DE SEXO Y DE VENGANZA: LA QUERIDA, DE RENÉE FERRER
Por JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO
Renée Ferrer es uno de los exponentes altos de la literatura paraguaya. Su poesía, caracterizada por una fuerte expresión consumada de los sentidos y la metaforización de la realidad en apariencia imperceptible, es una de las más vigorosas de las letras de su país. Pero si hay una obra suya que ha destacado en el universo de la creación latinoamericana ha sido Los nudos del silencio, publicada en 1988, aunque modificada en una novela más perfecta en 1992. Por ello, se ha publicado en países como Argentina, Estados Unidos, Francia, Italia o España, entre otros. Por no olvidar la segunda novela que publicó, Vagos sin tierra, una minuciosa recreación de la historia de una familia en la repoblación de Concepción, cargada de una extraña mezcla de lirismo y tremendismo.
Ferrer ha construido un universo literario sobre la problemática de la crueldad, la mujer y su papel de proximidad al hombre con poder, o su propia circunstancia social reprimida, el autoritarismo y su arrinconamiento moral y la mística de la miseria humana, todo ello aderezado con una escritura rítmica, lírica, original, fresca aunque en ocasiones morosa, y, sobre todo, acaparadora.
Y toda su coherencia literaria se percibe de forma diáfana en su última novela, LA QUERIDA, publicación que compitió por el importante premio latinoamericano Rómulo Gallegos. Desde una estructura zigzagueante sostenida en el discurso de la protagonista amante del dictador (claramente Alfredo Stroessner aunque su nombre no aparezca en ningún momento, como si la autora y sus personajes desearan borrarlo no sólo de la historia, sino también de la ficción literaria), emerge con potencia un polimorfismo narrativo y una pluralidad de voces que contraponen discursos de personajes colmados de vigor. Es obvio que en el relato existe una inspiración en la realidad vivida por la autora, en la historia paraguaya reciente, hasta el punto de hacer sostener el discurso en la aparición y reaparición de personajes claramente identificables (el general Gutiérrez es un trasunto de Andrés Rodríguez, por ejemplo); una realidad donde la mujer es motor de la historia, y donde su participación en ella ha permitido incluso alterar su rumbo y finiquitar lo interminable. Al final de la novela descubrimos con sorpresa su nivel de participación en el golpe que derrocó al dictador, más decisivo de lo que se podría uno llegar a imaginar. Y es que la política pasa por la alcoba en más ocasiones de las pensadas y de ella parten algunas decisiones modificadoras del camino histórico de un país, como se narra con acierto en la novela.
Así sucede con la protagonista, Dalila, excelente ideóloga de una fría venganza (revancha, según algunos críticos) contra quien ha rechazado su proposición de matrimonio: el dictador. Esta venganza parte también de su concienciación después de la tortura y asesinato de su hermano Marco, por haber formado parte de un comando de oposición al régimen. Dalila escala desde la mundanidad y la humildad social hasta los órdenes del poder pero llega un momento en que cree deber salir de la oculta segunda fila y situarse en la primera, para acabar pasando a la acción ante las circunstancias desfavorables. Su febril ilusión por un soldadito desaparecido aumenta su obsesión contra esa persona cruel castradora: este soldadito recuerda al saxo de Los nudos del silencio, expresión de un dolor interior intenso.
Los capítulos van alternando ese discurso sensible de Dalila con el de la narración de los acontecimientos que va viviendo. Así, su recuerdo del primer capítulo viene seguido por la narración de las circunstancias del golpe de Estado que derrocó al dictador en el segundo. Pero dentro de cada uno se alternan los discursos de distintos personajes hasta lograr una polifonía ejemplar intensificadora del propio discurso, frío o caliente según las circunstancias, de Dalila. Es la conjunción de discursos en un mismo párrafo el elemento aglutinador del mensaje global de la dictadura, de los que Dalila queda como nexo de conexión.
Esta pluralidad de voces permite examinar más a fondo la dictadura sin caer en la contradicción. Así, la autora ha incluido discursos reales en cursiva, intertextualidad como se suele llamar, procedentes de personalidades históricas puestos en boca del dictador y en letra cursiva. Es el vivo discurso de la dictadura y la reproducción del texto intelectual que la justifica hasta el punto de caer en el ridículo. Esa muerte “naturalmente provocada” del muchacho soldado muestra un discurso sostenido en una crueldad a la que hay que tratar con ironía, y viceversa, una ironía como exponente de la barbarie del poder Así, es frecuente encontrar el discurso del ministro Irineo Ibarra, traslación de Edgar L. Ynsfrán, el cual el tirano en decadencia asume en su conciencia con frases definitorias de su régimen como “si uno quiere mantenerse en el poder, mi General, hay que darle el gusto a la codicia de los otros; nunca se deje superar en mando ni ambición, pero permita que los correligionarios se llenen los bolsillos”. Es una continua reproducción de pensamientos demostrativos del asalto de la dictadura a la inteligencia y la conciencia, y su sustento en la corrupción y la inmoralidad como ideologías aceptadas desde el poder absoluto. Esa inmoralidad que dejó un país como un solar preparado para el asalto de los más pícaros y arribistas amigos gubernamentales.
