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JUAN CARLOS MENDONÇA (+)

  PARAGUAY VIOLENTO – ENSAYO - Por JUAN CARLOS MENDONCA - Año 2009


PARAGUAY VIOLENTO – ENSAYO - Por JUAN CARLOS MENDONCA - Año 2009

PARAGUAY VIOLENTO – ENSAYO

 

 

Por JUAN CARLOS MENDONCA

 

 

INTERCONTINENTAL EDITORA

 

Asunción-Paraguay 2009

 

(143 páginas)

 

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** Me interesa hacer notar, con especial énfasis, que la circunstancia de que la violencia adquiera su expresión más enérgica en el ámbito político, no significa estrictamente que sea la política la causa de nuestras disensiones. El problema no es político -en sentido riguroso-, sino cultural, y si se expresa como tal ello se debe a que es siempre la política la antena más sensible de las ondas históricas. Al referirme, pues, al desarrollo político de nuestro país para mostrar los estragos de la violencia entre nosotros no quiero significar que la política sea su causa, sino solamente que es su más excelente caldo de cultivo y exteriorización. Desde luego entiendo que sería mirar con mucho simplismo y poca profundidad, creer que nuestra violencia viene solamente de las discordias políticas, para invadir el campo general de nuestra vida. Ella está en todo: en la organización social y familiar, en el trato dado a la mujer, al niño y al anciano; en las movilizaciones campesinas, en los sindicatos, en el deporte, en los estudiantes, en la división arbitraria entre buenos y malos, que sólo se usa para justificar los papeles de víctimas y victimarios; en el lenguaje, que dejó de ser un medio de comunicación para convertirse en un instrumento de agravio y ofensa.

** En mi opinión nuestra crisis es cultural, algo más serio y más grave que cualquier otra clase de crisis, porque representa un desconcierto de valores y sentimientos con profundas raíces en el tiempo. Para superar tal crisis no basta el cambio de un gobierno por otro o el cambio de un partido por otro en el gobierno; es preciso combatir las fuerzas antisociales que se han desatado en nuestra historia. Los partidos y los gobiernos representarán en esa lucha un gran papel, según el lado del cual se pongan, pero no estará librada a su sola acción conjurar la crisis que se vive. Es a la nación misma a la que concierne estructurar su modelo cultural, obligando, si es necesario, a los partidos políticos y a los gobiernos a modificar radicalmente su conducta.

** La actual generación tendría que ser la autora de este cambio, aunque ocurre que no siempre el protagonista está a la altura de su papel y el futuro abre ominosamente su interrogante...

 

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ACLARACIÓN

** Las reflexiones que ahora se publican fueron escritas y expuestas en distintas oportunidades y foros antes de la caída de la dictadura, o, si se prefiere, antes del advenimiento de la democracia, en 1989. El motivo de la publicación es que considero que no son ajenas a los tiempos que se viven, agitados por las más diversas formas de violencia.

** En efecto, la caída misma de la dictadura se produjo mediante un cruento golpe militar; enseguida sacudió al país el magnicidio del Vicepresidente de la República, Dr. Luis María Argaña, y se desencadenó el sangriento llamado "marzo paraguayo", que derrocó un gobierno elegido por el 54% de los votos de los electores. A lo cual siguieron y siguen- violaciones de la propiedad privada, invasiones de tierras, cortes de rutas, ocupaciones de plazas y calles de la Capital, asaltos y asedios a edificios públicos. Sin omitir movilizaciones amenazantes de sindicalistas y campesinos, enfrentamientos durísimos entre éstos y la policía -inclusive con muertos y heridos de ambos bandos-; asaltos de establecimientos ganaderos y agrícolas, acompañados de impedimentos para la siembra, de destrucción de cultivos, de maquinaria y de alambradas: persecución de colonos brasileros o de hijos de brasileros en la frontera, con riesgo de sus personas y de sus bienes; asalto e incendio de comisarías y puestos militares, con robo de armas. A lo que hay que sumar todavía disputas teñidas de amenazas, de agravios e insultos, campañas electorales iracundas, uso permanente de un intolerante intercambio verbal entre disidentes, incertidumbre programática bajo la cual late el peligro de un estallido social y una lucha de clases... Todo esto en el lapso de veinte años, grabados con el sello de la violencia. En este tiempo -y desde la Constitución de 1870 -lo más serio que se hizo para un cambio esencial de valores culturales, es la Constitución de 1992, a pesar de sus defectos, y la impecable transmisión democrática del poder por parte del Partido Colorado a la oposición en el año 2008. Lo cual no se valora, y hasta molesta a los que están acostumbrados al viejo modelo de gobernar sin cortapisas, sin crítica y sin consenso.

