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Periódico de Guerra EL CENTINELA

  EL CENTINELA, COLECCIÓN DEL SEMANARIO DE LOS PARAGUAYOS EN LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA – 1867


EL CENTINELA, COLECCIÓN DEL SEMANARIO DE LOS PARAGUAYOS EN LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA – 1867

EL CENTINELA

COLECCIÓN DEL SEMANARIO DE LOS PARAGUAYOS

EN LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA – 1867

Prólogo de JOSÉ ANTONIO VÁZQUEZ

Fondo Editorial Paraquariae 

 

 

PORTADA

Si la lectura; como tan bellamente pensaba Descartes, es una conversación con las gentes más honradas de los siglos pasados, hojear este pequeño semanario asunceño, efímero pero intenso, nacido en el otoño de 1867 con el trágico veneno de una guerra implacable saturando alrededor la luz y el aire,  dará el sortilegio de platicar con la colectividad mas independiente, valerosa y original que en la centuria anterior conoció la América Latina: el Paraguay de los Francia y los López

Promediaba la Guerra de la Triple Alianza, o Guerra del Paraguay, como fuera de este país es generalmente llamada, y el teatro de las hostilidades que al primer impulso se había abierto en las márgenes del Rio Uruguay y en el norte argentino, había retrocedido para enclavarse  entre curupayses y palmares, dentro del territorio paraguayo, en la planicie fangosa del sur, a la vera de su río ancho y primordial.

El Paraguay se batía en su propia casa, asilado, cercano, huérfano de toda asistencia internacional. Los aliados, en cambio, que entre los tres poseían todo el litoral atlántico, usufrutuaban algo todavía mas importante: el fervor y el estimulo de la todopoderosa Europa.

Entre las masas de los países aliados la guerra era impopular. No obstante tomaban las armas para propagar, se decía, la libertad, la civilización y las luces del siglo XIX. Ellos iban para abrir las puertas del Paraguay, sindicado desde 50 años atrás, por los publicistas de todas partes, como el Japón americano.

Los paraguayos se prendían  a sus fusiles de chispa para defender sus casas, su Gobierno, las conquistas, las realizaciones y la abundancia alcanzadas progresivamente  desde Mayo de  1811, la moneda metálica,  plata y oro, prodigada en la circulación popular, la alegría de trabajar, mercar y vivir el amparo de un Estado fuerte, independiente y justo, las sombras sagradas del viejo Francia y del corpulento Don Carlos, y, finalmente, la síntesis suprema, el porvenir de todos los valores: la vida, el prestigio, el programa de gobierno y los sueños de grandeza, momentáneamente truncados, del actual Presidente del República y Mariscal de sus ejércitos en campaña, Francisco Solano López.

Para los aliados se trataba de una cruzada. Para los paraguayos era una guerra de resistencia nacional, una guerra patria. Entre brasileños, argentinos y orientales se daban casos aislados de  arrojo y valor, tal cual mercenario era conocido por su temeridad; pero el heroísmo colectivo solo podía ofrecerse, como se estaba ofreciendo hasta asombrar y anonadar a los observadores y al mundo, en el lado paraguayo.

De cualquier manera, las iniciativas profundas en el plano estratégico competían exclusivamente al Comando aliado. Sus efectivos triplicaban a los paraguayos. Sus medios acrecían sin cesar. Sus bajas eran prontamente suplidas. Entretanto, los buques de la escuadra brasileña que bloqueaban el rio, detectaban la aptitud potencial para forzar la Fortaleza de Humaitá, la celebre construcción de casamatas y baterías apuntadas sobres un estrechísima cintura del rio, que ya desde la Presidencia de Carlos Antonio López, apenas terminada, se había constituido en razón de su singular importancia defensiva y de la preconizada inevitabilidad de una guerra de agresión contra el Paraguay, en el tema obsesivo de las indagaciones y des informes confidenciales de cónsules, marinos y viajeros, porteños y brasileños, británicos y franceses.

