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VÍCTOR DESTÉFANO

  ALAS DE MARIPOSA, 2011 - EL AMOR DE UN PADRE HUÉRFANO DE HIJA -Novela de VÍCTOR DESTÉFANO


ALAS DE MARIPOSA, 2011 - EL AMOR DE UN PADRE HUÉRFANO DE HIJA -Novela de VÍCTOR DESTÉFANO

ALAS DE MARIPOSA

EL AMOR DE UN PADRE HUÉRFANO DE HIJA

 

Novela de VÍCTOR DESTÉFANO

 

 

Editor: EDITORIAL SERVILIBRO

Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Diseño de tapa y diagramación: MIRTA ROA

Corrección: AUGUSTO GONZÁLEZ

Asunción – Paraguay

Setiembre, 2011 (135 páginas)



LO ESENCIAL POR ENCIMA DE LO COTIDIANO

En un caluroso enero de 1869, el Mariscal Francisco Solano López, en medio de los inmensos humedales  Ñeembucú, toma la decisión de crear un ejército de niños y ancianos paraguayos, para mantener su orgullo personal, ante una Guerra -la de la Triple Alianza- ya definitivamente perdida, arrastrando a centenares de miles de compatriotas que terminaron para siempre sus vidas, en una descomunal masacre humana. Toda una generación desapareció de la manera más absurda y cuyas cifras reales se mantiene hasta hoy en el más profundo misterio. Momentos de decisión como estos, en los que un ser humano se encuentra frente a la fuerza peculiar de su intuición o al empuje arrollador de su acción, son los que nos llevan a las grandes encrucijadas de la vida, de la historia, pública o privada, interviniendo de manera decisiva en el curso de los hechos. Muchas veces, la influencia se produce de manera subterránea, como de oscura germinación, como los frutos que desaparecen a la vista física pero que abren su gloria tardíamente y otras que revelan una luz clara, mostrando el brillo de los grandes acontecimientos.

Personalmente tuve esa impresión, en infinidad de ocasiones, en los comienzos de los años 80, cuando tereré de por medio en horas de la madrugada, -lo que parecerá insólito para el lector en momentos mágicos en los que el amigo Víctor Destéfano nos embrujaba con la aguda puntería de su intuición psicológica, con la magia de su creatividad y la fuerza impresionante de su espíritu racional, sin por ello dejar de disfrutar del espectáculo de un pensamiento libre como el viento y extenso como el universo.

No debe sorprender a quienes conocen, o no, al músico, poeta, periodista, empresario y gestor cultural su incursión en el dificil arte de la literatura mayor a través de la presente publicación. Este creativo paraguayo, triunfador nato, a lo largo de muchos años de trabajo personal Y en diseño de numerosos mega proyectos, ha llevado al éxito todos sus emprendimientos, posicionando en lo más alto a artistas, personas comunes y empresas. No se encontrará, quizás en este libro la erudición ni las formas complejas de Augusto Roa Bastos, ni el deleite costumbrista de Gabriel Casaccia o la agudeza de la visión social altamente comprometida de Rafael Barrett, pero sí hallará, de manera plena y consistente, una ruptura de esquemas, prejuicios y ataduras, haciendo estallar hacia la liberación absoluta el más hondo dolor extraído de las profundidades de la experiencia humana.

A partir de una angustiante y dolorosa tragedia familiar, aquellas de las que marcan heridas que nunca se curan, el autor, en una suerte de autobiografía y abundante ficción, nos lleva de la mano, en forma directa, hacia profundidades del pensamiento filosófico, religioso y de la vida cotidiana. Es que Víctor Destéfano es uno de esos personajes legendarios que cada tanto Dios pone en la tierra. Su incontenible creatividad, que ha contribuido a enriquecer a muchos de sus socios, quedando el siempre con los bolsillos flacos, así como su habilidad y astucia en la gestión, llegando a convencernos, más de una vez de la posibilidad de que un ladrillo se convirtiera en un lingote de oro. Allá donde la ciencia no podría demostrar esto, lo haría la poesía.

El gran presente para todos nosotros, el de una vida doblemente vivida, es este libro fruto de sus contactos con las oscuridades más temerarias de la existencia así como de las luces del escenario más encumbrado. Un trabajo de honda serenidad, cargado de sabiduría adquirida en los terrenos de la noche, del ruido, de los fuegos de artificio, de las sangrientas heridas íntimas así como aquellos frutos de la calma observación interior. Su mejor aportación, esa sabiduría, sin aburridas disquisiciones, sino a través del más sencillo y hondo discurrir realista que ayuda a sanar, salvar, madurar y humanizar. Más allá de la búsqueda de la gala literaria, de las advertencias teóricas, de los escrúpulos sociales, el enfoque permanente se dirige hacia lo único que de verdad importa, hacia lo esencial, hacia la verdad en los términos más sinceros, a la comunicación personal de corazón abierto.

Luis Szarán

Febrero de 2011



"¿Morir será volver allá, a la vida antes de la vida?

¿Será vivir de nuevo esa vida prenatal en que reposo

y movimiento, día y noche, tiempo y eternidad dejan de oponerse?

¿Morir será dejar de ser y, definitivamente, estar?

¿Quizá la muerte sea la vida verdadera?

¿Quizá nacer sea moriry morir, nacer?

Nada sabemos. Más aunque nada sabemos,

todo nuestro ser aspira a escapar de estos contrarios

que nos desgarran "

 

Octavio Paz, Premio Cervantes 1981 y Nóbel de literatura 1990,

en su obra: "El Laberinto de la Soledad”


 

 


El cielo tenía una profundidad infinita, la noche una negrura gris de pizarra, plomiza, intensamente resplandeciente por la Vía Láctea que en conjunto con otras galaxias cuajadas de estrellas, pintaban el universo con un esplendor hipnotizante. Era otra vez una de aquellas noches mágicas, las que tanto le gustaban a Fiorella, las que juntos contemplábamos a menudo, ella extasiada por aquel maravilloso cuadro, yo fascinado por su presencia y la atención que ponía a las respuestas que daba a sus preguntas, que al escucharlas por primera vez, consideraba reveladoras. A lo lejos, las campanadas del gran reloj con números romanos de la iglesia Virgen del Rosario, dieron las nueve de la noche, la luna aun no se insinuaba en el horizonte por encima del monte cercano por donde se asomaba habitualmente en esta época del año.

Sentado en una silla, con los brazos apoyados en el respaldo, me encontraba mirando sobrecogido, una vez más, como infinidad de otras noches iguales, deshecho por la tristeza, aquella obra magnífica del creador.

