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JUAN RENGGER

  EL DICTADOR FRANCIA - Por JUAN RENGGER y MARCELINO LONGCHAMP - Año 2010


EL DICTADOR FRANCIA - Por JUAN RENGGER y MARCELINO LONGCHAMP - Año 2010

EL DICTADOR FRANCIA

Obras de JUAN RENGGER y MARCELINO LONGCHAMP

Colección: INDEPENDENCIA NACIONAL

INTERCONTINENTAL EDITORA

Asunción – Paraguay

2010 (109 páginas)

© INTERCONTINENTAL EDITORA S. A.

Caballero 270; teléfs.: (595 - 21) 496 991 - 449 738

Fax: (595 - 21) 448 721

Pág. web: www.libreriaintercontinental.com.py

E-mail: agatti@libreriaintercontinental.com.py

Diagramación: Gilberto Riveros Arce

Hecho el depósito que marca la Ley N° 1328/98.

ISBN: 978-99953-73-53-8

 

 

CONSEJO DIRECTIVO DE LA FUNDACIÓN CABILDO

PRESIDENTA - MARGARITA AYALA DE MICHELAGNOLI

VICE PRESIDENTA - DRA. TERESA MARÍA GROSS BROWN DE ROMERO PEREIRA

MIEMBROS TITULARES

FÁTIMA DE INSFRÁN// GABRIEL INSFRÁN// MARGARITA MORSELLI//

YOLANDA BOGARÍN// MARÍA LUISA SACARELLO DE COSCIA//

GILDA MARTÍNEZ YARYES DE BURT// MIGUEL ALEJANDRO MICHELAGNOLI

MIEMBROS SUPLENTES

EDGAR INSFRÁN// PAZ BENZA.



ÍNDICE - PRÓLOGO 

CAPÍTULO I

BELGRANO MARCHA SOBRE LA ASUNCIÓN; ES DERROTADO. LOS CRIOLLOS EMPIEZAN A GUSTAR DE LOS PRINCIPIOS DE INDEPENDENCIA QUE SE GENERALIZAN ENTRE ELLOS Y DEPONEN A SU GOBIERNO

CAPÍTULO II

ORIGEN, EDUCACIÓN Y CARÁCTER DEL DOCTOR FRANCIA. LLEGA A OCU PAR EMPLEOS Y A SER EL ALMA DEL NUEVO GOBIERNO

CAPÍTULO III

DISUÉLVESE LA JUNTA. SEGUNDO CONGRESO. GOBIERNO CONSULAR. FRANCIA PRIMER CÓNSUL

CAPÍTULO IV

FRANCIA DICTADOR. EMPIEZA MAL SU ADMINISTRACIÓN.

CAPÍTULO V 

ARTIGAS. COMPOSICIÓN DE SUS TROPAS. EXCESOS A QUE SE ENTREGA. SUS RELACIONES CON EL DICTADOR. TIRANÍA DE ÉSTE. FUNDACIÓN DE TEVEGÓ

CAPÍTULO VI

NEGOCIOS DE CORRIENTES. EL AUTOR LLEGA A LA ASUNCIÓN. LE DA AUDIENCIA EL DICTADOR. SU ADMINISTRACIÓN POR NAPOLEÓN. LO QUE PIENSA DE ESPAÑA. SUPLICIO DE DOS ESPAÑOLES

CAPÍTULO VII

EL DOCTOR FRANCIA SE DEDICA A HACER FLORECER LA AGRICULTURA Y LA INDUSTRIA. MEDIOS QUE EMPLEA PARA CONSEGUIRLO. MEDIDAS CONTRA LOS SALVAJES

CAPÍTULO VIII

CONSPIRACIÓN CONTRA FRANCIA. MODO CON QUE SE DESCUBRE. MEDIDAS DEL DICTADOR A CONSECUENCIA DE ESTE SUCESO

CAPÍTULO IX

DERROTADO ARTIGAS POR UNO DE SUS SUBALTERNOS SE REFUGIA EN EL PARAGUAY. ACOGIDA QUE LE HACE FRANCIA. RAMÍREZ PROCURA SUBLEVAR EL PAÍS. SUPLICIO DE LOS CONSPIRADORES

CAPÍTULO X

SIGUEN LAS EJECUCIONES. INFLUYEN DE UN MODO FUNESTO EN EL CARÁCTER NACIONAL. DESCONFIANZA Y TERROR. PERSECUCIÓN DE LOS ESPAÑOLES

CAPÍTULO XI 

TRATO QUE DA EL DICTADOR A LOS EXTRANJEROS. EL SEÑOR BONPLAND; CUANTOS PASOS SE HAN DADO EN $U FAVOR, NO HAN SERVIDO MÁS QUE PARA AGRAVAR SU POSICIÓN