Como ninguno, este año de 1867 presagiaba acontecimientos decisivos. Los aliados movían el plan de operaciones que aspiraba a superar definitivamente, la larga etapa de desaliento y recriminaciones mutuas que había alcanzado su punto critico meses atrás con el sangriento y frustrado asalto de Curupaytí. Dado que el extremo interior de las posiciones paraguayas se mostraba rebasable, habíase optado por el flaqueo y cerco terrestres previos al forzamiento del paso Humaitá, hecho que a su vez habría de dejar la Capital paraguaya a merced de los cañones de la Escuadra de Brasil, con el consiguiente derrumbe militar, político y psicológico de la causa paraguaya. Para facilitar las cosas, la paganda aliada, en especial a través de su prensa, presentaba a la población del Paraguay como descontenta con la guerra y con  el Gobierno de López, desmoraliza como consecuencia del largo bloqueo del país, de las privaciones y del hambre. Insistía, igualmente, en la existencia de varias conspiraciones internas tendientes a derrocar al Presidente López.

En verdad, al Paraguay nada le restaba hacer, sino resistir. Y era firme propósito  del Mariscal López resistir con éxito en el campo militar, y en todo caso resistir con honor. El precepto vencer o morir cincelado en el plano de los sables, habíase trocado la leyenda abstracta, en la prueba real y cruel pronta a golpear la puerta de cada casa, el pecho y la carne viva de todos. Era una alternativa exigida por la lógica apremiante de las circunstancias de la guerra, tanto como por la Historia, y se cernía sobre el cielo del país para terminar de igualar a todos los paraguayos.

Francisco solano López se empinaba no solo como el conductor civil y militar de la resistencia, sino además como el depositario consiente de una causa, de una causa, es preciso recordarlo, muy anterior a su mando.

Por otra parte, la consigna de resistir no era una consigna ciega, insensata, como se ha dado en decir, ni se limitaba ella a poner en juego el mero honor del Paraguay y de sus armas. En realidad el tiempo jugaba todavía a favor del Paraguay. Al perseverarse como drásticas medidas de cohesión, la disciplina y la emulación en el heroísmo, al hacerse lo mas costosa posible cada progresión enemiga, al asestarse golpes de osadía a las filas aliadas, se prolonga la duración de una guerra cuyo peso recaía con mas crudeza que sobre ningún otro beligerante, sobre el Brasil, sobre sus recursos, y en especial sobre su deuda externa. La inesperada y sorprendente duración de la cínica cruzada lanzada contra el pequeño y solitario país mediterráneo, minaba el prestigio del Emperador. Daba marco, igualmente, a crecientes dificultades políticas internas en la Argentina, cuya reciente unidad nacional – fraguada a  expensas del interior, con la traición de Urquiza- no estaba del todo consolidad, y eventualmente, a levantamiento populares en las Provincias y deserciones en masa, mayores a los registrados ya desde los primeros días de la guerra.

Finalmente, algún nuevo Curupaytí, previsto por el Mariscal López, podría terminar por desbaratar la Alianza y conducir a la concertación de una paz honrosa, por vías diplomáticas, con prescindencia del Brasil.

 

II

 

La solidez de la resistencia, sus posibilidades, entre tanto, no estaban dadas sólo por la voluntad personal del trinidense de 39 años que presidia los destinos del Paraguay. Descansaban fundamentalmente en la voluntad y el esfuerzo de las tropas y de la población civil. De aquí que López, desde su Cuartel General, a la sombra de los antiguos y nudosos naranjales de Paso-Pucú, rodeados de Ayudantes y de hacinada correspondencia, planos, croquis y partes, cuidaban no sólo de las posiciones materiales de la línea del frente, sino que meditaba fortalecer también las avanzadas del espíritu y de la moral nacional, cualesquiera fuesen los contrastes, las privaciones y la miseria que el bloqueo del país o el destino inmediato deparasen.

En momentos en que se abría a golpes  de pala una nueva trinchera en Potrero Sauce y, de inmediato, un foso que venia a unir Paso-Vaí con Humaitá, para luego levantarse una batería en el Paso de Yataytí-Corá, allá lejos, en la retaguardia, en la misma Capital, a inspiración del Mariscal López se acababa de echar con igual ahinco, los cimientos de otra importante obra de defensa. Decenas y decenas de heridos evacuados, transformados en operarios, estaban acariciando el rostro de una nueva y original victoria sobre el enemigo. ¡Se había manufacturado papel por primera vez en la historia del país!

Los primeros ensayos se hicieron con algodón, pero la victoria se mostro mas alada cuando se obtuvo un papel consistente, de óptima calidad, de las fibras del caraguatá y de la ibyra. Antes que se concluyese una maquina especial, a vapor, encargada en el Arsenal con vistas a la elaboración del papel en gran escala, la conquista anticipaba el fruto propiciado por el Mariscal: un periódico paraguayo.

