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LORENA SOLER

  ¿EL MITO DE LA ISLA? ACERCA DE LA CONSTRUCCIÓN DEL DESCONOCIMIENTO Y LA EXCEPCIONALIDAD DE LA HISTORIA POLÍTICA DEL PARAGUAY - Por LORENA SOLER


¿EL MITO DE LA ISLA? ACERCA DE LA CONSTRUCCIÓN DEL DESCONOCIMIENTO Y LA EXCEPCIONALIDAD DE LA HISTORIA POLÍTICA DEL PARAGUAY - Por LORENA SOLER

¿EL MITO DE LA ISLA?

ACERCA DE LA CONSTRUCCIÓN DEL DESCONOCIMIENTO

Y LA EXCEPCIONALIDAD DE LA HISTORIA POLÍTICA DEL PARAGUAY

Por LORENA SOLER, 1

 

RESUMEN:

El presente artículo reflexiona sobre ciertas ideas-fuerza plasmadas en relatos sobre el Paraguay que contribuyen al supuesto del desconocimiento o la excepcionalidad del caso. Se analizan los sentidos políticos y las matrices teóricas utilizadas a la hora de abordar la historia política reciente del Paraguay, indagando sobre las imágenes y relatos de la pluma de algunos filósofos y/o viajeros del siglo XVII y XVIII y la primera y precaria elite cultural paraguaya de fines del siglo XIX, continuando hasta el presente en las formas de explicar, finalmente, el orden social en el Paraguay.

 

 

INTRODUCCIÓN

 

Los conflictos epistemológicos son siempre, inseparablemente, conflictos políticos:

así, una investigación sobre el poder en el campo científico

podría perfectamente incluir sólo cuestiones de índole epistemológicas

(Bourdieu, 2000:78).

 

 

 Constituye un lugar común entre los científicos sociales afirmar que la historia del Paraguay es la menos estudiada, rasgo al que aludía Augusto Roa Bastos al describir que su país es una isla rodeada de tierra. Dicho desconocimiento se torna más sugestivo si se considera, por ejemplo, que Paraguay fue escenario de dos guerras internacionales -Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) y Guerra del Chaco (1932-1935)-, de consecuencias políticas y económicas todavía determinantes para los países vencidos y vencedores, que sufrió, como se suele caracterizar, una de las dictaduras más largas de América Latina (1954-1989) o que contiene unos de los movimientos campesinos más intensos de la región. Sin embargo, aún asumiendo y verificando la escasez de trabajos sobre el Paraguay, todo científico social está obligado a explicar dicho desconocimiento, sobre todo si intenta llevar adelante un abordaje teórico del objeto de estudio a construir. Pues bien, un país en sí mismo no representa un objeto de estudio: no basta con asumir al “Paraguay” como objeto epistemológico para que el mismo exista como tal.

Las líneas siguientes son un primer intento -ni exhaustivo ni concluyente, sino exploratorio- de interrogar la premisa del desconocimiento. Es decir, los sentidos políticos y las matrices teóricas utilizadas a la hora de abordar, especialmente, la historia política reciente del Paraguay, indagando cómo esas primeras imágenes y relatos sobre el “páramo”, de la pluma de algunos filósofos y/o viajeros del siglo XVII y XVIII y de la primera y precaria elite cultural paraguaya de fines del siglo XIX, continúan presentes en las formas de explicar, finalmente, el orden social en el Paraguay.

De este modo, el presente artículo invita a reflexionar acerca de cómo algunas ideas-fuerza de aquellos relatos siguen aún contribuyendo al desconocimiento y explicando la excepcionalidad como elementos en los cuales debería residir la ausencia del interés, al menos que las ciencias sociales asuman que, per se, el destino geográfico explica el problema.

 

HISTORIAS CORTAS, PRODUCCIONES BREVES

El primer rasgo que prevalece, en una mirada de largo aliento acerca de la vida política paraguaya, es la alternancia entre prolongados períodos de autoritarismo con etapas de alta inestabilidad política y la ausencia de alternancia política partidaria como resultado de elecciones. Tal inestabilidad se torna más sugestiva si se la confronta con la temprana aparición de ciertos elementos de la democracia política, como las pretensiones universalizantes del derecho al sufragio (1870), los legendarios y duraderos partidos políticos (1887) e, inclusive, el predominio de la elite política sobre la elite militar. Sólo nueve presidentes fueron militares; sin embargo, accedieron al poder por medio de partidos políticos o fracciones de los mismos. Así, y a excepción de las experiencias políticas más autónomas de los partidos políticos, la Revolución

Febrerista (1936) y los inicios de la dictadura militar de Higinio Morínigo (1940-1946), la vida política transcurrió entre dos partidos políticos, el Partido Liberal y el Partido Colorado o Asociación Nacional Republicana (A. N. R) o por fracciones intrapartidarias de éstos2.

Asimismo, la mayor parte de la vida política independiente del Paraguay estuvo sometida a guerras con países latinoamericanos, a dos guerras civiles (1922 y 1947) y a largos gobiernos autoritarios. La estabilidad del régimen político se logró bajo la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), la Guerra del Chaco (1932-1935) y bajo los mandatos de cuatro presidentes: José Gaspar Rodríguez de Francia, los López -Carlos Antonio y Francisco Solano- y, por último, el General Alfredo Stroessner (1954-1989).

