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CÉSAR GONZÁLEZ PÁEZ (+)

  SOMBRA DE BOLEROS, 2012 - Relatos de CÉSAR GONZÁLEZ PAEZ


SOMBRA DE BOLEROS, 2012 - Relatos de CÉSAR GONZÁLEZ PAEZ

SOMBRA DE BOLEROS

Relatos de CÉSAR GONZÁLEZ PAEZ

Editorial SERVILIBRO

Dirección Editorial: Vidalia Sánchez

Asunción – Paraguay

Marzo 2012 (134 páginas)

 

 

CESAR GONZÁLEZ PAEZ (1981)

Es oriundo de  Valle Hermoso (Córdoba – Argentina), ha cumplido durante estas dos ultimas décadas  su labor de escritor en Paraguay, país donde y trabaja en el diario Ultima Hora, como periodista en la sección cultural. En su carácter de escritor cultiva el cuento breve. Ha editado “Concierto  de cuentos” (El Lector, 1998) que obtuvo un comentario elogioso del poeta Elvio Romero.

También en narrativa ha publicado “Jarabe de cuentos” (Servilibro, 2005). En 1996 ha recibido el Primer Premio “Concurso de cuentos del Club Centenario”. En la actualidad se desempeña como periodista de Cultura de Ultima Hora. Publicó además en diarios y revistas del país y del extranjero. En el género poético publicó en 1981 el libro “Pan Silvestre” y en 2005 publicó el poemario “Luna de menta”.

 

E-mail: aporcesar@gmail.com

 

 

 

 

ARRIBA EL TELÓN

 

Así como al tango se lo suele llamar “un sentimiento que se baila”, al bolero se lo define como melodía “al servicio del amor”. A ambos géneros los hermana el hecho que nacieron de estratos humildes y llegaron a ser respetados en escenarios internacionales con valiosos cultores. Contar esa desmesurada historia que supera el siglo no es la finalidad de este libro

En “Sombra de boleros”, he citado algunos temas conocidos como “disparadores” de historias que son el engranaje que necesitaba para unir tos relatos con resonancias de música romántica. Pensé que con ello se enriquecería la imaginación del lector al recordar temas inolvidables del género y porque algunas canciones conllevan otros recuerdos instalados en el alma de cada uno.

Con un ejercicio que va del humor al drama, estos cuentos utilizan a algunos personajes auténticos y otros que sólo tienen la suerte de existir en estos cuentos, convocados simplemente por la gracia de la imaginación. No es la vida real, estos cuentos pastorean la ficción que es algo tan maravilloso que sólo te basta una pluma para hacer un pájaro. O un hecho trivial para generar desenlaces impensados. Relatos con fondo musical, si les parece, a media luz.

 

 

LA CANCIÓN ABANDONADA

 

La noche estaba espesa aunque sin malas intenciones, el bar de aspecto somnoliento cobijaba a una docena de desvelados que apuraban sus copas como lagartos indiferentes. La noche estaba atascada en miradas lánguidas que un piano te daba su cortina de botero.

Hombres y mujeres distanciados por el anonimato y sin ganas de hablar unos con otros, escuchaban indiferentes. El piano era aporreado por un aficionado que trataba de encajar las notas de un viejo tema sentimental.

Un poco más allá, en las mesas oscuras que generalmente elegían las parejas, había un hombre solo que se distinguía de los demás por su smoking que desentonaba con la escasa elegancia del lugar.

Mirando hacia el piano, cuando el otro desistió de torturarlo, el elegante personaje se acercó lentamente al micrófono. Sonrió a la platea y cantó bastante bien una canción, era un profesional. Al terminar te habló a la improvisada platea, pero más como si quisiera contarse cosas a sí mismo y poner en orden sus pensamientos.

Lo que sigue a continuación es su confesión, si es que puede llamarse de tal modo a lo que este hombre dijo.

- Suelo cantar en el Hotel Shaphir, los clientes de allí tienen mucho dinero y las mujeres cada vez que levantan su copa de champán se escucha un leve tintineo de joyas o se ven guiños de diamantes. Es el lujo lo que les impulsa a ir, pero no siempre lo hacen por placer, cada copa en la barra sale un dineral pero ellos parecen no advertir el derroche. Gente como nosotros no podríamos poner nuestros sucios pies en esas alfombras.

