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BENIGNO RIQUELME GARCÍA

  EL EJÉRCITO DE LA INDEPENDENCIA, 1973 - Por BENIGNO RIQUELME GARCIA


EL EJÉRCITO DE LA INDEPENDENCIA, 1973 - Por BENIGNO RIQUELME GARCIA

EL EJÉRCITO DE LA INDEPENDENCIA

BENIGNO RIQUELME GARCIA

PRÓLOGO  DE AUGUSTO ROA BASTOS

Asunción del Paraguay

1973 (69 páginas) 

 

INDICE

 

Prólogo

 

I

Razones de este estudio

Por qué el ejército?

Un mundo difuminado

La política en la historia

Pausa y agradecimientos

 

II

Palabras liminares

Los cuerpos de urbano

Él contingente de Curuguaty

Docencia extremosa de la historia

 

III

El alba de la emancipación

Las fuerzas de Cavallero

Camaradas en la gloria y el olvido

El substantivo vital

 

IV

Latencia de injusto anonimato

Y prosigue el desfile del silencio

La eterna sacrificada

 

V

La compañía de granaderos

El Real Cuerpo de Artillería

La compañía de pardos

La marina de guerra

Los uniformes militares

Reflexión necesaria

 

VI

La caballería de la revolución

Compañía de urbanos de Quyquyho

Compañía de urbanos de Ybycuí

Compañía de urbanos de Quiindy y Caapucú

La existencia de armamento

Y, aunque forzados, tambien contribuyeron      

El gran representativo  

Una mentalidad triunfante

 

VII

La artillería de mayo

La recuperación

Ciencia y conciencia

 

VIII

La civilidad en la independencia

Culminación

Sufragantes

Vecinos

Interior

Colofón

Cuerpo documental

 

 

         CARTA-PROLOGO A BENIGNO RIQUELME GARCIA

 

         Querido Benigno:

 

         Me das una excelente noticia al anunciarme que, bajo la afectuosa "coacción" de numerosos colegas y amigos, has decidido publicar en volúmenes tus escritos dispersos en folletos, ensayos, artículos y conferencias, producto de más de treinta años de constante labor como investigador de nuestra historia.

         Más allá de lo que te concierne personalmente en tanto autor -lo que desde luego también tiene su importancia-, considero que la compilación de tus trabajos representará un valioso aporte en la sedimentación del pensamiento histórico en el Paraguay.

         Fuera de tu probada capacidad de trabajo, sólo puedo opinar sobre tu independencia de criterio en el buceamiento dé los enigmas de nuestra vida histórica siempre expuesta a las exageraciones del fanatismo como a los fáciles excesos de cerriles dogmatismos y sectarismos de todo tipo.

         Esta independencia de criterio -que no debe confundirse con neutralidad ni abstracción- es la que me permite imaginar lo más válido y fértil de tu trabajo. No puedo juzgar sobre su aspecto teórico y científico, puesto que no soy historiador; apenas, un narrador que busca por caminos distintos a los tuyos acaso la misma verdad que constituye el centro de tu búsqueda. Tu herramienta de trabajo es el documento; tu objetivo, el sentido profundo que extraes de su lectura e interpretación.

         Mi modo de aproximación a la verdad histórica es la condensación mítica de los hechos, de los personajes, de las acciones.   Tú trabajas a una luz directa; yo, a una luz sesgada, tamizada a través del subconsciente colectivo que responde a la constelación de experiencias reales e imaginarias en la conciencia mítica. Nuestras tareas corresponden a módulos distintos aunque sus metas sean análogas. Somos obreros que trabajamos en la misma cantera con métodos diferentes, aunque no inconciliables sino complementarios.

         En este sentido, tienes derecho a pedirme un prólogo que habría de sumarse a los numerosos testimonios de tus colegas, ellos sí autorizados para destacar el aspecto técnico de tu tarea. Yo sólo puedo escribirte esta carta que te arrima mi fraternal adhesión, mi reconocimiento por lo que has hecho y sigues haciendo en favor de la cultura de nuestra patria, mi gratitud personal por haberme develado hechos claves de nuestra historia en la que estoy inmerso como tú, y cuyo sentido me preocupa con la misma intensidad que a cualquier ciudadano de este pueblo signado por un trágico destino, invulnerable sin embargo a sus vicisitudes e infortunios.

         En ocasión de nuestro último encuentro en Asunción, hablamos bastante sobre estos temas y coincidimos en la mayoría de ellos. Esto me alentó en la tarea emprendida por mí de escribir una novela inspirada en la figura de José Gaspar de Francia, forjador de nuestra independencia como nación, y en el cual, más que el personaje histórico, estoy buscando esa figura mítica de que te hablaba, con sus luces y sus sombras, con su terrible grandeza, pero también con sus debilidades y contradicciones de hombre empeñado en una ciclópea tarea en la coyuntura decisiva de nuestra liberación del coloniaje. Figura mítica que deja entrever, a mi juicio, muchas de las constantes de nuestra vida nacional, las líneas tanto positivas como negativas de su destino. Los hombres representativos de un pueblo lo son no por simple conjura del azar, ni por opciones personales; ese mismo título representativo nos está indicando que ellos son los intérpretes y realizadores de las aspiraciones colectivas.

         Como ya lo he declarado públicamente, esta obra imaginaria construida sobre el mito de un personaje histórico central, me ha proporcionado uno de los hallazgos más fértiles en mi carrera de escritor de ficciones: el comprobar que las obras de los particulares carecen de importancia significativa; que lo único que importa son los hechos a través de los cuales se expresa una colectividad: esa especie de gran libro viviente que escriben los pueblos no con palabras sino con actos; el libro de su tradición histórica cuya verdad no pueden alterar los espíritus miopes o pequeños, ya sean detractores o escribas complacientes y fanáticos.

         Las palabras no pueden traicionar los actos, los acontecimientos verdaderamente significativos de un pueblo. El lenguaje del nuestro, macerado sin cesar sobre el yunque de la historia, que no ha conseguido doblarlo ni romperlo, está constituido por los hechos, por las acciones de sus hombres. Este lenguaje, este clamor incesante es el que estudiosos imbuidos de firmes convicciones, de coraje intelectual y de amor a la verdad, tratan de descifrar en su sentido más profundo, sorteando los cantos de sirena o la fanfarria del patrioterismo, fieles al verdadero patriotismo.

         Tú eres de los que saben que la historia no puede ser usada como estupefaciente; como alucígeno ni, en el mejor de los casos, como anestesia en sociedades enfermas que han sido sacadas violentamente de su sistema de significaciones y valores más genuinos. En tal caso, la historia también se degrada y en lugar de curar los males, los empeora y los fija en un cuadro desistematizado y anormal que tiende a su extinción.

         Fundamentalmente, yo creo que la historia es un sistema que busca tomar conciencia de sí en el caos de la realidad y bajo el imperio de la necesidad. Pienso también que la historia exige a los que dedican su vida y su inteligencia a ordenar el caos y encontrar las leyes de la necesidad, un amor duro y riguroso, una voluntad de ver claro cada hecho hasta sus últimas consecuencias en un proceso de relacionamientos e interacciones de toda índole; una intrahistoria en constante movimiento dialéctico. No creo que la verdadera historia de un pueblo pueda ser instaurada sin un sentido crítico, insobornable a todo tipo de concupiscencias y supersticiones. Esto es, al menos, lo que ocurre en la literatura de ficción, en sus obras maestras, en sus grandes mitos iluminadores. Por qué habría de ser de otro modo en la historiografía, cuyo magisterio ético se basa en la correcta interpretación de los hechos de los hombres, en su coherencia interna que es el hilo conductor de estos hechos, el que anuda pasado y futuro, formando precisamente, el tiempo histórico.

         La historia nunca es una copia, dice Jan Kott. No es un telón de fondo, ni un decorado, ni una gran máquina. Es en sí misma el héroe de la tragedia. Pero de qué tragedia?, se pregunta. Hay dos maneras de sentir la historia, se responde. En la base de la primera está la convicción de que la historia tiene un sentido. Cumple tareas objetivas, tiende hacia una dirección determinada. Es razonable, racional o, por lo menos, resulta posible comprenderla. Lo trágico entonces es el precio que un pueblo determinada debe pagar por los errores de sus dirigentes.

         Hay una segunda manera de sentir lo trágico de la historia. Nace de la convicción de que ella no tiene ningún sentido y permanece detenida, o repite sin cesar su ciclo atroz.  El topo cava en la tierra pero nunca saldrá a la supérficie. Nacen infinitamente nuevas generaciones de topos. Cavan la tierra en todas direcciones, y la tierra siempre los tapa. El topo tiene sueños de topo. El topo sufre, siente y piensa, pero sus sufrimientos, sentimientos y pensamientos son incapaces de cambiar su destino de topo. Continuará cavando la tierra y la tierra continuará sepultándolo.

         Estos pensamientos de Jan Kott me han impresionado vivamente. ¿Cuál de las direcciones prevalecerá en la concepción de la historia? ¿Buscarán los historiadores ese sentido y ese precio trágico que los pueblos pagan por vivir y proyectarse en el futuro, no sólo por refugiarse en el pasado? ¿O cavarán sin cesar en el sin-sentido de lo irracional, en la historia que creen congelada, inmovilizada? ¿Continuarán cavando a lo topo en la tierra detenida, la tierra continuará sepultándolos y con ellos se perderá la posibilidad de una lectura dialéctica del devenir histórico, de una salida salvadora?

         Sé muy bien, mi querido Benigno -porque te conocí justamente cuando comenzabas a cavar en la tierra de nuestra historia-, que tú no tienes alma, pensamiento ni vocación de topo. Todo lo contrario. Estás libre del temor y del fanatismo, del orgullo de creerte dueño exclusivo de la verdad que nunca es absoluta sino relativa. Recuerdo los días y las noches de nuestra juventud. Tu instintiva manera de mirar hacia arriba en busca de los astros cuando los perros ladraban a la pesadilla de la oscuridad. Tu insaciable curiosidad, tu sabiduría de lo natural. Y ya sabemos que sabiduría añade dolor.

         No; Yo sé que tú no cavas en la tierra detenida. No comulgas con los tabúes. No te alucinan las chafalonías. No soy más que un narrador. Sé muy poco de la ciencia de la historia, que es tu ciencia, pero sé mucho de ti, de tu manera de acercarte a los hombres y a las cosas. Sé que cuando bajas al frío purgatorio de los archivos donde las acciones de los hombres se han convertido en polvorientos papeles y su sangre en tinta desteñida por el tiempo, lo haces como un pescador que va a la pesca de peces vivos, no de su harina fósil que ya no sirve para nada. Sé que bajas en pos de sistemas y estructuras de sentidos, no de cronologías ni de "hechos reales", sino de la vida inteligible que sigue latiendo en ellos.

         Por todo ello, bienvenidos tus libros.

        Bienvenido tu lenguaje a veces abrupto y duró como un callejón de piedra, y en el cual hasta tu léxico endiablado, tu sintaxis quebrada por la vehemencia de tu alma, tienen un sentido y una verdad que las espíritus simétricos no alcanzan, y entonces se convierten en esos topos de que habla Kott.

         Leeré pues tus libros como libros vivientes. En su espera te tiendo este abrazo con el afecto de tu amigo,

 

         AUGUSTO ROA BASTOS

         Buenos Aires,

         31 de marzo de 1972.

 

 

 

I

RAZONES DE ESTE ESTUDIO

 

         Blas Garay, cuyo meteórico paso por esta vida no fue impedimento para legarnos obras clásicas de nuestra historiografía, afirmaba quejumbroso en una de ellas: "Nunca se lamentará bastante el que no nos hayan quedado de la Revoluclón de mayo documentos en que podamos informarnos con entera certeza, para saber quiénes fueron los que le prestaron su concurso. Son muy pocos los nombres que se nos han transmitido..."

         Esta verdad relativa podría ser aceptada por fines de siglo. La labor posterior de Fulgencio R. Moreno, Juan Francisco Pérez Acosta, Julio César Chaves, y Efraím Cardozo sobre los acontecimientos de mayo, quitó sentido a lo estampado por el sistematizador de la historia nacional.

         Hoy, sumamos la endeblez de nuestro aporte, muy especialmente a la de los dos últimos, grandes y auténticos maestros que, desde hace treinta años, no se fatigan de difundir la voz de aquella Revolución en la prensa, los libros, la cátedra y las más altas tribunas de América y Europa.

         Y él, -hay que considerarlo mejor aderezo que ingrediente-, creemos, da una panorámica más completa y justa de aquella gesta trascendental, al licuar en muchos, lo que hasta un cercano ayer, era prez y competencia de tan pocos. Esa distensión de méritos ha sido guía de nuestros afanes.

 

POR QUE EL EJERCITO?

 

         Esta seca, casi paladina interpelación, a diario nos hacen. Y aquí, nuevamente ratificamos conceptos: Por que reputamos, y se ha demostrado que, por los momentos de la Independencia, era la más cierta y contexturada de nuestras instituciones.