CAPITULO XII

UNICO CAMINO POR EL QUE ES POSIBLE SALIR DEL PAÍS. EL SEÑOR ESCOFFIER LO INTENTA CON DESGRACIA

CAPÍTULO XIII

EL DICTADOR PROCURA AISLAR CADA VEZ MÁS AL PARAGUAY. ESTAGNACIÓN DEI. COMERCIO. ALIANZA CON EL BRASIL. REPRESALIA INICUA CONTRA SANTA FE. LOS ESPAÑOLES CONDENADOS A MUERTE CIVIL

CAPÍTULO XIV 

EL DICTADOR SE PROPONE REGULARIZAR LA ASUNCIÓN. MEDIDAS DESPÓTICAS Y CRUELES DE TODA ESPECIE, QUE RESULTAN DE ESTE PROYECTO

CAPÍTULO XV

EL DICTADOR SUSPENDE LOS ARRESTOS Y EJECUCIONES. CONSIGNA SINGULAR. SECULARIZA A LOS FRAILES, Y DESTRUYE LOS CABILDOS. ESTRECHA SU ALIANZA CON EL BRASIL, Y SE PONE EN HOSTILIDAD CON LAS REPÚBLICAS

CAPÍTULO XVI

PERMISO PARA SALIR CONCEDIDO A LOS INGLESES. EL AUTOR PIDE EL MISMO PERMISO. OPINIÓN DEL DICTADOR SOBRE LA POLÍTICA DE LA FRANCIA CON RESPECTO A LAS REPÚBLICAS. LOS SEÑORES RENGGER Y LONGCHAMP SALEN DEI. PARAGUAY

APÉNDICE  

NOTAS DE PEDRO SOMELLERA A LOS CAPÍTULOS DEL ENSAYO HISTÓRICO RELACIONADOS CON LA REVOLUCIÓN DEL PARAGUAY

 

 

 

PRÓLOGO

JUAN RENGGER y MARCELINO LONGCHAMP, dos suizos llegados al Paraguay en 1819, permanecieron en el país hasta 1826 y, después de regresar a Europa, publicaron en 1827 el libro titulado ENSAYO HISTÓRICO SOBRE LA REVOLUCIÓN DEL PARAGUAY. El libro consta de las partes: la primera es una reseña de la independencia del Paraguay, desde la invasión de Belgrano hasta la consolidación del gobierno del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia; la segunda presenta una visión general de la administración pública, las finanzas, el ejército y la educación en el país. Aquí publicamos solamente la primera parte, sin el prólogo y la introducción que la preceden. (Existen varias ediciones. Aquí se ha trascrito el texto de la publicada en Buenos Aires, en 1883, por la Imprenta y Librería de Mayo. (N. del E.))

Para comprender la obra es necesario mencionar las circunstancias en que nació. Rengger y Longchamp eran médicos. Visitaron el Paraguay a causa de su reputación de ser la única nación sudamericana que conservaba el orden y porque deseaban estudiar y conocer el país. En el Paraguay trabajaron como médicos del ejército, estudiaron la fauna y la flora, y recogieron el material con que después escribirían su interesante Viaje al Paraguay, cuya traducción al castellano aparecerá en breve en Asunción. Cuando decidieron terminar la estadía, se vieron obligados a prolongarla por razones ajenas a su voluntad. En 1820, se denunció una conspiración para asesinar al dictador Francia, quien adoptó medidas de rigor, incluyendo el cierre de las fronteras. Rengger y Longchamp quedaron en el Paraguay hasta 1826, cuando consiguieron la autorización para salir del país. Aunque Francia no los hubiera tratado mal, los dos suizos pasaron momentos penosos durante la estadía forzosa. El aislamiento en que se mantenía el Paraguay y la situación de algunos extranjeros retenidos en él (como el sabio francés Amadeo Bonpland) despertaban gran curiosidad en el extranjero. Para satisfacerla, Rengger y Longchamp escribieron una obra que relata sus experiencias personales y los comienzos de la vida independiente del país. (Aparentemente, quien escribió el libro fue Rengger, aunque Longchamp también aparece como autor por haber colaborado en la concepción. (N. del E.))