- ¿Es cierto papi que cuando nos morimos nos convertimos en una estrella y las que más brillan allá en lo alto son las más felices porque saben que están en el cielo?, me había preguntado cierta noche mi hija Fiorella, veinticuatro años atrás, cuando estábamos sentados en este mismo lugar, en una noche idéntica, mirando este mismo cielo. Su pregunta me había tomado completamente de sorpresa, no podía entender cómo mi pequeña hijase atrevía a hablar de la muerte, qué podía entender ella de ese tránsito irreversible que debemos realizar todos los seres vivos que habitamos este planeta. Me había limitado a darle una sonrisa como respuesta, apretando sus manos entre las mías para que no se me escapara hacia donde ella tenía la mirada fija, extasiada igual que yo con aquella noche iluminada por millones de astros brillantes que obsequiaban sus chispas diamantinas a nuestros deslumbrados ojos. Ella solo tenía cuatro años y su capacidad de asombrarse con las cosas simples de la vida, era sorprendente y contagiante.

- ¡Egoista de mierda!, me gritó veintiún años después, en su cumpleaños número veinticinco, mirándome a los ojos, le salió del alma ese susurro que sonó con la fuerza de una explosión, retumbó en las paredes del Templo Joven de la Virgen de Schoenstatt, los santos no se inmutaron pero ese grito se quedó incrustado en mi alma, imborrable. Fue un grito desesperado que en ese instante no supe descifrar, tampoco en esa oportunidad había encontrado una respuesta para darle, ni siquiera atiné a apretarle las manos y se me escapó, se escabulló de mí hacia un mundo extraño, a un laberinto lúgubre y tenebroso donde se convirtió en una sombra, en un espejismo, en nada, llenando de lágrimas y congojas a quienes la queríamos con toda el alma, en especial a mí, su padre.

Cuando contemplo una noche como ésta, con su luminosidad iridiscente presentando al infinito con su belleza incomparable, presiento a mi hija de manera tan real que soy capaz de mantener con ella largas conversaciones, como cuando me tenía a su alcance y pensaba que yo tenía las respuestas a todas sus preguntas, que podía resolverle sus más complicados problemas, cuyas soluciones, no podían ser más simples.

Soy una persona común, como la mayoría de los seres humanos que transitan por este mundo con su universo en el alma

a cuestas sin que a nadie le importe, porque cada quien lidia cotidianamente con sus temores y desdichas, con sus múltiples problemas, perdidos en esta selva de gente indiferente natural-mente egoísta.

Soy curioso y filósofo por naturaleza, por ello me he formulado infinidad de preguntas, desde pequeño, igual que mi hija y por no saber dónde buscarlas, he encontrado en muchas ocasiones respuestas equivocadas, porque he equivocado los senderos y los tesoros ocultos en cada recodo del camino de la vida, que ya mucho he andado, se me develaron tarde porque he permanecido ciego a ellos, distrayéndome demasiado tiempo con lo fatuo y superficial, los cuales jamás llegaron a dar a mi alma lo que anhelaba con todas mis fuerzas: calma, paciencia y paz.

Demasiado tiempo permanecí atrapado por las tribulaciones, por los dolores, alegrías y placeres simples, trampas desperdigadas por los caminos del mundo, puestas como pruebas que debemos ir sorteando dentro del laberinto de la vida a cuyo final, si logramos llegar, se nos develará el Gran Plan Maestro Universal.

He pagado un precio muy alto por esos descuidos y se me revelaron solo cuando perdí lo que más he llegado a querer en este mundo, mi adorada hija. No pude ver a tiempo que el conocimiento sobre el Gran Plan Maestro Universal, estaba reservado a todos los hombres de la tierra y que cuando más simples y sencillos sean éstos, la luz se le revelará, antes que a nadie.

He tenido mis sueños y ambiciones, los he perseguido toda mi vida, solo he obtenido espejismos que se desvanecieron sin dejar rastros, sin darme cuenta, el tiempo transcurrió veloz haciéndome llegar demasiado aprisa a mis cincuenta años que, cuando joven, pensaba serían la mitad de los años que me gustaría vivir.

Tardé demasiado en entender la extraordinaria frase, Todos los plazos vencen, que había escuchado por primera vez de boca de mi maestro, cuando mi edad no pasaba los veinticuatro y mi futuro estaba por completo en mis manos, convencido de que eltiempo y la juventud se habían detenido a mí alrededor. Todos los plazos vencen, que verdad irrefutable.

Qué acertijo irresoluto es la vida cuando se la busca por caminos equivocados, qué tortuosos senderos se deben andar para llegar a ningún lado y qué limpio es el pasaje cuando se atisba a tiempo el Mapa Magistral donde está indicada la forma de arribar a sitios parecidos al paraíso, donde la recompensa será gozar de emociones que solo experimentan los ángeles. Ese es el tesoro que me he propuesto perseguir.

Mi búsqueda, cada vez más tenaz de ese mapa, ocupa desde hace un tiempo casi por completo mi vida y mi hija Fiorella es mi guía.


HUELLAS

Desde los diecisiete años, enfermo de soledad, quería tener una pareja, traer hijos al mundo para que la humanidad avance, ser el líder de una familia. No dejaba de pensar en lo que transmitiría a mis hijos en materia de educación vivencia1 a partir de mi experiencia tanto en la niñez que acababa de pasar, mi adolescencia que la estaba viviendo en ese momento a plenitud y de adulto, del cual estaba a apenas unos años. Tenía de la vida una percepción fuera de lo común; adquirí esa condición que me hacía andar un paso delante de quienes me rodeaban porque había mamado leche materna hasta los cuatro años y ese nutriente que brota de las entrañas del ser que nos ha engendrado por amor, es el único que puede aumentar la capacidad cerebral, haciendo desarrollar por completo el sentido común. Ello me hacía destacar en las actividades que emprendía y estos rasgos aparentemente sobresalientes los había confundido con virtudes y sabidurías, ese error corrompió mi ser convirtiéndome en alguien soberbio que se creía perfecto, eterno. Fue el primer camino equivocado que había elegido recorrer y los años invertidos erróneamente en esos trayectos, hoy son dolorosamente irrecuperables, pero queda el consuelo que como experiencia, tienen un valor incalculable y de ella mucho he aprendido. Cuando eso no había dimensionado aun el significado de los plazos vencen, mi juventud era un aliado fantástico y me apoyé en él con demasiada contundencia. Creía tener una clara idea de cuál sería mi actitud con relación a la manera en que tenía que desarrollar mi rol de padre para que mis hijos pudieran ser realmente felices, plenos, capacitados para tomar decisiones, ser libres, pero otra vez es-taba equivocado. En ese momento la adultéz se me presentaba bastante cercana, no más de una década y creía tener controlado mis planes, mis sueños, mi futuro, mi vida.

Desde la constelación de Orión me saludan estrellas que desde esa galaxia destellan sus brillos que ya asombraban hace diez mil años a los antiguos egipcios. Mis pensamientos vuelan junto a ellas, escudriñando esa nebulosa, haciéndome, como tantas otras veces, preguntas irreales, buscando respuestas imposibles, inexistentes.

