R.P. MIGUEL RIGUAL.
Ordenado sacerdote en 1927, luego de algunos meses en Bétharram, el P. Rigual fue destinado al Paraguay. Allí se quedó hasta la muerte (14 de enero de 1990). Son 62 años de trabajo abnegado, magnífico, de sacerdote educador.
El P. Miguel Rigual Albert nació en Barcelona, el 29 de septiembre de 1904 -año de la fundación del Colegio de San José-. Era una época de disturbios en Cataluña: revoluciones, huelgas, bajo el impulso y la filosofía de Ferrer.
El Sr. Rigual era acérrimo catalanista; no aguantaba las represalias del Gobierno Central: se fue con su familia a la Argentina, se estableció en Rosario.
El niño Miguel conoció en Rosario a los Padres de Bétharram. Cursó su seminario menor en Barracas (Buenos Aires), adolescente de gran inteligencia y muy estudioso. Fue novicio en 1921-1922, en Fuenterrabía, España. Después de su primera profesión forma parte de uno de los primeros grupos que vuelven a Palestina para el Escolasticado, o Seminario Mayor.
Su pasión por los libros lo llevó a estudiar a la Iglesia, su Constitución, sus hombres. Por iniciativa propia emprendió el estudio de los Concilios Toledanos. Los Concilios de Toledo y los Monasterios de la Edad Media serán su pasión, durante toda la vida.
Necesitó dispensa de edad para la ordenación sacerdotal que se celebró, en la Capilla del Carmelo de Belén, en diciembre de 1927. Su primera y única “obediencia” fue el Paraguay; el Colegio de San José andaba en su 230° año. Puede afirmarse que el P. Rigual se impregnó de la obra, del Paraguay, de todo el Paraguay, cuyo guaraní aprendió y habló.
El P. Rigual pasó por todas las etapas de un educador religioso de aquella época: prefecto, librero, director (el 90). Sobre todo fue maestro, en los diversos cursos de Historia, Latín, Literatura.
Faltaban libros de texto; con el P. Capbanc fundó la Editorial FVD. Por eso la mayoría de los textos de clase, durante mucho tiempo eran compuestos por los Padres del colegio, muchos por el P. Rigual.
Publicó también un pequeño “Devocionario”, que tuvo varias ediciones. Con él en mano, todos los alumnos, en alta voz, leían la misa. Muchos exalumnos se acuerdan de él con nostalgia y claman por una reedición.
En el 750° aniversario del colegio, el Dr. Juan Javaloyes y González escribía de él:
“Atildado, elegante, rebuscado, amante del estilo castizo en el decir, a quien su tic le permitía gestos, con rasgos irónicos, que acompañaban a sus certeras sentencias” (La Tribuna).

En la misma ocasión, el Dr. Miguel Pessoa, otro exalumno, escribía en “Hoy”: “Los que hemos pasado por el Colegio San José, más o menos entre la guerra del Chaco y la Revolución del 47, tuvimos en el P. Rigual al maestro por excelencia. Más que educador era un guía, una figura de proa y orientador, en el mejor sentido de la palabra”.
“Tuve el privilegio de ser su alumno en Literatura, Economía Política e Historia de la Civilización. Debo reconocer que equipado con mi Diploma de Bachiller del Colegio San José, matriculado en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción, me encontré con profesores muy por debajo del P. Rigual. Creo que todos los exalumnos en mayor o menor grado, podemos afirmar esta realidad:”
Añadirá Pessoa, en el mismo diario “Hoy”: – artículo “Recuerdos del Colegio San José”- que “el caso del P. Miguel Rigual, es, a mi juicio, lo digo hiriendo su inmensa modestia, el más extraordinario que he conocido”.
“Su misticismo para hablar de Dios, su infinita sabiduría para encarar los problemas de la vida y de la muerte, sus disertaciones sobre psicología y lógica, no tienen paralelo. De sus labios escuché la más culta e intelectualizada exposición sobre la existencia de Dios y la inmortalidad del alma”.
Son palabras que comprometen a todo el Colegio, pero hay que reconocer que el Colegio de San José marcó verdaderamente a los alumnos.
El P. Rigual fue Director del San José de 1947 a 1953. Tan importante cargo no le impidió atender la disciplina, los deportes y la Librería. Su arte fue una verdadera diplomacia junto con la personalidad que imponía sumo respeto. Nunca despidió a nadie, pero más de un alumno pidió su traslado motivado por su fina persuasión.
Fue un hombre metódico y observante religioso, totalmente dedicado a su trabajo. Casi no salía, se acostaba temprano y se levantaba pronto, a las 5.
Hábil para resolver los problemas, durante su primer año estalló la larga y desastrosa guerra Civil de 1947. Supo capear con tacto y elegancia los momentos difíciles: tuvo el Colegio que recibir como pupilos a los hijos de los principales jefes de bandos enemigos.
