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HÉCTOR FRANCISCO DECOUD (+)

  LA MASACRE DE CONCEPCIÓN ORDENADA POR EL MCAL. LÓPEZ - Por HÉCTOR F. DECOUD


LA MASACRE DE CONCEPCIÓN ORDENADA POR EL MCAL. LÓPEZ - Por HÉCTOR F. DECOUD

LA MASACRE DE CONCEPCIÓN

ORDENADA POR EL MCAL. LÓPEZ

Por HÉCTOR F. DECOUD

RPediciones

Edición al cuidado de JUAN F. SÁNCHEZ

Composición y armado: AGUILAR & CÉSPEDES ASOC.

Asunción – Paraguay

199 Páginas

 

 

ACERCA DE LA REEDICIÓN DEL LIBRO

 

         La masacre de Concepción fue el más gratuito de los numerosos crímenes cometidos por Francisco López contra la población civil del Paraguay.

         Los móviles del crimen no han quedado suficientemente claros, como tampoco resultan claros los de aquel otro incidente trágico conocido como la conspiración de San Fernando. Se puede, sin embargo, hacer un paralelo. Cuando la flota brasilera llegó hasta Asunción, a principios de 1869, un grupo de notables de la ciudad se reunió para deliberar sobre la grave amenaza, en ausencia de instrucciones del comando del ejército, que se encontraba en Paso Pucú, ya casi completamente rodeado por el ejército aliado, que apretaba el cerco. Por una combinación azarosa de suerte e impericia de la marina brasilera, López pudo huir del enemigo, y llegar hasta una estancia de su familia, San Fernando, cerca de la confluencia del río Tebicuary con el río Paraguay. Allí comenzó una investigación contra los supuestos traidores de Asunción, que habían pretendido, según delaciones, derribar el gobierno y entenderse con el enemigo. La investigación pretendía descubrir una conspiración y terminó en masacre. Cuando la flota brasilera llegó a Concepción, para cortar cualquier fuga de López hacia Bolivia, a principios de 1869, un grupo de notables de Concepción se reunió para deliberar acerca de las medidas que debían tomarse. Hay que recordar que, para entonces, el ejército de López ya había sido destruido en Lomas Valentinas (diciembre de 1868) y, en términos estrictamente militares, el curso de la guerra estaba definido: López había sido derrotado, no tenía posibilidad de reorganizar un ejército. Si la guerra no terminó en diciembre de 1868 fue porque López decidió sacrificar los restos de la población civil (incluyendo niños de 12 años) en una estéril guerra de guerrillas y porque los aliados no tenían la suficiente organización logística para concluir la persecución, más policial que militar, del fugitivo. (Dejamos de lado la cuestión de por qué lo permitieron escapar de Lomas Valentinas con unos 100 hombres mal montados, a vista y paciencia de la caballería riograndense.) La catástrofe de Lomas Valentinas significó la interrupción o el final de las comunicaciones, entre López y los jefes de muchas guarniciones del interior, incluida Concepción. Cuándo la flota brasilera se acercó a Concepción, hubo alarma y reuniones de emergencia. Pero la marina brasilera no desembarcó inmediatamente (tampoco desembarcó en Asunción en 1868, pudiendo hacerlo); su objetivo inmediato era el control del río. Esto permitió el restablecimiento de las relaciones entre Concepción y el Cuartel General de López, y la intervención de la policía de López, que vio en las reuniones aquella conspiración y comenzó con los arrestos e interrogatorios; éstos llevaron a la masacre de Concepción: al asesinato masivo de los conspiradores -ancianos, mujeres y niños, precisamente aquellos que no habían sido enrolados en un ejército que ya enrolaba niños y ancianos. Lo que hace particularmente censurable la masacre de Concepción es que se cebó en personas carentes de poder político y militar, que no podían significar ninguna amenaza para el gobierno. Las víctimas de San Fernando fueron, en gran medida, personas de influencia militar y política que, hipotéticamente, podían enfrentar a López; si esto no justifica el asesinato de Benigno López, Vicente Barrios, Saturnino Bedoya y otros, lo hace menos monstruoso que la represión contra la población civil de Concepción. Y, sin embargo, se puede continuar el paralelo: tanto en San Fernando como en Concepción, fueron la suspicacia del déspota y las intrigas de los espías las que comenzaron la cadena de apresamientos e interrogatorios bajo tortura que produjeron confesiones desesperadas que, a su vez, condujeron a nuevos apresamientos y torturas. En situaciones semejantes, el torturado dice cualquier cosa para evitarse el dolor; su testimonio falso compromete a personas que, violentadas, dicen lo que sus verdugos les exigen decir o inventan lo que pudieran querer oír. Situaciones semejantes hemos visto durante la tiranía de Stroessner, en procesos políticos que, de no ser trágicos, serían cómicos por lo absurdo de sus procedimientos. López fue un Stroessner más perverso porque lo exacerbó la derrota, pero el fondo de su dictadura fue similar al de la de Stroessner- al de cualquier dictadura. Es comprensible, entonces, que La masacre de Concepción, libro testimonial de Héctor Francisco Decoud, haya sido eliminado de la Biblioteca Nacional y de cualquier librería o biblioteca en tiempos de Stroessner. El fugitivo de Boquerón, identificado con el fugitivo de Lomas Valentinas, comprendía que la crítica de la represión es crítica contra todo represor.

         "Sobre esta escena de horror'', dice Héctor Decoud prologando su libro, "en la que la perversidad de su responsable parece que hubiera querido superarse a sí misma, se ha guardado un silencio estudiado porque la posteridad, llamada a juzgar los hechos de la historia, la ignorase u olvidase; pero este propósito no ha de verse realizado..." Las palabras de Decoud son actuales; quizás son, hoy, más actuales que en 1926, fecha de edición de La masacre de Concepción. En el año 1920 recorría el mundo el fantasma del nazismo, con su culto del militarismo, de la violencia, de la subordinación al jefe militar y demoníaco. En 1926 se celebró en Asunción el centenario del nacimiento de Francisco López, una manifestación local y epigónica del fascismo internacional.

         En 1936, el mismo gobierno que se declaró partidario de los totalitarismos europeos, por decreto, decretó la glorificación de Francisco López. En 1940, la dictadura fascista de Morínigo afirma el culto de López como ideología oficial, y este culto perverso pasa a los gobiernos posteriores, incluyendo el largo y ominoso gobierno de Stroessner (1954-89). Caído Stroessner, el culto de la tiranía cae en descrédito, y se siente la necesidad de volver a los testimonios válidos, pasando por encima de la trama de falsificaciones de los O'Leary. Es, entonces, el momento de reeditar La masacre de Concepción, libro que incluye en el apéndice interesantes documentos acerca de la tiranía lopizta, la que condenó a Héctor Decoud, a los 10 años de edad, a abandonar su casa de Asunción y marchar para Humaitá, donde se lo internó en un campo de concentración. De todos los libros publicados por Decoud, es éste el más emocionante como alegato contra el despotismo y no es de sorprender que los déspotas hayan hecho lo posible para ponerlo fuera de circulación.

 

         GUIDO RODRIGUEZ ALCALA

 

 

UNA PALABRA

 

         Uno de los crímenes más atroces mandados ejecutar por el mariscal y presidente de la República, Francisco Solano López, es la masacre de Concepción, en la que sucumbieron, hacia el final de la guerra del 64, las familias más distinguidas, inocentes criaturas, ancianos valetudinarios, ciudadanos reputados por su integridad, y humildes y leales soldados. Sobre esta escena de horror, en la que la perversidad de su responsable parece que hubiese querido superarse a sí misma, se ha guardado un silencio estudiado para que la posteridad, llamada a juzgar los hechos de la historia, la ignorase u olvidase; pero este propósito no ha de verse realizado, y aquel espantoso drama, en el que los peores instintos se complacieron con el regocijo infernal de una orgía de sangre, contribuirá a que la conciencia nacional se forme el juicio que merece quien, cuando la patria se agitaba en los estertores de la agonía, entre ruinas, miserias y sollozos, tenía todavía ánimo para ordenar fríamente nuevas y horribles matanzas...

         Conocedor de aquella terrorífica página de crimen y de dolor, yo la relato para que ella sea un hachón de luz que ilumine la verdad tan tenazmente desfigurada. A los resplandores de esta luz siniestra, la figura del gran culpable, convertido en héroe nacional por el falseamiento de la historia, aparecerá tal como es en sus tétricos contornos de verdad, que lo hacen verdugo de su patria.

         Quedan, pues, las inmolaciones de Concepción, incluidas en las tablas de sangre donde figuran las víctimas del Mariscal López.

 

         HÉCTOR FRANCISCO DECOUD

 

 

 

LA MASACRE DE CONCEPCIÓN

 

         Je demande a Phistorien l'amour de l'humanité ou de la liberté;

sa justice impartiale no doit étre impassible. Il faut,

au contraire, qu' il souhaite qu' il espére,

qu'il souffre, ou soit heureux de ce qu' il racconte.

 

         Villemain, "Cours de Littérature"

 

        

         La horrorosa masacre de San Fernando e Itá Ybaté, ordenada por el mariscal López, había llegado a conocimiento de todos los habitantes de la República, como era natural, por lo mismo que se trataba de acontecimientos trágicos de intensa repercusión aterrorizadora para el resto de los sobrevivientes, sujetos al alcance del tirano.

         Los jefes de los departamentos que permanecían aún en sus puestos, por hallarse distantes del teatro de los sucesos, así como los pocos ancianos e inválidos que residían en todos los pueblos, y que, felizmente, sobrevivían, gracias a la providencia de Dios, no desconocían la situación dificilísima de su existencia. Vivían presa de constante sobresalto, pensando sólo, a semejanza del sentenciado a muerte, en el día siguiente y en la nueva zozobra y el nuevo interrogante que les traería.

         Nadie tampoco ponía en duda el fin desastroso que tendría la guerra ante los avances sucesivos de los aliados que llegaban hasta el pie de la cordillera de los Altos y ocupaban la Asunción, capital de la República. Todos se daban cuenta de que la parte más poblada del país, fuente de recursos y base para el sostenimiento de la lucha, había caído ya en poder del enemigo y que las fuerzas y elementos con que éste contaba eran aplastadores; pero, aún así, se mantenían firmes, como desde un principio, en favor del mariscal López, en la ingenua creencia de que él encarnaba la santa causa de la patria, cuya bandera defendían en un incesante renovar de hazañas.

         En este estado de cosas, el marqués de Caxias recibió aviso por los jefes y oficiales, pasados y prisioneros paraguayos de Tororó, Avay e Itá Ybaté, que el mariscal López proyectaba huir a Europa, por Bolivia, y entonces dispuso el bloqueo de todo el litoral paraguayo, por manera a impedir aquel propósito.

         El mariscal Guillarme, que le reemplazó, mandó ejecutar aquella disposición, y a fines de enero de 1869, una parte de la escuadra brasilera, que se encontraba en la Asunción, remontó el río Paraguay, pasando de largo la mitad de ella y fondeando la otra mitad frente al lugar conocido por Itacurubí, distante dos leguas al norte de la ciudad de Concepción, sin que ninguna de las autoridades ribereñas se hubiesen siquiera apercibido de la estela que iba dejando.

         La presencia de esta escuadra en las aguas de Concepción alarmó a todo el vecindario, particularmente al teniente Zacarías Benítez, que comandaba interinamente aquel departamento, y, mientras recibía contestación del mariscal López, a quien había comunicado lo ocurrido, convocó a una reunión al juez de paz, Gómez de Pedrueza, al cura párroco, Policarpo Páez, a los jefes, jueces de paz y curas párrocos de los pueblos limítrofes, así como a los vecinos más caracterizados de las respectivas localidades, ancianos e inválidos, todos imposibilitados para el servicio de las armas, por cuyo motivo se encontraban viviendo en compañía de los miembros de sus familias no combatientes.

         En la reunión se resolvió, por unanimidad, adoptar el mismo procedimiento observado en la Asunción, ante la presencia inesperada de los acorazados brasileros: desocupar inmediatamente la ciudad de las familias y población en general, así como de las fuerzas que la guarnecían, fijándose para la residencia de las primeras, dos leguas al interior del departamento, y para las segundas, el establecimiento denominado La Plana (1), situado en los suburbios de aquélla, a unos 1.500 metros de la orilla.

         Tomadas estas medidas, el comandante, teniente Benítez fue llamado desde Azcurra por el mariscal López, con orden de entregar la comandancia al juez de paz, Gómez de Pedrueza, quien, en caso de un desembarco del enemigo, debería ir internándose hasta recibir los refuerzos que oportunamente se le enviarían.

         Entretanto, la escuadra brasilera, aumentaba continuamente con la llegada de otras unidades, y las fuerzas prometidas por el mariscal López no aparecían, alarmando más y más esta circunstancia a las autoridades y a la población en general.

         Entonces, el comandante Gómez de Pedrueza, se trasladó a Yuty, en donde acampó y se preparó para luchar, en vista de las ventajas que ofrecían la posición y los accidentes naturales del terreno, condiciones que no reunía La Plana. Las guardias destacadas en la costa del río Paraguay para observar el movimiento de la escuadra enemiga, las conservó siempre en sus respectivos puestos.

         Del traslado de su destacamento a Yuty, como de todas las novedades ocurridas, dio noticias al mariscal López, mereciendo su aprobación.

         Mientras sucedía todo esto, el capitán, después mayor Lara, venía emprendiendo viajes periódicos, desde el campamento de Azcurra, del mariscal López, a Concepción, para informarse aparentemente del estado en que se encontraba la población; o ya de la cantidad de hacienda existente, a fin de apresurar el envío al ejército, de las remesas de ganado vacuno; o ya con objeto de disponer el despacho de frutos del país, consistentes en almidón, maíz, miel, tabaco, yerba mate, etc. La última vez que estuvo en Concepción, hacia los primeros días de febrero, se instaló en Laguna, y reclutó a los ancianos y a las criaturas de 11 y 12 años, formando con ellos el 2º regimiento de Caballería. Esta actitud, indujo a conjeturar que algo se temía, o que algo se tramaba, como, en efecto, así sucedió, según se verá más adelante.

 

         Una mañana, muy temprano, las guardias escalonadas en la orilla del río Paraguay, avisaron al comandante Gómez de Pedrueza, que la escuadra enemiga hacía preparativos de desembarco. Poco rato después, uno de los buques se acercó a la costa, con bandera blanca, llamó a los guardianes que estaban más próximos a la orilla y les entregó un pliego para el comandante de las fuerzas. Era un ultimátum para la rendición de la plaza.

         Enterado el comandante Gómez de Pedrueza, del contenido del pliego, lo envió por un chasque, a toda carrera (2) al mariscal López, y se aprestó para la defensa de la posición.

         Días después de este envío, o sea a mediados de marzo, llegó a Concepción el capitán José Pérez, del campamento de Azcurra, con una comunicación para el mayor Lara. Impuesto de ella, este jefe apresó al comandante Gómez de Pedrueza, al suegro de éste, José Irigoyen, comandante de la región comprendida entre los ríos Apa y Blanco, al cura Policarpo Páez, y a todos los asistentes a la reunión convocada por el comandante, teniente Benítez, y mandó remacharle una barra de grillos a cada uno de ellos. Al día siguiente, los dos primeros fueron enviados al campamento de Azcurra.

         La inesperada prisión de dichos ciudadanos, que lo eran muy íntegros, queridos de todos y fieles servidores del mariscal López, produjo gran indignación en el ánimo de toda la población concepcionera, así como en el de los soldados de la guarnición, que los respetaban y les profesaban, particularmente al comandante Gómez de Pedrueza, un cariño comparable al que inspira un verdadero padre.

         Esta indignación en contra del mariscal López, subió de punto, cuando a diario se confirmaban por los chasques, que iban y venían a Azcurra, y más anteriormente a Pikysyry, las atrocidades que se habían cometido y seguían cometiéndose contra los honorables ciudadanos recientemente enviados al ejército, cuyo único delito consistía en ser personas de rango social y acaudaladas. Entonces, el jefe de Horqueta, Julián Ayala, el presbítero Cecilio Román (3), el vecino Manuel Villalba (a) Paí Viá, y otros más, guiados por el sargento Adriano Cabañas, uno de los pocos vigorosos con que contaba la guarnición, antes de exponerse a la misma suerte de Gómez de Pedrueza, Irigoyen y demás compañeros, corrieron a la orilla del río Paraguay hasta divisar la escuadra brasilera, a la que hicieron señales de llamada con pañuelos blancos. Al poco rato, acudió una embarcación, en la que subieron y fueron a bordo de uno de los buques de aquella escuadra, considerándose todos, desde ese momento, salvados de las garras del tigre.

         Estas deserciones fueron el pretexto aparente de que se valió el mariscal López para ocuparse con preferencia de Concepción, que, hasta entonces, se había mantenido libre de su sed de sangre y de despojo, aun sabiendo aquel, que la mayoría de las familias decentes de aquella ciudad, eran ricas en estancias, dinero amonedado (onzas de oro y patacones Carlos IV), alhajas de oro y piedras preciosas, con cuyos caudales podría, ¡qué tiempo!, haber contribuido a engrosar más todavía las ya repletas bolsas sin fondo de su compañera postiza (4).