Tengo una lección traumática en cuanto a experiencia de vida, hijo de madre soltera y huérfano de ella a los cinco años, conocí a mi padre a los ocho y viví con él desde los catorce, compartiendo primero con una hermana suya quien me devolvió el calor al alma y luego con su maravillosa esposa, mi segunda madre y sus cinco hijos, mis hermanos, disfrutando de su afecto que él se encargaba de prodigarnos a su manera muy particular. Hace tiempo que ya no está, ha muerto. Era el penúltimo de seis hermanos y fue el primero en morir. Quienes me habían dado la vida, se fueron temprano de mi lado.

Mi madre me educó bien, a los cuatro años sabía leer y escribir, vivíamos ella, yo y mi anciano bisabuelo en un pueblo perdido al norte de Paraguay, llamado Belén, cortado en dos por el Trópico de Capricornio, por el cual sentíamos un estúpido orgullo.

En ese rincón olvidado del mundo, otra de mis distracciones, además del gran globo terráqueo de color sepia que adornaba la casa y que me servía para mis fantásticos viajes, era recorrer el cementerio y contemplar por horas las tumbas, esas construcciones fabulosas, verdaderas catedrales en miniatura cuyas lápidas de mármol contenían inscripciones que databan del año mil seiscientos. No podía entender entonces como la humanidad podía ser tan vieja.

Luego de la muerte de mi madre, deambulé por más de dos años con una tía por exóticos lugares en la frontera con Brasil, en el noreste, donde ella ejercía la tarea de maestra rural. Ahí descubrí la fuerza salvaje y armoniosa de la naturaleza, la paz y sosiego que obsequiaban los bosques, el susurro placentero de los arroyos y manantiales, la presencia excitante de los animales que se tornaban salvajes solo si uno lo era y la compañía incomparable de los peces rojos y dorados que se sorprendían de mi pequeño cuerpo desnudo cada vez que me zambullía para jugar con ellos. Llegué a comulgar sin conflictos con sus leyes, pues solo tenía siete años y entonces mi conciencia mantenía intacta su iluminación. Por algo Jesús había dicho. Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos. Quizás lo dijo sonriendo. La adultez nos vuelve ciegos.

Viví después en Tacuatí, en ese lugar selvático y agreste, parecido al paraíso, encaramado a un caudaloso río, compartí con mi abuelo unos años. Fui feliz y aprendí muchas cosas de él. Me enseñó a amar la naturaleza porque él conseguía el sustento diario de las entrañas de la tierra que cultivaba con su única mano, la izquierda, porque la derecha, con todo el brazo, le había sido arrancada en una de las batallas de la guerra del Chaco. Se había casado con la viuda de mi otro abuelo, Félix y él me llevó a la capital a entregarme al cuidado de mi padre, dos años más tarde. Fue cuando mi educación marchó a los tumbos por el sistema nómada que exigía a mi progenitor su actividad laboral, ya que se dedicaba a la explotación maderera y los traslados de un obraje a otro eran bastante frecuentes.

Un meteorito cruza raudo el firmamento para hacerse añicos contra la atmósfera, sumándose con su pirotecnia magnífica a aquel espectáculo celeste que me llena el alma de una nostalgia y pesadumbres infinitas, porque creo oír el grito de sorpresa de mi hija Fiorella cuando sus tiernos ojos presenciaban aquel evento del cosmos.

Uno de los innumerables hechos que hoy me sorprende en mi rapidísimo medio siglo de vida transcurrido, es entender el carácter, el comportamiento, los diferentes estados de ánimo como la violencia, la ternura y muchas actitudes ciclotímicas que observaba en mi padre, en aquel entonces, en mi pre adolescencia, cuando él tenía menos edad de la que yo tengo hoy. Ahora puedo comprender sus horas de pensamientos en soledad, analizando quizás en qué momento del camino sus sueños quedaron hechos pedazos. Puedo entender sus lágrimas cuando evocaba sus momentos más felices que irremediablemente se habían ido y eran irrecuperables. También comprendo sus viajes inventados, quizás para estar a solas consigo mismo y sentirse un poco más libre, menos presionado, menos prisionero de sus circunstancias y luego volvía a casa, renovado. Mantenía las ventanas de sus emociones abiertas y por ahí dejaba entrar amores furtivos, los cuales, más que aventuras, eran ratificaciones de su valor como varón querible, digno de amor y afecto. Nosotros lo extrañábamos muchísimo cuando se ausentaba en esos viajes. También hoy comprendo que éramos parte de sus mayores alegrías y frustraciones, éramos, por un lado, sus cadenas a la libertad y por el otro su felicidad más absoluta. Éramos su esfuerzo más intenso que siempre resultaba poco para nuestras muchas necesidades, éramos también responsables de su confusión entre salir a volar por el mundo o quedarse con nosotros para siempre. Hoy comprendo todo eso, quizás mucho más y también me pongo a llorar. Mis hijos aún no entienden por qué.

Quizás el trasbordador, la estación espacial que están construyendo o algún satélite de comunicaciones o espía, traza su órbita a más de cuatrocientos kilómetros de altura, su brillo es tanintenso y hermoso que mis explicaciones apenas convencen a Fiorella. Mi hija no entiende cómo aquella estrella tan brillante que surcaba el cielo podía haber sido puesto ahí por las manos del hombre, ¿acaso Dios no era el único que había construido el universo?

Estaba convencido que iba a dejar profundas huellas en mi paso por este mundo, hoy me doy cuenta de que no hay huella más profunda que los hijos, al traerlos al mundo contribuimos para que la humanidad siga su curso. El que no tiene hijos se extingue, su historia en la creación acaba con él, no trasciende y es capítulo cerrado en la carrera de la especie humana.

Fiorella fue mi primera hija con quien conviví desde su nacimiento, a partir de un catorce de febrero, día de San Valentín, protector del amor, así de gloriosa fue su llegada al mundo. Fue un día deslumbrante y especial para mí. Iba a ser padre responsable por primera vez. Ya era padre soltero pero ahora estaba casado y vivía en pareja, por lo tanto, todos los detalles que hacen a esta circunstancia como trámites del hospital, internación, parto y pos parto había corrido por mi cuenta, era una novedad y me sentía el hombre más pleno del mundo porque podía ocuparme del nacimiento de mi hija, sus cuidados inmediatamente posteriores, acompañar su crecimiento en la niñez, evaluar y resolver todos sus problemas y fundamentalmente, ocuparme personalmente de observar su educación a lo largo de su existencia que le iba a tocar vivir conmigo, más o menos hasta los veinte años y luego soltarla a enfrentar al mundo y conquistarlo, para lo cual yo me iba a ocupar de prepararla cuidadosamente. Tenía muy claro lo que iba a ser la vida de mi hija al tenerme a su lado. Estaba convencido de que lograría todas las metas que se propusiera, mientras iba creciendo segura y amparada por todos los cuidados primordiales y afectos más cálidos que yo le iba a prodigar, pero creo que no dimensioné esta magnífica teoría y al no llevarla a la práctica como debía, porque no hice lo que debí hacer en su debido tiempo, se transformó en un deseo romántico que no sirvió para nada.

