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RUBÉN BAREIRO SAGUIER (+)

  PASOS DE PEREGRINO SON, ERRANTE... (Obra de RUBÉN BAREIRO SAGUIER)


PASOS DE PEREGRINO SON, ERRANTE... (Obra de RUBÉN BAREIRO SAGUIER)

PASOS DE PEREGRINO SON, ERRANTE...

Obra de RUBÉN BAREIRO SAGUIER

 

A comienzos de setiembre de 1976, Jean Andreu y yo fuimos a Orly a esperar a Augusto. Llegaba con un año de retraso, por causa del infarto. Lo divisamos en medio de los pasajeros que hacían cola para el control. Estaba rejuvenecido de aspecto, y cuando departimos, luego de un largo abrazo, pude constatar que también estaba renovado anímicamente. Venía con las ilusiones de la nueva experiencia vital que iniciaba. Durante varios días estuvimos conviviendo, en compañía del querido amigo Jean, en mi departamento parisino de la calle Chanaleilles. Vivía en el cuarto piso de lo que antes habían sido las dependencias de servicio del hôtel particulier de Alexis de Tocqueville. En el segundo piso habitaba -cuando se encontraba en París - René Char, a quien frecuentemente cruzaba en las escaleras. En el departamento del cuarto piso, en el que lo recibí vivió cuatro años Antoine de Saint-Exupéry... En el tercero había vivido Albert Camus hasta su muerte. Lugar con aura, pues, fue el escenario de una semana intensa, cargada de recuerdos, de palabras, de proyectos. Luego Augusto se marchó a Toulouse acompañado por Jean, que había sido el artífice de su venida, el mediador como dice aquél.

Fue muy emocionante el encuentro con el tyke'y, luego de cuatro años. En todo ese tiempo, sin embargo, la aparición de YO EL SUPREMO intensificó nuestro diálogo, tanto más que él había viajado a Asunción -no sin prevención después de mi "aventura" con la policía del tirano- en 1974, con motivo de la publicación de la novela. Fue un acto de desafío necesario para evitar los equívocos y tergiversaciones acerca del personaje central, muy presente en la tradición popular y en la utilización demagógica de la dictadura. Con la fraternidad generosa que le caracterizaba, me escribía sus impresiones, me enviaba recortes, como para cauterizar la dolorosa herida de mi expulsión.

Por otro lado, estaba preparando su viaje a Francia. Era un salto largo el que se preparaba a dar. Se cerraba una etapa en su existencia, y comenzaba una nueva, en todo, incluyendo el aspecto sentimental. El lo intuía, y sus cartas de la época expresaban profundamente sus inquietudes y sus esperanzas. Párrafos del capítulo autobiográfico hablaban de las peripecias y alegrías, de los fracasos y realizaciones de esta experiencia decisiva. Sería redundancia volver sobre el tema.

Roa Bastos habla, asimismo, de manera elocuente, sobre su tarea docente en la Universidad de Toulouse. Enseñó allí hasta 1983, como Profesor Asociado. Fue nombrado luego Profesor Honorario de la misma, cuando tuvo que retirarse por razones de la edad de jubilación.

Interesa conocer lo que está haciendo Augusto Roa Bastos, sus proyectos de escritura, y los otros. Para tocar estos puntos quiero partir de la respuesta que da el novelista en la evocada "SEMANA DEL AUTOR", en Madrid, a la pregunta de si escribirá una novela sobre la actual situación política del Paraguay:

"No se puede elegir un tema determinado por la simple voluntad personal. La mayor parte de las veces, los temas nos eligen, por una determinada inclinación o por una determinada capacidad. Un escritor no es capaz de todo. Cada cual hace lo que puede y marcha en el sentido que le sugiere su propia libertad. Para optar, para comprometerse, hay que ser previamente libre. De otro modo el compromiso no es válido. Si dentro de esa gama de libertad se me ocurre un tema de actualidad política paraguaya, lo desarrollaré".

En el momento en que Roa Bastos estaba hablando (diciembre de 1985), ya había sido elegido por un tema narrativo, el de EL FISCAL, tercer soporte de su trilogía, al que me referiré. Y dentro de la gama de libertad profunda que él ha sabido ganar en conciencia, estaba desarrollando una tarea muy valiosa de reflexión sobre la actualidad política paraguaya. Veremos, pues, una y otra actividad, ya que ambas se complementan para dar una idea cabal del escritor, del hombre.

La trilogía resulta de una constatación posterior a la publicación de los primeros volúmenes que la componen. En una entrevista que le hacemos, Augusto se explica a este respecto:

En diciembre último apareció una nueva traducción al francés (luego de una mala experiencia de años atrás) de HIJO DE HOMBRE (1960), la primera novela del narrador paraguayo. Para sorpresa de lectores y críticos, esta versión francesa -en la que colaboró activamente Roa Bastos- es sensiblemente distinta al texto original: modificaciones temáticas y estilísticas e, inclusive, un capítulo inédito.

P.: A diferencia de otros autores, usted considera al texto como algo dinámico, susceptible de ser reescrito. ¿Cómo llega a esa conclusión?

R.: Por una doble vía. En primer lugar, pienso que toda narración puede ser corregida por su autor por la simple aventura que implica una reescritura. Además no hay que olvidar que yo soy del Paraguay, un país donde la tradición mítica y oral sigue vigente y donde se produce una literatura oral en estado de nacimiento permanente. Esto no es una invención de los paraguayos, en la historia hay múltiples ejemplos de este tipo. Sin ir más lejos, ahí está la Biblia... En segundo lugar, hay que tomar en cuenta un elemento de orden personal. Cuando estaba escribiendo YO EL SUPREMO tuve la sensación de que esta novela era la segunda parte de una trilogía paraguaya que había iniciado parcialmente con HIJO DE HOMBRE. Para que esa trilogía tomara cuerpo comprendí que debía reescribir la primera obra.

P.: ¿Cuál es el hilo conductor de esa trilogía?

R.: A lo largo de mi vida de escritor ha habido una constante: la necesidad de explicarme a mí mismo el sentido de las obsesiones que se me presentan cuando narro. Una vez que comprendo esas pulsiones, puedo seguir adelante. En otras palabras: me obsesiona lo imposible. Ese es el corpus de la trilogía, que podría sintetizarse en la fórmula: "El creador se encuentra ante tres imposibilidades que debe transformar en tres posibilidades". Estas posibilidades, a su vez, parten del hombre y se justifican en la medida en que benefician a la humanidad. .

P.: ¿Cuál es la imposibilidad en HIJO DE HOMBRE?

R.: La de hallar la bienaventuranza en el paraíso metafísico de la teología de la salvación. El proceso de reversión se da en la posibilidad de acceder a la bienaventuranza en la tierra de los hombres.

P: Como en "la tierra sin males", esa especie de paraíso terrenal de la mitología de los indios guaraníes.

R.: Es eso en parte, porque si bien la sociedad paraguaya mantiene vivas muchas de sus tradiciones, la aculturación es también una realidad innegable. A nivel religioso, por ejemplo, las creencias míticas coexisten con el cristianismo. Por ello, en HIJO DE HOMBRE, yo intenté trabajar en la dirección de la inversión transgresiva del Nuevo Testamento. Claro que el tratamiento del tema es completamente herético, porque el símbolo central de la novela, el Cristo rebelde, se constituye en eje de una nueva religión, humana y terrenal, opuesta a la tradicional. En última instancia, yo me reconozco en esa religión que une a los hombres entre sí, aquí y ahora, y, paralelamente, me opongo a aquella que pregona la pasividad y la resignación. Mi lema esencial es el odio, sistemático a toda forma de resignación.

P: ¿Cuál es la imposibilidad en YO EL SUPREMO?

R.: Esta obra trata de la imposibilidad metafísica y obsesiva de lo absoluto, que a mi modo de ver desemboca pura y exclusivamente en la nada. La inversión de ese fenómeno, de la búsqueda abstracta e individualista que emprende el dictador, es la transformación revolucionaria de la sociedad como producto de una búsqueda concreta y colectiva.

P.: ¿Qué nos podría decir de la última obra de la trilogía?