         Al mariscal López le constaba -que las familias decentes de Concepción siempre se mostraron partidarias de su hermano Benigno, y que después del fusilamiento de éste, esta adhesión se había acentuado, aunque sólo se revelase más veladamente.

         Una venganza mas, como tantas otras, a que estaba acostumbrado, era para él algo de muy poca monta, estando como estaba, de por medio, la codicia de apoderarse de aquellos caudales cuya posesión le obsesionaba.

         Esta maligna pasión, que le torturaba sin cesar, le impulsó a obrar esta vez con más presteza, habida en cuenta el bloqueo de los pueblos ribereños por la escuadra brasilera, que brindaba facilidades a las concepcioneras, para que en el día menos pensado se embarcasen con sus fortunas en cualquiera de esos buques, y bajasen a la Asunción u otro punto que las pusiera a cubierto de sus zarpazos.

         El mariscal López, después de tantas cavilaciones, resolvió servirse de un sacerdote, como acostumbraba hacer, en todos estos casos, para enviarlo a Concepción, con el objeto aparente de pulsar el pensamiento de las familias ricas, por medio de la confesión, independientemente del capitán Lara y de los presbíteros Manuel Velázquez y Francisco Regis Borja, enviados con anterioridad a éste fin, en carácter de capellán mayor de las fuerzas destacadas en aquel departamento y en el de San Pedro.

         Por indicación del capellán mayor del ejército, y fiscal de sangre, presbítero Fidel Maiz, fuéle conferida esta comisión al presbítero Juan Isidro Insaurralde, bajo la misma designación de los otros dos ya citados.

         Al recibir en Azcurra el presbítero Insaurralde, la orden para esta comisión, el mariscal López le encargó, con especialidad, que fuese a levantar en favor de su causa, el espíritu de la población de Concepción, completamente revolucionada en su contra, y que tuviese mucho cuidado en esto, para conseguir mérito ante él, que, de lo contrario, sería víctima.

         Por separado, el presbítero Maiz, le dio las instrucciones referentes a la confesión y al procedimiento que debía observar con las familias traidoras de aquella ciudad.

         Luego pasó a recibir órdenes de Mme. Lynch de Quatrefages (5), quien le habló de los deberes que tenía para con la patria y con su excelencia, el presidente de la República; que había llegado el momento de poner a prueba su patriotismo, y que esperaba de él lo pondría muy alto.

         Después de una larga arenga en este sentido, lo invitó con una copa de aguardiente, y al despedirlo, le recomendó que tratase de conocer el paradero del dinero amonedado y alhajas que las familias concepcioneras habían enterrado bajo de tierra para entregar a los cambá (6).

         En momentos en que el capellán mayor Insaurralde se proponía rendir cuenta al mariscal del sentimiento patriótico que animaba a las familias concepcioneras, llegó a Horqueta el sargento mayor, Gregorio Benítez (a) Toro Pichaí (7), y al día siguiente, lo apresó y, con una barra de grillos lo mandó al campamento de Azcurra. Esta prisión obedeció al cumplimiento de órdenes emanadas del mariscal López, que se manifestó disconforme con la conducta pacífica del comisionado para con aquellas familias.

         Sin embargo, entre éstas, se consideró el hecho como derivado de asuntos de faldas, urdidas y fomentadas solapadamente por el también capellán, presbítero Borja, que las puso en conocimiento del mariscal López, porque no pudo tolerar que su colega le fuese usurpando la preponderancia que él aspiraba ejercer sobre aquellas.

         El presbítero Insaurralde explica su conducta en estos términos:

 

         "Cuando yo llegué preso a Azcurra, dice, el fiscal del crimen, presbítero Fidel Maiz, me preguntó, al recibirme, si sabía la causa de mi prisión. Le contesté que la ignoraba completamente, a pesar de haber hecho un maduro examen de mi conciencia sobre la falta en que hubiera podido incurrir en el desempeño de la comisión que me fue confiada, y que, por lo tanto, me dijera él mi delito. Entonces, sacando la espada y amenazándome con ella, me dijo: que por haberme relacionado y protegido en sus necesidades y guardado consideración a esas familias traidoras, putas, y sin consideración, estaba preso. En realidad, yo, había proporcionado una carreta a una de las familias consideradas así, para su transporte a Horqueta, con motivo de haber estado gravemente enferma, para reparar su salud, con la asistencia del cirujano que allí estaba, tratándome, por este motivo, el fiscal, de traidor más refinado.

         En cuanto al retrato del mariscal López, debo decir, que una mañana, estando ya preso, el padre Borja sacó el retrato del mariscal López, en la plaza de la iglesia de Horqueta, en donde habíase reunido mucha gente, y dirigiéndose al mayor Benítez (a) Toro Pichaí, que estaba presente, le dijo: que todos los traidores habían de sucumbir en la punta de la espada de este hombre (señalando al retrato del mariscal), así como sus familias.

         Termina su informe diciendo: "durante mi comisión de dos meses, no he tenido ocasión de clasificar de traidoras a las familias concepcioneras, y muy al contrario, siempre demostraron un gran patriotismo en favor de la causa nacional" (8).

 

         Días después de la remisión de Gómez de Pedrueza y compañeros, fue ordenada la del cura Páez, también al campamento de Azcurra, quien, a poco andar, consiguió de sus guardianes, lo entregasen al enemigo. Debido a esta circunstancia, se salvó de una muerte segura, sucumbiendo solamente aquéllos, como se ve más adelante. El presbítero Páez, fue enviado a la Asunción por el comando de las fuerzas brasileras, y dada su preparación, prestó importantes servicios al gobierno provisorio, y más tarde, electo convencional, fue uno de los que contribuyó eficazmente a la sanción de la Carta Magna, que, felizmente, nos rige.

         El mayor Bernal, que se había recibido de la comandancia de Concepción, en reemplazo de Gómez de Pedrueza, entregó en seguida el mando al capitán José Pérez, enviado por el mariscal López. Este militar era uno de los que le inspiraba más confianza en el ejército, y perteneció al lucido cuerpo conocido por Cazó Pytá (pantalón colorado) que, en tiempo del finado presidente, Carlos A. López, constituyó su escolta presidencial. 

         El capitán Pérez, a pesar de ser hombre ya entrado en edad, desplegó desde el primer momento una actividad asombrosa en el desempeño de su cometido, causando gran admiración a sus soldados y confianza a la población entera. Fue a explorar, personalmente, la posición de la escuadra brasilera, y no habiendo encontrado sino tres buques de guerra en Itacurubí, mandó trasladar todas sus fuerzas a la ciudad de Concepción, ocupando el cuartel próximo a la orilla del río Paraguay, en donde se acantonó y aguardó el desembarco que se anunciaba. 

         Mientras esto ocurría en aquella ciudad, Gómez de Pedrueza, Irigoyen (su octogenario suegro), y demás compañeros, fueron encepados y azotados cruel e inhumanamente, tal como se había hecho con las desgraciadas víctimas de la supuesta gran conspiración de San Fernando, y, transidos, moribundos, confesaron (¡quién resiste al intenso dolor!) todo lo que dictaba la imaginación del general Resquín, siempre ávido de sangre. Así, pues, aprovechó la buena oportunidad que se le presentaba para vengarse, a sus anchas, de la culta sociedad concepcionera, contra la cual alimentaba constantemente un rencor feroz, esperando con la paciencia del felino, el momento propicio para desencadenar la terrible tempestad sobre aquellas víctimas predestinadas.

         En efecto, se hizo figurar como que Gómez de Pedrueza e Irigoyen estaban en inteligencia con el enemigo, y que, en previsión de toda sospecha, el primero había enviado apresuradamente la nota brasilera al mariscal López, expresándole al mismo tiempo, los nombres de sus cómplices, para la entrega de la plaza, así como los de las familias que se habían comprometido a coadyuvar a su realización con el dinero amonedado y alhajas que tenían. Semejante efugio, estaba lejos de la verdad. Lo que hubo de cierto, fue que aquellos desgraciados hombres, no pudiendo resistir a los azotes que recibieron desde su llegada al campamento, amanecieron muertos, dos días después. Este suceso trataron de cohonestar, haciendo aparecer en el parte del estado mayor del ejército, que fallecieron de muerte natural (9).

         El mariscal López, en consecuencia, llamó al sargento mayor, Gregorio Benítez (a) Toro Pichaí (10), que se encontraba en Tacuaral, hoy Ypacaraí, al mando de un destacamento, en la vanguardia del ejército, y lo despachó a Concepción con la orden de ir a castigar, severa e inmediatamente; a todos los oficiales, soldados, familias y demás complicados en la supuesta entrega de la plaza, cuyos nombres figuraban en la lista que le dio, agregándole que, para el mejor cumplimiento de la comisión, se le proporcionarían los mejores lanceros del ejército.

         El mayor Benítez, era uno de los jefes más bárbaros e inhumanos con que contaba el ejército, y como tal, la comisión confiádale, fue por indicación y a sabiendas del jefe del estado mayor, general Resquín, quien, como queda dicho, con el ánimo predispuesto contra las familias decentes de Concepción, desde el tiempo en que se encontró al frente de la comandancia militar de aquel departamento.

         Bien se explica, entonces, la elección de la persona que, cual tigre cebado, iría, a destrozarlas despiadadamente y con la más refinada crueldad.

         La animosidad del general Resquín en contra de las familias concepcioneras, nació a causa de que éstas nunca le guardaron las consideraciones dispensadas a los cultos caballeros asuncenos que visitaban a menudo aquella importante y floreciente ciudad.

 

         La fama de Toro Pichaí, como hombre de fuerza irresistible, arranca desde San Fernando. Explicaré ligeramente su origen.

         Cuando el mariscal López mandó iniciar la horripilante tragedia en aquel paraje, muchos de los soldados, cabos y sargentos designados expresamente para los azotamientos, mal alimentados y peor dormidos, se encontraban extenuados, por lo que no podían complacer, en su penoso cometido, a los fiscales de sangre, que querían ver saltar en pedazos la carne de aquellos desgraciados. Entonces, el estado mayor, siempre a cargo del general Resquín, mandó reemplazar a los azotadores con los oficiales más vigorosos de la graduación de alférez, cayendo entre éstos Gregorio Benítez, apodado después con el mote de Toro Pichaí.

         En el primer día de su estreno, tuvo que azotar al desgraciado Cándido Augusto Vasconcellos, comerciante establecido en Barrero Grande (11).

         La causa de su prisión no obedecía sino a la de ser hermano del vicecónsul de Portugal, Antonio Vasconcellos, pues aquél, consagrado enteramente a sus negocios comerciales, muy raras veces bajaba a la capital. Tan arraigada estaba en la conciencia pública la inocencia de esta víctima, que al conocerse el motivo de su desventura; se produjo una indignación general; traducida en sorda protesta.

         Semejante injusticia repercutió cruelmente en la señora esposa, quedando ésta en la más espantosa desolación y obligada, por orden del mariscal López, a soportar las indescriptibles penurias de las destinadas, con su hijo en brazos, hasta los desiertos de Espadín, punto de redención de todas aquellas infelices, mediante la providencial mano del valiente e intrépido coronel Antonio José de Moura (12).

         El desgraciado Cándido A. Vasconcellos, se encontraba encepado de los pies, tirado a la intemperie, sin prendas de abrigo, semidesnudo, demacrado por el insomnio y el hambre; entumecidas las extremidades por las ligaduras del cepo perpetuo: lívido el cuerpo por los brutales maltratos corporales, y las espaldas laceradas por los latigazos. Era tal su mísero estado físico, que, unido a la luenga barba y cabello, era capaz de despertar conmiseración aun en el más embotado sentimiento de cualquier especie humana, y no el salvajismo sin paralelo, consumado en su persona. ¡Quién creería, que crueldad tanta, fuese ordenada por hombres que se jactaban de llamarse ministros de Dios, y consagrados exclusivamente, por educación y hábitos, a enseñar y practicar una de las más bellas y sublimes máximas de la cristiandad: ¡Amaos los unos a los otros!

         Pues bien, el delito de este hombre consistía en decir la verdad, negando rotundamente la complicidad con su hermano, a quien el mariscal López sindicaba en el número de los once firmantes del consabido documento de la quinta de Salinares, el cual no era más que una de las tantas patrañas, muy en boga en aquellos lúgubres tiempos, y para las que la imaginación de los señores de horca y cuchillo era tan fecunda, toda vez que ellas tendiesen a la satisfacción de sus feroces instintos y relajada moral.

         Pero tanta era la fiereza con que se aplicaban aquellos castigos, que cuando apenas recibió diez y siete azotes, de los cincuenta a que había sido condenado por los fiscales de sangre Maiz y Román, el infeliz cayó al suelo con el brazo derecho fracturado y hechas girones las espaldas. Fue fusilado después de cinco días de su terrible castigo con las heridas gangrenadas y en estado ya agónico, (13). Seguidamente, fuéle confiado el azotamiento de Benigno López, Obispo Palacios, José Berges, Gumersindo Benítez, y otros más, entre los cuales se contaba al virtuoso anciano Hilario Recalde, miembro de la distinguida familia de este apellido, de 70 años de edad, casado con María de Jesús Gasiaga, y padre de los ciudadanos Bernardo, Hilario, Enrique, Augusto, Eduardo, Emilia, Clara, Josefa, Matilde, Catalina, Serapio, Ángela y Gregorio Recalde.

         Se le intimó a que declarase su complicidad en la supuesta gran conspiración; pero el estoico e integérrimo anciano, que siempre, e invariablemente, contestaba en forma negativa a la pregunta, volvió a ratificarse en sus declaraciones, es decir, su más completa ignorancia del asunto. Se le previno, entonces, por sus azotadores, que más le convendría declarar su participación en el crimen que se intentó llevar a cabo contra la Patria y el Gobierno; que, en tal caso, podría merecer el perdón del magnánimo y excelentísimo mariscal López.

         El desgraciado hombre, que apenas podía quedarse de pie por su extrema consunción, agravado por la gran hernia que padecía, y aún con las espaldas ulceradas y agusanadas a causa de los azotamientos que cada día recibía, se mantuvo fiel a los dictados de su conciencia honrada, contestando, en medio de atroces sufrimientos, que él era inocente, y que tampoco tenía conocimiento del crimen, cuya participación se le imputaba con tanta insistencia.

         Toro Picháí, que se había agenciado exprofeso el mejor rebenque, deseoso de afianzar su bien triste fama, dio principio a su cometido; pero, de los 50 azotes a que fue condenado el desventurado anciano, sólo pudo resistir once, cayendo al suelo con dos costillas rotas. Estas fracturas le produjeron la muerte en el trayecto que se le obligó a hacer a pie, desde San Fernando a Pikysyry (14).

         Por estas y otras hazañas, este hombre de triste recordación, fue ascendido a teniente, y luego a capitán, el mismo día de su llegada a Pikysyry, grado que le confirió el propio mariscal López, quien, personalmente, le entregó sus despachos en presencia de los jefes y oficiales del estado mayor del ejército que al efecto se formaron en cuadro, como acto de distinción con que fue halagada y estimulada su ferocidad de verdugo, tan grata al monstruoso tirano.

         Así, pues, júzguese como se quiera al capitán Benítez, lo cierto es que, además de las tres vueltas de galón, con que fue premiado, recibió el bautismo de Toro Pichaí; vocablo que significan, el primero, la fuerza del toro, demostrada con los azotamientos; y el segundo, por su cabellera encrespada e hirsuta, semejante al pelo rizado de los raros ejemplares de esta clase de vacuno, y que, generalmente, suelen distinguirse en las corridas de toros, por la gran furia de sus acometidas, características con que la naturaleza había dotado a este hombre, y que le valieron para qué, de su bien ingrata prueba, se le aplicara tan apropiado apodo, origen de su triste fama.

         Luego, pues, al aceptar el mariscal López la designación de aquel bárbaro, propuéstole por el general Resquín, era porque conocía ya los antecedentes del candidato, por haberle dado pruebas, más de una vez, de su carácter violento e instinto feroz. Confirma este aserto, el propio jefe de la mayoría, coronel Centurión, como se verá más adelante.

         Por otra parte, nadie como Toro Pichaí, estaba mejor interiorizado de la sociedad concepcionera, por haber actuado en su seno en calidad de agente de policía durante el tiempo que el general Resquín estuvo al frente de la comandancia dé aquel departamento. Fue uno de los más afamados pyragües (espía) con que contó para conocer hasta la vida privada de cada uno de los miembros de aquélla. Además, para el mejor desempeño de su odioso cometido, había llegado hasta violar a muchas sirvientas de las casas sospechosas, como las de Quevedo, Ruda, Irigoyen y otras, por cuyas hazañas su jefe lo ascendió a cabo. Sin embargo, muy lejos estaría entonces de su imaginación, la idea de que, un día no lejano, ostentaría los galones de sargento mayor, y sería dueño de vida y hacienda en aquella población.

        

         El jefe del estado mayor del ejército, general Resquín, puso a las órdenes de Toro Pichaí; para la campaña a emprender, cinco Acá Yboty (15). y dos ayudantes, como también una orden del fiscal de sangre, capellán mayor, Fidel Maiz, dirigida a sus colegas, los presbíteros Juan Isidro Insaurralde, Francisco Regis Borja y Manuel Velázquez, que, como se ha visto, se encontraban en comisión en el departamento de Concepción, para que se pusieran a las órdenes del predilecto comisionado.

