Los hechos que tienen como protagonista principal a José Asunción Flores, pudieron haberse registrado una alta mañana de setiembre, a orillas de la primavera. Por el tiempo en que los cultivos brotan, después de las lluvias en torno al día de Santa Rosa, es posible hacer esa conjetura. Tuvieron que haber sido entre 1925 y 1930.
La lúcida memoria del Dr. CARLOS FEDERICO ABENTE, confidente y médico del creador de la Guarania es la que nos acerca este relato que escuchó de boca de su amigo, en Buenos Aires.
Flores vivía entonces en Punta Karapã, Chacarita -voz que proviene de chacrita porque algunos asuncenos, en tiempos de la Colonia, tenían allí sus pequeños cultivos, entre la ciudad y el río Paraguay-, y acostumbraba pasar en canoa a Chaco'i, para visitar a unos amigos. "Eran unos gringos cuya nacionalidad no puedo precisar. Él los visitaba para ir a tomar caldo de pato silvestre porque alguien le había recomendado que ese manjar era bueno para los pulmones. Así tendría más aire para soplar su trombón en la banda de la policía", cuenta el Dr. Abente.
Los habitantes del otro lado del cauce de agua sembraban maíz a gran escala. Al brotar las plantitas y erguirse, buscando tomar altura, eran atacadas por un enjambre de pájaros negros, devorándolas sin compasión alguna. Ni siquiera los muñecos clavados en los liños ahuyentaban esa tenaz maldición depredadora.
Ante esta agresión inmisericorde, el agricultor, cada mañana, tomaba su escopeta, iba al campo y mataba la mayor cantidad de aves posible. El resultado era un tendal de plumas desparramadas por todo el avatity.
El día en que José Asunción estaba ahí, tras el compartido ka'ay de la mañana y antes del terere rupa, se repitió la habitual salida.
-Te puedo acompañar-, le preguntó Flores a su anfitrión. -Cómo no-, respondió el aludido y le pasó un sombrero piri para protegerse del calor que afuera se estaba tornando puntiagudo cuchillo encendido.
Los dos hombres caminaron en silencio un buen trecho. Como a mitad de camino, el extranjero cargó su arma y se dispuso a lo mismo de siempre. Ya su dedo índice estaba puesto en el gatillo. Sólo faltaba presionarlo para que los oscuros asaltantes cayeran despanzurrados al suelo.
En ese instante, de un solitario árbol de frondosa copa, ambos escucharon un canto conmovedor.
-Qué extraordinaria melodía-, comentó casi susurrando el músico.
El escopetero detuvo sus pasos. Flores se agachó y se dirigió hacia el lugar de donde provenía el cautivante sonido. Su compañero le imitó. Al llegar al extremo de la sombra -que pudo haber sido la de un esbelto guayacán chaqueño-, descubrieron un guyraũ cantando, ajeno a todo. El sembrador reconoció a uno de sus enemigos.
-¡Qué melodía tan hermosa sale de su garganta. Y yo tratando de matarlo-, exclamó y arrojó su escopeta- ¡Si es tan bello su canto, que coma todo mi maíz. No me importa!-, resolvió en el acto, ante el asombro de su acompañante.
Flores, emocionado por lo que vivió, compuso la guarania Guyraũ. Entre 1946 y 1947, Carlos Federico Abente le puso la letra a partir de lo que le contó José Asunción. En 1949, en el teatro Politeama de la capital argentina, se estrenó la obra.