiento de lo acordado y resuelto por la [Junta] General de la provincia, remitió a la Excma. Junta de Buenos Aires en testimonio, los autos de la revolución y de su resultado, con el siguiente oficio. [...]

Es verdad que esta idea para el mejor logro de su objeto, podía haberse rectificado. La confederación de esta provincia con las demás de nuestra América, y principalmente con la que comprendía la demarcación del antiguo Virreinato debía ser de un interés más inmediato, más asequible y por lo mismo más natural -como de pueblos no sólo de un mismo origen, sino por el enlace de particulares recíprocos intereses, parecen destinados por la naturaleza misma a vivir y conservarse unidos-. No faltaban verdaderos patriotas que deseasen esta dichosa unión en términos justos y combinación, y el ascendiente del Gobierno, y desgraciadas circunstancias que ocurrieron por parte de esa y de esta ciudad, de que ya no conviene hacer memoria, las habían dificultado. Al fin, las cosas de la provincia llegaron a tal estado, que fue preciso que ella se resolviese seriamente a recobrar sus derechos usurpados para salir de la antigua opresión en que se mantenía, agravada con nuevos males, de un régimen sin concierto y, para ponerse al mismo tiempo a cubierto del rigor de una nueva esclavitud de que se sentía amenazada.

No fueron precisos grandes esfuerzos para conseguirlo: tres compañías de infantería y otras tres de artillería, que en la noche del 14 de mayo último ocuparon el cuartel general y parque de artillería, bastaron para facilitarlo todo: El Gobernador y sus adheridos hubieron de hacer alguna oposición con mano tímida, pero presintiendo la intención general, y viendo la firmeza y resolución de nuestras tropas, y que otras de la campaña podían venir en su auxilio, les fue preciso ceder, y al día siguiente acceder a cuanto se les exigió, luego que aquellas se presentaron en la plaza.

Exmo. Señor. Cuando esta provincia opuso sus fuerzas a las que vinieron dirigidas de esa ciudad, no tuvo ni podía tener otro objeto que su natural defensa. No es dudable que, abolida y deshecha la representación del poder Supremo, recae éste o queda refundido naturalmente en toda la nación. Cada pueblo se considera entonces en cierto modo participante del atributo de la soberanía, y aun los ministros públicos han menester su consentimiento o libre conformidad para el ejercicio de sus facultades. De este principio tan importante, como fecundo en útiles consecuencias, y que V. E. sin duda lo había reconocido, se deduce ciertamente que, resumiendo los pueblos sus derechos primitivos, se hallan todos en igual caso y que igualmente corresponde a todos velar sobre su propia conservación. Si en este estado se presentaba el Consejo llamado de Regencia, no sin alguna apariencia de legitimidad, ¿qué mucho es que hubiese pueblos que, buscando un áncora de que asirse en la general borrasca que los amenaza, adoptasen diferente sistema de seguridad, sin oponerse a la general de la nación?

 

El principal objeto de ellas no era otro sino allanar el paso para que la provincia, reconociendo sus derechos, libre del influjo y poderío de sus opresores, reconociendo sus derechos, libre del in flujo y poderío de sus opresores, deliberarse francamente el partido que juzgase conveniente. Con este fin se convocó a una Junta General, que se celebró felizmente, no sólo con suficiente número de sus principales vecinos y de todas las corporaciones independientes, mas también con asistencia y voto de los diputados de las villas y poblaciones de esta jurisdicción. En ella se creó la presente Junta Gubernativa, que ha sido reconocida generalmente, y se tomaron otras diferentes providencias que su seguridad, el conocimiento íntimo y remedio de los males que padece y la conservación de sus derechos, han hecho necesarias e indispensables. De todas ellas y de otros incidentes que antecedieron, instruirán a V. E. los autos de esta resolución que la actual Junta, consiguiente al encargo de la provincia, tiene la satisfacción de acompañar en testimonio.

Este ha sido el modo como ella por sí misma, y a esfuerzos de su propia resolución, se ha constituido en libertad y en pleno goce de sus derechos. Pero se engañaría cualquiera que llegase a imaginar que su intención había sido entregarse al arbitrio ajeno y hacer dependiente su suerte de otra voluntad. En tal caso nada más habría adelantado, ni reportado otro fruto de su sacrificio, que al cambiar una cadena por otras, y mudar de amo. Ni nunca V. E., apreciador justo y equitativo, extrañará que en el estado a que han llegado los negocios de la nación, sin poderse divisar el éxito que puedan tener, el pueblo del Paraguay desde ahora, se muestre celoso de su naciente libertad, después que ha tenido valor para recobrarla. Sabe muy bien que si la libertad puede a veces adquirirse o conquistarse, una vez perdida, no es igualmente fácil volver a recuperarla. Ni esto es recelar que V. E. sea capaz de abrigar en su corazón intenciones menos justas y equitativas; muy lejos de esto, cuando la Provincia no hace más que sostener su libertad y sus derechos, se lisonjea esta Junta que V. E. aplaudirá estos nobles sentimientos, considerando cuanto en favor de nuestra causa común puede esperarse de un pueblo grande, que piensa y habla con esta franqueza y magnanimidad.

