25 AÑOS DE LA SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY
Editorial SERVILIBRO
Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ
Edición al cuidado de los autores
Con el apoyo de UNIVERSIDAD IBEROAMERICANO
Asunción – Paraguay
Agosto, 2013 (180 páginas)
PRESENTACIÓN
25 AÑOS DE LA SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY
Hace poco más de cinco lustros, nos reuníamos en el local del Instituto Cultural Paraguayo Alemán, un grupo de escritores nacionales, con el anhelo de crear una institución que nucleara a los creadores literarios de nuestro país. Estuvimos narradores, poetas, dramaturgos y ensayistas, para leer y aprobar los incipientes estatutos, elegir al primer, presidente y posteriormente firmar el acta de fundación, como los primeros adherentes. Todo era entusiasmo y el acto se desarrolló con algunas discusiones, que ya no vienen al caso e incluso, se hablaron de proyectos a realizar a corto y mediano plazo.
Pasaron todos estos años y el transitar de la SEP fue azaroso, pues como siempre ocurre, los entusiasmos de desinflan y los socios se llaman a silencio. Pero muchos se quedaron para honrar a la institución y la representaron dignamente.
Ahora la SEP ya cuenta con la inscripción en el Registro Público, con Personería Jurídica, y su contabilidad totalmente en regla.
Participa como siempre en las actividades culturales, como las ferias nacionales de libro y en algunas internacionales, pues últimamente la SNC, Relaciones Exteriores y la Secretaría de Lenguas se tomaron la atribución, hasta de digitar escritores, que acudieron a las ferias, que fueron más de artesanía, danza y jolgorio, que de literatura.
En los últimos años, organizamos y apoyamos concursos de diversa índole, como la de Literatura, Poesía y Teatro, con auspicios de instituciones privadas, como el Grupo General de Seguros S.A, Fénix S.A de Seguros, la Universidad Iberoamericana, la CAPEL, y la Editorial y Librería Servilibro. La SEP cuenta desde hace unos años con filiales del interior, como la de Coronel Oviedo y Encamación, y se espera que vayan sumándose otras, con el correr del tiempo.
Recientemente la SEP modificó y enriqueció sus Estatutos, dotándolo de renovación, teniendo en cuenta los nuevos tiempos. Actualmente se cuenta con más de ciento veinte socios activos, y estamos incluyendo socios en las nuevas categorías de Socios Administrativos.
La SEP se muestra muy preocupada por la ausencia de la Crítica Literaria y del Agente Literario, y últimamente se propuso la realización de talleres en ese sentido, pues creemos que sin la presencia de esas dos importantes figuras, nuestra literatura no tendrá la preponderancia necesaria en el ámbito internacional.
El presente volumen, por el 25 Aniversario de la entidad, es apenas un muestrario de la producción de los escritores, que acudieron a la convocatoria a tiempo.
Hago también una recordación especial de los Socios Fundadores y Honorarios, vivos y ya fallecidos. Felicito también a los que siguen bregando por la dignificación de la institución y la literatura.
Lisandro Cardozo Presidente de la SEP
30-07-2013
DELFINA ACOSTA
DOS LOROS
Mi hermana Leny andaba ociosa aquel caluroso día de mayo. Me di cuenta de su estado de ánimo cuando descubrí una mueca de desprecio que le subía al rostro al observar las formas perezosas de la siesta vagando por el patio.
Tenía la mirada vencida de quienes sólo se reaniman un tanto, al oír, de cuando en cuando, el llamado a la vagancia de la cigarra subida al árbol de los agrios.
Una chispa se prendió en su cabeza de repente; me dijo que nos escapáramos y fuéramos al rancho del señor Antonio y de su mujer, Rosa, para tantear alguna diversión con sus dos loros.
¡Quién no sabía de su existencia! En la colina corría la leyenda de que aquellos pájaros hablaban.
Fuimos por un camino angosto con olor a polvo pasajero. Y mientras caminábamos, bastante animó mi espíritu de viajera ese sitio colmado de árboles tan silbadores como esplendentes e infestados de arácnidos, saltapajas y lagartijas.
Si alguna codorniz salía disparando hacia arriba, asustada ante nuestra presencia, más asustada que el ave, lanzaba yo un grito, como de quien va a perder la cordura en el instante; bien se sabe que a las niñas nos encanta chillar, dar pataleos y hacer escenas de gente demente, hasta que vienen nuestras madres a darnos latigazos contados para que aprendamos a comportamos como se usa.
Una sombra fugaz alzó ruidoso vuelo desde el pastizal. Retrocedí unos pasos.
-Pero si es solamente una tórtola -dijo mi hermana.
Nunca tuve un loro. Sí me llegué a encariñar con un lebrel. Y se llamaba "Santo".
Mientras íbamos andando, Leny cantaba en voz alta una estrofa del Himno Nacional. Siempre que ella se daba a la libertad de soltar sus pasos por la campiña, el Himno le venía a la boca; lo hacía para entreverar la ilusión de la fuga de la casa con el espíritu glorioso de las letras patrias.
Llegamos al rancho. Don Antonio, hombre de cabellera blanca, y acostumbrado, como muchos viejos, a tomar el mate todo el santo día, estaba sentado infinitamente sobre una silla de cuero. Asiento, vejez y mate (también resolí) solían ser una estampa común en los ranchos de la colina.
Nos miró con indiferencia. Cerca de él, junto a una pequeña olla de hierro donde hervía un caldo de pescado, su mujer nos echaba una mirada de simpatía.
Una fila de enormes hormigas negras (parecidas a las legionarias) subía por la pared de barro de la tapera. Ni un quinqué sobre la única mesa, solamente velas de cebo.
En un árbol donde florecían las cruciatas del patio estaban las bestias de pluma. Paco, el loro hablador, nos saludó:
-Buen día. Don Antonio, viene gente. Geeeente. Geeeente!.
Pronunció esta frase generosa estirando el cuello: ¡Qué linda visita. Qué linda visita. Liiiiiinda. Liiiiiinda!.
Leny reía.
-Adelante. Adelante. Adelante. Entren. Entren. Entren. Están en su casa?-también gritaba.
Mi hermana y yo permanecimos quietas en el patinillo de arena, aferradas al respeto y al miedo tan comunes en los niños, quienes cuanto más son invitados a pasar al interior de una vivienda, y cuanto más la amabilidad se alarga, más se quedan plantados y tiesos donde tienen puestos los pies.
Fijé mis ojos en el otro loro, el que no decía palabra.
Era un bello ejemplar. Su plumaje tenía vivos colores verdes, amarillos y algún que otro carmesí.
Si bien nos miraba de cuando en cuando, permanecía mudo como la imagen misma del mármol.
-Acaso Chilito perdió el habla; pobrecito —le susurré a mi hermana, quien se encogió de hombros.
Cuando uno es niño, suele figurarse, a veces, que puede llegar a tener alguna influencia en los animales. Sobre todo en los loros. El silencio de aquel ave, fue interpretado por mi curiosidad, como una dignidad del animal.
Lo suponía talentoso pero tímido. Una caja de sorpresas aunque disimulador. Sospechaba que podía sacarle algunas palabras, largándole una interrogación amable. Silbé la canción El pino y la paloma.
Luego me acerqué a él.
-¿Qué te pasa, lindo Chilito?
Silencio.
-Tu nombre es muy hermoso. Quiero ser tu amiga. ¿Te sientes triste?
Silencio.
-Chilito de mi corazón -le dije casi al oído, mientras el otro loro seguía con su versería.
-Sé lo que pasa por tu cabecita -exclamé.
