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ANA JAVALOYES

  AGÜISTÍN GARROTE (Cuento de ANA JAVOLOYES)


AGÜISTÍN GARROTE (Cuento de ANA JAVOLOYES)
AGÜISTÍN GARROTE
Cuento de
ANA JAVOLOYES
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )

AGÜISTÍN GARROTE
El verano estaba en todo su apogeo, era una siesta pesada, de esas que amodorran sin remedio, las casas sufrían los fuertes rayos solares, del suelo arenoso subía un vapor rojizo de centelleantes tonalidades que daba al pueblo un aspecto desdibujado como el de una pintura impresionista; el silencio era total en el pueblo, solo de vez en cuando se escuchaba el cacareo de alguna gallina inquieta o el paso apurado de algún vecino. En la puerta de su botica dormitaba el botica-rio y el cura párroco recostado en una hamaca bajo la sombra de un Ybapovo recitaba su breviario; un burro subido en la vereda daba coces y cabezazos al enjambre de moscas que seguían a la enorme matadura que tenía en el lomo.
 
Era ésta la hora de estarse quietecita "porque papá duerme". Elenita, con sus inquietos seis años atisbaba por el ojo de la cerradura. Aún estaba prendida la luz en el cuarto de mamá y papá; si, papá estaría leyendo aún, y el tiempo pasaba y Elenita se impacientaba. Ernesto estaría riéndose de las aventuras de Trifón y Sisebuta, o leyendo esos hermosos cuentos de Calleja que papá había traído de la capital en su último viaje. Se acostó a hacer tiempo, apretadita a su muñeca preferida y fue quedándose dormida, acu-nada por el silencio que le rodeaba.
 
De pronto, el salto, el corazón que es un caballo desbocado que hay que atajarlo, las piernas que tiemblan y las manos que desesperadamente se juntan en un tácito ruego. Mira la puerta del dormitorio grande, ¡cerrada! Instintivamente se tira bajo la cama buscando el refugio precario de la obscuridad. Late que te late el corazón, las lágrimas acuden a sus ojos, la boca se vuelve seca pero el oído está atento.
 
Agüistín, Agüistín, vaitín.
Agüistín Garrote
tomá mi capote.
Agüistín, Agüi
Akoipa nde vai!
 
Una y otra vez repetida la cantinela acompañada por un coro de chicos, el entrechocar de los garrotes y la risa bronca, de bajo, que indicaban que Agüistín estaba en el pueblo.
 
-Portáte bien, mirá que te va a llevar Agüistín Garrote, comé la sopa, que puede venir Agüistín, dormí la siesta, que Agüistín es como el Teyú Asa ye, anda a esa hora. Y Agüistín aquí y Agüistín allá.
 
Y ahí, en plena siesta, como decía la gente, estaba Agüistin Garrote. Pero ¿qué hice yo para que él viniera? Había terminado la sopa, no mojaba más la cama, no había tocado los bombones de mamá, ni pispado cuando estaba de visita el novio de tía Sofía. Pero. . .¿por qué sería que tía Sofía siempre estaba empujando a su novio? ¿Y él mueve tan extrañamente las manos? Yo creo que estará enfermo porque tía no le deja acercársele. Bueno. Eso es otra cosa. Y ahora que yo estoy quietecita, claro. . lo de quietecita es un decir, porque las siestas me las paso con Ernesto, pero no molesto el sueño de papá.
 
Cuanto más crecía la algarabía en la calle, más miedo tenía Elenita. ¿Qué podía hacer? La puerta del dormitorio grande era un muro infranqueable. .. ¿Ernesto! ¡Pero claro! El sería un buen defensor. Tenía ya 10 años y podía librarla de Agüistín. Y allá fue corriendo, con su largo pelo al viento y su corazón cargado de temor y de esperanza. Ernesto se divertía y tenía unas ganas locas de ir a la calle y participar del juego, pero no podía salir… no debía salir. Papá le tenía terminantemente prohibido abandonar su cuarto de siesta. Sintió un cálido aliento en el cuello y unas manecitas temblorosas que se aferraban a él. Vení, miró Elenita subite aquí, es Agüistín Garrote. No... No seas tonta, no te puede hacer nada. Tengo miedo. No te puede hacer nada, te digo. Agüistín es bueno, fijate como juega con los muchachos. El ya hacía rato había descubierto el "secreto" de Agüistín y le había perdido el temor.
 