¿Cómo explican los autores la historia paraguaya? Puede tomarse como ejemplo el capítulo I, que va desde la invasión del Paraguay por el ejército de Manuel Belgrano hasta la revolución del 14 de mayo de 1811. De las acciones militares de Belgrano, los autores relatan solamente la batalla de Paraguay, omitiendo la de Tacuarí (decisiva por sus consecuencias políticas). Afirman que Belgrano inculcó a los militares paraguayos las ideas liberales, que ellos entendieron a medias, pero que los decidieron a dar un golpe contra el gobernador español Bernardo de Velasco, en cuya casa entraron "con la pistola en la mano y le prendieron". Posteriormente, los militares convocaron un congreso, el cual formó una junta integrada por cuatro miembros, con Francia como secretario. Cualquier estudiante paraguayo sabe que la junta tuvo cinco y no cuatro miembros; que el secretario fue Fernando de la Mora y no Francia. Sabe también que nadie entró, pistola en mano, para apresar a Velasco, quien cedió a las exigencias de los sublevados. Este ejemplo basta para mostrar las deficiencias históricas del libro, pero no nos autoriza a ser muy severos con sus autores. Cuando ellos vivieron en el Paraguay, aún no se había publicado, en el Paraguay, una historia de la revolución de mayo de 1811. Para informarse, ellos debieron contar con la información que les daba la gente; quizás la gente prefería no hablar mucho sobre el tema, que se había politizado, pues se acusaba de conspirar contra Francia a varios dirigentes de la revolución de mayo de 1811. Eso hizo que los suizos no pudiesen tratar con Mariano A. Molas, su primer historiador local, ni Fernando de la Mora, su principal ideólogo, ni Fulgencio Yegros, presidente de la junta, ni otros actores destacados. Aparentemente, Rengger y Longchamp sólo conocían a Francia, y lo supusieron el único responsable de la independencia.

Con todo, el libro no carece de valor, porque sus autores fueron buenos observadores de la vida y las costumbres del país. Así señalan, por ejemplo, que muchos problemas del sistema de seguridad se debían a que los soldados, cuya lengua era el guaraní, recibían órdenes en castellano, que no podían comprender o comprendían mal. Esta es una percepción aguda de un problema todavía actual: el de nuestro bilingüismo a medias.

Rengger y Longchamp se equivocan, pero no tienen intención de mentir. Admiten que Francia les pagó sus sueldos de médicos del ejército correctamente, y escriben: "Debo declarar, en honor de la verdad que, en todo este tiempo el doctor Francia jamás puso directamente el menor obstáculo a nuestras ocupaciones sino que, por el contrario, nos ha dado más de una prueba de su benevolencia". Si se hubiesen propuesto escribir un panfleto, les hubiera sido muy fácil declararse víctimas de tremendos abusos por parte del doctor Francia. Sin embargo, ellos tratan de conservar la objetividad, aun cuando su percepción de la historia del país tenga deficiencias.

En este sentido, queremos resaltar la frase con que se inicia el capítulo II de la obra: "Como la historia de la revolución del Paraguay no es, por decirlo así, sino la del doctor Francia, voy a trazar, en pocas palabras, la vida anterior y el carácter de este personaje". A continuación se nos presenta una biografía de Francia, a quien los autores consideran una persona extraordinariamente inteligente, culta, honesta y valiente. Durante la colonia, fue un abogado íntegro, el defensor de los pobres frente a la avaricia de los ricos, y fue también un funcionario público interesado en el bien de su país. En mayo de 1811, después de dar su golpe militar, los oficiales paraguayos encomendaron a Francia la dirección del gobierno, por ser la única persona capacitada. Esta versión de la revolución de mayo ha llegado hasta nuestros días, a pesar de las críticas.

El primer crítico fue Pedro Somellera. Somellera, que tenía el cargo de asesor del gobernador Velasco, y sin embargo conspiraba contra Velasco, nos ha dejado su testimonio de los sucesos de mayo, que incluimos en el apéndice de este libro, por considerarlo un documento valioso. Somellera cuestiona la versión de Rengger y Longchamp, también cuestionada, y con argumentos, por Mariano Antonio Molas en La provincia del Paraguay (Asunción: 2010) y por Jerry Cooney en El fin de la colonia: Paraguay 1810-1811 (Asunción: 2010) -dos libros publicados en esta Colección Independencia Nacional-.

Pese a los cuestionamientos, ha tenido mucha aceptación el parecer de Rengger y Longchamp, según el cual el Paraguay es una creación de Francia. Esto es decir que Francia fue un hombre extraordinario, como lo dicen los viajeros suizos, quienes también nos presentan un retrato contradictorio del hombre: después de elogiar las virtudes del Supremo, le atribuyen una considerable cantidad de defectos, lo declaran tirano y hasta llegan a dudar de su salud mental. ¿El Francia de Rengger es bueno o malo? Es bueno y malo al mismo tiempo; es idealista y es mezquino; es patriota y es tirano. Quizás por haberse escrito en poco tiempo, el Ensayo no pudo depurar la contradicción, que permite lecturas diferentes.