R.: Es una novela que está casi terminada y cuyo título provisorio es El fiscal. El nudo temático explícita uno de los dramas de la sociedad: la imposibilidad de juzgar al otro. Mi teoría es que el sentido de justicia de ésta, nuestra cultura milenaria, reposa sobre un imposible. En EL FISCAL, por ejemplo, hay un inquisidor que se arroga el derecho de enjuiciar a toda la comunidad.

P.: ¿Qué quiere decir, en este contexto, enjuiciar?

R.: El simple hecho de enjuiciar implica la existencia de una culpa, la que a su vez genera el castigo. De modo que a partir de los juicios absurdos se llega a los castigos absurdos, como ocurre hoy en día en el Paraguay, donde una dictadura se ha convertido en el fiscal de la sociedad.

P.: Muchos sostienen que Roa Bastos no es un autor muy prolífico. Sin embargo usted interrumpió dos novelas para terminar la trilogía.

R.: En realidad no son dos, sino tres: CONTRAVIDA, una novela del exilio, de la gran hemorragia que sufre América Latina; Los chamanes, que trata el problema del mandarinazgo que ejercen los monstruos sagrados de la literatura de nuestro continente, y La caspa, que será probablemente el cierre de mi obra, porque es una novela de fin de mundo.

P: Usted es un escritor que toma distancias con respecto a la literatura europea, haciendo hincapié en la originalidad de lo latinoamericano. Sin embargo, cuando se refiere a EL FISCAL -y los lectores seguramente compartirán nuestra opinión- uno no puede dejar de establecer un paralelismo con El proceso, de Kafka.

R.: Permítame ir aún más lejos: yo trazaría de Dostoievski a Kafka una parábola que engloba a los autores que más han influido en mí desde el punto de vista temático, o sea, el de poner en evidencia la tragedia humana. Dicho esto, reafirmo mi condición de autor latinoamericano, para quien la abstracción no tiene razón de ser. Yo necesito respirar las obsesiones a partir de la realidad: a toda aspiración metafísica, a toda imposibilidad, opongo lo carnal, todo aquello que es tierra y que es sangre y que está especificado en el mito.

("La eterna guerra al imposible", entrevista de R. Bareiro Saguier, O. de León y F. Navarro, aparecida en Talita, La Plata, N° 4, 4/VI/1983).

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Cuatro años después, ¿cuál es el estado de los trabajos de Augusto? En abril le dejé un cuestionario frondoso con preguntas que entrelazaban el tema del exilio con el de la escritura y otras cosas más, en atorada búsqueda de comunicación. A continuación, transcribo su respuesta:

"Estas reflexiones son algo así como el resultado de las experiencias que me vienen ocurriendo a lo largo de mi oficio de escritor de ficciones. Desde aquella ya lejana colaboración en Alcor cuyos conceptos sobre nuestra cultura bilingüe giraron por lo menos 180 grados. Sabés que no soy un investigador ni un especialista, que no presumo de serlo y que incluso me cuido de no serlo. Cada uno en lo suyo. No soy más que un "contador" de historias imaginarias basadas en nuestra realidad y en nuestra historia que son ya de por sí bastante fantásticas y surreales. Es mi único oficio. Tampoco me considero un escritor "profesional". Empecé, como lo sabés, a publicar muy tarde "afuera", por verdadero azar en aquel concurso de la editorial Losada, para trabajar a fondo mis textos, urgido por el problema cotidiano de sobrevivir en el exilio (que en este marzo cumplió cuarenta años). Exilio en el que sin embargo hice y sigo haciendo toda mi obra. Por lo que no tengo ningún derecho aquejarme, sino todo lo contrario. Y cosa extraña, cuando mejor estuve desde este punto de vista, aquí en Toulouse (por aquella buena idea y mediación que puso nuestro amigo Jean para hacerme venir), fue cuando me di a la bartola y no produje más nada como novelista.

Claro, están también los inevitables problemas de adaptación y de rechazo a modos de ser y de culturas, a gentes y paisajes, tan diversos y extraños a nuestro tekó katu paraguayo (el exilio no es un viaje turístico y menos aún iniciático, aunque puede serlo de formación y para mí lo fue; presentó para mí problemas serios como para todos). Sólo que no perdí tiempo en patalear y gimotear (salvo en algunos poemas y textos semiclandestinos). Menos mal que yo la tuve a España muy cerca, del lado del corazón y de la sangre, de la lengua y los sentimientos comunes. Como también los tuve en mis treinta años de exilio en la Argentina.

LOS DOS EXILIOS

Luego de una remodelación interior, el "adentro" y el "afuera" no son dimensiones que se oponen o imponen conflictivamente en la interioridad de cada uno. Lentamente estas dimensiones van madurando dentro de uno -yo al menos lo he sentido así- en nuevas relaciones de identidad entre los de "adentro" y los de "afuera" (y más que con la gente, con nuestra realidad global) y van formando una segunda naturaleza. Y por supuesto, la nueva manera de vivir la vida que esto supone, el lento proceso de inmunización que las propias toxinas del exilio producen (del veneno que le es propio transformado en antídoto por una especie de efecto de mitridatización), la jerarquización de ciertos valores de base y la disciplina necesaria para ubicarse afirmativamente en ese nuevo contexto del "`adentro" y del "afuera" reunidos en una nueva identidad común, evidentemente son indispensables.

El exilio fue para mí mi verdadera universidad, ya que no tuve ninguna. Aprendí las tres o cuatro cosas fundamentales que pueden sostener hasta el fin una existencia a la intemperie como la mía. En el alejamiento forzoso de mis fuentes de realimentación y en el descentramiento de contextos más vastos y complejos -en los que fui entrando y por los que empezó a irrumpir la dimensión planetaria-, aprendí a relativizar mi propia experiencia y a considerar el exilio como una mutación del concepto de realidad, que modificaba todo lo anterior y creaba una especie de segunda naturaleza. Al principio pensé que podía aceptarla o rechazarla.

El destierro forzoso o forzado, repentino e inesperado, es una especie de estado de "yecto" (de lanzamiento a la nada) o de derrelicción; estado en el que el adulto queda abandonado en tierra de nadie y acorralado por la nada como un feto recién nacido. Esta vez sin la protección de la madre. Si rechazaba esta situación traumática del "forceps" del poder (y el exiliado lo intenta siempre al principio) era sobrevivir en pura llaga. Cosa que me ocurrió, como les sucede a todos de distinta manera y con diferente intensidad. No hay sino que leer las cosas que escribieron nuestros exiliados de la primera hornada. Y bastante más atrás, los exiliados o trasterrados españoles: José Bergamin o Luis Cernuda, por ejemplo, a propósito de su experiencia inversa a la de los latinoamericanos. Poco a poco entendí que debía convivir con esa llaga y cicatrizarla en mi interioridad; que debía convivir conmigo mismo y dejar de odiarme y de odiar mi angustia y mi infelicidad: esa nostalgia sin nombre y alienante del expatriado. Supe claramente, a raíz de una crisis (el capítulo "Nonato" de la novela Contravida da cuenta de esta crisis), que este recién nacido, ya viejo de treinta años, debía asumir su nuevo estado, a toda costa, no ya como el castigo de un forzado por un delito que no había cometido, sino con la voluntad, claridad y responsabilidad de espíritu que exigen la soberanía individual y esa libertad íntima y última que ningún poder de la tierra puede destruir sino con la muerte. Yo estaba vivo y esa libertad íntima era mi fuerza. La catarsis del trabajo creativo me permitió afirmar y depurar esta libertad de sus elementos parásitos o espurios... hasta donde uno puede lograrlo.

Para los "hijos pródigos" del exilio que saben que no pueden volver a la tierra natal y al perdido hogar y que aún en el caso de que vuelvan sólo encontrarán que "ese lugar se ha llevado su lugar a otro lugar", la peor tortura espiritual es el suplicio por la esperanza. De todos modos esta tortura moral era infinitamente menor que las que padecían adentro los presos y en general los exiliados del interior. Fue entonces cuando me puse a estudiar también -como ya te conté- metódicamente, existencialmente y antológicamente, la historia, el sentido, los mecanismos de la tortura (en toda su gama, en todos sus matices) que los verdugos del poder ejercitan sobre sus víctimas para arrancarles primero esa libertad íntima y última, y luego destruirlas lentamente a través del dolor, de la degradación total en el terror, en la vergüenza, en el rebajamiento de sí mismo por esta monstruosa violación de su condición humana. Violación y degradación que comienzan teniendo objetivos de "guerra sucia": arrancar información, delaciones, imponer castigos, que quedan en total impunidad con la desaparición de los despojos que resten en esta prueba infernal. Pero el objetivo esencial de los torcionarios (el galicismo los define mejor) es rebajar la condición humana y convertirla en una piltrafa. Aquí ya hay una "filosofía" de la destrucción del enemigo ideológico en la que los regímenes más brutales son los más activos y sistemáticos.