         Listo ya para partir, fue Toro Pichaí a ponerse a disposición del ministro de la guerra, Caminos, de los fiscales de sangre, comandantes Franco, Aveiro y Centurión, quienes le ordenaron que se ciñera en un todo a los procedimientos observados con los traidores en San Fernando e Itá Ybaté, bajo apercibimiento de que, si así no lo hacía, sería declarado traidor a la patria y penado como tal.

         Toro Pichaí, con esta amonestación, el pliego para los capellanes de Concepción, la lista fatal entregádale por el mariscal López, sus dos ayudantes y cinco Acá Yboty, se largó, a fines de abril; por la carretera que conducía a Concepción. Le acompañaba también el alférez de caballería, Ventura Limeño, nombrado recientemente, jefe de Horqueta.

         Después de pasar la villa de San Pedro se encontró con unos chasques del comandante de Concepción, enviados al campamento del mariscal López, quienes le informaron que algunas de las familias que precisamente figuraban en su lista se encontraban en Tacuatí. Resolvió entonces, dirigirse a este punto.

 

         Sediento de sangre como iba el salvaje comisionado, así que echó pie a tierra en el pueblo de Tacuatí dispuso la reunión inmediata de todas las familias concepcioneras que se encontraban allí, operación que se llevó a cabo antes de veinte minutos, porque la casa más lejana de la guardia policial, como llamaban a la jefatura política, no distaba unos ochenta metros. Y bien sabido es, que en aquel entonces, una orden como la de Toro Pichaí, se cumplía sin pestañear y a toda carrera.

         Las familias fueron colocadas en fila, en la plaza de la iglesia, sacándose ocho señoras y señoritas de entre ellas, pertenecientes a las de García, Ruda y Villa, que fueron conducidas a uno de los costados del cementerio, distante como cien metros de allí, y dónde, en presencia de toda la población, fueron desnudadas hasta de la camisa, y luego lanceadas despiadadamente, sin ninguna formalidad previa y sin los consuelos espirituales, al menos.

         Bien muertas las ocho, el siniestro comisionado pasó a las casas de estas desgraciadas, y comenzó a recoger personalmente de cada una de ellas todas las alhajas, dinero y ropas que habían pertenecido a las difuntas, quedándose él con todo lo de más valor y entregando el resto en la guardia, con la orden de ser enviado prontamente al mariscal López.

         El alférez Limeño, citado, que acompañaba a Toro Pichaí, al referirse a estos asesinatos, dice:

         "Antes de llegar a Concepción, nos dirigimos a un pueblito llamado Tacuatí, sabiendo que allí existían algunas familias de las que debían ser ejecutadas por orden del mariscal López, y, tan luego como llegamos, Toro Pichaí hizo apresar a ocho señoras y señoritas, y en seguida las mandó conducir detrás del cementerio, y en presencia de toda la población, las hizo desnudar hasta de la camisa y las hizo lancear sin ninguna clase de formalidad, y seguidamente pasó, en persona, a las casas de las ejecutadas y empezó a recoger todas las alhajas, dinero y ropas de las víctimas, guardándose él los objetos de más valor y depositando en la guardia los que no podían serle útiles" (16).

 

         Al día siguiente, 29 de abril, muy temprano, Toro Pichaí continuó su marcha en dirección a Horqueta, en donde entró en la mañana del 2 de mayo, luciendo en el cuello una verdadera sarta de preciosos rosarios, cadenas y collares de oro, y excepto los pulgares, los demás dedos de las manos completamente cubiertos de anillos, también de oro, con incrustaciones de piedras valiosas, todo ello fruto del despojo hecho a las desventuradas familias traidoras que acababa de sacrificar.

         El sanguinario comisionado, con la lista de las distinguidas familias concepcioneras formulada por su protector, el general Resquín, bajo la inculpación de complicidad en la supuesta traición de Gómez de Pedrueza, y entregádale por el propio mariscal López, lo primero que hizo fue mandar recoger en la guardia policial a veintitrés, entre señoras y señoritas de las más notables de Concepción, calificadas de traidoras por el mariscal López y que se encontraban residiendo entonces en aquel pueblo, por cuyo motivo, de Tacuatí se habían dirigido allí. A la esposa del comandante Gómez de Pedrueza, Felicia Irigoyen, y a Carmen Agüero, madre de Rafaela (17) Josefina y Aurelio Agüero, las mandó colocar del cuello en el cepo Ybyrá Cuá (18). Para la segunda señora, llevaba el comisionado recomendaciones especiales en el sentido de que fuera una de las primeras de las que se ejecutasen, por tratarse de la madre de tres hijos de su hermano Benigno López, cuya inmolación, ejecutada a impulsos de su desenfrenada codicia, le remordía constantemente la conciencia, por lo que trataba de exterminar toda la descendencia del mismo.

         A propósito de aquel acto de salvajismo, usado con la distinguida señora Felicia Irigoyen de Pedrueza, poco tiempo después de haber desempeñado un brillante papel en el ejercicio de una misión relacionada con un acto público en que se trataba de honrar al mariscal López, no resistimos al deseo de dar al respecto, una breve relación.

         En fecha 17 de julio de 1869, en los precisos momentos de la arreada a San Fernando, punto inicial del desarrollo del plan trazado por el mariscal López, a base de la gran conspiración, se reunían en la 2º capital de la República, Luque, los ciudadanos y ciudadanas de las villas, departamentos y partidos de la República, que habían sido obligados a congregarse en dicha ciudad, para deliberar y armonizar pareceres acerca de los términos en que sería redactada una petición que, suscripta por todos ellos, elevarían al mariscal López, y en la que se le impetraría la gracia de consentir que su busto fuese estampado en la primera serie de monedas de oro nacionales que, del remanente de joyas donadas para la valiosa ofrenda dedicádale, serían acuñadas, así como para las que, en lo sucesivo, se acuñaren, de metal precioso.

         Con motivo de aquella memorable asamblea, la delegada por Villa Concepción, señora Felicia Irigoyen de Pedrueza, pronunció el siguiente discurso que, gustosos consignamos, no por su mérito literario, sino más bien, para que los lectores puedan apreciar mejor la negra ingratitud con que aquel tirano acostumbraba corresponder la lealtad y relevantes servicios de las personas de distinción.

         Hélo aquí:

 

         "Señores y señoras:

         "Nombrada por la Villa de Concepción para suscribir la petición suplicatoria que debe elevarse al Excmo. Señor Mariscal Presidente, pidiéndole que su busto se grabe en la primera moneda nacional que está por acuñarse, del producto de la ofrenda de joyas y alhajas que hizo todo el bello sexo, así como también en toda moneda que en adelante se acuñare de metal precioso, tengo el agrado de manifestar el beneplácito de mis comitentes, quienes me han encargado que exprese ante esta Honorable Asamblea, su satisfacción al adherirse a tan bello pensamiento, y que agradezca a las señoras que lo iniciaron, porque en verdad, fue una feliz inspiración.

         "La República entera se ha electrizado con la satisfacción de que en esa súplica, vamos a manifestar nuestro reconocimiento y gratitud a nuestro Salvador y Padre, cuya efigie en esa moneda, será el blasón de nuestras glorias.

         "Desde ahora digamos todos: ¡Viva el 24 de Julio!".

 

         Inmediatamente de la prisión de dichas señoras y señoritas, el jefe de la pandilla, acompañado del mayor Bernal, fue a recorrer las casas de las mismas, en las que se incautó de dinero, alhajas, ropas, y de todo cuanto de apetecible halló en ellas. Mandó llevar lo más valioso a su casa, y repartió a los paices tonsurados, ayudantes y Acá Yboty de la cuadrilla, las monturas y otros objetos chapeados en plata. Las mejores ropas, las repartió a las mujeres que le seguían siempre, y las de poco valor, mandó arrastrarlas por las calles, en medio de vivas al mariscal López, y mueras a los traidores y cómplices de los brasileros.

         Mientras tanto, se estaban construyendo a toda prisa, dos cuartuchos cerca del sitio elegido para la ejecución de estas desventuradas familias, víctimas inocentes del furor de aquel hombre sin piedad y sin corazón, que prevalido de su poder absoluto fulminaba la muerte, en torno suyo. Los dos cuartuchos fueron levantados toscamente, de ramas apoyadas a cuatro estacones, formando a guisa de paredes, gajos de árboles entrelazados, abiertos en el lado opuesto al sitio en donde debía tener lugar el lanceamiento. Estos cuartuchos estuvieron ya listos antes del obscurecer.

         Las familias de Horqueta, ante los aprestos terroríficos de Toro Pichaí, y las repetidas amenazas de lanceamientos, en todo lo cual le secundaban los magistrados de sotana y sus Acá Yboty, con esperanza de aplacar tanta saña, obsequiaron a estos huéspedes con un baile que, intencionalmente, se prolongó hasta después de amanecer; pero todo resultó inútil, pues no bien aclaró el día, ya comenzó la matanza.

         Como entre las más allegadas al comandante Gómez de Pedrueza, se contaba, naturalmente, su esposa, fue esta la primera que aparecía en la fatídica lista mencionada; con ella se inició la horrorosa tragedia. De la guardia policial la sacaron medio moribunda, a causa del suplicio tan violento, más todavía, encontrándose en estado interesante y ya en el período de alumbramiento. Luego la condujeron los Acá Yboty, cayendo y levantándose ella, a los confesionarios, como bautizaron los confesores de sangre ya nombrados, a los cuartuchos descriptos, en cuyo fondo se destacaba la silueta de estos dos inquisidores tonsurados, sentados en una silla de vaqueta, aguardando la llegada de las que debían ser ajusticiadas. La desgraciada, fue introducida en el ocupado por el paí (19) Borja, en donde cayó al suelo sin poder levantarse más a causa de unos fuertes dolores de parto.

         Toro Pichaí, que mandaba personalmente la ejecución, no se hizo esperar ante esta repentina escena, e inmediatamente dispuso la ejecución, con la advertencia a los verdugos, de que fuese doblemente lanceada, por tratarse de dos traidores: y sy jhá imemby (la madre y el hijo), les dijo.

         Los Acá Yboty la arrastraron entonces de los pies hasta uno de los lados de un corral de vacas, distante como cuarenta metros. Aquí la despojaron de sus aros y de un anillo de ramales de oro que llevaba, así como de todas sus ropas, hasta dejarla en traje de Eva, y luego, tendida de dolor en el suelo, la dieron vuelta hasta colocarla boca arriba, en cuya posición le hundieron sus lanzas, cosiéndole a chuzazos todo el cuerpo. Un gentío inmenso, atraído por los lamentos y gritos de socorro lanzados por la infeliz señora, al ser sacada de su prisión, concurrió al sitio y presenció este atroz asesinato. Muchos de estos testigos viven aún en Concepción.

         Aún se manifestaban las últimas convulsiones del cuerpo ensangrentado de la desventurada esposa y las del hijo, sorprendido por la muerte en el claustro materno, cuando las demás fueron sacadas del encierro, una a una y conducidas al sacrificio, sucesivamente en este orden: Carmen Agüero, Tomasa Urbieta de Irigoyen y sus tres hijas: Águeda, Felicia y Juliana Leona Irigoyen (esta última de 12 años de edad), madre aquélla, y hermanas éstas, del hacendado Romualdo Irigoyen; Prudencia Agüero de Carísimo, esposa de Rosendo Carísimo; Rosario Urbieta de Martínez, esposa de Blás Martínez, y la hija de éstos, Carolina Martínez, joven y hermosa, de 18 años de edad, en cuyo cuerpo se quebró la punta de hierro de una lanza; señora Manuela Martínez de Carísimo y sus cuatro hijas: Ana Josefa, Manuela Asunción, Mercedes y Natividad Carísimo, hermanas del nombrado Rosendo Carísimo; Antonia Quevedo de Aquino, madre de Cayo, Fulgencio, Francisco, Juan, Ramona y Bonifacia Aquino; Dolores Recalde, Francisca Martínez de Rodríguez y ocho más, entre señoras y señoritas, que, en total, sumaron las veintitrés. Las ocho últimas, nunca pudieron ser identificadas por la desfiguración que sufrieron en la salvaje masacre.

         Todas estas víctimas inocentes, fueron previamente sometidas a los confesores de sangre tonsurados, paices mayores (20), Borja y Velázquez, quienes, como se ha visto, se encontraban ocupando sus puestos en el fondo de los confesionarios improvisados.

         Al acercarse las condenadas a aquellos pastores de la cristiandad, se arrodillaban a sus pies implorando clemencia, y éstos las consolaban diciéndoles que si decían la verdad podrían conseguir la salvación; y, como todas, sin excepción, protestaban a la par de su inocencia, de decir la verdad, aquéllos se lanzaban al fondo del asunto, comenzando por preguntarles en qué lugar habían enterrado su dinero y alhajas. Las pobres, ante el peligro en que se encontraban y la mentida promesa de indulto, no se hacían esperar y confesaban de plano el sitio y demás pormenores, ansiados por los profanadores de la sacrosanta religión.

         Obtenido esto, que era el objeto primordial del interrogatorio, los confesores apuntaban los datos en un librejo; luego ordenaban a los Acá Yboty, que las dejasen ir a sus casas, y éstos, respondiendo a la consabida consigna, las conducían al sitio de la ejecución. Aquí eran despojadas de sus alhajas y de todas las ropas, conforme se había hecho con la esposa del comandante Gómez de Pedrueza. Todo en medio de los más groseros insultos y brutales empujones.

         Para presenciar estos actos eran conducidas las familias de las inmoladas, y con el mismo objeto concurría también casi todo el pueblo: unas atraídas por las lamentaciones y gritos de socorro de las pobres víctimas; otros, por quedar bien con aquella turba de desalmados; y los más, para recibir algo de los despojos de la muerte. Este último grupo lo constituían las queridas y amigas de los jefes, oficiales, Acá Yboty y paíces que actuaban en estas escenas de sangre. Estas allegadas se creían con más derecho que otras, a ser partícipes en el reparto, y en efecto, eran preferidas, particularmente en la distribución de las ropas, operación que se hacía en vida y en presencia de sus dueñas, estando éstas ya en trance de muerte.

         Las hermanas, Felicia y Juliana Irigoyen, fueron apresadas en la iglesia, a donde habían concurrido a una Salve. De allí fueron sacadas a empujones y llevadas, bajo una tunda de bofetadas, al sitio de la ejecución.

         Todos los cadáveres de las inmoladas fueron expuestos a la voracidad de los cuervos y de los famélicos perros, continuando insepultos un día entero, al rayo del sol, y recién al obscurecer, fueron arrojados a una fosa común, que se mandó cavar al lado mismo del sitio de la ejecución.

         El siguiente día, Toro Pichaí lo dedicó a los siete ancianos venerables de Concepción, que también figuraban en su lista, y a los que se tenían engrillados en la guardia policial, desde la tarde de su llegada.

         En efecto, apenas había amanecido, cuando fueron sacados uno a uno y conducidos al confesionario ya referido, y previa una confesión ligera que versaba particularmente sobre el sitio en donde habían enterrado sus dineritos, fueron lanceados despiadadamente sobre los charcones de sangre de las veintitrés señoras y señoritas inmoladas el día anterior. A éstos no se les dejó en traje de Adán, como sucedió con las mujeres, contentándose con mandar sacarles las camisas, para que las espaldas y pecho quedaran completamente libres para ser chuceados. Tal vez porque las partes pudendas del hombre, no incitaban la depravada curiosidad de los confesores y verdugos!

         Consumados estos horrorosos asesinatos, Toro Pichaí se trasladó con su comitiva a Laguna, en donde continuó su obra de exterminio, conforme le había ordenado el mariscal López. Aquí dio comienzo con la señora Ramona Rodríguez de Villa y sus tres hijas: Pepa, Victoria y Leona (21), la familia de Recalde y otras más, que se encontraban accidentalmente allí, por la circunstancia ya expresada anteriormente, y que tampoco pudieron ser identificadas. Luego, continuó la carnicería con la guarnición retirada de la ciudad y destacada en dicho punto. Para ello, la puso en formación, y con la lista en la mano, llamó a una veintena, entre oficiales, sargentos y soldados que, enfilados a unos quince metros de distancia, frente a sus compañeros, fueron lanceados sucesivamente sin más trámites. Entre éstos, se encontraban Manuel Carísimo, Daniel Quevedo, los hermanos Teofisto y Nolazco Recalde, hijos de la señora Dolores Recalde, recientemente inmolada en Horqueta; Manuel Sánchez, escribiente de la comandancia, y tres criaturas más, de 12 a 13 años de edad, llamados Almirón y Ramón Carayá. Total 8.

         Sobre este último se suscitó una duda. En la terrible lista figuraba, con letra clara, Ramón Carayá, y como resultaron dos soldados con este mismo nombre, o sea Ramón González y Ramón Miltos, no se supo a cuál de ellos aludía la fatal sentencia. Entonces, se resolvió que, para allanar de una vez la dificultad, los dos fuesen lanceados; pero en ese momento se presentó el mayor Lara, y manifestó que la dura orden se refería al segundo, puesto que había integrado las fuerzas al mando del comandante Gómez de Pedrueza, salvándose así el primero que, como se ve, estuvo a punto de ser ultimado también.

