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Ticio Escobar

  SOBRE CULTURA Y MERCOSUR, 1995 - Por TICIO ESCOBAR


SOBRE CULTURA Y MERCOSUR, 1995 - Por TICIO ESCOBAR

SOBRE CULTURA Y MERCOSUR

Por TICIO ESCOBAR

EDICIONES DON BOSCO/ ÑANDUTI VIVE

Diseño gráfico: OSVALDO SALERNO

Asunción-Paraguay

1995 (92 páginas)





Buscando aportar al debate que está comenzando a tomar cuerpo en torno al papel de la cultura en los procesos de integración regional, esta publicación reúne algunos artículos y ponencias relativos a la tensión existente entre la producción cultural, por un lado, y la gestión pública y, concretamente, el Tratado del Mercosur, por otro. Este viejo pleito, que tiene muchas versiones y se conecta con oposiciones paralelas, encuentra en el concepto “políticas culturales” una posible instancia mediadora de conflictos y un instrumento útil para articular la promoción cultural, encarada desde la administración pública, con la producción de cultura, realizada por diversos sujetos sociales. Las políticas culturales proyectadas a nivel macrorregional plantean, a su vez, nuevas cuestiones y levantan otras dificultades que son analizadas, o por lo menos mencionadas, en el texto.

Los dos primeros artículos se refieren a cuestiones previas al problema de la integración. Basados fundamentalmente en el caso del Paraguay, analizan las nuevas condiciones y desafíos del hacer cultural en el marco de la transición latinoamericana. El tercer artículo toma los asuntos centrales que fueran esbozados en los anteriores y complejiza su análisis en clave de integración regional. A modo de anexo, se incluye un listado de propuestas concretas que, sumada a muchas otras, podrían servir como punto de discusión a la hora de implementar la presencia de lo cultural en el Tratado del Mercosur

El primer artículo titulado TRANSICIONES se basa en la ponencia Los avatares nuevos de la cultura: de transiciones y transacciones, presentada en el "Primer Encuentro sobre Políticas Culturales" organizado en 1993 por la Dirección de Cultura del Municipio de Asunción y publicado ese mismo año en un libro que reúne los diferentes trabajos resultantes de dicho encuentro. El texto La cultura después del desencanto corresponde a una intervención presentada en abril de 1994 en Maryland, USA, durante el encuentro "HACIA UNA CULTURA PARA LA DEMOCRACIA EN EL PARAGUAY". Las ponencias que participaran en ese encuentro también fueron reunidas en una publicación aparecida a fines del mismo año. El artículo Las paradojas del Sur se basa en un trabajo realizado para el seminario "IDENTIDADES, POLÍTICAS CULTURALES E INTEGRACIÓN REGIONAL". Organizado por el Goethe Institut, el Fesur y la División de Cultura de Montevideo, este encuentro fue llevado a cabo en esa ciudad en julio de 1993. Sus ponencias fueron publicadas en un libro aparecido en 1994. El título final, Cultura y Mercosur: un listado incompleto de tareas, sintetiza diversas propuestas mías presentadas en el encuentro "PROPUESTAS CULTURALES PARA EL MERCOSUR" organizado por el Memorial de América Latina en San Pablo en junio de 1994.

Todos los trabajos recién mencionados fueron reelaborados, desarrollados o resumidos a los efectos de esta publicación.

Las imágenes que ilustran este texto corresponden a viñetas xilográficas del periódico CABICHUÍ, que fuera editado en 1867 en pleno frente de batalla durante la Guerra de la Triple Alianza. La llamada GUERRA GUASÚ involucró a la Argentina, el Brasil, el Paraguay y el Uruguay, los mismos países que hoy integran el Mercosur. Esta referencia no pretende remover las llagas de la memoria: busca nombrar el itinerario de un proyecto que necesita ajustar el fondo oscuro de su propia historia para asumir el peso de las utopías nuevas.

La recopilación de estos diferentes textos fue realizada a iniciativa del Departamento de Documentación e Investigación de Arte Popular e Indígena dependiente del Centro de Artes Visuales/ Museo del Barro de Asunción. La corrección final de los artículos ha quedado a cargo de Osvaldo Salerno y Milda Rivarola, a quienes agradezco sus sugerencias.

TICIO ESCOBAR.

Asunción, Mayo de 1995

 

**/**

 

INDICE – Introducción
•         Transiciones
•         Cultura/Sociedad: Niveles// Fronteras
•         Cultura/Política
•         Cultura/Administración Pública:  Los protagonistas de la acción cultural// La administración de lo cultural// El tema de las políticas culturales
•         La cultura después del desencanto: Culturas furtivas// La otra escena
•         Transiciones, transacciones (¿traiciones?)
•          Las incertidumbres de la democracia: Los unos y los otros// Lo uno y lo múltiple// Después del Leviatán
•         Políticas culturales
•         Las paradojas del Sur: La cuestión de lo cultural en la integración
•         Los nuevos mitos
•         Cuestiones:
I. Cuestiones relacionadas con el papel de los Estados en el ámbito de las macropolíticas culturales: La integración de lo cultural// La viabilidad//  La especialización// Las (a)simetrías// Los tiempos
II.  Cuestiones básicas relacionadas con el lugar de das sociedades hacedoras de cultura de cara a la integración regional: La posición de la cultura // Participaciones// Identidades
• La misión de las políticas culturales:  La presencia de lo cultural// Las políticas de las políticas culturales
• Anexo: Cultura y Mercosur: Un listado incompleto de tareas