Hay un momento terrible en este delirante frenesí de destrucción y envilecimiento por parte del verdugo o funcionario -que en esa situación asume como propia la totalidad del poder que le ha sido delegada por el sistema-; hay un momento, al borde mismo de la muerte del torturado, en que víctima y verdugo, deshumanizados inversamente, quedan totalmente solos frente a frente en una especie de inframundo, unidos, quizás identificados como en los antiguos ritos de sacrificios humanos o de canibalismo. Un momento en que el torturador entra en el transporte fanático de poseer ese cuerpo roto, humillado y vejado como su verdadera obra y en la cual se reconoce como un creador y el torturado sólo tiene su odio y su impotencia en esa "noche apaleada a muerte" (según la expresión estremecedora de René Char) como la sustancia de su propio sufrimiento frente a ese dios teratológico que juega con él y que puede hacer de él lo que quiera.

En esta obra límite cabe aún la perfección final de la muerte cuyo toque también le pertenece a este artesano de servicias. Uno de los capítulos fuertes de El fiscal trata sobre este tema, tan corriente en nuestros días y tan antiguo a la vez, de las torturas infligidas a los prisioneros de las siniestras cámaras de tortura y de muerte. Hay una escena, en los tribunales de sangre de Paso Pucú, en que Pa'í Maíz confiesa al obispo Palacios que va a ser fusilado y a quien el fiscal de López le conforta con estas reflexiones. Parte de este texto reelaborado lo tiene Amnesty International. No sé si lo editó ya, ni si lo editará. Es muy tétrico. En la novela tiene otro sentido.

Por eso es que yo me opongo con toda la fuerza de mis convicciones al argumento jurídico invocado por las dictaduras militares a favor de la inexistencia de culpabilidad por "obediencia debida" de sus esbirros y torturadores policiales y militares. Cada uno de ellos es una monstruosa fuerza, demencial pero autónoma.

Vuelvo a mis soledades. A lo que me corresponde íntimamente e ínfimamente. En este aniversario cuadragésimo de la expatriación y otras formas de apatridismo, me anda rondando el recuerdo del pobre Juan Bautista Alberdi, que murió loco en París precisamente a los cuarenta años de su exilio. Pero él por lo menos dio desde la lejanía y el destierro las bases de la organización institucional de su país. Incluso se puso de parte del Paraguay durante la Guerra Grande denunciando el carácter imperialista de esta guerra genocida en varios libros y en polémicas durísimas con los mitristas. Alberdi, dicho sea de paso, es otro de los personajes de EL FISCAL. Por mi parte, yo solamente he escrito sobre nuestro país historias de entre-ten-y-miento, como denomino las historias imaginarias que sólo buscan esa verdad íntima y última del individuo que no es un islote perdido en un imposible solipsismo sino parte de la sociedad; verdad o libertad interior que tal vez no exista en las aventuras del espíritu y de la inteligencia de uno solo, sino en el sentimiento solidario con su colectividad. La verdad comienza de dos en más, dice uno de los personajes de YO EL SUPREMO. El finado Hérib Campos Cervera hablaba de la projimidad jesucristiana, yo me barrunto que en la línea de los ácratas tolstoianos de Yasnaia Polaina y del propio Rafael Barret. Y algo de esto debe haber en términos de un sentimiento religioso de religamiento con el semejante en una suerte de profunda camaradería espiritual, que no es por supuesto el de las sectas actuales con la del Doctor Luna a la cabeza.

ESENCIA Y EXISTENCIA

Creo, en cambio, que se han tejido alrededor de mí y de mi escasa obra un prestigio y una imagen que no corresponden en absoluto a mi mundo de valores, a mi visión del mundo, ni probablemente a sus méritos supuestos o reales, y menos al sentido que ella tiene o quiere tener. A mis críticos extranjeros (incluso los yankis y los ingleses ahora que me elogian mucho, me temo que fascinados por lo que no entienden) se les ha escapado lo esencial de mi obra. Por lo general no les suelo llevar el apunte. Pero de todos modos yo mismo he terminado por creer que no hay en ella nada esencial. No es grave y te diría que es lo normal.

Quizás por definición la literatura, al revés de toda otra producción cultural, no puede contener nada esencial. Contiene otras cosas que no van a la esencia sino a la existencia. Contiene el tiempo y la memoria (dos nebulosas llenas de azar y de incertidumbre), los oscuros sobresaltos del fin último, las variadas formas que asume el sentimiento de la muerte, las repetidas muertes de una vida. Y frente a todo esto la fascinación de la belleza en todas su formas, las pulsiones de la pasión y del deseo, del erotismo experimentado como una especie de fuerza cósmica pero al mismo tiempo tan visceral. En fin, todo eso que constituye la permanente angustia del ser humano ante los enigmas que le rodean y que lo convierten, para sí mismo, en el enigma más oscuro e impenetrable.

HISTORIA Y NOVELA

Sos testigo y participante de los muchos debates que produjo en coloquios y simposios el malentendido entre historia y novela a propósito de YO EL SUPREMO. No voy a repetirte ahora mi opinión sobre el particular. La conocés muy bien. Pero la clave de la confusión es muy simple. Si la historiografía busca con rigor que podamos llamar científico, sobre todo moderadamente, los significados unívocos y en cierta manera objetivos de eventos y acontecimientos, por su parte el relato, la novela, buscan subjetivamente las huellas de la historia vivida. Alguien dijo que esta historia vivida no era más que una "obnubilación en marcha". Sobre todo con respecto a nuestro país, esta definición no parece exagerada.

El relato, la novela tratan de expresar las significaciones múltiples y simultáneas de un mismo hecho (eso que los semiólogos llaman polisemia): sus ambigüedades, las contradicciones inevitables de todo hecho humano. Y lo hacen a través del lenguaje que es el hecho humano y social por excelencia: este precioso material tocado, transformado constantemente por la inexorabilidad de los cambios. Pero este lenguaje es simbólico, subjetivo, por más aparentemente "realistas" que sean las alegorías que se puedan construir con él. El relato, la novela trata de "contar" la pesadilla desde "adentro" y al hacerlo se contagia con la atmósfera o la materia de esta pesadilla. Además, para poder contarla, el narrador debería estar por lo menos a medias despierto. Pero lo que le pasa es que no es más que un sonámbulo que vaga a medianoche por las cornisas entre esas dos pesadillas. Es así, con palabras de Lucrecio, como yo defino a uno de los personajes protagónicos de El fiscal: "Duerme aunque parece despierto; está a dos pasos de la muerte, aunque parece vivir y ver...".

La historiografía en cambio trata de plantear objetivamente las correlaciones significativas de los hechos, o de un hecho entre los hechos. Procura explicar las crisis a través de una hermenéutica que se pretende científica pero que siempre es desbordada por las crisis mismas y por la aceleración de la historia en su dimensión de futuro. Creo que si la unidad y coherencia epistemológicas son inalcanzables hasta para el estatuto de las ciencias puras puesto que la historicidad lo contamina todo, ¿qué le queda a la historiografía como poder de revelación modélicamente objetiva?

La historiografía es por definición la narración de lo que ha cambiado. Dicen que vivimos en un ochenta por ciento de pasado y un veinte por ciento de futuro en un presente que no existe porque se desliza sin cesar hacia atrás o hacia delante. ¿En qué punto posicional de este deslizamiento nos hallamos para relativizar nuestra visión de observadores y testigos como narradores?