Ambas narices estaban pegadas al vidrio de la ventana, opacando un poco la visión de un Agüistín rodeado de una chiquillería bullanguera, blandiendo ya un garrote, ya otro, girando sobre sí mismo, riéndose, riéndose como un niño feliz. Sus ropas eran unos andrajos colgantes, un montón de palos atados a un cordón que tenía rodeando la cintura le habían dado el mote de "Garrote". ¡Cuántos garrotes! ¿Serían 20? ó ¿30? ó ¿50? ó ¿100? ¡Sí, han de ser 100! La imaginería publerina aumentaba al infinito el número de garrotes; todo podía ser posible en Agüistín. Bajo, ancho la cara aindiada como hecha a golpes de puño; pómulos salientes, labios gruesos y nariz chata; los ojos, dos líneas carentes de pestañas sombreados por una gruesas y espesas cejas; coronábale la cabeza un verdadero nido de piriritas. Al reír mostraba una boca carente de dientes. Solo sabía reír, nunca se le escuchó ni hablar ni llorar. Caminaba hamacándose bajo el peso de sus innumerables garrotes, éstos eran de todo color, tamaño y forma con el común denominador de un brillo maravilloso, quizás lustrados por el roce constante de las manos de Agüistín. Sus manos sobresal fan en toda su persona: eran grandes, tan grandes que cuando se tapaba la cara ésta desaparecía totalmente tras ellas, nunca estaban quietas, siempre acariciando sus garrotes; sus pies eran unos anchos platotos de dedos abiertos cuyas plantas estaban con-vertidas en gruesas suelas de tanto aplanar caminos.
 
Llegaba de repente, nadie sabía por dónde ni de dónde, sólo aparecía en medio del pueblo, siempre de siesta y al pronto se ve (a rodeado de una gaya tropa infantil
 
Agüistín Garrote
dame tu garrote.
Agüistín Garrote
ponete el capote.
Agüistín, vaitín...
 
Y Agüistín daba vueltas y vueltas, riéndose feliz, feliz de sentirse rodeado de tanta gente que le quería. Sí, que le quería; eso él lo sentía en su alma limpia de toda malicia y pura como la de un niño. Tomaba un garrote, luego otro, amagaba un golpe aquí, otro allá. Jamás se supo que haya tocado, ni siquiera rozado a alguien.
 
Ya pasado el primer momento de pánico, Elenita gozaba del espectáculo pero fuertemente asida a la mano de Ernesto.
 
-Cleofe, andá y traelo a Agüistín, bañálo, ponéle ropa limpia y dale de comer.
 
-No. . ., mamá. ¿Cómo lo vas a traer aquí? ¿Y si nos lleva? En su miedo ella incluía también a Ernesto y se volvía protectora de él.
 
-No teman nada, ya saben que Agüistín, cuando sabe que alguien se porta bien no le hace nada. Y Cleofe fue. La tarea no era tan fácil ya que Agüistín no quería dejar ese instante de suma alegría, pero la fuerza de Cleofe, fuerte mujerona de unos 40 años pudo más en él y al final se dejó conducir mansamente.
 
 
Ya a la tardecita, Elenita y Ernesto, fuertemente asidos a las manos de papá fueron a ver a Agüistín Garrote. A pesar de que tenía a su lado un catre el pobre hombre estaba acurrucado en un rincón, durmiendo plácidamente pero apretando fuertemente unos garrotes entre sus manos. Así dormido, con ropa limpia, aunque un poco grande, rapado y desbichado no era el Agüistín de hacía un momento, era otro Agüistín que despertaba ternura y no temor. Lo dejaron dormir tranquilo y a pesar de saber Elenita que él estaba en la casa, se sintió más segura. Papá estaba ahí.
 
Al día siguiente cuando quisieron volver a verlo ya no había rastros de él, pero eso no tenía importancia. Era la costumbre de Agüistín. Así como nadie lo veía llegar, simplemente aparecía en medio del pueblo y siempre de siesta, nadie lo veía partir. Alguien lo llevaba a su casa para la operación limpieza, pero, ¿de dónde venía? ¿a dónde iba? ¿quiénes eran sus padres? ¿fue chico alguna vez? No faltaba quien decía que era un personaje irreal como el pora o el pombero pero con la diferencia de que él era tangible por una horas, sobre todo cuando hacía falta disciplinar a algún desobediente.
 
El pueblo nuevamente quedó silencioso, quizá pronto lo visite Juan Paré o Ña Juana, la loca. Eleníta se tranquilizó, pero . . . ¿y si vuelve Agüistín?.
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Dirección: HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ
Asunción – Paraguay 1984 (139 páginas).
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