Los hermanos Robertson, ingleses que pasaron por el Paraguay entre 1811 y 1815, utilizaron ciertas páginas de Rengger para escribir sus Cartas del Paraguay (1839), en que critican a Francia. Pero en 1842 el escritor inglés Tomás Carlyle utilizó otras páginas del mismo libro para escribir una biografía en que Francia aparece como un héroe ejemplar. Confundiendo el Paraguay con la Argentina,

Carlyle describe los "gauchos de Paraguay", a quienes considera sólo un poco por encima del nivel del perro, demostrando un racismo que resta credibilidad a su elogio de Francia. El pensador francés Augusto Compte confiaba en Carlyle, decidió crear una religión de la Humanidad, y preparó un calendario de santos laicos, donde figuraba el doctor Francia como varón ejemplar. Carlyle y Compte sabían muy poco de América, pero tuvieron aceptación en América; en el Paraguay, contribuyeron a instaurar el culto del doctor Francia, materia de apasionados debates.

El bicentenario de la emancipación americana nos obliga a dejar de lado los prejuicios europeos del siglo XIX. Ninguna nación ha sido creación de un solo hombre. Además de escribir de nuevo la biografía de Francia, se deben escribir biografías detalladas de varios actores destacados de la revolución: Mariano Antonio Molas, Fernando de la Mora, Fulgencio Yegros y otros. También se debe escribir la biografía -la historia- de ese actor olvidado: el pueblo. El culto del héroe fue una creación del siglo XIX, que debe reemplazarse por la valoración de la multitud de personas comunes, hombres y mujeres simples, que han hecho posible la emancipación.

GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ

 

 

 

CAPÍTULO VIII

 

CONSPIRACIÓN CONTRA FRANCIA

MODO CON QUE SE DESCUBRE MEDIDAS

DEL DICTADOR A CONSECUENCIA DE ESTE SUCESO

 

Mientras el Dictador se ocupaba de este modo en asegurar las fronteras, se había formado un nublado sobre su cabeza. Los principales autores de la revolución, y todos los empleados del tiempo de la Junta y del Consulado, se veían sin destino, y separados de los negocios; algunos gemían en las cárceles. Estos hombres perjudicados en sus intereses eran naturalmente enemigos de Francia. Su nombramiento de Dictador Perpetuo llevó a su colmo el resentimiento y la llegada de un emisario de Buenos Aires les pareció una circunstancia feliz, que no debía dejarse pasar. Este emisario era el coronel. Balta Vargas, enviado por el dictador Pueyrredón, para que, sacando partido del descontento de las principales familias del Paraguay, hiciese una revolución a favor de Buenos Aires. (El nombre del oficial era Baltasar Vargas, aunque se lo llamaba Balta Vargas. (N. del E.))

Su imprudencia lo hizo bien pronto sospechoso, y fue preso, como se ha dicho antes, sin que el Dictador por esto pudiese saber nada de positivo sobre la conspiración. Sin embargo, los indicios que había hicieron que observara más de cerca de las personas sobre quienes las sospechas recaían; pero los conjurados viendo que no estaban descubiertos, siguieron su proyecto. Había, sin duda, entre ellos hombres animados por el amor del bien público, pero la mayor parte no obedecía más que a las inspiraciones del amor propio ofendido, del rencor, y del interés personal. Así es que se distribuyeron anticipadamente los empleos de los que debían perecer en esta revolución. En fin, después de haber logrado, contra todas las probabilidades, que se guardase el secreto por dos años, concertaron hacer el movimiento el viernes Santo de 1820. Pero, por desgracia, uno de los conjurados, confesándose en cuaresma con el padre guardián de los recoletos, tuvo la debilidad de confiarle el secreto. El fraile impuso a su penitente el precepto de presentarse al Dictador, revelarle todo. Fue obedecido, y Francia hizo prender en el acto a todos los indicados, entre ellos a su antiguo colega don Fulgencio Yegros. Redobló al mismo tiempo las guardias de la capital, hizo patrulla personalmente muchas noches consecutivas, y dio orden a los comandantes de la campaña de que tuvieran la más severa vigilancia.

Esta conspiración hizo más difícil el acceso al Dictador. Desde entonces, no veía más que traidores y conjurados en cuantos solicitaban acercársele. ¡Desgraciado el que se encontraba con él! Inmediatamente era destinado a una prisión, o a los trabajos públicos. El Dictador castigaba todo, el accidente más leve como la falta más imprevista; su caballo se asustó de un tonel que estaba en la calle, y por esto solo puso preso al dueño de la casa a cuya puerta estaba el tonel. Las declaraciones del delator le impusieron que los conjurados habían tenido el designio de asesinarlo, cuando saliera a pasear.

