UNIVERSO PESEBRE
El pesebre con aroma de flor de coco abre la temporada de Navidad y Año Nuevo. Es cuando en las casas se arma la escena del nacimiento de Jesús, un simbolismo cristiano muy arraigado en el Paraguay. Aquí, personajes del arte, la política y el deporte transforman sus realidades y se encuentran en la tradición y la fe.
Ysanne Gayet
Pasión por las ovejas
Abre las puertas de su Centro Cultural del Lago, en Areguá, y el invitado ingresa a un mundo encantado de las artes. En este lugar privilegiado del planeta, Ysanne Dafhne Christine Pearson encontró su punto de equilibrio y hogar terrenal.
Para esta incansable creadora, nacida en Slave Island, Colombo (Sri Lanka), un 15 de diciembre de 1948, el último mes del año tiene un significado festivo muy especial, asociado a su propia vida. Festeja su cumpleaños y celebra la Navidad, lejos de su tierra.
Todos la conocen como Ysanne Gayet, su nombre artístico. Y muchos saben que ella es una férrea promotora cultural y pintora de cuadros naíf. Lo que pocos imaginan es que descubrió su pasión por el pesebre solo después de haber llegado al Paraguay, allá por 1970.
“En mis primeros años en el Paraguay no le encontraba el sentido, porque hacía mucho calor. Y en Inglaterra no se arman pesebres, sino es el árbol el símbolo de la Navidad”, confiesa.
Al principio se instaló en Fernando de la Mora junto con el que fue su esposo, Bertrand Gayet, que tenía el cargo de gerente de la Algodonera Guaraní. Los obreros de la fábrica la invitaban a recorrer los pesebres instalados frente a sus casas y le servían clericó. “Ahí empezó a encantarme el pesebre paraguayo”, asegura.
Tras vivir en Fernando de la Mora, San Lorenzo y Asunción, Ysanne decidió en 1995 cambiar de aires y optó por Areguá. En la ciudad de la cerámica y la frutilla, su Centro Cultural de Lago es un punto ineludible de los visitantes. Y entre artesanías en barro, madera, textiles y trabajos indígenas, su rincón predilecto es el pesebre. “Me gustan los pesebres de antes, porque son más sencillos. Tienen una gracia muy particular. Son como cuentos infantiles, yo los asocio con mi infancia. Y sabés que tengo una fijación especial en las ovejas. Cada año compro una oveja nueva para aumentar la manada en mi pesebre”.
Cristina Paoli y Pablo Ávila
Con ébano de Angola
Sin mucho protocolo, menos adornos y más sentido de cristiandad, Cristina Paoli y Pablo Ávila disfrutan del pesebre que, a fin de año, es infaltable en el hogar matrimonial que comparten desde que dieron el sí, el 17 de noviembre de 1979.
Cristina es pintora; Pablo, galerista. Además de hijos (tienen tres: Renatta, Santiago y Pablo), comparten la pasión por el pesebre. Y hace 22 años celebran el nacimiento de Jesús con un juego hecho en madera de ébano, en Angola (África). “Este pesebre llegó a mi galería de arte para ser ofrecida a la venta. Cuando lo vi, me quedé encantada, pero no lo podía adquirir porque costaba G. 500.000, que para la época era mucha plata”, comenta Cristina.
El pesebre negro era ofrecido a coleccionistas o amantes del arte, pero a nadie interesó. “Decían que era muy fuerte, ya sea por el color o la forma de las piezas. Estábamos por devolver a la señora que nos trajo. En ese tiempo, esta persona que era miembro de una Fundación de Ayuda a Angola tuvo un problema judicial. Y encontró un juez que entendió su causa y le solucionó el problema. Muy agradecida, quiso obsequiarle un cuadro hecho por ella, pero me pidió que le arregle los problemas técnicos de la pintura. Así lo hice y no le cobré nada. En agradecimiento, un día me trajo el pesebre de Angola. Quedé maravillada y feliz”, comenta la pintora.
Pablo, que tiene voz y voto a la hora de elegir el lugar donde armar la escena del Nacimiento, dice que, para ellos, la Navidad representa la unión y el amor de la familia.
Junto con el pesebre africano, se colocan varias miniaturas que son coleccionadas por Cristina. “Mi mamá siempre decía que si armás el pesebre en tu casa, tenés que pasar la Nochebuena ahí con el Niño Jesús. Y eso lo tengo presente hasta hoy. Antes lo hacía por mis hijos, ahora por mis nietos”.
Diego Sánchez Haase
Música y flor de coco
Marcado por su ascendencia alemana, desde la niñez en su Villarrica natal, celebraba una Navidad al estilo europeo. “Siempre con los hermanos armábamos el árbol de Navidad y, también, el pesebre. Cuando estaba en el preescolar (¡hace más de 40 años ya!) pinté un Niño Jesús que hasta hoy mi madre tiene en su pesebre”, cuenta Diego Sánchez Haase, director de la Orquesta Sinfónica del Congreso.
¿Qué significado le da al Nacimiento de Jesús? “Sobre todo la conexión con una tradición maravillosa. La Navidad es una de las mayores festividades de la cristiandad, pero también es una de las más bellas fiestas de la familia, cuando nos juntamos todos los hermanos alrededor del pesebre en Nochebuena, y cantamos los villancicos, cada uno en el estilo musical que abraza. Hoy ya lo hacen también nuestros hijos. ¡Es maravilloso!”.
El maestro Sánchez Haase aprendió a amar el pesebre de sus padres y abuelos. Ellos le enseñaron a valorar las tradiciones de nuestra tierra, así como las de donde ellos provenían.