** Creí entonces, cuando expuse las reflexiones que aquí se publican, y sigo creyendo, que los grandes males paraguayos trascienden el ámbito puramente político y funden sus raíces en tierras más profundas, que tienen que ver con nuestra propia índole cultural, fuertemente atada a la relación en que se encuentran la moral, el derecho y la política. Cualquiera sea el lugar donde nos ubiquemos es preciso aceptar que el derecho no puede prescindir de contenidos éticos -buenos o malos- y que la calidad de la política depende de la calidad del derecho -bueno o malo-. La pobreza ética y la pobreza jurídica tienen que dar como resultado, necesariamente, una política pobre. Toda lucha reducida al universo exclusivamente político, divorciada del derecho y de la moral, alejada de los más altos valores culturales, está destinada a desencadenar grandes sufrimientos, que hemos padecido y seguiremos padeciendo a causa del exacerbado enfrentamiento que nos gobierna.

** Sin perjuicio del valor que se le atribuya como escrutinio a lo que se ha dicho ayer, el lector puede poner el acento en su valor como testimonio y como preocupación por el porvenir; sobre todo en esa preocupación que despierta la dificultad de nuestro pueblo para aprender a decepcionarse, y que después siempre paga con frustraciones y pobreza de destino.

JUAN CARLOS MENDONÇA - Asunción (Paraguay), 2009.

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ÍNDICE

Aclaración

·         La ley de la violencia en la historia del Paraguay

·         Reflexiones sobre la actualidad nacional

·         Las elites en el Paraguay

·         El hombre político paraguayo

·         ¿La violencia, antídoto de la violencia?

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¿LA VIOLENCIA, ANTÍDOTO DE LA VIOLENCIA?

** Desde hace mucho tiempo vengo escuchando, con la insistencia de un bordón, que la solución de nuestros problemas nacionales depende de la solución de los problemas políticos. Ya he hablado de esto. Tal cosa significa, para quienes lo sostienen, que la relación entre uno y otro tipo de problemas es una relación de dependencia tal que debemos curar nuestras vísceras políticas si queremos salud y normalidad en la vida nacional. O, dicho de otro modo, depende de la clase de hombre político que tengamos, la clase de hombre enterizo que habite nuestra comarca. Esto peca de exageración, cuando menos. En rigor, invierte exactamente la explicación de las cosas. Por añadidura, se sostiene ahora, de nuevo, que la violencia puede ser nuestra solución. En síntesis, nuestra enfermedad es política y el remedio es la violencia.

** Doy por sentado que tenemos problemas políticos y, desde luego, problemas que no lo son. Pero quiero discutir el diagnóstico y la receta, porque ambos me parecen equivocados y de extrema ingenuidad. Para hacerlo de modo exhaustivo hubiese sido pertinente un severo esfuerzo, que obligara a transitar por terrenos intelectualmente poco frecuentados; mas la extensión de este trabajo no lo permite y, por tanto, no cabe sino una incursión en las fronteras del tema.

** La tesis es ésta: en rigor, la política es una de las más relevantes expresiones culturales del hombre; por lo tanto, su condición o calidad concreta dependerá de la completa condición o calidad humana que la sustenta. Así también la respuesta a los problemas políticos estará condicionada por la clase de cultura a la cual pertenecen los hombres que la dan.

** Si esto es así, la función política de un pueblo debe ser entendida desde dentro, a través de la vida toda del pueblo que la ejecuta. De tal suerte que para ver claro en ella resulta menester el examen de su completo organismo social, lo mismo que para comprender las características y orientaciones de sus líderes. He sostenido antes de ahora que un ser político concreto, histórico y congruo lo es únicamente como representante o expresión de una determinada forma cultural. Un libertador o un déspota, un estadista o un demagogo, un Estado constitucional o absolutista, no se da sino allí donde concurren condiciones que le hacen posible, y ello debido a la clase de valores dominantes en la cultura donde surge y según como se organizan jerárquicamente esos valores. Napoleón no pudo aparecer en África, ni Bolívar en China, ni Gandhi en Alemania. El político de los Estados Unidos o de Rusia, del Uruguay o del Japón, representa un nivel histórico y una situación geográfica, un estado moral y jurídico, una condición económica y científica, una concepción de vida, que es lo que en verdad le define y le da sentido. Expuesto trivialmente el asunto y bajo forma interrogativa: ¿no contribuyen a formar lo que llamamos el hombre político (caracterizando sus ideales, sus procedimientos, su conducta) el suelo que habita, la sociedad a la cual pertenece, la historia que hereda, la moral que practica y la economía en que se desenvuelve; así como la religión que profesa, la raza a que pertenece, el orden jurídico que le rige, las costumbres, las artes y las ciencias y hasta el deporte y la moda que prefiere y adopta? Si esto es así, ¿no es necesario recurrir a tales factores para explicar los caracteres y contenidos de su política?