Las calles estrechas y tortuosas de la ciudad, y los muchos naranjos que en ellas había, le parecieron [a Francia] a propósito para una tentativa semejante, y los mandó echar abajo. Se cortaron casi todos los árboles, sin consideración a la utilidad de su sombra en medio de las arenas ardientes de la capital. Fachadas de casas, y casas enteras fueron demolidas, así para abrir nuevas calles, como para hacer más anchas las antiguas. Pero el Dictador se apercibió bien pronto de que, para regularizar la ciudad, era necesario un plan y, no habiendo combinado ninguno, desaprobó lo que había hecho el funcionario encargado de ejecutar aquellas demoliciones, y obligó a los propietarios a levantar a su costa las fachadas, que se les había obligado a derribar. Se hizo preparar una habitación en un cuartel fuera de la ciudad y la ocupó por intervalos, para que no se pudiese saber dónde pasaba la noche. Sin embargo, para que el pueblo no creyera que lo agitaba el temor, salía solo algunas veces, y paseaba por barrios donde no tenía costumbre de ir. En cuanto a los conjurados se contentó por entonces con mantenerlos en prisión, y confiscar sus bienes, pero hizo arrasar la casa donde habían tenido sus conciliábulos.

 

 

CAPÍTULO XIV

 

El DICTADOR SE PROPONE REGULARIZAR LA ASUNCIÓN.

MEDIDAS DESPÓTICAS Y CRUELES DE TODA ESPECIE,

QUE RESULTAN DE ESTE PROYECTO.

 

El Dictador afligía también la capital con un azote de otro género. El lector recordará que, cuando descubrió la conspiración de 1820, tenía el proyecto de regularizar más la ciudad, y que suspendió su ejecución por no tener un plan determinado para llevarlo a efecto. La Asunción está edificada a manera de anfiteatro, sobre una barranca empinadísima en muchos puntos, que se extiende a lo largo del río Paraguay. Sus calles eran tortuosas, desiguales, y la mayor parte tan angostas, que más propiamente podrían llamarse callejones. Las casas sin altos, aisladas por lo general y mezcladas con árboles, jardines, malezas; lugares -en una palabra- donde crecía la hierba, presentaban más bien el aspecto de una aldea, que el de una ciudad: En todas partes brotaban manantiales, que formaban arroyos o lagunas, y las lluvias habían surcado el terreno y excavado la mayor parte de las calles que estaban en declive. Esta ciudad es la que el Dictador se propuso dividir en cuarteles (Posiblemente, debe entenderse barrios. Cuartel parece una traducción literal del francés. (N. del E.)) regulares, sin alterarse por los perjuicios que de aquí resultarían a los habitantes. Nadie duda que era preciso dividir la ciudad mejor de lo que estaba, que sus calles fuesen más abiertas y, sobre todo, menos sucias. Pero la disposición de las casas y la vegetación que las rodeaba eran lo más conveniente a un clima del trópico y a un suelo arenoso, ya se considere con respecto a la salubridad, ya con relación a las comodidades. En 1821 empezó el Dictador a ejecutar su proyecto, haciendo trazar en la parte menos poblada de la ciudad, calles longitudinales de noroeste a sudeste, todas de treinta a cuarenta pies de ancho, y apartadas cien pasos unas de otras; distancia que se aumentaba o disminuía, cuando se hallaba al paso algún edificio público. No sucedía así con las casas particulares, porque cuando se trataba de delinear una nueva calle, el Dictador, que a veces asistía personalmente a estos trabajos, en sus paseos de la tarde, indicaba al maestro mayor que era su ingeniero la dirección en que debían plantar los piquetes, e intimaba después a los propietarios de las casas contenidas en la delineación la orden de derribarlas. Esta medida sólo era preliminar, y no debía servir sino para facilitar la operación, parque era seguro que la dirección definitiva de la calle pasaría por uno o por otro lado de la casa derribada, y haría necesaria nuevas demoliciones.

Así era como la impericia y la arbitrariedad se unían para devastar la capital, haciendo demoler edificios que, en último resultado, habrían venido a quedar 25 ó 30 pasos fuera de la línea de demarcación. Los escombros de las casas servían para nivelar las calles, y para cegar los pozos y demás sinuosidades del terreno y, si el declive era mucho, se disminuía haciendo bajar el terreno. Se establecieron tres plazas nuevas y se agrandó una que existía; en fin, para que las calles estuviesen secas, el Dictador obligó a los propietarios a que cegasen los manantiales que se hallasen en sus respectivos terrenos.

