BEA BOSIO

PROMESA - Por BEA BOSIO - Domingo, 12 de Mayo de 2019

PROMESA - Por BEA BOSIO - Domingo, 12 de Mayo de 2019

PROMESA


Por BEA BOSIO


 beabosio@aol.com

Rosalía rodaba el mundo en un circo desde la infancia. Su madre había sido una gran artista (bailarina, equilibrista, actriz y contorsionista). Se llamaba Clara y también venía de una familia ambulante, que llegó al país con una troupe de saltimbanquis. A los 17, el padre de Rosalía la sedujo desde un trapecio y fueron un clan de circo, donde la carpa fue bandera y la última frontera los límites de la pista.

Rosalía –fiel a su estirpe– creció con la libertad tatuada, como había crecido Clara. Ambas llevaban en la piel la ruta y en la retina los confines más recónditos de la patria. Pero un día Clara empezó a extraviarse. En un mapa más íntimo, que confundía fechas y olvidaba nombres. (Era un alzheimer tremendo que había llegado a instalarse).

Cuando Clara supo de esa sentencia, le invadió una certeza de lucidez tajante: un ser alado como ella jamás podría olvidar la libertad ni en las ciénagas más confusas de la mente. Entonces imploró a su hija el fervor de una promesa: Cuando ya no esté lúcida, cuando no pueda seguir el ritmo de esta vida errante, no me dejes en el cautiverio frío de una clínica. “A mí no me saques del circo, yo quiero morir en la ruta...”.

Así las conocí un día que me hice al costado del camino, al ver la carpa entre los cerros de Cordillera. Era tan linda la estampa que quise llegar a ella. Pero nada me preparó para el calibre de la historia de amor que en aquel circo encontraría. En ese entonces, Clara ya estaba postrada y parecía dormida, perdida en los misterios de alguna otra vida. Rosalía viajaba a su lado, fiel a aquella promesa que alguna vez habían pactado. Catorce años la llevó consigo. De pueblo en pueblo. De acto en acto. Primero en silla de ruedas y luego en una cama del carromato que compartían. Nunca dudó faltar a lo prometido a su madre. Ni aun cuando ya no la reconocía.

No era fácil movilizar su cuerpo casi inerte en cada traslado, pero más difícil era la idea de dejarla en el cautiverio de algún asilo de ancianos.

Clara dejó el circo a un mes de cumplir 93 años. Era agosto y domingo, en un pueblo lejano. Su muerte fue serena, sin la estridencia de los aplausos, pero con un amor infinito, de esos que trascienden todos los planos… y honran la belleza (tan fiera y tan frágil) del vínculo humano.


Fuente: www.lanacion.com.py

Domingo, 12 de Mayo de 2019
















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