         Definitivamente organizado por fines del siglo XVIII; veteranizado en las luchas contra las invasiones inglesas, Paraguarí y Tacuari, al producirse los acontecimientos libertarios, el ejército, que seria de la Independencia, es un conjunto homogeneizado por una mentalidad y un espíritu de cuerpo notables.

         Una disciplina sin grietas lo particularizaba, en todo el continente.

         Las jerarquías, provenidas de donde fuere, eran acatadas al unísono. No se deliberaba sobre la razón o el cumplimiento de las órdenes. Esa estricta formación ética, hizo factible que se convirtiera en el más humano y civilizado de los ejércitos de las Américas de entonces.

         Lustre y blasón inmarcesibles es éste que nadie podrá disputarnos. En nuestro calendario castrense, no existen mentas para gauchos degolladores ni depredadores de gorra y sable. A raja tabla, confróntese su actuación, dentro y fuera de nuestras fronteras, y se comprobará la veracidad de lo dicho.

         Una elipsis inició mayo, y halló su fin en cerro Corá. Mucha agua corrió bajo el puente y ella, invariablemente cristalina fue. Su conformación permitió que Francia gobernara, por más de un cuarto de siglo, sin las secuelas de violencias y sangre, tan de usanza plural por aquellos tiempos.

         Continuada la amalgama por la también prolongada administración de don Carlos, nada cambió y sí se vigorizó, al alcanzar un nivel técnico, tanto el ejército como la marina. Aditó su aporte el Mariscal y, en la desventura letal de nuestro destino, supo darle el término grandioso que merecía tamaño empeño.

 

UN MUNDO DIFUMINADO

 

         Caballero de Bazán, Caballero de Añasco, Cabañas y Ampuero, Del Cazal, De la Peña, De la Mora, Fernández Montiel, Franco de Torres, Hurtado de Mendoza, Zavala y Delgadillo, Ortiz de Vergara, Ortiz de Zárate, Riquelme de Guzmán, Orrego y Mendoza, Roxas de Aranda, Valdivia y Brizuela, etc., eran patronímicos que decían de los albores de la nacionalidad, de la Conquista misma, cuyos beneficiarios, por todos los medios, imaginados e imaginables, buscaran de disfrazar esa procedencia en tentativa de logro de una subsistencia sin sobresaltos.

         Ora simplificados, ora mutilados, los apellidos van perdiendo la representatividad que les fuera adjudicada por siglos en el medio. Se producen las uniones con la gente de color por imperativos conocidos y, dado el poco desnivel numérico entre las razas, la América morena irrumpe, en riadas, en el último bastión de una mentalidad en retirada.

         La profundidad de la transformación ha sido poco estudiada hasta nuestros días. Algo más que el oscurecimiento de la tez, en los núcleos consuetudinariamente rectores de la vida nacional, aparejaba las secuencias de la revolución triunfante. A muy poco, en los tiempos de la Dictadura, ya llegaremos a toparnos con sus resultados.

         De la ferocidad y saña de las persecuciones prueba ofere, entre dilatadas y numerosas que se pueden traer a cuento, la esposa del prócer, Fernando de la Mora, que no vacila en inscribir a sus hijos, confinando al silencio y al olvido, a su eminente cónyuge!

 

LA POLÍTICA EN LA HISTORIA

 

         Nefasta, por lo distorsionadora, es la intromisión de la intención política en la crónica histórica. Por antitéticos, traeremos a mención dos ejemplos, altamente significativos, a fin de que nuestros lectores juzguen la gravedad y consecuencias posteriores de este proceder.

         Nadie ha estampado un anatema, tan injusto como depresivo, sobre las virtudes morales de nuestro pueblo, como aquel proferido por el Dictador Francia, que, ni siquiera vale la pena retranscribir. Sin embargo -debemos celebrarlo-, un piadoso silencio se tendió, y tiende, sobre aquella, deplorable frase, no adjudicándosele otra validez que reacción momentánea de un hipocondríaco.

         Y es más: tanto empeño se apresta para pulir sus bronces, que es casi unánime la tendencia, en uso y abuso, de no anteponer a su nombre la designación, por cuyo omitir, él hacía gala, prestancia y exigencia prima, de imposible soslayo.

         Luego, pasemos a otro caso; contrapuesto en intención. Al bordar un comentario sobre la inoportunidad de una emisión en ciernes y, precisamente, muy, pero muy precisamente por no dudar de que el consenso público no avalaría la idea, Cecilio Báez acuñó una frase que sus adversarios -y sus amigos, a qué negarlo?-, le han recriminado con verbo airado, a pesar de que bien les constaba la bastardía deshonesta de la mención.

         Así, luengo tiempo antes de su muerte, y a casi treinta años de ella, el imponente y austero don Cecilio, con quien hemos trabajado muy de cerca en nuestros años mozos, que vivía amortajado en vida, por su pobreza, en viejos y gruesos trajes, no era otro -no es aún para el grueso-, sino quien había calificado al país como "un pueblo de cretinos…"

         De su cultura sin fronteras; de su inigualada labor docente; de su probidad sin máculas; en fin, de esa suma opulenta de conjunciones felices y positivas que le dieran proceridad en vida, nada, nada, contumazmente nada.

 

PAUSA Y AGRADECIMIENTOS

 

         Hemos quemado una etapa. No sabemos si los medios, posibilidades o circunstancias, nos han de permitir reanudar la prosecución de este enfoque orgánico de la única institución real existente en el Paraguay del siglo décimo noveno, y que tanta pauta marcara en el mismo.

         Empero, han visto la luz estos capítulos de nuestra inconcluida e inédita "Historia del Ejército y Marina Nacionales", y, esa satisfacción fuerza no existe que pueda retacearnos. Imploramos disculpas a los lectores por haber, sumada al tedio de los domingos, la pesantez de nuestras líneas. Sinceramente, reiteramos la impetración.

         Así, también, cumple, compete y exige a nuestra hidalguía, manifestar la hondura de nuestro agradecimiento a don Arturo Schaerer, arquitecto y director de la grandeza de este orgullo nacional que es LA TRIBUNA, órgano que da accesibilidad a nuestra tarea intelectual a decena de miles de hogares paraguayos. A todos, en fin, muchas gracias.

 

 

II

PALABRAS LIMINARES

 

         Nunca se afirma bastante cuando se dice que en nuestro Archivo Nacional existen documentos fundamentales para nuestra historiografía. Prueba de ello constituirá las sucesivas entregas que haremos de algunos, referentes en su totalidad, al período de la emancipación.

         Su conocimiento traerá aparejado rectificaciones inesperadas; certificaciones honrosas, y, más y por sobre todo, un abrumo de nóminas de varones esclarecidos que, por un lapso de siglo y medio, permanecieron en el silencio y en las sombras.

         Así, llegaremos hasta oponer nuestras investigaciones con testimonios de los propios, si no actores, por lo menos espectadores, tales los          de don Marcelino

Rodríguez, uno de los presos políticos que guardaban prisión en el Cuartel de la Plaza, en la noche del 14 de mayo, y de varios colegas, vivos y muertos, insuficientemente informados.

         Más, antes de adentrarnos en el desarrollo del tema, indispensable, pertinente, es que presentemos un cuadro objetivo y descriptivo, por somero y conciso que él sea, de hombres, instituciones y acciones, que hicieron conjunción para hacer posible la Natividad de la República.

 

LOS CUERPOS DE URBANOS

 

         Por tercera vez en un lustro, Asunción bullía de aprestos bélicos y trajinar de soldados. Tropas regulares de su guarnición y contingentes de urbanos de zonas del interior, hacían correr la murria en un clima pesado, desafiante y tenso.

         Quiénes eran los segundos?. Cuerpos escogidos y homogéneos, provenían de los lugares más ricos y progresistas del país. Dado que el servicio militar que prestaban eran costeados por los mismos, infaliblemente éste recaía en gente principal, de cuna y opulencia financiera, quienes a su vez, seleccionaban sus soldados en los de iguales o, parecidas condiciones.

         Por los días evocados, uno de ellos, el contingente de San Isidro Labrador de Curuguaty, al mando del Capitán Mauricio José de Troche, se encontraba -bien atiéndase-, no sólo en la Capital, si no lo que pasma, de guarnición en la unidad más poderosa, por su parque y situación, del ejército de entonces.

         Por qué ese desestimo de fuerzas regulares para esa tarea?. Por qué la preferencia de los curuguateños?. Ni por las vías del absurdo hasta la fecha hemos podido hallar respuesta a esta subsistente interrogante.

         Tan profunda desconfianza abrigaba ya el gobierno sobre la lealtad de sus efectivos de línea, o, siempre en lo conjetural, el sañudo Capitán Troche, representante legítimo de la gran oligarquía campesina, concitaba, por sus antecedentes y relatada procedencia, mayores posibilidades de acatamiento y sumisión a los intereses de la Corona?.

         Lo édito, que es mucho y valioso, y muchos años de investigaciones propias, no nos han dado aún una explicación a esta incógnita, de las más apasionantes y poco analizadas, surgida del tumultuoso devenir de los sucesos que culminaron en la gesta impar.

 

EL CONTINGENTE DE CURUGUATY

 

         De luenga data es el citarlos. Cumplida y caballerosamente reconocemos justeza cuantitativa. Pero... Diablos cojuelos gustan de transitar por los meandros de la crónica histórica!  Jamás se han nominado a los treinta y tantos oscuros pero denodados urbanos que, con abandono de sus lejanos lares, querencia de sus mayores y ámbitos de sus ensueños, bajaran a la ciudad comunera piara coadyuvar, decisoriamente, en el logro definitivo de una augusta ambición.

         Alguna vez, en el mármol consagratorio, justo y todavía esquivo que a mayo debemos, han de ser grabados para la inmortalidad, la lista de revista de la Compañía de Urbanos de Curuguaty en el evento:

         Capitán Mauricio José de Troche; Sargentos Pedro Juan Ortellado y Custodio Arias; Cabos Agustín Barreto, José Ignacio Santander, Ilario Aguiar, Benedicto Martínez y Francisco Villar; Soldados Juan de la Cruz Benítez, Juan de la Cruz Peralta, Pedro Juan Moreyra, Pedro Juan Bria, Vicente Ferrer Echeverría, Pedro Antonio Portillo, José Felipe Báez, Manuel Oviedo, Santiago Méndez, Andrés Figueredo, José Ignacio Báez, Andrés Balmaceda, Gerónimo Garcete, José Ortigoza, Felipe Paredes, Pedro José Berón, Vicente Troche, Narciso González, Roque Ortellado, Pedro Pablo Báez, Fernando Lovo, Luis Núñez, José Ortigoza, Sebástián Villar, Francisco Solano Troche, Laureno Portillo, Ilario Troche y Juan Miguel Alfonso.

 

DOCENCIA EXTREMOSA DE LA HISTORIA

 

         De la lectura urgida de esta corta nómina, aflora la ratificación de cuanto, en párrafos anteriores, habíamos aseverado: la imbricación fehaciente que contexturaba los contingentes campesinos. Troche, Báez, Ortigoza, Portillo, son patronímicos que filian una irrefragable procedencia norteña.

         El aporte del feudal espíritu que peculiaridaba a nuestros grandes señores del interior, no ha sido todavía justipreciado. Sin el dominio absoluto, casi siempre cementado por un parentesco cercano asaz arduo habría de resultarle primero al gobierno español, y luego, a la conjuración triunfante, la comisión de empresas como Paraguarí, Tacuarí y el pronunciamiento libertario.

         A la masa, menos a uno, no se le escapó este sino trascendente. Oteando en silencio y a la distancia, calificaba conductas y valoraba prestigios y temperamentos. Luego, muy luego, el solitario de Ybyray, ausente físico en los caliginosos días, aprovecharíase con fruición, de todo y de todos.

 

 

 

 

III

EL ALBA DE LA EMANCIPACION

 

         En aquella silente noche de invierno, la húmeda gramilla, iridisada por el rocío, se hacía cómplice de la conjura, al amortiguar el ruido de los pasas sigilosos de Cavallero y sus oficiales que, con premura y decisión, buscaban ganar los portales de la guardia del Cuartel de la Plaza, cuya extensa y chata estructura, se desdibujaba frontera a la plateada majestuosidad de la bahía.

         Sin chirridos, los goznes giran sobre los gruesos ejes. Se entreabren las fuertes hojas y aquella mozada prócer, hirviente de entusiasmo y bravura, penetra en el baptisterio de la nacionalidad. En el cuarto bandera, un personaje, callado y decidido, espera a los alzados.

         Entrecruzánse miradas y ademanes sin bulla alguna. El comandante de la unidad, capitán Mauricio José Troche, pone a disposición de los camaradas la suma de sus fuerzas y parques. Rápidamente, la tropa es alertada y distribuida estratégicamente.

         Ya en la Plaza, los artilleros enfilan sus piezas en dirección al cuadrado edificio de altos soportales, símbolo y sede del poder que se busca abatir. La revolución había estallado y culminaría en un triunfo, no empañado con sangre fratricida.

 

LAS FUERZAS DE CAVALLERO

 

         En la memorada gesta, el Capitán Pedro Juan Cavallero tenía a su mando la Primera Compañía de Infantería, fuerte de 81 plazas, la más numerosa de nuestras unidades de línea y una de las que guarnecía el Cuartel del Colegio.