Para mí, todos estos trabajos, de los cuales tenía que hacerme cargo, eran asombrosamente fáciles y lo que era más, sumamente agradables ya que se trataba de mi propia hija a quien amaba profundamente y con solo contemplarla en su cuna por las noches, durmiendo con ese gran adminículo en la boca, hacía que me invadiera una gran satisfacción, alegría y felicidad.

Me casé a los veintiséis años, casi la edad que tenía mi padre cuando vine al mundo y puse a rodar mis planes como siempre hice hasta ese entonces. Esta vez había optado libremente dejar de ser el lobo solitario y autosuficiente que era, para convertirme en compañero de vida de la mujer que había elegido. Bien preparado, ya había leído infinidad de libros que enriquecieron mi espíritu, educado con nivel universitario y próspero económicamente desde adolescente, haciendo lo que siempre había soñado hacer, tocar la batería en un grupo de música, había compuesto canciones que sonaban exitosas en las emisoras de radio, era famoso y ganaba el suficiente dinero para tener el control de mi existencia, creía que lo tenía todo y ello me hacía sentir completo.

En mi corto transcurrir por la vida había logrado mucho, me hice músico profesional desde los dieciséis años y desde entonces viví sin el apoyo afectivo ni económico de nadie.

Fui padre soltero a los dieciocho, desde los diecinueve me hice completamente independiente y resolví todos los problemas por mi cuenta, era líder en el grupo de música, en la universidad y entre mis amigos.

Me sentía pleno y con total confianza en tomar decisiones, como la de formar un hogar y ocuparme de hacer feliz a quienes estuvieran a mi alrededor, mi familia en primer orden, es decir, mi esposa y mis hijos. Estaba enamorado, por lo menos así lo creía, pero esa circunstancia que consideraba egoísta no meafectaba en lo más mínimo, me sentía complacido y feliz. El panorama para mí, como padre responsable de mi primera hija, parecía absolutamente claro y todo era cuestión de esperar que transcurriera el tiempo y como iba a estar siempre a su lado, el discurrir de su vida por este mundo iba a ser fácil y sencillamente maravilloso, o por lo menos así lo imaginaba.

- Claro mi cielo, solo Dios pudo construir el universo, pero no debes olvidar que el hombre, nosotros, fuimos hechos a su imagen y semejanza y tratando de complacerle, porque nos ha dotado de una inteligencia superior al resto de los seres vivos, hacemos denodados esfuerzos en copiar, aunque sea en una dimensión muy pequeñita, lo que Él es capaz de realizar con su infinito poder:

- ¡Papi! - me decía mirándome a los ojos, admirada y lo que ella consideraba otra reveladora respuesta, la guardaba como un tesoro en su alma de ángel.

La primera falta grave que cometí desde el principio fue la de haber subestimado al amor. Lo consideré un complemento no vital y no lo cultivé, no lo cuidé, pensé que una vida en pareja era únicamente asumir responsabilidades y apuntar a un objetivo común, suponiendo que yo era el jefe y mis criterios, forma de ver las cosas y la vida, teniendo en cuenta mi mayor edad, que no quiere decir tener mejores experiencias, bastaba para que mi esposa se hiciera y comportara a imagen y semejanza mía. Eso no era amor.

Creía que si yo actuaba responsablemente, podía exigir que se realizaran las cosas de la manera en que yo consideraba eran las correctas. No tuve en cuenta, no lo sabía que los errores cotidianos de la pareja podrían ser minimizados únicamente por amor. En esta circunstancia, carecía de ese sentimiento mágico y sobrenatural que hace que uno ponga sus mejores esfuerzos al servicio del otro. Para mí era hacer el intento cada uno por su lado y el que no satisficiera las reglas, era simplemente un inepto, un incapaz o un traidor al matrimonio y a la familia.

Me sentí insatisfecho al poco tiempo y todos mis planes se fueron desbaratando uno a uno. Fiorella estaba en el medio de esa tormenta y creo que los tres que componíamos la empresa familiar sufrimos lo suficiente. La tarea de formar un hogar, una familia, requiere de un elemento vital en el hombre y la mujer: amor, profundo amor, sin desviarse de sus reglas y exigencias, el cual hará superar las pruebas más difíciles, y cuando uno tiene esa edad en que recién se ha cruzado el umbral de la adolescencia, es muy difícil discernir entre lo que es amor y entusiasmo arrollador. Nosotros nos teníamos un gran cariño, estima y respeto y todos esos sentimientos lo habíamos confundido con el amor, o teníamos amor y no lo supimos fortalecer. Amor es el elemento vital, o las tres patas de la mesa con que se debe emprender la inmensa tarea cíe casarse, formar una familia, saber llevarlo con equilibrio, sin gastarlo con acciones innecesarias que puede tornarlo en el sentimiento más doloroso y destructivo. Sería fantástico que mis hijos y todos los jóvenes del mundo aprendieran esta lección. ¡Se ahorrarían muchos problemas existenciales!

- Papi, ¿dónde estamos nosotros?, ¿alguien de aquellas estrellas también nos ven como nosotros les estamos viendo?, ¿nosotros también vivimos en una estrella?

Cuatro años después nos separamos. Tuve la fortuna de que mi ex pareja me hubiera planteado que Fiorella decidiera con quién vivir, pues conocía el apego que mi hija tenia conmigo y yo con ella. Con esta decisión, mi esposa me demostraba el aprecio y cariño que me tenía. Nuestro fracaso como pareja no necesariamente debía implicar destruir todo el entorno. Obviamente el elegido fui yo, el padre permisivo que mimaba a su hija en horas inadecuadas - al regreso de mis actuaciones a las tres de la madrugada la despertaba para jugar con ella - llevarla a lugares inadecuados - de vez en cuando a mis presentaciones en vivo, sentada a mi lado, cerca de la batería donde quedaba fascinada con los platos y tambores, permaneciendo despierta hasta altashoras de la madrugada - le daba de comer alimentos inadecuados - helados, chocolates, dulces, caramelos - y le permitía dormir o despertarse cuando ella así lo decidiera. Sencillamente porque a Fiorella le encantaban estas indisciplinas, optó por vivir conmigo. Tenía apenas tres años y yo ya  era su héroe.