La Provincia del Paraguay, Excelentísimo Señor, reconoce sus derechos, no pretende perjudicar aun levemente los de ningún otro pueblo, y tampoco se niega a todo lo que es regular y justo. Los autos mismo manifestarían a V. E. que su voluntad decidida es unirse con esa ciudad y con las demás confederadas, no para conservar solamente una recíproca amistad, buena armonía, comercio y correspondencia, sino también para formar una sociedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad. A este fin ha nombrado ya su diputado, para que asista al Congreso General de las provincias [del Río de la Plata], suspendiendo, como desde luego queda aquí suspendido hasta su celebración y suprema decisión, el reconocimiento de las Cortes y Consejo de Regencia de España y de otra cualquiera representación de la autoridad suprema de la nación, bajo la declaración siguiente:

Primera: Que mientras no se forme el Congreso General, esta provincia se gobernará por sí misma, sin que la Excma. Junta de esa ciudad pueda disponer y ejercer jurisdicción sobre su forma de gobierno, régimen, administración, ni otra alguna causa correspondiente a ella.

Segunda: Que restablecido el comercio, dejará de cobrarse el peso de plata que anteriormente se exigía en esa ciudad, aunque a beneficio de otras, por cada tercio de yerba, con nombre de sisa y arbitrio; respecto a que hallándose esta provincia, como fronteriza a los portugueses, en urgente necesidad de mantener alguna tropa, por las circunstancias del día, y también de cubrir los presidios de la costa del río contra la invasión de los infieles, aboliendo la insoportable pensión de hacer los vecinos a su costa este servicio, es indispensable a falta de otros recursos cargar al ramo de la yerba aquel a otro impuesto semejante.

Tercera: Que se extinguirá el estanco del tabaco, quedando de libre comercio, como otros cualesquiera frutos, y producciones de esta provincia: que la partida de esta especie existente en la factoría de esta ciudad, comprada con el dinero perteneciente a la Real Hacienda, se expenderá de cuenta de la misma provincia, para el mantenimiento de sus tropas, y de la que ha servido en la guerra pasada y se halla aun mucha parte de ella sin pagarse.

Cuarta: Que cualquier reglamento, forma de gobierno o constitución, que se dispusiese en dicho Congreso general, no deberá obligar a esta provincia hasta tanto se ratifique en Junta plena y general de sus habitantes y moradores. Algunas otras providencias relativas al régimen interior han sido puramente provisionales hasta la disposición del mismo Congreso.

Tal fue la voluntad y determinación libre de dicha Junta general, explicada francamente sin concurso de don Bernardo Velasco, ni individuo de su cabildo, que en justa precaución de cualquier influencia contra la libertad de la patria, por graves causas que precedieron, de que instruyen los mismos autos, se mantuvieron suspensos y aún reclusos, y sin que a ella tampoco hubiesen asistido más que cuatro ancianos europeos españoles. La provincia no podía dar una prueba más positiva de sus sinceros deseos de accesión a la Confederación General, y defender la causa común del señor don Fernando VII y de la felicidad de todas las provincias que tan heroicamente promueve V. E. Podía decirse que en las presentes circunstancias ha hecho cuanto debía, y estaba de su parte; pues aun siendo incalculables los daños que les ha ocasionado la pasada guerra civil, todo lo olvida, todo lo pospone por el amor del bien, y prosperidad general. De. V. E. pende ahora dar la última mano a esta grande obra, y aumentar el regocijo y contento general de todo este pueblo.

Así confía esta Junta en la prudencia y moderación que caracteriza a V. E. que, habiendo sido su principal objeto, el más importante, el más urgente y necesario, la reunión de las provincias, prestará su adhesión y conformidad a la modificación propuesta por esta provincia, a fin de que uniéndose todas con los vínculos más estrechos e indisolubles que exige el interés general, indique: Ecce confederatio resoluta ab hac Provintia non anutat, [y] proceda a cimentar el edificio de la felicidad común, cual es, el de la libertad.

V. E. estaría ya anteriormente informado que inmediatamente al buen suceso de nuestra revolución, y aun antes de celebrarse la Junta General de la provincia, se evacuó la ciudad de Corrientes por disposición de nuestro interino gobierno asociado. Posteriormente hizo presente al comandante de aquella ciudad, los temores que le acompañaban, con la noticia de venir arribando y acercándose varios buques armados de Montevideo, solicitando se le mandase dar algunos auxilios de la Villa del Pilar. En su inteligencia, por orden de esta Junta, ha pasado a Corrientes el comandante don Blas José Rojas, con algunos fusileros y dos cañones de a 4, considerando ser bastante para impedir cualquier insulto en caso de intentarse algún desembarco, de cuyo incidente ha creído también oportuno esta Junta comunicarlo a V. E. Dios guarde a V.E. muchos años. Asunción, y julio veinte de mil ochocientos once. Fulgencio Yegros. Dr. José Gaspar Francia. Pedro Juan Caballero. Dr. Francisco Javier Bogarín. Fernando Mora, vocal secretario. (El texto de esta nota se transcribe en Francia, tomo I, pp. 120-123.)