         Todos los retirados de las filas fueron lanceados inmediatamente, previa una parodia de confesión por los paices de sangre, quienes de esta vez no persiguieron ni dinero, ni alhajas, porque sabían que no tenían ni lo uno ni lo otro.

         Entretanto, el resto de la guarnición fue engrosando con los dispersos y comisionados, que fueron llamados con toda urgencia. Cuando ya no había quien debiera presentarse, se mandó formar, y luego se diezmó la fila, resultando doce hombres, en los que recayó la décima inexorable, y que fueron pasados por las armas. Estos doce fueron lanceados a veinte pasos de distancia de sus compañeros, y sin mis requisitos que la eterna parodia de una ligera confesión.

         Esta matanza, que horroriza y subleva de indignación el espíritu, sólo respondió al propósito del robo, como se ha visto, haciendo aparentar para ello, como real y efectiva, la inventada traición del comandante Gómez de Pedrueza. Ni más ni menos como la gran supuesta conspiración de San Fernando.

         De Laguna, la comisión terrorífica volvió a Horqueta, y se encontró con nueve personas, entre señoras y señoritas concepcioneras, contándose entre ellas, las familias de Córdoba y Echagüe, recogidas todas de los valles por el jefe de policía Limeño, por orden que le había dejado Toro Pichaí a su partida.

         La mayor parte de estas desventuradas señoras y señoritas, se encontraban a la llegada de aquel monstruo, encepadas de los pies en la guardia policial y tratadas como verdaderas bestias.

         La consiguiente inmolación de estas desgraciadas, no se hizo esperar, y al día siguiente de su llegada, al amanecer, fueron todas lanceadas por los Acá Yboty, después de una precipitada confesión por los tonsurados, mayores Borja y Velázquez, conforme se hicieron con las veintitrés anteriores.

         Tal fue la triste misión de aquellos sacerdotes, en quienes las cuerdas sensibles del sentimiento humano se atrofiaron a fuerza de servir de instrumentos de todos los horrores, ejerciendo, sin repugnancia, el asqueante papel de verdugos de inocentes víctimas; cometiendo el más horrible sacrilegio al convertir su sagrado apostolado en recurso legalizador de los actos más infamantes: despojos de bienes, torturas indecibles, y por último, la inmolación de sus semejantes, en forma violenta y conmovedora, bajo la más fementida bondad y mansedumbre.

 

         En Tupí Pytá se encontraban a la sazón muchas de las familias concepcioneras; algunas, en compañía de sus ancianos padres, quienes al recibir la orden de desalojar la ciudad, se dirigieron a sus establecimientos, situados en los alrededores de aquella población, contando por lo menos, con un techo en que albergarse, ya que estaban despojados de las haciendas que habían tenido. La mayor parte, si no todas de aquellas familias, aparecían en la fatal lista traída del campamento de Azcurra.

         Toro Pichaí, en conocimiento de este hecho, y no pudiendo abandonar la tarea en que estaba empeñado, en perjuicio de las órdenes del mariscal López, dirigióse al comandante Juan Galeano (22), acampado allí con un ejército de unos 1.500 hombres, para que inmediatamente de recibir la comunicación que le enviara, procediese, por orden de Caraí (23), a mandar lancear a las familias traidoras, cuya lista le acompañaba, previa declaración del sitio en que hubiesen enterrado su dinero y alhajas.

         El comandante Galeano, de la misma procedencia y catadura de aquél, así que recibió la comunicación mandó sin pérdida de tiempo apresar y conducir a las familias nombradas, hasta la guardia bandera. Aquí fueron encepadas con lazo, a la intemperie, y luego sometidas a declaraciones, bajo los azotes del lazo doblado, como se usaba entonces. Ante el dolor, aquellas víctimas inocentes, manifestaron todo lo que sus verdugos quisieron.

         Al terminar estas torturas, fueron despojadas de las alhajas que llevaban puestas, y, en traje de Eva, lanceadas en masa.

         Las inmoladas, fueron: las señoritas Francisca, Emerenciana, Casimira y Fortunata Teixeira, hijas del hacendado Manuel Teixeira; de nacionalidad brasilero, y de Rosa Fernández, paraguaya; Belén, Catalina, María Antonia y Magdalena García; los esposos Manuel Ruda y Josefa Esquivel y sus cuatro hijas, Josefa, Margarita, De Jesús y Cayetana Ruda; la familia de Lamas y otras más. Entre los ancianos, que también fueron sacrificados aquí, se cuentan a Regalado García, de 80 años de edad; Félix Villalba, de la misma edad; paralítico y mudo, quien, al ser conducido al sitio de la ejecución, cayó muerto, dejando cinco hijos menores.

 

         Entretanto, Toro Pichaí había mandado varias comisiones para recoger a todas las familias diseminadas por los valles y que se encontraban internadas en los montes buscando refugio ante las noticias aterradoras que habían recibido; pero resultó que en el ínterin, una mañana, el paí mayor Borja, comunicó secretamente a sus compañeros que había sorprendido, en poder de aquel jefe, una nota dirigídale por el comandante de la escuadra brasilera, en la que le demostraba la conveniencia de rendirse, prometiéndole, entre otras cosas, el pago íntegro de sus sueldos como teniente coronel, grado inmediato superior al que tenía, desde el día en que se produjese la rendición.

         Los oficiales de las fuerzas, apresaron inmediatamente a Toro Pichaí, le remacharon una barra de grillos y lo condujeron a Laguna, colocándole dos centinelas de vista. Aún con todas esta precauciones, trató de escaparse socavando el estaqueo de la casa que le servía de cárcel, sin conseguir su propósito, sino que al contrarío, se le duplicaron las barras de grillos que llevaba puestas. Seguidamente, lo remitieron, con una segura custodia, al campamento del mariscal López, pero cerca de Caraguatay, a fines de Agosto, cayó en poder de las fuerzas brasileras, y éstas, por referencias de sus conductores, llegaron a saber los atroces lanceamientos que acababa de mandar ejecutar en Concepción, y lo enviaron entonces a la Asunción a disposición del gobierno Provisorio.

         Entre los sobrevivientes fue creencia general; que si no se hubiese apresado a este tigre, habrían sucumbido totalmente en sus manos el resto de todas las familias de Concepción, porque no cabe duda, que en su negra lista estaban incluidas, no tan sólo las en ellas nombradas, sino todas las que a su antojo resultasen incursas en cualquier supuesto delito o mera delación, desde que para ello tenía, como vulgarmente se dice, carta blanca. Lo prueba el hecho de haber despachado comisiones para recoger a todas las familias diseminadas en los valles, quienes a su juicio eran culpables de la supuesta entrega de la ciudad a los brasileros.

         Así, pues, si no se produjo el total exterminio de las familias de Concepción, tal como se propuso el comisionado de Azcurra, se debe únicamente a la misericordia de Dios, que vela siempre por los seres de su creación.

        

         Todas las criaturas, hijas de las inmoladas, quedaron como ya puede suponerse, huérfanas y desamparadas completamente. Muchas murieron, poco tiempo después, de miseria y de hambre, por no haber quien quisiera hacerse cargo de ellas, por miedo a las amenazas de represalias. Las pocas que se salvaron, lo debieron a la caridad pública, prodigada muy a hurtadillas.

         Un hijo de la señora Ramona Rodríguez de Villa, llamado Federico, de tres años de edad, se agarró desesperadamente a la mamá cuando ésta iba a ser lanceada, y no pudiendo los verdugos desprenderlo de ella para el cumplimiento de la sentencia, se le arrancó a viva fuerza y se le entregó a un indio viejo de Horqueta, conocido por Teniente Ayala, para su esclavo. En el momento de la ejecución, el indio, para entretener a la infeliz criatura y acallar su llanto, le dio a masticar y chupar el jugo de unos pedacitos de caña de azúcar, o sea lo que en guaraní llamamos tacuareé ñemotiquirií pyré.

         Uno de los cuadros más emocionantes y conmovedores producidos por los actos horrorosos de Toro Pichaí, que las familias concepcioneras sobrevivientes no olvidan, fue el presentado por esta criatura, que en medio de desgarradores llantos y como presintiendo su desventurada suerte, hacía esfuerzos sobrehumanos para no perder para siempre a aquella que le diera el ser y en cuyo regazo encontraba calor y vida. Se dirá que la Providencia quería valerse de ello para mover a piedad a los verdugos y evitar así el sacrificio inicuo de su madre; pero en vano interpuso, entre ella y la lanza de los malvados sicarios, su descarnado cuerpecito: el sentimiento de humanidad había desaparecido de aquellos hombres, y esta escena patética no tuvo el poder de salvar la vida de aquella infeliz, que sollozaba, amarga y angustiosamente, por la atroz desventura que, desde tan tierna edad, el cruel destino deparaba al fruto querido de sus entrañas.

         Los dos paices, mayores Borja y Velázquez ostentaban, pendiente del cuello, un escapulario (24), que al despedir a las condenadas para el otro mundo, las hacían besarlo, bajo la invocación hipócrita de esa sempiterna frase: ¡Creed en nuestros salvadores!

         Igual procedimiento usaban con las señoras y señoritas que aún quedaban con vida, cuando desesperadas ante aquella masacre humana, corrían a pedirles clemencia, como representantes de la misericordia de Dios. Además, les ordenaban que rezaran, de día y de noche, por la salud de Caraí y de Madama, en esta forma: un Padrenuestro y una Ave María por las dos personas nombradas. Hecho este introito, rezaban en alta voz, para que las palabras fuesen oídas y repetidas por todos; pero luego ellas, en voz baja, rogaban para que ambos muriesen lo más pronto posible, y se librasen así de sus peligrosas garras.

        

         El dinero y las alhajas saqueadas a las ajusticiadas, habían llegado a su máximo posible, considerando Toro Pichaí, que con esos caudales, quedaría más que contenta Madama, y que él se granjearía su voluntad omnímoda, dispuso la confección de árganas de cuero, y en presencia de toda la población de Horqueta, mandó cargar aquel tesoro, despachándolo para Azcurra, bajo el cuidado del teniente Vicente Núñez, enviado exprofeso por Madama para conducirlo bajo su seguridad y custodia.

 

         El lanccamiento de las señoritas Teixeira, se hizo atribuir, entre sus propios verdugos, a la delación que una sirvienta de éstas había hecho, consistente en que sus patronas tenían en el fondo de un baúl, una bandera brasilera; pero este cuento no fue sino uno de los tantos de aquel lúgubre tiempo. Las Teixeira, fueron lanceadas por orden del mariscal López, como se comprueba por la lista, tantas veces mencionada, y entregadále a Toro Pichaí, no sólo porque eran amigas del finado Benigno López, sino por la animosidad que le inspiraban las concepcioneras; y, finalmente, porque Madama de Quatrefages, sabía que éstas eran poseedoras de muchas onzas y alhajas de oro, como también de preciosas piedras, apetecibles por su gran valor.

         Y este conocimiento era tan patente para el mariscal López, como para su querida (25) no sólo por las averiguaciones que de un tiempo atrás se estaban haciendo, sino también por la circunstancia de tener en sus manos los libros en que aparecían las alhajas que fueron donadas para el regalo de la áurea espada. Bastaba, pues, la constatación de que Carmen Agüero hubiese donado para el objeto indicado los siguientes objetos de oro: dos rosarios de oro, una cadena formada de lentejuelas, otra de argolla, cinco anillos con piedras finas, tres pares de zarcillos, trece canutillos, un prendedor y un collar de perlas; que Rosario Uriarte de Martínez hubiese donado tres collares de perlas finas, varios topacios y brillantes, sin contar cadenas, rosarios, anillos y aros de oro; que Casiana Irigoyen de Miltos (26), hubiese entregado dos anillos con ramales, dos rosarios, dos pares de zarcillos, una cadena de lentejuela y dos anillos con piedras finas, todos de oro; que María del Pilar Miltos de Genes, Tomasa Urbieta de Irigoyen, Antonia Quevedo de Aquino, Manuela Martínez de Carísimo, la familia de Cabañas, de García y otras, hubiesen también donado preciosas alhajas de oro con piedras finas; bastaba, en fin, saber todo esto, para darse cuenta y suponer que las alhajas reservadas por ellas fuesen las de valor más subido y de ponderable mérito artístico, capaces de colmar la sórdida codicia de la insaciable pareja.

 

         Entregado Toro Pichaí al Gobierno Provisorio, éste lo mandó alojar en el departamento general de policía, en donde se encontraban también recluidos otros criminales como aquél, por saqueos y lanceamíentos en Caazapá.

         Sometido a la acción de los tribunales por los crímenes cometidos, se escapó en la noche del 14 de octubre de 1870, yendo a ocultarse en la casa de su hermana, en Itá Cocué, del partido de Itá.

         He aquí la comunicación del jefe político de la capital al Gobierno Provisorio, dando cuenta de esta evasión.

 

         "Asunción, Octubre 22 de 1870. r.

         "Señor secretario general de gobierno, don Cándido Bareiro.

         "El jefe que suscribe cumple con el deber de poner en conocimiento de V.S., que en la noche del catorce del corriente se ha escapado de este departamento, donde estaba preso, desde hace un año, el criminal sargento mayor, Gregario Benítez.

         "De las investigaciones practicadas en la mañana siguiente, resulta que, a las diez horas de la noche anterior, se encontraba aún en la cárcel el fugitivo criminal, pero no se pudo saber porqué punto o comunicación pudo escaparse.

         "El que suscribe, provisoriamente, arrestó al oficial y sargento de la guardia, permaneciendo ellos en el mismo arresto hasta ahora, así como los soldados fueron castigados con doblar los turnos de servicio.

         "En este día se ha sabido que el mencionado Benítez, se encontraba, días pasados, en el paraje denominado "Itá Cocué", en casa de una hermana que tiene allí; a este respecto cree oportunamente recomendar a V.S. que el alférez José Dolores Patiño, empleado de este departamento, se compromete a hacer la captura del susodicho criminal, en razón de ser muy práctico en los puntos de la campaña donde se presume puede hallarse.

         "Dios guarde a V.S.

 

         R. Taboada

         Jefe político

 

 

         Toro Pichaí nos aseguró también, entre otras cosas, que jamás había recibido la consabida nota brasilera, invitándolo a pasarse, y que esa invención ha sido a causa de que las alhajas y dinero de que despojó a las familias concepcioneras y envió a madama Lynch de Quatrefages, no llegaron a satisfacer la esperanza que ella había cifrado en cuanto a la cantidad de tales tesoros, creyendo que él se había quedado con una parte, presunción absolutamente infundada, según el mismo, pues no se había apropiado de una sola alhaja, ni de un solo Carlos IV, como lo constataron el paí mayor Borja y demás oficiales, que lo registraron minuciosamente cuando le prendieron. Lo que pasó fue, según Toro Pichaí, que el portador del tesoro, teniente Vicente Núñez, se quedó con una parte y la enterró a poca distancia de haber pasado el río Jejuí (27).

         Por causa de esta desconfianza de Madama, se mandó fraguar la tal nota brasilera, y consiguientemente, se apresó y envió de Toro Pichaí, al campamento de Azcurra, como se ha visto.

         El teniente Gaspar Coronel, fue el comisionado por el comandante Juan Galeano para llevar a la misma Madama, los despojos de las familias que él mismo mandó inmolar, pero, el conductor siguió el mismo procedimiento puesto ya en práctica por Núñez. De aquí la predisposición de ánimo del mariscal López, contra Galeano, que fue fusilado por el supuesto delito de haberse apretado el gorro, al decir del coronel Centurión (28), durante el combate de Tupí Jhú.

         En todo el curso de la guerra del Paraguay no se registra un solo caso de cobardía, de nuestra parte, como el mentado por el coronel Centurión, y con el cual trata de cohonestar las atrocidades cometidas por aquel hombre, a quien defiende, y cuya execrable personalidad hay quienes tratan de identificar con la brillante aureola de gloria con que envolvieron a la patria el heroísmo y los sacrificios de sus abnegados y valerosos hijos, los mismos a quienes en gran número martirizó despiadadamente, en aras de su egoísta y sórdida ambición personal, unida a la de la inglesa, que explotaba a sus anchas la influencia maléfica que ejercía sobre él en calidad de concubina idolatrada.

         Esta influencia y los efectos criminales que produjeron durante toda la guerra, no lo afirma tan sólo el autor, sino también todos los habitantes del Paraguay, y particularmente los que conocieron a esa mujer y actuaron como jefes al lado de ella y de su amante. Entre éstos, citaremos a los sargentos mayores, Juan A. Jara y Manuel Rojas (a) Caracará, al teniente coronel y cirujano inspector, Cirilo Solalinde, y al coronel Manuel A. Maciel, quienes, llamados como testigos en el juicio sucesorio del finado mariscal y presidente, Francisco Solano López, a pedido de su también finada madre, declararon bajo juramento ante el juez de 1º instancia en lo civil, Domingo A. Ortíz, y el escribano Ángel P. Álvarez, lo que va a leerse:

 

         El primero de los nombrados, Juan A. Jara, declaró.

         "Que madama Lynch, ejerció siempre sobre el ánimo de Francisco Solano López, presidente del Paraguay, su amante, una influencia maléfica y diabólica, siendo así la promotora mas culpable de las desgracias de la República y de la propia familia de Francisco Solano López, y le consta y se comprueba por la tiranía ejercida por aquella mujer con las de su sexo, como igualmente con los hombres".