TRANSICIONES



    Iniciado el rumbo incierto de la llamada "transición democrática", los productores culturales se encuentran trabajando en un contexto diferente y sobre el fondo de una historia que urge redefiniciones y posturas y acelera el tiempo de nuestras tareas distintas. Las reglas del juego han cambiado y ha variado tanto el libreto de los políticos como las estrategias del Estado y las expectativas de la sociedad. Durante la dictadura, los llamados "culturosos" (quizá podría ser reivindicado este término si se lo purga de sus connotaciones despectivas y de sus pretensiones ilustradas) se reunían a discutir, en voz baja y a media noche, la posibilidad de hacer oposición desde la dinámica misma de sus figuras y sus discursos. La prudencia, necesaria para sobrevivir, exigía haceres separados y maniobras silenciosas. Cuando la transición se auto anunció, estos productores culturales, al emerger de los claustros y los reductos cerrados que habían garantizado el desarrollo de no poca faena, se encontraron separados y dispersos. Las capillas y las sectas, cuando no la soledad, fueron el precio pagado por trabajar en los márgenes. Hoy, se entiende al hacer político mucho más como concertación negociada que como antagonismo; los ámbitos de la administración pública han dejado de constituir terrenos malditos y contaminantes, los políticos demuestran un súbito interés por el desarrollo de la sensibilidad y el pensamiento, y la sociedad, más diversa que nunca, requiere nuevos canales de representación y de expresión.

    ¿Qué pasa con el quehacer cultural en este escenario nuevo? ¿Debería afirmarse en su patria de origen, la sociedad civil, engancharse a los partidos políticos, mudar sus carpas a los dominios de la administración pública? Básicamente, son éstas algunas de las principales preguntas que saltan sobre el tapete a la hora de discutir las nuevas condiciones y desafíos de la acción cultural. Por eso, este artículo busca señalara mano alzada ciertos puntos que, con un sentido práctico y en pos de una dirección concreta, podrían ser incluidos en la agenda, provisional siempre, de estos debates. El hecho de nombrar los asuntos pendientes, así como el de explicar rápidamente sus posibles alcances, puede ayudar a consolidar instancias organizadas de diálogo y confrontación y, quizá, a redefinir escenarios propios e imaginar nuevos mecanismos para coordinar las prácticas distintas que hoy traman la producción cultural.

    Sin pretender, en absoluto, agotar el temario de los interrogantes posibles que levanta aquella producción, este artículo intenta proponer algunos puntos en torno al motivo de las relaciones entre la cultura, la sociedad, la política y el Estado. Aun a riesgo de caer en reiteraciones, es preciso recalcar que lo que se busca ahora no es ofrecer respuestas sino levantar cuestiones. Por eso, los temas son planteados en forma rápida y simplificada: no aspiran actuar acá como eslabones de un análisis riguroso sino como dispositivos movilizadores de opinión, de debate o de polémica.

    




    CULTURA/ SOCIEDAD



    NIVELES

    Tanto la teoría marxista clásica como el pensar ilustrado suponían una sociedad ya completa que se reflejaba en imágenes y conceptos. A partir de diversos enriquecimientos del término, que serán mencionados enseguida, hoy se sostiene que lo simbólico no es aderezo refinado o mera superestructura de la realidad social y se sabe que ésta se va configurando también a través de representaciones, códigos, valores e ideas. Por lo tanto, lo cultural es lo social mismo considerado desde un cierto punto de vista: el del sentido que inventan los sujetos colectivos para organizar su experiencia del mundo y comprender lo inexplicable: el fundamento y el origen, el deseo y la muerte. La cultura es la propia sociedad en cuanto se imagina a sí misma y se auto interpreta a través de metáforas y discursos, de reflexión y de poesía.



