Extraños son, a veces, los caminos que recorren las composiciones una vez que salieron del dominio de su autor o autores. Cuando las obras abandonan sus dominios, divulgación mediante, las mismas ya no les pertenece. La vida que hay en ellas pasa a tener múltiples vidas en las vidas de otros seres humanos.
La cultura popular -según define EDUARDO GALEANO-, es un complejo sistema hecho de manifestaciones de la identidad de un pueblo, a lo largo del tiempo, usando los códigos de los que puede echar mano. En ese esquema, las composiciones poético-musicales de los creadores no sólo son interpretadas sino que muchas veces son recreadas atendiendo a cánones que no son precisos pero que responden a una percepción de la realidad.
En este contexto, uno de los fenómenos es que algunas veces las obras son re-bautizadas, re-nombradas por el gusto popular. Y es con este cambio de identidad que circulan robustas, desdibujando o perdiéndose sus nombres originales. Con la producción de EMILIANO R. FERNÁNDEZ se dan varios de estos casos: AHÁMA CHE CHÍNA, dedicada a CATALINA GADEA, pervive como CHE LA REINA; KOKUERÉRO PURAHÉI es actualmente BARCINO KOLI; A UNA INGRATA se la conoce como POR QUÉ y GUAVIRA POTY, en realidad, había florecido en Caballero con un nombre más universal: TECHAGA’U REMBIAPO.
La lista puede continuar mucho más, con las obras de otros autores que sufrieron idéntico destino. Deténgamonos sin embargo en una: A LA FLOR DE ACAHAY. Este nombre, para muchos, a esta altura de la globalización (que supone una rápida des-identificación de las sociedades, para volverlas más vulnerables a los dictados de los centros de poder) no significa nada. En cambio, si se la presentara como ADIÓS CHE YVOTY PYTÃ - su tarjeta de identificación actual-, la cosa varía. Muchos más serán los que logren ubicarla de manera inmediata.
Esa obra pertenece a VALOIS CAÑETE, poeta y músico nacido en Acahay el 20 de noviembre de 1894. Según su hijo MARIANO CAÑETE, el que también es autor de ENGAÑO -probablemente dedicada a su madre, APOLONIA HONORATO, de ascendencia italiana-, era telegrafista en su comunidad. Los hábitos de hombre sedentario y metódico, sin embargo, no le cuadraban. Por eso, cambió la clave de Morse por los caminos de la bohemia y el arte.
Cañete escribió la letra alrededor de 1950. DEMETRIO AGUILAR le puso la música poco tiempo después. A Mariano le resulta imposible identificar a su destinataria, aunque no descarta del todo que haya podido ser su madre. «No hablamos nunca con mamá acerca de ese tema», confiesa.
Valois Cañete se trasladó a la Argentina y volvía de vez en cuan-do a su tierra. En 1932, al enterarse del inicio de la guerra con Bolivia, trayendo consigo a 30 compatriotas más, se presentó en el frente de combate. En Boquerón recibió una herida que, por ser leve, no le impidió seguir batallando contra la muerte.
Soltero, con varios hijos, siguió escribiendo y componiendo cuando pararon las metrallas. Vivió muchos años en el Cuartel de la Victoria y el 17 de junio de 1978, en el hospital del Instituto de Previsión Social, IPS, de Asunción, falleció.