A menudo me daba por pensar, en mi infancia, que poseía poderes sobrenaturales. Lanzaba en los momentos de mi locura infantil, maldiciones a los rayos y a los truenos, para que la lluvia cesara. En algunas ocasiones he llegado a convencerme de que podía dar continuidad a las lloviznas de las siete de la mañana, hora de marchar al colegio, para seguir acostada en la cama.
-A ver... Chilito... ¡Ya sé qué te ocurre! ¡Ya sé! -afirmé, sin saber lo que le ocurría, por supuesto, y mirando fijamente los ojos inquietos del animal.
¡Qué firme pero insensata manera de pretender llegar al alma de un ave!
En ese instante, Paco, dando un vuelo veloz, se largó sobre mí. Sus uñas se convirtieron en largas púas de alambre clavadas en mi cuello y su pico en una tenaza de fuego que arqueaba mi nariz.
No lloré. Don Antonio y su mujer comentaron que Paco solía portarse mal y con esa explicación se quedaron mirándonos, y nos seguirían mirando todo el tiempo, de no ser porque el ave, más dueño de la casa que sus amos, gritó:
- Adiós. Adiós. Gracias por la visiiiiiiita.
- Adiós -respondimos.
Mientras mi hermana y yo emprendíamos el viaje de retomo, el sol caía sobre el pastizal como el aliento de un buey, y algunas golondrinas alzaban vuelo en dirección al norte, con un trino festivo.
FELICIANO ACOSTA
AMA KIRIRĨ
Ama kirirĩ.
Che jere iñypytũ.
Araresa ndaheehái,
che jere iñypytũ.
Avave, avave
ndoikuaái, ndohechái
ñembyasy
che ãme araháva.
Pytũ, pytũve pore’ỹ,
ta’eño.
Amarayvi che rokẽ
ombota vevuimi.
Upeichahágui...
ijuruvy che rokẽ,
ha amarayvindi
oguahẽ
pore’ỹ pukúgui
ojevyva.
Oja che rehe.
Hesa’ỹi opyryrỹi tarova,
che resa renondépe.
Hembe hi’aguĩ,
aguiveva
ojoko che pytu.
MANSA LLUVIA
Llueve mansamente.
Se adensa mi entorno.
No percibo la luz.
Se adensa mi entorno.
Nadie, nadie
sabe, nadie ve
la pena
que llevo en el alma.
Se agudizan, se adensan
soledad y ausencia.
La llovizna golpea
suavemente la puerta.
De pronto...
Se entreabre la puerta,
y con la llovizna
llega
entra la que vuelve
de una larga ausencia.
Me abraza.
Bailan alocadamente sus ojos
delante de mis ojos.
Sus labios cercanos, más
cercanos,
me ahoga el aliento.
PRINCESA AQUINO
LOS PAJAROS
Ya habían bajado varios,
se veía como aquel escarbaba ese cuerpo,
luego llegó el otro,
ávido también de compartir el festín.
Se notaba la algarabía general.
Y por último
llegó el pájaro que faltaba
para completar la escena.
El fiscal,
con su traje y su expresión seria
pero con los ojos brillantes de codicia.
No siempre se tiene la suerte
de que caiga entre las manos
una presa de tamaña magnitud.
Los pájaros
se dispusieron en círculo alrededor de esta
y presagiaron un año de buena cosecha.
LISANDRO CARDOZO
ROCÍOS AMANECIDOS
Vas chapoteando sobre la filosa arena
de la ribera del río
Vuela al viento tu leve vestido
de transparente tejido violeta,
y a lo lejos un ave se pierde entre
graznidos y aleteos cortos.
Tus ojos dibujan un horizonte
de médanos y frías piedras,
que se debaten entre rocíos
amanecidos y clorofilas tiritantes.
Caminas con largas zancadas
sorteando deshechos de la playa,
y miras como eligiendo las palabras que
dices en tu mente y resuenan
en la vastedad de la mía.
Giras sobre tus pies danzando
una melodía que se diluye
en ritmos inconclusos.
Extiendes tus manos y
se crispan tus dedos sobre
el frío acero que se desliza
ante tus ojos y se clava
en tu garganta,
y la atraviesa
y solo atinas a frustrar un grito
Un llanto,
un siseo entre dientes.
GLADYS CARMAGNOLA
SUDAMÉRICA
Nosotros, moradores
de una pequeña patria cálida y morena
de vasto corazón,
sacrificada y ardorosa tierra,
somos antiguos anfitriones legítimos
de un corredor más ancho del planeta
en el que los volcanes y los cerros,
los ríos, las praderas
son hermanos de bosques y de océanos,
de cataratas y de cordilleras.
Una patria donde el conquistador fundió su sangre
con la de guaraníes,
araucanos e incas,
aimaras o quechuas
y dio vida a una raza
que aletarga su espíritu de guerra
mientras lucha y trabaja, suda y se desvela
porque ama su mundo de maíz y café, de caña dulce,
de minas de metal, de yerba mate, de jazmín y madera,
raza que de justicia y libertad
aprendió a balbucear las ocho letras
y empecinadamente en su gramática
va ganando experiencia,
raza que no ignorante de la paz
que todo ser humano anhela,
comprende ya que solo el ser humano
sabe cómo adiestrar palomas mensajeras
y denodadamente sigue
en la tarea.
Nosotros somos hombres y mujeres de esa raza
de un rincón diminuto de la tierra
donde por sobre toda religión,
idioma o frontera
hay un ideal de paz y de justicia
que cada uno de nosotros sueña:
un ideal que hoy es más que un himno
o un ondear esperanzado de banderas
en el dolido mástil de este sitio del mundo
que aún se llama Corazón de América.
(de “Igual que en las capueras”)
AUGUSTO CASOLA
VICIOS
Mi vicio, el de beber
semeja al que padezco
de tu piel:
sed irreductible
que una vez saciada
sólo enardece mi sed.
Mi promesa olvido
cuando vuelvo a aspirar
el perfume que te envuelve
e inicias la liturgia
del antiguo ritual
y no me detengo a pensar
en su magia me sumerjo
y me vuelvo a embriagar.
DEISY CHAPARRO
LA RUTERA
El atardecer se presentaba apacible y los niños regresaban del colegio. Mientras, yo estaba plácidamente tendida en un banco de la plaza, disfrutando de aquella brisa suave de la tarde, que golpeaba mi rostro y se esfumaba. Mis recuerdos se ahondaban y la vida se debatía con el mañana.
Todo parecía tan cotidiano, pero dentro de mí, la convulsión se agigantaba y por momentos parecía estallar con las mil historias que acudían a mi mente. En ese momento vi a una señora sentada en uno de los bancos, que como yo observaba el bucólico paisaje. Me acerqué a ella, me senté a su lado y observé que se la veía algo triste y que seguramente tendría ganas de hablar con alguien, tanto cómo yo. Tras los breves saludos de rigor, me contó que se llamaba Clara, que era viuda de un tal Ledesma, y que hacía poco tiempo había perdido a su marido, Francisco Gonzalo Ledesma.
Empezó a relatarme, ya entrando en confianza, lo que había sido su vida. Me contó que su marido la golpeaba, que muchas veces, cuando volvía de jugar a las cartas, con unas copas de más, la despertaba y la obligaba a tener sexo, muchas veces en forma violenta. Eso me conto a grandes rasgos, pero me dijo que quería relatarme en detalles cómo habían sucedido los acontecimientos, desde que Don Gonzalo se había ido a su casa de Santani, después que ella lo echara de la casa que compartían en Asunción.