    FRONTERAS

    Si la cultura es una dimensión fundamental de la sociedad, habría que ver ahora cómo se define la especificidad de ese nivel para diferenciar lo de otros. La modernidad ha reformulado el sentido tradicional del término "cultura" desde confrontaciones disciplinarias diversas. A partir de la contribución de la semiótica, se define a la práctica cultural como el proceso a través del cual el propio cuerpo social se representa y, en parte, se constituye. (Es en este sentido que se dice que la cultura es la sociedad en tanto escenificada: en cuanto vuelta metáfora de sí misma). Y desde el aporte de la antropología, las culturas son vistas como los estilos específicos que marcan a las sociedades a partir de sus propios sistemas de significación.
    Apoyada básicamente en las razones de ambas disciplinas, el concepto de cultura sufre un replanteamiento profundo. Ahora ya no designa ni el adorno raro que enjoya lo social ni el andamiaje idealizado que crece sobre sus cimientos sino el conjunto de estilos específicos de vida, imaginación y pensamiento que custodian la memoria, ajustan la identidad, garantizan la producción del sentido colectivo y, simultáneamente, legitiman y cuestionan las instituciones. Lo cultural no es, entonces, un complemento agregado a sociedades completas sino el conjunto de procesos de significación que traman desde adentro lo social.
    Esta nueva definición, acá simplificada, por cierto, permite cuestionar una concepción restringida de lo cultural que lo agote en las Bellas Artes y el patrimonio histórico. Pero revelados nuevos problemas. Uno es teórico y afecta a lo que los lógicos llamarían la "extensión" del concepto. Si lo cultural es definido como el conjunto de las redes simbólicas de una sociedad, entonces comprende los mecanismos de comunicación y de sentido, las normas del ordenamiento social, las formas del discurso, la intensidad de la memoria, las razones del poder, los vaivenes del gusto, el peso de la tradición y el horizonte de las utopías. Toda práctica social posible terminaría, así, englobada en un concepto cuyos terrenos albergarían desde los códigos de un juego de naipes y la reglamentación del tráfico vehicular hasta el enigma sutil de la forma. Por lo tanto, la economía, el deporte, el derecho, la política, la salud pública, la tecnología, y por ende, toda la gestión del Estado y los partidos políticos acabarían subsumidos en el curso omnipresente de lo cultural.
    Una salida, de hecho utilizada, para volver a restringir un término que resultara demasiado amplio es circunscribir sus alcances a los discursos y figuras a través de los cuales la sociedad se interpreta e imagina a sí misma; es decir, a los procesos de crítica y creación. La cultura sería, en este sentido, casi una meta cultura, una autorreflexión. Es evidente que la utilización de este concepto, básicamente operativo, no termina de definir las fronteras de un terreno confuso ocupado por el arte o las ciencias sociales, el periodismo crítico o la política educativa y cruzado por cuestiones tan amplias (de nuevo) y tan oscuras como las de la ideología y el mito, la identidad y el consenso. Pero se vuelve útil para acotar provisionalmente un ámbito tan transitado y codificar el alcance de un término tan continuamente mentado. De hecho, cuando comúnmente se entiende a los productores culturales como "artistas e intelectuales" se está utilizando el supuesto conceptual recién mencionado.
    El segundo problema de una definición muy amplia de lo cultural se plantea desde el punto de vista de la implementación práctica de las políticas culturales. Sigo a Brunner en este punto1. El autor dice que, para hablar de políticas culturales, habría que distinguir dos planos de constitución de la cultura. El primero, propio de la esfera privada, está integrado por los infinitos microcircuitos de comunicación intersubjetiva de sentidos. El segundo adquiere dimensiones macro sociales y públicas y se refiere a los procesos institucionales a través de los cuales la cultura es elaborada, transmitida y consumida de maneras relativamente especializadas. Las políticas culturales recaerían exclusivamente sobre este segundo nivel, ya que no pueden alcanzar aquellas zonas profundas en donde se trabaja cotidianamente el sentido. La distinción es interesante y aclara muchas cuestiones: el pulso íntimo de las sociedades no es regulable por el poder público. Sin embargo, si consideramos a las políticas culturales no sólo en su aspecto regulador sino en su papel instaurador de espacios de participación –papel reconocido por Brunner, ciertamente- entonces, los microcircuitos privados, aunque no fueren en sí objeto de políticas culturales, permean las instituciones, ayudan a integrarlas, y adquieren una presencia en los procesos públicos y especializados de producción y circulación de bienes culturales. Es cierto que las creencias y los imaginarios colectivos son inasibles administrativamente. Pero una gestión pública de la cultura bien apoyada en acciones comunitarias de base, si bien interviene directamente sólo a nivel institucional y público, se nutre de (y repercute en) los valores, la memoria y los deseos que los sujetos elaboran en silencio día a día. De modo que los diseños de las políticas culturales sólo deben recaer sobre las prácticas macro sociales pero no pueden dejar de tener en cuenta el impulso secreto y oscuro que empuja desde el fondo de la escena.