Con la noticia que del gobierno de Corrientes se le había comunicado a la Excma. Junta de Buenos Aires de nuestra revolución, había ella determinado enviar sus representantes plenipotenciarios cerca de la Junta de Gobierno de esta provincia, con el objeto de acordar las providencias convenientes a la unión de ambas provincias, y demás confederadas que formaban antes el virreinato extinguido del Río de la Plata, como en efecto envió a don Manuel Belgrano y a don Vicente Anastasio Echevarría. Llegados éstos a la ciudad de Corrientes avisaron de su arribo, pidiendo permiso para su entrada en ésta, a cumplir y llenar la misión que traían. La Junta de Gobierno les contestó en los términos siguientes:

 

Si para el adelantamiento de la sagrada causa en que tan justamente nos hallamos empeñados, y afianzar de una vez para siempre nuestros comunes derechos, no puede haber medio más eficaz ni arbitrio tan importante y necesario, como el de una sincera y estrecha unión fundada sobre principios sólidos y estables, pueden Uds. inferir de aquí, cuan satisfactorio nos habrá sido el aplauso y complacencia con que Uds. nos manifiestan haberse recibido en Buenos Aires la noticia de nuestra feliz revolución, y la digna elección que se ha hecho de las personas de Uds. para conducirse a hacer a esta provincia las proposiciones convenientes a tan justificado objeto. Pero habiendo esta Junta dirigido en veinte de julio último su oficio a la Excelentísima Junta de aquella ciudad, cuya copia acompañamos, con testimonio íntegro de las actas de nuestra revolución citada en que se contiene las deliberaciones tomadas por la misma provincia en Junta General, nos hallamos en circunstancias de no haber aun recibido la contestación directa que aguardamos.

Por otra parte, consideramos que, lejos de sernos facultativo inducir alteración alguna sustancial en cuanto a dichas deliberaciones, es un deber preciso de nuestro ministerio observar y sostenerlas eficazmente. Por eso es, que, entre tanto la Excelentísima Junta por sí misma no reconozca expresa y formalmente nuestra independencia de ella en los términos propuestos y acordados por nuestra provincia, cree que esta Junta que, no obstante lo agradable que le sería la visita de Uds., no es llegado el caso de entrar oportunamente en tratado alguno relativo a esta misma provincia, pues que su indicada independencia, como su derecho incontestable, debe asentarse por preliminar de toda ulterior determinación.

La Junta protesta a Uds. que sólo el deseo de una entera y feliz terminación de las pasadas diferencias es el que la impele a proceder con esta detención, a fin de que afirmada nuestra unión sin nuevos cuidados y dificultades en la provincia, pueda dirigir sus atenciones al mejor progreso de nuestros empeños sagrados, que son y deben ser unos mismos. Protesta también una amistad sincera, deferencia y lealtad con los pueblos hermanos; valor generoso contra los enemigos armados; desprecio y castigo para los traidores. Estos son los sentimientos del pueblo paraguayo y de su Gobierno, los mismos que reclama y espera también de parte de Buenos Aires. Bajo de este concepto pueden Uds. estar seguros de que, si ahora nos es sensible no acceder desde luego a la solicitud de Uds., al instante que por la contestación de la Excma. Junta, seamos cerciorados de su adhesión a nuestras primeras anteriores proposiciones, tendremos un motivo de particular satisfacción de facilitar cuando sea de nuestra parte el tránsito y pronta dirección de Uds. a esta ciudad. Dios guarde a Uds. muchos años. Asunción, y setiembre nueve de mil ochocientos once. Fulgencio Yegros. Doctor José Gaspar de Francia. Pedro Juan Caballero. Fernando de la Mora, vocal secretario. (La firma de Francisco Bogarín no aparece porque el mismo ya se había retirado de la Junta. La nota se transcribe en Francia, tomo I, pp. 134, 135. En lo esencial, la nota dice que, antes de recibir respuesta de Buenos Aires a la nota del 20 de julio (con el reconocimiento de la independencia del Paraguay), la Junta asuncena no permitirá que los enviados porteños Belgrano y Echeverría prosigan su marcha hasta Asunción. La respuesta y reconocimiento llegaron con la nota de Buenos Aires del 28 de agosto de 1811. Belgrano y Echevarría llegaron a Asunción, donde firmaron el tratado de 1811, que reconoció las aspiraciones paraguayas a la independencia. (N. del E.))

 

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2010 (155 páginas)

 





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