SAN FRANCISCO
Talla en madera
Mide 150 cm
REDUCCIÓN DE SAN IGNACIO GUAZU
Fotografías de FERNANDO ALLEN
Texto del Padre ALDO TRENTO
Llamada "Guazú" para distinguirla, como mayor de edad, de la Reducción "San Ignacio Miní", actualmente en Argentina, San Ignacio es una ciudad sumamente interesante.
La reducción se ubicó en el paraje actual solamente en 1677, pero, como pueblo, se fundó entre los años 1609 -1610, por los Padres Marcial Lorenzana y Francisco de San Martín, quienes habían sido invitados por el famoso cacique Arapizandú.
La iglesia de San Ignacio Guazú, que fue terminada en 1694, sobrevivió en una condición algo deteriorada hasta el 1911 y se derrumbó por completo en 1921. Esta iglesia se parece en algo a la espléndida iglesia de estilo franciscano que hoy día se encuentra en Yaguarón, en la Ruta 1 entre Asunción y San Ignacio. El interior de la iglesia era de madera y en el cielo raso hubo hasta mil seiscientas pinturas, Los jesuitas volvieron a San Ignacio en 1933, y durante mucho tiempo vivieron en los restos del antiguo "colegio". Recientemente, gracias a la fundación "Paracuaria", parte del "colegio" fue restaurado por el hermano Antonio Fernández Mateo. Allí, en el Museo nuevo, admirablemente presentados, están los sobresalientes tesoros de aquella Reducción.
El padre Marcial de Lorenzana y el padre Francisco de San Martín, con la colaboración del cacique guaraní Arapizandú, fundaron la primera reducción de San Ignacio (finales del año 1609). Este pueblo tuvo que trasladarse a otro sitio en 1628, y en 1667 se ubicó donde está ahora, al sureste de Asunción, al otro lado del río Tebicuary. Tristemente lo que quedó son solamente algunas ruinas, el colegio de los Padres, transformado en estos últimos años en "una especie de santuario", (P. Mc Naspy). Recorriéndolo uno puede contemplar toda la historia de la salvación y ensimismarse con el espíritu, con la fe, con la cultura de esta grande aventura humana que fueron las reducciones. (P. de Techo: Historia del Paraguay. Tomo 2°)
Museo de San Ignacio Guazú
Por la misma época qué nuestros misioneros se dirigieron al Guairá, los pueblos situados entre la Asunción y el Paraná, siempre rebeldes contra los españoles; comenzaron a ser más sociables que nunca, pues Arapizandú la gran autoridad entre ellos, se presentó al gobernador Hernando Arias, prometiendo fundar con otros caciques una ciudad sometida al Rey Católico, si le enviaban sacerdotes. Alegróse el gobernador por tal proposición y visitándose con el Obispo solicitóle enviar misioneros donde lo necesitaban. El prelado replicó que ninguno de sus clérigos quería vivir en medio de hombres que eran enemigos de los españoles y aún antropófagos. Disgustado por la respuesta, Hernando Arias acudió al Padre Diego de Torres y con él se presentó de nuevo ante el Obispo, haciéndole ver cómo lo indios del Paraná siempre se sublevaban contra España; por lo que las guerras eran continuas y numerosas las víctimas, lo cuantioso que costaba tener a raya a aquellos feroces. Persistió el prelado en su negativa y únicamente consintió en enviar misioneros acompañados de ejércitos, a expensas del Erario público. Al ver esto el padre Diego de Torres con la grandeza del alma que le era propia dijo: "Yo mandaré el Rector del Colegio, el único padre que tengo versado en la lengua de dichos pueblos, expuesto a todos los peligros y sin gente armada; yo desempeñaré sus veces mientras esté ausente". Volviendo al Colegio interrogó al Padre Lorenzana sobre quién podría marchar a la región del Paraná, y dicho Padre puesto de rodillas, contestó: "Aquí señor, estoy a vuestras órdenes".