Estas pretendidas mejoras marchaban con suma lentitud, porque a cada momento era preciso volver atrás y las lluvias, por otra parte, destruían. en una noche el trabajo de quince días. Como las calles no estaban empedradas, los torrentes de agua que acompañan a las tormentas en aquellos climas arrastraban con facilidad las escombros con que estaban niveladas y hacían nuevos pozos con una rapidez asombrosa. Por causa de estos mismos trabajos, una parte de las casas habían quedado ya fuera del nivel de las calles, y otra parte considerable no tenía calzados los cimientos desde su fundación. De modo que muchas se desplomaron, a causa de las lluvias que penetraban en ellas, o se llevaba la tierra movediza sobre que estaban edificadas; y otras fueron minadas por los manantiales, que, cegados por fuerza, procuraban abrirse otra salida. En una palabra, llegó la destrucción a tal punto, que al cabo de cuatro años, la capital presentaba un aspecto semejante al de una plaza que ha sufrido un bombardeo de algunos meses. Había desaparecido casi la mitad de los edificios, no se veían sino calles cercadas de ramas secas, y rara era la casa que tenía su fachada a la calle. Como podía suceder que el Dictador creyese necesario hacer nuevos cambios, no se permitía edificar sino en algunas calles extraviadas. Sin embargo, para reedificar la ciudad, tenía el proyecto de empedrar las calles principales y obligar después a los propietarios de la campaña a que edificasen sus casas en terrenos designados, y con esta mira hizo echar él mismo los cimientos de muchas, que se proponía venderles a su tiempo. Decía que la capital estaría en adelante poblada de paraguayos y no de españoles, a quienes hasta entonces habían pertenecido las mejores habitaciones. Como no tenía más que hablar para ser obedecido, nada le podía contener, y así es que no tropezará con más dificultades para construir una nueva ciudad, que con las que ha encontrado para destruir la antigua. Hizo demoler muchos cientos de casas, sin indemnizar a los propietarios, (Dos viudas, y el médico de las tropas, fueron los únicos que recibieron cien pesos cada uno.) ni pararse a considerar la suerte a que quedarían expuestos ellos y sus familias. Cada uno estaba obligado a demoler su propia casa, y si carecía de medios para realizarlo, los presidiarios se encargaban de hacerlo por él, llevándose después lo que quisiesen.

Aunque nada se gastó en indemnizar a los propietarios, podría sin embargo creerse que semejantes trabajos no dejarían de costar grandes sumas al erario. Pero lo cierto es que el Dictador nada pagaba, sino los maestros obreros, sirviéndose para la ejecución de algunos centenares de presos. Los diversos distritos suministraban a su costa todos los materiales, y si los trabajos se hacían fuera de la capital, enviaban además trabajadores. Así se construyeron todos los fuertes de la frontera, muchos cuarteles y muchos edificios de Ñeembucú, en la Asunción y en Villa Real; así se abrieron muchos caminos nuevos por entre bosques, y se reparó y dio ensanche a muchos otros destruidos por las lluvias. Por este medio, en fin, reunió el Dictador en la capital una gran cantidad de materiales destinados a edificar cuarenta casas, que debían ser alquiladas por cuenta del Estado. Las continuas demandas, o de las personas o de las bestias, interrumpían a cada momento los trabajos de los habitantes de la campaña. El Dictador mantiene además en vigor la antigua costumbre española de la leva o embargo, por la cual se toman por fuerza hombres, bestias, carros, instrumentos, en fin todo lo que se encuentra en las calles y puede servir para un trabajo cualquiera. Los oficiales, aun los propios soldados de la Asunción, se valían con frecuencia de este medio para su propio servicio. Verdad es que el dictador lo ignoraba, pero no por eso era menos cierto que los campesinos no querían bajar a la capital, ni aun para vender sus productos.

 

 

CAPÍTULO XV

EL DICTADOR SUSPENDE LOS ARRESTOS Y EJECUCIONES.

CONSIGNA SINGULAR. SECULARIZA A LOS FRAILES,

Y DESTRUYE LOS CABILDOS. ESTRECHA SU ALIANZA

CON EL BRASIL, Y SE PONE EN HOSTILIDAD CON LAS REPÚBLICAS.