Aún cuando una mirada desprevenida podría subsumir la historia política paraguaya a dos guerras, a cuatro presidentes y al constante fracaso de un proyecto democrático liberal (por lo menos hasta 1989), la historia política del Paraguay no muestra rasgos singulares diferentes a los particulares de otros países de América Latina. Sin embargo, las condiciones políticas internas no fueron las más favorables para la recreación de una elite intelectual.

El aislamiento autoimpuesto de José Gaspar de Francia y su larga historia independiente de exilios políticos, sumado a las peculiaridades que adopta la configuración de la elite política paraguaya imposibilitó, también, la conformación de un campo intelectual propio y autónomo3

Cuando han existido, las producciones científicas estuvieron principalmente centradas en la historia colonial (especialmente las misiones jesuitas), la yerba mate como base de la economía de exportación de la colonia, el impacto del Real Estanco de Tabaco y la puesta en circulación de moneda, la posición subordinada en el mercado colonial y, posteriormente, en la ausencia de salida oceánica comercial. En el estudio del proceso independentista, más allá de los destacados y auspiciosos intentos actuales por una renovación interdisciplinaria, las consideraciones ideológicas han convertido a la interpretación en un campo donde se dirimen las posiciones francista y antifrancista (Areces, 2007). Es decir, una historia narrada en registros de figuras y héroes.

Es posible afirmar que por tratarse de un acontecimiento único en el escenario latinoamericano en términos de duración, número de víctimas y consecuencias políticas, la Guerra de la Triple Alianza es el tema que ha monopolizado las producciones de la historia y de las ciencias sociales. A ello se sumó el momento crucial de gestación de la guerra, a las puertas de la conflictiva definición de un relato nacional. Tal es así que, aún siendo representaciones deudoras del siglo XIX, resultan todavía muy cotidiana y simbólicamente productivas para explicar los conflictos políticos en los inicios del siglo XXI4.

Sin embargo, dichas producciones se realizaron, la mayoría de las veces, bajo contextos atravesados por estrictos posicionamientos ideológicos: el revisionismo histórico en Argentina y el lopismo en Paraguay. Además, en la década de 1960, muchos de esos relatos oficiales sobre la Guerra de la Triple Alianza, en plena Guerra Fría y con el adicional triunfo de la Revolución Cubana, fueron propicios para la lectura en clave imperialista de la Guerra Grande, enmarcada luego en el movimiento revisionista de la década del sesenta, finalmente fortalecida por la teoría de la dependencia5

Sólo en los últimos años, frente al desamparo de paradigmas interpretativos que habían moldeado las formas de interpretar la guerra en términos de parroquianos y traidores, aparecen nuevas reflexiones y renovaciones historiográficas preocupadas, inclusive, por la relación entre guerra y cultura (Alcalá Rodríguez, 2006; Areces, 2007; Brezzo y Figallo, 1999 Brezzo, 2004, 2005; Cuarterolo, 2004; Doratioto, 2004; Potthast, 2006; Salles, 2003).

Estos nuevos aires, que no se suscriben sólo al estudio de la Guerra Grande y que prometen auspiciosas reflexiones sobre el orden social paraguayo, probablemente estén motivados por un nuevo contexto político regional6: la necesidad de repensar el Estado en América Latina debido a la inauguración de las libertades políticas en el Paraguay y en la región, la extensión del sistema científico de investigación y postgrado argentino y el entusiasmo que ha despertado la incógnita y original figura del actual presidente Fernando Lugo7. De la democratización de la sociedad participa también la democratización de las ciencias, en sus contenidos, metodologías, fuentes, procesos de escritura y reclutamientos profesionales.

 

NO SIEMPRE FUE ASÍ. PARAGUAY TAMBIÉN COMO UTOPÍA. JESUITAS, VIAJEROS Y FILÓSOFOS

Más allá de la imagen que se ha cultivado de Paraguay, este país ha sido tierra de proyecciones míticas y utópicas, testigo de diversos experimentos políticos y culturales y fuente de la reflexión de filósofos del siglo XVIII y XIX.

Paraguay impulsó a la hermana de Friedrich Nietzsche a marchar con su reciente esposo Bernhard Förster y catorce familias para fundar una colonia aria a principios de 1886. Además, en 1887 y luego de su primer paso por Misiones, pudo atraer al suizo Moisés Santiagi Bertoni quién deseaba “huir de una sociedad inmoral para vivir de la agricultura y de la ciencia, cosa imposible en su tierra” (Baratti y Candolfi, 2009: 268). El científico, que logró sucesivos apoyos económicos del diezmado Estado bélico (especialmente tierra en bosques vírgenes), desarrolló una obra fabulosa de clasificación de especies animales y vegetales e incluso una serie de observaciones meteorológicas.

Lo novedoso y singular del experimento de Bertoni, en relación a las muchas hordas de expedicionarios, viajeros, y naturalistas que abarrotaron de escritos de viajes con experiencias sobre la naturaleza de las sociedades americanas fue “la insistencia en la intervención de culturas no occidentales en las prácticas científicas” (Dis Liscia, 2009:250)8.