    CULTURA/ POLITICA

    Por lo general, los partidos y movimientos consideran lo cultural como un instrumento de sus objetivos políticos: el hecho de que los procesos de simbolización avancen conservando y, simultáneamente, negando la tradición permite que los mismos sean utilizados con frecuencia tanto para avalar lo establecido como para cuestionarlo. Y permite que sirvan, a distintos niveles, para concientizar, promover "frentes de lucha" y aclarar y ejemplificar ideologías. Los diseños culturales de los programas políticos (sobre todo los preelectorales) suelen conservar ese sentido instrumental y secundario: la cultura debe apoyar proyectos, difundir proclamas y consolidar conquistas, cuando no solamente generar fondos para actividades proselitistas. Por eso, la única oportunidad que suele presentarse a los sectores culturales de incidir en los procesos históricos es acoplarse como furgón de cola a los proyectos partidarios.
    Sin embargo, la utilización del concepto de cultura esbozado más arriba permite reconocer la posibilidad que tienen aquellos sectores de intervenir en la configuración y la dinámica colectiva desde su propio lugar y a través de sus específicos procedimientos. Recordemos que tal concepto presenta a la cultura corno movilizadora constante del devenir social a partir de los recursos mismos del pensamiento y la imaginación: la sensibilidad colectiva, las ideas de las comunidades, sus valores, y creencias, las identidades sociales, los resortes del poder y las seducciones de la hegemonía -factores fundamentales para la transformación social- se juegan en ámbitos culturales. Por eso, cierto papel contestatario que los artistas e intelectuales desempeñaron durante el stronismo, actuó no tanto desde la militancia política y las proclamas revolucionarias como a través del cuestionamiento (figurado y reflexivo) del orden inmutable propuesto por la dictadura y a partir de innovaciones y rupturas que ayudaron a dinamizar la percepción colectiva. Mediante el trabajo sobre la sensibilidad y desde la crítica, la práctica cultural ha ayudado a remover los mitos oficialistas que habían escamoteado el conflicto y abolido la diferencia. Argumentar en pro de lo específico del trabajo cultural no significa proponer la neutralidad de sus agentes sino afirmar que la política de la que depende la cultura se basa en estrategias, acuerdos, concertaciones y transacciones establecidas desde su propia escena, según las razones de su lógica particular y a partir de los códigos de sus específicas reglas de juego. Es que, como cualquier otro sector que cruce un ámbito político, el cultural debe ser capaz de defender sus intereses y negociar cuotas de poder desde el afianzamiento de sus espacios y el fortalecimiento de sus organizaciones.



    CULTURA/ ADMINISTRACION PUBLICA

    Uno de los desafíos centrales que la transición plantea a los sectores culturales se abre a partir de la nueva posibilidad de ocupar ciertos ámbitos públicos, antes vedados por la dictadura y desdeñados por tales sectores. Este reto nos remite a dos cuestiones: la relativa al estatuto de los operadores culturales y la concerniente a la profesionalización de sus prácticas. Pero también nos abre a una tercera: la vinculada al tema de las políticas culturales.



    LOS PROTAGONISTAS DE LA ACCIÓN CULTURAL

    Hoy está bastante claro que, a pesar del levantamiento de la interdicción que pesara sobre los espacios públicos, el lugar de la producción cultural sigue siendo la sociedad civil. Es más, se considera incluso que es tarea fundamental de la transición la de afirmar la autonomía de lo cultural y montar mecanismos eficientes de organización. El problema más serio de nuestra sociedad civil es la ausencia de formas institucionales capaces de canalizar las expectativas, expresar los intereses y asegurar la participación y la representación de los diferentes actores sociales que emergen paralelamente a los partidos y movimientos políticos. El ámbito cultural carece de instancias que promuevan el debate y la confrontación interna, aseguren la intervención orgánica en los asuntos que le competen, abran un escenario de concertaciones y faciliten la elaboración del disenso.
    A los efectos de ejemplificar mejor esta carencia, me remito a la dificultad que salta a la hora de nombrar representantes de diferentes sectores culturales ante congresos o eventos. A partir de la ausencia de dispositivos adecuados de representación, la salida ineludible es siempre la digitación, sistema poco compatible con los proyectos democráticos. Desde la estabilidad de un terreno propio en la sociedad y a partir de la creación de redes organizativas básicas, aquellos sectores podrán incursionar en otros espacios y asegurar su representación en ellos sin perder su carta de ciudadanía civil ni arriesgar la especialidad de sus oficios.