¿Visitaba pesebres en su niñez? “Por supuesto. En Villarrica me impresionaba siempre el pesebre de mi tía abuela Lucía Bellenzier, que era enorme y tenía frutas y dulces para los niños. También visitábamos otros pesebres de nuestro vecindario guaireño, y en todos ellos cantábamos villancicos y disfrutábamos del aroma de la flor de coco”.
Con su esposa, Lourdes; sus hijas, Constanza y Aurora; su suegra, Ana, y su tía Marilú armó el pesebre que hoy otorga el espíritu navideño a su hogar de artista. Y los recuerdos de infancia afloran al estar frente al lecho de Jesús. “Son recuerdos de una Villarrica tan lejana en el tiempo, muy distinta de la actual. Recuerdos de inolvidables Navidades llenas de música, del sabroso pan dulce que hasta hoy hace mi madre, nostalgias de mi padre, mis tíos y mis abuelos, de un tiempo inmensamente feliz”.
Sí, ya imaginan... la música no puede faltar en una celebración tan emotiva. “Como mi pesebre está instalado en un jardín interno que tiene mi estudio, se escucha música todo el día. Desde el célebre Oratorio de Navidad, de Bach, hasta Dos trocitos de madera, de Maneco (Galeano), y Navidad del Paraguay, pasando por los villancicos tradicionales que me enseñó mi abuelo Gustav Haase”.
Kattya González
Ella, la Virgen María
Política por vocación, familiera por convicción. En la pantalla de la televisión es como el huracán que arrasa a su paso, pero frente a frente es la serenidad después de la lluvia... Quién lo diría. Aquella bebé, nacida en Asunción, el 24 de junio de 1977 (Día de San Juan), no se llamó Juana. Sus padres, Marcial y Zully, la anotaron en el registro civil como Kattya Mabel González Villanueva.
Temperamental, avasalladora, verborrágica y desafiante. Esa imagen que proyecta a nivel público desaparece por completo en la paz de su hogar paterno. Aquí, en esta amplia y verdosa quinta en Villa Elisa, Kattya desgrana recuerdos. Del tiempo que vivía en Fernando de la Mora valora la unión y la solidaridad que existía en el vecindario.
“Vivíamos en el barrio Parques del Sur, una urbanización en Zona Sur, donde todos nos conocíamos y nos juntábamos a pasar la Navidad en una mesa comunitaria. Cada uno traía su comida y bebida, y eso compartíamos. Así esperábamos las doce de la noche para abrazarnos y desearnos feliz Navidad”, comenta.
El clericó hecho por doña Olga y ña Vicenta y el recorrido por pesebres marcaron la adolescencia de la actual diputada. A los 15, se mudó a Villa Elisa, donde la tradición de pasar las fiestas de fin de año en familia se mantuvo más fuerte que nunca.
“Mis Navidades siempre fueron de compartir y darle un significado muy sentimental. De chiquita fui angelito, después el ángel Gabriel y, también, fui la Virgen María en los pesebres vivientes”, revela Kattya.
En los tiempos que corren, sigue ocupándose de que Jesús esté a la vista de todos en su casa, lo hace con sus hijos Nicolás (20) y Alejandro (12). “Al más chico le hace mucha ilusión tener el pesebre en casa”.
Rodrigo Rojas
El din, din, don del campeón
Corrió detrás de la pelota toda la temporada y diciembre le permite descansar las piernas “y pasar con la familia, que se da después de una temporada muy larga, muy cargada. Los pocos días que tenemos de descanso coinciden con estas fechas y uno siempre intenta pasar con los seres queridos”.
El futbolista Juan Rodrigo Rojas Ovelar nació en Fernando de la Mora, un 9 de abril de 1988. Debutó con Olimpia en el año 2006, y recorrió clubes de Chile, Argentina, Bélgica y México, hasta volver al país para vestir la camiseta de Cerro Porteño y luego pasar a Olimpia, donde hoy celebra el título de campeón 2019.
De los aplausos de la cancha a la tranquilidad de su hogar, donde está el pesebre que preparó su esposa, Celeste, Rodrigo se reencuentra con los simbolismos de una infancia feliz. “Desde chico comparto las costumbres que me enseñaron mis abuelos y mis padres. La Navidad es un tiempo muy solemne para pasar con la familia y recordar a los seres queridos que ya no están”.
A los abrazos de sus hijos, Joaquina (8) y Octavio (5), quizás ya se sume la ternura de Ramiro (el tercero por llegar). Su rol de padre le inspira a recordar lo vivido en Fernando de la Mora, Zona Norte, donde recorría pesebres vecinos y quedaba encantado con las escenas del pesebre viviente. “Era una costumbre muy de barrio, ahora no veo que se haga tanto. Se fue perdiendo un poco eso”, reflexiona.
Para el mediocampista, esta Nochebuena estará cargada de emociones. Será la última que pase en su casa de Villa Morra y la primera sin la presencia física de su abuelo Claudio Fermín, quien falleció en noviembre. “Será una Navidad muy feliz, por lo deportivo, lo profesional y lo personal. Mi familia está bien, gozando de buena salud, con otro hijo por nacer. Y, sin duda, será un momento de mucho agradecimiento a Dios por el buen año que me dio. Pero, también en noviembre, me tocó perder a mi abuelo. Con él y mi abuela Francisca crecí, viví con ellos hasta los 20 años, hasta que jugué en primera”, dice con aires de nostalgia.
Una mudanza en puertas, reconforta su espíritu. “Próximamente voy a volver a vivir en Fernando de la Mora, más cerca de mi gente y a cuadras nada más de la Villa Olimpia, en mi barrio de toda la vida”.