Hace diez años, con sus puntuales noches, que canto en ese escenario rodeado por alérgicos a la pobreza y que no son generosos a la hora de aplaudir. No es que me importe mucho, bueno, sí, sabrán lo decepcionante que es cuando uno finaliza una canción y sólo se escuchan voces distraídas.

Me detendré en una de esas veladas y que cambiaría para siempre mi manera de cantar. Una canción no es nada si otro no la escucha, pero si quien la oye es aquella persona que hemos estado buscando toda la vida, es algo que hace tambalear las estanterías del alma. Su nombre era Denise, lo supe por el papel que me acercó un

barman y en el cual me pedía su canción favorita. “Solamente una vez” y así sería, créanme, la oportunidad es eso que te pasa cuando estás distraído.

Cuando comencé, a cantar sus ojos se encendieron y, sin ser un galán, intuí que esa noche podía terminar bien. Si ella se quedaba hasta la madrugada en que terminaba mi actuación. He tenido suerte varias veces, no me jacto de ello porque generalmente se me acercan mujeres achispadas por la bebida, de esas que luego se arrepienten de sus arrebatos. Ella me esperó espléndidamente sobria y al final nos sentamos, aunque no lo crean, en la mesa que ocupo en este bar. Si no nos vieron entonces no importa, aquí nadie ve a nadie y ninguno es testigo de nada. Me gusta este lugar justamente por eso, porque no son entrometidos. Los besos que nos dimos y el desenlace ocurrió en las pocas horas que estuvimos juntos. Prometía ser un gran amor y lo fue mientras duró, sólo que una noche es tan breve como los suspiros de aquella dama.

Ahora solamente puedo volver a sentir aquella velada y alargarla recordando, armando en mi mente el rompecabezas de aquel fugaz idilio. Puedo decirles que desde entonces no canté más “Solamente una vez”, aunque me han pedido esa canción varias veces. Creo que esas palabras y esa música están escritas para esa noche y para esa mujer. Hay canciones que nos marcan para siempre.

Abandoné ese tema, lo dejé huérfano de mi voz, hasta hoy que me acerco a este piano y en esta hora que quiero cantarlo otra vez. No es que ella haya regresado, ni que haya abandonado su vida de lujo, sino que ahora comprendo que éramos dos planetas distantes que sólo se encontraron en un eclipse. Su canción favorita era “Solamente una vez” pero cada noche con uno distinto. Fue cruel confirmar esa verdad porque cuando te enamoras la felicidad te cobra al contado.

Se llamaba Denise y es muy probable que ese no sea su nombre, hoy la vi de nuevo y no se acordó de aquella noche en que yo hablé un lucero y ella amainó en mis brazos su aburrimiento. Puedo decir que solamente una vez amé en la vida, solamente una vez y nada más-.

 

El destino juega sus cartas

y el azar hace el resto.

 

 

EL CANTANTE Y EL PREDICADOR

 

En mis tiempos las cosas eran distintas, dijo el viejo cantor de boleros. Yo cantaba en un restaurante de la avenida Félix Bogado, era un lugar elegante con mujeres de estilo. Románticas cien por cien, jamás pronunciaban insultos -como lamentablemente se estila ahora- eran distinguidas, con esa elegancia de antes, ¿me entienden?

Apuró una copa de champagne y prosiguió.

- Quiero contarles la única vez que me arrepentí de ser un cantante de boleros. Fue en una de mis mejores noches, me encontraba cantando esa canción, ¿no sé si se acordarán? Decia:

Ya no estás más a mi lado,

corazón en el alma solo tengo soledad.

Cuando de pronto escucho a un tipo gritar:

- ¡Basta de soledad, Cristo es la salvación!

Un desubicado ¿Vió? Pensé que estaba ebrio y seguí con esa bella letra que hasta hoy me emociona.

Siempre fuiste la razón de mi existir

adorarte para mí fue religión

Y ahí comenzó el griterío. El sujeto otra vez me increpó: ¿cómo se atreve a comparar la mujer con una religión? ¡Este siglo no tiene patas donde pararse! ¡Paren el mundo, esto es un desastre, me quiero bajar! Qué ganas de lincharlo tenía el publico, les juro que hasta a esas mujeres distinguidas les salían chispas de los ojos y ensayaban para sus adentros no creo que delicados insultos.