Aceptó el Superior aquel ofrecimiento y dióle orden de partir. Corrió la voz por la Asunción de que el Padre Lorenzana recorría el país de los antropófagos, la compañía fue colmada de alabanzas al ver cómo exponía la vida de sus hijos por la gloria de Dios. Después de que el Padre Lorenzana anduvo treinta leguas por medio de pantanos, estableció su residencia en el primer pueblo que halló de los indios, de allí visitaba a las aldeas vecinas, reduciendo a cuanta gente pudo. Designó el sitio que ocuparía la nueva población de los reducidos; hizo edificar una capilla hecha de paja y tierra y él habitando en miserable vivienda, prosiguió con perseverancia la tarea de que los bárbaros olvidasen las antiguas supersticiones y conociesen el Dios verdadero. Imposible era cambiar las costumbres en poco tiempo, se necesitaba de mucha paciencia. Así pues los indios continuaban con sus locuras; pintando sus desnudos cuerpos, entregándose a la embriaguez y esto peligraba la vida de los misioneros; y en una de ellas supo el Padre Lorenzana cómo se había planeado quitar la vida de él y la de sus compañeros, salvándose ambos por un milagro del cielo. Pero con la humildad y el buen ejemplo de los misioneros, los indios se fueron mitigando poco a poco y muchos pidieron el bautismo.
El Padre Lorenzana no les aceptaba si no tenían una instrucción conveniente y no cambiaban de vida, con lo cual se oponía a lo que hacían algunos misioneros llevados del deseo de lucro o de fama, cuyos errores han sido y siguen siendo funestos en América. No quiso bautizar a nadie por espacio de un año, hasta que un día un muchacho pidió ser hijo de Dios, lo bautizó y luego hizo lo mismo con muchos indios. Difundióse por todo el país la noticia de que el Padre Lorenzana administraba el bautismo a los indios recién convertidos, lo cual fue causa de que una mujer, a fin de recibirlo, huyese con su hija. Enterado el marido casi llega el martirio del misionero: El hombre convocó a sus paisanos y con armas comienzo la venganza contra los mahomas, amigos de los españoles. Invadieron su país, hicieron grandes estragos y a los cautivos devoraban en banquetes antropofágicos. Sabedor de esto el Padre Lorenzana pidió a los indios rebeldes en nombre de los cristianos, que devuelvan a los prisioneros si no querían experimentar el poder de los españoles.
Los caníbales no quisieron saber nada, preferían la guerra que devolver a los prisioneros y amenazaban al Padre Lorenzana. La guerra estaba declarada, fueron armados los neófitos y catecúmenos, al frente de ellos se puso Aniangara, elegido capitán. Vióse en aquella ocasión la vanidad y arrogancia de los indios, especialmente en el discurso de jefe. Poco después las tropas marcharon al Paraná, donde hallaron mil enemigos; lucharon y los bárbaros fueron desechos. Luego de la victoria el general pidió al Padre Lorenzana que se apartara del peligro. El Padre se negó diciendo: "Aunque hubiera mil peligros no me retiraré". Despidióse cariñosamente de los españoles, y continuó como antes dedicado al bien de neófitos y catecúmenos.
Aumentado el número de los conversos, el Padre Marcial Lorenzana estableció el pueblo en un lugar más cómodo, donde edificó un templo bajo la advocación de San Ignacio. Los indios del Paraná continuaban irritados por el desastre pasado y el odio sangriento a los cristianos motivó de nuevo la idea de arrasar la población, se reunieron más que antes y pasando el río devastaron las inmediaciones de San Ignacio. Cuando supieron la invasión de los gentiles, tuvieron mucho temor; los españoles se habían retirado y los enemigos eran numerosos. Muy angustiado el Padre Lorenzana confió en Dios y con mucha fe se dedicó a la salvación de las almas, quemó algunas cosas religiosas para no ser profanadas, bautizó a los catecúmenos, llevó a una selva apartada a los niños, ancianos y mujeres, cumpliendo así con los oficios de un buen pastor. Mientras esto, los enemigos regresaron a sus tierras. Se atribuye esta retirada a las continuas oraciones del Padre Lorenzana. Estuvo en la Asunción unos días y luego volvió a San Ignacio con un compañero, encontrando que seguían las devastaciones de los bárbaros. El Padre Lorenzana fue mal recibido por los indios; más con su paciencia y constancia volvió a normalizar a la población. Dos años permaneció fuera del Colegio el Padre Lorenzana y no sólo dio lustre a la compañía con la creación del pueblo de San Ignacio, sino que abrió las puertas para que nuevos religiosos evangelizaran las regiones que atraviesan el Paraná y el Uruguay.