Doña Clara, tenía puesto un vestido rojo, sandalias blancas, y una pañueleta de varios colores, atada a la cabeza. Era tan coqueta que no quería, que la suave brisa de la tarde la despeinara. Dejó el libro que tenía en la mano sobre el banco y me describió la historia reciente de su vida, como si estuviera ocurriendo en este momento. Por la intensidad y fuerza de su voz parecía, que los protagonistas cobraban vida, y empezó el relato que transcribo: “El calor agobiante, sofocaba siempre a Don Gonzalo, y gruesas gotas de sudor corrían sobre su rostro, agrietado y marcado, por el tiempo. Caminaba todos los días, tomaba el café bien caliente, con un chorrito de leche, como todos los días. Don Gonzalo ya creía que todo había terminado, que nada era igual en su casa, en su vida. Que, con su esposa, la pasión, el acercamiento y las ganas de amarse fueron diluyéndose, que ya no se necesitaban, que las ganas que tenían en los primeros tiempos se fueron consumiendo, la rutina fue devorándolos, y ya no había ninguna atracción entre ellos. Fue entonces que Gonzalo, empezó a pensar y sobre todo, a sentir las ganas, pero de estar con otra mujer. Esta idea estaba en su mente día y noche y coincidió que, cuando él estaba con toda esta revolución interior, tuvo una gran pelea con Doña Clara, porque ya no aguantaba esta situación. Se dijeron de todo y él la golpeó. Ella, pese a todo, se puso firme y llamó a la policía. Don Gonzalo fue echado de su propia casa, acusado por maltrato físico y psicológico a su esposa. Fue cuando él decidió ir a su casa quinta de Santani, pues a la casa familiar no podía volver, por el momento”
“Una mañana, como no se sentía bien don Gonzalo, decidió ir al hospital, para un control de rutina. Cuando salió del consultorio del médico del pueblo, vio a una mujer con un niño en brazos. Era una morena, sus ojos eran del color del tiempo, y su mirada trasmitía una profunda tristeza, casi al borde de las lagrimas. Era más bien delgada, pero con buenos pechos, rebosantes y firmes. Estaba con un bebé en brazos, se la veía frágil y por su aspecto parecía preocupada y la profundidad de su mirada lo impresiono. Tenía tantas cosas en las manos, que apenas podía caminar, con su cartera, el bolso del bebe, un pequeño paquete con chipas, que al tratar de acomodar, se le había caído al suelo.
Don Gonzalo muy gentilmente la ayudó, alzando el paquete.
-¡Acá tenés, mi hija!, - le dijo.
-¡Gracias, señor!- expresó Gregoria con el rostro serio.
- ¡La ayudo, señora! -dijo -don Gonzalo y tomó el bolso del bebe y un viejo termo, que traía la mujer en la mano izquierda. Gregoria era de una compañía cercana a Santani.
La casa quinta de Don Gonzalo, tiene un amplio parque, donde solía jugar su nieta, o columpiarse en la hermosa hamaca de color amarillo y naranja, que él había comprado para ella.
-¡Me voy, dijo Gonzalo, yo vivo cerca de acá!
La mujer lo miró e inquirió -¿Con quién?
- ¡Solo! -contestó Don Gonzalo.
- ¡Tengo una casa en la compañía, donde vivo sola, señor...!
- ¡Gonzalo, es mi nombre y yo también vivo solo!
Ambos Mintieron. El era de Asunción, estaba separado y esa era su casa de fin de semana. Tenía una hija llamada Candelaria, que estaba casada y le había alegrado la vida con una hermosa nietita llamada Rita. Gregoria, por su parte, era rutera, tuvo una infancia difícil, pasando muchas necesidades y le había hecho una promesa a su hijo, que él no pasaría lo mismo. Gregoria vivía con su concubino y se la veía realmente mal.
Se quedó pensando la mujer en silencio y dijo al cabo de un rato, que no tenía como ir a su casa, que estaba muy cansada. Mintió.
- ¡Si quiere, en mi casa tengo varias habitaciones, no te hagas problema. -Acotó Don Gonzalo.
El se sentía muy solo, y le habían recomendado que tuviera compañía, pues el caserón era muy grande para él solo.
Gregoria pensó que acompañándose con Gonzalo sería una forma de solucionar sus problemas económicos, por eso aceptó el ofrecimiento.
Esta mujer tenía una larga historia, una vida muy triste como rutera, que son aquellas mujeres, que trabajan como prostitutas, subiendo a prestar sus servicios a los camioneros, que hacen viajes largos. Estas mujeres muchas veces se aprovechan de la ocasión y con engaños, le sacan toda la plata a los choferes y en el menor descuido se bajan a continuar con su peligroso trabajo a la vera del camino.
Don Gonzalo, era un señor saludable, todas las mañanas caminaba en el amplio parque que poseía en su quinta, llena de árboles frutales, y una hermosa pileta, donde luego de su ejercicio diario, nadaba plácidamente. Era muy cuidadoso en su alimentación, le gustaban los deportes, pero por sobre todas las cosas, le gustaban las mujeres.
Gregoria pensaba, “esta clase de hombre es lo que necesito para poder curar bien a Javiercito”. Ella tenía una vida de frustraciones, sin estabilidad emocional, con su concubino, que no tenía trabajo, ni gustaba mucho de ello.
Don Gonzalo, que gustaba mucho de las criaturas, miraba con cariño a Javiercito, pues así se llamaba el pequeño, que estaba muy enfermo, pues sufría de una enfermedad congénita llamada hidrocefalia.
En la quinta había un cuidador que se llamaba Don Carlos, quien todas las mañanas, le daba leche recién ordeñada, fresca y abundante a Javiercito, pero esto no fue suficiente, pues a pesar de la medicación, todos los esfuerzos y el dinero que le daba Gonzalo para el tratamiento médico, el niño murió.
Cada tanto, Gregoria, la rutera, iba a la casa de su concubino, si eso podía llamarse casa, pero siempre volvía otra vez, sobre todo cada fin de mes, cuando Gonzalo cobraba su jubilación. Esos días eran absolutamente intensos, sobre todo en la cama, donde el hombre se sentía un adolescente y estaba feliz. Gonzalo, era chapado a la antigua, en algunos aspectos, pero enseguida mostró su lado violento, además de algunos trastornos psíquicos, especialmente en los sexuales. Ese fue uno de los motivos por el que su esposa lo había echado de la propia casa.
Sin embargo, estaba totalmente enamorado de Gregoria, o por lo menos eso era lo que él pensaba, pues con ella había recuperado sus ganas de vivir, de amar, y había recuperado su virilidad, pero con una pastillita cada vez que iba a tener sexo con la joven mujer.
Cada vez que Gregoria le anunciaba a Gonzalo que iría a su casa, o sea, junto a su concubino, inventando cualquier excusa, se armaban tremendas peleas, sobre todo por celos enfermizos de Gonzalo. Hasta en el pueblo eran conocidas esas peleas.
El sexagenario, la trataba muy mal, pues conocía todo de su pasado y ella entre lamentaciones le decía que veía fantasmas por todos lados, y le imploraba un mejor trato.
Doña Clara su esposa, le había advertido cuando aún vivían juntos, que tenía que seguir un tratamiento con un buen profesional, pues no era normal su comportamiento, pero él hizo caso omiso.
Varias veces, Gregoria lo había denunciado en la comisaría del pueblo, pero siempre volvía con Don Gonzalo, por la plata. El por su parte, estaba totalmente obsesionado con Gregoria, hasta que una noche de pasión todo termino muy mal.
¡Don Francisco Gonzalo Ledesma murió, haciendo el amor con su amante!. Fue la noticia más impactante de la comarca esos días.
Gregoria enseguida se repuso, pues no era la primera vez que le pasaba tal episodio en su carrera de rutera. Ya había abandonado en su vehículo a más de un camionero sin dejar rastros.