    LA ADMINISTRACIÓN DE LO CULTURAL

    Ahora bien, ¿qué pasa entonces con la administración pública? ¿quién se encarga de manejar profesionalmente lo cultural desde las instancias gubernamentales? Para enfrentar estas cuestiones deberíamos establecer una diferencia básica entre dos tipos de operadores culturales:
    1. Los sujetos productores de cultura (artistas e intelectuales, en sentido amplio).
    2. Las instituciones encargadas de promover y administrar cultura a través de diferentes circuitos que regulan la distribución y el consumo de los bienes y las prácticas culturales (Estado, Municipalidades, mercado, asociaciones e institutos, etc.).
Se requieren, entonces, dos niveles de especialización: uno es el de los hacedores de cultura que construyen metáforas o conceptos para figurar o comprender la sociedad; el otro, el de quienes promueven las condiciones para que los primeros generen símbolos y se conecten con la colectividad. Los artistas e intelectuales precisan sistemas de capacitación y espacios de reconocimiento que les permitan profesionalizar su trabajo. Los promotores culturales, en este caso los administradores públicos de la cultura, necesitan formación especializada y una sensibilidad especial para poder facilitar las condiciones favorables de creación e instituir canales adecuados de distribución y consumo de los productos y las acciones culturales. Pero, además, necesitan una perspectiva globalizante acerca de lo cultural y de sus conexiones con lo social y lo político, así como una capacidad especial para elaborar el consenso y manejar la diferencia. Sólo munido de tales condiciones estará capacitado para la difícil tarea de elaborar e implementar políticas culturales, que significan, de alguna manera, el punto de unión entre los componentes del circuito que estamos acá considerando: la cultura, la sociedad, la política y el Estado.
    El Estado y las Municipalidades actúan como agentes de cultura a través de políticas culturales, es decir, a través de la coordinación orgánica de proyectos diseñados según una determinada concepción del papel de lo simbólico en el conjunto social.
    Pero esas políticas son siempre adjetivas y formales; se limitan a garantizarla libertad expresiva y crítica, asegurar condiciones efectivas de participación, saber detectar la emergencia de voces nuevas, estimular, promover, apoyar: abrir una escena en donde la sociedad actúe y se represente. Ni el Estado ni la Municipalidad son protagonistas de cultura, pero ambos tienen la obligación de asegurar su producción a través de operadores profesionales, de funcionarios especializados en administración cultural.
    Debemos reconocer, empero, que el perfil de estos famosos operadores es todavía borroso; el nuevo espécimen "promotor cultural público" es, en la mayoría de los casos, todavía un ejemplar de laboratorio, casi un ideal; y esto es válido no sólo para América latina sino, incluso, para países europeos que tienen ya mayor tradición en el tema de las políticas culturales. Por un buen tiempo aún, y mientras aumente el contingente (ahora escaso) de los nuevos administradores, serán los propios productores culturales quienes en gran parte se encargarán de gerenciar las acciones por ellos mismos desarrolladas y de negociar, una vez más, mejores condiciones ante un poder que sigue siendo extraño.
    Aunque esta situación no es la ideal, supone por lo menos un adelanto en relación al sistema anterior administrado por burócratas sin oficio ni sensibilidad, sin competencia para fomentar el desarrollo de la creación y el pensamiento, ni el equilibrio para maniobrar en los ámbitos resbaladizos del símbolo.



    EL TEMA DE LAS POLÍTICAS CULTURALES

El concepto de "políticas culturales" es planteado hoy según un modelo participativo, democrático y pluralista de cultura. Este modelo exige, en primer lugar, la necesaria intervención de los productores culturales en el levantamiento de las expectativas y en el trazado de los objetivos y estrategias que configuraran los delineamientos básicos de aquella política. Esto requiere, a su vez, la mencionada organización sectorial de estos productores. En segundo lugar, el concepto de "pluralismo" asume la existencia de varios sistemas simbólicos -enredados, contiguos o superpuestos- en una sociedad determinada y supone la igualdad de derechos de cada uno de ellos a expresarse, crecer y tejer imaginariamente la trama social. Por eso, hablar hoy de democratizar la cultura no supone ya tanto la divulgación de las formas, supuestamente superiores, de la cultura universal o de los paradigmas fijos de "la nacionalidad", sino la participación de los diferentes sectores sociales en la producción misma de hechos culturales nutridos de muchas fuentes; más que difundir consumo de bienes ilustrados o de clisés populistas importa promover la creación y el pensamiento de las propias colectividades.

Este último punto nos remite a una cuestión importante. El énfasis que recibe el papel de la sociedad civil en la construcción de lo cultural y en el trazado de las políticas que los regulan, por un lado, y las tendencias neoliberales que han consolidado una fuerte influencia en el desarrollo del mercado cultural, por otro, han relegado el papel del Estado en las políticas culturales. Ya quedó sostenido más arriba que estas políticas son adjetivas y formales, en el sentido de que no recaen sobre la producción sino sobre la administración de lo cultural; no regulan contenidos sino canales, circuitos, formas institucionales.

Pero esto no equivale a postular para el Estado un papel de pasivo árbitro que se limita a controlar desde arriba el cumplimiento de las reglas del juego.

Las políticas culturales deben habilitar marcos generales que promuevan la expresión social e instituir conductos que la movilicen, pero también deben asegurar las bases necesarias para un desarrollo cultural democrático y, consecuentemente, proponer modelos de organización participativa. Y deben ser capaces de remover los obstáculos que traban la producción de bienes simbólicos e intervenir en los desequilibrios que afecten su circulación. Por eso, aparte de las funciones tradicionalmente asignadas al Estado (provisión de infraestructura básica y legislación adecuada, difusión, protección del patrimonio cultural, etc.), éste, de acuerdo a determinados criterios que orientan su concepción del papel de la cultura, es responsable de regular las industrias culturales y establecer programas de apoyo a la producción simbólica para que ésta no quede librada a la pura lógica del mercado. Tiene a su cargo imaginar estrategias que confronten y articulen en condiciones simétricas los imaginarios dispersos que genera la sociedad. Y debe negociar internacionalmente condiciones favorables de intercambio e integración regional (en el contexto del Mercosur, en lo inmediato).

Por último, las políticas culturales deberán estar integradas al conjunto de las expectativas de la sociedad y conectadas con los otros aspectos de su desarrollo. Lo cultural no puede ser ya planteado como la pincelada exquisita o el detalle sutil ni entendido como el confuso principio que moldea esencias desde fuera de la historia. Debe ser encarado como un momento fundamental del proceso democrático y una pieza clave en la dinámica difícil de la transición. La matriz autoritaria que, desde el fondo del recuerdo, estorba la comprensión de la diferencia y traba la admisión del otro sólo podrá ser profundamente removida desde la implantación de distintos registros culturales. Porque sólo desde lugares plurales es posible realizar la misteriosa tarea de imaginar una identidad y un proyecto colectivo sin sacrificar las muchas memorias y los sueños distintos que definen el verdadero carácter democrático de una sociedad.