         Sus cuadros así estaban constituidos: Comandante: Capitán Pedro Juan Cavallero; Teniente Francisco Antonio Gómez; Alférez Blás Domingo Franco; Sargentos Francisco Antonio Quiñonez y Vicente Ignacio Recalde; Tambor Francisco de Borja Aquino; Cabos Luciano Villamayor, José Joaquín Talavera, José Mariano Vera, Antonio Baldes, José Martín Gaete y Juan Vicente Espínola; Cadete José Franco; Soldados Juan Silvestre Franco, Agustín Ortiz, Juan Tomás Paredes, José Carmelo Giménez, José León Ortega, Pedro Mendosa, Eleuterio Bargas, José Pablo Rivas, Prudencio González, José Manuel Cano, Alejo Cristaldo, Mariano Benítes, Juan Pablo Alvarenga, Bartolomé José Quiñonez, Gaspar Benegas, Tomás Servín, José de la Cruz González, Francisco Baes, Gaspar Ramos, Gregorio Alcaras, José de la Cruz Ocampos, José Basilio Portillo, Santos Pereyra, José Francisco Cabral, Felipe Leguizamón, José Mariano Ynsfrán, Fulgencio Segovia, José Francisco Morínigo, Roque de Mesa, Francisco Ygnacio Bogarín, Luciano Peralta, Juan José Ayala, Leandro Vera, José Ignacio Gómez, Santiago Sanabria, Juan Ignacio Vera, Pedro José Maldonado, Miguel Antonio Vera, José Antonio Cabrera, Nicolás Xara, Pastor Villagra, Agustín Salinas, José Mariano Lugo, José León Rolón, Juan Luis Pereyra, Anselmo Maldonado, Julián Espínola, Francisco Garcete, José Faustino Gamarra, José Ignacio Cardozo, Juan Francisco Ruis, Pedro Nolasco Pérez, Manuel Fernández, Agustín Núñez, Francisco Abeyro, José Mariano Sánchez, José del Rosario Ortíz, José Ramón Gamarra, José Mariano Denis, José Bicente Martínez, Juan Bautista Benítes, Teodoro González, Ramón Antonio Aguiar, José Norberto Gómes, Benedicto López, Pedro José Núñez, Francisco Bazán, José Gregorio Patiño, Juan Leandro Cuayarí, Andrés Cacha, Nasario Payarí y Pedro Vicente Benítes.

 

CAMARADAS EN LA GLORIA Y EL OLVIDO

 

         Pero habrá que convenir que ni el avenimiento del capitán Troche, la probada valentía del capitán Cavallero, aditadas al predicamento castrense de los comandantes Yegros y Cavañas habrían de bastar para la obtención de un triunfo fulmíneo e indoloroso. Demasiado importante era la guarnición capitalina para no presumir disparidades.

         Con efecto, tres cuarteles principales, a cosa de pocos pasos, triangulaban la Casa de los Gobernadores que, a su vez, tendría su fuerte, numerosa y propia custodia. Por ello, y como homenaje perenne a todos los actores, activos o pasivos, estamos ofrendando al presente y a la posteridad, nómina puntillosa de los mismos, por humilde y modesto que fuera el papel que desempeñaran en aquellas horas únicas.

         Agreguemos entonces, a la ya enunciada la Segunda Compañía: Comandante: Capitán Juan Antonio González; Teniente José Joaquín León; Alférez Manuel Iturbe; Sargentos Francisco Antonio Benítez, Sipriano Bargas y José León Baranda; Tambor Serapio Delgadillo; Cabos Manuel Ignacio Benítez, Leandro Ynsfrán, Marcelino Amarilla, Diego Félix Alvarenga, José Blas Amarilla, Eugenio Martínez, Donato Brizuela, Juan Ventura González y Luis Antonio Lovera; Soldados Gregorio Robledo, Juan Asencio Serviano, José Isidoro Ynsfrán, Francisco González, Antonio de Torres, Nolasco Villalba, José Luis Arze, Julián, Vera, Juan Francisco Otazú, Pedro Antonio Báez, Juan Silvestre Bogado, José Lino Yegros, Urbano Ayala, Andrés García, José Francisco Mongelós, Victoriano Ramírez, José Francisco Flores, Félix Duarte, Sipriano Orrego, Januario Bojado, Santos Aranda, José Gregorio Berón, Juan Manuel Dávila, León Cavallero, Timoteo Ximénez, Eugenio Benítez, Juan Antonio Villalba, Agustín Domínguez, José Martín González, Felipe Santiago Ayala, Blás José Recalde, Gaspar Bades, Juan Francisco Ramírez, Antonio Cabrera, Ilario Peralta, Manuel Pereyra, Miguel Gerónimo Barrios, Toribio Paredes, Toribio Orsusa, Paulino Roxas, Juan José Ovando, Gabriel Luis Arze, Julián Vera, Juan Francisco Otazú, Pedro Pavón, José Manuel Arce, Serapio Orué, Pedro Juan González, Pedro Antonio Ximénez, Juan Martín Salinas, Ramón Acosta, Fernando Antonio Vera, Francisco Galiano, José Vicente Duré, Vicente Romero, Santiago Acosta, Baltazar Roxas, Lorenzo Gómez, Matías Báez, José Eduardo Saldívar y Francisco Antonio Barrios. Fuerza total: 74 hombres.

         Y, por hoy, cerremos la marcha con la de la Tercera Compañía: Comandante: Capitán José Martín Fleitas; Teniente José Agustín Yegros; Alférez Rafael Mongelós; Sargentos Juan Manuel Velasques, Pedro Pablo Uliambre y Francisco Abalos; Tambores Juan de la Cruz Benitos y Nicolás Espinola; Cabos Pedro Ximénez, José Amancio Bogado, Gavino Leguizamón, Juan José Prieto, José Bautista Cabral, Blás Paredes y Juan Gregorio Legal; Soldados Pedro Ignacio Martínez, Miguel Gerónimo Candia, José Pablo Bogado, Simón Francisco de Meza, Antonio Pintos, José Serapio Roa, José Baleriano Chena, Blás José Ximénez, Francisco Martín Montanía, José Mariano Gómez, Pedro José Belasques, Juan Eusebio Vera, Feliciano Arévalo, Francisco Ignacio Senturión, Juan Manuel Vera, Mauricio Figueredo, Bartolomé José López, José Dionicio Ruidias, José Estevan Abalos, José Gregorio Azcurra, Marcelino Cabrera, Ancelmo Cardozo, José Manuel Ojeda, Antonio Tomás López, José Gregorio Lugo, Juan Pío Marín, José Miguel Cardozo, Juan de la Cruz Recalde, José Lorenzo Ximénez, Juan Manuel Rolón, Pedro Pablo Ortíz, Juan de Rosa Arguello, Juan José Lugo, Vicente Roxas, José Gregorio Genes, José Mariano Amarilla, Juan de Rosa Ferreyra, Francisco Xavier Montaría, Nicolás González, Joaquín García, Pedro Justo Alfonso, José Martín Ocampos, Pascual Hermosa, Salvador Benítes, Félix Antonio López, Diego Ignacio Martínez, Juan Bautista Ovelar, Vicente Morínigo, José Miguel Ximénez, Félix Duarte, José Gregorio Chaparro, Juan de Mata Melgarejo, Isidoro Cañete, José Gabriel Ortíz, Bernardo Vera, Florencio Flor y Benancio Lobo. Fuerza total: 69 hombres.

 

EL SUBSTANTIVO VITAL

 

         Descendiente de un antiguo tronco paraguayo, aglutinaba en su persona las cualidades máximas. Nacido en "Aparypy", partido de Tobatí, era hijo de don Luis Cavallero, que fuera comandante general de caballería, muerto en Tacuarí, de resultas de los esfuerzos realizados en la construcción de un puente que ayudó a decidir esta batalla. Mimado de la gloria, cuando la fortuna se le tornó esquiva, tuvo la consular entereza de disponer de su propia vida, legando a la paraguayidad una sentencia que, más que personal y elegido epitafio, es un código de ética ciudadana que para sí ambicionarían pueblos cualesquieran.

         Su tránsito meteórico no fue óbice para merecer una posteridad indeleble. No hay disputa, -posible ni probable-, en que configuró el brazo más robusto y confirmante de un estado de conciencia que otros canalizaron, como afirmativos intelectuales, de un ciclo anterior y secuente, de luenga y sostenida gestación, decididamente campesina.

         Con la inmolación de "Cavallerito", provocada pero no producida -demasiado macho era para dejar ello al albedrío casuístico, merecido o no, de coadjutores …y más imposible de agregar es. Mayo no tuvo personaje mejor representativo. Aún se les disputa y retacea ubicación máscula.       

         Pera, a siglo y medio, nuevos sones baten el parche de todos los tambores, el de la demorada verdad que, tardía pero fiel, otea, pálpase ya.

 

LATENCIA DE INJUSTO ANONIMATO

 

         Sin apartarnos de la eventualidad que se viene analizando, traigamos a cuento una gran ausencia en ella, a nuestro modesto entender, aún insuficientemente aclarada: la que produjo la anulación absoluta, casi inexplicable, de la acción del Comandante Manuel Atanasio Cavanas en los sucesos de mayo.

         Razón de su prestigio y autoridad, no en los prolegómenos sino en las inminentes vísperas, nos da la conocida información de que estaba en el ánimo y decisión de los revolucionarios integrar la Junta de Gobierno, de obtenerse el triunfo, en la siguiente forma: Presidente: Teniente Coronel Manuel Atanasio Cavañas; Vocales: Tenientes Coroneles Juan Manuel Gamarra y Fulgencio Yegros, Capitán Pedro Juan Cavallero, Fray Fernando Cavallero y Dr. José Gaspar de Francia.

         Su ausencia física, en la noche del 14, unida a su presunta respuesta enviada por un chasque de que bajaría a la Capital "solamente si le hiciera llamar el Gobernador...", así como así, nos antoja que configura una incongruencia. Con todo el respeto que nos merece las versiones e interpretaciones que dan del hecho ilustres colegas, lamentamos disentir de las mismas.

         Las causales auténticas del defenestramiento de los Comandantes Cavañas y Gamarra -es convicción personal nuestra-, no han sido todavía esclarecidas. Es un rescoldo que habrá de reflorar al calor de mayores investigaciones en profundidad de este período fraccionadamente estudiado de nuestra historia. Mientras, lo deplorable y real es que sus nombres han sido ensombrecidos con una pátina poco enaltecedora. Más en historia como en otras disciplinas, juicios hay que admitirán constante revisión.

 

Y PROSIGUE EL DESFILE DEL SILENCIO

 

         Y, dejada la espinita, acaso mortificante pero necesaria, y sin intención elusiva, prosigamos con el imponente, silencioso desfile, de las legiones patricias.

         Cuarta Compañía de Infantería: Comandante: Capitán Miguel Antonio Montiel; Teniente José Joaquín Montiel; Subteniente Isidoro Acosta; Sargentos Manuel Ferreyra, Juan Arias y Francisco Villalba; Tambores Andrés Gill y José Curimbache; Cabos Miguel Giménez, Ramón Espínola, José Francisco Alcaraz, Dionisio Araujo, Perfecto Ramírez, Miguel Ortíz, Pedro Ignacio Rivas y Basilio Fernández; Cadete Juan Antonio Molas; Distinguido José Gregorio Medina; Soldados Isidro Bargas, Manuel Benítez, Matías Sanabria, Ildefonso Matas, Manuel Salinas, Balentín Medina, Juan Vicente Cuenca, Marcos Ruidias, José Luis Ojeda, Inocencio Rotela, Salvador González, Juan Vicente Ayala, Pedro Antonio Lezcano, Eusebio González, Gregorio Pereyra, Paulo Aguero, Julián Lugo, Juan Manuel Coronel, José Nicolás Benítez; José Antonio Medina, Francisco Xavier Belastiquí, Antonio Ventos, Pedro José Pérez, José Recalde, Pedro Dávalos, Fernando Brítes, Juan Manuel Centurión, José López, Francisco Trinidad, Juan Alberto Ventos, Manuel Sandoval, Juan Miguel Servin, Juan Manuel Torales, Juan Manuel Palacios, Pedro Juan Dávalos, José Enciso, Juan Araujo, Elías Garcete, José Miguel Ruidias, Blas Ignacio Dias, Juan Santa Cruz, José Justo Alvarenga, Juan José Arroyos y Francisco Romero. Fuerza total: 80 hombres.