El relato fictivo procura anular esta linealidad del tiempo cronológico sustituyéndolo por otra dimensión temporal que tenga su propia pertinencia o su propio laberinto, la pertinencia de su propio laberinto. La historiografía trata de explicar o describir las crisis; es decir, trata de resolverlas. El lenguaje novelesco por el contrario instaura la crisis en las historias imaginarias para entrever el sentido de las crisis reales, individuales o colectivas. Su función es la búsqueda de sentido, de significación, de las pulsiones históricas de una colectividad a través de los mitos, de los símbolos, que tienen su coherencia temporal no cronológica. La historia describe correlatos heurísticos de estructuras significativas, en el sentido en que la invención científica se quiere pertinente y unívoca, pero no es muy seguro que lo consiga. De todos modos creo que narradores e historiadores somos complementarios aunque unos y otros trabajemos un determinado género asimétrico de ficción.

NOVELA ANTIHISTÓRICA

Yo no trato de describir la Guerra Grande en- EL FISCAL (hay grandes novelas clásicas, Guerra y paz de Tolstoi, Rojo y negro de Stendhal, tantas otras, y están también las epopeyas antiguas, modelos insuperables, que sería inútil y que a mí me resultaría imposible tratar de imitar o repetir).

No trato de hacer historia, sino más bien una antihistoria o contrahistoria. (De aquí, el título CONTRAVIDA de mi novela aún inédita). En todo caso, una historia al revés para entrever por transparencia contrastada lo que podría ser verdadero a través de lo fictivo. Para tratar de ver en los fragmentos rotos de ese gran espejo oscuro con el que los historiadores y cronistas tratan de reflejar los hechos y los tiempos. Te contaba en la charla que tuvimos la frase de Gracián: "Sólo mirando del revés se puede ver bien las cosas de este mundo". Pensamiento que por su concisión y economía siempre me pareció profundo y sugerente y que yo creo que es el que determinó muy tempranamente todo el sentido de mi comprensión del mundo y de mi estética.

El relato, la novela, lo único .que pueden dar es un "negativo" de hechos simbólicos a través de la realidad segunda y opaca del lenguaje; "negativo" que cada lector revela en su propia cámara oscura. Por eso suelo decir que el lector es el verdadero autor, el autor activo, de una novela, de un libro en general (un poco a la inversa del "lector-hembra" que pedía Julio Cortázar). Y si esta magia no se produce, la novela no existe y el libro no pasa de ser un objeto museográfico de biblioteca. Volumen en el que el espacio de una cuarta dimensión, que es la de la lectura misma, queda abolido: esa cuarta dimensión de la lectura, como lo son el tiempo y el sueño con relación al mundo real de las tres dimensiones. Brevemente, la historiografía no trabaja con conjeturas. La novela únicamente puede trabajar con conjeturas que son el elemento movilizador del imaginario.

Además, no me interesa lo descriptivo, digamos el aspecto crónica de los sucesos históricos sino lo que ellos tienen como significación más profunda. Ni crónica ni cronología. "Palpitología" diría yo: posibilidad de auscultar las pulsiones de la naturaleza humana en sus situaciones de crisis, más allá de las fronteras maniqueas del bien y del mal.

En este aspecto, como novelista, como escritor que escribe no lo que le mandan sino lo que le sale de sus entretelas, me considero constitucionalmente un "hors-la-loi", y si no lo fuera no habría podido ser un novelista sino tal vez, a lo sumo, un ordenado jurista con sus pasiones y obsesiones disecadas y clavadas por el vientre con alfileres como insectos en cajas de colecciones raras.

Con respecto a nuestra historia, me interesan más vale los "mitos degradados" que vienen intoxicando desde hace más de un siglo nuestro sentimiento nacional con el famoso culto de la personalidad heroica o de los "individuos representativos". Desde Carlyle, Emerson, Stalin, hasta los O'Leary, J. Natalicio González que han infestado para un rato largo nuestro patrioterismo de pacotilla. No niego su valor relativo pero no hay por qué convertirlos en paradigmas o en arcángeles absolutos. Tampoco hay por qué convertir la "obnubilación en marcha de la historia" en una "filosofía de la historia" como terapéutica para tratar complejos de inferioridad colectivos o individuales. ¡Qué diferencia con la de nuestros verdaderos héroes culturales que no están en los panteones de la historia sino en el humus de las grandes selvas desaparecidas, taladas por los industriales de la dependencia!

Ante esta situación (que vos habrás experimentado también en nuestro país con tus relatos) no son muchos todavía los que pueden entender y darle una correcta progresiva solución simplemente porque no existe el hábito de la lectura ficcional. Me interesa mucho, por ejemplo, el trabajo que hacen nuestros trabajadores en artes plásticas y audiovisuales encabezados por Carlos Colombino y orientados por críticos como Ticio Escobar y Josefina Plá. También, en cierto modo, el de nuestros músicos jóvenes, por sus propuestas para encontrar rumbos nuevos a nuestra canción popular, para liberarla del "folklorismo" grueso y sentimentaloide que consumen el tráfico turístico y un enorme público inerme, estragado por la peor melcocha estupefaciente; un público que, bajo la vulgaridad y la brutalidad de la dictadura, ha perdido el gusto por las cosas propias genuinas. Incluso sigo con mucho interés a los que están tratando de adelantar la literatura escrita del guaraní sin pretensiones de restaurar una supuesta lengua "pura" o "clásica", que los mestizos no conocimos nunca ni podemos fabricar ahora.

Me interesan los que indagan en los estratos populares, etnográficos, socio y etnoculturales: esos lugares que son de espacio pero también de tiempo, en los cuales se halla depositado el barro sedimentario y originario de nuestras culturas no letradas en vías de extinción.

PRESENCIA, DE LA MUJER

Por supuesto me interesa muy particularmente la nueva línea de trabajadoras intelectuales (me refiero ya concretamente a las mujeres jóvenes como Line Bareiro, o a esa mujer que parece fuera del tiempo y que trabaja siempre como una joven que es Josefina Plá); mujeres que tienen talento y coraje y una rigurosa formación en sus respectivas disciplinas y que están tratando de descubrir esa cara velada de nuestro país machista y feudal que los hombres "cultos" nos hemos empeñado en mantener "o-culta" como la otra cara de la luna. No hay muchas, lógicamente, pero ya están ahí.

Esta entrada firme de la mujer en nuestra producción cultural es de hace poco tiempo, de hace pocas generaciones. Corresponde a las generaciones y promociones que surgen ya bajo la dictadura. Y algunas consiguen salir a respirar, informarse y estudiar en serio. O lo siguen haciendo adentro, como pueden. Otro tanto aconteció en España con las generaciones jóvenes en las postrimerías del franquismo. Esto es alentador y muestra que el poder corruptor no puede corromperlo todo.

Suelo decir que en el Paraguay el tiempo se mide por generaciones destruidas. Pero no todas son destruidas enteramente. De modo que hay un remanente de tiempo útil que a la represión totalitaria se le ha escapado y que no puede controlar. Quizás ésta sea en cierto modo una explicación (entre otras) del por qué la dictadura no ha podido impedir en la década reciente (que es también la de su crisis y decadencia) que culminara la mayor eclosión que registra la historia cultural de nuestro país en este último medio siglo. Hay siempre gente que opone a la muerte el deseo de ser y de saber, el deseo puro incluso como energía erótica no neurótica, de afirmación y transformación. Es por esto último tal vez por lo que a mis setenta años me siento tan "feminista", en la buena acepción del término, y creo que así como la mujer, desde la colonia, nos dio a sus hijos mestizos la lengua, también hará que nuestra lucha democrática, tan degradada y sectorizada por culpa de sus dirigentes masculinos, ambiciosos y mediocres (aún de aquellos que predican con aire inteligente y sesudo ideologías de derecha con fraseología de izquierda), no se atasque indefinidamente en un callejón sin salida.

El verdadero acento y la línea de acción intrínsecamente liberadora de esta lucha en sus perspectivas más originales la va a dar sin duda la mujer. De esto estoy absolutamente convencido, en la medida naturalmente en que la mujer logre adelantar la lucha por su dignificación y condición social a la par del hombre en sus respectivos roles. Sin la mujer consciente y participante no habrá democracia pluralista ni de ninguna otra clase puesto que no tendremos una sociedad equilibrada.