    LAS INCERTIDUMBRES DE LA DEMOCRACIA

    Quizá la democracia que se invoca ahora sea la misma que se nombraba hace veinte años. Pero es evidente que sus supuestos son distintos y son otras sus reglas de juego. Y, en parte, son otros los protagonistas del hacer político. Cuando se deja de concebir la historia como una contienda de cuya victoria dependería la imposición de una verdad única, entonces el modelo bipolar aliado-adversario pierde vigencia, se complejiza el sistema de alianzas y se impone la concertación como palabra casi mágica. El lugar en donde se juega el poder y se define el conflicto ya no es un campo de batallas sino un paraje ambiguo de posiciones múltiples y frentes inestables. Esa escena permite visualizar una pluralidad de sujetos sociales que antes se encontraba embozada: actores diferentes a los partidos políticos, figuras ubicadas fuera del conflicto de la producción y más allá de la lucha de clases; sectores que expresan demandas específicas de la sociedad civil, muchas veces cotidianas y casi nunca conectadas con la totalidad de un proyecto nacional único.

Es por eso que los sectores culturales, tanto como los colectivos de mujeres, los grupos ecologistas, las minorías étnicas y sexuales, las organizaciones campesinas, adquieren durante la transición un perfil más nítido y una situación más clara, condiciones éstas favorables a la reconstitución de un reticulado capaz de definir mejor el nuevo contorno de una sociedad civil escindida.

Sin embargo (y acá quiero empalmar con la cuestión primera) el surgimiento de la pluralidad y los nuevos derechos de la diferencia, así como la consolidación del derecho de los otros a demandar sus verdades diversas, actúan en forma ambigua. Tanto tienden a reforzar un entramado social más complejo y resistente, como a entibiar las certezas colectivas y arriesgar la idea de un proyecto global compartido. Por una parte, aunque las dictaduras habían conseguido aflojar, cuando no romper, el tejido social, la oposición a sus modelos constituyó un sólido referente en torno al cual grandes sectores de la sociedad se unían: ser antistronista era la primera seña de una identidad compartida por partidos, movimientos y sectores varios. Por otro, la crisis de los macro discursos, el desprestigio de las utopías y la pérdida de los grandes ideales heroicos produjo una mayor tolerancia y un respeto a lo diferente. Pero también generó una notable crisis de identidad y una fuerte apatía ante esa necesidad que en la década de los sesenta se llamara el "compromiso con la historia".

Esta situación, causante del desconcierto antes mentado y responsable del decaimiento de la producción cultural y la lasitud de sus resortes críticos y sus perspectivas de conjunto, ilustra una típica paradoja de la democracia en el presente equívoco que nos toca en suerte. Es que si esta democracia se presenta como corolario de la secularización, si reniega de fundamentos absolutos y paradigmas sagrados, si asume el riesgo de su propia constitución, entonces es esencialmente incierta. En ese sentido es que afirman diversos estudiosos de este momento que, anuladas las garantías y disuelto lo establecido, la democracia (pos)moderna está poblada de incertidumbre. Y, producida sobre el fondo de los dislates de un presente que se siente ya más allá de sí mismo y de una historia que señala muchos rumbos posibles, deviene responsable de algunas antinomias básicas que tensan su actual modelo. Me referiré básicamente a tres de ellas, en cuanto involucran más directamente cuestiones de esta ponencia.


    LOS UNOS Y LOS OTROS

La primera tiene que ver con la ya citada crisis de identidad provocada por la cancelación de la idea mesiánica de comunidad y la garantía de un final feliz de la historia.

La transición hacia la democracia ocurre en un teatro desencantado y se encuentra a cargo de personajes de perfiles vacilantes. La identidad ya no es entendida como interiorización colectiva de una serie de notas fijas, objetivamente determinables, ni como el producto de una contradicción esencial y definitiva, sino como el resultado, provisional siempre, de posiciones variables. Y es difícil que modelo tan inestable sirva de cimiento a la construcción de un "nosotros" o de argumento en pro de la cohesión comunitaria y la integración social. Es sabido que tanto la propagación de nuevas sectas y figuras carismáticas laicas como la exacerbación de las diferencias durante los periodos eleccionarios significan fenómenos de auto afirmación identitaria en un momento en que se aflojan los lazos colectivos. Actúan como sucedáneos de referentes en un terreno sin mojones ni caminos.

Obviamente esta crisis, cuyas consecuencias se proyectan sobre todo el conjunto social, echa sus raíces en dominios de la cultura: el tema de la identidad (tanto como el de la diferencia, que es su contracara) es asunto de imaginarios, cuestión de deseos, competencia de los haceres simbólicos. Por eso se conecta con trabajos culturales básicos como el levantamiento colectivo de armazones de sentido y la constitución de procesos de signicidad social. Y tiene que ver, por lo tanto, con ese juego de máscaras y disfraces, de espejos y de ilusiones en que se basan las estrategias astutas de la cultura.