         Quinta Compañía de Infantería: Comandante: Teniente José Antonio Marcos y Francia; Alférez José María Marecos; Sargentos Apolinario Cáceres, Bicente Belasquez y Carlos Coronel; Cabos Juan José Benítes, Pedro Amancio Florentín, Pedro Pablo Córdova, Benancio Mendosa, Pedro Nolasco Benítes, José Andrés Aquino y Manuel Antonio Ruidias; Soldados Juan Tomás Gill, Bicensio González, Blas José Coronel, Lorenzo López, Miguel Añasco, Matías Cardozo, Juan Simón Paredes, Ygnacio José Santa Cruz, Pedro Juan Miranda, Nicolás González, Fulgencio Rotela, José Benancio López, Francisco Ignacio González, Pedro Pascual Aguero, Francisco Xavier Aquino, Atanasio Sotelo, Juan Bizente Fleitas, Bruno Aguilar, Julián Ramírez, José María Cano, Manuel Antonio Benítes, Juan Tomás García, Ramón Flecha, Feliciano Rotela, Ramón Selaya, Andrés Días, Timoteo Segovia, José Félix Espínola, José Ramón Cabrera, Narciso Almada, Francisco Pablo Machuca, Agustín Solís, Juan Martín de Meza, Máximo Paredes, José Joaquín Maíz, Alejo Gómez, Benancio Figueredo, Manuel Romero, Juan Bautista Patiño, Francisco Morel, Bizente Rodríguez, Fortunato Ximénez, José Gregorio Cardozo, Buena Ventura Idalgo, Roque Vera, Francisco Solano Aquino, Bonifacio Paredes, José Manuel Ayala, Pedro López, Nasario Escobar, Silvestre Denis, Sebastián Benítez, Juan José Santa Cruz, Félix Maldonado, José León Cabral, José Domingo Godoy, Torivio Aguero, Gregorio Antonio, Estigarribia, José de la Cruz Ortega, Pedro Flor, Juan Francisco Brítez, Francisco La Rosa y Manuel Belasquez. Fuerza total: 74 hombres.

         Sexta Compañía de Infantería: Comandante: Teniente Pedro Pablo Mier; Alférez José Miguel Báez; Sargentos José León Ramírez, Justo López y José Antonio Amarilla; Cabos Juan Ignacio Godoy, Manuel Días, Bartolomé Rojas, Carlos Benítes y Vicente Ibarrola; Soldados Juan Manuel Arguello, José Ignacio Morínigo, Manuel Esteche, Juan Ignacio González, Miguel Gerónimo Enciso, Matías Osorio, Manuel Antonio Días, Aniceto López, Rafael Torales, Mariano Enciso, Juan Ignacio Alarcón, Juan Andrés Segovia, Marcos Noguera, Blas José Gómez, Bernabé Segovia, Juan Solano Espínola, Timoteo Rodas, Juan Bautista Ruidías, Simón Paredes, Bernardo Sánchez, Fernando Balbuena, Andrés Lezcano, Miguel Escobar, Nicolás Ximénes, Juan Alverto Trinidad, Bentura Aquino, Alejo Báez, Anselmo Ortega, Juan Antonio Martínez, Eugenio Arguello, Dámaso González, Juan José Arguello, José Luis Rodríguez, José Rosario Martínez, Francisco Ayala, Luis Genes, Isidro Ortíz, Manuel Portillo, José Bera, Mariano Bogado, Juan Ignacio Sánchez, Manuel Riveros, José María Candía, Marcelino Cabrera, José María Candía, Marcelino Cabrera, José López, Bicente Fretes, Blas José Arsamendia, Juan Ignacio Pintos, Juan de la Cruz Maldonado, Lucas Molinas, Manuel Antonio González, Francisco Pacheco, Francisco Gómez, Pedro Ignacio Aquino, Ubaldo Segovia, Juan Ebangelista Delgado, Dámaso Ortega, José Mariana Aguilera, José Carmelo Baldes, José Domingo Rodrígues, Santiago Velasquez, Anacleto Ovelar, Felipe Sánchez, José Antonio Ibarra, Juan Gregorio Gauna, Juan Manuel Gauna, José Bernardo Ramires, José Domingo, Martínez, Lorenzo de Meza, Pedro Juran Brítez y Pedro Amancio Monsón. Fuerza total: 76 hambres.

 

LA ETERNA SACRIFICADA

 

         Cierra esta marcha, triunfadora de los tiempos, una fervorosa recordación a la fiel infantería. Masa humilde, acostumbradamente anónima que, a todos los términos, consuetudinariamente decide y corona las batallas.

         La integraban adolescentes veteranizados en lides guerreras que tuvieron por escenarios el Río de la Plata y la patria heredad. No escasos eran entre ellos los que Actuaron en el masacrante encuentro del Buceo, la reconquista de Buenos Aires, Paraguarí y Tacuarí. Gente, al fin, endurecida en el sacrificio constante en pro de un sacrosanto ideal de libertad.

         Acompasados y monótonos redoblan los tambores, animando y dando ritmo al desfile heroico. No hay aplausos ni testigos, pero, unifica a los denodados batallones, el incendio de una mirada que grita al porvenir ansias sedientas de justicia y redención.

         Asunción, la señorial mayorazga, ha honrado sus arenosas calles con el transitar de esta leva prócer, contexturada por lo más genuino de su homogénea raza, sin atoros de aportes foráneos. Con la serenidad parsimoniosa de una madre, aureolada por todas las angustias, la ha visto partir y retornar, sin lágrimas ni bullicios, característica inalterable de nuestra estirpe.

 

 

V

LA COMPAÑIA DE GRANADEROS

 

         A partir de la organización definitiva de nuestro ejército, producida con el advenimiento del siglo XIX, el cuerpo de granaderos fue una unidad de selección mantenida, inclusa hasta en los días de la Epopeya, como fuerza encabezante de los regimientos de infantería.

         En 1811, sin embargo, ella era independiente y así constituida: Comandante: Capitán Vicente Ignacio Iturbe; Teniente Mariano del Pilar Mallada; Alférez Romualdo Aguero; Sargentos José Antonio Gill y Juan Vicente Patiño; Tambor Calisto Ponce; Pífanos José Dolores Morilla y Juan Gabriel Cambiari; Cabos 1° Lorenzo Bargas, José Gregorio Patiño y Francisco Xavier Ortíz; Cabos 2° Manuel José Alarcón, Pablo Ortega y Blas José Orzusa; Soldados Agustín Vázquez, Juan González, Alverto Aquino, Pascual Almada, Marcelino Canteros, Manuel Antonio Chávez, José Martínez, Luciano Coronel, Martín Gamarra, Amancio Pérez, Guillermo Antonio Santander, Miguel Gerónimo Sorrilla, Pedro Tomás Sayas, Buenaventura Báez, Pedro Luis Román, Mariano Luis Aspillaga, Silvestre Arriola, José Mariano Sorondo Evaristo Zamudio, Juan Vicente Ledesma, Vicente Olmedo, Juan Asencio Añasco, Juan Antonio Báez, José Mariano Gamarra, Lorenzo Ballejos, José Ignacio Ruidias, Juan José Balenzuela, Dionisio Florentín, Bentura Alcaraz, José Gregorio Rotela, José Polinario Pereira, Francisco Aspillaga, José Andrés Ballejos, Martín Ortiz, Roque Caravallo, Francisco Antonio Brito, José Bernardo Cabrera, Francisco Pablo González, José Justo Orué, Manuel Antonio Pérez, Ramón Gómez, José Gregorio Gill, Juan José Alvarenza, Juan de la Cruz Galiano, José Antonio Medina, José Domingo González Castillo, Francisco Antonio Santander, Manuel Sabedra, Roque Pérez, Juan Andrés Delvalle y Manuel Antonio Peralta. Fuerza total: 64 hombres.

 

EL REAL CUERPO DE ARTILLERÍA

 

         Desde que el cañón hizo su entrada triunfal y rotunda en los ejércitos, la artillería constituyóse en la más intelectual de las armas. A ninguna avisada comprensión puede escapar sus motivos.

         Nuestro Real Cuerpo de Artillería -lo de "Real" se mantuvo hasta bastante luego de la independencia-, tenía, por la fecha, dos instructores provenientes de su similar de Buenos Aires, enviados "para instruir a artilleros y milicianos": Eran el Teniente de infantería Joaquín Rey y el Sargento 2° Pedro Fernández.

         Y el mismo estaba así encuadrado: Primera Compañía: Comandante: Teniente José Antonio Yegros; Teniente Vicente del Valle; Subteniente José Franco; Sargentos Mario Ermocilla, Francisco Núñez y Pedro José Morilla; Cabos Amancio Zarsa, José Antonio Pedroso, Francisco Uliambre, Bernardo Días, Agustín de Sosa, Vicente Ríos, Sebastián Gómez y Olegario Pedroso; Artilleros Bictoriano González, Simón Antonio Villamayor, Bruno Fernández, Juan de Rosa Quintana, Regalado Riquelme, Vicente Castro, José Rosa Benítez, José Félix Pereyra, José Morales, Francisco de Sosa, Manuel Estigarribia, José Mateo Gauto, Leandro Cañete, Rafael González, Antonio Zarsa, Sebastián Balenzuela, Simón Ximénez, José Félix Berón, Juan Pablo Ferreyra, Francisco Ermocilla, Felipe Melende, Lorenzo Reynoso, Luis Morales y José Mariano Cañete. Fuerza total: 36 hombres.

         Segunda Compañía: Comandante: Capitán Francisco Bartolomé Laguardia; Teniente Pedro Alcántara Estigarribia; Subteniente Francisco Cáceres; Sargentos Juan Manuel Isquierdo, José Tomás Días y Simeón Osorio; Cabos Juan José Fretes, Agustín Cañete, José Félix Estigarribia, Manuel José Pilagá, José Fermín Enrique; Ildefonso Berdejo, Policarpo Ximénez y Roque Encino; Artilleros Valeriano Villalva, Luis Álvarez, Francisco Antonio Gómez, Faustino López, Gabriel Mendosa, Manuel Bargas, Santiago Xara, José Blas Días, Félix Andrés Orue, Pedro Juan Ximénez, Bartolomé Estigarribia, Sebastián José Fretes, Juan Bautista Ríos, Ramón Vera, Silvestre Ballejos, Juan Luis Melendre, José Pablo Ortega, Alejandro Ferreyra, Vicente Belasques, José de la Cruz Rosales, Marcelino Are, Mateo Gómez, José Benito Estigarribia, Juan Gregorio Fretes y José Gregorio Santander. Fuerza total: 36 hombres.

 

LA COMPAÑÍA DE PARDOS

 

         Las unidades de artillería, como las bandas militares o las fuerzas de abordajes, hasta los instantes de la guerra grande, nunca dejaron de prescindir de los naturales. Sus cualidades físicas radicadas específicamente en la corpulencia, agilidad y excelente sentido auditivo, abonaban este criterio. Generalmente eran enganchados en Yaguarón, Emboscada y Areguá, por la fecha, poblaciones las más ingentes de ellos. Es ésta la nómina de la agregada al cuerpo que estamos mencionando:

         Comandante Teniente Pedro Alcántara Estigarribia; Sargentos: Roque Lucero y Eduardo Torres; Cabos: Damacio Rojas, Francisco Ponse, Pedro Martín Encina, Juan Esteban Bargas y Pedro Martín Cañete; Soldados Pascual Garcete, Manuel Puente, Manuel Gavilán, Francisco González, Pedro Pablo Calderón, Juan Luis Caballero, José Joaquín Gauto, José Benedicto Franco, Julián Símbrón, Manuel Antonio Recalde, Mariano Blas Aristegui, Pascual de San Francisco, Pedro Antonio Morilla, Asunción Silva, Manuel González, Simón Coene, Juan de Mata Recalde; Manuel Quiñónez, Fernando Baes, Pedro Nolasco Gómez, Juan Alberto González, Fernando Baliente, Lázaro Geli, Dionicio Berdejo, Baltazar Galiano, Manuel Antonio González, Mariano Blas Acosta, Eduardo Silva, Juan Asencio Caballero, Juan Antonio Zelada, Francisco Coene, Francisco Aguero, José María Román, Santiago Torres, Juan Manuel Benítes, Bruno Aguero, Juan Pablo San Francisco, José Mariano Mendes, José Bonifacio Franco, Nicolás Cabrera, Eugenio Rodríguez, Mariano Driguel, Gerónimo Pereyra, Eusebio Cardozo, Lorenzo Mariano Montiel, Narciso Fleyta, Ildefonso Rejalaga, Simón Colegio, Melchor Aramburú y Miguel Biñales. Fuerza total: 58 hombres.

 

LA MARINA DE GUERRA

 

         Aunque modesta y poco numerosa, la naciente marina de guerra nacional también tuvo su representación en los ajetreos de los días de Mayo. Tenía una sola unidad -un mercante arrendado y armado-, la lancha "La Vizcaína", a la que simplemente se la denominaba "Lancha Cañonera", y permítasenos aquí una acotación: De entonces y por muchos años, hasta promediar el siglo, las dotaciones de las naves de guerra eran constituidas por lanceros; vale decir, soldados de caballería. Aún desesperamos de hallar su explicación.

         La lista de revista de la "Lancha Cañonera" es la siguiente: Comandante: Teniente Vicente del Valle; Cabos Pedro Matías Candia, Pedro Martín Encina y Juan Estevan Bargas; Soldados Francisco González, Joaquín Gauto, Juan Pablo de San Francisco, Mariano Méndez, Juan Anselmo Cavalledo, José Bonifacio Franco, Nicolás Cabrera, Manuel González, Melchor Aramburú y Juan de la Asunción Silva; Soldado español Juan Pablo Ferreira. Fuerza total: 15 hombres.