Ella aprovechó el momento y fríamente, sin ningún sentimiento le sacó todo el dinero que tenía en la billetera, pues hacia apenas unos días que él había cobrado su jubilación. Gregoria buscó el título de propiedad de la quinta, en uno de los cajones del ropero, pues ella sabía muy bien el lugar donde él guardaba los documentos importantes. Sacó todo lo que podía antes de que viniera el forense, la policía, el fiscal y la esposa. Hizo todo lo que tenía que hacer en esa una hora que tardaron en reunirse todos.
Todos en el pueblo conocían a la verdadera esposa y sabían también que estaban separados. El fiscal dijo que no se levantaría el cadáver hasta que llegara la esposa.
-¿Pero por qué, picó?, -inquirió Carlos el cuidador, -ellos estaban separados.
-¡Tiene que venir la esposa para este trámite - sentenció el forense y el fiscal asintió y asentó en el acta, con todos los otros datos.
Carlos le llamó de inmediato a Doña Clara y le contó lo que sucedió, sin entrar en muchos detalles. Le manifestó también que el cadáver no sería levantado hasta que ella llegara.
Doña clara a pesar de tener un fuerte resentimiento en su corazón hacia su ex marido, le comunicó a su hija la noticia y juntas emprendieron el viaje, y llegaron ya al anochecer.
Gregoria, con la complicidad de Carlos, tuvo la oportunidad de sacar varias cosas de valor antes de que llegaran la esposa e hija del difunto y ya estaba desaparecida.
Se hicieron los trámites correspondientes, ante los curiosos, vecinos y amigos. Carlos sacó todas las sillas que tenían en la casa, pero no eran suficientes, pues mucha gente del pueblo vino al velatorio, no solamente porque conocían a Gonzalo, sino para chismosear después, o ver si se producía la gran pelea entre Gregoria y la esposa, del muerto. Pero todo se desarrolló con cierta tranquilidad. Rezaron el rosario varias veces, con el cuerpo presente ya en el cajón y rodeado de flores y velas.
Al otro día, al llegar la comitiva al camposanto, en el momento que se realizaba el responso, apareció Gregoria, la amante. Fue entonces cuando una de las sobrinas de Don Gonzalo, que sabía muy bien de ella, atravesó el camposanto, sin decirle una palabra y sin escándalo, la sorprendió con una gran bofetada que resonó en todo el cementerio.
En esos momentos, Candelaria, en silencio estaba recordando a su padre con emoción. Rememoró todos los lejanos momentos felices que pasaron juntos, las veces que la había llevado de paseo. Pero también recordó todas las respuestas negativas que le había dado, porque no podía perdonar, ni olvidar todo lo que le había hecho a ella y los golpes a su madre. Pero más que nada, su resentimiento se debía a lo mal que había pasado cuando era niña.
Al otro día, Doña Clara y su Candelaria empezaron a ordenar los papeles de Don Gonzalo, las facturas, las cuentas pendientes, ver los negocios y las transacciones que había realizado recientemente. Ayudadas por la policía habían recuperado parte de lo que llevó Gregoria, entre ellas, el título de propiedad y otros documentos de valor.
Los papeles de divorcio estaban en la última etapa del trámite correspondiente, cuando imprevistamente Don Gonzalo falleció. Así que legalmente, Doña Clara y él finado, estaban casados todavía. “Mi hija y yo, somos las únicas herederas”. Así pensaba Doña Clara, mientras seguía ordenando los papeles y la casa, hasta que encontró un documento que ni remotamente pensó encontraría nunca y que la dejó helada. En el referido documento, constaba que Don Gonzalo había reconocido como suyo al hijo de su amante, dándole incluso su propio nombre, Francisco Gonzalo Ledesma. Doña Clara, tras recuperarse del impacto, leyó una y mil veces el documento y no lo podía creer. Caviló acerca de toda la consecuencia legal que esto podría tener. Al comprender todo en su justa medida, el odio que le tenía a su esposo fue mayor. En este contexto, se iniciaron una serie de situaciones complicadas para Doña Clara y su hija, ya que al ser reconocido legalmente aquel niño, pasaba a adquirir los mismos derechos que Candelaria. O sea, los bienes debía partirse en tres partes.
Esto pensaba Doña Clara, pero como tenía muchas dudas, decidió consultar con su abogado, el afamado Dr. José Manuel Díaz. Le dijo que era urgente y él le dio inmediatamente una cita.
Se trasladó a Asunción para consultar con el profesional que la conocía de hacía muchos años, y además era quien estaba con los trámites del divorcio. El mismo la atendió muy amable, le dio todas las explicaciones del caso, los pasos a seguir y, sobre todo, le dijo que se quedara tranquila, pues como el niño había muerto todo terminaba ahí, la madre no podía heredar los derechos. Puntualmente le dijo que no había “Traslación de derechos”, y que esa era la figura legal, que se aplicaba en estos casos.
Doña Clara volvió mucho más tranquila luego de ver a su abogado, se sentó en la sala de su casa, se sirvió una limonada, puso música tranquila y empezó a soñó los hermosos momentos que viviría a partir de ese impensado desenlace.
Candelaria por su parte seguía en la casa, recordando su desgraciada niñez. Su padre golpeaba y abusaba constantemente de su madre y de ella, Estos atroces pensamientos venían a su mente. Le hubiera gustado que todo fuera diferente, pero las imágenes que se le presentaban no eran buenas y volvían aquellos negros recuerdos que la trastornaban, como cuando les hacía él absurdas escenas de celos, y no las dejaba salir ni siquiera a la esquina. Esto había marcado a fuego su vida.
“Mira lo que te traje” le decía su padre al llegar del trabajo, pero Candelaria ya sabía lo que venía después. Eran horrores, que nunca habría deseado pasar y que no podía comentar con nadie, menos aún con su madre, pues era otra víctima de Don Gonzalo. A Candelaria le había costado mucho formar pareja, pues era tanto el trastorno de su niñez, motivo por el cual tuvo que seguir largos tratamientos psicológicos, para poder tener una vida normal, ser feliz, tener un hogar, hijos y ser una mujer realizada.
Todo había terminado. Candelaria se sentía aliviada, liberada con la muerte de su padre. Una vida signada por la violencia, llena de abusos, golpes, trastornos síquicos y sexuales habían llegado a su fin.
Sentía que bajaba el telón de una infancia opaca, gris, llena de frustraciones dolor e impotencia.
Doña Clara por su parte había cicatrizado sus heridas. La situación actual era absolutamente favorable para ella, pues quedaban con su hija como únicas herederas de la casa quinta, de la pensión y la casa de Asunción. Ahora Doña Clara estaba sentada tranquilamente en la plaza, leyendo un libro, mirando el paisaje, las aves volar y recordando aquel pasado reciente, disfrutando de la suave brisa de la tarde, con su colorida pañueleta atada a la cabeza y su vestido rojo.
Por otra parte Gregoria, había vuelto a su vida anterior, a vivir su miseria con su concubino y a hacer algo de dinero por las rutas.
RAMIRO DOMINGUEZ
IV.-TESTAMENTO
A Sofía Catalina
Ya a tiempo
de torcer el camino, te propongo
-con el corazón en la mano-
un testamento, sin pliegos
ni testigos.
No tengo
-como sabrás- extensos beneficios.
Apenas la mesa basta y el pan
honrado que hemos compartido.
Sólo te dejo mi nombre,
como parcela abierta a remover
para los hijos de tus hijos.
Quiero abrirte de par en par
las ventanas a Dios.
Porque es ciega la noche
que se cierra a sus pasos
benditos.
Camina a su lado siempre.
Una y otra vez
vuelca los ojos al cielo. Cuando más oscuro
te sea todo, y sientas tu soledad
como castigo.
Si supieras qué dulce
y serena paz te desborda
cuando Él está contigo.
Te dejo como herencia
unos pocos amigos,
que son, después de ti, lo mejor
que pude haber tenido.
No los cambies por nada.