En el 1611 San Roque González que en el año anterior había sido enviado a evangelizar el gran Chaco Paraguayo, fue trasladado por órdenes de sus Superiores a San Ignacio Guazú, "Histórica y venturosa puerta para la estructuración de las Reducciones Guaraníticas". "Roque González de Santa Cruz con la originalidad de su alma organizadora dio toque de arte sin igual en la construcción de San Ignacio". (Padre Rojas)
"De aquel incipiente pueblecito haría el legendario diseño urbano, prototipo y matriz para las siguiente reducciones". (Padre Rojas S.J.). "Fue necesario, dice Roque González, construir este pueblo desde sus fundamentos. Para acortar la acostumbrada ocasión de pecados, resolví construirla a la manera de los pueblos españoles". La razón de la urbanística para el Santo es la fe, como forma de la vida. De la misma manera nació la urbanística europea, la ciudad medieval.
"El mismo en persona es carpintero, arquitecto y albañil; maneja el hacha y labra la madera y la acarrea al sitio de construcción, enganchando el mismo por falta de otro capaz, la yunta de bueyes. Él hace todo solo". (Padre del Valle).
"Organiza en modo espectacular la fiesta de Corpus Christi. Las flores más exóticas, las mas perfumadas y brillantes trajeron del corazón del bosque para adornar los altares y las avenidas para la procesión de Corpus Christi. Similares contornos de gloria y devoción estructuró el mártir, para la primera celebración del entonces Beato San Ignacio de Loyola, enaltecidos en los altares por el Papa Pablo V el 27 de julio de 1609". (Padre del Valle).
EL PÚLPITO
Madera policromada, mide 250 cm de altura
EL ANTIGUO colegio restaurado es el único edificio que desafiando los tiempos, se quedó intacto. La inteligencia de los jesuitas, documentando una sabiduría digna de la gran historia de la compañía, supo recuperar cuanto se había quedado de la destrucción de la "doctrina" y colocaron el material en la antigua residencia de los Padres organizando el museo como forma de un camino espiritual, que partiendo de la creación culminaron con el camino de la compañía en la IV sala. De esta manera el peregrino siguiendo el itinerario propuesto puede recorrer contemplando toda la historia de la salvación, mirando la belleza de civilización que fueron las reducciones.
En la primera sala, de la creación, encontramos el púlpito que nos recuerda la creación. El autor sagrado después de cada cosa creada por Dios, concluye la descripción diciendo: "y vio Dios que era cosa buena...".
Los motivos florales y silvestres que adornan el púlpito, nos recuerdan el relato del Génesis y la positividad de la creación, de la realidad. San Juan en el prólogo de su Evangelio escribe: "En principio era el "logos", el "Verbo", la "Palabra", todo se hizo por Ella y sin Ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres..." (Jn.11,4). El Púlpito que perteneció a la Iglesia mayor de San Ignacio Guazú, tristemente derrumbada a principios del siglo XX era el lugar físico desde el cual venía predicado y comentado aquella Palabra, aquel "Verbo" gracias al cual todo existe. Estaba ubicado en el centro de la nave principal, y el motivo era, por un lado, permitir a la gente escuchar más fácilmente el sermón, la Palabra, y por el otro, con motivo pedagógico para que la gente percibiera que la Palabra de Dios es el camino a la salvación, es decir a Cristo Eucaristía.