** ¿Se desconocen los derechos, se persigue a la religión, se le hace imposible la vida al prójimo, se roba y se oprime, hay corrupción, se apela permanentemente a la violencia, se implanta el miedo y no se puede asegurar la justicia ni practicar la libertad? ¿La culpa de todo esto se la achacamos a la política? ¿Es simple cuestión de régimen político? Me parece un expediente demasiado cómodo y una solución excesivamente candorosa. Política y régimen son la encrespada superficie de fenómenos más hondos.

** ¿Y los valores morales, y la conciencia jurídica, y los principios religiosos y la sensibilidad profundamente humana que crean el arte y la ciencia? No; cuando todo esto ocurre no es cuestión de cargarle el fardo a la política. Ni de pensar que solucionado el problema político está solucionado el resto. Esto es más o menos plantear las cosas con mentalidad de hechicero, que para todo encuentra solución en los conjuros. La enfermedad no es entonces sólo ni principalmente política; estamos en presencia de una enfermedad mucho más íntima y substancial; abarca todos los substratos de la persona y tiene por eso resonancia sobre todos los aspectos de la vida colectiva.

** En verdad en estos casos tenemos en juego un problema de mentalidad social, moral y jurídica, que atañe a las normas que rigen la conducta humana. Afecta su cultura. La cuestión llega a los cimientos de la colectividad en que se desarrolla. Por consiguiente, constituye un error considerar lo episódico como lo más importante, si el abuso se ha convertido en uso y se halla cohonestado por grandes porciones sociales. No se cometa entonces la simpleza de ver en el abuso una cuestión puramente política. Lo más importante es la substancia humana que lo provoca y lo hace posible, la crisis de los valores básicos y no la crisis exclusiva de los valores políticos. Estos no pueden entrar en crisis -verdaderamente en crisis- sino cuando ya lo están todos aquellos que forman su contenido. A la inversa, ¿hay respeto a los derechos, es posible predicar la religión, se valora altamente la persona humana, existe honestidad y libertad, la discusión es el instrumento usado para zanjar diferencias, hay tolerancia, tiene vigencia efectiva la justicia? Tampoco es mérito exclusivo de la política ni de un régimen político. Política y régimen son también, en este caso, la expresión de fenómenos más hondos, la consecuencia de una concepción de vida imperante. La positividad de los valores políticos está sostenida por la positividad del derecho; de la moral, de la educación...

** Esto significa también, por ende, que es imposible evaluar una situación política dada, en un momento determinado de la historia de una nación, sin este reconocimiento de fondo, substancial y primario. Significa que las recetas de ayer no son siempre útiles para hoy y las pócimas preparadas para un pueblo no son siempre adecuadas para otro. Por supuesto, las dificultades para dar las verdaderas respuestas a los problemas que tiene una sociedad son muchas e importantes, contrariamente a lo que podría hacer pensar la simplicidad de líneas con que se expone la cuestión. Sin embargo, es necesario reconocer el espejismo; también es necesario abandonarlo. Como es necesario no caer en el espejismo contrario, cual es el de pensar que la política para nada influye en el complejo cultural de una nación. Pues, como parte de ese complejo, incide necesariamente sobre él, se halla en interacción permanente con los demás órdenes que lo integran.