 

Cuando el Dictador se vio obedecido sin réplica en todo el Paraguay, y creyó que nada tenía que temer, ni del interior ni del exterior, parece que su espíritu se tranquilizó, y volvió a la moderación. Es creíble que contribuyera mucho a este cambio la muerte que se dio, a mediados de 1824, uno de sus empleados, joven, cuya capacidad estimaba, y para quien había creado el empleo de secretario de Estado. Las consecuencias que podían tener algunas faltas leves, que había cometido en el ejercicio de sus funciones, lo inquietaron sobre manera, y temiendo que el Dictador lo reprendiese o lo despidiera, tomó el partido de ahogarse -aunque como primer agente de gobierno, tenía medios de escapar-. Antes de morir, le escribió una carta, dándole cuenta del encargo que se le había confiado, y añadiendo que, en el estado en que se hallaba, creería deshonrar a su patria y mancillar su propio nombre, si tenía la bajeza de fugar. Esta muerte no dejó de causar alguna emoción en el Dictador, que sin duda empezó a conocer cuán pesado era su yugo, aun para sus más adictos partidarios. Al menos desde aquella época se mostró más afable, y decía a los de su círculo que no distaba el tiempo en que el Paraguay gozase alguna libertad. Desde entonces fueron menos frecuentes las prisiones; sólo se pronunciaban sentencias de muerte contra los malhechores, y no se admitían las delaciones secretas, hasta el punto que el Dictador hizo dar veinticinco palos a un criado que fue a denunciar a sus amos. Despidió sucesivamente a los oficiales de la hez del pueblo que se habían distinguido por su insolencia con los ciudadanos; y por los mismos motivos removió a muchos comandantes de los distritos, y aun castigó las vejaciones cometidas por algunos, reemplazándolos sino por hombres de la primera clase de los paraguayos, al menos por cultivadores, fuertemente interesados en el bien público y en su buena reputación. Aun llegó, en el curso de este año, a dar la libertad a un número considerable de prisioneros de Estado. Los paraguayos, en fin, empezaban a respirar pero, cuanto le atacaban sus accesos de hipocondría, no dejaba de cometer actos capaces de renovar el terror. Así es que mandó poner en prisión a una mujer del pueblo por haber tenido el atrevimiento de acercarse a la ventana del gabinete del Dictador, no sabiendo cómo llegar hasta él, y destinó a igual suerte al marido de aquella, que ni siquiera tenía noticia de este supuesto delito. El doctor Francia se irritó tanto con esta falta de respeto a su persona, como él decía, que dio esta orden al centinela que estaba a su puerta: "Si alguno de los que pasan por la calle se atreven a mirar con atención la fachada de mi casa, haz fuego contra él; si le yerras, aquí tienes otro tiro (le entregó otro fusil cargado con bala), y si todavía le yerras, seguro es que yo no he de errarte". Desde entonces, todos tenían buen cuidado de no pasar por delante de aquel terrible palacio, si era posible evitarlo; (caso contrario] no pasaban, sino bajando los ojos al suelo. Habían pasado quince días sin novedad, cuando un indio payaguá, que nada sabía, miró a la casa de Gobierno. El centinela le hizo un tiro, pero probablemente con intención de no acertarle, como no le acertó; el Dictador salió al ruido, y cuando supo la causa, revocó la orden, fingiendo que no se acordaba de haberla dado.

Dos medidas, adoptó a fines de 1824 y principios de 1825, de las cuales la primera obtuvo al menos la aprobación de la parte más sana del pueblo. Era relativa a los cuatro monasterios que aún existían en el Paraguay, y que fueron suprimidos por un decreto, que comunicó al superior de cada comunidad. En él expresaba los motivos de la medida; invitaba a los religiosos a que se dirigiesen por escrito al vicario general con el fin de secularizarse, y declaraba miembros inútiles del Estado a los que no lo hiciesen. Todos, aunque a su pesar, pidieron la secularización, que sólo se negó a cinco individuos, tres de los cuales eran españoles, y los otros dos naturales de Buenos Aires. Los bienes de estos monasterios fueron secuestrados por cuenta del Estado. Se hizo un parque de artillería en el convento de la Merced; un cuartel en el de los Recoletos, y el Templo de Santo Domingo reemplazó como iglesia parroquial- al de la Encarnación, que el Dictador mandó demoler.

La segunda medida fue la suspensión de los Cabildos, que ya no existían sino en el nombre, y a la que dio lugar una representación que el de la capital hizo al Dictador sobre ciertos acuerdos de policía. Indignado éste con la conducta de aquél, le contestó en los términos más violentos pero, no pudiendo proceder contra un cuerpo elegido por él mismo sin darse un desmentido formal, se contentó con mandar poner preso al secretario que había redactado la representación. Como éste ejercía al mismo tiempo las funciones de portero, el Cabildo no se atrevió a pedirle las llaves de la casa municipal, y estuvo sin reunirse muchas semanas. Esta magistratura, popular en su origen, fue entonces abolida, no solo en la capital, sino también en las otras ciudades del Paraguay. Sin embargo, como el Dictador necesitaba de una autoridad local en la Asunción, nombró al principio de 1825 un nuevo cuerpo municipal, compuesto de dos alcaldes, como jueces de primera instancia, un fiel ejecutor y un defensor de menores, pero sin determinar la duración de sus funciones. (1)