Siempre me cuestionaba si este comportamiento mío con ella era el correcto o estaba inculcando a su frágil espíritu, errores que en el futuro pudieran ocasionarle algún tipo de daño irreparable. Fue el doctor, quien luego de su primera crisis, a los veinticinco años, y haciendo terapia juntos por consejo de él, me había devuelto la paz al afirmarme que mi manera de ser con ella cuando pequeña, era la más grande y clara demostración de amor que un padre podía hacer con su hija. Ese día, en el consultorio médico, nos abrazamos y lloramos desconsolados, como siempre lo hacíamos cuando nuestras almas se llenaban de felicidad.

El tiempo pasó, porque los plazos vencen, y su andar por la vida, en especial su dedicación a los estudios y el cultivo espiritual de su alma, la han ido madurando hasta convertirla en un ser humano bello, con un espíritu rebozante de amor a Dios y a la vida. Empezaba a prepararse para ser un Almabuena.

- Donde vivimos es el planeta tierra, no es una estrella, las estrellas tienen luces propias, los planetas solo brillan porque reflejan la luz del sol que también es una estrella, los planetas, como la tierra, son cuerpos celestes opacos, no tienen luz propia.

Luego de mi matrimonio de cuatro años, transcurrido un tiempo, formé un nuevo hogar y Fiorella compartió mi felicidad con mi nueva pareja con quien se llevó bien en el balance general. Gloria, mi segunda esposa, puso todo de sí para alejarse de la odiosa figura de madrastra, porque me amaba y eso implicaba amar todo lo mío. No sé si lo ha logrado, aunque en muchas oportunidades, mi hija dejó constancia del gran cariño que le tenía.

Fiorella había tenido desde que nació todo mi apoyo para cualquier deseo suyo, incluso los más caprichosos como los que yo había tenido a su edad; estos últimos fuimos tratando de sacárselos con el correr de los años, a medida que ella iba creciendo y se volvía consciente de las actitudes que asumía.

Fue a varios vuelos acompañando a Gloria en su trabajo de azafata, además de presenciar en muchas oportunidades las actuaciones en vivo de mi grupo, sentada a mi lado, aplaudiendo mi desempeño en la batería. Vivía aparentemente feliz en su nuevo hogar y antes de cumplir cinco años, llegó su hermana Giovanna y en la casa de su madre, su hermana Celeste.

Su entorno parecía feliz porque tenía        a su madre al alcance de las manos, además del apoyo de Gloria y mi presencia que para ella era insustituible. Vivió con nosotros hasta los dieciocho años, alternando con períodos cortos en lo de su madre. Cuando su abuela, la madre de su madre, enviudó, le pidió que fuera a vivir con ella a su casa en las afueras de la ciudad. Lo hizo cuando culminó sus estudios de bachillerato. Desde entonces la acompañó en sus ratos de soledad, prodigándole todo el cariño que ella tanto sabía dar.

Nos veíamos con mucha frecuencia y nos hablábamos por teléfono e Internet, varias veces en el día, manteníamos con la nueva familia de su madre una excelente relación, ya que ella es la asistente de quirófano de mi hermana, cirujana plástica, y cuando nos reuníamos toda la familia, dos veces al mes, Fiorella sentía que la suya era la más numerosa.

No puedo dejar de contar cómo se fue desarrollando en la vida. Fue muy prolija y dedicada en sus estudios, desde el principio sobresalió como una buena estudiante, seria, responsable y de buena conducta. Terminó el bachillerato como técnica en informática e ingresó a la carrera de administración de empresas porque su sueño era trabajar en un banco. En sus ratos libres y en sus vacaciones tomaba todo tipo de cursos y asistía a seminarios, ni bien su currículo fue lo suficientemente interesante, lo distribuyó en las consultoras más importantes y al poco tiempo fue contratada por el Citibank, su sueño desde pequeña, en donde estuvo un par de años. De ahí pasó, seducida por una mejor oferta, al gigante mundial inglés, Lloyds Bank, de donde fue a unaorganización no gubernamental de origen internacional con una remuneración que fácilmente duplicaba sus ingresos anteriores. Su sueño de trabajar en un banco lo había logrado con creces, ya que formó parte del staff de los dos mejores grupos financieros del mundo.

Ni bien sus ingresos fueron acumulándose,        me pidió que le asesorara en la compra de su primer automóvil, ese día fue glorioso para ella. Sólo le faltaban algunas materias para culminar su carrera universitaria. Al lograrla, lo íbamos a festejar haciendo juntos uno de sus grandes objetivos, El Camino de Santiago, como le había prometido en su adolescencia, cuando había quedado fascinada con la lectura de El Peregrino, de Paulo Coelho. Me imaginaba que no iba a poder resistir la emoción de ver a mi primera hija con su toga de profesional universitaria, su valor en el mercado se iba a disparar y sus perspectivas laborales en la vida se ampliarían hasta el infinito. Sin lugar a dudas iba a tener una gran calidad de vida.

En ese momento era completamente plena y feliz porque estaba contenta con todo lo que había logrado, era mi orgullo más preciado y conociendo sus emociones, se explicaba por qué a los veintidós años no tenía novio o si los tuvo, no duraron más de lo previsto; sabía que tenía que enamorarse, sabía que el amor era lo más importante en la vida del ser humano para querer compartir con alguien y formar una familia. Ese sentimiento, a esa edad, aun no lo había conocido, pero sabía que no había que buscarlo, que lo encontraría en el momento menos esperado. Su manera de pensar era adorable.

- Pero papi, ¿la tierra es el único planeta en el universo, el único astro opaco que no tiene luz?, en el cielo parecen que todos son estrellas, ¿acaso no ves sus brillos al mirarlos?

En su afán de conocerse, conociendo otras personas en su hábitat, la llevó a emprender un viaje de seis días formando parte de una delegación que aceptó el desafío de ser partícipe de una organización llamada Misión Universitaria. Jóvenes católicos devotos de la Virgen de Schoenstatt, cuyo objetivo era interactuar con los compatriotas que vivían en zonas rurales y que luchaban con total desencanto contra las adversidades y los déficit de toda índole que tenían en sus vidas de desposeídos. Fueron seis días que dieron un rumbo definitivo a su vida de ser humano que había logrado mucho y por lo cual todos los días demostraba estar agradecida.

Fueron casi un centenar de estudiantes universitarios de diversas carreras y posición social, entregados a Dios; jóvenes decididos a comprender el verdadero sentido de la vida y del transcurrir por este mundo, fueron seis días llenos de espiritualidad que conmovieron los sentimientos más recónditos de cada uno de los participantes y al cabo del mismo, en un hecho mancomunado se dieron cuenta de que una parte vital del Gran Plan Maestro Universal consistía en invertir Vida en Otras Vidas. Con esta conclusión, mi hija me había dado la primera gran lección de mi vida y en ese entonces, inconscientemente, porque mi mundo de fantasía me tenía completamente atrapado, había desviado mi atención hacia horizontes oscuros. Rechacé la llave que me ofrecía y que servía para abrir una de las puertas que conducía directo al Mapa del Tesoro de la Vida. En muchas otras oportunidades me seguiría dando constantemente señales similares y solo les presté atención, una vez que ella se fue de mi lado para, siempre.