El templo hasta en su estructura arquitectónica permite a la gente experimentar el camino desde el pecado, a la gracia, desde la barbaridad hasta el amanecer de lo humano: la entrada con la pila bautismal recuerda el paso principal de la muerte a la vida. El Púlpito, la Palabra que como una espada de doble filo que penetrando el corazón lo cambia y el altar, el lugar del sacrificio, del cumplimiento, del encuentro físico con la plenitud de la redención.
EL ANGEL DE LA GUARDA
Tallas en madera.
El Ángel mide 220 cm,
El niño 120 cm
NORMALMENTE en las reducciones encontramos al Arcángel San Miguel, a veces San Gabriel, en el acontecimiento de la Anunciación, mientras la imagen del Ángel de la Guarda o de San Rafael como afirman algunos hablando de esta talla, aparecen muy raramente. La devoción a los ángeles, que llenan todas las iglesias de las "Misiones" estaba profundamente enraizada. La imagen (imponente) del Ángel que acompaña de la mano al niño, expresa la misión de estos seres espirituales que la tradición católica pone al lado de cada hombre para ayudarlos en el difícil camino, como peregrino, en este "Valle de lágrimas". El ángel en la iconografía bíblica; es la manifestación Dios, la modalidad a través de la cual en el Antiguo Testamento, Dios se muestra como compañía al hombre, como enviado por Dios para ayudarlo a conocer y cumplir Su Voluntad. En las grandes... como en las pequeñas, las de cada día, la compañía de Dios es siempre un hecho visible. En el Antiguo Testamento a través de la presencia de los ángeles, como también al comienzo de la Revelación con la presencia de Gabriel que anuncia a María el hecho de la Encarnación. Solamente con la venida de Cristo, la compañía se manifiesta de un modo diferente y pleno, con el adentrarse en la historia humana de aquel hombre, amado Cristo. Acontecimiento que sigue vivo hasta el último día, en la compañía de la Iglesia. Aquel Ángel, entonces, que toma con la mano izquierda la mano derecha del niño, mientras con la otra indica el camino, el rumbo del camino, con un movimiento hacia arriba, hacia aquel punto al cual tiende la infinita experiencia de felicidad del corazón humano, aquel ángel es hoy la Iglesia. La Iglesia, sacramento universal de salvación, es Cristo mismo, que hoy como 2000 años atrás, toma de la mano al hombre y le acompaña a encontrar aquel destino, aquel infinito que constituye el tejido de cada corazón. Y es Cristo el destino, el infinito que mientras toma la mano del hombre se ofrece como la respuesta que la mano humana pide: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".
El estilo barroco de las figuras, en las que los movimientos de los vestidos y de las personas; llenas de seguridad y de paz, nos ayudan a captar inmediatamente la urgencia de una compañía humana, en la cual lo divino se haga visible. Una compañía que tomando de la mano al hombre le infunde seguridad y esperanza. El rostro del ángel, en el cual resplandece la belleza de la verdad, la belleza de Dios y el rostro de la misericordia, el rostro de Aquel, que, literalmente, da el corazón al miserable. La inocencia del niño, con aquella mano izquierda en el pecho, como para indicar el lugar del deseo del eterno, que constituye el ser humano, mientras la derecha se deja tomar por la mano divina del ángel, aquella inocencia es la auténtica expresión de la dramaticidad, de la seriedad, de la confianza que caracteriza al hombre seriamente comprometido con la propia humanidad.
EL CRISTO CRUCIFICADO
Talla en madera Mide 109 cms.
PUESTA en la pared derecha de la sala de la Reducción, es como la joya del barroco guaraní.
La perfección de los delineamientos, las proporciones exactas del cuerpo, la expresividad del rostro, los colores resistentes a los siglos, hacen de esta talla, no solamente, el Cristo Crucificado más bello de estas Reducciones, sino una de las obras más bellas del continente americano. El autor, (Brasanelli?), logra expresar en esta imagen "la majestuosidad de Dios y la ternura de un hombre" (P. Mc. Naspy).
