PEDRO BARBOZA, en 1949, vivía en Clorinda, Argentina. No era exiliado político, aunque sí económico. Allá le iba bien como peluquero profesional, con cuatro asientos y tres oficiales del ramo contratados por él. A la noche, era cantor de orquesta.
El músico y poeta, andando, conoció a una morena hatypykua jováiva-de doble hoyuelo-, quedando enamorado de ella. «Se llamaba EUSEBIA RODRÍGUEZ. Era de Ypacaraí», recuerda el hermano de AGUSTÍN BARBOZA.
Todo era alegría hasta que ella desapareció repentinamente. No hubo aviso alguno de su parte. Pedro, alarmado, el domingo fue a la casa de Eusebia.
-Akokuehe mártemango el viejo omondo chupe Ypacaraípe, hermana rógape. Oguerokyhyjeterei ndehegui (El pasado martes papá le mandó a Ypacaraí. Teme que le hagas daño)-, le contó uno de los hermanos de la ausente sin comunicación.
Pedro le pidió los datos del destino de la joven. «Mi hermana se llama CLOTILDE RODRÍGUEZ, vive cerca de la estación. Basta que preguntes por ella en los alrededores. Todas la conocen en el lugar», le informó el hermano de Eusebia.
Entre la tarde y la noche de ese día Pedro Barboza escribió la letra y le compuso la música a TAPÝÎ HA’EÑO. Sentía que la casa donde se tejía su felicidad con Eusebia se había quedado irremediablemente triste. La causa era la partida de su compañera.
Al día siguiente, urgido por el amor, Barboza cruzó el río Pilcomayo primero y después el Paraguay, poniendo proa a la que antiguamente se llamó Tacuaral. Eusebia no pudo esconder detrás de sus gestos la dicha que le producía la presencia de quien amaba. Ella le explicó lo ocurrido y santas pascuas. Las aguas del romance volvieron a sus cauces. Él, como prenda de reinicio, le entregó la obra que había compuesto recordándola.
-Eme’êna chéve la ikopia (dame la copia)-, le pidió la ypacaraiense.
-Kóva ko ne mba’erânte voi. Ejagarráke con toda el alma ijára entero reheve voi (Esto es exclusivamente para vos. Tomala, con dueño y todo-, le replicó aquel hombre al que no le escaseaban palabras para decirle a una mujer.
Volvieron juntos a Clorinda. Él le alquiló una casa. «Ogueraha voi ijao. Upe riremínte oikuaa itúa la oikóva, oîmaha chendive. Norremediavéi (Llevó consigo sus ropas. Su padre supo que ya estaba conmigo. No lo pudo remediar ya)», recuerda Pedro.
Transcurrieron dos años gratos en los que se borró el espíritu que había motivado aquella canción.
-Ñamendána Barboza-, le propuso un día Eusebia a su compañero de vida.
-Cómo no, ñamenda katu che áma-, le contestó el aludido, ni corto ni perezoso, pidiéndole que le esperara porque iría a Buenos Aires, de donde había sido llamado, y volvería para desposarla cuanto antes.
“Aguerekóma niko otra jey la che jegustaha, si músico ha gállongo die peve ikatu hembireko, con la condición de que ombo’apavarâ (Ya tenía otra amada, porque el músico y el gallo pueden tener hasta diez esposas, con la condición de que todas estén a disposición)», relata el compositor. Por supuesto, no volvió de la capital argentina.