Es cierto que, como siempre, El Semanario continuaba saliendo todos los sábados, pero este tradicional y mesurado periódico no podía descender del tono ni desprenderse de su carácter oficial. Quedaba vacante el lugar para una hoja de tono menor, de nivel popular y satírico, que emplease el idioma general a la par que el oficial, y capaz, entreteniendo, de elevar la confianza y la moral de las tropas y del pueblo.

 

 

De este modo comenzó a salir, todos los jueves, a partir del 25 de abril de 1867, un flamante hebdomadario con el titulo de El Centinela.

“El Centinela, Exmo.Sr., es vuestro soldado”- se presentaba en su primer número, dirigiéndose a Francisco Solano López. Y con la mirada hacia el público en general, aumentaba:

La publicación es para el ejército, y las materias de que trata nada tendrán de filosóficas.

El lenguaje del soldado es llano y sincero. Cada artículo será tan breve como el     terrán-plan del tambor.

Advertía además que sería una vigía permanente y se observaría la conducta de los conciudadanos para exaltar el patriotismo, “poniendo sinapismos a los indiferentes”.

Dos días después, El Semanario desde sus columnas saludaba la aparición del colega.

Merece señalarse que era la primera vez, en la historia del país, que coexistían o aparecían dos periódicos simultáneamente.

Pero El Centinela era novedad además por otras razones. Habíase preestablecido que cada numero divulgaría regularmente dos grabados, a ser renovados en cada edición semanal. Vino a resultar de este modo el primer periódico ilustrado del Paraguay. El Mariscal, no cabe duda,  se persuadía también de la verdad contenida en un antiguo proverbio chino: “Una imagen vale por un millón de palabras”.

El siguiente sábado, con el subtitulo de “Grabados”, en su columna de “Noticias Generales”, El Semanario apuntaba:

Son de satisfacción público los dos grabados que ha sacado en su número 2º El Centinela. La caricatura del indio Flores en su derrota del 2 de Mayo ha llamado la atención de todos. Aplaudidos de nuevo al Centinela por sus buenas ideas y a sus noveles y hábiles artistas.

Dos guerreros evacuados eran los artífices, Manuel L. Colunga y Juan José Benítez, este ultimo del batallón numero 12, ‘’que aun tiene la bala en el cuerpo’’. A filo de paciencia y cuchillo, raían las planchuelas de madera hasta transformarlas en clises. El dibujante llamábase Alejandro Ravizza, arquitecto italiano que ya se había puesto a enseñar dibujo a un grupo de jóvenes, antes de la guerra, y a quien, entre otras cosas, le había tocado diseñar los planos para el Oratorio y para el Teatro Nacional.

El Centinela, finalmente, como ya se dejo entrever, ofrecía otra modalidad inusitada. Uno de los dialectos antiguos de América; emanación de vocales aglutinadas con la banda de sonido de la misma naturaleza; la lengua de la tierra, que en el Paraguay subsistió con la lengua europea propia de los conquistadores, para prevalecer como idioma general y como vehículo de todas las emociones populares, era impreso por primera vez en un periódico para ser difundido y leído de modo masivo en todos los rincones del país.

El propio Centinela, en su primer numero adelantaba que  ‘’de vez en cuando hablará en su querido idioma guaraní, porque así se expresara con mas gusto con su propia lengua’’. El semanario, por su parte, felicito el propósito de El Centinela de hacer revivir la literatura guaraní ‘’que con tanto empeño desean conocer los  filólogos del viejo mundo’’. Muy aplaudidas fueron ya las dos cartas publicadas en el idioma nativo, dado – testimoniaba – que el carácter chistoso del periódico se aviene con el idioma que hace lucir en sus columnas y que es el genuino de la mayoría de los conciudadanos.

 Una semana más, y El Centinela se reafirmaba:

¡Si! Hablaremos nuestro idioma. No nos correremos, como el grafo, de nuestra propia lengua, ni tomaremos las plumas de otras aves para adornarnos, desdeñando las nuestras.

Cantaremos en guaraní nuestros triunfos y nuestras glorias, como cantaron en otros tiempos su indómita bravura los descendientes de Lambaré y Yanduazubi Rubicha.