** Creo que no son ociosas estas reflexiones en momentos en que se dejan escuchar algunas voces que auspician la violencia bajo distintas formas, como solución para nuestros males. Más todavía si se tiene en cuenta el lugar de donde vienen. En mi opinión, los dueños de esas voces no examinan a fondo nuestra realidad. Es decir, no consultan la índole y el estado actual de nuestra cultura. ¿Cuál es la historia de este país? Desgraciadamente, la de la violencia. Mediante su uso y abuso, hemos estado pro-curando solucionar el mismísimo problema de su uso y abuso. Entre nosotros, lejos de ser "revolucionario", el procedimiento es reaccionario. No representa un cambio de política, aunque pueda representar un cambio de gobierno. Por añadidura, carga con cuatro siglos de fracaso. ¿A qué nos conduciría la violencia mientras no podamos sustentar las reformas políticas en una nueva concepción de vida? ¿Mientras continuemos pensando de acuerdo con los mismos esquemas, obrando bajo la fuerza de las mismas pasiones y de los mismos odios? El vencedor que siguiese terminaría fatalmente en victimario y la justicia en venganza, repitiéndose nuestra vieja tragedia. Después de la experiencia, ennoblecido por el castigo, nuestro pueblo tendría que prepararse otra vez -una vez más- para iniciar la historia de la libertad y de la tolerancia. Mientras esta verdad no se clave para siempre en el alma de los hombres -como decía el sabio y bondadoso Marañón-, seguiremos con el mismo juego de hoy, de matar un gesto violento con otro gesto violento... De ese destino sólo nos liberará para siempre que cada cual tenga su tirano en su propia conciencia. Es decir, en nuestro caso, nos liberará un nuevo tipo de cultura, fundada en otros valores, apreciables y compartidos por gobernantes y gobernados. ¿Si nuestra sociedad está enferma, cómo hemos de curarla si cometemos el doble error de considerar su enfermedad puramente política y de confiar la curación a un procedimiento fracasado sistemáticamente entre nosotros? Procedimiento que, en el fondo, se ha convertido en la causa de la enfermedad.

** Pienso que los intelectuales no tienen el derecho de equivocarse, sobre todo en este punto y en este momento, en que pueden darse las condiciones para una transformación de nuestros viejos moldes culturales. Nuestro pueblo parece intuir la proximidad de una nueva etapa, mostrándose propicio al ensayo de métodos distintos para enfrentar sus crónicos problemas. El intelectual no tiene el derecho de equivocarse, renunciando una vez más a su calidad de tal, para asumir, como tantas veces, la del verdugo o del guerrero.

** ¿A qué viene, ahora, la fundamentación doctrinal de la violencia? ¿La cual, por otro lado, no es sino el recalentamiento de una vieja doctrina, definida en cuanta obra se ha dedicado a la historia de las ideas políticas y fracasada en los hechos?

** No acabamos de salir de años de conspiraciones, revoluciones, golpes de estado, asalto de cuarteles, guerrillas... No acabamos de salir de una etapa de excepcional turbulencia en la historia de nuestra patria. ¿Con qué resultado hemos recurrido a esas prácticas? Un éxodo formidable, cuyo costo para el país ha sido de cientos de miles de hombres; que desató persecuciones, revanchismos, mordaza y temor; peor aún, que ensangrentó y enlutó nuestros hogares.

** ¿Qué se pretende? ¿Qué vamos a cambiar a palos al hombre paraguayo? ¿Qué basta con seguir practicando la violencia o la amenaza de la violencia -que es muchas veces la forma más eficaz de la misma- para que modifiquemos su índole y su tradición varias veces secular? La cuestión es mucho más seria y la tarea mucho más ardua.

** No se engañe ningún teórico. Los hechos postulan el método a seguir para progresar en nuestro quehacer político. Rebelarse contra ellos no es ya signo de desorientación, sino de insensatez. Tal es lo que tendrán que comprender, a la larga, a fuerza de frustraciones y sacrificios, los partidos políticos, poniéndose francamente a transitar otros caminos. Que, en síntesis, son los caminos de la tolerancia; si es posible resumir en una fórmula tan escueta todo un programa cultural.

** Ninguna experiencia, además, permite descalificar la convivencia pacífica como modo de vida. Por lo menos nosotros nunca la hemos practicado, como para invocar el derecho de hacerlo.

** Creo que todo nuestro esfuerzo debe concentrarse en no desperdiciar oportunidad alguna que se nos brinde para formar una generación de espíritu generoso, con ideas civilizadas, con programas de anchas perspectivas; una generación cuyos miembros estén decididos a convivir y a trabajar juntos. No una generación que de nuevo se presente al escenario de la patria como si fuera un "ring" o un campo de batalla. Suficientemente cautelosa para recoger la experiencia de cuatrocientos años que huelen a pólvora; capaz de arrepentirse y de perdonar; no de facciosos, sino de ciudadanos; que no tenga que lamentar la sangre de un solo hermano y pueda, en cambio, ufanarse de haber traído nobleza y sensatez a nuestra vida pública.

** Es tiempo de guardar en su vaina la espada que el día de nuestra fundación cortó el cielo azul, ubicándonos en el corazón de una gran epopeya humana. También es tiempo de probar que somos una nación capaz de empeñarse en la conquista de los altos ideales de la civilidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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