De qué manera puedo ayudar para que un hermano mío, un ser humano de mi misma especie, llegue a ser más digno, menos sufrido y con más esperanzas en la vida y el futuro - era el razonamiento a que habían llegado- de qué manera puedo dar aunque sea un poco, de lo mucho que yo he recibido y que egoístamente me guardo sin querer compartir, disfrutando mi bienestar sin importarme que otros lloren, sufran y vivan sin ilusión ni esperanzas de alcanzar jamás una vida mejor para ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos. En ese viaje extraordinario se dieron cuenta que había una forma: pensando en los demás, invirtiendo un tiempo en instruir y enseñar. Mostrarles con el ejemplo, que con mi ayuda y tu dedicación y esfuerzo, puedenencontrar la motivación necesaria para emprender el camino y escalar la montaña en cuya cumbre les esperará otro tipo de vida, más cálido, más confortable, menos sacrificado, más alegre, más reposado, más humano.

De vuelta a su trabajo y haciéndose asesorar por algunos directivos con más experiencia de su compañía, la cual se dedica a convertir los sueños de los emprendedores en realidad, se puso a investigar qué actividad podría poner en práctica en esa comunidad de campesinos y que a corto o mediano plazo fuera lo suficientemente rentable y sostenible, que les sirviera para cambiar sus condiciones de vida, tanto a ellos como a sus descendientes. Con sumo agrado, un grupo de asesores le habló de un fruto maravilloso que estaba cambiando la vida de muchas personas en América Latina: la Macadamia, un árbol cuyo fruto parecido a la nuez, era la nueva estrella de los países donde se adecuaba a la perfección como cultivo alternativo, que en un plazo de siete años empezaba a dar beneficios tan importantes, por los próximos setenta años, cuya demanda mundial, la oferta aún no ha podido dar abasto.

Esta fue la actividad, en aquel entonces, donde se enfocó mi hija para ser útil a sus hermanos menos privilegiados. Había logrado convertirse en un Almabuena.

Nunca la vi tan plena y feliz. Estaba segura que alguien le iba a dar la fuerza para que su misión arribara a buen puerto, como todas las otras metas que se había ido fijando y las había ido cumpliendo una a una. Este proverbio chino que dice: Si quieres ser feliz por una hora, duerme una siesta, si quieres ser feliz por un día, vete a pescar; si quieres ser feliz por un año, hereda una fortuna, si quieres ser feliz para siempre, ayuda a otros, es como si hubiera sido escrito para ella.

Muchas personas del ámbito empresarial, cuando me encontraba con ellas en algunos eventos, me comentaban lo capaz y eficiente que era mi hija, lo cual me hacía sentir muy orgulloso de ella. Cómo no adorar a mi hija Fiorella.

En mi cumpleaños número cincuenta me envió una carta que no me he cansado de leer una y otra vez y lo seguiré haciendo mientras viva, pues es mi comunión con ella, algo vital para mi alma, para mi supervivencia.

Quiero desearte lo mejor en el día de tu cumpleaños y agradecerte por todo lo que hiciste por mí, esos tres años de tanto afecto, cariño, mimos y malacrianza, como decía ese artículo del periódico, me bastaron para ser lo que soy, gracias a vos, papá. Gracias por tantas veces que me hablaste, me apoyaste en mis ideas, me ayudaste a componer esa música para el tole, me llevaste al cine, al parque, por tantas veces que me contaste el cuento del ratoncito cito y por todas esas veces que me escuchaste y me regalaste tus sabias palabras.

Yo digo que si Dios le da un papá así a todo el mundo, este mundo sería un paraíso, ¡esa es la verdad!

Cómo no crecer feliz y seguro de uno mismo sabiendo que tu papá va a estar siempre ahí, para mimarte, consolarte y encaminarte por el camino que más te conviene.

 

Sos el mejor viejo!

¡¡Muy feliz cumpleaños!!

Tu hija que te adora.

Fiorella

 

Cada vez que leo estas sencillas palabras de contenido inmenso, debo inventar nuevas lágrimas para lavar los recuerdos desgarradores.

La luna asomó de golpe su gigantesco disco de plata haciendo huir con su luz reflejada del sol a millones de estrellas que fueron opacadas por ella. Era julio, mes en el que el satélite terrestre se aproxima a la tierra miles de kilómetros, razón por la cual la NASA elegía esta época del año para los viajes de los Apolos en su travesía lunar y por lo mismo su tamaño era tan descomunalque hacía estremecer a Fiorella, cuando aparecía de repente en el horizonte, en la negrura de la noche.

Para casarme yo había terminado una relación de noviazgo con una hermosa adolescente, casi niña, morena, simpática y agradable, nueve años menor que yo, vecina mía y la mejor amiga de mi hermana. Esa relación que duró dos años y que terminé abruptamente porque mi entusiasmo se trasladó a la universidad en donde entablé relación con una compañera, candidata a delegada de curso con quien dirimí el cargo en unas reñidas elecciones en la cual fui el elegido. Fue con ella con quien contraje nupcias tiempo después y el fruto de esa unión fue Fiorella.

Durante el tiempo que duró mi matrimonio, mi ex novia ingresó a trabajar en una compañía aérea y recorrió el mundo. Dos años después se casó con un compañero de trabajo, no tuvo hijos y cuando se enteró que mi relación matrimonial había terminado, tomó el primer vuelo de Europa, se comunicó conmigo para desearme suerte en el futuro y que si era de mi agrado, podíamos salir y conversar como dos viejos y buenos amigos. Para ella yo era un libro que no había terminado de leer y esta era la oportunidad de retomar el capitulo en donde yo le había cerrado en contra de su voluntad, dejándola con la incertidumbre y la curiosidad de conocer cómo terminaba la obra.

Nos encontramos luego de cuatro años, ella tenía veintiuno y yo treinta y en los diez días que duraron nuestros encuentros para contarnos nuestras desdichas, yo me di cuenta que ella era la mujer de mi vida y que yo fuera el hombre de sus sueños a ella nunca le asaltó la menor duda, ya que cuando se comprometió en matrimonio, había jurado en su intimidad que esa relación duraría lo que yo tardara en recuperar mi libertad y así fue. Experimenté con ella el amor Eros, con el tiempo se sumó Philos, y Ágape completó nuestra magnífica relación

Pasamos a vivir juntos y desde entonces han transcurrido veintiocho años, Giovanna, Giannina y Renzo son los frutos de nuestra gran unión. Con Gloria conocí y vivo el amor con todas sus consecuencias agradables y dolorosas, ella es mi oasis más tranquilo y mi mar más tormentoso, con ella me siento como deslizándome en un tobogán de dicha y placer y escalando a la vez la montaña más empinada y agreste. El amor que vivimos es, por sobre todo, el motor que nos impulsa hacia adelante y nos hace contemplar a nuestros hijos como los logros más preciados y no nos damos cuenta de cuánto pasó el tiempo. Cada día es como el primero, no importa que hayamos llorado o reído, hacer juntos tantas cosas es simplemente reconfortante, me encanta reír con ella, reñir con ella, llorar o beber con ella. Cuando el amor es verdadero, sencillamente todo su entorno es agradable y el tiempo antes que pasar, se detiene y a uno nunca se le acaban los planes porque día a día es hermoso compartir lo esperado y lo inesperado.