         Y ha de ser ésta una de las pródigas y no pocas trascendentes "sorpresillas" que surgen del contexto del presente estudio y, excluidas consideraciones personales, las mismas son puestas de resalto ambicionando despertar en la juventud estudiosa el deseo de la investigación histórica, científica y desapasionadamente encarada. La cantera que constituye nuestro Archivo Nacional es inagotable, imponente.

 

LOS UNIFORMES MILITARES

 

         Como es lógico de suponer, el uniforme castrense casi no difería del en uso en el ejército español, con las variantes que imponía la distinción de armas y grados, y su provisión era por cuenta... del propio interesado.

         Así, esto más, allá menos, los soldados, oficiales y jefes vestían chaqueta de paño azul, guarnecida con cordones a lo húsar; pantalones de mahon; camisa, corbatín, sombrero, y botas.

         De la compulsa de los libros de caja de la Real Hacienda y de los innumerables comprobantes administrativos, surge la evidencia de que muy pequeño era el número de tropas, e incluso oficiales que usaban uniforme. Colegimos, que deberíase a la crónica flaqueza de las arcas fiscales, impotente para proveerlos, y su contrapartida, la igual angustia económica de los ciudadanos llamados a fila.

         Y el soldado guaraní, eterno contradictor de afirmaciones tenidas por axiomáticas, por borda lanzó aquello de que "El hábito no hace al monje... pero ayuda a parecerlo". Antes, entonces ni después, en las innumerables vicisitudes militares de nuestra brillante y cruel historia, poco gustó del sayo.

         De Tabapy al Parapití transitó su prestancia sin la espectacularidad de los atuendos marciales. El sentido, estoico y heroico de la vida, lo llevaba impreso a fuego en el alma, y de otro acicate jamás necesitó para insumirse en las jornadas más bravías y hazañosas.

 

REFLEXIÓN NECESARIA

 

         Con cadencia acompasada; sin prisas ni apresuros, se va perfilando el final de esta jornada. Su motivación -ni, polémica, menos revisionista-, no ha sido otra que sumar la humildad de nuestro esfuerzo a la de colegas, antecesores a actuales que, sus mejores afanes afectaron al esclarecimiento del período más trascendente y fraccionadamente analizado de nuestra historia.

         Lamentable pero innegable de consignar es que Mayo, con generosidad superado su sesquicentenario, no es conocido por la generalidad de la ciudadanía, mejor de lo que bien o mal, atestaban los manuales, de moda y uso, en nuestra ya lejana infancia: Afirmábase, y, lo triste es, que aún se persiste en ello, sus autores principales, auténticos o fementidos, no sobrepasaban el número de una discretísima primera docena!...

         No fue así. Lo vamos e iremos demostrando, sin pretender restas de méritos adjudicados, si no, eso sí, en procura de un mejor distribuir de reconocimientos hasta hoy, solamente girados a canalizadores intelectuales de un estado de alma popular, de antigua y probada ejecutoria paraguaya.

         E, inmersos en esa tarea, pedimos comprensión sin atonías, y ni un adarme ulterior. No pretendemos negar nada a nadie, pero si estamos aviados para clarificar y no nos apearemos del corcel, por mucho y violentamente que corcovee.

 

 

VI

LA CABALLERIA DE LA REVOLUCIÓN

 

         Los urbanos eran milicianos montados y como ya lo hemos afirmado, anteriormente, eran seleccionados en las poblaciones del interior, de entre las familias más pudientes, a objeto de que el erario se desentendiese de su manutención.   Generalmente eran reclutados en las zonas de las grandes estancias donde, era y es, tradición, se forman los mejores jinetes. Magüer su denominación no se le podía considerar "fuerza irregular". Por el contrario, constituían cuerpos homogeneizados por la común procedencia lugareña y la imaginable urdimbre de parentezco y amistad.   Muchos de ellos eran veteranos de Paraguarí y Tacuarí, y el número de los mismos que se encontraban en la Capital por la época de la independencia, no era demasiado importante. Poca prueba documental hemos hallado y queremos atribuir esto a que estarían prestando servicios en las guarniciones del sur.

         El potrero del Hospital, de excelente pasto y cercano acceso al río, era sede de los cuerpos cuyas nóminas damos sucesivamente.

 

COMPAÑÍA DE URBANOS DE QUYQUYO

 

         Comandante: Teniente Pedro Nolasco Franco; Alférez Agustín Aguero; Sargento Francisco Villanueva; Cabos Manuel Ortíz, Domingo Burgos y Sebastián Ortiz; Soldados Francisco Guerreros, Juan Paredes, Pedro Antonio Duarte, Gregorio Morel, José Ignacio Duarte, Lino Vázquez, Rafael González, Hermenegildo Noguera, Miguel Gauna, Miguel Irala, Juan Vicente León y Patricio Ibarra. Fuerza total: 16 hombres.

 

COMPAÑIA DE URBANOS DE YBYCUÍ

 

         Comandante: Teniente Tomás Melgarejo; Sargento Juan José Martínez; Cabos José de la Cruz Duarte, José Ramón Genes y Diego Bogarín; Soldados Manuel Monges, Bernardo Garrido, Juan Bautista Benítez, Anselmo Lescano, Asencio Gómez, Olegario Ruidías, Juan Ignacio Alarcón, José Alarcón, José Pablo Riveros, Bartolomé Molinas, José Gregorio Baldes, José Vicente Benítez, José Francisco Gómez, José Ignacio Ruidías, Pedra Juan Alarcón, Francisco Ignacio Centurión, Francisco Antonio Gavilán, Luis Abalos, Bernardo Ruiz, José Domingo Báez, José Miguel Paredes, Marcelino Aquino, Manuel Mendoza y Lorenzo Brizuela. Fuerza total: 28 hombres.

 

COMPAÑIA DE URBANOS DE QUIINDY Y CAAPUCU

 

         Comandante: Capitán José Mongelós; Teniente Félix Cavallero; Alférez Miguel; Antonio Montiel; Sargentos Lorenzo Ramírez, Juan José Barrios y Roque Ugarte; Cabos Nicolás Arse, Ygnacio de Vera, Francisco Villalba e Ygnacio Sosa; Soldados Juan de Cáseres, Silverio Lescano, Nicolás Torales, Miguel Antonio Baes, Juan José Ramírez, Pedro Carreño, Severino Rojas, Joaquín Montiel, Pedro Pablo Ximénez, Juan Ignacio Bergara, Serviano Chaves, Juan de Rosa Adorno, Francisco Barreto, Roque Ríos, José Juan Florencio, José Florencio Amarilla, José Vicente Cuevas, Bartolomé Guillén, Clemente Cañete, Cristóbal Amarilla, Francisco Rojas, Matías Villagra, José Gabriel Villalba, Lorenzo Noguera, Mariana Marcelino Noguera, Juan Antonia Lugo, Anastacio Larrea, Juan Cristóbal López, Lorenzo Villalba, Pedro Nolasco Villalba, Raymundo Rojas, José Mariano Ojeda, Manuel Antonio Gavilán, Francisco Alarcón, José Correntino, Juan Vicente Palacios, Ilario Blasque, Francisco Xavier Ojeda, José Marcos Ramírez, Pedro Nolasco Olasar, Martín Rosa, Francisca Paula Sánchez, Ramón González, Mariano Leguizamón, Juan Asencio Vera, Roque Gavilán, Marcos Antonio Dias, Baltasar Dias, Xavier Baes, Rudecindo Baes, Pedro Nolasco Vera, Ygnacío Riberos, Juan Carlos Colmán, Agustín Colmán, Pedro Alberto Alvares, Pedro José Mora, José Antonio Ramírez, Roque Figueredo, Gabriel Prieto, Felipe Acosta, Juan Pablo Benítez, Juan de la Cruz Gómez, Ilario Peralta, Juan Andrés Trinidad, Juan Vicente Fleytas, José Pinasco, Lorenzo Ovando, Mariana Tadeo Benítez, Francisco Xavier Benítez, José Luis Silvero, Venancio Ayala, Mariano Barrios, Pedro Rodas, Salvador Lescano y Pascual Romero. Fuerza total: 94 hombres.

 

LA EXISTENCIA DE ARMAMENTO

 

         2 cañones de fierro de calibre diez y seis, 1 cañón de fierro de calibre doce; 1 cañón de fierro de calibre ocho; 4 cañones de calibre seis; 1 cañón de calibre cuatro; 2 cañones de calibre tres; 3 cañones de calibre uno; 3 cañones de bronce de recámara de calibre cuatro; 17 espadas; 19 pistolas; 156 fusiles; 49 carabinas; 493 bayonetas; 149 cartucheras; 187 cananas; 3.087 piedras de chispa para fusil; 36 arrobas pólvora para cañón; 2.000 balas para cañones de todo calibre; 500 cartuchos de metralla; 60 arrobas balas de plomo para fusil; 4.000 cartuchos para fusil; 4.500 cartuchos para carabina; 1.040 cartuchos para pistola; poco más, poco menos, constituía la existencia magra de nuestros parques de guerra.

         Mas, a estos bronces les estaba reservado un destino heroico e ilustre. Muchas de ellos -lo consignan cronistas nacionales y extranjeros de la Epopeya-, prestarían servicios, pasada la media centuria, en las orgías de sangre y valor de la guerra del 64-70.

 

Y, AUNQUE FORZADOS, TAMBIEN CONTRIBUYERON...

 

         Tomas de Ortega, Carlos Collado, Pedro del Carmen, Juan Rodríguez, Antonio López, Nicolás Sánchez, José de María, Antonio Briones, Domingo Puente, José Castelví, Domingo Echeverría, Mauricio Amoreti, Manuel Ymas, Cayetano Iturburu, José García Oliveros, Francisco Menchaca, Antonio Idoyaga, Juan Manuel Zalduondo, Martín Estevan, Jazinto Toro, José Puente, Jayme Rabasa, Francisco Tande, Miguel Colon, José Perina, Manuel Díaz Serrano, Antonio Nin, José Ibañez Pacheco, Manuel Carreras, Pablo Baras, Manuel San Juan, Sebastián Aramburú, Matías Maíz, Agustín Fernández, Francisco Aguero, Feliciano Bazarás, Agustín Trigo, Pedro Bedoya, Antonio Martínez Bartolomé, Luiz Sunlin, Juan García Vargas, Gonzalo del Ribero, Bernardo Jovellanos, Juan Antonio Castelo, Miguel Guanes, José Santivañez, Domingo Carreras, Miguel Carbonell, Juan Lorenzo Gaona, José Vázquez Romero, Antonio Martínez Viana, Melchor Marín, Pedro Hurtado de Mendoza, Domingo Curant, Pedro Benítes Robles, Ramón Martínez, Gaspar Villar, Francisco Soler, Juan Antonio Zavala, Vicente Rey, Tomás Berges, Alejandro García, Juan Pérez, Francisco Díaz Ferrer, José Doria, José Doldán, Manuel Doldán, Ramón Lauri, Manuel Sainz de la Peña, Manuel Machado, Antonio González Aguilar, José Vidal, Casimiro Porta, Sebastián Ferreyra, Pío Ramón de Peña, Juan Goicochea, Juan José Loizaga, José Días, Ramón Salinas, Jazinto Vila, Martin Mendia, Antonio Varela, Francisco Vicente González, Mateo de la Concha, José Peña, Salvador Doldán, Francisco Miyeres, Francisco Falcón, Manuel Zea, Antonia Cruz Fernández, José Coene, José Rosell, Domingo Seguane, Silvestre Yglesias, Agustín Isasi, Matías Infante, Pedro Viñán, José Vael, Jaime Batlle, Benito Prieto, Pablo Rodríguez, Juan Barros, Remigio Solalinde, Francisco Martí, Francisco Robira, Francisca Xavier Arévalo, Agustín Casan, Agustín Arza, José González Garro, Juan Fons, Juan Bautista Cobiaga, Manuel Pablo Peman, Remigio González, Ramón Reunaga, Andrés Viñán, Antonio Lantes y Francisco Suma. Total: 120 hombres.

         Si bien específicamente los ciudadanos españoles arriba citados no fueron actores de la gesta, consignase su nómina ya que fueron los que, a poco de producida la Emancipación, por orden del Capitán Pedro Juan Cavallero, comandante del Cuartel General, aportaron sesenta mil pesos para sufragar los gastos de guerra de la Provincia.

         Hace a la intención de este estudio su conocimiento, dado, que el mismo, es un censo de hombres representativos de una mentalidad en derrota. Poco tiempo después, el rodillo dictatorial la insumiría en el olvido, apelando a determinios que aparejarían profundas transformaciones sociales y genéticas en la nación.

 

EL GRAN REPRESENTATIVO

 

         Si no la figura más prestigiosa de la revolución, es uno de quienes mejor ubicación ha logrado en nuestra tradición histórica: Fulgencio Yegros y sus afines, es sinonimia de Mayo, por ello, el análisis de su vida y circunstancias retrata con fidelidad y justeza, el ánimo y el decurso, algunas veces para nosotros, inexplicables, configurados, por y él, en los acontecimientos posteriores.