El cuerpo suspendido en la verticalidad de la cruz, parece descansar en la madera. La evidencia de las costillas, la herida de los costados, resaltan en todo su esplendor, la centralidad del rostro de Jesús. Un rostro reclinado suavemente a la derecha, el pelo largo y negro que contrasta con la roja sangre de la frente, el labio inferior de la boca vistosamente colorado, y los ojos cerrados, son todos elementos que introducen en el terrible y gran drama humano, consumado en la cruz y nada menos que por el hijo de Dios.
En Él, los indios convertidos a la fe, como nosotros, descendientes de aquella "raza sui generis" como Pablo VI llamaba a los cristianos, somos las ramas brotadas de aquel tronco vivo que fueron las misiones, ellos y nosotros, conmovidos y orantes, contemplamos toda nuestra debilidad y toda nuestra grandeza. Nuestra debilidad está en aquel martirio y nuestra grandeza en la majestad de aquel rostro divino y humano.
EL CRISTO RESUCITADO ENCUENTRA A SU MADRE
Tallas en madera.
Miden 135 y 140 cms., ubicadas en el centro de la sala de la Redención
El acontecimiento central del cristianismo es la Resurrección de Jesucristo, es decir la Pascua. "Si Cristo no hubiera resucitado en vano sería nuestra fe" dice San Pablo. En las Reducciones jesuíticas era costumbre representar en forma de teatro, los misterios de la Pascua, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Al amanecer del Domingo, la gente que ya había participado de las grandes celebraciones de la Semana Santa, esperaba en vela la Resurrección del Señor. El acontecimiento se desarrollaba en la Plaza mayor o Plaza de armas.
Los protagonistas que representaban a Jesús, la Virgen, San Juan, San Pedro, llevaban las imágenes al amanecer del día por las calles, hasta que encontraba a su Madre, para decirle que había resucitado. Las dos tallas describen el momento de este encuentro: por un lado, Jesús, como un atleta victorioso, porque ha vencido a la muerte y ha afirmado a la vida, al hombre y a todo lo creado, por el otro la Virgen, su madre, con los brazos abiertos, el rostro sonriente para orar como vida al Hijo resucitado.
Madre e Hijo, eternamente reunidos, después de la terrible prueba del Viernes Santo.
LA VIRGEN INMACULADA
Talla en madera Mide 132 cm
Después de haber contemplado los misterios de la muerte y Resurrección de Cristo, llegamos ahora a la "Sala de la Iglesia", ubicada siempre en el antiguo colegio de los Padres. Nos recibe la Virgen Inmaculada, las manos unidas, la mirada fija al cielo, el Misterio de Dios, la luna bajo sus pies, y un grupito de rostros de ángeles, felices al sostener a la madre de Dios.
La Virgen María Madre de la Iglesia, porque es Madre de Cristo, es el corazón de las Reducciones, así como lo es de la Iglesia, porque es el camino, la modalidad a través de la cual el eterno entró al mundo.
El Guaraní, como el Paraguayo de hoy, una mezcla de razas diferentes, es particularmente afeccionado a la propia madre, siendo normalmente la única figura estable en su vida. Hasta hoy la fiesta de la madre, en este país, es la más grande del año, mientras que la del padre es casi insignificante. Este hecho también explica por qué la Virgen es el corazón de la vida de esta gente, de la cultura de este hermoso país. Y será este amor a la Virgen lo que nos dará la esperanza de que cuanto aconteció volverá a acontecer, es decir la civilización de la verdad y el amor.
SAN PEDRO
Tallas en Madera. Miden 161
SAN PABLO
Tallas en Madera. Miden 157 cms.