Andando el tiempo
podrás añadir otros, apartando
la cizaña del trigo.
Atesora, entre tanto,
lo que los años te traigan
como bien más preciado.
En esto, da igual:
tus aciertos y errores
-lo bueno y lo malo -.
Mira siempre de frente
a los demás.
Y sé tú misma,
aunque por ello te pongan a un lado.
A mí me tendrás muy cerca.
Acaso mucho más cuando al fin
te haya dejado.
Muy luego
-como quien dice,
a la vuelta de la esquina-
nos volveremos a ver.
Y estaremos juntos
ya por toda la vida.
(del libro “Deslumbres”)
RENÉE FERRER
VENGO
Vengo de los límites inciertos
que no comienzan nunca ni terminan;
de un puerto real equidistante
de cualquier punto cercano a otro cualquiera.
Acaso de otro mundo itinerante
de distintas galaxias pasajero,
quizás de los suburbios de estrellas agónicas
carentes de nomenclatura,
acaso de los confines
donde se desdibujan los recuerdos
y se aloja la luz que alberga los colores.
Adonde sueltes los ojos
las vastas soledades se prolongan.
No hay centro ni contornos a la vista,
solo
llanuras de lumbre interminable,
rutilantes llanuras,
vendavales que arrastran con su furia
cenizas estelares, tolvaneras,
y un pabilo viajero
temblando frente a la llama central,
ante tu rostro.
INMORTALIDAD
Por qué calumniamos a la muerte
si nosotros somos inmortales.
Bajarás a la tumba con los ojos guarecidos
por las lluvias de enero,
me iré con las ojeras roncas como caracolas marinas
repitiendo el canto de todas las auroras
entre los dientes
Entraremos serenos, cavilosos,
a ese espacio de sombra enmohecida;
nos enterrarán lejos
y las manos que amamos
nos llevarán flores a horas dispares.
En diferentes parcelas,
nuestros huesos
esparcirán un aroma a jardín sin parentesco.
Mis versos se quedarán hablando con tus ojos,
y tal vez sin proponérnoslo terminemos
utilizando las mismas palabras.
No tengas miedo de morir,
¿acaso no somos inmortales?
TÉRMINO DEL VIAJE
Para Esther
De vuelta ya de todos los intentos
y aquellas ostentosas pretensiones;
de repasar al vuelo las faltas asumidas
y aquellas, ay, tampoco cometidas;
después de saborear la engañosa ilusión
y el acíbar letal del desencanto,
e ignorante del esplendor de oculta gema
calar la hondura de la propia dicha;
antes y luego de colgarte al cuello
el collar enhebrado en cada pena,
de trajinar los días y las noches
sonriente o sin voz;
de regreso de tanta circunstancia,
equívoco, trampa, treta o espejismo,
¿qué me queda, Señor, sino tu manto
para rozar el borde con los labios?
o quizás
solo me resta partir hacia el espacio
con ese paladeo en la boca,
y
explorando la curva fugitiva de las galaxias
encontrar otros mundos
con rostros similares,
almas, cuerpos;
alguna cueva de hombres cavernarios
y bisontes,
o una roca orbital rozando el alba
donde no exista ni sombra de rencor
o desdicha;
solo seres etéreos de mirar radiante
liberados de todos los pesares;
prístina esencia de barro alambicado
iluminando la inmensidad del cosmos.
Al término de este viaje trashumante
me recibirá el absoluto frente a frente,
me abrazaré a la luz,
por fin, la Luz.
(del libro “Las moradas del universo ”,
Premio Nacional de Literatura 2011)
VICTOR-JACINTO FLECHA
LA CRISÁLIDA DEL 14 DE MAYO
“Aquello que el gusano llama el fin del mundo,
para el resto del mundo se llama mariposa” Lao Tsé
Crisálida amanecida. Fenómeno de la concentración del tiempo y del espacio en el instante de la transfiguración del paso de la opresión a la libertad. Fisonomía profunda de ese soplo transformador que expresa el ser, el estar y el futuro que se prolonga por 200 años y que seguirá prolongándose por muchos siglos hasta que el polvo sea polvo y la memoria no olvide la estupefacción del relámpago que dio inicio a esta nueva patria, que nacida del pasado se proyecta al porvenir.
La historia del pasado, es un gusano prisionero en su lugar, el presente es una transverberación del tiempo y el futuro uña mariposa, libre en el espacio, soberana de sí misma, luciendo el rojo, blanco y azul en sus alas, iluminada por el alba con que se inicia el devenir del día, con la exactitud de la perennidad del mañana.
DEFINICIONES
AUSENCIA
Sobre el anhelo del río
Sumérjome distante
sobre tu piel
AMOR
cuerda de equilibrista
vértigo de la razón
un suspiro tensa la cima y el abismo
CONJUNCIÓN
cuando me tocas
-en el frescor del agua
que espeja la arboleda de la ribera del río-
zarandean los culantrillos de mi río interior
IVAN GONZÁLEZ
NOCHE Y MAÑANA
A veces pienso que la tarde
es una bruja de esas
y que esta tarde
con su sol y con sus nubes
de a trechos
está pintada a su medida
qué ganas de que la noche sea
como otras incontables:
noche de brujas desatadas
ABRE navaja suiza
abre
el resplandor del vino
mientras —ya muy pronto
me consumo
en el fondo de la copa
ESTOY AQUÍ
junto al silencio
más allá
soy yo la noche
que me envuelve
No existe la claridad
solo la luz
esa oscuridad que ciega
todos los resquicios
de quien cree ver
solo la luz
oscuridad que ilumina
desde el recuerdo
desde la visión que fue
más allá del follaje
un colibrí azul
ante la flor amarilla
MONICA LANERI
DE ANTOLOGÍA
Somos como
las malas novelas
fruto de permanentes
desencuentros.
Somos el gato
y el ratón
jugando
a que se odian.
Somos la pura verdad
de la mentira
el universo
del Minotauro.
Somos el pasado
que me atormenta
El presente
que me tortura
El futuro
que se abre
ante mis pies
como un abismo.
(de “Versos Horizontales ”, Editorial Servilibro)
GABRIEL OJEDA
ACONTECER DE LA ESTUPIDEZ
EVIDENCIAS
¿Cómo sentenciar el futuro?
Suficiente sería entender
que aquello que puede vislumbrarse
como apariencia
logra predecir nuestro silencio.
INDICIO
¿Qué dice el hartazgo?
No mucho ni poco:
Pero cuando la búsqueda termine
será indicio de que el deseo existió.
LA ESTUPIDEZ ES CURIOSA
Descubrir es preguntar;
Enfrentarse a una profunda sugestión
y repetir una búsqueda desde el principio.
Refutación de un dominio exclusivo
de nuestra propia existencia.
EL INCONTESTABLE AFORISMO
Cada vez que la abrasión
compone elementos degradantes
el juego de la vida discurre
sus fundamentos sobre panaceas de cristal.
El añejo aforismo perece
en la oscuridad del nuevo alumbramiento.
DESTINO
El vacío se pierde entrelazado
con la sequedad del tiempo.
AMANDA PEDROZO
LILITH
Desde el día que supe que Miguel Ángel la había pintado y vi las fotografías del cuadro del Paraíso con la imagen soberbia de Lilith pasándole la manzana en realidad a Eva —hombres necios que acusáis a la mujer ¿sin razón?- pensé profundamente en la perversión, naturalmente femenina. Ya había notado eso desde aquel primer contacto claramente sexual con la tía Fermina en la cama, yo, 5 años, curioso y llorón; ella, señorita de 31 años, ruleros para dormir y piernas cruzadas, moviéndolas una contra otra, logrando yo no sabía entonces cómo, aquel pic-chic-pic-chic a mi lado, ese sonido pegajoso que me causó envidia, un placer desmedido que hoy día me avergüenza y algo parecido a la premonición en la ingle.