 Pero los productores culturales han actuado en este escenario más como sectores afectados por el oscurecimiento del rumbo que como agentes develadores de trayectos ocultos; más como víctimas de una situación adversa que como anticipadores de claves o artesanos de ideas. Desorientados en un terreno desconocido, faltos de convicciones y de proyectos globales, no han sabido aportar, a través de las figuras y los discursos que competen a su quehacer, imágenes en las cuales la sociedad se reconozca, formas que metaforicen el presente, conceptos que permitan aventurar explicaciones de conjunto. No han podido proponer mecanismos simbólicos que articulen la necesidad de cohesión social con la de multiculturalidad, la de democracia con la de certidumbre.

Por eso la transición es vivida más como escisión que como esperanza: revela un tiempo cruzado por tensiones insolubles. Manifiesta la incapacidad de conciliar el desencanto que sucede a la pérdida de los mitos con la exigencia de encontrar sentidos nuevos que conviertan en historia tanto esfuerzo social disperso, tantos fragmentos de antiguos sueños.


    LO UNO Y LO MÚLTIPLE

    Si el primer conflicto enfrentaba el concepto de "identidad" al de "diferencia", el segundo opone el de "unidad" al de "pluralismo". De alguna manera, ambos pleitos se refieren a un mismo enfrentamiento considerado desde ángulos distintos: el de las subjetividades sociales, en un caso; el de las instituciones, en otro.

 La nueva sensibilidad que tiñe nuestro presente y la nueva crítica que lo escudriña descreen de las totalizaciones y las grandes síntesis y proponen un nuevo paisaje entrecortado y disperso, fracturado y revuelto. Pero en el otro margen del mismo tiempo, tanto la racionalidad de la democracia como la de la tecnocracia-que beben de la misma fuente ilustrada, admitámoslo- impulsan a la integración y promueven políticas básicamente centralizadas.

Los proyectos integradores, como los que se imponen hoy a nivel subregional en América Latina, por ejemplo, exigen macro proyectos de desarrollo que suponen la presencia de lo cultural, obviamente. Pero, en principio, la integración, en cuanto alienta fuerzas homogeneizantes, significa un riesgo para la particularidad, fundamento de todo hacer cultural.

Pero también los propios diseños de la gestión cultural requieren hoy prácticas unificantes. Los artistas e intelectuales, desparramados durante la dictadura, saben que para participar de un proyecto amplio de desarrollo deben superar el aislamiento y articular formas organizativas propias, bien conectadas, a su vez, con otras instancias del orden social. Acá se aplica bien la muy usada figura del "tejido social" que debe ser reconstituido; remendado, a veces.


    DESPUÉS DEL LEVIATÁN

    El último antagonismo surge de la disputa entre lo estatal y lo civil. La experiencia negativa de las dictaduras ha desprestigiado la figura del Estado en los tiempos latinoamericanos de transición y ha llevado a revalorizar el papel de la sociedad en la construcción del proyecto democrático. Pero esta revalorización también surge de un nuevo concepto de lo político, ya mentado. La crítica a un modelo de Estado considerado como contenedor y artífice de la unidad social y como centro único que irradia y concentra el poder, ha resaltado la importancia de la participación y la representación y, consecuentemente, ha traído a colación la necesidad de fortalecer las instancias de mediación institucional. La sociedad no se fragua en el molde único de un Estado preestablecido: se construye colectivamente. Y en esta construcción, lo simbólico (lo cultural) tiene un papel decisivo.

Ahora bien, terminada la dictadura, y acá está la paradoja, el Estado también deja de ser visto como el terrible adversario de la sociedad civil. Y se plantea, entonces, por primera vez, la posibilidad de utilizar los ámbitos públicos hasta entonces vedados por la dictadura y desechados por diversos agentes sociales, culturales, en nuestro caso. Es más, se define el imperativo de organizar, especializada y democráticamente, la administración pública de la cultura. Aquella posibilidad y esta exigencia colocan en una encrucijada difícil a los artistas e intelectuales que dudan entre concentrarse en su lugar natural de pertenencia, la sociedad civil, para reforzar allí sus instancias propias de acción o bien incursionar en el nuevo terreno que se abre promisorio, amenazante, para echar las bases de una democrática gestión estatal de la cultura.


NOTAS

1 Brunner, José Joaquín. América Latina: cultura y modernidad. Grijalbo. México, 1993, pp. 205 y ss.


CULTURA Y MERCOSUR: UN LISTADO INCOMPLETO DE TAREAS


Este título encabeza un contenido presentado en forma de borrador y provisto de un sentido fundamentalmente práctico y puntual. El listado se limita a inventariar propuestas y a esbozar, a mano alzada, sugerencias de posibles tareas concretas que, después de un trabajo de articulación, coherente y de rigurosa elaboración teórica, podrían ser tomadas en cuenta a la hora de incluir formalmente lo cultural en el paquete de convenios asumidos en el contexto del Mercosur. Muchos de los puntos que constituyen la siguiente lista ya han sido expresados en diversas ponencias, artículos y análisis referidos al tema de este trabajo:

1. Coordinar la elaboración de políticas culturales conjuntas a nivel regional. Intercambiar criterios e informaciones tanto acerca de los diseños de las políticas culturales nacionales y municipales como de los proyectos concretos que tengan los distintos países a ser desarrollados durante los próximos años.