Se ve esto en todos los sectores, incluso en la incorporación a la lucha democrática de las mujeres campesinas con sus reivindicaciones sectoriales pero también con las de su condición y su liberación del secular sometimiento y su necesaria participación en la cuota del poder real que debe tener el pueblo en su totalidad (poder real sin el que toda democracia es solamente su parodia) pero que hasta hoy ha sido y es sólo masculino como función y como disfrute.

Y aquí por supuesto no confundo feminismo con maternalismo ni matriarcalismo, ni los opongo al machismo como categorías suficientes e inalterables. Por supuesto, tampoco los opongo como entidades adversas e irreconciliablemente antagónicas. Lo que propongo es el reconocimiento de ambos en sus mutuas especificidades y diferencias y en su alianza social para realizar las obras de bien común, o sea el proceso de cambio y transformación de la sociedad. Es hora ya de que la mujer sea responsable de su soberanía y de que el hombre asuma (después de todos los dolores de las mujeres) la "maternidad seria del hombre", como lo pedía el poeta Rilke que leíamos en VY'A RAITY con CAMPITOS, y que es algo más que una frase de poeta: un pensamiento poético, sí, pero con una fuerte carga ontológica y social.

Estos sentimientos sobre la pareja humana son los que sostienen el sentido de mi obra, aunque yo mismo no haya sabido realizarlos en mi vida práctica. No siempre es exacta -aunque debería serlo- la afirmación de Hegel de que el ser verdadero del hombre (y de la mujer) es su acción; su acción en todos los campos del universo humano. Y es en este campo específico de la sociedad donde la acción de la mujer no es todavía igual a su presencia potencialmente considerable pero pasiva y sometida.

Creo que la mujer, aunque no tenga hijos y sea estéril, es por lo menos dos veces más fértil que el hombre. En mi obra novelesca hay muchos. ejemplos (desde la prostituta SALU'I, en HIJO DE HOMBRE, a MARÍA DE LOS ÁNGELES, de YO EL SUPREMO); desde la manifestación de mujeres en el cuento "LA REBELIÓN" (que parece haber presentido con cuarenta años de anticipación la manifestación de mujeres de Caaguazú de 1985), hasta las mujeres canoeras y guerrilleras de la novela aún inédita CONTRAVIDA, que testimonian sobre la capacidad natural de la mujer para cumplir su rol genético y social con más constancia, generosidad y firmeza que el hombre.

Dicho sea de paso, algo parecido se podría decir de la prefiguración temática del Cristo leproso que contiene mi novela HIJO DE HOMBRE con respecto a la iglesia del pueblo surgida en Medellín y Puebla bajo la inspiración de Juan XXIII y al nacimiento de la Teología de la Liberación que hunde sus raíces en la religiosidad popular de nuestras colectividades más desfavorecidas. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que esté reivindicando el carácter "profético" de los textos literarios y menos por supuesto de los míos. Sólo estoy tratando de decir que si estos textos son producidos sobre el foco de la energía social, necesariamente expresan de alguna manera las aspiraciones, los presentimientos, un cierto sentido de la historia que está latente o larvado en una época determinada con sus estímulos vivos ya actuantes. Las coincidencias nunca son casuales. Hay un raro mecanismo de ósmosis y endósmosis a veces imperceptible pero que produce sus fenómenos de convergencia y de sinergia entre el individuo y la sociedad. Aunque estemos lejos y desde hace mucho tiempo, como nosotros.

EL PARAÍSO DE MAHOMA

Nuestro hombre paraguayo surgido del serrallo colonial, cromosomáticamente polígamo y exógamo, es un machista caballeresco, hay que decirlo todo. Puede transformarse por momentos en rendido trovador capaz de cantarle poemas de amor a la amada ñemimbi (resplandeciente) de turno y convertirla en lucero o en "che la reina", pero es la negación del amor humano en cualquiera de sus manifestaciones auténticas y profundas, que vayan más allá de la posesión de la mujer-objeto y de la satisfacción de sus veleidades narcisísticas: eso que un sociólogo denomina "orgasmo unilateral asegurado"... para el hombre.

La fidelidad no está asegurada por las normas jurídicas y religiosas que rigen para la pareja legalmente constituida -aún cuando ésta ya no sea más que una soledad de dos en compañía-, sino por la manera en que la pareja hace vivir y transformar el amor naturalmente, por la comprensión, la tolerancia y respeto del otro, basados en el juego de sus identidades pero sobre todo de sus diferencias. Por mi parte he sentido siempre que estas diferencias son las que nos hacen complementarios y necesarios los unos a los otros, sobre todo entre hombre y mujer. Creo incluso que esto es lo que en cierta manera justifica el mundo de la transexualidad, que por otra parte existió siempre (y que no se portó tan mal como en el ejemplo de los gays espartanos en el desfiladero de las Termópilas), aún cuando sólo desde hace pocas décadas logró su estatuto público como una especie de ecología del sexo, que en definitiva es una planta pero no parásita.

Cuando ciertos machistas me hablan de su repugnancia por los homosexuales, les contesto siempre que éstos surgieron sin duda a causa de la repugnante "normalidad" de los machistas. Aún cuando siempre compartí la idea de que esta normalidad es falsa. El machista típico es el que padece la peor especie de androginia. Digamos que es un homosexual desviado por descompensación hacia su extremo opuesto. Como ya lo demostró amenamente, entre otros, don Gregorio Marañón en sus estudios sobre Don Juan. Claro que los nuestros son un poco más toscos ¿no? Es que las glándulas tienen todavía poco que ver con la cultura, a lo que parece.

De lo que se trata -creo yo, hablando en serio- es de nivelar las posibilidades y establecer la alianza de los géneros, lealmente, de un modo perfectible, a través de una causa, de intereses comunes no discriminatorios; o más simple y esencialmente aún, en la defensa de la vida. Esto es lo que traté de alegorizar en el capítulo "ÉXODO", de HIJO DE HOMBRE y en otros varios textos de "imaginación". Por momentos temo que lo que te estoy diciendo sea terriblemente trivial y manido, aunque yo sienta que me hace bien estar diciéndotelo. Aquí, en Toulouse, no hay muchas ocasiones para mantener este tipo de intercambios, como el que tuvimos a tu breve paso por estas "alturas levantadas sobre el cielo que las rodea por todos lados". Y aunque yo no sea excesivamente conversador sino más vale lo contrario, me gusta de vez en cuando cambiar ideas, confrontar las propias con las del amigo y enriquecer las mías con las suyas.

De aquí mi empeño en la demolición de estos falsos mitos que pesan como horribles estatuas ecuestres sobre nuestra sociedad. Idea que es también la que sostienen tus narraciones. Yo empecé con la época anterior, la de Francia, en YO EL SUPREMO. Este fue un desafío bastante delicado (puesto que Francia fue, en cierta manera, el único dictador que logró establecer ciertos hechos revolucionarios, al revés de sus congéneres de la siniestra galería de cacicotes en toda nuestra América): la autodeterminación del estado nación, una cierta socialización o colectivización del estado, la soberanía de la nación, de los medios de producción, etc., etc.

Habrá que seguir investigando bastante sin embargo aún la época y la obra de Francia para determinar hasta qué punto aquellos hechos revolucionarios fueron verdaderamente tales y determinar su contrapartida negativa en el contexto de la historia del país y de nuestra sociedad. De una sociedad que pudo ser libre y soberana, pero que se volvió esclava e ignorante (en el sentido más profundo de la palabra) bajo los efectos letales de la institucionalización del poder absoluto y del miedo como la única forma de conciencia pública. Institucionalización que yo la sitúo precisamente en nuestra primera "dictadura constitucional", la del mal llamado "jacobino" don José Gaspar.