-¿Escuchás? -me preguntó la tiíta.
-Sííí.
-¿Te gusta el ruidito?
-Sííí.
-Yo con mi cosita puedo hacer eso, vos no podés hacer eso con tu pajarito, que sólo te va a servir para orinar.
-¿Por qué eso, tiíta?
-Porque los pajaritos quieren comer la cosita de las mujeres, y nosotras no les dejamos porque si nos comen la cosita, ya nunca más podemos hacer el ruidito, entendés (y pic-chic-pic-chic). Y no le cuentes a nadie lo que te digo si no querés que se te caiga el pajarito delante de todo el mundo ¡MUERTO!
Me sorprendió -y me sorprende- la tranquilidad pasmosa de Lilith, la mujer que no había salido de la costilla de Adán, sino que fue al mismo tiempo y aún segundos antes, condenada a vivir con él y obedecerle. Por irreverente. La que motivó la soledad del Alfa y Omega, quien por tanto tuvo que crear al hombre a su propia imagen y semejanza para que lo adorase. Y para castigar a Lilith.
Ni un músculo denotando el más leve esfuerzo. Sí el brazo extendido, indolente, blando. Un movimiento haragán y descuidado, hombros redondos, brazos carnosos, piel de manteca y pubis desvergonzado. Una puta del Paraíso (Dios me perdone), tal como la pintó Miguel Ángel. Pasándole la manzana de la perdición a Eva, a través de Adán. Les pido que se fijen acabadamente en esa pintura como hice yo desde la primera vez que la vi en una serie de diapositivas en el curso opcional de arte que tomé en la facultad de periodismo. Les aconsejo que gasten todo lo que tienen en unas buenas fotos, como terminé haciendo tras agrandar tanto como pude páginas de numerosas colecciones sobre pintura, de libros, fascículos, hasta que conseguí verdaderas fotos y pedí ampliaciones tales que en los laboratorios Kodak les hizo pensar que estaba loco. Fui escueto con todos respecto a mis pedidos, para qué explicarles nada si no fueron capaces de ver lo que tenían ante sus ojos.
Ustedes, una vez que consigan las mejores láminas posibles (no les recomiendo las páginas internéticas), o fotos de primera mano, seguramente de todos modos no se sentirán satisfechos. Es natural. Pero tal como hice y hago desde mis años de estudiante en la facultad, fíjense bien en el cuadro (a esta altura, seguramente han enmarcado la foto o la lámina) con el detenimiento de un poseso. Usen si es preciso una lupa, colóquenla a una distancia que les deje ver los detalles más mínimos de la pintura, que les permita prever cada pincelada, adelantarse al trazo del pensamiento. Pero no lo expongan directamente a la luz del sol: la ventana totalmente abierta, las fotos o la reproducción fija a la pared, a la altura de la frente es lo ideal. Jamás usen anteojos de colores, sólo los ojos desnudos o lentes absolutamente trasparentes y limpios. Llegarán entonces a las mismas conclusiones que yo, es inevitable.
De uno de mis cuatro cuadernos de anotaciones (uno por cada año que llevo aquí) escondidos entre los ladrillos del piso y el único armario, extraje estas conclusiones (no son las únicas, sólo las más generalizantes). Seguramente sabrán apreciar el tiempo que les ahorro haciéndoles partícipes de algunas de mis observaciones que considero magistrales, humildemente.
La Eva de la pintura, obviamente, no es significante. Es sólo la costilla de Adán, y por lo mismo, su andrógina, una copia de sí mismo. Herramienta sumisa en sus manos. A través de ella él anhela la posesión de la única mujer que es la otra imagen del Creador (más semejante que el propio Adán, por eso él no podrá verla sometida jamás). La cara femenina de Dios, hecha de barro.
Adán y más aún, ni el soplo angélico, la han hecho esclava siquiera de sus propios deseos. Lilith, y eso Miguel Ángel lo supo siempre, no pudo ser reemplazada por Eva, la mujer-costilla. Por eso, la verdadera mujer que enciende el Paraíso de la Capilla Sixtina es Lilith, no Eva. No tomen en serio la metáfora de su cuerpo envolviendo como una serpiente el árbol del bien y del mal. Verán su rostro aparentemente sin expresión, y aún así no se les escapará la ligera curva de placer que procura la maldad y la burla a las mujeres y que no pueden disimular en el modo en que levantan levemente la parte superior de los labios. Como si estuvieran haciendo un ruidito pegajoso que sólo ellas escucharan. A mis años de escrutinio no escapa el detalle pérfido captado exactamente por un trazo filoso del maestro.
En ella sólo es una sospecha el gesto, pero sin duda está allí. Por algo Miguel Ángel no puso en las líneas un rasgo de ansiedad, como seguramente hubiera hecho en su lugar su discípulo, menos avezado. Ni siquiera el esfuerzo de tentar a Adán, nada. Sólo la manzana en la
mano, como al descuido, extendida hacia Eva, como si no supiera que el hombre (imagen derecha de Dios) estaba allí, ubicado justamente al costado de Eva, un poco más arriba como correspondía y claramente, más abajo que la única mujer semejanza del Creador. Lilith tiende la mano con la manzana, la pone precisamente a la altura tal que él con hacer un esfuerzo (pero no se la facilita, para nada) pueda alcanzarla. A través de Eva, claro, pero el brazo de ésta es sólo la prolongación del deseo de Adán. Acabamos de entender todo, mirando la expresión del hombre hecho de barro al mover hipnotizado los músculos, el rostro anheloso, tensando todo el cuerpo. A punto de caer de su situación privilegiada por encima de su propia mujer. Está claro que él acaba de verla a ella -la verdadera- comiendo una partecita de la fruta, tan prohibida, tan roja y atrapada como un cuerpo sensual en la mano gordezuela.
Sí, acertadamente no es el momento en que ella come la manzana el que elige Miguel Ángel. Sino cuando acaba de hacerlo, y la vemos en su mano, ya saboreada. Una manzana que reventaría de placer si el pincel se hubiera detenido un segundo más. Que contiene la impresión conchuda de un tomate grande, de los que se usan para ensalada, y de una frutilla madura que es como una flor y como el azúcar.
Ella, sabe que él siguió el movimiento de su mano llevándose a la boca la fruta cómplice, que vio su expresión plena y satisfecha de hembra orgásmica. Los dientes se le llenaron de jugo, la punta de la lengua de Lilith se enroscó un solo segundo, justo el necesario para que él la viera absorbiendo. El movimiento de lengua inequívoco de una fellatio profesional. El siguiente segundo es el atrapado por Miguel Ángel en la pintura. La expresión del rostro masculino es clara: Adán, inocente, cae en todas las celadas y marca su destino. Extiende la mano y ya está claro que Eva tomará la fruta. La posesión de Lilith está cerca, piensa Adán, sin ver la sonrisa triunfal que Miguel Ángel pintó sin hacerlo. La obviedad está plasmada allí mismo.
Adán está perdido, en la punta de sus dedos Eva percibe que debe tomar la fruta. Para seguir obedeciendo, no al Creador sino a aquel de quien fue creada. El aún aguarda la posibilidad de la fellatio, implícita en la fruta y en la mujer del árbol. Fíjense bien, al hombre se le tensan los músculos en lugares estratégicos, en los ojos se le nota la erección que ya se apropió de su mente antes de llegar al pene. Pero no se pierde solo. Ni aún el grito de Eva, que no escuchamos pero que es evidente en la pintura, evita la Expulsión del Paraíso. Si miran atentamente como les dije, notarán una levísima inclinación divertida en los labios de Lilith, al oír el aullido de Eva, la mujer consuelo del hombre, creada de su costilla y por tanto, temerosa. La rival impuesta por Dios para humillarla a ella (una criatura angélica) por su incapacidad de admirar al Creador y menos aún a esa parte masculina que se rinde, tan débil.