Veintitrés años después le propuse matrimonio, lloró y se conmovió profundamente, el quince de agosto, día en que iría a cumplir cuarenta y cuatro años, el representante de la ley nos preguntará si prometemos amarnos y respetarnos, en la salud y la enfermedad, en la prosperidad y la pobreza, en la alegría y la desdicha y cuidar uno del otro hasta que la muerte nos separe; como ya pasamos por casi todas esas pruebas, diremos que si. Edgar Nilton, Fiorella, Giovanna, Giannina y Renzo, van a integrar el cortejo. El amor es un sentimiento mágico que hace sonreír al alma.

Fiorella nos escribió una carta dulce y conmovedora, en vísperas de la boda, nos emocionó por la profundidad e importancia de su contenido.


CARTA PARA TÍA GLORIA Y PAPÁ

Les quiero dar las gracias y decirles que me siento inmensamente feliz por los dos, gracias por enseñarnos a nosotros, sus hijos, lo que significa el amor. Ese sentimiento tan bello que hace de la vida un camino más fácil de andar, ustedes son nuestro ejemplo, gracias a ustedes nosotros podemos creer plenamente que se puede, siempre tratándose bien, con cariño y sobre todo, respeto frente a toda circunstancia, pasando los obstáculos juntos sin tirar todo por la borda como hacen muchas parejas, gracias por mostrarnos que caminar juntos por la vida es mucho mejor que caminar solos.

Tía, gracias por aguantar los viajes de papá, las noches que tuviste que pasar sola porque papá tenía que trabajar, gracias por ayudarlo siempre en todo sentido y haber sido su apoyo su consejera muchas veces, gracias por ser tan emprendedora y trabajadora, es la verdad y con ustedes se cumple el dicho de que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer, gracias por haber sido muchas veces mi mamá y por darme ese abrazo cuando lo necesité.

Papá, gracias por ser comprensivo y por haber respetado la carrera que tía eligió y que le dio tantas alegrías y satisfacciones, gracias por cuidarnos a las tres cuando ella no estaba, gracias por llevarnos al cine, al parque y a patinar tantas veces, estoy segura que esos recuerdos son los más valiosos que tenemos las tres.

Muchísimas felicidades por el día de su casamiento, ese día que será no sólo especial para ustedes sino también para nosotros. Espero que sigan así, demostrándose siempre su cariño, respeto y comprensión. Gracias papá por ser tan respetuoso, por contener y por hacer feliz a la mujer a quien elegiste como compañera. Gracias tía por sentir ese amor increíble por papá y por haber hecho todo lo que hiciste por él, sos única, estoy feliz de saber que una mujer puede seguir tanto tiempo enamorada.

Gracias a los dos por ser como son. Muchísimas gracias por regalarnos su ejemplo de vida y de amor.

Su hija que les adora.

Fiorella.

14 de agosto del 2002.


El profundo amor que une a una pareja hace que sus hijos sean quienes reciban el retorno más positivo en cuanto a afecto. El amor es dar y recibir y esa sinergia prodiga una energía tan reconfortante que todo el ser se positiviza en su dimensión más cálida, haciendo fluir las sensaciones más placenteras. Al juntar ambas fuerzas energéticas para volcar en ellos, los hacen inmensamente felices porque perciben el gran cariño que se les brinda y lo más maravilloso, conocen la fuente de donde proviene.

Desde que Fiorella nos abandonó, todo ha cambiado, hasta el amor ha abandonado mi corazón, y con el alma rota, no he podido volver a ser lo que siempre fui y desde entonces me he lanzado a la búsqueda del Gran Tesoro y de a poco he ido armando el rompecabezas que espero completar en esta vida, para poder renacer.



………………… .



EL PRINCIPIO DEL FIN

 

Encontré a mi hija oculta por los altos pajonales en los fondos del jardín de la casa de una tía de ella, en las afueras de la ciudad donde se había ido a refugiar buscando paz y tranquilidad. Me habían llamado que fuera urgente hasta ese sitio, solo unos días después del encuentro que tuvimos por su cumpleaños número veinticinco en el Templo Joven de la Virgen de Schoenstatt. Estaba acostada en posición fetal, completamente empapada, hundida en el fango negro y pestilente por los abonos orgánicos que usaban en aquel huerto para fortalecer las flores, luego de las últimas intensas lluvias caídas. De tanto en tanto se restregaba en el barro de manera violenta como si quisiera volver a donde ella creía pertenecía, las entrañas de la tierra. Su larga y ondulada cabellera color castaño la tenía enmarañada y a dentelladas se arrancaba manojos de pelo que escupía con rabia, mientras se llenaba de arañazos el cuerpo. El fuego que ardía en su psique, y que empezó a expandirse hacía unos días, en aquella ceremonia sagrada por el día de San Valentín, en su cumpleaños, había devorado su ser y lo que yo tenía ahora ante mis ojos, no era más que las cenizas de alguien a quien amaba con todo mi corazón, mi adorada hija.

De nuevo tuve que luchar contra el temblor y pánico sin límites que se apoderaron de mí en ese instante desgarrador, contemplando a mi querida hija en aquel estado deplorable, pensando que me iría a dar de nuevo aquellos ataques donde mi corazón salía disparado con latidos incontrolables, a la par que mi cuerpo sufría una alteración que me empapaba en sudor, dejándome paralizado como si estuviera acorralado por un peligro mortal. Sin embargo no fue así; me sobrepuse de inmediato, me arrodillé al lado de mi pequeña embargado de una fuerza que no supe de donde la saqué, quizás intuí que esa era la única manera de ayudarla, permaneciendo fuerte, erguido y mis ángeles vinieron a darme una mano ante mi desesperación sin límites. La alcé en mis brazos arrullándola con palabras dulces dejando que mis lágrimas fueran cayendo en su rostro cubierto de barro, tratando de calmarla para que volviera a la realidad, implorando que aquella crispación y angustia que la hacía gemir como un animal mor-talmente herido, se le pasara. Rogué que pudiera mirarme de nuevo con el profundo amor con que lo hacía siempre y no como ahora, como si tuviera delante de ella a un monstruo aterrador y desconocido, de cuyas garras se debatía en forma frenética, tratando de escapar de su abrazo mortal.