Al terminar el segundo trienio, el P. Rigual pudo dedicarse de lleno a la obra importante que acariciaba: la creación del apostolado paraguayo. Antes, todo pequeño paraguayo, con presunta vocación, después de un año o dos en el Colegio, era enviado al apostolado argentino de Barracas (B.A).
El apostolado paraguayo tomó vuelo en 1953, dentro del San José: ocupaba uno de los dormitorios que habían quedado vacíos por falta de pupilos, y un salón de estudio que tampoco era necesario.
Eran años duros con gran exigencia de formación académica y espiritual. El P Rigual obtuvo del Ministro de Educación, Dr. Juan R. Chaves, visitado en su propia casa, la independencia académica de los planes de estudio y del control: el apostolado podía conceder el título de Bachiller Humanístico.
Se construía al mismo tiempo el hermoso local de la calle “Última”, con amplios terrenos para el deporte. La generosidad del Sr. Sebastián Lloret, gran bienhechor, permitió tan grande y hermosa construcción. El P. Eugenio Peboscq fue su gran colaborador en esa época. “El ingeniero Carlos Duarte Miltos fue el abnegado, estupendo constructor del hermoso Colegio. Deseo aquí rendirle ese merecido homenaje, ya que él también fue el que terminó la última casa de la iglesia de nuestro Colegio, ideada y construida por el ingeniero Bruyn. En 1969 el apostolado fue llevado a ese lugar ya propio. El P. Rigual era, naturalmente, el Superior Director.
Bastantes apostólicos pasaron por él, pero sin mucha perseverancia. Para ayudar a la manutención de los candidatos, poco a poco, fueron aceptados algunos alumnos externos. Es hoy un inmenso Colegio- el San José Apostólico- con más de dos mil alumnos.
El P. Rigual quedó en su cargo, como jefe indiscutible, hasta 1979, salvo los años 74 y 75 en que lo dirigió cl P. Rogelio Ramírez. Fue este padre quien le sucedió en 1979.
Entonces el P. Rigual regresó al San José del Centro siempre añorando su Apostolado.
Dijimos que tuvo un gran amor por la Iglesia, por los hombres dirigentes de la Iglesia. Todos conocíamos su hobby: sabía de memoria todos los cardenales y obispos del mundo, con sus respectivos cargos. El P Rigual fue colaborador muy apreciado y útil del benedictino Don André Chapeau de la Abadía San Pablo de Wisques, para su obra monumental.
Ocurría, hacia el fin de los años 70, que el P. Rigual se detenía un instante, en su hablar. Radiografías y tomografías, en 1980, revelan un meningioma a la altura de la sien izquierda. De acuerdo con los doctores Nicolás Breuer y Guido Martínez se decide llevarlo a Buenos Aires, al Centro Neurológico, a ver al Dr. Pardal. Fue una operación delicada pero totalmente exitosa.
Cuando la Delegación del Paraguay se creó, el P. Rigual fue nombrado administrador. Desgraciadamente, el año siguiente de su operación, el Padre sufrió una pequeña hemorragia cerebral que le obligó a guardar cama de nuevo. El Padre, muy precavido, se cuidaba mucho: cuando empezó a caminar, otra vez se cayó. Se repuso aún, pero cada día andaba más aprensivo.
En 1982 se le destina de nuevo al Apostolado, ya Colegio. Siente que sus piernas se aflojan, cada vez más; guarda cama. Llega a sentirse incapaz de andar.
Fuente: UNIDOS FVD (www.unidosfvd.com.py)
MIGUEL RIGUAL - VERSIÓN SIMPLIFICADAY OBJETIVA
La pequeña obra "Historia del Paraguay" del ilustre sacerdote español MIGUEL RIGUAL, editada en la década del 50 del siglo pasado, es una versión desapasionada y esclarecedora de nuestra historia y también de nuestra intrahistoria. En cierto modo sigue los lineamientos generales que perfilados por el primer historiador de la congregación bayonesa, Cipriano Oxibar, quien en su momento redactó una obra sobre la historia del Paraguay, donde hizo acopio de fuentes primarias y utilizó a su vez datos de los grandes historiadores paraguayos de su tiempo.
La historia escrita por el Padre Miguel Rigual -cuya brillantez intelectual opacó con su voto de humildad recluyéndose en el Seminario Apostólico San José, semillero de vocaciones sacerdotales para gente sin recursos para costear sus estudios- parte de los prolegómenos de la independencia nacional. Cómo tomó Velasco los acontecimientos que derivaron en la invasión napoleónica, su repercusión en Buenos Aires y los epifenómenos que llegaron hasta el Paraguay. Sobrio a la hora de bosquejar las batallas, definir caracteres, sopesar influencias. Sin excluir totalmente al Dr. Pedro Somellera -quien se atribuyó haber sido el numen del levantamiento- hace constar en forma fehaciente su concurso con la causa nacional desde el primer momento. Sin ser admirador de Francia, ese personaje amargo empero insoslayable de nuestra independencia, con la pulcritud de un sintoísta inscribe el haber y el debe de quien fue proclamado "Dictador Perpetuo y ser sin ejemplar". Tal vez haya caído en algunas exageraciones sobre algunos tópicos, como ser: la persecución a la Iglesia. Efraím Cardozo pone muy en claro esta cuestión. Hijo del despotismo ilustrado, fue refractario a la influencia espiritual en la conformación moral de una nación. Le preocupó más el capital inmobiliario ocioso de las órdenes y la confiscó. Creó en "compensación" una remuneración similar a la que recibían los miembros del clero seglar.