En El Centinelaencontrara el sabio la índole de la literatura guaraní, y la fuente del ardorozo amor a la Patria, comunicado por medio de esa corriente eléctrica del idioma nacional, que a contribuido poderosamente a la celebridad del soldado paraguayo.

Para cubrir con la lectura las modulaciones peculiares de habla autóctona, los redactores distorsionaron convencionalmente el alfabeto, reservando la i griega o ye para la i gutural;  la vacancia que así dejaba la ye cuando era requerida como consonante, se cubría con la j, apelándose a la h para suplir a esta.

 

III

 

ENTRETANTO, solucionado el básico problema del papel, y también el de la tinta que se había logrado aislando la substancia colorante del poroto negro, nada justificaba que la otra imprenta la que estaba en Paso – Pucú, en el Cuartel General de López, permaneciese menos activa que la asunceña.

En las vísperas de aniversario de la Revolución de mayo, la curiosidad general en el frente era despertada por dos hojas impresas. Se trataba de un nuevo periódico, El Cabichu’i, que habría de salir desde entonces, dos veces por semana.

A la larga de las primeras remesas a la capital, El Centinela, a la par con el seminario, aludaron como era de rigor, la aparición de un nuevo y común compañero en el campo del periodismo. En un articulo intitulado ‘’!Viva la nueva Triple Alianza!’’, El Centinela señalaba:

El grave y veterano semanario, esta con los cañones de alto calibre. El Centinela maneja la artillería volante y el Cabichu’i recorre los campamentos y sin cesar hostiliza al enemigo con sus rifles y punzantes aguijones.

El bisemanario de Paso – Pucú observaba un plan y una diagramación semejante a los del Centinela, pero dado que era mas ceñida la frecuencia de aparición, era mayor el numero de sus grabadores: Saturio Ríos, Francisco Velazco, M, Perina e Y. Aquino, entre otros. Quien dibujaba para ellos era otro combatiente, el Sargento  Godoy, aficionado cuyos dibujos superaban, sin embargo, a los del profesional itálico, que en Asunción ejercitaba el mismo arte para El Centinela. Al menos, es este propio órgano quien así se apresurara a confesarlo desde sus columnas, con sincera y jubilosa espontaneidad.

No había de transcurrir más de dos meses, cuando los tres aliados del periodismo paraguayo deben ensanchar filas para dar plaza a un nuevo soldado: Cacique Lambaré.

 

El Centinela anunciará:

Saludamos la aparición de un nuevo periódico en la arena periodística. El 24 de julio, día del natalicio del Exmo. Sr. Presidente, fue señalado por la publicación del primer numero, que se a impreso en guaraní, idioma nacional del país.

Es una cosa notable-dice mas adelante- que en circunstancias tales, como las que atraviesa la Republica, hayamos presenciado la aparición de tres nuevos periódicos; y esto, cuando bien se podía suponer que la escaces de papel de imprenta entorpecería toda empresa de este genero.

La reciente publicación venia redactada totalmente en guaraní, no tria ilustraciones, salvo la alegoría que con el rotulo encabezaba la primera pagina y no se adelantaba en indicar la frecuencia de sus salidas, puesto que quedaba supeditada a las posibilidades de la Imprenta Nacional, ya recargada de tareas, con folletos, circulares y edictos impresos, ordenadas por el Gobierno, amen de las entregas regulares de los dos semanarios. Alcanzo a publicarse cada quince a veinte días y a partir del cuarto número, que salió el  5 de setiembre, se modifico el clise alegórico y abrevióse el titulo: Lambaré.

La idea de lanzar un periódico por entero en guaraní, confirmo el visible éxito de als catas y versos que en este idioma intercalaban en sus columnas El Centinela y el Cabichu’i. Pero, por sobre todas las cosas, traducía la perentoriedad de dirigirse a las clases mas profundas y populares de la Republica que eran los nervios y el sudor de la resitencia nacional, tanto mas, en esta etapa de la guerra, cuanto las familias pudientes del país, sin excluir los altos miembros de la Administración Publica y los propios parientes del Mariscal López, en el intento de salvar sus intereses personales de las fauces insaciables de una Guerra que consideraban perdida de antemano, haciendo gala de sentido práctico y realista,  comenzaban a insinuarse en la intimidad como partidarios de la paz, y por ende, en su condición de derrotistas latentes, a jugar a dos cartas; fenómeno previsible, y si se quiere, inevitable, que desde Paso – Pucú el Mariscal perecía intuir perfectamente.