Tardé un largo tiempo tratando de apaciguar su corazón, hablándole a su alma para que la calma volviera a su espíritu. Ellasollozaba y temblaba como si estuviera prisionera en una pesadilla atroz de la cual trataba desesperadamente despertarse, pero no lo podía conseguir. Su tez había adquirido un color extraño que pude observar cuando aparté el barro de su rostro y sus labios mostraban las heridas que se había hecho con sus dientes en el peor momento de su crisis.

-¡Papito, me han aceptado en el banco, de los ciento cincuenta que habíamos calificado, yo fui la elegida, papá, que te parece!

- Mi vida, estas consultoras saben lo que hacen, sus expertos se guían exclusivamente por las capacidades de los profesionales que se postulan y si te han elegido es porque eres la mejor, ¡te felicito mi cielo, estoy muy orgulloso de ti!

Mirando atrás en el tiempo, parecía que fue ayer cuando me comunicaba con toda la alegría del mundo que había logrado su primer empleo en el banco donde siempre había soñado trabajar.

Cuando la calma fue inundando de a poco su corazón, arribaron su madre y su tía Teresa y su hijo Rubén, luego de un viaje en auto de cuarenta minutos. La levanté en mis brazos, ella rodeó mi cuello y me dijo quedamente, con dificultad, como si estuviera emergiendo desde el fondo de un lago oscuro donde estuvo a punto de ahogarse, ¡papito, estás aquí! y dio rienda suelta a su inmenso dolor llorando de manera compulsiva, con sonidos guturales que le salía del fondo del alma, desgarrando su garganta, destrozando su ser, como si de nuevo volviera a sumergirse en la oscuridad.

Ya en el auto rumbo a una clínica, seguía gimiendo pero la calma volvía poco a poco a su alma, sus pensamientos aun no estaban ordenados, movía la cabeza de un lado a otro, a veces posaba los ojos en mí, extendía las manos y me acariciaba el rostro y volvía a hablar - ¡papito, ¿qué me está pasando?!- me decía y empezaba de nuevo a llorar de manera desconsolada, pero ya era ella de nuevo. Yo entendía el tremendo dolor de mi hija, rogaba al cielo que me traspasara todos sus males, yo ya había vivido mucho, no necesitaba vivir un segundo más, si eso lograba aliviarla, yo estaba dispuesto a entregarme a quien fuera para ocupar su lugar en el acto. Apretaba su rostro contra mi corazón y le acompañaba en el llanto llorando como un niño, sin vergüenza, contemplando su frágil figura dominada por males desconocidos, poseída por poderes oscuros que trataban de arrebatarle todo lo que ella era.

- ¡Papi, lo logré, mi sueño de trabajar en este mismo banco lo he logrado, soy inmensamente feliz papá!, ¿ puedes creer?, ¡Te quiero papito!.

Esos recuerdos pasaban por mi mente como ráfagas candentes que incendiaban mi corazón, no podía entender cómo pudo haber sucedido esto, por que las sombras oscuras y destructoras tomaron por asalto su cuerpo y su alma, cómo alguien tan valioso podía ser presa de un mal tan perverso, que anidado en su conciencia, trataba de borrar su mente para convertirla en nada, no es posible, era completamente irracional.

Entró a la clínica siquiátrica por sus propios medios, caminando con dificultad apoyándose en mí, con pasos lentos. Era como si hubiera sido arrollada en un accidente, estaba maltrecha, su cuerpo delgado que reflejaba los días que habría estado sin ingerir alimento, lucía como la de una niña púber, como cuando fue a Disneyworld.

- Ya estoy bien papito, perdóname papá, ya estoy mejor, ya estoy mejor papito, perdónenme, perdónenme - repetía como si fuera una oración y volvía a llorar, ella que nunca quería molestar a nadie, pensaba que con lo que le estaba ocurriendo era culpable de ocasionar problemas a quienes debíamos cuidarla. Lloraba un llanto triste, melancólico, como si hubiera perdido algo sumamente valioso, irreemplazable, lloraba con una pena que laceraba mi alma, lloraba porque la suma de sus angustias había explotado luego de veinticinco años. Le acompañé en el llanto, estaba en comunión con ella, lo que ella sentía, me transmitía de manera clara y perfecta, mi hija sufría, yo también, mi hija se había enfermado, yo debía permanecer sano porque debía cuidarla, sacarla

de esa situación, recuperarla para que de nuevo fuera feliz, para que de nuevo tuviera sueños y las fuerzas para llevarlos adelante. Iba a estar a su lado y no me rendiría hasta librar la última batalla de liberación contra los feroces enemigos invisibles que habían invadido su ser y que ahora habían empezado a tratar de llevarla a valles oscuros y extraños. No lo iba a permitir.

Pero mis esfuerzos, ni el de los demás alcanzaron, ella necesitaba más que consultorios médicos y pastillas que solo conseguían aplastar su voluntad. Lo que ella necesitaba, lo había perdido muchos años atrás y al saber que no lo iba a recuperar jamás, se lanzó al vacío con sus alas de mariposa y fue directo a brillar al cielo, como otras tantas almas buenas convertidas en estrellas, como ella creía ocurría, y yo la voy a descubrir en algún rincón del cosmos, por eso escudriòo el universo cada noche y lo seguiré haciendo en tanto logre seguir manteniéndome con vida,

Fiorella Destéfano Domínguez, falleció trágicamente al arrojarse del último piso del imponente edificio de la casa central del Citibank, empresa donde había soñado, desde niña, trabajar y que varios años antes de éste suceso trágico, había conquistado su primer empleo.


 

FIORELLA MI HIJA ADORADA

 

Estaba convencido que todas las conquistas que lograste y que ibas logrando en tu vida, tu título universitario, tu extraordinaria preparación para sobresalir como profesional en los importantes cargos laborales donde te desempeñaste, tu dedicación a las misiones universitarias, tu fe en Dios y en la humanidad, te habían dotado con alas de águila y no había padre más orgulloso que yo.

Te pido perdón por no haber podido escuchar tus desesperados gritos de soledad, ni ver tus frágiles alas de mariposa que se hicieron pedazos, al igual que tu alma, cansada de tantas incomprensiones.

Jamás te podré olvidar

Su padre publicó este obituario en el diario ABC color

de Asunción Paraguay, al otro día de su fallecimiento



INDICE

DEDICATORIA

PROLOGO

EVOCACIÓN

HUELLAS

COMO LLUEVE EN EL TRÓPICO DE CAPRICORNIO

EL MIEDO

SEÑALES

ALMA BUENA

LAS TRES CORONAS

EL TORMENTO

E L NIDO

LA MÚSICA

EL HÉROE

TRANSFIGURACIÓN

MOMENTOS

PEREGRINACIÓN  I

LA CARTA

LA VIDA

EFECTO MARIPOSA

EL PRINCIPIO DEL FIN

FIORELLA MI HIJA ADORADA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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