Menonitas anabaptistas y sectas amish, provenientes de los lejanos tiempos de la Reforma, recorrieron un largo camino de destierros, de Alemania a Rusia, de Rusia a Canadá y de ambos países (además de México y Estados Unidos) a Paraguay, para concluir en una extraña simbiosis con los únicos habitantes del lugar, los pueblos originarios nivaclé, lengua y mbyá guaraníes. Anarquistas y socialistas australianos, seguidores de la utopía humanista de William Lane, fundaron una insólita comunidad en el Oriente del país, que, al poco tiempo, se subdividió y dejó una estela imprecisa de relatos de donde surgió, entre otros, el principal etnólogo paraguayo León Cadogan (Kupchik 2007:4). Como se preguntó Kupchik ¿será que en este territorio de olvidos se gestaron los espasmos de las utopías occidentales del siglo XX?

Como ha demostrado Leila Gómez (2009) los viajeros modernos al Paraguay, entre ellos Félix Azara, Aimé Bompland, Johan R. Rengger, los hermanos John P. Robertson y William P. Robertson y Richard Burton, responden a una genealogía del discurso utópico sobre el Nuevo Mundo, de la misma manera que sus precursores Garcilaso de la Vega, Bartolomé de Las Casas y Montaigne. Para la autora, los filósofos citados se dejaron seducir por la idea del buen salvaje americano y encontraron y propiciaron en los jesuitas el mito del noble salvaje en el nuevo mundo. Dichas reflexiones se encuentran en Montaigne, Rousseau, Charlevoix, pasando por las Cartas Persas de Montesquieu (1721). También los escenarios guaraníes inspiraron en 1759 a Voltaire para ambientar parte de su novela Candide y recrear un diálogo acerca de la vivencia política en el Paraguay:

- ¿Conque tú has estado ya en el Paraguay? – dijo Cándido.

- Si, por cierto -respondió Cacambo. Como que fui pinche de cocina en el colegio de la Asunción y conozco todo el reino de los padres como las calles de Cádiz, y acaso mejor. Pero, ¡qué cosa tan admirable es la tal monarquía! […] No puede hallarse cosa más conforme a la razón y a la justicia, ni más divino ministerio que el de estos religiosos. Aquí hacen la guerra a los reyes de España y Portugal, y en Europa los confiesan y los absuelven (Voltaire, 2001:174, itálica nuestra)9.

Sin embargo, la utopía tenía un aditivo en estas tierras. Los viajeros de fines del siglo XVIII y XIX se enfrentaron además a la impermeabilidad económica, política y militar del Paraguay. Afloraba como la arcadia de difícil acceso: en el siglo XVIII lo fueron las reducciones jesuitas y en el XIX el encierro de Francia y la Guerra de la Triple Alianza.

Esta circunscripción reforzó la percepción del Paraguay como objeto de deseo económico, político, natural y cultural, pero también la imaginación y la fantasía, al presentarlo como objeto prohibido y deseado. Finalmente, lo exótico, lo alejado y lo encerrado generó ilusiones míticas, caracterizando al Paraguay como un locus excepcional. Estas primeras imágenes son las que se proyectan al mundo y las que alimentan a la filosofía, pero también al prólogo de visiones extendidas y duraderas.

 

LOS PRIMEROS RELATOS SOBRE LO DESCONOCIDO: VIAJEROS Y ELITES PARAGUAYAS

Como dijimos, la libertad inherente al viajero universal se encontraba amenazada por la decisión del Presidente Francia acerca de una política de puertas cerradas, en el horizonte de la débil soberanía política y de Buenos Aires. De este contexto, también fueron víctimas algunos viajeros o emisarios de la Corona a quienes encarceló (Aimé Bompland, Johan R. Rengger y Marcelin Longchamp) o directamente expulsó del territorio (John P. y William P. Robertson).

A su turno, Félix de Azara, enviado por la corona hispana en sus viajes por la América Meridional (1790-1801) con la tarea ímproba de demarcar los límites en disputa entre las Corona española y la portuguesa, exhibió una visión crítica de los jesuitas e intentó desmontar las visiones míticas y utópicas sobre éstos, especialmente por haber presentado un desafío al poder real y a su mandato. El viaje de Azara transcurrió, precisamente, entre las reformas borbónicas y la creación del Virreinato del Río de La Plata.

A cargo de la tarea de rebasar el hermetismo, estos viajeros reforzaron sus relatos con un gran sensacionalismo. El encarcelamiento de Aimé Bompland y la visibilidad que adoptó en la comunidad científica internacional, robusteció la idea del encarcelamiento paraguayo, del despotismo de Francia y hasta contribuyó, junto con los relatos de Johan R. Rengger y los P. Robertson -Reino del Terror del Dr. Francia. Cartas del Paraguay (1839)-, a “fijar al dictador y al guaraní en taxonomías científicas y políticas, al mismo tiempo que contribuyeron a la circulación de la leyenda de un dictador que se alimentaba de la carne de los súbitos” (Gómez, 2009: 112)10.