Livianamente (sobre todo, si la luz del ocaso en este momento ya dio en las fotos o la reproducción en lámina) podrán considerar ustedes que Lilith estaba celosa de Eva.
Pero Lilith no puede sentir celos. El segundo siguiente (no pintado, desde luego, pero ya implícito en el cuadro) muestra a Adán dándole un mordisco a la fruta, Eva llorando y mirando espantada el miembro de su hombre en la boca de Lilith, Dios firmando un decreto de expulsión inmediata que sus ángeles cumplieron impiadosos y otra vez Lilith riéndose con la boca llena del primer semen de Adán, del cual salieron todas sus hijas perversas y rebeldes al hombre, hasta llegar a la fruta que ya no puede hacer ningún ruidito pic-chic con su cosita porque está muerta y enterrada (cuando encontraron su cuerpo en pedazos en el freezer de mi casa sentí un gran alivio, realmente).
IRINA RÁFOLS
ELENA POTIANOVA
En la antigua estación del tren de Asunción en 1935, el viejo Enrique sellaba boletos. Por ese entonces el calor era más suave, el trajinar de la gente por las calles menos denso, y la gente tenía más tiempo para hacer otras cosas. El viejo Enrique, entre sello y sello tenía más tiempo para leer una revista de aquellas con dibujitos. Leía, por ejemplo, que Elena Potianova estaba fatalmente enamorada de un indígena que trabajaba en la colonia menonita, y quería saber al menos, si el indígena que había adoptado por nombre Gabriel, la correspondía. Solo eso. Si la correspondía. Era imposible que pasara algo más. Así que no pensaba en más nada que en eso. Su familia, su comunidad no lo aprobaría nunca, decía el cuadro de la revista, en cuadradas letras blancas, al pie del dibujo.
-Un boleto a Encamación, por favor.
En estos momentos Elena Potianova está en su cuarto, en el piso de arriba, mirando perdidamente por la ventana, mortificándose por el deseo de ver a Gabriel que pasa ahora cargando al hombro un atado de leña seca para la chimenea. Cruza por el corredor la vista de la ventana del cuarto de Elena Potianova que lo mira con sus manos apretadas en señal de consternación y ruego divino. Dios quiera que me quiera, dice así, a secas, sin signos de exclamación. En el dibujo, el sol de la tarde da tonos azules al hombre que pasa, sin vérsele la cara.
El viejo Enrique observa a la mujer, muy delgada, blanca, pelo recogido apretado en un moño, labios finos, andar de monja. Ropa negra, un contraste de claro oscuro en tonos grises pinta el cuadro con tristeza. No tiene chance, dice el viejo, sacando sus propias conclusiones de la historia, como tiene que sacar. El indígena nunca la va a mirar. No va a atreverse.
A lo lejos se acerca el tren. Viene silbando, fumándose el humo de los cigarros de madera. El aire se enerva, la gente se acerca, hay ansiedad, hay tensión. En la cocina Elena Potianova toma el té con su padre y su madre, que ya son muy mayores. Pronto morirán. Elena Potianova quedará muy sola. El ama trae a la mesa una bandeja de bronce con bizcochitos recién horneados de manteca y canela. Por un momento solo se mueve el humo que sale de los bizcochitos en la sala. Hay silencio.
Llegan todos apiñándose en la fila, boletos, boletos, boletos, y el sello remata por todos lados. El viejo Enrique no mira a las caras, solo el boleto amarillo a este u otro destino, no importa adonde, y la marca del sello redondo, la almohadilla de tinta azul, y la pobre Elena Potianova que ama al indígena en secreto y sufre en un silencio cada vez más insoportable.
-No me selló a mí.
-¿Qué?
-Que no me puso el sello.
Por primera vez el viejo Enrique levanta el rostro y se detiene a mirar una cara. Se sorprende entre que no espera que le hablen, que no espera haber pasado por alto sellar un boleto, que no sabe qué hará la pobre Elena Potianova, cuando entra el indígena a la cocina y atraviesa la sala y al depositar el atado de leña seca en la chimenea, de improviso, Elena Potianova se levanta de la mesa y busca algo, justo allí, en la repisa de la chimenea que se está encendiendo.
-¿Me pasa el tintero?
-¿Qué?
-Si me pasa el tintero... -Y señala con su dedo fino de mano delicada blanca, el tintero con la pluma que está cerca de él, pero él no sabe que es un tintero, tal vez porque no escribe, porque no sabe todas las palabras en español, porque se sorprendió escuchando la voz del ama joven mientras él discurría en sus propios pensamientos, y Elena Potianova le muestra con la mirada el tintero y lo mira y el indígena Gabriel la mira, y mira ahora al tintero y levanta la mano para...
-El tren se va... ¡por favor!, ¿me pone el sello? -Y la voz está llena de ansiedad y hay murmullos en la estación, gente que se abraza, que se besa, que se saluda, que agarra el equipaje y risas y lloriqueos, ¡el sello! ¡El sello!, ¡por favor! ¡El tintero! ¡El tintero!, ¡por favor!, exige con vos suave Elena Potianova y el indígena Gabriel que ahora entiende y se lo pasa, y la mira a los ojos tímidamente, mirada... que no es mirada de hombre, es mirada de raza vencida, pero hay algo en la mirada de ella que lo sorprende a él, una mirada que está presa de la cólera, ¿me da el boleto o no?, ¡no ve que me va a hacer perder el tren! Elena querida, se te enfría el té... ¡el tren se va!, ¡el té se enfría, Elena Potianova!... Entonces Elena Potianova toma el tintero de la mano del hombre, ¡y vaya si toma el tintero!, agarra las manos del indígena con sus dos manos como cerrándolas a todo movimiento, y las aprieta... Está de espaldas a sus padres, de espaldas a la mesa del té, al té, a la hora del té, al qué dirán, y el viejo Enrique no está seguro si sellar la revista o leer el boleto porque ambos se fundieron sin saber cómo en una misma cosa, ya no sabe si tomar el sello o el tintero, ya no sabe si la dienta o Elena Potianova, cuando Elena Potianova fuera de sí lo besa, lo agarra, lo empuja hacia ella y lo besa profunda y apasionadamente en los labios, y el indígena Gabriel se sacude de un espasmo y abriendo los ojos desmesuradamente, y dice ¡Por Dios! -así está escrito con signos enormes de admiración, que no es admiración, que es susto-, es lo que quiere decir la leyenda bajo el dibujo de esa escena, pero lo quiere decir y no lo dice, porque se lo imagina el viejo Enrique, cuando el sello resbala y cae al suelo de la estrecha mesita de sellar y el tren se va, se va, se va... y el cliente mira al tren y maldice... Elena maldice, se maldice, no, no se va a atrever, no se atrevió, concluye el viejo como diciendo ¡yo sabía!, y Elena siempre sentada en la mesa con sus padres mayores, sentada muy derecha, muy dura, muy madera, muy silla, mimetizada con el lugar, con su taza de té otra vez en la mesa y el indígena Gabriel que vuelve a entrar como un eco, vuelve a dejar el atado de leña seca en el mismo lugar de la chimenea y jamás la mira, el tintero vuelve en la correcta dirección del tiempo al mismo lugar del que la imaginación lo levantó, y nunca, el indígena Gabriel, le da el tintero a Elena Potianova y las manos de Elena Potianova que jamás encerraron con pasión las manos de Gabriel ni lo atrajeron hacia sí, se soltaron, y los labios que se encontraron en un beso impulsivo, beso apasionado y prohibido de Elena, sorbieron lentamente el té, que efectivamente se había enfriado por los graves efectos de la imaginación y el viejo Enrique, entonces, levantó el sello, pero el cliente ya no estaba, y el tren se iba en el preciso instante en que el viejo Enrique daba vuelta la página y empezaba a leer otra historia, con un suspiro.
