Desde el momento en que el fútbol ganó adeptos (a comienzos del siglo pasado), el sueño de muchos chicos -y sus padres también, sobre todo ahora en que la cotización de un par de piernas habilidosas significa millones de dólares o euros- es llegar a ser grandes jugadores de fútbol. En la práctica eso significa jugar, a nivel local, en filas de un club poderoso y, con el tiempo, ser transferido a instituciones del exterior. Si es de Europa, mejor. Los que aspiraban ser ovacionados al término de un encuentro o ser alzados en andas tras lograr un campeonato se miraban en el espejo de sus ídolos. Querían ser como ellos, acaso más grandes que ellos. Mucho antes de Pelé y Maradona, un paraguayo brilló con luz propia en nuestro país y en la Argentina. Se llamaba ARSENIO PASTOR ERICO MARTÍNEZ, ARSENIO ERICO simplemente. Había nacido en el barrio Trinidad de Asunción el 30 de marzo de 1915 y falleció en Buenos Aires el 23 de julio de 1977.
Jugador de Nacional aquí -debutó en Primera a los 15 años-, jugó después en el Independiente, de la Argentina y, ya en el ocaso de su carrera, muy brevemente, en Huracán.
Las más ricas canteras de adjetivos calificativos del castellano proveyeron los vocablos de mayor resonancia para juzgar sus características. Algunos de ellos fueron "EL SALTARÍN ROJO" por el color de la camiseta del club de Avellaneda--, "El duende rojo", "EL HOMBRE DE GOMA", "EL VIRTUOSO", "EL SEMIDIÓS", "EL REY DEL GOL" y otros apelativos le fueron adjudicados por la prensa.
En épocas más recientes, el escritor uruguayo Eduardo Galeano lo recuerda en su libro "EL FÚTBOL A SOL Y SOMBRA" como uno de más grandes futbolistas de todos los tiempos.
Quienes lo vieron en la cancha cuentan que con una facilidad increíble se elevaba por encima de los defensores y hasta de las manos de los arqueros para cabecear la pelota, enviarla a un ángulo del arco rival y hacer honor a sus apelativos. Con 47 tantos en el campeonato argentino de 1937, es el máximo goleador de la historia del fútbol argentino.
Ese era el ídolo de PEDRO SOSA MELGAREJO-nacido en el barrio Trinidad de Asunción el 29 de abril de 1926 y fallecido el 10 de junio de 1989 en Asunción--,que, comenzó como futbolista y siguió como músico y compositor ya con el nombre artístico de CARLOS SOSA.
Deseoso de ser estrella como Erico, jugó como centro delantero número 9-primero en el club Santo Domingo, de Trinidad y, posteriormente, en el Nacional donde militara el llamado también "Diablo saltarín". Lo había visto gambetear al Maestro y quedó encantado con la magia de sus movimientos, su sentido de ubicación y, sobre todo, su precisión para disparar al rincón inalcanzable del arquero.
El arte, sin embargo, lo sacó de la algarabía de las canchas y lo elevó a los escenarios. La guitarra, el canto, la poesía y la composición pasaron a ser parte de su repertorio.
Recordando al que admiraba, a comienzos de la década de 1970, hizo la letra y la música de EL CRACK. Basado en sus vivencias, recreó su ilusión de criatura. Tomó como eje de su inspiración a su madre HILARÍA MELGAREJO y le prometió lo que -sin ser todavía una maquinaria que mueve millones- por aquellos tiempos era posible prometer corriendo detrás del balón.
"En 1973, si mal no recuerdo, vino Erico de Buenos Aires a Asunción. Se le rindió un homenaje en el restaurante “LA CARRETA” donde CARLOS SOSA era director artístico por entonces. Él me pidió que Cachito y yo le cantáramos al gran jugador EL CRACK. Arsenio era un hombre sencillo y amable. Se puso feliz al escuchar la polca", recuerda JUAN BAUTISTA CASTILLO BENZA conocido como el MAGO NIZUGAN.
La obra está en uno de los dos discos que los familiares de Carlos Sosa acaban de poner en circulación para rendirle un homenaje.