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CLASE DE COMPUTACIÓN
Llegó al curso atraída por la publicidad que decía: "Computación para jóvenes de 6 a 80 años", y sentada frente al monitor, escuchaba atentamente las explicaciones del joven y eficiente profesor, igual que los otros alumnos.
"Los archivos -decía el- guardan los datos, clasificados y rotulados. Basta hacer clic en el lugar preciso para obtener lo que se busca. Un clic y la carpeta se abre. Pero recuerden, deben ser muy precisos, coloquen el cursor en el lugar exacto, de otro modo saldrá lo que no han pedido".
Lo entendía perfectamente. Había pasado por esa experiencia innumerables veces. Sabía muy bien cómo un pequeño descuido hacia aparecer lo que no quería o no necesitaba y cómo podía quedar allí, fastidiando, hasta que lograba deshacerse de él, volviéndolo a su lugar.
"Con esto se pueden crear nuevos documentos, cambiando tipo, estilo, tamaño, o agregando información".
En eso se sabía experta: traer un poquito de acá, otro de allá, sacar, agrandar, achicar, poner esto y aquello y crear algo que contemplaba, embelesada unas veces, otras angustiada y otras aterrada; todo dependía de que elementos había reunido.
"Esto es para cortar, separar lo que no sirve, no gusta, que salió mal".
Cortar, separar, es una solución bastante fácil. Sólo que cortando y cortando, a veces no queda nada...
"Si se trata de imágenes, con esto se puede agrandar o distorsionar. Así”.
Vaya, como si necesitase lecciones para eso -se dijo-, de sobra sabía como algo de pronto crece, se agranda, se deforma, lo invade todo, escapando al control.
"... y haciendo de nuevo clic aquí, se lo puede volver a su tamaño y forma primitivos", seguía el joven, mostrando cómo y con qué rapidez podía efectuar los cambios que explicaba.
Sencillo, muy sencillo en apariencia, pero es difícil, muy difícil cuando algo ya se ha desbordado. Lo sabía muy bien y creía firmemente que era mucho mejor no tocarlo, dejarlo como estaba.
"Las informaciones que no se necesitan se las pueden guardar o tirar a la papelera, según lo que cada uno decida. En el primer caso se debe rotularlo, para saber de qué se trata cuando se las necesite".
Innecesarias, ese sería un título interesante, si decidiese guardarlas. Molestas era otra posibilidad.
"Allí quedan guardadas y se las puede usar en cualquier momento", seguía explicando el profesor.
Si, era verdad. Surgían muy fácilmente. Quiso comprobarlo.
Apenas la yema del pulgar tocón la suave y pulida superficie, surgieron las imágenes. Allí, en un pequeño aro de 35 mm, estaba toda la información acumulada por años, surgiendo a cada leve roce que lo hacía girar. Siempre había tenido cuidado de que estuviesen controladas, que no saliesen todas en tropel: las grandes, las pequeñas, las brillantes, las opacas, las oscuras. Ahora tenía dos opciones: Guardar. Tirar. No dudo. -Tiro - pensó, y lo arrastro hacia la papelera.
¡BEEP! El sonido la alerto y en la pantalla leyó en un recuadro: "La papelera contiene un ítem que ocupa el 90% de la memoria del disco. ¿Quiere eliminarlo?".
El porcentaje la hizo dudar, 90%. Solo quedaría un escaso 10% para continuar. ¿Podría hacerlo con tan poco? Le vinieron a la mente una serie de refranes y se decidió por el que dice "Quien no arriesga no gana". Marco: O.K.
De nuevo el BEEP insistió y en un recuadro apareció el mensaje: "La información está en la papelera. ¿Está seguro de que desea eliminarla?".
"Esta máquina es torturante" -protesto. Tal vez realmente pensaba y la conocía bien, por eso preguntaba dos veces, pero ya lo había decidido; estaba a punto de marcar O.K. cuando escucho al profesor decir:
"... los documentos que están en la papelera pueden ser recuperados arrastrándolos...".
"No, no, están bien ahí. Comprimidos. Encerrados". - decidió.
"Salvo que quieran borrarlos definitivamente, en ese caso...".
¿Borrarlos? ¿Que dejasen de aparecer sin previo aviso? ¿Que un pequeño descuido no los haga saltar de nuevo, creciendo, alterando, distorsionando la información actual?
"... quedara limpio, listo para grabar nuevos datos", concluyó el instructor.
¿Nuevo, totalmente nuevo? ¿Listo para comenzar otra vez? La idea era tentadora...
Tomó el aro brillante, con cuidado, con delicadeza, entre el índice y el pulgar, y lo sacó. Se asomó a la ventana y separó los dedos. Lo vio brillar un instante.
Hecho.
¿Habría hecho clic al llegar al suelo, allá, tres pisos más abajo?, se preguntó.
"Una vez vaciada la papelera no hay posibilidad de recuperar la información", seguía el profesor.
Ahora ella debía comenzar a reunir nuevos datos, clasificarlos, ordenarlos.
¿Cuánto tiempo llevaría formar nuevas carpetas, nuevos archivos?
-Señora, ¿continuamos?
Sintiendo sobre ella las miradas de todo el grupo volvió a su asiento. La pantalla del monitor estaba vacía; al apoyar los dedos sobre el teclado vio la marca fina y clara que había que dado en el anular y las pequeñas manchas que en el dorso de las manos iban marcando el tiempo.
-Señora. ¿Tiene algún problema? ¿Puedo ayudarla? Si se ha salido del programa puede Ud. hacer clic en reiniciar. Ella miró la pantalla vacía.
Reiniciar...
Al darse cuenta que el profesor seguía esperándola, dijo: "Perdón, debo ir abajo. Acabo de perder mi anillo de matrimonio. Tengo que recuperarlo".
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Fuente:
TALLER CUENTO BREVE
Asunción-Paraguay
Octubre 2005 (179 páginas)
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