2. Establecer reuniones o mecanismos regulares para la programación de convenios que permitan intervenciones estatales, municipales y privadas. Carear al respecto comisiones permanentes de expertos encargados de fijar objetivos y metas concretas y evaluar su cumplimiento.

3. Implementar mecanismos participativos de los propios sectores culturales que trabajan en los países signatarios. Sería recomendable a este nivel el establecimiento de instancias orgánicas de consulta a los productores de cultura.

4. Conectar la promoción cultural con diversos proyectos de desarrollo regional que incluyan la problemática urbana, social, laboral y ambiental.

5. Promover un efectivo intercambio de bienes y servicios culturales a través del establecimiento de un régimen fiscal único y la eliminación de las restricciones aduaneras.

6. Instituir políticas coordinadas de apoyo a las particularidades expresivas de los grandes sectores y las minorías populares e indígenas: estéticas, religiosas, lingüísticas, etc.

7. Fomentar la enseñanza generalizada del español y el portugués en los programas educativos de los países signatarios.

8. Realizar y promover eventos conjuntos en el área cultural, tales como:

a. Editar una publicación/revista cultural Mercosur.
b. Crear premios Mercosur para las diferentes disciplinas y niveles que pueden ser fijos o alternados.
c. Promover espectáculos, exposiciones, encuentros de creadores, congresos teóricos, festivales y ferias culturales organizados en forma multinacional.
d. Destinar un porcentaje del presupuesto de las entidades interesadas en participar de tales eventos.
e. Realizar estudios e investigaciones compartidas sobre temas culturales comunes. Pe.: misiones jesuíticas, aculturación, impacto colonial, cultura indígena y popular, situación de las artes del Cono Sur, etc.
9. Otorgar facilidades a los productores y operadores culturales de los países signatarios, tales como:
a. Conceder a los productores culturales extranjeros el mismo trato legal que a los nacionales (permiso de trabajo, etc.).
b. Estimular el intercambio de productores culturales a través de becas y pasantías.
c. Crear una bolsa de trabajo para productores culturales.
d. Establecer un impuesto a la renta unificado para evitar la doble tributación de los actores culturales.
e. Promover la creación de un Fondo Mercosur de apoyo a las artes y a la investigación.

10. Establecer las bases para la creación de un organismo supranacional encargado de coordinar los circuitos comunicacionales de los diferentes países signatarios. Este organismo estaría conformado tanto por representantes oficiales como delegados del sector privado de las comunicaciones (oral, escrita y audiovisual) y tendría como objetivo la compatibilización de las legislaciones vigentes en materia de comunicación así como la coordinación de los aspectos estrictamente técnicos referentes al usufructo del espectro electromagnético.(1)

11. Instituir sistemas de intercambio y de elaboración conjunta de información:

a. Tender redes informatizadas entre bibliotecas y bancos de datos de la región.
b. Organizar sistemas de canjes de publicaciones tanto entre bibliotecas como entre diferentes instituciones culturales públicas o privadas.
c. Levantar en forma conjunta registros e inventarios nacionales y regionales referentes al patrimonio cultural.
d. Crear un directorio de entidades culturales del Mercosur.
e. Instaurar sistemas que faciliten la divulgación cruzada de las producciones culturales de los países signatarios.
í. Promover la formación de un fondo editorial común orientado a la divulgación de las producciones literarias y las investigaciones entre los países del Mercosur.

12. Coordinar la implementación de los sistemas educativos:

a. Incentivar el intercambio de estudiantes y profesores a través de becas y pasantías.
b. Comparar y adecuar los currícula de enseñanza cultural.
c. Validar los títulos o diplomas equivalentes.
d. Discutir en conjunto criterios relativos a la planificación de la enseñanza y la elaboración de programas didácticos.

13. Intercambiar sistemas de capacitación, asistencia, actualización y desarrollo técnico y científico a través de la organización de congresos y programas que promuevan la confrontación de experiencias así como el envío cruzado de especialistas y la transferencia de tecnologías.

14. Compatibilizar las normativas jurídicas que rigen el intercambio cultural: sistemas de exenciones tributarias, protección del patrimonio cultural, leyes de incentivos para el apoyo a actividades culturales, derechos de autor, etc.

1-      Este punto está basado en una solicitud presentada en diciembre de 1994 por CERNECO (Centro de Regulación, Normas y Estudios de la Comunicación) al Presidente del Paraguay, Ing. Wasmosy, para que éste sometiera el proyecto a consideración de los otros países del Mercosur durante la reunión a ser mantenida en Ouro Preto, Brasil.

 

ENLACE - VIÑETAS XILOGRÁFICAS

DEL PERIÓDICO DE GUERRA CABICHUÍ,  AÑO 1867.

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