Con Solano López la cosa es más simple pero al mismo tiempo más complicada. La época es más cercana. Los conflictos son más intensos, y no solamente los que derivan del lopizmo/ antilopizmo, sino de muchos otros ángulos de la mala conciencia social y nacional de los paraguayos que ya ha desbordado esta antigua oposición nacionalista y patriotera, oligárquica en ambos términos. 'Veremos cómo puedo afrontar el tiras-de-fer con este otro espécimen distinto de Francia pero no menos complejo y ambivalente. Son operaciones de riesgo estas cirugías retrospectivas porque ellas se aplican no sobre un sujeto histórico determinado sino sobre la misma sociedad: sobre lo que llamamos el sentimiento nacional como base de su presunta identidad; sobre sus falsos mitos y tabúes, sus reflejos condicionados y deformados por la parafernalia del poder, su mecanismo de acciones y reacciones completamente paroxísticas. O en el otro extremo, sus síndromes de depresión, de resentimiento impotente, de oportunismo y hasta de cinismo; actitudes que tratan de parecerse a gestos o comportamientos de iluminados, sobre todo en algunos que se presentan como candidatos más o menos mesiánicos.

Las historias antihistóricas son operaciones comprometidas, sobre todo en el campo de la proyección literaria que no puede menos que ser también a su modo arbitraria y transgresiva. Sobre todo con respecto a la historia o a las historias oficiales. A los sobreentendidos o malentendidos crónicos que se alojan en ella y con los que hemos comulgado indefinidamente. En estos casos, el papel del novelista se parece un poco al del carpidor de nuestras kapueras que tiene que extirpar el javorai, la maleza, de los surcos, pero también al de esos acróbatas de circo que trabajan sin red y que pueden partirse la crisma en cada momento.

La red "documentaria" protege en cierta manera al historiador y a los estudiosos que no pueden hablar en primera persona y que siempre tienen que usar la tercera persona y la conjugación de los verbos simples y regulares pero no los verbos defectivos, como podemos hacerlo nosotros los narradores. Son ejercicios comprometidos, desde luego. Incluso en la literatura que es un trabajo solitario y sin ningún riesgo aunque trate también de ser solidario.

Pero alguien tiene que hacer estos trabajos que no son fáciles. Y no habiendo hasta hoy quien se haya animado con verdadero sentido crítico o se haya interesado en el tema, pues yo me he presentado como voluntario para esta excavación arqueológica del "héroe". Hay que marcar mucho estas comillas del "héroe", sin que la intención peyorativa alcance a emborronar a su vez la verosimilitud y la credibilidad del nuevo mito o producto literario. De lo contrario estamos en lo mismo. Lo 'único evidente es que la complacencia o connivencia retrospectiva con respecto a estos "individuos representativos" son las peores formas del sometimiento mental, de las anteojeras ideológicas y de la beatería patrioterista que son estimuladas por la reacción y que es el caldo de cultivo de las dictaduras y de los demagogos.

Pienso que con el borrador de una primera versión ya lista puedo intentar la definitiva. Lo único que debe resolver previamente es el aspecto "crematístico" de la sobrevivencia material -la famosa cuestión de las "temporalidades conducentes"- para que pueda dedicarle a El fiscal por lo menos un año de, trabajo a tiempo completo y terminarlo".

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1982 fue un año de prueba para Augusto Roa Bastos. En marzo viajó a Paraguay, en compañía de Iris, su compañera, y de Francisco, el primogénito de la pareja. El cuenta las razones de su viaje de recuperación de la patria, a la que Iris iba por primera vez. Recuperarla simbólicamente a través de la inscripción del niño en el Registro Civil como paraguayo. Y materialmente, sensorialmente, recuperar la tierra, el aire, la luz. Buscar el sitio de las cosas. Como él narra, las encontraron, creyeron hallarlas. Augusto fue recibido como el hijo pródigo, triunfalmente -en el sentido de la alegría- sobre todo por los jóvenes.

Durante dos meses fue invitado por todas partes a hacer charlas, conferencias, entrevistado por los periódicos, y hasta por la televisión que, es bien sabido, pertenece al dictador y sus acólitos. Pero sobre todo, fue rodeado por la juventud asqueada por la podredumbre dictatorial, ávida y sedienta de un poco de luz. Ella veía en Augusto un símbolo opuesto a la iniquidad oscurantista y corrupta del régimen. Al fin de cuentas, el escritor era, en la precariedad de su exilio, el que realmente representaba al país, simbolizaba la dignidad de su pueblo, esa especie de recuperación, de redención popular con la que los jóvenes sueñan, aún más los que toda la existencia vivieron en un ambiente opresivo, castrador y de extrema degradación moral.

Era demasiado, mucho más de lo que podía aceptar el tiranosaurio. De manera que con la prepotencia que caracteriza a los déspotas oscuros, le hizo expulsar del país. El 30 de abril a la siesta envió en una camioneta celular un contingente fuertemente armado y comandado por el Comisario Inspector Cantero, Jefe de la Sección Política de la Policía de Investigaciones (la Seguridad paraguaya). Luego de una brutal irrupción en casa de la hermana del escritor, en donde residían, los tres fueron embarcados sin ninguna consideración en la camioneta celular, y sin explicación alguna, puestos en la frontera argentina, cerca de la localidad de Clorinda. El oscuro tirano acababa de realizar una hazaña más en su escalada de odio contra la inteligencia. Ya que no podía reducirlo a silencio ni comprar su conciencia, el ignaro general se permitía el "lujo" de expulsar al más grande escritor que había producido el Paraguay en el curso de su historia... Al día siguiente, el "Ministro del Miedo", grosero personaje de nombre Sabino Montanaro, expuso "las razones": "ideas bolcheviques ultramoscovitas; intento de adoctrinar a la juventud del país con dichas ideologías". Me parecía estar escuchando una vieja y gastada canción: diez años antes yo había sido expulsado por los mismos "delitos". No me resisto a transcribir las palabras con que "explicó" la bochornosa medida el Goebbels de pacotilla del régimen, un tal Aníbal Fernández, Subsecretario de Informaciones y Cultura (léase propaganda) de la Presidencia de la República. "Roa Bastos es comunista peligroso. No se puede dejar de reconocer que A. Roa Bastos es talentoso. Escribe, y escribe bien, y tiene obras de gran prestigio como Yo el Supremo, etc. Lamentablemente el fue hacia la izquierda; se hizo no sé si moscovita o pekinés, pero sí marxista, en estrecho contacto con las autoridades comunistas. En Francia, él forma el grupo más radical del comunismo, junto con Bareiro Saguier... Acá los medios de prensa lo recibieron con gran promoción: yo quiero creer que de buena fe, aunque tenemos indicios para pensar que en algunos casos no fue así. Se le preparó a Roa Bastos un gran pedestal con este su regreso al país, una propaganda inmensa. El vino a querer crear una conciencia marxista entre nuestros jóvenes, y eso no lo podemos permitir, porque tenemos la obligación de salvaguardar la paz y la tranquilidad.".

Rara mezcla de estulticia, de rabia, de frustración, de envidia, de mala fe. El policía de la cultura no puede dejar de reconocer la importancia del escritor (su aparente displicencia esconde mal su rabia), el prestigio entre los jóvenes, la enorme audiencia, que sin proponérselo, tuvo a través de los medios de comunicación, bastante controlados, sin embargo, por la dictadura. Eso es lo que produjo la envidia y el temor del tiranosaurio y sus capangas "culturales". La mala fe: atribuir a Roa Bastos supuestas militancias "marxista, moscovita, pekinesa", todo mezclado, tal como se ha visto que es la esencia anticomunista primaria de la "democracia de la segunda Reconstrucción". Y para rematar, atribuirle a Roa Bastos dos viajes a cuba, que nada tendrían de reprensibles -se puede ver su posición a este respecto-, sino que sencillamente no los realizó, seguramente por causas ajenas a su voluntad. Todo esto para tener una idea de la barbarie del régimen dictatorial y de los procedimientos de la represión cultural en el Paraguay de Stroessner.

Durante más de un año Augusto fue un "apátrida indocumentado", pues los representantes de la dictadura le negaban la renovación de los documentos confiscados. Hasta que en octubre de 1983, Roa Bastos recibe el siguiente telegrama: "Tengo el honor de comunicarle el Acuerdo del Consejo de Ministros de hoy, 13 de octubre, por el que se le ha sido concedida la nacionalidad española. En fecha tan significativa y ante la satisfacción de este Acuerdo quisiera hacer votos comunes por el reencuentro en paz y libertad entre los pueblos de nuestra comunidad iberoamericana, reencuentro del que Usted, con su biografía y con su obra, constituye un precedente ejemplar. España se honra al considerarlo incluido formalmente entre sus ciudadanos, y la cultura española, hoy como siempre, se siente orgullosa de contar con Usted como uno de sus representantes. Reciba mi más calurosa felicitación, extensiva a su familia". Firmado: Javier Solana, Ministro de Cultura.