         Su ascendencia enraíza en conquistadores y gobernadores por ambas ramas. Pasado, gran pasado, impelíalo a grandes destinos. Su prosapia, patricia y militar, simultáneamente lo afincó en el interior donde hacía, por herencia y vocación, de gran señor feudal.

         Su hoja de servicios era densa, nutrida, y, sin disputas, la de mayores méritos de entre los actuantes en los trajines emancipadores. Alférez en 1801, integró las fuerzas del Gobernador Lázaro de Ribera que en vano intentó apoderarse de la fortaleza de Coimbra. Hizo estancias en diversas guarniciones de frontera. Cuando se producen las invasiones inglesas, es de la columna paraguaya interviniente en la batalla del Buceo, donde resulta herido. Soldado en la defensa de Buenos Aires, retorna al país y es destacado al Paraná, en la zona de la confluencia, en 1810.

         Actuó en Paraguarí y Tacuarí cupiéndole, luego de la última batalla, hacer de negociador con el derrotado jefe porteño, en tratativas de bases para la rendición. Su estrella brillaba en su mejor hora. Usufructuaba el respeto de las dos grandes corrientes en pugna. Velasco lo designa Gobernador de Misiones y se traslada a Itapúa, en donde prosigue manteniendo sus nexos con los actores de la gran conjura, sigilosamente urdida en sus inicios pero ya casi pública en esos días: Ahí lo sorprendería -si así puede llamarse al pronunciamiento-, el estallido del golpe.

         Y, por el momento, en este punto dejemos su evocación.

 

UNA MENTABILIDAD TRIUNFANTE

 

         Sea porque la aglutinación de razas tenía por la época cuatrocientos años; ya porque el sistema distributivo de la población no hacía de necesidad imprescindible acatar la primacía única de la Capital, la verdad es que para la consecución de la victoria más se probó, y contó, con los prohombres del interior quienes, todos a uno, no retacearon ni condicionaron su adhesión a la gesta.

         Habitualmente apalabrados, dieron de sí cuanto podían, sumando a lo propio, contingentes de una juventud campesina, sana, con espíritu desprovisto de aviesidades o torpes apetitos, que bajó a las caldeadas arenas de la política llevando en las alforjas, un entrañable amor al terruño, aderezado por un idealismo de vieja prosapia.

         Al producirse el triunfo de la revolución, la mentalidad rural aluvionó sobre la ciudad e hizo suya la dirección del estado. No hubo localismo ni se atacaban diferencias de clase a posición económica. Si no vertebró una sociedad perfecta, puede afirmarse que supo congeniar pasado y presente, sin menguas ni daños a las mentalidades que se enfrentaban sin violencias pero con persistencia.

         Su impronta perdura hasta nuestros días y Mayo, sin que muchos de ello se apercibiese. Y constituye una de las herencias indelebles de para dar alguna contundencia a lo aseverado, permítasenos traer, al sesgo y no por los cabellos, una pequeña estadística que mejor ilustrará.

         De 1811 a hoy, cincuenta y ocho jefes de estado hemos tenido. De ellos, 17 fueron oriundos de Asunción y 41 de ciudades del interior; Y, si, quisiésemos ser más estrictos y atenernos a lo que va del siglo (1900-68), por analizar si se ha acentuado la tendencia, nos hallamos que de veintinueve presidentes, nada menos que veintiuno son de origen campesino!.

         No fue por azar que Fulgencio Yegros rompiera la marcha, hasta ahora ininterrumpida. Con el trote corto del gran jinete, irrumpió en la nacionalidad una nueva conciencia. Largo, muy largo y penoso fue el camino, pero cupo a sus transeúntes próceres, la gloria y satisfacción de no haber sido desandado jamás.

 

 

VII

LA ARTILLERIA DE MAYO

 

         A poco de jurada la Constitución de 1870, el Gobierno dispuso la erección de un monumento conmemorativo de la misma. El proyecto del mismo debióse al coronel húngaro Francisco Wisner de Morgenstern, y su ejecución, al ingeniero polaco, entonces al servicio del ejército argentino, Roberto Chodasiewicz.

         El sitio elegido hoy sería incongruente para quienes no conozcan la ubicación de los edificios públicos, en el conjunto de plazas de la actualidad. La actual Juan de Salazar prácticamente estaba ocupada por la ex-casa de los Gobernadores. La del Congreso no existía y estaba cortada oblicuamente por un cuerpo de edificios, remanentes de las Casas Capitulares de la Colonia.

         De esta suerte, solo restaba la plaza "14 de Mayo", situada, frente del antiguo cuartel de Maestranza de la Artillería (Departamento Central de Policía), escenario obligado por años de años, de cuanta conmemoración o evento cívicos se efectuaran en la capital.

         El 3 de febrero de 1873 el Presidente Jovellanos inauguraba, en el lugar antedicho, el tradicional monumento y, desde entonces, pasó a llamarse "CONSTITUCION" la mentada plazuela.

         Decorando la base, en sus esquinas, se plantaron cuatro cañones, unidos entre sí por cadenas. Y, trás el breve, imprescindible introito, llegamos a lo que queríamos; la historia de esos gloriosos testigos y actores de pretéritas gestas.

         Exigua era la existencia de nuestros parques de artillería por la época de la Independencia, tal lo hemos venido demostrando. Las pocas piezas en uso fueron proveídas a la Provincia a fines del siglo XVIII. No hay, pues, que forzar demasiado conjeturas ni extremar deducciones, para el sitúo de que éstos, luego de Paraguarí y Tacuarí, llegaron a aquel 14, y, posteriormente, a la Epopeya.

         Por los calibres de los mismos, los imaginamos, en batería, mientras sus afanosos sirvientes, de merlón a merlón, multiplicaban esfuerzos en el fragor de las batallas, aligerando cestones de sus mortíferas cargas.

         Tal vez de crujía; tal vez de campaña, lo que sí, según era costumbre, sus orígenes serían desguazes de naves españolas, de las muchas que venían al Plata en recaladas que, inesperadamente, se convertían en postreras, y sus pertrechos afectados al uso terrestre por disposición superior.

         Así, montados en cureñas de campaña o de sitio, estos bronces fueron defensores, recios y augustos, de la nacionalidad en las batallas y decisiones apuntadas. Y, en consecuencia, habría que darle mayor relevancia a su docente conservación. El cercenamiento que sufriría el monumento -es nuestra convicción-, no afectará el simbolismo que perpetúa.

         Bien hayan ellos cuando se parcelan para un más venerar!. La suplantación por columnas de mampostería, factible en estos instantes, no lo dejaría desairado, y daría oportunidad de recupero de unos trofeos, singularmente caros a nuestra sensibilidad de paraguayos. La oportunidad no debe desaprovecharse.

 

LA RECUPERACIÓN

 

         Habrían de haber hecho estancia larga en las troneras de la fortaleza de Humaitá para de ahí venir, en fatigantes etapas, hasta la capitalina batería de San jerónimo, en 1867, donde fueran aposentados. Al año siguiente, cuando se produjo la evacuación, fueron despeñados al río. Posteriormente, una pronunciada bajante hizo posible la recuperación, y se los afectó al destino ya manifestado.

         El trasiego de tantas vicisitudes, lógico es que haya afectado sus estructuras, pero no en alcances que haga desesperar de una restauración meticulosa y honesta. Más, sería de desear que ella sea entregada a la dirección de especialistas -que los tenemos y excelentes- en procura de resultados óptimos, totalmente al alcance de objetos y posibilidades de que se está en posesión.

         El diseño y construcción de las cureñas deben ser objeto de extremo cuidado. Sus características deben ceñirse estrictamente a los cánones del arma, sin desestimar la apariencia estética. La artesanía y maderas nacionales pueden hacer maravillas, si se les arrima el pertinente asesoramiento histórico-técnico.

         En las gualderas, deben estamparse leyendas alusivas que digan a las generaciones del mañana, linaje y prosapia de tan venerables armas, que la actual ha rescatado de un destino inmerecido.

         Y, bien analizados, futuros sitiales, no hallamos otro, más connotado y representativo, que los amplios jardines del Palacio de Gobierno que tendrían así, un toque de decoración marcial de alcurnia histórica, de difícil homologación.

         Allí, reposando en base blanca sobre verde gramilla, lucirán estupendos.

 

CIENCIA Y CONCIENCIA

 

         Auxiliar valioso de la enseñanza, la historia es el repositorio natural imaginable. Ya museo, ora archivo, cumple una misión indivorciable de toda docencia. El estudio de esta disciplina exige un apoyo de emotividad, un marco adecuado, esencialmente anímico, que debemos crear y conservar.

         Paraguay -Nación que no se fatiga en hacer historia-, huérfano corre del museo que le impone su leyendoso pasado. Diseminados en organismos casi antagónicos, nuestros objetos musearios no alcanzan a cumplir la misión imanente que, de suyo, extrae de sus orígenes.

         Mientras, en la Capital y el interior, en hogares y oficinas vejetan, lamentablemente al alcance de incuria y comerciantes, piezas valiosas ante cuya desaparición paulatina y sistemática, en modo alguno podemos ser indiferentes. Urge el rescate y agrupamiento de ellas en un edificio que las ponga en guarda y resguardo de todo tipo de destrucción y depredación.

         Permita Dios que, de producirse lo que nos hemos permitido patrocinar idealmente, sea el inicio de una intensa campaña de rehabilitación de esos valores, hoy pospuestos, por imperio de sabidas circunstancias. El pueblo, como en toda época, estará con el gobierno, en la consecución de tarea tan patriótica. Asistencia nacional e internacional existen -nos consta-, para estos afanes de cultura. No intentemos, pues, hacer la transferencia imposible de nuestra dejadez.

 

 

VIII

LA CIVILIDAD EN LA INDEPENDENCIA

 

CULMINACIÓN

 

         Los acontecimientos iniciados en la noche del 14 de mayo tuvieron su culminación en un congreso general, el primero que se realizaría bajo el nuevo régimen. Cuatro días duraron sus deliberaciones, que se llevaron a cabo en los salones del antiguo Cabildo, del 17 al 20 de junio.

         Por muy conocidos, no traemos a la referencia lo tratado y determinado en el mismo. En la oportunidad, damos las nóminas, de la Capital y principales villas y poblaciones del interior, de los ciudadanos intervinientes, en forma decisoria, para que saliera ovante la intención libertaria.

         Como diputadas o simples sufragantes; como nacionales o extranjeros, fueron, en su hora, elementos valiosos de la gran empresa. La patria les debe, con la misma medida y exhaltación que a los próceres tradicionales, perpetua gratitud.

         Es un verdadero censo, que nos dará la idea de la distribución de la geografía humana de la época, muy racionalmente distribuida, y que hoy sólo pertenece al recuerdo, dada la absorción de la Capitalidad y zona central. Qué decir de la prominencia de los grandes señores rurales.

         A un viejo, obsesionante anhelo, hemos dado satisfacción: el de consignar la pluralidad, de acción y gestión, en la etapa estudiada. Ni por asomo pretendimos disputar glorias, de títulos bien saneados. Eso sí, en su curso, propugnamos por un mejor distribuir del reconocimiento nacional a tantos ciudadanos, injustamente preteridos, cuando no disminuidos, en él.

         Subsisten incógnitas; anchuroso es aun el campo para conjeturas, pero habrá que reconocerse que, alentadoramente, bastante se ha adelantado en la ambiciosa senda. Para el estudioso de hoy, de cualesquiera de las etapas de nuestro devenir como nación, no existen las limitaciones padecidas por nosotros hacen treinta años.

         Tiempos vendrán en que, a los nombres de los grandes maestros de nuestra historiografía, se han de aditar, por, imperio y abrumo de sus investigaciones fundamentales, el de los pertenecientes a la post-guerra del Chaco. Ellos pugnaron por remediar una indigencia lamentable y, habrá que convenir, consiguieron sus nobles propósitos.