Es que ese idiota estaba importunando la canción. ¿Sabe? Porque cada canción es un templo donde uno entra para salir ungido de una pena, de una exaltación, de un recuerdo. Entonces junté fuerzas y seguí cantando:

Porque Dios me hizo quererte

para hacerme sufrir más...

Y ahí arremetió el clérigo o pastor o lo que sea, acusándome: ¡Éa! ¿Cómo puede afirmar que Dios quiere sufrimiento para la humanidad? ¡Impío!"

Lo que dijo me descolocó, hacía tiempo que no escuchaba esa palabra, me puse nervioso. Por eso me equivoque en la letra:

Que me hizo comprender

apagándola después.

Me había tragado los versos que dicen: “Todo el bien, todo el mal. Que le dio luz a mi vida”. Mientras tanto el tipo dale con los gritos.

Fue una inspiración, pero de pronto se levantó un caballero del otro extremo y se acercó al provocador. Todos vimos cuando le dijo algo al oído y el sujeto se puso más pálido que melón en oferta y no volvió a abrir la boca en toda la noche.

Cuando terminé la actuación, los aplausos entusiastas me sonaron como una melodía divina. Me acordé de quién había puesto orden en el espectáculo y me había salvado de aquel inoportuno fanático. Luego de felicitarlo le pregunté qué le había dicho para calmarlo de una manera tan evidente. El sonrió complacido.

- Como soy un hombre de la noche conozco a muchos sujetos que, de día lavan sus pecados con estrictas sentencias y de noche son unos bandidos. Le dije ¿No es usted el que estaba en el bar “Corazones Solitarios”, con esa adolescente junto al calor que te brindaban el calor y la pasión? Comprendí y te extendí la mano.

- ¿Así que el fundamentalista tenía su lado oscuro?

- Pero claro! ¿Cómo piensa que puede estar trasnochando un tipo que ve pecados por todas partes? Yo lo sorprendí con uno en la mano.

 

 

Mejor que levantar la voz es

admitir las culpas, no sea que

la primera piedra la debamos

arrojar a nosotros mismos.

 

 

LA VERTIENTE ENCANTADA

 

Ya han pasado los años, puedo contarlo, el río del tiempo ha alejado la barca de los prejuicios. La vida ahora es como una colina donde puedo ver paisajes tejanos de mi ayer, como si no me pertenecieran. No lo son, puesto que no puedo cambiarlos ni ordenados a mi antojo. Pero, como decía, puedo contarlo porque la serenidad me dicta las palabras y, de los enojos, he aprendido que solo dañan a quien los padece.

Se llamaba Tamara y la conocí en la fuente donde las mujeres del pueblo se reunían todas las tardes para cargar los cántaros. Ellas creían que esa vertiente natural poseía dones encantados, al parecer daba suerte y juventud que toda dama codicia.

Chocaban los cántaros cuando iban a buscar el agua preciosa y su sonido era refrescante al unirse con las risas de las muchachas, hasta ellas parecían mágicas. Volvían siempre felices de ese encuentro diario en que se contaban modestas novedades y secretos. Algo de hechizo debía tener el agua, porque cuando vi a Tamara, se salpicó con su cántaro el vestido. Cerca del corazón le mojó los pechos y me miró con interés.

En aquellos años pensaba cualquier cosa, menos en tener una pareja. La fuente, al parecer, examinaba los deseos ocultos de todos los que pasaban cerca y de improviso sentí la necesidad de hablar con ella. Quería contarle lo distinto que me sentía, de un momento a otro, con sólo verla a ella. Quería explicarme a mí mismo y a ella, por que se había operado un cambio radical en mi manera de pensar. El diario pasar a la misma hora hizo el resto, así en esa cotidianidad me fui acostumbrando y necesitando su compañía.

Si bien la celestina fuente estaba en el centro del pueblo, no era una plaza, sino que estaba en un terreno privado. De los dueños poco se sabía, sólo recordaban a don Ramiro, que vivía en una casa de barro que se fue desmoronando de a poco y que terminó por desaparecer cuando el anciano dueño murió. Sólo los añosos árboles que brindaban su sombra a unos bancos de piedra quedaron de testigos. Era allí donde las muchachas demoraban su diaria visita a la fuente, eran felices y cantaban sus romances futuros. Hasta que un día...