 

         El mayor Manuel Rojas, declaró:

         "Que a su parecer, madama Elisa A. Lynch era una persona torpe e infame por las razones siguientes: que era una mujer extraña, cuyos antecedentes se ignoraban en el Paraguay, y vivió públicamente en compañía del mariscal López, conservando relaciones ilícitas con él, con escándalo de todo el pueblo paraguayo, de cuyas relaciones han nacido muchos hijos; que era una mujer que influía en todas las disposiciones que podían llegar a su noticia, destruyendo algunas que no le agradaban, tal como la orden del general Resquín, comunicada a una mujer por conducto del comandante Cabral, en ocasión de vivir ésta, escandalosamente, con el comandante Giménez, para retirarse de la compañía inmediatamente de él, y, apelando éste de la disposición superior, comunicó a madama Lynch la separación de su concubina, quien se la restituyó inmediatamente, estimulando con esto el escándalo y dejando burlada la disposición del superior, y muchas otras cosas; que le consta que madama Lynch, había ejercido mucha influencia sobre el ánimo del mariscal, en cuanto a prolongar la guerra y aumentar las desgracias de la República con su proceder tiránico y sus consejos malévolos".

 

         El teniente coronel y cirujano, mayor Cirilo Solalinde, declaró:

         "Que le consta que madama Lynch vivía con escándalo, en relaciones ilícitas, con el mariscal López, y siempre en compañía de él, y le consta que aquélla ejercía sobre el ánimo de éste, su amante, una influencia maléfica y diabólica, siendo así la promotora más culpable de las desgracias de la República y de la propia familia del mismo López".

 

         El último, o sea el coronel Manuel A. Maciel, declaró a su vez:

         "Que le consta que a madama Elisa A. Lynch, se puede dar los calificativos de torpe e infame, por los motivos siguientes: Ella, siendo mujer extranjera, sin saber si era soltera o casada, ha vivido públicamente en relaciones ilícitas con el finado mariscal López, siguiendo a éste en todas las peregrinaciones del resto del ejército paraguayo, y conociendo que éste no podía ya triunfar en el empeño, empezó a comprar la mayor parte de los terrenos, casas y yerbales por donde transitaba el ejército, con el único objeto de asegurar su dinero sin que el Estado de entonces necesitase dinero, cuando de un momento a otro, iba a caer todo en poder de los aliados. Además, era opinión general que algunos castigos arbitrarios y tiránicos de los militares que se hallaban a su servicio particular, nacían de su influencia; que le consta que madama Lynch ejercía sobre el ánimo del mariscal López, una influencia maléfica en la pasada guerra, porque era notorio que cuando la Lynch desaprobaba la conducta de algunos militares, ya sea en los cuerpos o en los combates, era igualmente de la desaprobación del mariscal, y cuando algún jefe u oficial no ha sido de la simpatía de la madama Lynch, no lo era igualmente del mariscal; que todo lo que deja declarado y otros infinitos casos que en el momento no tiene presente, como ser que ella disponía a su arbitrio de las provisiones destinadas al cuartel general, que en vez de distribuirlas como correspondía, para salvar la vida a centenares de hombres, les privaba de ellos haciéndolos morir miserablemente; que ella disponía de la línea telegráfica, por la que hacía llamar a hombres y señoras, con quienes figuraban contratos de compra venta para expropiarles sus intereses"

 

         No está de más también; reproducir aquí los considerandos del decreto del Gobierno Provisorio, de fecha 4 de mayo de 1870, embargando los bienes de madama Lynch de Quatrefages, y mandando instruir a ésta un proceso criminal (29), derivado de los hechos y actos punibles consumados a causa de la influencia permanente y decisiva que ejerció sobre el tirano Francisco, Solano López.

         Hélos aquí:

 

         "Considerando que todos esos despojos pasaron del poder del fisco y del de los ciudadanos y extranjeros, por actos del más insaciable principio de nulidad, a manos de Elisa Lynch, que al lado del tirano desempeñaba los roles más criminales e impuros, que la constituían en un baldón de infamia y de escándalos públicos, lo cual es de extensa notoriedad, y está en la conciencia universal de propios y extraños.

         "Considerando que es de igual fama y notoriedad, que la mencionada Lynch, ejerció en el ánimo del tirano una influencia permanente y decisiva, a punto de haber sido, no solamente su consejera íntima, sino también la actora principal en varios actos públicos, tales como revistar y proclamar las tropas, distribuyéndoles condecoraciones y otros premios.

         "Que es, igualmente, de la más lata notoriedad, que esa perniciosa e inmensa influencia fue criminalmente puesta al servicio de los intereses egoístas de esa mujer, que en su insaciable sed de riquezas, se hacía escriturar por mandato desautorizado del tirano, valiosísimas zonas del territorio nacional, como son los valiosísimos yerbales de Ygatimí, y de otros puntos, arrancando de esta capital, pretendiendo privar así al fisco de sus más pingües fuentes de riquezas.

         "Que esos salteamientos a la fortuna de la Nación, eran precedidos y seguidos de otras usurpaciones de los bienes de muchos ciudadanos y extranjeros, maniobrando enseguida de modo que los despojados pereciesen en los tormentos de los calabozos o empresas bélicas conocidamente temerarias; con el propósito atroz de que se extinguiesen totalmente los que en la ulterioridad pudiesen reclamar de tamaños atentados.

         "Que tales actos constituyen, a la prenotada Lynch, en protagonista unas veces, y en cómplices otras, en el drama sangriento que consumó el tirano, principalmente en el último período, de lo que él llamó la defensa del país.

         "Que todos los actos de ese período, de triste recordación, fueron dictados por los más feroces y sanguinarios instintos, consumando el casi total aniquilamiento del Pueblo Paraguayo, a impulso de los tormentos, ora de azotes, ora de lanceamientos en masa, ora de hambre, etc., y despojándolo enseguida de su fortuna privada para regalarla a la expresada Lynch.

         "Que, aparte de la flagrante nulidad e ilegalidad que entrañan esas adjudicaciones, existe un interés de la más alta moralidad, y de conveniencia general, en impedir que semejantes actos de vandalismo queden subsistentes en sí mismos, y en todas sus abominables consecuencias, sirviendo de botín a la Elisa Lynch, la fortuna pública y privada, a la faz del pueblo, que tan eficazmente contribuyó a sumergir en el abismo de los más tremendos infortunios".

        

         Y el coronel Silvestre Aveiro, secretario y fiscal de sangre del mariscal y presidente de la República, Francisco Solano López, juzga a la misma madama Lynch de Quatrefages, en estos términos:

         "Madama Lynch ha contribuido mucho para la desgracia de muchos -dice- Las veces que ella iba a la capital, después de regresar caían muchos. Interesada hasta el extremo, ella ha soplado al pueblo el asunto de las alhajas, de la espada, del tintero, etc., haciendo el escándalo de comprar tierras y casas por billetes" (30).

 

         Para terminar con la mentada influencia maléfica que esta mujer ejerció sobre su amante, el mariscal López, merece copiarse un párrafo del luminoso dictamen expedido por el ilustre jurisconsulto doctor Ramón Zubizarreta –ya finado- en su carácter de Fiscal General del Estado, al requerírsele su opinión sobre el valor legal de los títulos de la misma, en la reclamación de las tres mil cien leguas.

         "El 15 de Agosto de 1869 se instaló el Gobierno Provisorio del Paraguay, dice: ¿Qué pueden, pues, significar aquellos actos de venta de tierras nacionales? Nada más que lo que todos saben: que López, al morir, consecuente con su sistema, procuró arrancar al Paraguay los últimos girones de su riqueza para mejorar el porvenir de sus hijos y de su querida. Aquí se encierra toda la moral del episodio".

 

         A propósito de estos luctuosos sucesos ocurridos en Concepción, conviene que sea conocida la faz en que la presenta el jefe de estado mayor, general Francisco Isidoro Resquín, cómplice de Toro Pichaí. Dice así:

         "A fines de Mayo del 69, tuvo noticia el mariscal López, de que el jefe de milicias de Horqueta, y los vecinos de Villa Concepción, José Núñez y su hermana Agustina Núñez, presididos por el cura Policarpo Páez, se habían embarcado en los acorazados enemigos, proponiendo al jefe de ellos, en nombre del comandante de la precitada villa, Juan Gómez de Pedrueza, no solamente poner a disposición de los aliados toda la guarnición de aquel punto, sino también los medios de movilidad que pudieran precisar para sus operaciones, si se obligaban a respetar todas las familias de Concepción, al ser ocupada, por las fuerzas de la triple alianza.

         "En cuanto el mariscal recibió el aviso de tan infame pacto, de la más negra traición, que cortaba a nuestro ejército de sus últimos recursos por sus mismos hijos, inmediatamente el mariscal López despachó a un jefe bárbaro, llamado José (31) Benítez, sargento mayor de caballería, con orden expresa de tomar preso al comandante Pedrueza y de averiguar el hecho denunciado, según las publicaciones aparecidas en los diarios de la Asunción (32), y averiguar lo que hubiese de cierto respecto al hecho atribuido al padre Páez, al jefe de milicias Ayala y al vecino de la Villa Concepción, José Núñez, y su hermana, que llevó consigo al enemigo.

         "Pero el mayor Benítez, consecuente con sus antecedentes, entró en Villa Concepción, olvidando o prescindiendo de las órdenes que había recibido, y sacrificando a muchas familias y a una gran parte de la guarnición, ultrapasando así las órdenes de averiguación que tenía consignada para informar al gobierno nacional, de la que realmente había en aquella desgraciada población, por la cobardía del comandante Pedrueza.

         "Tales desórdenes, que importaban un desacato, motivaron que el mayor Benítez fuera remitido con una barra de grillos al campamento de Azcurra, para ser juzgado por sus arbitrariedades.

         "Pero en este intermedio, el ejército nacional se puso en movimiento, efecto de los reveses sufridos en Piribebuy, y en Caraguatay cayó prisionero Benítez, en poder de los enemigos, circunstancia que le privó de recibir el castigo que merecía su culpa" (33).

 

         Y el jefe de la mayoría, coronel Juan C. Centurión, tratando siempre de atenuar las atrocidades cometidas por el mariscal López, le da a los hechos el mismo colorido que el general Resquín, y explica las inmolaciones de Concepción, en estos términos:

         "A principio de Mayo de 1869, tuvo noticia el mariscal, de que el jefe político de Horqueta, Ayala, y los vecinos de Villa Concepción, José Núñez, y su hermana Agustina Núñez, encabezados por el cura Páez, se habían embarcado en uno de los acorazados brasileros anclados en el puerto de la villa (34), a objeto de proponer al comandante de ellos, en nombre del de aquella villa, Juan Gómez de Pedrueza, la ocupación de la misma, con tal de que se obligara a guardar, garantir y respetar la vida a todas las familias de la Villa Concepción, ofreciendo en cambio, no sólo entregar a disposición de los aliados la guarnición de aquel punto, sino prestarles los elementos de movilidad (35) que pudieran precisar para llevar adelante sus operaciones contra nuestro ejército.

         "El mariscal, cuando tuvo conocimiento de tan infame traición, que se proponía cortar a éste de sus últimos recursos, sin pérdida de tiempo, despachó al sargento mayor de caballería, José (36) Benítez, con orden de prender al comandante Pedrueza y proceder a las averiguaciones de los hechos denunciados, respecto a éste y al padre Policarpo Páez, y demás personas que subieron a bordo de uno de los acorazados brasileros.

         "El mariscal cometió un error inexcusable en la designación del mayor Benítez para tan delicada comisión, porque él, indudablemente, no ignoraba los antecedentes de este militar, que más de una vez había dado pruebas de su instinto violento y bárbaro (37).

         "Consecuentes con estos antecedentes, el mayor Benítez, en cuanto llegó a Villa Concepción, ultrapasando las instrucciones que tenía de averiguar e informar al mariscal de lo que en realidad hubiese habido, mandó sacrificar a una gran parte de la guarnición y a muchas familias decentes de la población.

         "Aquella horrorosa arbitrariedad (38), produjo una honda impresión. El mariscal, informado de ella y de que sus órdenes habían sido desacatadas, inmediatamente dispuso que el mayor Benítez fuese remitido con una barra de grillos al campamento de Azcurra para ser juzgado y castigado por los crueles y sangrientos abusos que había cometido.

         "Benítez fue, efectivamente, remitido bajo segura custodia. Pero cuando llegó al monte de Caraguatay, sobrevino la caída de Piribebuy, que obligó al ejército nacional a abandonar su campamento de Azcurra, cayendo aquél prisionero, junto con otros, en poder de los aliados. Debido a esta circunstancia Benítez no recibió el castigo a que se había hecho acreedor por sus crueles arbitrariedades.

         "El enemigo, de acuerdo con el comandante de Villa Concepción, Gómez de Pedrueza, que había echado en completo olvido, no sólo su condición de paraguayo, sino el deber que le imponía su posición oficial, había concertado una combinación; primero, para apoderarse de nuestra antigua posesión de Pan de Azúcar, al Sud de Fuerte Olimpo, a la izquierda del Alto Paraná, entre los grados 21 y 22 de latitud, entre los ríos Tereré y Guaicurú (39); y segundo, para ocupar la misma Villa Concepción con fuerzas bastantes a impedir las remesas de ganados que se enviaban a Azcurra para el consumo del ejército. Ambos objetos fueron llevados a cabo sucesivamente y sin pérdida de tiempo.

         "En la jurisdicción de la Villa de San Pedro, en el paraje denominado Tupí Pytá, se encontraba acampado el comandante Galeano, con una fuerza organizada de 1.300 hombres de las tres armas. Galeano había ganado sus galones por acciones de guerra en que había acreditado intrepidez y valor. No tenía ninguna preparación, lo mismo que la mayor parte de los militares de aquella época, habiendo sido, antes de sentar plaza en las filas del ejército nacional, peón en una de las estancias del departamento de Villa Concepción.

         "En Tacuatí residía la familia Teixeira, probablemente descendiente de algún portugués o brasilero (40). Una criada de la casa trajo un día a Galeano la denuncia de que dicha familia se proponía embarcarse en uno de los acorazados enemigos anclados en el río Paraguay, siguiendo el ejemplo de otros, que burlándose de las autoridades, ya habían hecho lo mismo. Con esta denuncia, Galeano la hizo traer al campamento, y previa algunas declaraciones sumarísimas, mandó lancear a la madre e hijas que componían la familia.

         "Este acto cruel y bárbaro, sublevó, como es de suponer, la conciencia de todos los oficiales del campamento, contra Galeano, y si no tomaron al respecto alguna resolución, fue porque suponían que hubiese obrado en virtud de orden suprema (41). No tardó en recibir el condigno castigo a que se hizo acreedor por ese asesinato, como se verá más adelante" (42).

 

         A estas aseveraciones, al parecer incontrovertibles, del jefe del estado mayor, general Resquín, y del jefe de la mayoría, coronel Centurión, oponemos las manifestaciones auténticas, en nuestro poder, de caracterizados imparciales testigos, y tales como el cirujano, teniente Ramón Roa, el alférez, Severo Mena (43) y el citado Ventura Limeño, jefe del partido de Horqueta, así como la del propio Toro Pichaí, que corroboran en un todo las repetidas exposiciones que nos hizo verbalmente éste, como lo dejamos dicho.

 

         Comencemos, pues, por la de Toro Pichaí.

         "Encontrándome en la vanguardia del ejército del mariscal López en Azcurra -dice- fui llamado por éste, y me dio orden para que fuese a Concepción a lancear a todas las familias y soldados, que dijo, haber estado esperando a las fuerzas aliadas para protegerlas bajo la influencia del comandante de aquella ciudad, Juancito Pedrueza (44); que, a este efecto, le entregó el mariscal López, un pliego cerrado para el comandante sucesor del mismo, capitán Pérez, en el que se expresaba dicha orden y una lista de todos los individuos que habían de ser lanceados. Le agregó, que la ejecución de la orden que le daba, iba también recomendada a los capellanes Borja y Velázquez.

         El número exacto de las familias ejecutadas, no lo puedo apreciar, pero recuerdo que fueron las de Pedrueza, Martínez, Irigoyen, García, Agüero, Recalde, Carísimo, Córdoba, Lamas y veinte y tantos, poco más o menos, de tropa. De aquéllas quedaron también algunas personas; que no sabían haber precedido más formalidad, fuera de las declaraciones tomadas por el padre Velázquez, al paisano Irigoyen y otro cuyo nombre ignora; de los que han dado instrucciones al declarante, puede citar al capellán mayor, Fidel Maiz, al ministro de guerra Caminos, y a los comandantes Franco, Aveiro y Centurión, que le habían amonestado al despedirle. De las familias nombradas de Martínez, García y Recalde, ha perdonado el suscripto a cuatro personas que no aparecían en la lista pero eran recomendadas para el mismo fin, con motivo de haberle informado de la inocencia, el confesor que le absolvía en el acto de la ejecución, que era el capellán Borja; que de la familia de Corvalán, llevando la orden de tomarle declaración y luego ejecutarla; la perdonó también; por no parecerle culpable, y que todas estas ejecuciones ha presenciado el declarante y los dos capellanes citados. A ninguna de las lanceadas, la consideré delincuente, pero no me fue posible evadirme totalmente del cumplimiento de la orden que tuve, so pena de perder la vida, yo y toda mi familia, a menos que desertase, lo que me era muy difícil por tener siempre a mi lado a los dichos capellanes, que hubiesen llevado a efecto las órdenes que tenía. Termina manifestando, que con motivo de los informes que recibió de la conducta del capellán mayor, Juan Isidro Insaurralde, había llamado a declaración a Raquel García, y no habiendo querido confesar lo que se le preguntó, la mandé aplicar veinticinco rebencazos, con los que declaró. Este castigo lo ordené a instancias de los capellanes Velázquez y Borja. Después de esta confesión, y de otros informes que recibí, de que el citado Insaurralde maltrataba a sus subalternos y reunía a las familias que eran consideradas traidoras y hacía bailes y otras diversiones, obsequiándolas, me pareció que lo que más convenía era tomarlo preso y remitirlo al mariscal López, como en efecto así lo hice. Todo esto pasó en los primeros días de mi llegada a Horqueta".