El aislamiento de Francia y el abortado impulso modernizador de Carlos López (sumado a la Guerra de la Triple Alianza) produjeron que los relatos sobre el Paraguay respondieran casi exclusivamente a los impresiones de los viajeros. En efecto, en el siglo de las luces, el aislamiento se asimiló a retraso y en consecuencia a barbarie. La bibliografía y la prensa de la segunda mitad del siglo XIX lanzaban frondosos argumentos sobres dichas características bárbaras. En el Nacional de la Semana se podía leer:

El pueblo Paraguayo es un pueblo indolente, un pueblo sin aspiraciones, que olvida el pasado, desprecia el presente y no aspira al porvenir. Bailar, cantar, tenderse en su hamaca, comer mandioca y correr tras las mujeres, he aquí las aspiraciones de ese pueblo; para moverlo es preciso el férreo brazo del tirano (Brezzo, 2005:192).

Entre 1811 y 1870 apareció un conjunto de obras con esta impronta, aunque hubo que esperar al centenario patrio, bajo las ruinas de la Gran Guerra, para encontrar los primeros relatos nacionales. Luego de la Guerra, una pequeña elite cultural comenzó a recrearse al compás de la reconstrucción del Estado: la instalación del Colegio Nacional de Asunción (1876), la aparición de las actividades culturales con la apertura del Ateneo Paraguayo (1883) -reemplazado luego por el Instituto Paraguayo (1895), la reapertura de la Biblioteca Nacional (1887) y la cursada regular en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional (1889).

Liliana Brezzo (2005) sitúa este impulso historiográfico nacional entre la obra de cuatro tomos de Blas Garay (1897) -Compendio Elemental de la Historia del Paraguay; Breve de la historia del Paraguay, La independencia del Paraguay y El comunismo de las misiones de la Campaña de Jesús- y el Álbum Gráfico de la República del Paraguay: 100 años de vida independiente 1811-191111. Dichos estudios serían los primeros intentos de un grupo de intelectuales de mostrar una bibliografía nacional y una visión orgánica de la nación paraguaya ofrecida por primera vez por cronistas no coloniales. En este clima de época, se sumó también la acalorada disputa epistolar entre Cecilio Báez y Juan E. O'Leary12, sobre cuál pasado narrar.

La autora antes citada sostiene que éstos iniciaron dos tendencias temáticas ideológicas predominantes en la narrativa paraguaya durante toda la centuria. Una conservadora idealizante, especialmente en las primeras décadas, y otra de tipo crítico realista. En ese recorrido se puede encontrar un desplazamiento que se inicia con el rescate de un pueblo heroico, autóctono, nativo, único, superior (inclusive gracias a las propiedades de la raza mestiza frente a los criollos porteños), para finalizar en una heroificación y apología de los gobernantes fuertes, especialmente de Francisco Solano López.

En ese camino, no ausente de encendidas discrepancias públicas, también surgió una imagen, por ejemplo de la pluma de Cecilio Báez, en la cual el pueblo es responsable de las largas tiranías de estos héroes. Como veremos, el planteamiento final al cual arriba Cecilio Báez repercute aún hoy sobre algunas formas recientes de pensar el stronismo, pero también más trascendentalmente, el orden social. Así, si bien Báez comenzó afirmando que desde los albores de su independencia la identidad paraguaya había sido muy combatida y que gracias a los primeros dictadores pudo salvarse de la ingerencia externa, terminó aludiendo a un pueblo “cretinizado” como resultado tanto de la tiranía de Francia y los López como del sometimiento de treinta años de Partido Colorado.

Finalmente, afirmó que Paraguay es uno de los pueblos más atrasados de América y “que la historia de la tiranía y la historia de la guerra del Paraguay son la historia de la incurable imbecilidad del pueblo”:

El pueblo se mantuvo aislado o incomunicado del resto del mundo, y sumido en la más profunda ignorancia. Conocía indudablemente el abecedario, pero se lo privaba hasta de la lectura de los periódicos extranjeros, que por otra parte no podía leer, porque no hablaba más lengua que las indígena guaraní […] No es que el cerebro paraguayo sea de suyo infecundo; es que el alma paraguaya ha sido esterilizada por el terror, por la incomunicación, por la ignorancia (Cecilio Báez, carta El alma Paraguaya, Yegros y Yegros, 2008: 179).

Sin embargo, resultaba poco probable que al inacabado y siempre fracasado proyecto liberal interpuesto sobre las ruinas del Paraguay posbélico pudiera sobrevivir una lectura del pasado donde el pueblo aparece engañado y los únicos héroes disponibles culpabilizados. Finalmente triunfó una visión nacionalista y patriótica de la historia, monopolizada por la exaltación de la Edad de Oro previa a la guerra, buscando las causas y las consecuencias sobre los vencedores. De esta forma, se habilitó un relato nacional cuyo foco de positividad estuvo centrado en la guerra contra la Triple Alianza y en los distintos actores relacionados con ese acontecimiento, relato posible para la posterior reconstrucción del Estado y la nación posbélica. Estos planteos de motivación nacionalista, aún vigentes, redujeron a la historiográfica paraguaya a planteamientos simplistas, condicionando al Paraguay a un aislacionismo historiográfico y adjudicando valores de originalidad donde no hay más que reflejos de actividades comunes (Brezzo, 2008).