Tamara y yo conversamos tratando de poner en claro esos sentimientos que nos turbaba. Estábamos enamorándonos y no nos dábamos cuenta todavía. Las conversaciones eran gratas y todo merecía nuestra atención, tal vez si las parejas pudieran encantar esos momentos y mantenerlos durante toda la vida juntos, sería un matrimonio perfecto. Con el correr del tiempo, animado por esa simpatía que nos unía pensé en confesarle mis sentimientos. Sentía en mi alma la inspiración de los boleros, esas canciones precisas a la hora decirle ‘te quiero’ a una mujer. Qué ganas de cantarle palabras sentimentales. Así soñaba con ella, hasta que un día...

Llegó al pueblo el heredero del terreno y de la fuente, era un tipo de ciudad que miraba todos con desdén la herencia dejada por su padre. “Así que don Ramiro tenía un hijo, lo tenía bien guardado se ve”. No importa el tamaño de un pueblo pero los chismes son siempre grandes. Una sonrisa de malicia inocente se dibujó en el rostro de las muchachas que miraban de reojo al forastero. El agua no perdonó y él se sintió atraído por una de ellas. Al punto que decidió instalarse en la pensión pensando en vivir en el pueblo. No parecía trabajador pero sí ambicioso, de algo tendría que vivir. Pasaron los días y se fortaleció su relación con aquella moza que conoció no bien llegó. Debía pensar en su futuro, hasta que un día...

Amaneció el terreno alambrado puesto que ahora tenía un dueño. La sombra de los árboles y los bancos de piedra se hicieron ajenos, Nadie podía acercarse a ellos y menos a la fuente. La lucrativa idea que se le ocurrió al heredero era cobrar una especie de peaje para poder sacar el agua lo que no incluía el permanecer charlando bajo los añosos eucaliptos. Hubo recelos, secretos odios, mansa rebeldía y resignación: había que respetar la propiedad privada. Algunos pagaron al principio pero como alteraba el presupuesto familiar dejaron de venir. La suspensión de ese conversatorio amable de las tardes fue el costo más lamentado. “Se queda nomás...” pensaban las mujeres y los primeros ladrillos en el lugar les dio la razón. Se alejaba cada día la posibilidad de ser jóvenes para siempre. Hasta que un día...

Se lo dije, Tamara me dijo que si con los ojos primero y un abrazo después. Nos casamos y así comenzó una relación que parecía iba a durar toda la vida, pero se fue opacando porque Tamara sentía la falta de las reuniones con aquellas muchachas que eran sus amigas y ahora eran difícil de encontrar. El tema de la fuente era una obsesión femenina colectiva. Por tal razón el heredero se convirtió en el hombre más odiado del pueblo. Él no terminaba de explicarse por qué lo tomaban con tanto resentimiento, él no prohibía el agua de la vertiente pero de algo tenía que vivir.

Tamara paulatinamente fue cambiando de carácter como si necesitara que los bancos de piedra y la sombra se volvieran a poblar de risas juveniles y de modestas confesiones. Tamara dejó de mirarme como lo hacía antes y no mostraba el mismo entusiasmo en esas conversaciones que antes me parecían maravillosas. Hasta que un día...

Se secó la fuente, el flujo del agua desapareció de manera inexplicable. Se hizo silencioso el lugar antes imantado, por más empeño que puso el heredero para solucionar la causa de la sequía fué en vano. Con el correr de los días y ya sin recursos, puso en venta el terreno, pero nadie podía honrar el precio que pedía. “Es una mina de oro, el agua volverá a brotar ya van a ver” les decía a sus decepcionados interesados que miraban la fuente seca. “Brotará de nuevo, se los aseguro” pronosticaba el vendedor para deshacerse del, ahora, sitio improductivo. Hasta que un día...

Tamara comenzó a envejecer, se le dibujaban arrugas en la cara de un día para otro, ¿era tan milagrosa el agua? El mismo proceso se estaba gestando en otras mujeres del pueblo. Al parecer la fuente mantenía la vitalidad del caserío. Fue entonces que Tamara me hizo una sorprendente confesión, tenía el doble de la edad que me había dicho al principio y me aconsejó que buscara, lejos de ella, otro destino. Cómo deseaba que esa fuente volviera a brotar para devolverles la normalidad a toda la gente del lugar. Cuando el curso de los días hizo su trabajo de deterioro, incluso en los ánimos, fue que decidí irme y olvidarme de los proyectos felices que había imaginado junto a Tamara. Le mentí que volvería pronto. Hasta que un día...