         Sigamos ahora con las manifestaciones de los mencionados testigos por su orden.

         El primero, o sea el cirujano Roa, dice:

         "Al día siguiente de la llegada del mayor Gregorio Benítez, a Horqueta, mandó éste apresar a todas las familias decentes que se encontraban en el pueblo, y al otro día, dio orden a los padres Borja y Velázquez, de confesarlas, y luego, sin ninguna otra clase de formalidad, las hizo arrancar hasta las camisas, dejándolas completamente desnudas, ordenando que los cadáveres quedasen insepultos todo el día, en el mismo lugar de la ejecución, expuestos a los cuervos y a los perros. Recién después de la entrada del sol, les hizo dar sepultura, arrastrándolos encima de un cuero. Luego pasó al campamento de Laguna y desde el momento de su llegada hizo lancear a un número de más de cuarenta soldados que habían estado en la plana mayor con el comandante Pedrueza, y cuyos nombres traía en una lista, haciendo diezmar después el resto de toda la fuerza, resultando tres muertos de más.    

         Después hizo relevar la guardia de Concepción, compuesta de diez y ocho hombres, y éstos llevados a Laguna, tuvieron la misma suerte que los anteriores.

         De Laguna volvió a Horqueta, en donde se hallaban presas otras familias que había hecho recoger de los valles en donde se encontraban, y las hizo ejecutar del mismo modo que las demás. Después de este hecho, fue por segunda vez al campamento de Laguna, repitiendo los lanceamientos, ya no con soldados, sino con señoras nuevamente arrestadas, cuyo número ignoro por haberme encontrado ausente en ese momento.

         Me consta que las personas ejecutadas y deudos, fueron despojados de sus alhajas, dineros, ropas y papeles y de cuanto poseían de algún valor, disponiendo, el mayor Benítez, de estos despojos, como propiedad particular suya.

         Cuando llegó el mayor Benítez a Horqueta, ya había hecho varias ejecuciones del mismo género en Tacuatí, trayendo puestos en el cuello una porción de rosarios de oro, despojos de sus víctimas, en corroboración de la acción que había cometido en aquella población.

         Me consta también, que a más de las mortandades que ha hecho el mayor Benítez, mandó azotar, de su propia cuenta, a varias señoras y señoritas inocentes, de las cuales conoce a Raquel García y a una de las señoras de Corvalán. Dio rienda suelta a la violación y a toda clase de escándalos, siendo él el primer promotor como militar de alta graduación, aterrorizando a las familias, ofreciéndoles mandarlas lancear en caso de no aceptar sus sensuales pretensiones, para cuyo fin, tenía consigo dicho Benítez, a sargentos que eran los asesinos, y con éstos, mandaba traer a las muchachas que quería, con órdenes de atemorizarlas.

         Termino haciendo constar que todas las familias ejecutadas, fueron completamente inocentes de la traición que se les imputó, conforme manifestó en varias ocasiones el mismo mayor Benítez, y más tarde, los paíces Velázquez y Borja, confesores de aquellas desventuradas".

 

         Ahora habla el alférez Mena:

         "Conocía, desde mucho tiempo atrás al mayor Gregorio Benítez, con motivo de haber sido compañero mío en el cuartel, cuando nos encontrábamos en Concepción, al mando del coronel, después general, Resquín.

         Encontrándome en el campamento de Ypucú, llegó el mayor Benítez y me ordenó fuese a relevar la guarnición de la ciudad de Concepción, lo que cumplí inmediatamente.

         Después de mi llegada, el mayor Benítez mandó lancear primeramente la mitad de los relevados, y me amenazó a mí lancearme también, por haber demorado en el relevo.

         De ahí se volvió a Horqueta, dejando antes dispuesto que fuesen recogidas las familias que se encontraban por esos lugares, particularmente la de Rodríguez, con sus cuatro hijas.

         Cuando volvió, encontró a esta familia, así como a otras, que las hizo sacar fuera de la guardia, y en presencia de todo el campamento y de un inmenso mujerío allí reunido, las mandó desnudar y lancear del modo más atroz que pudo, y en medio de vivas al mariscal López y mueras a los cómplices de los brasileros, haciendo hacer gran algazara y mostrando a todos las puntas de las lanzas con que acababa de hacer aquella acción tan baja, y diciendo que con aquellas lanzas concluiría con todas las personas traidoras y que no fuesen adictas a su gobierno.

         Me consta que en el momento de ser arrestadas las familias, eran también saqueadas de cuanto poseían, disponiendo el mayor Benítez de todo como de cosa suya. Después de estas ejecuciones, volvió a Horqueta con muchos oficiales a hacer grandes bailes y diversiones, festejando así sus iniquidades, mandando traer a la muchacha que más quería y amenazándola lancear, si no accedían a sus inicuas pretensiones, para cuyo fin tenía consigo a sargentos, los más asesinos, quienes eran el terror de toda la población, y en particular, de las familias decentes, a quienes siempre amenazaba hacerlas correr la misma suerte de las ya lanceadas.

         He visto al mayor Benítez con los ocho dedos de las manos llenos de anillos de oro, y el cuello cubierto de rosarios y cadenas, también de oro, despojos de sus víctimas.

         Desde la llegada de este mayor, se dio rienda suelta a toda clase de tropelías, escándalos y violaciones; autorizó el libre saqueamiento de todas las casas de donde podía sacarse algo; privó a las familias volver a sus casas de la ciudad de Concepción, en busca de sus necesidades, mandando él a otras a despojar dichas casas".

 

         Y el alférez Limeño, jefe de Horqueta ya citado, ampliando su anterior manifestación, dice:

         "Al otro día de nuestra llegada con el mayor Benítez a Horqueta, éste hizo apresar a veinticinco mujeres y siete hombres (ancianos), teniéndolos encerrados todo aquel día; y al siguiente, las hizo sacar de a una, y haciéndolas confesar y desnudar de todas las ropas, las mandó lancear como a unas fieras al lado de un corral de vacas, dejando sus cadáveres en el lugar de la ejecución, expuestos a los animales, hasta que, muy tarde, los hizo arrastrar encima de un cuero y tirarlos en un foso que para el efecto había hecho abrir.

         "Me consta que, tan luego como fueron apresadas las familias que debían ser ejecutadas, pasó el expresado mayor Benítez, a sus casas, acompañado del capitán Bernal, a saquear, habiendo reunido todo en su habitación, escogiendo él todo lo de más valor y repartiendo, entre sus oficiales, los aperos cabalgares y mucha chafalonía de plata, haciendo grandes regalos a las mujeres que él quería, haciendo arrastrar por las calles la ropa que las víctimas habían llevado puestas, haciendo hacer grandes vivas a López y mueras a los traidores y a los cómplices de los brasileros, y haciendo grandes algazaras por el triunfo de aquel día.

         "De noche, dio un gran baile, permitiendo el escándalo, la violación y toda clase de vicios, siendo el mayor Benítez el que primero se emborrachaba, y mandar llevar a su cuarto a la muchacha que más le agradaba, con amenazas de lanceamiento, la que no accediese a sus inicuas pretensiones, para cuyo efecto, tenía consigo a cinco sargentos, que eran los lanceadores y el terror de todas las familias.

         "Me consta también, que el mayor Benítez hubo de mandar lancear de puro capricho, a una jovencita llamada Constancia Martínez (45) y que viendo el padre Velázquez la gran barbaridad que iba a cometer con aquella criatura, fue a decirle que suspendiera, pues dicha criatura no estaba comprendida entre las demás, y la sacó del círculo donde ya estaba próxima a ser ejecutada.

         "Debo decir también, que he visto al mayor Benítez, en los días de los lanceamientos, montar a caballo con los despojos de sus víctimas, tanto llevando en todos los dedos, como en el cuello, anillos y rosarios y cadenas de oro, y recorrer la población gritando vivas al mariscal López y mueras a los traidores a quienes tengo orden de lancearlos, decía, para cuyo efecto, tengo cinco lanzas bien filosas.

         "He oído decir a los paices Borja y Velázquez, confesores de las víctimas, que todas éstas eran inocentes del delito que se les imputaba.

         "Después de las ejecuciones que mandó el mayor Benítez en el pueblo de Horqueta, pasó a Laguna, donde ya tenía prontas otras muchas víctimas que sacrificar, pero a mí no me consta de visu por haberme quedado al frente de mi jefatura.

         "Cuando hubo vuelto el mayor Benítez a Horqueta, yo ya le había juntado las señoras y señoritas que le faltaban, y así que llegó, les hizo caber la misma suerte que las anteriores.

         "Puedo asegurar que el mayor Benítez dio libertad a la violación, al robo, al saqueamiento, al desprecio y maltrato, de las familias decentes que aún restaban.

         "Las hijas y parientes de las víctimas eran despojadas de lo que tenían, y entregadas después a las personas más brutas para tratarlas con todo rigor, como familia de traidores.

         "Entre las víctimas lanceadas, he visto a una señora llamada Felicia Irigoyen, esposa del ex comandante Gómez de Pedrueza, que estaba en víspera de salir de cuidado, y que así, fue lanceada, dejándola aún con vida hasta que después de muchas horas quedó muerta.

         "Termino diciendo que yo he presenciado todas las ejecuciones que tuvieron lugar en el partido de Horqueta, en donde, como he dicho, yo era el jefe del partido, pero nunca vi que se hubiese observado con las sacrificadas ninguna clase de formalidad".

 

         Aparte de estos informes auténticos, tenemos el testimonio de respetables señoras de Concepción, quienes, uniformemente, aseguran que todas las familias inmoladas por Toro Pichaí, fueron víctimas inocentes de la furia vengativa del mariscal López, enardecida por la incitación maligna de la Lynch de Quatrefages, y que semejantes actos fueron perpetrados nada más que para saciar ambos, su codicia de lucro. Entre aquéllas, se encuentran las señoras Casiana Irigoyen de Miltos, madre de Cayo, Juan Fulgencio y Hermógenes Miltos; y la hermana de la misma, María Dolores Irigoyen de Miltos, madre del distinguido hacendado Juan Miltos, quienes hasta morir en 1900 y 1902, respectivamente, juraban la inocencia de las sacrificadas por orden del mariscal López, y agregaban que si algo hubiese habido de cierto en la tal inteligencia con el enemigo, ellas, primas hermanas y amigas íntimas del comandante Gómez de Pedrueza, hubiesen sido las primeras en ser invitadas por él para ponerse a salvo. El nombrado señor, Juan Miltos, soldado entonces, asegura ser cierto lo afirmado por su señora madre y por su tía.

 

         La caída de Toro Pichaí en poder de las fuerzas brasileras fue conocida inmediatamente en Concepción por uno de sus conductores, que pudo escapar, y entonces la terrorífica comisión que acompañaba a aquel desalmado en todos sus desmanes, creyendo que el enemigo se encontraba próximo, huyó del teatro de los sucesos, internándose en las agrestes soledades de aquellas selvas vírgenes, en donde desaparecieron para siempre, muertos o devorados algunos de sus miembros, por las fieras, cautivos de los indios mbayas otros, y los demás, consumidos de hambre en los bosques (46). Todos expiaron su horrendo crimen en forma no menos desesperante que sus víctimas; pero más particularmente, los perjuros ministros del Señor, como hombres conscientes, habrán sentido en la espantosa soledad del desierto, bajo el acecho constante de las fieras, de innúmeras alimañas y de los salvajes, el remordimiento más atroz de su conciencia. Terrible e inevitable castigo divino, que pesa inexorable sobre los que, prostituyendo la sagrada misión del sacerdote, la convierten en instrumento de muerte de inocentes y respetables señoras, de las más puras y honestas doncellas, y sumiendo en la más negra desventura la vida y porvenir de tiernas y dolientes criaturas que redujeron a la orfandad en momentos tan angustiosos.

         Y casi simultáneamente, se le incorporaron a la escuadra brasilera nuevas unidades que le permitió estrechar con más rigor el sitio de las poblaciones ribereñas de San Pedro y Concepción, amenazando, a la vez, con un desembarco de fuerzas. Entonces, el mariscal López ordenó la internación de las suyas, que estaban a las órdenes del comandante Galeano, así como de toda la población no combatiente; mujeres, octogenarios de ambos sexos, y criaturas de 9 a 10 años de edad. La peregrinación que había comenzado, primeramente, en la ciudad de Concepción, llegando a Horqueta y demás poblaciones interiores, como se ha visto, tuvo que ir alejándose más al centro, hasta unas 25 a 30 leguas. Se inició a fines de enero de 1869 con la aparición de la escuadra brasilera en las aguas de Concepción, y terminó con el desembarco de las fuerzas brasileras en el puerto de la misma ciudad, en septiembre, las que fueron avanzando en persecución del mariscal López.

 

         Las familias concepcioneras, lo mismo que las de Horqueta, Tacuatí y demás centros de población del departamento de Concepción, sufrieron durante la peregrinación forzada que emprendieron por los desiertos, el hambre, la miseria y la desnudez más horrorosas, y al volver a sus hogares se encontraron, como las asuncenas, con sus casas saqueadas y sin tener qué comer ni qué vestir; pero lo más grave es que muchas, al recibir nuevamente una alimentación normal, se vieron atacadas de una hinchazón en todo el cuerpo, que las llevó a la tumba.

         Mas, por otra parte, tuvieron la suerte, que no cupo a todas, de que poco tiempo después, la ciudad de Concepción fuese el paso obligado de todas las fuerzas brasileras que operaron en la campaña emprendida contra el mariscal López, motivando esta circunstancia la instalación en ella de todo el comercio de los vivanderos que las seguían, y en su puerto, la permanencia de la escuadra y de los vapores de cabotaje, todo lo cual influyó poderosamente para que pronto la reacción se manifestase, acentuándose más en el orden comercial, siendo éste el poderoso factor que dio impulso al resurgimiento vital de aquella población.

         Además, el gobierno provisorio, en conocimiento del estado calamitoso en que las familias concepcioneras habían vuelto a sus hogares, se apresuró a enviarles socorro, consistentes en víveres, ropas y otros elementos necesarios, que por cierto fueron oportunísimos.

         Es, igualmente digno de mención, el generoso comportamiento del comandante en jefe de las fuerzas brasileras que, a su paso por allí, de regreso de Cerro Corá, mandó entregar al comandante de la villa, Rosendo Carísimo, para socorro de las familias necesitadas, gran parte de los víveres que traía, así como ganado vacuno y caballar.

         Agradecidas las familias concepcioneras al general Cámara, por esta demostración, y palpitando aún sus corazones bajo la impresión del triste y doloroso recuerdo dejado por el reciente horroroso lanceamiento de sus madres, hermanos e hijos, aprovecharon esta oportunidad para dar una prueba del más noble y sublime sentimiento humano, como es la gratitud. Para este fin, acudieron al ya citado comandante de la villa, Rosendo Carísimo, y le pidieron que manifestase, a nombre de ellas, al general brasilero, su más viva satisfacción y agradecimiento, tanto por el éxito de la campaña que había emprendido, cuanto por los beneficios recibidos, encargo qué fue llenado cumplidamente, conforme acreditan las siguientes comunicaciones cambiadas entre los respectivos comandantes, paraguayo y brasilero.

 

         "Villa de Concepción, Marzo 24 de 1870

         "A S.E. el señor general, don José Antonio Correa da Cámara.

         "Las familias paraguayas, residentes en esta villa, acuden a mí con sus votos para que, previa la partida de V.E., concentre en una sola expresión la gratitud que rebosan sus corazones, y que tributan al héroe, bajo el peso de cuya espada rodó, teñido en propia sangre, aquel postrer tirano, de este suelo, cuyas garras han pesado tanto sobre este pueblo y tanto ha lacerado sus miembros, rasgando, a la par, lazo a lazo, todos los vínculos sociales que enaltecen nuestro siglo -familia, religión, patria, industria y libertad- conquistas arduas de la civilización, orgullo de otras naciones, crimen aquí.