 

SUFRAGANTES

 

         Teniente Pedro Pablo Mier; Comandante de Urbanos Juan Vicente Montiel; Capitán de Urbanos José Antonio Pereyra; Don Mariano Viana; Don Luis Gómez; Don Juan Antonio Aldao; Comandante de Quyquyó Roque Antonio Fleytas; Don León Recalde; Don José Antonio Ferreyra; Don Pedro Regalado Barboza; Don Francisco Pablo Cavallero; Don José de Ayala; Comandante de Urbanos Pablo José Vera; Don José Antonio Cavallero; Don Juan Vicente Cavallero; Teniente Ignacio Samaniego; Teniente retirado Francisco García de Roa; Don Agustín Recalde; Capitán de Urbanos Juan Vicente Fleytas; Capitán de Urbanos Miguel Tomás Ferreyra; Capitán de Urbanos Pedro Vicente Frasquerí; Don Manuel Antonio Cavallero; Don Roque Gómez; Teniente de Urbanos José Gregorio de Roa; Administrador de Yaguarón Martín Josef de Yegros; Don José Pablo Patiño; Don Marcos Antonio Gamarra; Don Juan Andrés Chaparro; Don Tomás Melgarejo; Don Basilio Franco; Don Pedro Pablo Velasquez; Don Manuel Rodríguez; Don Pedro Vicente Patiño; Don Bartolomé Ramírez; Don Francisco de Paula Ortíz; Don José Justo Franco; Teniente Pedro Ignacio Belasquez; Don Lorenzo José Servin; Don José Antonio Escobar; Don Vicente Molinas; Don José Ignacio Servín; Don Juan Tomás de Roxas; Don José Antonio Rivarola; Don José Zelada; Don Amancio Insaurralde; Don José Mariano Moreno; Administrador de los Altos Juan Ignacio Molas; Don Domingo Molas; Don Juan Bautista Aguero; Don Bernabé Aguero; Don Francisco Romero; Don Ramón Espínola; Don Josef Simón Céspedes Xeria; Don Pedro José de la Mora; Comandante José Ignacio Lescano; Don Angelo de Aguero; Don Felipe Cañete; Comandante Sebastián Notario; Don Mateo Díaz; Don Juan Bentura Chaparro; Don Ambrosio del Cazal; Comandante de Urbanos Luiz de Bargas Machuca; Don José Mongelós; Don Santiago Barrientos; Don Rafael Pereyra; Don Juan Manuel Benítez; Don Sebastián Báez; Don Prudencio Montiel; Alcalde de la Santa Hermandad Juan Asencio de Ocampos; Don José Rodríguez; Comandante de Urbanos Francisco Díaz; Capitán Juan Manuel Centurión; Teniente de Urbanos Manuel Ferreyra; Comandante de Lambaré Francisco Valiente; Comandante de Tapequezá José Francisco del Saldívar; Don Félix Cavallero; Capitán de Urbanos Juan Bautista Saldívar; Don Francisco Solano Montiel; Don Simeón García; Don Cecilio Ignacio Báez; Don José Mier; Don Luis Ferreyra; Don José Antonio Robles; Don Xavier Cañete; Don Juan Martín Landaida; Don Manuel Ferreyra; Don Tomás Antonio Ferreyra; Don Francisco de Sales González; Don Pedro Francia; Don Salvador Cavañas; Don José Antonio Goyburú; Don Carlos Isasi; Don Francisco Moreno; Don Nazario López; Don José Cipriano Godoy; Don Miguel Oviedo; Comandante de Urbanos Juan Cavallero; Don Fernando de Ynsfrán; Don Simón Martínez; Don Juan Manuel Lobera; Don Roque Coronel; Alférez Mariano Benítez; Don José Martín de Orué; Don José Mariano Mancuello; Capitán de Urbanos Juan Tomás Acosta; Don José Gregorio González; Don Pedro Pasqual Gaete; Don Bartolomé Moreno; Capitán de Urbanos Juan Baltazar Barrios; Don José Isasi; Don Tomás José de Villamayor; Alférez de Urbanos Timoteo Chaves; Don Juan Bentura Medina; Don José Ignacio Gómez; Don Juan José Esquivel; Don Juan Francisco Lescano; Don Bartolomé José Galiano; Don José Gregorio Pereyra; Don Sebastián Ibarrola; Comisionado de Paraguarí Don José de la Torre; Don Pedro José Genes; Teniente Pedro José Pintos; Alcalde de la Santa Hermandad Fabián de Meza; Capitán de Urbanos Domingo Soriano Martínez del Monge; Alférez José Francisco Marecos; Cadete, José Antonio Achucarro; Capitán de Urbanos José Vicente Moreno; Alférez José Antonio Aspillaga; Alférez de Urbanos Félix Céspedes Geria; Don Anselmo López; Capitán Benito Villanueva; Teniente José Ignacio Sosa; Don Pedro Vicente Caudevilla; Teniente Francisco Bartolomé Laguardia; Capitán de Urbanos Diego Félix Moreno; Teniente Martín José Achucarro; Don José Antonio Dabalos; Teniente Francisco Antonio Fleytas; Don José Francisco Fleytas; Don Ignacio Sánchez; Alférez Juan José Alvarenga; Alférez Pedro Ignacio Ferreyra; Capitán de Urbanos Juan Bautista Robledo; Alférez Bernabé Roxas; Alférez Leandro León; Don Justo Pastor Cañiza; Comandante de Urbanos Sebastián Taboada; Don Miguel Gerónimo Díaz; Don Francisco Figueredo; Alférez Juan Miguel Gill; Alférez Romualdo Aguero; Don Juan José Montiel; Don José Ignacio Solís; Don Eugenio Dávalos; Don Juan Pablo Ximenez; Sargento José Antonio Vázquez; Don Dionicio Cañiza; Teniente Juan Bautista Acosta; Capitán José Antonio Franco; Capitán José Félix Montiel; Teniente Rafael de la Mora; Capitán Juan Francisco Decoud; Teniente Sebastián Vázquez de Aranda; Don Pedro José de Molas; Don José Coene; Don Vicente Lagle y Rey; Licenciado Francisco Antonio Laguardia; Comandante de Urbanos Josef Fortunato Acosta; Comandante de Urbanos Juan Manuel Blazquez; Don José Tomás del Cazal; Doctor Manuel José Báez; Doctor Bentura Díaz de Bedoya; Don José Carlos de la Cruz Careaga; Comandante de Escuadrón Juan Manuel Penayos; Dan Juan de Dios Acosta; Don Pedro Benítes y Robles; Alférez José Antonio Gómez; Temiente Coronel José del Cazal; Don Pablo Antonio Gómez; Capitán José Joaquín Valdovinos; Teniente Coronel José Teodoro Fernández; Alférez José Agustín Yegros; Capitán Mauricio José Troche; Teniente Juan Manuel Itúrbe, Alférez Blas Domingo Franco; Capitán del Puerto Martín José de Bazan; Presbítero José Agustín de Molas; José Mariano Valdovinos; Teniente Mariano del Pilar Mallada; Teniente Francisco Antonio González; Alférez de Granaderos Romualdo Aguero; Don Rafael Antonio Mongelós; Alférez José Joaquín León; Teniente Miguel Antonio Montiel; Don Gabriel José Molas; Teniente José Antonio Yegros; Alférez José Aniceto Valdovinos; Alférez José Joaquín Montiel; Cadete Juan José León; Cadete José Franco; Cadete Juan Francisco Regis Talavera; Capitán Juan Bautista Rivarola; Capitán Manuel Antonio Coene; Teniente de Artillería Pedro Alcántara Estigarribia; Alférez Carlos Arguello; Teniente de Artillería Vicente Del Valle; Diputado de Villa Rica del Espíritu Santo y su Síndico Procurador General José Mariano Careaga; Diputado de San Isidro Labrador de Curuguaty y Regidor de su Ayuntamiento José Justo Valdovinos; Diputado y Regidor de Villa del Pilar del Ñeembucú Pedro Nolasco Díaz; Diputado de Villa Real de la Concepción Comandante de Escuadrón Juan Manuel Gamarra; Diputado de San Pedro de Iquamandiyú José Antonio Ibañez; Diputado de Rosario de Quarepotí Pedro Regalado Martínez; Capitán Antonio Tomás Yegros; Don Agustín Isasi; Don Miguel Gerónimo Montiel; Diputado del Comercio Francisco de Haedo; Teniente Coronel Manuel Atanasio Cavañas; Coronel José Antonio de Zavala y Delgadillo; Teniente Coronel y Gobernador de Misiones; Fulgencio Yegros; Capitán Vicente Ignacio, Iturbe; Presbítero Sebastián Patiño; Presbítero José Baltazar Villasanti; Presbítero Marcelino Bogado; Presbítero Alonso Cáceres; Presbítero Tomás Gregorio Ximenez; Presbítero José Antonio Aguero; Presbítero Pedro Baltazar Ortigoza; Presbítero Pedro Pasqual Prieto; Presbítero José Duarte; Presbítero Juan Gregorio Portillo; Presbítero Maestro Francisco Núñez; Presbítero Juan Antonio Riveros; Presbítero Bernardo Antonio Verón; Presbítero Marco Antonio Maíz; Don José Lizardo Bogarín; Presbítero Santiago Robledo; Presbítero Manuel Antonio Corbalán; Don Juan Bautista de Achard; Don José Luíz Cavallero; Don Francisco Antonio Cavallero; Don Isidoro de Acosta; Don José Antonio Mareco y Francia; Presbítero Francisco Agustín Barrientos; Presbítero Maestro Josef Ignacio Cavallero Bazán; Cura Rector de la Catedral José Hipólito Quintana; Doctor Francisco Xavier Bogarín; Padre Comendador de la Merced Fray Manuel Tadeo de la O; Padre Maestro fray Ylario Gómez; Padre Presidente del Convento de la Observancia fray Felipe Santomé, Padre rector jubilado y ex custodio fray Fernando Cavallero; Presidente del Convento de Predicadores fray Bernardino Enciso; Presbítero Doctor Bartolomé José de Amarilla; Tesorero Doctor Juan Bautista Quin de Valdovinos; Vicario General Presbítero José Baltazar de Casajús.

 

VECINOS

 

         Don José Justo Valdovinos; Don Juan Vicente González; Don Miguel José de Aguayo; Don Antonio Cabrera; Don Nicolás Resquín; Don Juan José Machaín; Don Alejandro García Diez; Don Juan Pérez Bernal; Don Cayetano de Iturburu; Don Juan Antonio Zavala; Don Martín Tomás de Mendia; Don Tomás Bérges; Don Jazinto Vila y Busca; Don Pablo José Benítez; Don Pío Ramón de Peña; Don José Díaz; Don Felipe González; Don Francisco de Menchaca; Cirujano Domingo Carrera; Don Francisco Soler; Don Pedro Nolasco Alfaro; Don Juan Antonio Costero; Don Pascual de Urdapilleta; Don Francisco de Ganzo; Don Antonio Riera; Doctor José García Oliveros; Don Miguel de Guanes; Don Antonio Martínez Fernández; Don Luis Surlin; Don Agustín Fernández; Don Francisco González de Aguayo; Don José Guanes; Don Pedro Díaz de Bedoya; Don Sebastián Aramburú; Don Manuel Díaz Serrano; Don Antonio de Haedo; Don Francisco Díaz Ferrer; Don Salvador Taboada; Don Manuel Machado, Don Sebastián Ferrera; Don Benigno Somellera; Don Juan Velasco; Don Francisco Rodríguez Miyeres; Don José García y Peña; Don Antonio González Aguilar; Don José Elizalde; Don Manuel Saín de la Peña; Don Miguel Colon; Don José Haquet; Don José María Perina; Don Roque Gómez; Don Pedro Hurtado de Mendoza; Don Luiz de Araujo; Don José Luiz Pereyra; Don Justo Pastor Cañizo; Don Francisco Plácido Carísimo; Don José Ibañez Pacheco; Don José Mariano Valdovinos; Don Pedro Ignacio Aguilar; Don Manuel Loizaga; Don Feliciano de Bazaras; Don Juan Antonio Montiel; Don Manuel Imaz; Don Juan Manuel de las Carreras; Don Manuel de San Juan; Don José de San Cristóbal y Santivañes; Don Mariano González; Don Juan Barrios; Don José Doria; Don Tomás Carrera; Don Ramón Martínez; Don José Antonio Pico; Don Juan Francisco de Urbieta; Don Juan de Goicochea; Don José Vázquez Romero; Don Mariano Viana; Don Juan Antonio Varela; Don Gaspar Villar; Don Francisco Velasco;

Don Antonio Benítez Rodríguez; Doctor Bernardo de Hedo; Don Antonio de Recalde; Don Bernardo de Argaña; Don José de Arza; Don Pedro Pablo Martínez Saenz; Don Joaquín Enterria; Don Francisco Riera; Don Francisco Díaz de Bedoya; Don José Carísimo; Don José García del Barrio; Don Pedro Ignacio Carrillo; Don Juan Antonio Fernández; Don Bernardo Jovellanos; Don José Antonio de Goyburú; Don Juan García Panga; Don Francisco Xavier del Valle; Don Miguel Gerónimo Montiel; Don Francisco de Quesalaga,; Doctor Bentura Díaz de Bedoya; Don Tomás Ortega Fernández; Don Antonio Iturbe; Don Vicente Berduc; Don Pedro José Molas; Don Pedro Regalado Barboza; Presbítero Francisco Alfonso; Teniente Manuel Recalde; Don Juan de Dios Acosta; Don Rafael Requejo; Doctor Luiz Zavala; Don José Lino de León; Don Remigio García Solalinde; Don Joaquín Colunga; Don Pedro de Ocariz; Don Vicente Martínez Fontes; Don Manuel Samaniego; Don Manuel José de Olivera; Capitán retirado Juan Francisco Decoud; Don Ignacio Aguirre; Don Juan Ignacio Farías; Don Bernardo Goicochea; Don Juan Bautista de Achard; Capitán veterano Miguel Herrero; Don José Coene; Don Manuel Doldán; Don Juan José Francia; Don Pablo Jazinto Tompson; Teniente Coronel Miguel Feliu; Alférez Juan Felipe Olaondo; Don Pablo Manuel Tompson; Don José Joaquín Goyburú; Don José Doldán; Doctor Juan de la Cruz Bargas; Don Francisco Valiente; Don José de María y Victorio Pelaez.