VICTORIO SUÁREZ
REDES
Con atlántica nostalgia
ellos traspasan el viento
con sus colores de azufre y polvo.
Sus pasos son redes
que aún capturan la ternura.
Detrás de la luz el hocico de la muerte
olfatea las vértebras de un amor
que no resolvió el misterio.
Los andamios se mueven
y surcan las ranuras de la existencia.
Hay músculos que en vez de besar
dedujeron que en el límite neutral
se diseca la expiación del silencio.
CRISTAL
Los brazos combados
pulverizan la esencia del tiempo
y cuando todo volvía para ser lo mismo
un disparo a quemarropa
abrió el bisbiseo vertical del templo.
Años de pulso acelerado,
aroma de marihuana en el esqueleto dulce
que se arropa en la burbuja
buscando perpetuar el cristal.
(del poemario “Oficio del caminante”, Editorial Arandurã)
LOURDES TALAVERA
EL ENCANTO DE LAS BALDOSAS AZULES Y LA DECADENCIA DE LA BELLEZA
La novela de Susana Gertopán “El guardián de los recuerdos” tiene un epígrafe de Vladimir Nabokov que expresa: “Donde no hay belleza hay compasión, por el simple hecho de que la belleza debe morir”. Lo que nos lleva a considerar que el Modernismo es un movimiento fundamentalmente esteticista: la búsqueda de la belleza, como único medio de huir de la realidad cotidiana y de mostrar su desacuerdo con ella, es su principal motivo artístico.
Esta búsqueda de la belleza se manifiesta sobre todo en las evocaciones históricas y legendarias (evasión en el tiempo y en el espacio): el mundo oriental, la Edad Media, la mitología griega, el Renacimiento italiano, y la cultura francesa. En estas evocaciones de tiempos pasados y ambientes exóticos y refinados abundan los motivos coloristas: ninfas y dioses, jardines, palacios y castillos, cisnes -símbolos de belleza modernista-, princesas, salones cortesanos, fiestas galantes, salones de baile. Todo un mundo de refinada belleza, opuesta, según los modernistas, a la vulgaridad de la vida cotidiana; lo bello e inútil desde el punto de vista práctico frente a lo utilitario y materialista. Estos elementos afloran en la novela “El guardián de los recuerdos”.
Otro tema importante, del Modernismo, es la expresión de la intimidad personal (el llamado modernismo interior, de clara inspiración romántica): la melancolía, el hastío y la tristeza como manifestaciones del malestar existencial, sentimientos envueltos casi siempre en ambientes otoñales o crepusculares de jardines abandonados, parques solitarios, y tardes grises que reflejan un estado de ánimo melancólico que corresponde a una naturaleza que simboliza o sugiere el mismo sentimiento y se manifiestan en el mundo de los protagonistas de la obra considerada.
Las preocupaciones filosóficas como las cuestiones del sentido de la existencia o el destino del hombre son fundamentales en muchas de las obras de Susana Gertopán y coinciden con temas que derivan de la gran influencia ejercida en el periodo de tiempo de las pre guerras mundiales con el pensamiento de los filósofos de la época, especialmente Schopenhauer, Nietzsche y Kierkegaard. Algunas obras de Unamuno o Baroja se yerguen como claros antecedentes del existencialismo europeo. En “El guardián de los recuerdos”, Susana Gertopán nos propone adentramos en los misterios de la vida humana para reflexionar con misericordia ante la inminente decadencia de la belleza y el derrumbe definitivo.
SOFIA VALENZUELA
LA PAGINA EN BLANCO
Sobre la superficie blancuzca
de su frágil comarca
gravito al filo
de sus interrogantes
siempre inoportunos
hundiéndome en pensamientos
incautos y turbios.
Como un animal al acecho
sigo buscándome
sin tregua en esta urbe
de carne huesos y tormentos
hasta caerme a sus pies inmolada
renaciendo altiva
desde la blancura
de su piel de azucenas
descamada y diáfana
la niña clara.
RODNEY ZORRILLA
LÁGRIMAS DEL TIEMPO
Escucho las gotas que impactan el vidrio de la ventana... casi melodía... casi duermo... casi te veo... Qué canción más hermosa forman y a la vez triste, las oí de esta manera por primera vez cuando la siesta se tomó pálida de los celos, cuando rompía mi compromiso con la soledad y unía mi camino al tuyo.
Eres la dueña de mis labios, el tiempo que no cambio, eres un sueño princesa mía, eres el aire que me da vida. -Así te llamaba, así te hablaba.
Mujer... me inspiras, me matas, me das vida —Mi boca esas palabras pronunciaba cada vez que tu figura se estampaba en mis pupilas.
Simplemente perfecto era el momento entre tú y yo, sin palabras demás nos mirábamos y nos fundíamos, simplemente tu piel, simplemente tu boca, tu miel y tu aroma.
Tiempo después volví a oír esas gotas, pero esa vez fui yo quien fue perdiendo el color, porque tus ojos de pronto ya no estaban, y empecé a afirmar que definitivamente hay recuerdos que retrasan los relojes y hacen pensar, hacen ver luces, sombras, escuchar palabras, silencios, sentir besos... y en todo eso pienso esta noche, pero por sobre todo pienso en ti, en las miradas cómplices que todos entendían, mientras simulábamos inocencia donde no había tal cosa.
Pero el canto del viento de afuera no miente, sus estrofas yo las comprendo bien.
Conozco a ese cielo sin luna... pero así también sé que estas nubes no estarán por siempre... quizás hoy vuelva a ver estrellas, tal vez mañana... solo sé que en algún momento la luz de nuevo volverá.
Si, fuimos presos de nuestros besos, fuimos nadie para los demás, fuimos todo para nosotros. Es más, también me pregunto ¿Quién sabrá más de mí, si no tú? Ayer cambiamos la distancia, cambiamos todo y a todos... menos a nuestros nombres conjugados en singular, como uno solo. Pero todo eso duró, duró demasiado poco.
La lluvia cayó sobre la ciudad y empezamos a quedamos sin inspiración. Nuestro libro de pronto tenía las hojas en blanco, ¿acaso las borraste tú, o sin darme cuenta fui yo quien se convirtió en el villano de esta historia?
¿Escuchas lo mismo que yo?... son lágrimas del tiempo... tal vez de un tiempo pasado en que todo fue mejor, quizás de un pasado que no debió ser, o incluso de un presente que llora lo que hubiera querido que fuera... sea como sea, todavía llueve.
ÍNDICE
PRESENTACIÓN
ACOSTA, DELFINA
ACOSTA, FELICIANO
AQUINO, PRINCESA
CARDOZO, LISANDRO
CARMAGNOLA, GLADYS
CASÓLA, AUGUSTO
CHAPARRO, DAYSI
DE URRAZA, JUAN
DOMÍNGUEZ, RAMIRO
ECHAURI, NATALIA
FERRER, RENÉE
FLECHA, VICTOR-JACINTO
GONZÁLEZ, IVÁN
HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN, ALEJANDRO
LANERI, MÓNICA
MARTÍNEZ, LUIS MARÍA
OJEDA, GABRIEL
PEDROZO, AMANDA
PINEDA, OSCAR
RÁFOLS, IRINA
PÉREZ REYES, JOSÉ
SUÁREZ, VICTORIO
TALAVERA, LOURDES
VALENZUELA, SOFÍA
ZORRILLA, RODNEY
Para compra del libro debe contactar: