Contra la voluntad de sus padres, que consideraban la música un oficio apto para otros pero no para su hijo, Ireneo Ojeda Aquino — nacido el 20 de mayo de 1927 en lo que entonces todavía era Barrero Grande, en el departamento de La Cordillera—, se hizo músico. Ya recibido de agrónomo, inspector rural del Banco Agrícola, a los 21 años, decidió responder al llamado de su corazón.
“Chéngo ambarakapu ñepyrû kañyhápe (empecé a tocar la guitarra a escondidas)”, recuerda Ireneo, cuyo nombre verdadero es Irineo. Salía con el conjunto de Lorenzo Leguizamón las veces que podía. Su afán era mirar, escuchar y aprender.
Pronto se percató de que su progreso era rápido. Y para acelerarlo aún más, contrató a unos músicos, conformando el Conjunto Los zorzales guaraníes, en 1948, para recorrer el país. En un improvisado circo en el que hacía de mago y equilibrista, el grupo musical era uno de los números fuertes. Andando por los caminos del país, recaló con sus compañeros en San Juan Nepomuceno, del departamento de Caazapá. Allí conoció a Chinita Yaluf, quien sería su compañera en el canto y en la vida.
Al año siguiente, ya afianzado en sus conocimientos y convencido de que su elección había sido la correcta, probó fortuna en el Brasil. De ahí regresó, con su conjunto, a los dos años. Se quedó algún tiempo en Asunción, buscó nuevos integrantes y retomó al vecino país junto al guitarrista Julio Jara —que años después formaría parte del conjunto de Luis Alberto del Paraná—, el arpista Alfonso González y otros.
Desde 1954 a 1964 los zorzales actuó en San Pablo. L’incognito se llamaba el local de espectáculos nocturnos de un árabe argelino. El éxito les sonreía y el contrato se renovaba una y otra vez.
Entre 1957 y 1958 llegó junto a él un compueblano poeta. Leopoldo Franco Rivarola había trabajado en el Banco Agrícola y se dedicaba al comercio. Viajaba con frecuencia a la ciudad en la que él residía. “Me dejó tres letras. Una de ellas era Plegaria. Creo recordar que le escribió a una joven de Itacurubí del Rosario, del departamento de San Pedro, cuando como empleado del banco cumplía sus funciones allí. Por eso es que la poesía hace alusión a una mujer lejana, como si fuera una oración”, cuenta Ireneo.
Ojeda Aquino había aprendido a la perfección su oficio. Y había ido más lejos : ya no sólo era ya intérprete sino también compositor —para entonces sus padres habían depuesto su enojo—, consumado. Pronto la música estaba lista. Luego de la tercera visita, el poeta regresó ya con su Plegaria editada en disco. Más no se podía pedir.