Dalila acaba representando el pensamiento contra el poder, a pesar de que su deseo habría sido el de ser la primera dama del país. Sus ideas fluyen y fluyen desde su conciencia y chocan con las del dictador, con su texto cargado de egolatría, muy bien representado por el empleo de la mayúscula inicial en los pronombres de primera persona (Yo, Me o Mi). Exclama “Yo soy el poder y todo lo puedo” sin ser consciente de que su fin está próximo. Acaba confundiendo el país con su propiedad privada, razón por la que el hermetismo y el sigilo acaban engulléndose su felicidad dado que vive en la seguridad permanente y en una falsa convicción de certeza irrefutable. Es por ello que La Querida es una reflexión sobre el poder, como lo fueron las grandes novelas latinoamericanas sobre las dictaduras de la segunda mitad del siglo pasado, pero esta vez tomada desde la perspectiva de la mujer que también desea ocupar ese espacio del poder y una óptica femenina fundamental para su comprensión.
Para ello, el discurso de Ferrer intentará revelar las contradicciones de la dictadura. Su sustento en la frase “la acción es más convincente que la oralidad” pronunciada por uno de sus ministros sicarios, se ejemplifica con una crónica continua de los métodos y síntesis de su discurso. El trueque de concesiones, el juego a una suerte de ruleta rusa del poder, el acomodo y la ambición de los súbditos y el palo a los opositores son algunas de esas características. Así se expresa: “El Dictador sabe muy bien cómo dirigirse a cada quien: con los descalzos, magnánimo; con los oligarcas, soberbio; a los comunistas, metralla; con los adulones, sonrisa, apretones de mano, brazos en alto; para los opositores, desprecio, y que se coman la humillación como les dé la gana, total, solo insectos” (p. 29). De esa forma la lisonja se convierte en un medio de gobierno y eso lo sabían y empleaban bien los protagonistas de la dictadura.
Pero es lenguaje duro y cínico se ve invadido por el discurso lírico y en ocasiones también otro de orden surrealista: “Caracol en la lengua, caracol en los ojos, ventosa pegajosa, caracol recorriendo los ecos y recovecos de la mentira. Cara de col habrían tenido los portadores del cadáver para no darse cuenta de que al soldadito lo mataron en Investigaciones” p. 38). Pero si nos fijamos, abundan los aforismos (“Cuanto más obvia es la situación más difícil se le hace al Dictador aceptar los acontecimiento”, p. 39, o “La verdad es polígama porque tiene muchas versiones y se casa o amanceba con ellas simultáneamente de acuerdo a la interpretación de cada individuo”, p. 47). En realidad, esta versatilidad de registros es el motivo que permite a la novela diferenciarse de cualquier otra del género. Incluso de la primera novela de Renée Ferrer, Los nudos del silencio, donde un discurso, el de la mujer aburguesada y cónyuge de un torturador del régimen dictatorial, se fusionaba con el de Mei Li, vietnamita explotada, por medio del erotismo. Aquí el erotismo no posee esa fuerza epifánica: es un instrumento de evasión del dictador. Es un erotismo repugnante y alejado de cualquier sentido humano. El placer muta en ejercicio de sumisión al poder. Y es que el poder llega a todos los ámbitos: penetra desde la esfera pública al ámbito privado de forma imperceptible.
Los sesenta capítulos de la novela poseen un título capaz de seguirse como la propia historia. Desde el primero, “El fin de la búsqueda”, pasando por “Almácigo de jovencitas”, una cruel revelación muy conocida de los gustos sexuales del dictador, hasta desembocar en el último, titulado “Por fin la libertad”. Es una manera de explicar con rasgos titulares casi periodísticos el discurso de los acontecimientos.
Novela llena de alusiones, de miradas hacia el pasado, de prospectivas hacia el futuro, a la que alguien podría argumentar en contra su monumentalidad. ¿Exceso de páginas? ¿Discurso reiterativo? La realidad es que la coherencia de la fusión de discursos no permite que el lector se distraiga, hecho que provoca una lectura atenta hasta el final. Y desde luego que no hay un discurso reiterativo, como puede ocurrir en novelas de más de cuatrocientas páginas, dado que el lenguaje de la dictadura metamorfosea según las circunstancias pero se mantiene firme en sus objetivos. Realmente estamos ante el fresco pictórico de una dictadura explicado desde la conciencia de la protagonista, una mujer, no lo olviden, puesto en su pensamiento dado que la conoció a la perfección por hallarse dentro del motor que la empujaba, en la alcoba. Y no podemos perder un solo párrafo de esta pintura puntillista y psicológica de un régimen político sustentado en la arbitrariedad.
¿Y el desenlace? El histórico ya lo conoce Vd. Pero el de la protagonista mejor que lo halle en esta novela de cuatrocientas setenta y cinco páginas repletas de calidad y cuidado expresivo. Sólo anticiparles que el desenlace convierte a la Querida de humillada a humilladora después de satisfacer su revancha. ¿Pero qué ocurre realmente? Descúbralo. Y es que estamos ante una novela que transporta a la superficie las peores condiciones humanas: estamos ante una novela donde se revela el perjuicio de los sentimientos abominables y la imposibilidad de la redención cuando el odio se alimenta de dolor. Una novela para el recuerdo: para reconocer en la memoria lo olvidable y evitar su repetición histórica.
**Ah, valga como epílogo que no estamos ante una novela histórica, aunque los acontecimientos lo sean: es una reflexión sobre el poder y sobre el papel de las relaciones humanas durante el dominio de una tiranía. Lean La Querida porque estamos ante una de las novelas más densas, profundas e interesantes del panorama de la literatura paraguaya del siglo XXI.
Revista Cultural de ABC Color
por José Vicente Peiró Barco,
jvpeiro@ono.com ,
Domingo, 14 de Junio del 2009
Fuente digital http://www.abc.com.py
Enlace recomendado a la novela
LA QUERIDA, de RENÉE FERRER
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