 

PARAGUAY EN AMÉRICA LATINA. REFLEXIONES EN TORNO A LA HISTORIA RECIENTE

Es factible constatar la ausencia de estudios sobre Paraguay en los trabajos clásicos de la reflexión académica de la región (Cardoso y Faletto, 1994)13 , en la bibliografía sobre las Dictaduras Institucionales de las FFAA del Cono Sur y los regímenes autoritarios de Centro América y el Caribe -salvo en su referencia al Plan Cóndor (Calloni, 1999 y González Vera, 2002b) y en estudios recientes sobre memoria (González Vera, 2002a)-. A excepción del legendario trabajo de Alain Rouquié (1982), en el cual cotejó la experiencia stronista con las centroamericanas, en otros proyectos igualmente ambiciosos para el abordaje del autoritarismo en América Latina se constató la ausencia del “caso paraguayo”14(O’Donnell, Schmitter, Whitehead, 1994).

Así, por la construcción de un discurso político de la “excepción latinoamericana”, el período quedó sometido a tratamientos analíticos singulares (Rivarola, Cavarozzi, Carretón, compiladores, 1991) por no circunscribirse a los modelos o las categorías con que suelen abordarse los regímenes autoritarios de la región 15. Asimismo, cuando la extrema singularidad y excepcionalidad avanzó sobre el tratamiento de la dictadura y el proceso de transición, éstos fueron abordados, al igual que en la región, con enfoques más politológicos que sociológicos.

El rasgo común de los trabajos que han abordado al stronismo, lo han presentado como una dictadura donde ha primado el carácter personalista del ejercicio del poder, tanto como la centralidad del Partido Colorado y las Fuerzas Armadas, andamiaje institucional y sobre el que se organizó lo que generalmente se ha caracterizado como la dictadura más larga de América Latina. Todos ellos, con variados matices, concluyen en una suerte de inevitabilidad de un régimen de características autoritarias y despóticas para una sociedad gobernada eternamente por el Partido Colorado. Este destino político se vinculaba, asimismo, a una suerte de militarismo colorado arraigado, posible de lograrse por la pasividad del pueblo acostumbrando a “gobernantes fuertes”.

Paradójicamente, muchas de estas miradas reforzaban el discurso que el propio régimen stronista había recreado. Esto es, presentarse como el heredero de las familias fundadoras y ahora coloradas, imágenes que, alentadas desde el centenario, fueron finalmente cristalizadas en un nuevo régimen político luego del triunfo no buscado de la Guerra del Chaco y a instancias de la crisis de dominación que inaugura, al igual que en otras partes de América Latina, la década del treinta. En palabras de Stroessner, puede leerse:

La doctrina nacionalista del Partido nos une a todos los colorados bajo la bandera de la patria […] y como ciudadano, como soldado y como Gobernante, expreso ante la Nación Paraguaya […] que me hago cargo con vosotros ante la historia de la consigna que recibiéramos de Francia, de los López y del General Bernardino Caballero (Alfredo Stroessner, Mensajes y Discursos, Presidencia de la Nación: 83 y 87).

Muchas de estas interpretaciones, realizadas desde la llamada “apertura democrática”, circunscribieron el estudio al stronismo mismo y desde ahí proyectaron afirmaciones a todo el sistema político paraguayo. En efecto, estos análisis, a partir del resultado final del régimen provocaron la extrapolación de algunas conclusiones. Las más extendidas han presentado al Partido Colorado como Partido Estado, fusión que ha posibilitado, a través de las prebendas, el funcionamiento de un régimen autoritario como una configuración de hecho para una sociedad “atrasada”16. Así, el Partido Colorado y el stronismo aparecen amalgamados como una fuerza capaz de imponerse, al igual que el despotismo de Francia sobre el pueblo “cretinizado” de Cecilio Báez, en tanto la dictadura colorada se dio en un contexto de crecimiento económico causado por el giro en las relaciones internacionales y la “nueva” orientación que Stroessner imprimió con Brasil17.

Sin embargo, y en caso de aceptarse una lectura del régimen desde el resultado final, el logro fue bastante posterior a su llegada puesto que, en su larga temporalidad, se produjeron profundas modificaciones y tensiones que claramente excedieron la posibilidad de ejercicio del poder asentada exclusivamente en la fuerza y el terror. Así, ha primado el análisis desde el resultado último de un régimen de treinta y cinco años, sin detenerse en el proceso por el cual se construyó ese resultado.

Entonces, sociología obliga, se debe invertir la explicación y dar cuenta de que el logro de un orden se debe a un proceso largo en el cual confluyen, a veces sin buscarlo, las más variadas lógicas políticas pero también actores, partidos, estructuras y hasta las propias relaciones internacionales; y finalmente, explicar que la legitimidad del orden stronista, al igual que cualquier orden político, no puede asentarse exclusivamente en las prebendas y la coerción. Se impone la necesidad metodológica de leer al régimen desde su inicio, estableciendo su comienzo no sólo en el año 1954, sino observando y explicando qué estaba saldando ese régimen en la vida política de ese país. Pensando desde ahí, está claro que también la fórmula stronista podía haber fracasado, ya que su llegada no era inevitable. Efectivamente, había instituciones centrales, las Fuerzas Armadas y el Partido Colorado que facilitaron la construcción del orden stronista. Sin embargo, las instituciones no constituyen espacios reificados, en tanto suelen posibilitar pero también obturar los procesos históricos.