         "Este deber, que me imponen los deseos tan espontáneos de mis conciudadanos, es tanto más grato para mí, por cuanto que concuerda también con los sentimientos más íntimos de mi corazón, y V.E. permitirá que llegue a sus oídos un eco más de las aclamaciones de respeto y de amor, que todos aquí le ofrendan, y con que todos, de hoy más, pronunciaremos su ilustre nombre, sus gloriosos hechos, su decir modesto, su vivir sencillo; noble ejemplo que recitaremos los pocos de edad viril, que hemos salvado de la hecatombe de un pueblo, a esa generación de niños sin hogar, que constituye el núcleo del porvenir de nuestra patria: niños rescatados también de esa férrea mano de un bárbaro feroz, que se extendía para matarlos hasta en los cariñosos brazos, hasta en el vientre mismo de sus propias madres (47). Terrible e inaudito infortunio nuestro, que V.E. ha terminado, asociando así, tan merecida e imperecederamente, su memoria al eterno recuerdo que consagra la historia del generoso pensamiento de la Triple Alianza, para redimir a un pueblo hermano de su postración y estúpido letargo, elevándolo al gremio de los pueblos libres, a fin de que, para baldón de las nacionalidades latinas de la América del Sur, no se rezague ya más el Paraguay en la senda del progreso, en que ellas marchan, cimentando a su paso la regeneración social, como base diamantina de la democracia a que aspira la humanidad, y cuyos principios, de celestial origen, ya se vislumbran, resplandecientes, en las puertas áureas de un cercano porvenir.

         En los futuros anales de este país, tiene que ser brillante la página reservada a V.E., y grabada en ella la memorable fecha, 19 de marzo de 1870, será el blasón más insigne de la más preciada familia, y evocará siempre el vivo reconocimiento de un pueblo llamado ese día al consorcio de la civilización.

         "Lleve V.E. consigo esa seguridad a su hogar, que otra demostración de su agradecimiento no puede ofrecerle un pueblo que, débil y desnudo, retorna del destierro y encuentra desoladas sus viviendas, yermos sus campos.

         "Esto me encarga el pueblo de manifestar a V.E., y debo agregar al relato de los beneficios que lo mueven a tanta gratitud, el eficaz y poderoso auxilio que de las fuerzas al digno mando de V.E. he recibido como autoridad local, para alivio de los desgraciados y sostenimiento de la tranquilidad pública; cooperación valiosísima en esta época de transición de los pueblos, en que surgen con más impunidad los mal habidos con el orden, la estabilidad y la ley.

         "Dios guarde a V.E. muchos años.

 

         Rosendo Carísimó" (48)

 

         "Cuartel general, comando de los fuerzas de Villa Concepción, 27 de Marzo de 1870

         "Al señor Don Rosendo Carísimo

         "Me impuse; con la mayor sorpresa y el más vivo placer, de la manifestación que, en vuestro nombre, como órgano de las excelentes familias paraguayas de Villa Concepción, me distinguisteis, en fecha 24 del corriente. El feliz resultado obtenido en el día 1° de marzo de 1870, en nada es debido a mí, y sí a mis distinguidos compañeros, a quienes me cupo la fortuna de mandar, y al ilustre Príncipe, a quien obedecemos; no fui, pues, más que un feliz instrumento y casual cumplidor de las órdenes de mis superiores.

         "Veo con la más viva satisfacción, que el pueblo paraguayo bendice la muerte del tirano, que tan largos años lo ha oprimido, y que ha penetrado en el mismo pueblo, la convicción de que las naciones aliadas tuvieron en vista, única y simplemente, hacer la guerra al despótico gobierno de López, y nunca a la Nación Paraguaya.

         "Hago los más ardientes y sinceros votos para que este pueblo, ya redimido de su duro cautiverio, trocando las armas por el arado y las letras recupere, en breve, las fuerzas perdidas en esta sangrienta lucha, y torne a gozar, en el futuro próximo, de las inmensas e incalculables ventajas de una paz duradera, afianzada en el respeto recíproco e ilustrado de pueblos que, celosos de su dignidad e integridad, respetan a la de sus vecinos.

         "Réstame agradecer las bellas y lisonjeras expresiones de que me considero altamente inmerecedor, para con las excelentes familias paraguayas de esta villa, exponiéndoles mis sentimientos para con toda la nación paraguaya, y especialmente, para con ellas, de quienes llevo, al retirarme para mi patria, los más gratos pensamientos y agradables recuerdos.

         "Soy, con la más distinguida consideración, de Vd. atento amigo y S.S.

 

         José Antonio Correa Da Cámara".

 

         El número de las familias concepcioneras identificadas que fueron sacrificadas por el sargento mayor Gregorio Benítez (a) Toro Pichaí, y por el comandante Juan Galeano, alcanzó a dieciocho, con cuarenta y ocho miembros, a saber:

         De     Irigoyen de Gómez de Pedrueza

         "        Urbieta de Irigoyen y 3 hijas

         "        Agüero de Carísimo

         "        Urbieta de Martínez y 1 hija

         "        Carmen Agüero

         "        Martínez de Carísimo y 4 hijas

         "        Quevedo de Aquino

         "        Dolores Recalde

         "        Martínez de Rodríguez

         "        Rodríguez de Villa

         "        Rodríguez y 3 hijas

         "        Teixeira, compuesta de 4 hermanas

         "        García, compuesta de 4 hermanas

         "        Villa y 3 hijas

         "        Josefa Esquivel de Ruda y sus 3 hijas, Cayetana, Margarita y María de Jesús.

         "        Lamas y 2 hijas

         "        Córdoba

         "        Echagüe.

 

         Fueron también lanceadas en Horqueta y Laguna, otras familias que por no ser conocidas en aquellos puntos, no pudieron ser identificadas. Y esto, es tan verosímil, habido en cuenta aquel tiempo de aturdimiento, confusión y desbaratamiento general.

         De las familias inmoladas, quedaron completamente extinguidas tres, o sea: las de Gómez de Pedrueza, Ruda y Teixeira, pues la idiota Escocia, que pertenecía a la última y que tuvo la suerte de salvarse de la inmolación, sucumbió en la vía crucis que sufrió durante la vagancia forzada por los montes de Concepción.

         De entre las quince familias restantes, quedaron muchas criaturas que se salvaron algunas mediante ese hado inexplicable que preside el destino feliz o adverso de cada ser humano, llegando a ser expectables señoritas y señoras y caballeros, después de la guerra.

         El número de militares y civiles que fueron lanceados en Horqueta, Laguna y Tupi Pytá, como se ha visto, alcanza a cuarenta y uno.

         La totalidad identificada de las víctimas inmoladas, monta a ochenta y nueve, y las no identificadas, atribuidas a la vía crucis que sufrieron, a cincuenta, haciendo un total de ciento treinta y nueve.

         En Horqueta, Laguna, Tacuatí y Tupi Pytá, están señaladas con cruces, los fosos en que fueron tirados los cadáveres de aquellas familias, oficiales y soldados inmolados, las cuales son muy veneradas por los vecinos de esos lugares, como también por los numerosos transeúntes, que siempre, al pasar, les encienden una vela.

        

         Las familias concepcioneras, como las de Horqueta, Tacuatí y Tupí Pytá, particularmente las primeras, recuerdan siempre con horror aquellos días de sangre y llanto, y anatematizan a los autores de tan monstruosa masacre, desconocida en los fastos más trágicos del mundo civilizado. Y lo que más les horroriza, es la forma como fueron inmoladas aquellas inocentes, completamente desnudas, por cinco sicarios, lanza en ristre, atravesándoles el cuerpo en presencia de sus deudos, madres, hijos, hermanos, etc., que se veían obligados a aplaudir semejante acto de salvajismo, al que llamaban ajusticiamiento. ¡Inmolación consumada en holocausto al Cristo del pueblo paraguayo! (49).

         Y si estas madres, hijas, hermanas, etc., no demostraban renegar lo bastante de aquellas traidoras, corrían el riesgo de sufrir las mismas penas.

         Estas repetidas escenas de ferocidad atrofiaron de tal suerte la sensibilidad moral de todas las familias, que inconscientemente, ya no les importaba la vida o la muerte, y presenciaban indiferentes estas atrocidades, puesto que era inútil pretender escaparse de tales asesinatos, toda vez que se estuviese incluido en la lista entregádale a Toro Pichaí por el mariscal López.

         Las angustias infernales del suplicio, dictaron a aquellos infelices todas las declaraciones que querían los implacables verdugos. Los paíces mayores Borja y Velázquez, mancillando su sagrado ministerio, traicionando a Dios, cuya representación invocaban, consiguieron que aquellos reos sin culpa, echados a sus pies en la suprema tribulación de una penitencia postrera, les dijesen todo cuanto ellos necesitaban para dar apariencias de legalidad al monstruoso crimen que tenían orden de consumar, y al que se prestaban con todo el entusiasmo de sus almas protervas.

         Unas veces fingían dulzura paternal, para inducir a la confesión mentirosa, prometiendo, no sólo las glorias del cielo en la otra vida, sino también todos los premios imaginables, como recompensa generosa de la palabra que diese visos de verdad a la imaginada conjuración; otras veces apelaban a los rugidos apocalípticos para llevar el terror al corazón sencillo de sus penitentes, a quienes fulminaban con todas las iras de Dios y de los hombres.

         Y aquellas carnes torturadas, aquellos espíritus agobiados por el terror, confesaban, entre sollozos y lágrimas, y con el pavor que en su conciencia infundía la impostura, todo cuanto los verdugos querían que dijesen para su propia perdición y para perder a otros inocentes.

         Así, éstos se sacrificaban unos a otros en el espantoso delirio del terror...       Entretanto, el gran culpable, el que por el espanto de su crueldad había cegado las fuentes de toda compasión en sus instrumentos, huía, huía sin cesar, disfrutando en su carrera de todos los placeres apetecidos por su alma epicúrea, proporcionados por su inseparable y maldita concubina, que, mediante las continuas orgías y el influjo de sus hechizos, llego a dominarlo hasta el extremo de inducirlo a atentar contra los más sagrados deberes de hijo, hermano, de ciudadano y de gobernante.

 

 

 

NOTAS

 

(1). En el tiempo en que el coronel, después general Resquín, fue comisionado a Concepción para la formación del ejército que invadió la provincia de Matto Grosso, el llamado la Plana, fue el lugar de las sementeras de la plana mayor del ejército, y contiguo a éstas, se encontraban las de los regimientos 6, 7, 8 y 9 de Caballería, destacados allí. Para depósito de los frutos cosechados, como tabaco, miel, etc., se construyeron grandes casas con cuartos y amplios galpones para secaderos de tabaco.

         Una parte de los prisioneros y de las familias traídas de Matto Grosso por el general Resquín, fue alojada, provisoriamente, en uno de estos galpones, conocido entonces, en conjunto, por Plana Mayor, pero que después, por simplificación, se le llamó La Plana, como queda dicho.

(2). Generalmente empleaban dos días de viaje para llegar a Itá Ybaté, y uno y medio a Azcurra, pero el regreso, nunca podían hacerlo sino en el doble o más tiempo, por vía de descanso. Así, cuando se trataba de un caso urgente, se ocupaba otro chasque para conducir la contestación.

         El primer recorrido, de unas 80 leguas, se hacía por la carretera de Belén, San Pedro, Villa del Rosario, Caraguatay, Azcurra, Ypané e Itá Ybaté. El recorrido hasta Azcurra, era de unas 70 leguas.

         Son dignas de ponderación las proezas ejecutadas por aquellos hombres, haciendo aquel largo trayecto, en tan pocos días, mucho más si se tiene en cuenta el estado pésimo de los caminos, particularmente el que atraviesa los famosos esteros existentes de este lado del río Jejuí.

         La mayoría de aquellos chasques, no pudiendo resistir tan penosa y acelerada marcha, morían por el camino, al llegar a su destino, atacados de hematuria.

(3). Vive aún en Horqueta. Cuenta 92 años de edad.

(4). Apodo con que designa a Madama de Quatrefages, el coronel Centurión, en sus "Reminiscencias Históricas", tomo I, página 203.

(5). Era de rigor en el ejército, que cuando se trataba de estas comisiones, el designado para desempeñarla, tenía qué presentarse previamente a madama para pedirle órdenes, pues, sólo así, se estaba bien con ella, y consiguientemente, con su amante, lo que equivalía estar bien con Dios.

(6). Nombre que se le daba a los brasileros,

(7). El verdadero nombre del mayor Benítez (a) Toro Pichai, comisionado a Concepción por el mariscal López para la masacre de las familias más distinguidas de aquella población, es Gregorio, y no José, como lo asegura el general Resquín.

(8). Informe de la actuación en Concepción, del ex capellán mayor, Juan Isidro Insaurralde, en poder del autor.

(9). En todos los partes elevados al mariscal López, por este comando, los muertos por causa de las torturas infligidas, tales como el cepo Uruguayana, azotes, hambre, etc., aparecían como fallecidos de muerte natural..

(10). Desde 1883, el autor lo tuvo consigo a este sujeto, como su resguardo en las luchas electorales, en que actuó, y después, por muchos años, como capataz de su establecimiento rural de Emboscada. De aquí proviene la relación de todos los informes de la actuación de aquel hombre, corroborada por muchos vecinos de Concepción, a más de los documentos auténticos en poder del mismo autor.

(11). Casado con la señora Bella Rosa Chirife, sobrina del autor, padre del agrimensor Antonio Vasconcellos.

(12). Véase Héctor Francisco Decoud: "Sobre los escombros de la Guerra. Una década de vida nacional", tomo I, página 237.

(13). En las tablas de sangre del mariscal López, tomadas por los aliados en Itá Ybaté, aparece, respecto a este distinguido caballero, lo siguiente: "29 de Julio.- Falleció el reo traidor, José Angelo, paraguayo, y por orden superior fueron pasados por las armas, Santiago Ózcariz, Manuel Cabral, paraguayos, y Cándido Vasconcellos, portugués".

(14). En las tablas de sangre mencionada, no figura, intencionalmente, el nombre de Hilario Recalde, como el de muchos otros de los que quedaron para siempre en aquella memorable trayectoria, marcada, en todo su curso, con los restos mortales de las destacadas personalidades, para lo cual contribuyó eficazmente la precipitación con que se efectuó la jornada; sin elementos de transporte para tantos inválidos, compelidos a marchas forzadas, de día y de noche, casi sin descanso, para no ser alcanzados por las fuerzas enemigas; pero es un hecho cierto, afirmado por el propio Toro Pichaí, y por cien testigos más, que aquella víctima inocente murió en la forma dicha, entre muchos compañeros de infortunio.

         Alfonso Taylor, en su narración, Capitulo XIX, Masterman, "Siete años de aventuras en el Paraguay", página 471, dice: "Recuerdo bien de un tremendo estero que tuvimos que atravesar: se llama el estero Ypoá, y su fondo es de una profunda y pegajosa arcilla. Era de noche cuando lo abordamos, y salimos de él al día siguiente temprano, pero muchos de los que entraron en él, sobre todo los débiles, enfermos y ancianos, no salieron y murieron ahogados o bayoneteados. Vi a dos ancianos quedarse enterrados en el barro, sin poder moverse, tal vez fueron víctimas del hambre o de los buitres, que se cernían sobre ellos!"

         Cuenta el mismo Toro Pichaí, que al cruzar el mencionado estero Ypoá, a que se refiere Taylor, lo vio enterrado en el barro a dos ancianos, reconociendo a uno de ellos ser Hilario Recalde que había sido bayoneteado por no haber querido trotar, admirando que hubiese podido llegar hasta aquel punto en el estado en que estaba.

(15). Acá Vboty (cabeza florida). Nombre dado a un escuadrón de lanceros, que se hizo famoso, desde San Fernando en adelante, por inhumanos hasta la exageración. Éstos verdugos habían adquirido tanta nombradía por sus hazañas de sangre, que no había diversión o reunión de las mujeres en los campamentos, en donde no fuesen invitados, y siempre preferidos, por el temor que infundían. La triste celebridad de estos verdugos, consistía en el alarde que hacían de atravesar con sus lanzas, si el menor indicio de conmiseración, el cuerpo de los ajusticiados, repitiendo la operación con suma destreza y agilidad, hasta dejarlos cosidos a chuzazos, por manera que hubiese absoluta seguridad de su muerte.

         Las mujeres del campamento acostumbraban llenar de flores los kepís de los lanceadores, particularmente después de cada ajusticiamiento, en previsión de una malquerencia. De aquí el nombre o la designación de Acá Yboty.

(16). Informe por escrito del alférez Limeño, en poder del autor.

(17). Se salvó milagrosamente de Toro Pichaí y de la vía crucis que sufrieron las familias concepcioneras. Después de la guerra, contrajo matrimonio con el señor Pedro Miranda.

(18). Traducción literal: madera con agujero. Instrumento que sirvió para dar tormento, inventada por la inquisición e introducido en el Paraguay durante la dominación española. Está formado de dos tablones gruesos y pesados, con varios cortes en forma de media luna, practicados a lo largo de los bordes de los mismos, y que, unidos entre sí, presentan, en la raya divisoria del medio, unos agujeros redondos equidistantes, con los cuales se aprisiona la garganta o la pierna del que se trata de torturar, manteniendo cerrado el conjunto por medio de un candado o dispositivo equivalente.

         Hasta muchos años después de la guerra del 64, las policías de campaña tenían un Ybyrá Cuá, para asegurar a los criminales, cuyos tormentos estaban en proporción directa con su mayor o menor tiempo de permanencia en el aparato de suplicio, o en la altura de éste, de modo que permita apoyar en el suelo mayor o menor porción de su cuerpo, cono también con relación al ángulo formado por las piernas sujetas dentro de los agujeros, pues cuanto más abiertas estén aquéllas, la posición es más violenta.