En esta época empezó a decirse en el público que el Dictador procuraba ligarse más estrechamente con el Brasil, y que a este efecto se había puesto de nuevo en relación con el gobernador de Montevideo, pero parece que el Brasil no respondió a sus proposiciones, hasta el momento en que iba a empezar la guerra con la República del Río de la Plata. En Buenos Aires, supimos recién por dos prófugos, la llegada de un cónsul brasilero a la Asunción en 1825. A pesar de la estrechez de estas relaciones, sería el mayor absurdo creer que el Dictador haya pensado jamás someterse al Emperador don Pedro, o entablar por su conducto, negociaciones con el gabinete español.(2)" La alta opinión que tiene de sí mismo, y de las fuerzas de que dispone, no puede conciliarse con ninguna clase de dependencia; y muy lejos de eso, él se ha colocado en una posición por la que puede sepultarse en las ruinas del monstruoso edificio que ha levantado. Después de nuestra salida del Paraguay, llegó también a nuestra noticia otro paso que dio el Dictador en 1824. El gobierno de Buenos Aires lo había invitado a que, como todas las Provincias del antiguo Virreinato, enviase diputados al Congreso, que debía decidir de su reunión en cuerpo de nación (3) y Francia por toda respuesta, mandó poner preso al portador de los pliegos. Constituido así en un estado de hostilidad con las repúblicas, era natural que estrechase sus relaciones con el gobierno del Brasil, enemigo de aquellas."

1.-     Francia abolió los cabildos, pero dejó en pie las juntas municipales, creadas a finales de la colonia para supervisar la administración y las finanzas de los cabildos. A la muerte de Francia, se reunió la junta municipal de Asunción para decidir cómo suplir la falta de gobierno. (N. del E.)

2.-     Aunque Francia recibió en Asunción al enviado brasilero, Manuel Antonio Correa da Camara, terminó por romper las relaciones con el enviado y con el gobierno brasilero. Correa da Camara fue a Asunción para buscar la neutralidad paraguaya en la guerra entre el Brasil y las Provincias Unidas del Río de la Plata, o "la República del Plata", como dicen los autores. (N. del E.)

3.      El doctor don Juan García de Cossio, natural de Corrientes, pero establecido en Buenos Aires, donde es miembro de la Cámara de Justicia, había sido encargado de esta comisión tanto para Corrientes, como para el Paraguay, en caso que el estado de este último le permitiese pasar a él en persona. Pero habiendo sabido las disposiciones del Dictador, se limitó a mandarle desde

Corrientes los despachos. El señor Cossio era también portador de una carta de mi familia, que el señor Rivadavia, entonces ministro de Gobierno, había tenido la bondad de entregarle, con encargo de que se interesase con el Dictador para que nos dejase libres.

Un francés, establecido en Corrientes muchos años ya, y a quien debemos las mayores consideraciones, el señor don Esteban Perichon, supo esta circunstancia, y aconsejó al doctor Cossio que no diese paso alguno en nuestro favor, y que ni siquiera me remitiese la carta. Así se hizo por nuestra fortuna; pues si el Dictador hubiera sospechado que el Gobierno de Buenos Aires se interesaba por nosotros, jamás nos habría dejado salir del Paraguay.

Juan García de Cossio no trató de negociar con Francia la participación paraguaya en un congreso de las provincias del Plata, sino la posibilidad de una negociación conjunta con el gobierno español, y quizás también la alianza o neutralidad del Paraguay en un conflicto entre el Brasil y las Provincias Unidas del Río de la Plata. (N. del E.)

 


 

 

DOCUMENTO (ENLACE) RECOMENDADO:

 

CARTAS DEL PARAGUAY

JUAN PARISH ROBERTSON y GUILLERMO PARISH ROBERTSON

Colección: INDEPENDENCIA NACIONAL

INTERCONTINENTAL EDITORA

Asunción – Paraguay

2010 (85 páginas)

 

 

 

 

 

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Doctor JOSÉ GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA

carte de visite (ca 1860), reproducción de dibujo de época

 Fuente: ASUNCIÓN SIGLO XX - ÁLBUM FOTOGRÁFICO

COLECCIÓN JAVIER YUBI

Editorial EL LECTOR, Telf.: 595 21 491 966/ 610 639

www.ellector.com.py

Textos: JAVIER YUBI

Asunción – Paraguay. Agosto 2010

 





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