El heredero abandonó el lugar por inhóspito, supongo que adivinarán su identidad: era yo. Nada me fue mejor desde ese día que destruí la magia que hacía jóvenes a esas mujeres. Tamara creía, aunque a veces dudaba del poder de la fuente. Pero le debía mucho, porque un sueño se alimenta de la posibilidad de ser cierto. Hasta que un día...

La fuente volvió a brotar sin el mezquino dueño del lugar y el día amaneció en paz. Pero era tarde para el heredero y su amada Tamara que ya se han divorciado de la realidad.

 

 

Ya lo decía el francés André

Maurois que la vida es un

juego del que nadie se retira

con las ganancias.

 

 

 

 

La vida juega muchas

veces a las escondidas

con lo que va a suceder.

 

 

BROCHE FINAL

 

Cuando se cierra el telón y se acaban los aplausos, no saben ustedes cómo la soledad comienza a desafinar. Todo es esperar, hasta el próximo concierto en lugar a determinar, clubes en general casinos en particular que no se suspenden por lluvia, que se cancelan por falta de público o por desmanes, peleas de los achispados de siempre.

Cuando se apaga la luz del escenario, montado a tal efecto en una fiesta patronal, la cosa es distinta porque la gente es sencilla y educada, no viven apurados como los de la ciudad. Uno puede conversar con ellos y siempre anclar en los ojos inocentes de una muchacha que cree en la sinceridad aparatosa de las canciones que entono. Fue en una fiesta como esas que conocí a Laura y la recuerdo porque se acercó con una bella sonrisa para pedirme que cante un bolero: “El amor llega sin avisar”. Repase mi repertorio y créanme que conozco mucho, pero a esa canción lamentablemente no la sabía, es más, ni siquiera la conocida. Me excusé y le canté otra balada, pero parece que no le cayó bien el reemplazo. Se levantó y se fue.

Pasaron los días, cuando no, con nuevas atracciones, otros intereses puestos al servicio del cantar nocturno. Sin embargo, con los músicos que consulté, ninguno conocía ese bolero, uno me dijo algo sensato, pregúntale a tu chica si la escuchó en la radio y vamos a dar con esa melodía.La obsesión continuó y duró un año, los festejos patronales volvieron puntualmente como siempre y por suerte estaba contratado nuevamente. La buscaría y le preguntaría dónde había conocido esa canción. No fue difícil encontrarla, estaba detrás de un mostrador vendiendo comidas típicas, como sucede con la gente de pueblo que ayudan para recaudar para un hospital o una escuela. Cuando tuvo un momento libre la llamé para hacerle la pregunta del millón. Me miró con una mirada seductora ¿cómo no la va conocer? Admití mi ignorancia y la miré curioso por saber de dónde la había escuchado.

Ese bolero no existe, simplemente porque nadie lo ha compuesto todavía, me dijo, esa canción es un desafío que le presento para que me la componga.

Fue así que me convertí en compositor improvisado y no me salió tan mal, aunque no siempre me la reclaman en mis presentaciones. Sólo se la canto a ella, para enamorarla y ella se la canta a modo de canción de cuna a nuestro primer hijo.

 

A veces son las canciones

las que nos eligen y

deciden lo que vendrá.

 

 

 

PROGRAMA

Arriba el telón

La canción abandonada

El cantante y el predicador

La vertiente encantada

Amigos del jazz

Himno desencadenado

Ladrón sentimental

Modos de encontrar

Que siga la función

Sereno Canal

El unicornio azul reclama la recompensa

Alma mía

Caimanes en la leche

A esas lágrimas ya las lloré

Malos propósitos

El reloj

A esa melodía la conozco bastante bien

La máquina de preguntar

Frenesí

No me platiques más

Desencuentro

El intento

El futuro te espera

Los aretes

Un nudo en la garganta

Qué son esas palabras

La puerta se cerró

Dilucídame

Broche final

 

Fin

 

 

 

 

 

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