En las misiones, el corazón de toda la labor era la conciencia de pertenecer a la Iglesia, que engendraba el ímpetu misionero de estos hombres, preocupados solamente de construir la gloria visible de Cristo. El amor al Papa, hasta hoy característico, de la gente de este país, era la garantía de la verdad de la experiencia humana que Padres e indios compartían. En cada pueblo existían las imágenes de los príncipes de los apóstoles. La catolicidad era garantizada por la unidad con el Papa, era el contenido central de cada "doctrina", y en esta conciencia está la respuesta, al por qué solamente en más de 150 años, la Iglesia de estas tierras llegó al máximo de su esplendor, y que el Paraguay nunca más logró los vértices de civilización y progreso que experimentó en aquellos siglos, justamente llamado "la época de oro", "el Medioevo del Paraguay". La inculturación nunca fue un problema para los Padres, porque "hombre" y hombres del Papa, es decir hombres que respiraban, la catolicidad como el aire puro de la selva, la catolicidad tiene su fundamento en el corazón del hombre en aquella exigencia de amor, que fue el motivo del "Si" de Pedro a Jesús, que le preguntaba si le amaba.
Hablar de inculturación sin el "Si" de Pedro, es volver al paganismo como aparece siempre más evidente en el país. Las dos tallas hablan de esta verdad, expresan la obediencia filial de aquellas comunidades primitivas. Comenta el P. Mc. Naspy: "San Pedro, príncipe de los apóstoles envuelto en toga de senador romano, con sus llaves dadas por Cristo y su libro de epístolas; su cabeza es grande como piedra sólida, su aspecto firme en señal de solidez. Luego el apóstol Pablo, con la mano como quilla de un barco, para penetrar al mar mediterráneo, su figura parece la de un explorador de nuevos mundos para el evangelio, su otra mano con el libro de sus epístolas; la espada símbolo de su martirio"
SAN FRANCISCO
Tallas en madera policromada
Miden 150 cm
SANTO DOMINGO
Tallas en madera policromada
Miden 137 cm
Las dos tallas de los grandes fundadores de las órdenes medievales Francisco y Domingo, han sido ubicadas en la III Sala del Colegio de los Padres, la Sala de la Iglesia. La iglesia que tiene en la Virgen María, la madre, y en los Apóstoles Pedro y Pablo, las columnas, vive la santidad de sus hombres que la constituyen.
En las Reducciones la experiencia de la santidad constituía la razón misma de su existencia y todo brotaba de la pasión que los padres vivían por la gloria humana de Cristo. Escribe el Padre Furlong en su libro "Los Jesuitas y la cultura Río Platense": "Toda organización, que perdura a través de los tiempos y aún en medio de las mayores contradicciones, no puede menos de tener una fuerza interna que la conserve y vivifique. La compañía de Jesús tuvo y tiene ciertamente lo suyo, la virtud y la santidad".
En esta perspectiva, se comprende por qué las imágenes de los santos, llenaban las iglesias y casas de indios. Las Reducciones eran un pedazo de iglesia viva en medio de la selva.
Las dos tallas de Francisco y Domingo nos obligan a pensar en él sueño que tuvo el Papa Honorio II, cuando vio a los dos hombres sosteniendo con sus hombros la Iglesia, que estaba a punto de derrumbarse, representan en modo plástico el carisma de Francisco y Domingo en la vida de la Iglesia. Dos imágenes que en sus movimientos, en la expresividad de sus rostros, afirman lo que Dante escribe en la Divina Comedia: "Una fue todo seráfico en ardor, y el otro en tierra fue de querúbica luz un resplandor".
Siempre en la misma sala, el visitante puede ver las tallas de San Antonio, y de la primera santa latinoamericana, Santa Rosa, que expresan la catolicidad de la iglesia.
SAN FRANCISCO JAVIER
Talla en madera. Mide 182 cm
Detalle
Francisco Javier el Apóstol del Asia, el amigo e hijo predilecto de San Ignacio, el joven que en París fue entre los primeros en reconocer en el convertido de Loyola, el acontecimiento de aquella Presencia misteriosa, y al mismo tiempo tan concreta que cambió el corazón de aquel hombre, y entonces lo siguió.