En un telegrama Augusto agradece "el alto honor", y lo asume "con entera responsabilidad": "Uno así -dice-, en mi vida y en mi obra, la devoción y fidelidad a mi patria natal, Paraguay, y a mi patria adoptiva, madre común de nuestros pueblos latinoamericanos".

Y en un artículo expresa la sensación que le produce nacer "cómo un ciudadano libre de un país libre", luego de la sombría pesadilla en la que se intentó convertirlo en apátrida.

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"Pasos de un peregrino son, errante... "

Góngora

He aquí que luego de treinta y seis años de exilio, y a los sesenta y seis de mi edad, he nacido ciudadano de un país libre.

Con generosa sensibilidad a los males de toda diáspora, de la que a su turno el pueblo español fue víctima propiciatoria, el Gobierno socialista de la España democrática ha querido otorgar a este apátrida latinoamericano el título de naturalización. '¿Qué significa esto? Nada menos que naturalizar (la palabra lo dice) el título de ciudadano español. El derecho de integrarse plenamente a una patria, a una cultura, de las que de hecho los latinoamericanos somos descendientes y herederos. Por la sangre, por la historia, por la lengua. En otros términos, me han sido otorgados los derechos naturales del ciudadano de los que nunca disfruté. Sus vestigios -si restaba alguno- fueron borrados definitivamente por el brutal atropello del régimen liberticida que impera en mi país de origen.

Cuándo en fecha reciente retorné con mi familia a Paraguay llevaba el propósito de reintegrarme a la tierra natal, prefiriendo -como lo expresó José Bergamín en su momento crucial con amarga ironía- ser "un enterrado vivo y no un desterrado muerto". Parábola cumplida.

Pensé que acaso jugaría a mi favor, por lo menos, el mismo derecho de entrada y permanencia que les está asegurado en Paraguay a notorios criminales de guerra en exilio (los Somoza, los Menguele y otros menos destacados, amén de potentados y traficantes de toda calaña).

En realidad no estoy hecho para las novelas ni para los dramas. En realidad estoy infectado de irrealidad. Siempre hacemos razón de lo que en nosotros hay de más oscuro. Llevaba el viejo sueño del retorno y nada más. El operativo policial, que desplegó sus gorilas pistola en mano aquella tarde de abril para ejecutar mi expulsión, junto con mi mujer y mi hijo pequeño, se aplicó en demostrar en pocos instantes, sin plazos molestos ni exhortaciones judiciales inútiles, que aquel anhelo de toda una vida no había sido más que una larga ensoñación. Incluso ese operativo de hombres armados y sañudos que habían irrumpido en nuestro alojamiento con el voluntarioso talante de reducir a una banda entera de malhechores. Todo fue demasiado desproporcionado e irreal. ¿Qué era un escritor para esos policías dichosamente iletrados? Un fantasma. ¿Y esa mujer grávida a punto de parir y ese niño dormido entre los gorilas? Fantasmas. Fuera. Fronterazo y sanseacabó. Para los desterrados que vuelven por su cuenta y riesgo, como para los enterrados vivos que luchan adentro por los subversivos derechos humanos y sociales y por la subversiva libertad de expresión en aquel país sometido a silencio -salvo, naturalmente, para los turiferarios adictos-, no rige, de toda evidencia, la prescripción treintenaria que el derecho (?) internacional acuerda hasta a los más execrables arcángeles exterminadores. Somoza, componente y último mohicano de una dinastía de tiranuelos sangrientos que devastó la tierra de Darío y Sandino, pudo vivir y morir en su ley y hasta con gloria en Paraguay. Menguele y los otros viven ocultos tras el halo del poder. Pero entonces, ¿debía yo concluir que sin nada espectacularmente malvado y siniestro que ofrecer como credencial de respetabilidad a los dueños del poder, sumamente selectivos, yo no era ya sino otro que no existía? Al punto que mi supuesto nacimiento en Paraguay formaba parte del viejo sueño secreto. ¿No era mi vida -puesto que uno es lo que hace, y conocer mi acción habría sido conocerme- sólo un delirio de las apariencias que acosan a los peregrinos sin causa haciéndoles dudar de su existencia real? Uno de los esbirros comentó casurramente, en el furgón, como burlándose: "Parece que usted es muy conocido". Con irreprimible vergüenza y temor repuse que no, que de ninguna manera. "Voy siendo apenas -murmuré- un desaparecido a medias".

Pero he aquí que de pronto nazco como un ciudadano libre de un país libre. Y, más que un pasaporte o más allá de los documentos de identidad, lo que realmente se me confiere es una identidad sin documentos formales, sin pactos ni compromisos basados en cálculos interesados ni oportunistas. A una edad en la que, por lo general, se está de regreso de las ambiciones malsanas, recibir una segunda patria comporta una responsabilidad y una dicha enormes. Es tomar obligación del destino en lo mejor de uno mismo con respecto a los demás. La identidad que se me ha otorgado no excluye la lealtad a la tierra natal, sino que la ratifica y la incluye en el contexto de una vasta comunidad de naciones conformadas por la unidad de origen, en el tejido de una coherente dimensión genealógica, en el ámbito de una de las más densas culturas del mundo. Era, pues, posible entender en términos reales, carnales, este complejo e indecible fenómeno posicional de la identidad humana. Lo difícil es ahora, para mí, expresar con palabras sencillas y en lenguaje de todos los días las verberaciones de sentido de este fenómeno de entrelazados sentimientos afectivos, espirituales y éticos que no se experimenta todos los días".

("Nacimiento de un ciudadano, El País, 27/X/1983).

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En enero de 1985, Francia otorga, a su vez, la ciudadanía a Augusto Roa Bastos, proscripto por la dictadura paraguaya, al tiempo que es hecho Oficial de la Orden de las Artes y de las Letras.

Más arriba hablaba de 1982 como un año de prueba y de cambios en su existencia. Augusto siempre estuvo atento a la suerte de su pueblo, solidario con ella. En este sentido dice: "Yo intento situarme en el foco de la energía colectiva, traducir el grito de lo inmediato". Ahora bien, la necesidad de mantener los contactos con las fuentes inmediatas del "grito de lo inmediato" le inducía a una cierta reserva en sus declaraciones públicas. Con su expulsión esto cambió; Augusto asumió una actitud abiertamente política, comprometiéndose en una campaña de publicaciones sobre la situación actual del Paraguay, participando en diversas manifestaciones para denunciar la dictadura y proponer ideas concernientes al proceso de transición a la democracia. ¿Cuál es el sentido de su lucha, su posición política? El mismo aclara en una carta:

"Querría que quedara bien claro lo que yo entiendo por "democracia pluralista" no como un fin en sí sino como un medio perfectible para salir delante de nuestra crónica dependencia hacia un nuevo modelo de sociedad. Y sobre todo las diferencias que existen entre la autocracia "protegida" en la dependencia del poder imperial y la democracia que se pretende libre y soberana pero surgida bajo el mismo protectorado de la "democracia imperial".

Para mí, que no soy político ni militante de ninguno de nuestros partidos políticos, la única democracia válida es la que cuenta con la participación y el poder real del pueblo, de todo el pueblo sin exclusiones, sin lo cual la democracia no es más que una parodia en sí misma, que se limita a los reflejos condicionados del 'poder seductor que crea sensaciones de representación', como la definieron correctamente Pablo González Casanova y Luis Viloro".

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La primera de las reuniones públicas a la que asistió fue una que tuvo lugar en París, en 1984. La misma reunió a los exiliados paraguayos en Europa y contó con la presencia de dos dirigentes venidos del interior del país.

