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STELLA MARIS COSCIA DE MARTINO

  EL STROGONOFF - Por STELLA MARIS COSCIA DE MARTINO - Año 2017


EL STROGONOFF - Por STELLA MARIS COSCIA DE MARTINO - Año 2017

EL STROGONOFF


Por STELLA MARIS COSCIA DE MARTINO


Hacía ya tiempo que los Fernández pedían a su madre que les preparara un strogonoff, pero Elena, siempre inquieta y ocupada en cosas tan diversas como dispersas, nunca se decidía a complacer este pedido.

Así un buen día, y precisamente en el día de la Candelaria, su cumpleaños, ella se dispuso a cocinar. La familia era numerosa, necesitaba que el menú fuera abundante; para sus hijos y su marido y demás comensales.

Y aún más porque de este festejo iban a participar su hermana menor, su marido, sus seis hijos y la madre de Elena, viuda; lo que constituía sin duda un número considerable de invitados.

A Elena eso no le preocupaba, acostumbrada es-taba a recibir en su casa asiduamente a las amistades de sus hijos. A propósito uno de ellos, un norteamericano, que había llegado al país, fue a hospedarse en casa de los Fernández, y también participaría de la cena.

Ella era una buena cocinera, desde temprano se esmeró en el solicitado strogonoff: lo hizo de carne vacuna, de pollo y de cerdo, preparó además otras guarniciones que acompañaban al infaltable arroz.

Para las nueve de la noche, hora en que sus hijos volvían del trabajo, la facultad o el colegio, del inglés, la computación, la danza o el piano, todo ya había sido dispuesto.

El hogar rebosaba de alegría con la larga mesa tendida, los puestos ubicados y los preparativos a la espera de los invitados, que iban llegando.

Fue entonces cuando llegó el marido de Elena y le comentó por lo bajo que en su consultorio se había enterado de que esa noche habría en el país cierta inestabilidad política.

Elena ni le escuchó, atareada con la casa, no le dio importancia, bien sabía ella que el gobierno de entonces era muy fuerte, prueba de eso era que, pese a todo, se mantenía en el poder hacía ya 35 años. Y fue por eso que siguió con los preparativos de la cena.

Al rato, cuando la viuda llegó, el teléfono había estado sonando insistentemente, pero entre el alboroto de la bienvenida nadie alcanzó a atenderlo.

A solas y un poco asustada, la madre de Elena había contado a su hija que varios camiones cargados de “verdeolivos”, transitando uno tras otro, como en los desfiles (pero a las 9:30 de la noche), había visto por las calles oscuras desoladas, cerca de su casa.

Elena no le prestó atención. Entusiasmada, siguió sirviendo las picaditas.

El teléfono sonó de nuevo y sin parar, por lo que al atender Elena oyó que su hermana se disculpaba, no iría al festejo porque “cosas raras estaban ocurriendo en mi barrio” (camino al aeropuerto), le dijo.

Elena pensó que su hermana fue siempre muy aprensiva; le hizo caso omiso y enseguida se dispuso a servir la cena.

Y se trajeron las fuentes a la mesa y entre el ruido de los platos y copas en pleno festejo, nadie se dio cuenta de que en la ciudad desierta se escuchaban algunos disparos, aislados al comienzo, pero cada vez más y más; y sus ecos llenaban el vacío y la negrura de la noche.

La madre de Elena, ansiosa, terminó la cena y al cabo quiso volver a su casa. El nieto que la llevó, para tranquilizarla esa noche, se quedaría a dormir con ella.

En casa de su abuela, cerró rápido y trancó puertas y ventanas, había visto por ahí unos tanques de guerra con grandes cañones que se desplazaban velozmente hacia el centro de la ciudad.

Perpleja, la viuda llamó a su hija y se lo contó.

Y fue en ese mismo instante en que Elena terminó de hablar y todavía con el auricular en la mano, la comunicación se cortó y sobrevino un apagón.

En total oscuridad, desde ese momento, todo lo habido a su alrededor comenzó a temblar: su casa, sus ocupantes, su barrio, la ciudad. Y porque la casa de Elena se hallaba ubicada entre la residencia del presidente (Mburuvicha Róga) y la guardia presidencial (Batallón Escolta) los estruendos y estampidos de las armas, los impactos de las ametralladoras y de los potentes cañones, los amenazantes disparos y los estrépitos de las metralletas en aquel negro cielo con-vertían a la casa, esa noche, en la casa del terror.

Mientras sus ocupantes, tirados por el suelo con la radio encendida, escuchaban las noticias; el huésped norteamericano, espantado en su primera noche en el Paraguay, pensaba con angustia que había llegado a un país revoltoso, con amotinamientos frecuentes. Mucho tiempo pasó para que cambiara de opinión.

Ya cerca del amanecer, el terror de la familia llegó al colmo cuando escucharon que unos aviones sobre-volaban con la intención de bombardear.

En ese mismo instante, una proclamación del Jefe triunfador hizo que los disparos amainaran.

La familia, aliviada y expectante, escuchó entonces el comunicado a la población de que se formaría un nuevo gobierno.

Apenas cesó el fuego, bien temprano, los Fernández se volcaron a las calles de su barrio, tal como los habitantes de la ciudad lo hicieron con flameantes banderas, se reunieron en el centro a festejar el cambio.

Pero aquella vez, éstos no vieron, como los Fernández, que grandes camiones levantaban a esas horas a paladas los cuerpos destrozados de los muchos soldados muertos en combate (nunca se supo el número). Se encontraban dispersos cuan ancha y larga era la Avenida Mariscal López.

Horrorizados, volvieron a la casa hacia el medio-día, hambrientos.

Fue cuando, oronda, Elena les sirvió el sobrante strogonoff.

Y lo siguió sirviendo después hasta el hartazgo y por muchos días más, aquello de los comensales ausentes: la gran cantidad del sobrante de strogonoff.

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:

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ELLAS HABLAN

Cuentos sin mordaza

Páginas 57 al  64

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