No podemos olvidar que la Compañía de Jesús, definición hermosa del cristianismo ha comenzado gracias a un encuentro humano, a una amistad entre Ignacio y algunos estudiantes, dentro del ambiente de estudio en el cual vivían. Una compañía, una amistad que el reconocimiento de la Presencia de Cristo había engendrado. Ignacio, Francisco y los demás amigos se juntaron para vivir radicalmente el Acontecimiento cristiano viviendo dentro de las circunstancias de lo cotidiano, del "terrible cotidiano" como Pío XI llamaba a las veinticuatro horas del día. El ímpetu misionero era una sola cosa con este encuentro, con esta amistad. Para Francisco el haber abandonado todo y el haber partido para la India era dilatar aquella entusiasta amistad que había cambiado su vida y la de sus amigos. Compañía y misión eran la misma cosa.
Suscita conmoción saber que Francisco, solo en aquellas tierras lejanas, llevaba en el bolsillo de su sotana las firmas recortadas de las cartas que sus amigos desde Roma le enviaban. Lejos fue para anunciar a Cristo, pero era como si estuviera viviendo en Roma con sus amigos. Aquella compañía era la fuerza y la razón misma de su misión.
El artista de la imagen que encontramos al lado de la imagen de San Ignacio en la cuarta sala del museo, expresa en modo plástico la unidad compañía-misión. El rostro juvenil fresco lleno de luz que brota de la conciencia de su pertenencia a Cristo el movimiento del roquete de la estola y de la sotana expresan "la impaciencia divina de su alma de Apóstol" (Paul Mc. Naspy).
A un lado las imágenes de San Francisco Borja, sucesor de San Ignacio en la compañía, y de Estanislao Kostka, polaco muerto a una edad muy joven. Francisco Borja es representado con la vestidura sacerdotal y el ostensorio en la mano. La Eucaristía es centro de la vida cotidiana. En las Reducciones fue el corazón del trazado urbano. Toda la urbanística Jesuítica fue Eucarístical todo sale del templo y vuelve al templo.
Estanislao, joven enamorado de Cristo, contempla al niño Jesús sostenido por su brazo derecho. El niño parece divertido y feliz, mirando el rostro del santo. Lo mismo se nota en el rostro de Estanislao.
SAN IGNACIO
Talla en madera policromada
Mide 190 cm
Con la imagen de San Ignacio, entramos en el corazón de la compañía de Jesús. La cuarta sala del actual museo, ha sido dedicada al carisma, es decir a aquella modalidad histórica a través de la cual la presencia de Cristo, de la Iglesia, se hace presente de un modo atractivo y convincente dentro de la vida de las personas. Por eso, esta sala ha sido llamada: "Compañía de Jesús".
San Ignacio, el fundador de la compañía, con esta amistad humana, nacida del encuentro personal con Cristo y de sus amigos ha sido representado por el escultor como: "un contemplativo en acción" (P. Mc Naspy). De hecho uno de los aspectos más importantes de la "espiritualidad" Ignaciana, ha sido el encuentro con la humanidad de Cristo, y por ende comprendemos toda la pasión de este hombre hacia lo humano, en todas sus auténticas manifestaciones. Esta pasión es la que caracteriza al sujeto misionero de sus hijos, un sujeto a tal punto grande, que fue capaz de crear en la selva una civilización, que puede ser comparada con la civilización creada por Benito y sus frailes, en la Europa medieval. La razón misma de la expulsión de los jesuitas, obra de los masones, tiene su origen en este sujeto misionero, creador de una cultura católica, de la ciudad de Dios dentro del mundo.
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REDUCCIONES JESUÍTICAS - EL CRISTIANISMO FELIZ
Padre ALDO TRENTO
Editorial SAN RAFAEL
Fotos de FERNANDO ALLEN
Asunción - Paraguay. Enero 2001 (147 páginas)