A pedido mío, el 11 de febrero de ese año, Augusto inauguró las jornadas, con una brillante intervención sobre el tema de la transición a la democracia pluralista en Paraguay. Ese mismo año estuvimos juntos en otra gran manifestación que se realizó en el Teatro San Martín de Buenos Aires. Y en 1985, un problema de salud le impidió asistir a unas importantes jornadas por la democracia en Paraguay, realizadas en Montevideo, en las que, a pedido suyo, leí su intervención. La culminación -hasta la fecha- de esa tarea la cumplió en calidad de Presidente del Comité Organizador de las "Jornadas por la democracia en Paraguay", llevadas a cabo en Madrid, entre el 23 y el 25 de febrero de 1987. Dos años largos de preparación, de generosa entrega a la causa de su pueblo, desembocaron en las importantes jornadas, inauguradas por él y por el Vicepresidente del Gobierno español, Alfonso Guerra. Más de treinta dirigentes de la oposición viajaron desde Asunción para participar, con miembros del exilio, en la manifestación antidictatorial. La reunión se realizó en un ambiente pluralista, tal como Augusto propone en sus escritos, y fue la primera ocasión, desde hacía mucho tiempo, en que se implementaba un diálogo entre paraguayos en el cual la cordialidad no excluía la discusión sincera, el disenso respetuoso. Un extracto de su discurso inaugural puede dar no solamente una idea de los propósitos del coloquio de Madrid, sino asimismo de la concepción que tiene Roa Bastos del proceso de la transición:

"Siento como si mis compatriotas, luego de más de tres décadas de encierro y de silencio en la pesada atmósfera de aquel país sitiado y escarnecido por la tiranía, hubieran podido venir, acogidos fraternalmente por la democracia española, a debatir serena, pero firmemente, con espíritu de paz y visión de futuro, los cruciales problemas de su sociedad para buscarles la mejor solución posible; a inspirarse en el ejemplo de esta libertad y democracia afines a nuestra sensibilidad e identidad hispanoamericanas; a comprobar, en fin, que en el mundo en llamas en que nos toca vivir, únicamente el diálogo sin cortapisas y el pleno intercambio comunicacional pueden proveer esa sustancia preciosa de la concordia y el consenso que en el Paraguay parecieran haberse extinguido.

Son representantes de las distintas agrupaciones políticas opositoras, de los movimientos sociales, sindicales y estudiantiles, de la cultura y la defensa de los derechos humanos. Han venido, sí, a dialogar, que es la única manera de entenderse para concertar acciones comunes. Diálogo siempre difícil en lo interno bajo las compulsiones de la represión y la degradación extrema de la condición humana, que es obra de la tiranía. Su mayor triunfo es haber instaurado el miedo, convertido así en la única forma de la conciencia pública amordazada. El miedo, que es mudez y regresión. Mutilación moral, la más grave que puede infligirse a una colectividad, a sus jóvenes generaciones, a la dignidad cívica y humana, sin la cual la vida en sociedad se torna imposible. Lo mismo que toda idea de cambio y de progreso.

José Martí expresó esta situación sabiamente, melancólicamente: '"Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos".

De lo que se trata entonces en este encuentro es de conocer a fondo los elementos verdaderos del país real para extraer de ellos la restauración del civismo nacional y concertar entre todos la orientación más justa y progresista de la vida social y del gobierno del país sobre la base de la participación y del poder real del pueblo, que constituyen la clave de una efectiva democracia pluralista.

Este conocimiento -acaso estamos todos de acuerdo sobre el fondo, aunque no sobre las formas de acción que él debe impulsar- debe ser genuinamente autocrítico. Los hechos de violencia totalitaria incriminan por supuesto a la tiranía, pero también ponen en cuestión la responsabilidad de los sectores políticos, económicos, sociales y culturales que se quieren democráticos. Es probable que no se indague con frecuencia en qué medida el fenómeno autoritario, larvado en sociedades desequilibradas como las nuestras, surge y se prolonga indefinidamente porque es consentido y tolerado de alguna manera.

Esta parte de responsabilidad autocrítica es la que debemos asumir los paraguayos con franqueza y honestidad si pretendemos que el análisis del autoritarismo y la lucha por la democracia nos conduzcan a proyectos y a formas viables (en el sentido de vida) de convivencia pacífica de todos los sectores y estamentos del país en un gran proyecto de convergencia y unión nacional. Ello no debe significar de nuevo -eso está claro- una democracia de sentido único -que es la de los callejones sin salida-, sino la democracia del pluralismo ideológico y la alternancia de las mayorías, es decir el juego dialéctico de las líneas de fuerza de la realidad, el latir de la vida colectiva en su genuina capacidad de transformación dula sociedad.

Estos hombres de pensamiento, de acción y creación de valores culturales han venido a hablar entre ellos de todo esto. Y han venido a dialogar asimismo con la opinión pública internacional a través de sus canales naturales los medios de información y comunicación que en una democracia funcionan normalmente. Han venido a recordar a esa opinión pública internacional que tras la espesa cortina de desinformación y de simulación, de silencio y de olvido, este país existe aún pese a la corrosión letal de la autocracia stroessneriana.

En este presente sombrío, he aquí que esta autocracia -que se autocalifica de Gobierno de la Segunda Reconstrucción- ha construido en realidad un tiempo de ignominia aboliendo el Paraguay de casi legendario pasado y pretendiendo abolir incluso su incierto futuro, identificándolo con la duración de la vida de un hombre nefasto, más allá de los plazos mortales de la naturaleza y de la historia".

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Una idea más completa y cabal de su posición, de su-compromiso y de sus propuestas en esta hora crucial de su patria la expone en el documento más importante de entre.los varios publicados en estos años de combate. El actor presenta su "Carta abierta al pueblo paraguayo" como un testamento; en verdad es un acta de renacimiento.

Todos estos últimos años no fueron solamente los de la actividad antidictatorial. Me consta que su proyecto narrativo EL FISCAL avanza, sobre todo en el proceso muy roabastiano de la acumulación del material de base. Esta es una etapa "necesaria" de su escritura.

Además, en el ámbito de la actividad más estrictamente cultural, Augusto ha participado en numerosísimas reuniones, ha asistido a simposios y coloquios sobre su obra en prestigiosos centros universitarios (Poitiers, París, Toulouse, Dusseldorf, Maryland, Oklahoma, Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid, etc., etc.). En varios de esos encuentros me cupo estar con él. Asimismo, cuando obtuvo el Premio de los Derechos Humanos (París, 1985) por su libro Récits de l'ombre et de la nuit, fui miembro del Jurado y proponente. Otro premio importante fue el concedido por la Fundación Pablo Iglesias (Madrid, 1986), acordado "a la obra de toda una vida", y que lo ganó exaequo con Olof Palme.

También estuve ligado a la confección de su Antología personal, cuyo prólogo, además, escribí. En la relación amical-intelectual que nos une, Augusto ha sido siempre muy generoso. El prólogo-conversación de mi libro de cuentos El séptimo pétalo del viento, es de su autoría. Y con el título "EN LA CARNE VIVA DEL MITO", escribió el prefacio para una edición de A LA VÍBORA DE LA MAR En estos años intensos leí dos cosas de Augusto que me impresionaron mucho. Una obra de teatro basada en un episodio de YO EL SUPREMO, un paródico diálogo carnavalesco entre el Dictador y un personaje secundario. Y un cuento, extracto o emanación de su novela inconclusa LA CASPA.

Ambas obras no hacen sino confirmar el entrañable espesor de la escritura de Augusto Roa Bastos, el dominio cada vez más firme de los instrumentos, ese que posee un artesano que "sabe cepillar una madera", como a él le gusta decir en la comparación desmistificadora acerca de la tarea del escritor. Pero es saber hacerlo con la seguridad de que el golpe del cepillo podrá descubrir las vetas que duermen en el alma del tronco. Para ello es preciso situarse "en el foco de la energía colectiva (...), ir a las fuentes, trasladarse al pasado mítico". Y eso Augusto lo ha conseguido.

De más en más, el escritor se aproxima a lo que se ha propuesto: "Si me pidieran una definición de mi literatura diría que es una huída hacia adelante". Bella, certera definición.

 


 

Fuente: AUGUSTO ROA BASTOS “CAÍDAS Y RESURRECCIONES DE UN PUEBLO”

Obra de RUBÉN BAREIRO SAGUIER

Editorial Servilibro,

(Colección Bareiro Saguier – Nº 4)

Dirección editorial: Vidalia Sánchez

Asunción-Paraguay 2006 (251 páginas)

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