Es necesario entonces deconstruir los sentidos instalados y entender un proceso que aparece en la literatura existente como un resultado casi inevitable. El problema no es menor: si un proceso es inevitable no hay pregunta de investigación posible. De ahí que no sea un tema convocante para ser estudiado. Por cierto, si no buscamos explicaciones que consideren la estructura social, los problemas de investigación se esclarecen por lo que el gran politólogo paraguayo Diego Abente (1996) ha denominado, de forma muy aguda e irónica, “la psicología paraguaya”. Sólo a partir de esa advertencia, por cierto durkheniana, se debe entender que no hay males intrínsecos o esenciales en una estructura social ni en los sujetos que la componen.

Para discutir con los argumentos teleológicos, se debe empezar por explicar cómo fue posible la construcción legítima de un determinado orden político o, si se prefiere, por qué un orden político resulta legítimo y, en consecuencia, puede gobernar treinta y cinco años. En tal sentido, es necesario retomar una pregunta clásica de la sociología acerca de la dominación política, es decir, la pregunta por los elementos que confluyen en la construcción de la obediencia. La respuesta a dicha pregunta no sólo permitiría pensar el stronismo en una perspectiva latinoamericana, sino que obligaría a superar los argumentos sobre la mera práctica despótica y autoritaria del ejercicio del poder político y admitiría ser capaces de buscar en dicha experiencia la presencia de grandes estructuras políticas, económicas pero también simbólicas. Sin olvidar que esas estructuras son resultado de la acción colectiva que los sujetos históricamente ejercieron, o sea, de las respuestas posibles que los sujetos dan. Es decir, de esa constelación de opciones y de creaciones culturales aprendidas que configuran lo que Charles Tilly denominó “el repertorio de la acción colectiva”. Esto permitiría construir el objeto régimen stronista y posibilitaría entender de otra forma el funcionamiento del (1988).

 

ORDEN SOCIAL EN EL PARAGUAY

De tal forma, las perspectivas de análisis que pueden visualizarse en las reflexiones de los inicios de la elite paraguaya, ha constituido un obstáculo epistemológico a la hora de realizar explicaciones significativas en un país de socialización conservadora (Rivarola, 1991) y consistentemente agrario (Delich, 1981). Sin embargo, con esas mismas matrices teóricas con las que se ha analizado al stronismo, una suerte de cosificación del pueblo, de los héroes y del Partido Colorado, se ha intentado explicar la “transición”. En este grupo de estudios (Cardozo Gatti, 1990; Palau, Lugo, Félix; Estrago, comp., 1990) se ha tendido a resaltar, a partir del proceso político que se inaugura el 3 de febrero de 1989, líneas de continuidad mucho más que de ruptura. Estos trabajos han desestimado con rapidez la advertencia metodológica realizada por Reinhard Bendix (1974) sobre la falacia del determinismo retrospectivo18, justamente cuando el Paraguay experimenta, en relación con su pasado, un inédito proceso de cambio político. Para decirlo claramente, el Paraguay no registra antecedentes de estabilidad política vinculada a elecciones no fraudulentas durante dos décadas consecutivas. En este sentido, y sólo con algunas excepciones (Rivarola, 1989; Abente Brun, coordinador, 1993), la mayoría de las producciones sobre la “transición” a la democracia (Lara Castro, 1992; Riquelme, 1992) se ha limitado a destacar y denunciar la continuidad de los actores centrales y el sistema normativo de la dictadura stronista (Partido Colorado, Fuerzas Armadas, constituciones, sistema electoral), subrayando especialmente la permanencia en el gobierno del Partido Colorado hasta el 2008, sin estudiar sus transformaciones. Sin embargo, como ya dijimos, las instituciones y los actores no siempre coinciden, ni son estáticos. Las identidades coloradas, el Partido Colorado y el Partido Estado no son en éstas, como en otras tantas, historias idénticas. De ello dan cuenta también los votos que acompañaron al nuevo Presidente Fernando Lugo.

 

HISTÓRICAS CORTAS, MIRADAS AMPLIAS. A MODO DE CONCLUSIÓN

El mito de lo exótico, prohibido e inhóspito, reforzado por la presencia de los jesuitas y el encierro francista, no hizo más que alimentar las fantasías de lo excepcional. De ello dieron cuenta viajeros, y dichas sensaciones proyectaron al mundo de las elites ilustradas. Tal vez sea por la excepcionalidad que este territorio mostró en dichos relatos que pudieron reflexionar desde Rousseau a Montesquieu. En este caso, lo excepcional fue virtuoso. Pero pronto también los obstáculos que impuso el territorio a la circulación -por su propia naturaleza y por su propia política, terminaron asimilando ese locus a la barbarie. Posiblemente por tratarse de una de las posesiones coloniales más alejadas y carente de todo valor económico, por la ausencia de metales y por su ubicación geográfica marginal de la ruta marítima comercial Buenos Aires-Lima, es que poco se ha dicho en ese relato de los grados inauditos de autonomía con los poderes centrales.

Probablemente, la escasa atención que con el paso de los siglos el Paraguay fue sufriendo es paralela a la poca influencia política y económica del país en la región, produciendo un inevitable mecanismo de retroalimentación. Las consecuencias de la Guerra Grande no se han agotado con la catástrofe política y económica y la dependencia económica que aún hoy mantiene con Argentina y Brasil. También se dio en el mundo de la ideas.

¿Cómo y qué reflexionar frente a un Estado diezmado por la guerra y la imperiosa necesidad de reconstrucción nacional? De ella nacieron al menos dos matrices de pensamiento de la mano de las elites paraguayas, muchas de las cuales retomaron los ecos de los cuadernos de viaje.