De cualquier manera, cuatros hojas distintas estaban en la lucha. Circunstancia que en su numero 17, en la columna de ‘’variables’’, El Centinela reflejaba así:

 

SOMOS CUATRO. Hay en la arena periodística cuatro atletas que campean lanza en ristre. ¡Oh! Lo que puede el patritismo en las circunstancias solemnes de publica excitación. Honor al Exmo. Mariscal López,  cuya sabia administraciónimpulsa al elemento civilizador, aun en medio de las más serias atenciones.

El Semanario, El Cabichu’i, El Cacique Lambaré y El Centinela, marcan  una pagina gloriosa en la presente guerra, que brillara al lado del nombre ilustre del Mariscal López, del heroico valor del soldado paraguayo y de la sublime abnegación del bello sexo.

Y era del todo verdad que en menos de tres meses, en el ínfimo espacio que va del 27 de abril al 24 de julio, en tiempos tan sobrecogidos por el espanto de la guerra, en sus momentos mas convulsos,  tuvo cabida este sorprendente y paradójico incremento de la actividad impresora paraguaya.

Puede decirse, en consecuencia que cuando se libró la memorable batalla de Curupayti, no había en todo el país más periódicos que el Semanario. Cuando al año siguiente tuvo lugar el sangriento combate de Tuyuti, el pueblo en general, y los mismos combatientes, con el fusil inclinado y aun caliente sobre las rodillas, podían leer los pormenores o las referencias sobre el reciente hecho de las armas, en cuatro periódicos distintos.

 

IV

 

Mas, que decir de la exigidas imprentas!

Si se quiere tener una idea de la premura a que estaban sometidas, basta recordar que entonces el papel para periódicos no era suministrado en bobinas, que no era épocas de rotativas.  En sus talleres se disponía tipos móviles manejados por habilidosos obreros tipógrafos, pero no se podía pensar en maquinas para la composición mecánica que, como sabe comenzaron a difundirse en el mundo recién cinco años después, aproximadamente, de la terminación de la Guerra de la Triple Alianza, y mucho menos habría podido soñarse entonces con las maravillosas Linotype moderna.

No puede menos que reverenciarse la memoria de aquellos tipógrafos de la arenosa calle Del Sol, de Asunción, y de la mayoría de Paso-Pucú, que ocultos en medios de montañas de resmas de papel y chibaletes atestado de caracteres y viñetas, entre mezas ennegrecidas y alacenas  revueltas de portapapeles y brozas, de filetes y galeras, laminas y cuadratines, amarrados noche y día a los menesteres de su oficio con la manos en tintas en esencia de legumbres y encorvadas de espaldas sobre platinas, cajas y prensas, se constituyeron en héroes anónimos de la gran guerra patria, como también dignos soldados de López. En virtud del milagro de Gutenberg, ellos no solo estampaban el papel de caraguata; estampaban al mismo tiempo el alma paraguaya.

Empero, la vida de estos periódicos no podían permanecer ajenas al curso inexorable de los acontecimientos. Al flanqueo por tierra y al cerco completo de las fortificaciones de Humaitá, sucedió al pasaje a viva fuerza de la escuadra brasileña que dejo atrás, a todo vapor, el celebre bastión,  y el consiguiente bombardeo, cuatro días mas tarde, de los edificios de la altiva capital paraguaya. La inesperada y espectacular retirada del grueso del ejército de López, cruzando dos veces el rio para ascender  por en Chaco y establecerse en San Fernando, coincidió con el descubrimiento de la sórdida y desconcertante conjura asunceña tendiente a una bendición negociada con el enemigo, al margen de la autoridad del Presidente de la Republica.

De las tres gaceta del tiempo de guerra, solo Cabichu’i y Lambaré, se sabe desierto, alcanzaron a festejar su aniversario; aquel en San Fernando y este en Luque, nueva Capital de la nación en armas y siguiendo ambos la marcha penosa de la imprenta peregrina que a pata de buey, y casi a la intemperie, le seguía dando la vida.