El paso del tiempo hizo que se tuviera que actualizar dicha obra y esta tarea correspondió a Bernardo Capdevielle, quien estudió intensamente las misiones o "doctrinas" del Paraguay.
Al abordar la tarea desempeñada por Carlos Antonio López, hace justa ponderación y destaca -muy especialmente- cierta benignidad que signó su ejecutoria que alivió el espíritu cívico de la ciudadanía. En estupenda sinopsis hace el recuento de su ciclópea de constructor material, anotando a su vez la tímida apertura política que halla su más alta expresión en el Catecismo de 1855, ajeno por completo al Catecismo de San Alberto -autoritario e imperial- que su hijo Francisco Solano López retiró aquél de circulación, reimplantando el de San Alberto ante la expectación ominosa de la ciudadanía. Llama tal vez más por didactismo, Constituciones al "Reglamento del año 1813" y también a la "Ley que establece la Administración Política del Paraguay" (1844).
El eminente constitucionalista argentino Germán Bidart Campos, tanto como Segundo Linares Quintana y Reinaldo Vanossi -por hablar sólo de tres- consideran que cuando no hay preámbulo -esto es relativamente discutible- ni una dogmática que consagre las garantías, derechos y obligaciones de los ciudadanos, así como una parte orgánica que establezca nítidamente la división de los poderes del Estado, son sólo documentos constitucionales originarios que aspira a reproducir la Constitución material del país. En realidad lo que don Carlos quería era organizar político-administrativamente a su novel Estado.
Luis Mariñas Otero, en su importante estudio "Las Constituciones del Paraguay" (Madrid, 1978), transcribe lo siguiente: "La obra de López es determinante en la historia de su Patria, bajo su gobierno se funda una escuela de Derecho, embrión de la futura Universidad Nacional, a cargo de Juan Andrés Gelly, formado en Buenos Aires. Se contrataron profesores extranjeros, como el español Ildefonso Bermejo, y la independencia paraguaya es reconocida por Bolivia y Chile. El Paraguay es un país aislado y casi desconocido, pero en 1860 dice Lamar Scheizer: "Ser paraguayo era ser alguien" (opus cit., 64: 78).
El relato de la guerra contra la Triple Alianza es impecable. Ningún epíteto está fuera de fila. Cada cual aparece como es: genio y figura. Exalta con serenidad al Gral. José Díaz, así como lo hizo a su tiempo con el Tte. Naval Andrés Herreros, precozmente muerto, formado en la Marina inglesa.
Sobre es su relatorio sobre la postguerra del 70, la Convención Nacional Constituyente, la sanción y promulgación de la Carta Magna y una pincelada de los gobiernos que mandaron bajo su libérrimo doctrinarismo. En un momento en que un pseudorevisionismo deforma los hechos que ya forman parte de la energía de la historia -hablando en el lenguaje de Le Bon (1841-1913)- confundiendo tendenciosamente la áspera crítica que en Europa merece el revisionismo pro-nazi que trata de ignorar el Holocausto, cabe divulgar un texto objetivo para que la juventud y el ciudadano común puedan leer críticamente un trabajo inspirado sólo en el amor a la verdad. Tanto el padre Rigual como el padre Marcelino Noutz -de quienes tuve por honra ser discípulo- eran hombres profundamente principistas y hacían recaer en la libertad el valor fundante de la persona. Noutz decía que la libertad era hasta imperiosa-mente biológica, poniendo como "petición de principio" para cualquier discusión ulterior, lo que denominaba la "ley del nido". Decía Noutz que los pichones, apenas alcanzan a volar, dejan el nido sin olvidar -momo ha señalado un biólogo inglés- el "altruismo biológico" por el cual la madre, cuando percibe que el ave rapaz circunda el nido, sale a volar para atraer sobre sí el apetito del intruso. Esto se enseñaba en el Colegio de San José en la década del 60, cuando por aquí la etología aún no tenía carta de ciudadanía de ciencia de la conducta animal, homologable a la conducta humana. No olvidemos que recién Konrad Lorenz obtuvo reconocimiento oficial en 1973 cuando mereció con sus colaboradores el Premio Nobel.
Presidente de la Academia Paraguaya de la Lengua Española.
Académico Correspondiente de la Real Academia.
Fuente: HISTORIA PARAGUAYA. Por MIGUEL RIGUAL. Colección: Hacia un país de lectores. Edición autorizada por: F.V.D.. Edición al cuidado de ROQUE VALLEJOS. Editorial El Lector, Asunción-Paraguay 2002 (129 páginas).