Una vertiente lo presentó como un país de déspotas, en el que el aislamiento autoimpuesto subsumió al pueblo a la más profunda ignorancia. Esto es, una reclusión que bajo los parámetros de la inserción de América Latina al mercado capitalista vinculó el aislamiento con la ausencia de civilización. En tal sentido, la insularización no permitía el flujo y arribo de bienes simbólicos y materiales.

Otra, finalmente hegemónica, revindicó la Edad de Oro de Francia y los López. Heroificó ese pasado y, por supuesto, enalteció la guerra. El camino para la inmortalidad de Solano López se había iniciado. Stroessner sería luego su sucesor colorado.

Más allá de los posicionamientos interpretativos e ideológicos, ambas formas de explicar el pasado político, pero también el orden social, recayeron en un posicionamiento frente a los presidentes previos a la guerra, por déspotas o por salvadores de la nación, desplazando a otros actores políticos, por ejemplo al pueblo, a un lugar de subalternidad en esta historia. O bien, porque en una epopeya nacional acompañaron al líder o bien porque fueron engañados por él. En consecuencia, se terminó cosificando y reforzando la subalternidad también analítica de los actores por fuera del Estado.

Dicho recorrido imprimió, a nuestro entender, un sentido o una predisposición interpretativa a no problematizar los procesos, factible de constatar aún en la historia reciente del país. Ahora, el pueblo es también apático. Tanto es así que olvidamos que el Paraguay se constituyó en otra época en objeto de reflexiones míticas y utópicas. Porque si efectivamente el destino estaba escrito y determinado por héroes o dictadores, excepcionalmente autoritarios, las significaciones de esta historia no debieron atraer el interés del campo intelectual: del aislamiento a la excepción, como si existiera una suerte de camino lógico. Consideraciones analíticas concluyentes, donde un pueblo sumiso y derrotado arrastra además un destino despótico: Francia, los López y Stroessner.

 

BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS

1 Socióloga. Magíster en Investigación en Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires (UBA), doctoranda (UBA) y becaria CONICET, todas las instancias bajo la dirección del Dr. Waldo Ansaldi.  Docente e investigadora en Historia Social Latinoamericana. Instituto de Estudios de América Latina y el  Caribe, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.

2 El Partido Liberal estuvo en el poder desde 1904 a 1936 y desde 1937 a 1940; el Partido Colorado, por su parte, gobernó desde 1887 a 1904 y desde 1947 a 2008.

3 Argentina, o Buenos Aires para ser más específicos, fue un lugar “elegido” para el exilio y donde se formó parte de la elite intelectual paraguaya, siendo una de las experiencias más paradójicas los 400 paraguayos que ingresan a las filas del ejército argentino para enfrentar el orden despótico y bárbaro de Francisco Solano López. Este recorrido no se agota con la guerra. Durante el régimen stronista Buenos  Aires fue sede de los principales partidos políticos y el sitio donde se organizaron algunos de los grupos armados contra la dictadura.

4 Las estelas del conflicto bélico siguen aportando a los debates actuales sobre la integración regional y alimentando las identidades nacionales. Muestra de ello son las declaraciones de la Presidente de la Nación, Dra. Cristina Fernández, en ocasión de la firma del tratado del Banco del Sur el 9 de diciembre de 2007, calificándola como “La Guerra de la Triple Infamia”. Un tiempo antes, y en otro sentido, el diario Clarín reproduce parte de una nota de la Folha de Sao Paulo, que bajo el título “La Guerra de la Triple Alianza quedará en secreto” (Clarín, 17/12/2004: 48-49) anunciaba que el gobierno de Luiz Ignacio da Silva había decidido no hacer público los archivos secretos de la guerra, dado que sólo serviría para reavivar antiguos conflictos. En la visita oficial del Gobierno del Paraguay a Brasil, el 18 de octubre de 2008, Martín Almada solicitó nuevamente la apertura y devolución de los archivo profanados por Brasil en ocasión de la guerra. Ver diario Clarín de la fecha.

5 Entre los exponentes de esta teoría figuran las obras de León Pomer (1968) La Guerra del Paraguay: ¡Gran negocio!, Ediciones Calden, Buenos Aires y Atilio García Mellid (1963) Proceso a los falsificadores de la historia del Paraguay, Theoría, Buenos Aires. Interpretaciones recientes sobre la Guerra de la Triple Alianza (Doratioto, 2004) han cuestionado agudamente las interpretaciones en clave imperialista demostrando, entre otras cosas, el escaso aporte de capitales ingleses en la contienda e inclusive las intenciones diplomáticas inglesas de ofrecer colaboración a Solano López, desestimando la “incompatibilidad” entre la política liberal al estilo europeo y el capitalismo estatal paraguayo de los López. En los originales de las cartas robadas en el transcurso de la Guerra Grande puede leerse la posición de Inglaterra tal como demuestra Francisco Doratioto. Para un trabajo lúcido y exhaustivo sobre el desarrollo del campo historiográfico y los relatos nacionales sobre la Guerra de la Triple Alianza, ver: Brezzo (2004).  