 

INTERIOR

 

         Cabildo de Villa Curuguaty: Ignacio Benítez de Portugal; Don José Antonio González; Don Francisco de Candia; Don José Antonio Colmán; Don Juan José Xara; Don José Justo Quinde Valdovinos y José Santiago Alvarenga. Vecinos: Presbítero José Vicente de Orué; Presbítero José Francisca Candia; Comandante de Armas Manuel Antonio de Villalba; Comandante de Yhú Don José Rosa Álvarez; Alcalde Benancio Benítes; Alcalde Pascual Escobar y Gutiérrez; Doctor Marcos Ignacio Quin de Valdovinos; Capitán José Francisco Fernández; Capitán José Cayetano Portillo; Capitán Mateo González; Capitán Francisco Xavier Pino; Capitán Juan José de Vera; Capitán Mateo Francisco Ximénez; Capitán Juan Pablo Portillo; Capitán Ramón Ximénez; Capitán José Rosa de Villalba; Capitán reformado José Antonio Martínez; Capitán reformado Roberto del Villar; Capitán reformado Alejo Candia; Capitán reformado Fernando Álvarez y Mendoza; Teniente Juan Asencio Ximénez; Teniente José Antonio Ortellado; Teniente Pedro Baptista Ortíz; Teniente Bernardo Benítes de Portugal; Teniente Francisco de Escobar; Teniente Santiago Portillo; Teniente Juan José Ortíz; Teniente Pedro Pablo, Espínola; Ayudante de órdenes Pedro Pablo de Villagra; Ayudante mayor de Yhú Don Francisco Benítes de Portugal; Alférez Juan Antonio Borja; Alférez Francisco Fleitas; Alférez José Luis de Villalba; Alférez Juan de la Cruz Portillo; Alférez Ignacio Domingo Candia; Alférez Fernando González; Alférez Ramón González; Alférez Ramón Gómez de la Fuente; Alférez José Félix Pesoa; Sargento Pedro Juan González; Sargento Juan Bentura Borja; Sargento Sebastián Báez; Sargento Pedro Martín Benítes Rodríguez; Alférez José Bernal Mercado; Alférez José Francisco Colman; Cabo José Rosa Rolón; Cabo Francisco Vera; Cabo Sebastián Núñez; Cabo Manuel de Villalba; Cabo Juan José Espínola; Cabo Pedro Pablo Mendes; Cabo Nicolás Ortíz; Cabo Basilio Ledesma; Cabo Gregorio Núñez; Capitán reformado Juan Francisco Ramírez; Teniente reformado José González Villaverde; Alférez reformado Bernardo Borja; Cabo Narciso Portillo; Teniente José González Bejarano; Don Enrique Portillo y Trias; Don José Rosa Benítes, Capitán de forastero José Ignacio Larrosa; Cabo Juan Asencio Vera; Don José Antonio Ximenez; Cabo Francisco de Villalba; Sargento Baltazar Baldes; Don Pedro Zárate; Don Santiago Mantilla; Don Manuel Falcón; Don Manuel de Yrunciaga; Don Teodoro Florentín; Don Bernardo Cortinas; Teniente Francisco Casado; Don Pedro Fermín de Varacharte; Don Antonio Zárate.

 

         Cabildo de Villa Rica: Don Francisco Antonio Ayala; Don Ramón de Roxas y Carrillo; Don Juan Bautista Melgarejo; Don José Hermenegildo Careaga; Don José Máximo Careaga; Don Francisco Aquino; Don Juan Miguel Britez de Villar; Don Marcelino de Ocampos; Bachiller Pedro de la Rosa; Fray Pantaleón Alegre; Don José Calipto Sarza; Don Julián Legal y Córdova; Don José Ignacio Mercado; Don Carlos de Roxas; Don José Vizente Paniagua; Don Florentín Duarte; Don Florencio Britez; Don José Ignacio Diez Andino; Don Domingo Bazán, Don Juan Manuel Sarza; Don José Januario Duarte.

 

         Cabildo de Villa del Pilar: Don Pedro Nolasco Díaz; Don Benancio Duré; Don Miguel Molinas; Don Félix Andrés Villamayor; Don José Ignacio Hermosa; Don Diego Genes de Irala; Comandante José Joaquín López; Don Juan José Velasco; Manuel Mathías Araujo; Don Luis Ximénez; Don José María Aguirre; Don Rafael Zuares; Don Juan Esteban Medina; Presbítero Lorenzo Antonio de Latorre; Presbítero Juan Buenaventura Ortíz; Don Lucio Mereles; Don Angelo Cáceres; Don Pasqual de Sylva; Don Bartolomé Duré; Don Narciso Araujo; Don José Mancio Sánchez; Don Pablo Antonio González de Guzmán; Don Francisco Xavier Jutiniano; Don Juan Antonio Núñez; Blás Antonio Ríos; Don Roque de Mendoza; Don José Francisco de Ortíz; Don Lauro José de Amarilla; Don Bartolomé Villamayor; Don José León Torres. Granaderos Baltasar Patiño; José Domingo Lescano, Roque Bazán, José Francisco Amarilla, Manuel José Molinas, Ramón Moran, Juan Bentura Villalva, Rafael Antonio Benítes, Francisco Balvino González, Francisco Torales y José María Aguirre.

 

         Cabildo de Villa Concepción: Don Francisco de Quevedo; Don Santiago Caballero; Presbítero Nicolás de Ybanbalz; capitán retirado Juan Francisco de Echagüe; Don Juan Agustín de Zabala; Don Andrés de Arteche; Don José Miguel Ibañez; Don Mariano Clausel; Don José Ramón Gómez de Pedrueza; Doctor Manuel José Báez; Don Manuel de Uriarte; Don Antonio María Esquibel; Don Mariano Bogarín; Don Manuel Irigoyen; Don José Antonio Ocampos; Don Juan Francisco Uriarte; Don Francisco Godoy; Don José Antonio García; Don Pedro José Godoy; Don José Rodríguez; Don Juan Miltos; Don Pedro García de Solalinde; Don Gerardo de Ugarte; Don José Gabriel Benítes; Don José Francisco Ramos; Don José Ignacio Viedma; Don Antonio Paredes; Don Francisco Alonso Benítez; Don Pedro José Lescano; Don Pedro Celestino Vázquez; Don Juan Manuel González; Don Manuel de la Villa; Don José Romualdo Acosta; Don Santiago Cavallero; Don Aniceto Britos; Don Fernando Marin; Sargento Mayor Francisco Xavier Albarenga; Don Juan Bautista Alomar; Don Salvador Cruz y la O; Don Simón Fernández; Don Gaspar Escobar; Don José Francisco Chamizo.

 

         San Pedro de Yquamandiyú: Gregorio Corvalán; Don Faustino Lamas; Don Antonio Ibañez; Don Juan Gregorio del Castillo; Don Fernando Ynsfrán; Don Juan Manuel Pisurno; Don Juan Alverto Domínguez; Don Miguel Antonio Ribarola; Don Juan Bautista Castillo; Don Juan Blas Espinosa; Don Pedro Llopis; Don Bernardo Ximénez; Don Antonio Domínguez; Don Manuel García; Don Felipe Martinez; Don Josef  Roque Peña Garro; Don Andrés Cabrera; Don Juan Pablo Ibarrola; Don Gaspar Candia; Don Pedro Pablo Mendez; Don Bernardino Espínola; Don Leandro Cabrera; Don Juan Carlos Zoto; Don Juan Thomas Benites; Don Josef Antonio Arguello; Don Juan Carlos Alvarenga; Don Josef Roque Latorre; Don Marcos Días Segovia; Don Bartolomé Noguera; Don Juan Ignacio de la Cueva; Don Lucas Balbuena; Don Juan de Silva; Don Felipe Villalva; Don Arsenio de Alarcón; Don Juan de la Cruz Flores; Don Isidro López; Don Diego Riberos; Don Anastasio López; Don Anacleto Pérez; Don Josef Mariano Cano; Don Anastasio Días; Don Manuel Espinela.

 

         Rosario de Quarepotí : Don José Venancio Rosa; Don Juan Antonio Marecos; Don Ramón Félix Hurtado; Don Felipe Campusano; Vicente Rodríguez.

 

         Cangó: Don Jayme Antonio Corvalán; Don Hermenegildo Acosta; Don Josef Francisco Florentín; Don Justo González; Don Ignacio Regalado González; Don Francisco Hurtado de Mendoza; Don Salvador Balenzúela; Don Lucas Cabral; Don Juan Simón Britez; Don Juan José González; Don Juan Fleytas; Don Andrés Duré; Don Fulgencio Amarilla; Don Pasqual Mendes; Don Matías Coronel; Don José de Irala; Don José Mariano Ledesma.

 

         Encarnación de Itapúa: Don Vicente Antonio Matiauda; Fray Miguel Escriche Alabes; Don José Antonio Yri; Don Vicente Nayra; Don Juan Bautista Arazory; Don Rafael Días de los Ríos; Capitán de urbanos Josef Mariano Aquino; Teniente Justo Castillo; Teniente Justo Germán Florentín; Alférez Bernardo Roa.

 

         Itauguá: Don Pedro Regalado Zorrilla; Don Pedro Pablo Martínez; Don Martín José de Yegros; Don Manuel Villamayor; Francisco Ignacio Saracho; Mariano Aquino; Don Pantaleón Presentado; Don Francisco Xavier Filártiga; Don José Ignacio Ortega; Don Pablo Ramírez.

 

         Paraguarí: Comandante José de la Torre; Presbítero Francisco Xavier Sánchez; Comandante Juan Antonio Cavallero; Don Antonio Ayala; Don José Martín Orué; Don Pedro Pablo Cavallero; Don Pedro Silvero; Don Juan Ventura Chaparro; Don Francisco Antonio Senturión; Don José Mariano Gabilán; Don Francisco Séspedes; Don José Domingo Báez; Don José Ambrosio Delgado y Don Juan José Flores.

 

 

COLOFÓN

 

         La Independencia -anteriormente lo hemos dicho, y no nos cansaremos de enfatizar-, aparejó la irrupción rural en el gobierno del país. Profundas transformaciones introdujo en la vida nacional, y, si bien por más de un cuarto de siglo, su influencia fue detenida, ella no logró desvirtuar los objetivos ansiados.

         La voz del campo se alzó alta, fuerte y convictiva, disputando primacías a la de la señorial Capital. No eran zafios de obtusos caletres los que, ya con la palabra o la acción, lugares se hicieron, y con qué títulos!, en el escenario escandilante de las deliberaciones que cimaron en el primer gobierno patrio.

         Con su conocida y reconocida agudeza, el maestro Chaves apunta; "...Es brillante el concurso que asiste a la misma. Los revolucionarios civiles están representados por varios doctores de Córdoba y Chuquisaca: Marco Ignacio de Baldovinos; José Gaspar de Francia, Ventura Díaz de Bedoya, Manuel José Báez y varios otros. El clero tiene también una lucida representación: están presentes fray Francisco Xaxier Bogarín, los padres Sebastián Patiño, José Baltasar de Calsajús y Manuel Antonio Corvalán y los representantes de las cuatro órdenes religiosas. En los escaños reservados a los militares se sientan el coronel José Antonio Zavala y Delgadillo, fundador del Fuerte de Bordón; los vencedores de Paraguarí y Tacuarí,  Manuel Atanasío Cavañas y Juan Manuel Gamarra y en los otros lugares toda la juventud dorada, la que había combatido con los ingleses en Montevídeo, peleado en laos dos jornadas y realizado la revolución: son ellos los Yegros, los Cavallero, los Iturbes, los Montiel, los Rivarola... ".

         Y a tan veraz pintura, sus trazos acentuamos. Rivarola, el Capitán Juan Bautista Rivarola, es un brillante botón del denso muestrario en alforjas. Gran señor cordillerano, algo más que sus ardores, sumó a la común empresa. La prueba?. Treinta años después, en otro evento memorable, fue actor -aunque prestamente acallado-, con el aval de un proyecto de constitución, que llegó hasta nuestros días, piara ser perdidó!...

         Más? Sí, y del tono que se quiera: Molas, el verbo señero; Troche, la concomitancia inesperada; Cavañas y Gamarra, el binomio del ostracismo de nuestro agradecimiento; De la Mora, el gran calumniado; Bogarín, etc. eran de extracción o vivencia campesina y todos, con excelente grado de instrucción, manifestando en el decurso de sus actuaciones fehacientemente.

         Emancipación sin sangre pero con secuela de primigenios rencores, ha sido la nuestra. El rojo elemento, faustamente incorrido por la unanimidad pre-existe entre sus autores próceres, no significó óbice para su generoso dispendio posterior. Corrió, y a mares, arrastrando en sus oleajes de luto y miedo, a muchos de los mejores.

         La reparación de sus memorias debe ser tarea de empresa nacional. Ofrecemos los elementos constitutivos del gran drama, con la amplitud, aparentemente discordante, de lo inusitado. A otros compete la exégesis: Nuestra misión acaba donde las de otros comienza.

 

 

 

CUERPO DOCUMENTAL

Archivo Nacional de Asunción

 

Sección HISTORIA:

Volúmenes 213, 214, 215.

 

Sección Nueva ENCUADERNACION:

Volúmenes 678,1040,1796, 2526.

 

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