De cualquier manera, en el corto transcurso de sus existencias, todos estos periódicos cumplieron con creces la misión que les fue asignada. Mismo Juan Crisóstomo Centurión lo concede. Blindaron la moral de las tropas y del pueblo, poniendo un poco de humor en la adversidad, en medio de un rio de sangre. El coro repentino de carcajadas y exclamaciones de aprobación que subía de los fosos paraguayos para entremezclarse por sobre el racimo de quepis con el estruendo de las bombas Brasileras o los lúgubres silbidos de la fusilería Argentina, provenía las mas de las veces, de un chiste de Cabichu’i, de una caricatura del Centinela, o de unos versos de Lambaré.

 

V

 

Tócale al lector conocer ahora el semanario El Centinela. Lo tendrá ante su vista tal cual era, en producción fotomecánica, y solo así con el formato levemente reducido, en un decimo, aproximadamente, respeto de los originales.

Todo será importante para el en esta admirable resurrección de un periódico casi desconocido que desde el cementerio de los años, a un siglo de distancia, emerge con la misma vivacidad y elocuencia con que emprendía su vuelo en plena guerra del sesenta, sobre campos y ciudades, sobre hospitales y campamentos, abriendo y plegando sus dos hojas recién impresas entre la manos habidas y embelesadas de mujeres y ansíanos,  de niños y soldados, como una mariposa de combate y esperanzas.

En sus respectivos aniversarios, se verán aquí rememoradas las grandes acciones bélicas de los dos primeros años de la contienda: Estero Bellaco, Riachuelo, Potrero Sauce, Curupaytí. Desfilaran también, a medida que acontecen, las últimas novedades de la guerra, la campaña del Apa, el cañoneo de la escuadra aliada, Umbú, Tajy y Tuyuti. Siguiendo la tradición sentada por el semanario, tampoco se omite el artículo rememorativo de las grandes fechas públicas: la Revolución de Mayo, El Natalicio del Presidente de la Republica, La Protesta de agosto, El primer Congreso republicano, la Asunción a la Presidencia, el Juramento de la Independencia.

Como en toda fuente virgen, el estudioso podrá recoger, aquí y allá, datos curiosísimos en el cúpulo de informaciones que no eran entonces sino el pulso mismo de la actualidad, representaciones teatrales, actos y festejos públicos; el estado de la agricultura; la fundición de los últimos cañones, la presencia de  comerciantes bolivianos; la novedad del globo aerostático el la línea enemiga; la ofrenda de las joyas familiares; la muerte de Natalicio Talavera Alarcón; el cotejo del mariscal con sus retratos; las arengas de las mujeres en salones y plazas exhortando a la lealtad y al sacrificio; la relación de la industria, hierro, azufre, pólvora, tejidos, papel, tinta, bálsamos. Queda prevenido sin embargo, que toda referencia, cada hallazgo, se les ofrecerá impregnado en una densa y enervada atmosfera de sarcasmo de odio y profundo desprecio a los aliados, en especial al Gobierno del Brasil, que la susceptibilidad académica no debe calificar de sentimientos negativos o retrógados, sino en función de su tiempo, en su clima militante, como incentivos sagrados del patriotismo paraguayo, como expresiones naturales en un pueblo ollado, impelido a defender la tierra y la memoria de sus mayores.

Pero aun sin entran en su contenido, sin detenerse en su heterogéneos y, a veces,  ocasionales redactores, en el concepto no siempre exacto o el estilo dispar, asoma y sale al paso la tremenda hazaña que significo la sola existencia de un periódico arrancado, puede decirse, en su época y circunstancias, de la entrañas primarias de la naturaleza. Con ella esplende el genio creador, en temple y la grandeza de aquella generación de paraguayos que viendo como se consumían, uno a uno, y desaparecían en la hoguera, los hermanos y los hijos, la alhajas y la antiguas platerías familiar las ollas de hierro y las campanas, la lecheras y hasta las ultimas  espigas de maíz, al borde de la dolorosa caída definitiva, y ya cayendo, sobreponiéndose a tanta adversidad, a tanta desesperación, a tanto martirio, ereaba todavía substancias para la vida, extraía ingredientes para proseguir la lucha, hurgando las malezas, arañando con pasión el suelo de la patria acosada.

Y si se piensa que leer es el arte de volver a encontrar la vida en los libros, se dará por añadidura que ninguna monografía, ningún ensayo, historia alguna podría acompañarse a una elección como la del periódico El Centinela. En sus columnas quedaron cifradas para siempre, y con humor, la perseverancia en el sacrificio de todo un pueblo, su determinación de vivir y de morir.

Por eso son páginas que laten todavía.

 

 

 

 

 

 

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