6 No es este el espacio para ahondar en este punto. Nos limitamos a indicar solamente la existencia de este Dossier, tanto como la de un grupo de estudios sobre Paraguay en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Asimismo, la inédita realización anual desde el año 2008 en adelante de un congreso que reúne a investigadores vinculados a diversas temáticas sobre Paraguay. Parte de esta discusión puede leerse en: Capdevila (2009).

7 No hay registro acerca de que Paraguay haya ocupado las páginas de la mayoría de los diarios internacionales, no sólo porque el Partido Colorado ha dejado de ser el partido gobernante después de seis décadas sino porque el acceso de un obispo a la presidencia de un país no reconoce antecedentes. Además, es la primera vez que un presidente del Paraguay accede con el apoyo de movimientos sociales, movimientos campesinos y partidos minoritarios de izquierda.

8 Para un estudio de las experiencias utópicas en el Paraguay y diversos lugares de América Latina, ver: González de Olega y Bohoslavsky (compiladores). (2009).  

9 El diálogo evidencia, entre otras cosas, la posibilidad de la construcción del conocimiento a partir de la observación y la reflexión. Paraguay deja de ser una abstracción para convertirse en un lugar posible de conocer porque se ha estado en él. Esto, conjuntamente con algunos problemas que colateralmente  abordamos en el texto, abre una profunda discusión sobre la modernidad en América Latina. Para ello, ver: Quijada (2008).

10 La autora propone un paralelismo entre la descripción que los hermanos John P. y William P. Robertson realizan de Francia y la novela del Dr. Frankentein de Mary Shelley. En dicha asimilación radicaría la popularidad que adoptan en los círculos ingleses los relatos sobre Francia. Tal imagen está lejos de la realidad histórica. El primer autor en discutirla es el historiador Julio Cesar Chávez. Para un estado de la cuestión de la historiografía sobre la independencia, ver: Areces (2007).  

11 En el mismo escribían, además del encargado de la compilación, Enrique Solano López (1858-1917), Cecilio Báez (1862-1941), Blas Garay (1873-1899), Manuel Domínguez (1872-1933), Fulgencio Moreno (1872-1933), Ignacio Pane (1879-1920), Juan E. O'Leary (1879-1969) y Moisés Bertoni. A esa pequeña elite azucena arribaron tres escritores que serán de suma importancia por la influencia sobre el grupo novecientos y sobre sus construcciones historiográficas: los argentinos Martín Goicoechea Menéndez (1875-1906) y José Rodríguez Alcalá (1875-1958) y el español Rafael Barret (1877-1910).

12 La disputa sobre la interpretación política del pasado y los proyectos de país que debían surgir de dichos relatos se llevará acabo entre los mese de octubre de 1902 y febrero de 1903 en los periódicos La Patria (Juan E. O'Leary) y El Cívico (Cecilio Báez). Mientras los escritos de este último habían salido publicados en un libro que data de 1903, bajo el título La tiranía eterna, las cartas de respuestas de Juan E. O'Leary no habían sido publicadas desde su aparición original. Tal controversia fue compilada recientemente por Ricardo Scavone Yegros y Sebastián Scavone Yegros (2008), con un estudio crítico de Liliana Brezzo. A los fines de nuestro análisis, la importancia del debate recae en un proceso acelerado de repolitización de las elites paraguayas, en el cual pueden leerse las identidades políticas partidarias en formación.  

13 Una excepción es la clásica obra sobre América Latina coordinada por Pablo González Casanova (1977) América Latina: Historia de medio Siglo, México, Siglo Veintiuno Editores.  

14 Parte de esto debe relacionarse con la temporalidad de la experiencia de la dictadura paraguaya que se inicia diez años antes de la inauguración de la Dictadura Institucional de las FFAA en Brasil (1964-1985), para finalizar en coincidencia con la chilena (1973-1989). Sin embargo, no es factible asimilar tan rápidamente las experiencias autoritarias de Centroamérica con Paraguay. Las razones más obvias son de índole estructural, pero fundamentalmente por la intervención que Estados Unidos ha tenido y mantiene sobre el orden político interno de esos países. Para una ampliación de la discusión, ver: Soler (2009).

15 Existe un trabajo que excepcionalmente analiza el stronismo en diálogo con las categorías con las que suelen abordarse las Dictaduras Institucionales del Cono Sur. Ver: Riquelme (1992).

16 Ya hemos analizado en otros trabajos la disponibilidad de las imágenes nacionales y su materialización en el régimen stronista y cómo finalmente lo nacional se amalgamó a lo colorado. Ver: Soler (2007).

17 Esta tesis, casi tan extendida como la orientación del Partido Liberal con Argentina y el Partido Colorado con Brasil, ha sido abiertamente discutida y rechazada en los trabajos más serios. Ver: Birch  (1988).

18 En la misma se explaya sobre la falacia: “La tarea se complica por nuestro conocimiento de los resultados históricos, que nos da mayor sapiencia de la que tenemos derecho a tener” (Benedix, 1974: 24).

 

Papeles de trabajo. Revista electrónica del Instituto de Altos Estudios Sociales

de la Universidad Nacional de General San Martín.

ISSN: 1851-2577. Año 3, nº 6, Buenos Aires, agosto de 2010.

Dossier:“Paraguay: reflexiones mediterráneas”.

Fuente en Internet: http://www.idaes.edu.ar

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