(19). Vocablo guaraní, que en español significa sacerdote, y que hasta ahora varios pueblos lejanos de la capital, conservan aún dicha denominación.

(20). Como la gente de entonces no atinaba en qué consistía el cargo de capellán mayor, que tenían estos sacerdotes, creyendo halagarlos más, les llamaban paí mayor Borja y paí mayor Velázquez, y como a éstos no les desagradaba la alta graduación militar que les habían conferido, se callaban, en señal de aceptación. De aquí que les quedó el tal grado de Mayor.

(21). Una hermana menor dé éstas, llamada Donata, se salvó milagrosamente. Es la madre de la esposa del señor Jerónimo Paradeda.

(22). Fue reclutado al par de Toro Pichaí, para la invasión de Matto Grosso, siendo peón de la estancia Tacuara Guazú, propiedad del rico hacendado, José Tomás García, conocido por Purutué Caí.

(23). Véase "Una década de vida nacional", tomo I, nota de la página 188, por el mismo autor.

(24). Consistía en un paño negro, todo mugriento. Cosido sobre un lado, estaba el retrato del mariscal López, y en el opuesto, el de Madama de Quatrefages, simulando a Cristo y a la Virgen Santísima, respectivamente. Descripto así el venerado escapulario, veamos cómo se usaba. Previa invocación del embuste de que los que besaban aquella asquerosidad estaban desde ya a cubierto de las tentaciones del demonio, y con el camino expedito para ir derecho al Cielo, lo arrimaban a los labios de aquellas infelices, que, en actitud reverente y mística, se veían forzadas a estampar sobre el repugnante dije, el ósculo requerido, profanando así el sello característico del amor y del cariño.

(25). Toro Pichaí nos aseguró, en repetidas ocasiones, que el mariscal López, cuando lo llamó para despacharlo a Concepción, le había hecho preguntas sobre la fortuna y alhajas que poseían las familias de aquella ciudad, particularmente la de Carmen Agüero y la de Teixeira, así como el nombre de la señorita de esta familia, que había sido festejada por su hermano Benigno, de lo que deduje -dijo- que tenía una ojeriza a esta familia. Todo esto y mucho más -agregó Toro Pichaí- me preguntó también Madama, quien me recomendó que el dinero y las alhajas que poseían aquellas traidoras, los enviase inmediatamente a su excelencia, el señor presidente, para mandar acuñar condecoraciones para los buenos servidores, cual lo era él.

(26). Salvada de las garras de Toro Pichaí, por un inexplicable designio providencial.

(27). Dos años después de terminada la guerra, el teniente Núñez, villetano, fue en busca de este entierro, y a pesar de sus empeños, no pudo hallar el sitio codiciado. La naturaleza se encargó de malograr la exhumación de aquellos tesoros teñidos en la sangre de los que fueron sus legítimos dueños.

(28). Obra citada, página 49.

(29). El fiscal general del Estado, Juan José Decoud, la inició. Oportunamente daremos a publicidad aquella interesante pieza

(30). Exposición del coronel Silvestre Aveiro, dirigida al conde d'Eu, en fecha 23 de marzo de 1870.

(31). El nombre del sargento mayor Benítez (a) Toro Pichaí, comisionado por el mariscal López, para la matanza de las familias distinguidas de aquella ciudad, es GREGORIO y no José, como lo asegura el general Resquín. Nota del autor.

(32). En aquel tiempo no existía en la Asunción ningún diario ni periódico. El primero que apareció, después de la ocupación del enemigo, fue La Regeneración, en fecha 14 de Octubre de 1869, o sea cinco meses después de haber sido despachado Toro Pichaí para Concepción. Nota del autor.

(33). José L. Resquín "Datos Históricos de la Guerra del Paraguay", página 121.

(34). En aquellos momentos, la escuadra brasilera se encontraba fondeada en Itacurubí, como se dice en la página 9. Nota del autor.

(35). Elemento de movilidad, propiamente dicho, que consistirían en caballos, mulas, bueyes, carretas, ya no existían más en todo aquel departamento. Mal podía entonces, ofrecer. Nota del autor.

(36). El coronel Centurión, que copia todo del general Resquín, tiene que caer por consiguiente, en el mismo error de éste, bautizando a Gregorio Benítez (a) Toro Pichaí, con el nombre de José Benítez, como se tiene dicho en la nota 31 de la página 32.

(37). Que lo digan los deudos de los desgraciados Antonio Augusto Vasconcellos e Hilario Recalde, que siempre se horrorizan con el recuerdo. Nota del autor.

(38). Léase masacre humana. Nota del autor.

(39). Esta posición fue evacuada a fines de Enero de 1869, cuando remontó hasta Corumbá, parte de la escuadra brasilera que fondeó en Itacurubí, al Norte de Villa Concepción. La pequeña guarnición con que contaba, vino a engrosar las fuerzas del comandante Galeano. Nota del autor.

(40). Era brasilero y murió en los comienzos de la guerra. Nota del autor.

(41). Ya lo creo que fue por orden suprema, como le consta al coronel Centurión, quien, como componente del Tribunal de Sangre constituido en Azcurra, fue uno de los que dieron las instrucciones del caso a Toro Píchaí, para proceder en el cumplimiento de su comisión, llegando a amonestarlo al despedirlo para Concepción, como se ve por la manifestación de éste, en la página siguiente. Nota del autor.

(42). Obra citada, páginas 44, 45, 46 y 47.

(43). Estos dos militares formaron parte de las fuerzas de la ciudad de Concepción, y cuando el comandante Gómez de Pedrueza desalojó La Plana, fueron a ocupar Laguna e Ypucú. Durante su estadía en éste punto, llegó a Horqueta Toro Pichaí, y aquéllos tuvieron oportunidad de presenciar la horrorosa masacre que tuvo lugar en dicho departamento.

(44). Los vecinos de Villa Concepción le llamaban con este nombre cariñoso a Gómez de Pedrueza.

(45). Contaba apenas unos doce años. Nota del autor.

(46). Informe del comandante de Villa Concepción, Rosendo Carísimo, elevado al Gobierno Provisorio, de fecha 7 de octubre de 1869, en poder del autor.

(47). Se refiere a la inmolación de la desventurada señora Felicia Irigoyen de Gómez de Pedrueza, que se encontraba ya en el período de alumbramiento. Nota del autor.

(48). Esta comunicación fue escrita por el ciudadano Cayo Miltos, después Vicepresidente de la República, que a la sazón se encontraba en Concepción. Nota del autor.

(49). Excelso honor discernido por los fiscales de sangre, tonsurados presbíteros Fidel Maiz y Justo Román, al mariscal López, con motivo de la relación formulada por los mismos, en Pikysyry, el 14 de diciembre de 1868, a raíz del proceso instruido al obispo Manuel Antonio Palacios, y de la famosa supuesta gran conspiración, en San Femando.

 

 

 

APÉNDICE

 

 

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TABLAS DE SANGRE DEL MARISCAL LOPEZ

 

         La lista (1) de las tablas de sangre del mariscal y presidente de la República, Francisco Solano López, tomada por los aliados en Itá Ybaté, comprende únicamente parte de los que durante seis meses, o sea dentro del período comprendido desde el 17 de junio al 14 de diciembre de 1868, fueron inmolados en el citado paraje y en el de San Fernando. Los que por olvido o intencionalmente, no aparecen en aquélla, como los fusilados en Paso Pucú, como también el 21 de diciembre, al comenzar el ataque a las posiciones del tirano, así como los degollados, lanceados, bayoneteados y fusilados desde Caacupé hasta Cerro Corá, los iremos consignando paulatinamente, en el deseo siempre de no dejar la menor duda sobre la justicia que nos ha guiado para calificar de leopardo, el más astuto, sanguinario y cruel de los felinos, a aquel hombre que se deleitaba en torturar, en oír los ayes y lamentos y en aspirar el vaho sanguinolento de sus inermes víctimas, fuesen éstas de cualquier jerarquía, sexo, edad, estado y vínculos de sangre, sin exceptuar, ¡oh, mundo civilizado, asombraos, hasta los de la propia madre y hermanos!

         Héla aquí:

 

         Diario de Resquín

 

         Campamento de San Fernando, 31 de Mayo de 1868.

 

         Por orden superior, fueron pasados por las armas en Villa Franca, los desertores Domingo Caballero y Juan López, soldados del batallón número 13, capturados en los montes de dicha villa, teniendo el primero dos heridas, una debida a él y otra a sus perseguidores.

         17 de junio. - Por orden superior fue pasado por las armas el brasilero, espía del enemigo, Juan de Silva. También por deserción, el soldado de artillería de Tebicuary, José Delvalle.

         18 de junio. - Falleció el traidor Silvestre Silva, de muerte natural. También por orden superior fueron pasados por las armas los reos traidores de la capital, Esteban Homen (2), Vicente Cabrera, Apolinario Díaz, Nicolás Medina, Gregorio Ferreira y Félix Díaz.

         22 de junio. - Por orden superior, fueron pasados por las armas, el desertor por tercera vez, Antonio Bobadilla, del batallón número 43. También fueron pasados por las armas por orden superior, los reos traidores de la capital, Juan Benítez (3), Antonio Barbosa, Francisco Pereira, Pío Ayala, Bernardo Pereira, Dionisio González y José Devane.

         25 de junio. - Por orden superior fueron pasados por las armas los reos traidores engrillados, Soto Díaz, Domingo Talavera, Bartolomé Mayo, Gaspar Morínigo, Miguel Giménez, Tomás Vásquez, José María Quintana y Germán Egusquiza, todos traidores de la capital.

         28 de junio. - Por orden superior fueron pasados por las armas, los reos traidores Vicente Ortigoza, Tomás Pedrozo, Eugenio Cáceres, Martín Morales, Tomás Cardoso, Galo Iturbe, José Manuel Otazu y Vicente López, todos traidores de la capital. Falleció de muerte natural (4) en un calabozo, el desertor brasilero Pedro Antonio Alves.

         1° de julio: - Por orden superior fue pasado por las armas el desertor Victoriano Zárate, del cuerpo de remeros.

         5 de julio. - Falleció de muerte natural en un calabozo, el reo traidor Juan Gómez (5), ex teniente coronel. Otro si, el reo traidor Sotero Torres, soldado de caballería.

         6 de julio. - Por orden superior fue pasado por las armas el desertor Eugenio Núñez, soldado del regimiento número 19.

         7 de julio. - Falleció de muerte natural el reo engrillado, Pablo Vacariz (6), de nacionalidad italiano. También por orden superior fue pasado por las armas el desertor Basilio Rivarola, del batallón 23.

         13 de julio. - Por orden superior, fueron pasados por las armas los reos traidores Juan Bautista Lescano, Marcelino Márquez, Salvador Martínez, Zacarías Pereira, José Ignacio Garay, Manuel Cardoso, José Tomás Martínez, Serapio Escobar, Ramón Insfrán, Juan de la Cruz Vera, Manuel Veira, el cabo Ángel Alderete, Basilio Villalba, Nemesio Benítez, José Luis Votella, Manuel Montero Braga, Francisco Magallanes, Antonio Carlos de Oliveira y Julio Bautista de Costa.

         14 de julio. - Por orden superior fue pasado por las armas el reo traidor, alférez de caballería, Miguel Gayoso.

         15 de julio. - Falleció el reo traidor, Juan Lenzo Colomno, inglés. Falleció el reo traidor, Manuel Madruga, portugués. Falleció el reo traidor, Policarpo Garro (7), paraguayo. Falleció el reo traidor, Trifón Cañete, paraguayo.

         16 de julio. - Falleció el reo traidor Buenaventura Cáceres, paraguayo. Fue pasado por las armas el reo traidor Miguel Antonio de Elorduy (8), español.

         17 de julio. - Falleció el reo traidor, Manuel Bicinegui, italiano. Falleció el reo traidor José Bedoya, correntino.

         18 de julio. - Fue pasado por las armas el reo traidor, Tomás Pisarello (9). Fue pasado por las armas el reo traidor, Gregorio Luibedo.

         19 de julio. - Falleció el reo Isidoro Troche, paraguayo. Falleció el reo traidor Domingo Pomier (10).

         20 de julio. - Falleció el reo traidor, Miguel Berges (11), paraguayo.

         21 de julio. - Falleció el reo traidor, Agustín de Elorduy (12), español. Falleció el reo traidor Justo Benítez, paraguayo.

         23 de julio. - Falleció el reo traidor, Clemente Veloto, paraguayo.

         24 de julio. - Falleció el reo traidor, Raimundo Ortiz (13), paraguayo. Falleció el reo traidor, Esteban Loizaga (14), paraguayo. Falleció el reo traidor; Agustín Piaggio (15), italiano.

         25 de julio. - Falleció el reo traidor, Carlos Orrute. Falleció el reo traidor Ignacio Galarraga, español. Falleció el reo traidor, Escolástico Garcete (16), paraguayo. Falleció el reo traidor, José C. Fernández, paraguayo.

         28 de julio. - Fallecieron los reos traidores, Esteban Idelusis y Antonio Susini, italianos.

         29 de julio. - Falleció el reo traidor, José Angelo, paraguayo; y por orden superior, fueron pasados por las armas, Santiago Oscariz y Manuel Cabral, paraguayos, y Cándido Vasconcellos (17), portugués.

         30 de julio. - Fallecieron los reos traidores, Bernardo Artaza y Fermín González, paraguayos.

         31 de julio. - Falleció el reo traidor, Francisco Rosas.

         4 de agosto. - Fallecieron los reos traidores, Manuel Coelho, portugués, Abdón Molinas, paraguayo, y Pedro Anglad (18), francés.

         5 de agosto. - Falleció el reo traidor, Sinforiano Cáceres (19), correntino.

         6 de agosto. - Por orden superior fue pasado por las armas el reo desertor, Eusebio Herrera, argentino, y falleció el reo traidor, Vicente Valle (20), paraguayo.

         7 de agosto. - Falleció el reo traidor, Salvador Figueredo, paraguayo.

         8 de agosto. - Fallecieron los reos traidores, Luciano Báez, paraguayo, y Juan Susini, italiano.

         9 de agosto. - Fueron pasados por las armas los reos traidores siguientes: Américo Varela, Ángel Silva, Antonio Arana, Antonio Tomé, Antonio Rebaudi (21), Antonio Guaner, Antonio Foboas, Antonio Irala, Arístides Duprat (22), Baldomero Ferreira, Benjamín Santerre, Cayetano Barbosa, Eugenio Matea Agaríaz, español, Faustino. Martínez, Feliciano Hermosa, Francisco Canteros, Francisco Samaniego, Francisco Sotera (23), Fermín Bararvaz, Gregorio Argüelles, Inocencio Gregorio, Isidoro Arriola, José Caraiza, José Valle, Juan Campen, Juan Fusoni (este último murió de muerte natural, un momento antes de ser ejecutado), Julián Rodríguez, Julián Aquino, Luis Ávila, Martín Candia, Nicolás Cassels, Nicolás Susini, Nicolás Delphino, Pedro Falcón, Pelayo Azcona (24), Ramón Franco (25), Román Capdevila (26), Serapio Pucheta, Venancio Oribe, Vicente Servín y Vicente Galarza. Total 41.

         10 de agosto. - Falleció el reo traidor, Juan Padilla (27), argentino.

         14 de agosto. - Fallecieron los reos traidores, Agustín Viera y Eliseo Galeano, ambos paraguayos.

         17 de agosto. - Fallecieron los reos traidores, Pedro Burgos (28), paraguayo, y Coroliano Márquez, argentino.

         18 de agosto. - Falleció el reo traidor, teniente Juan Caballero.

         19 de agosto. - Fallecieron los reos traidores, Dámaso Cuevas, paraguayo, y Alfredo Levrint, francés.

         20 de agosto. - Fallecieron los reos traidores, Florencio Uribe (29) español, y Benjamín Urbieta, paraguayo.

         22 de agosto. - Fueron pasados por las armas, los presos traidores, Cipriano Duprat (30), Andrés Urdapilleta (31), Carlos Recla, Julio Carranza, Vicente Varleto, Constantino Borleto, Antonio Oneto, Lisardo Vaca (32), Sebastián Ibarra (33), Gregorio Vera, Narciso Lasserre (34), Felipe Milleres (35), Juan Nera, Alejandro Pinto da Souza, Nicolás Jupelini, Federico Anavitarte, Tristán Roca (36), Benigno Gutiérrez, Raimundo Baraga, Leandra Barrios, Román Silvero, Honorio Grillo, Matea Muso, Ignacio Ruíz (37), Félix García, Félix Arriola, Pastor González, Juan Baeco, Juan Bautista Duré, Leopoldo Anglad (38), Francisco Cardoso, Miguel Lombardi, José Mino, Domingo Fernández, Federico Gariada, Juan Gregorio Valle, Miguel Perujo, Miguel Espíndola, Félix Candia, Joaquín Fernández, Enrique Tuvo (39), Lorenzo Craz, Francisco Molina, Juan Andreo, Egydio Ferrero, Desiderio Arias, José Romondini y Pio Pozoli. Total 48.

         En la misma fecha fueron pasados por las armas los reos traidores, Francisco Rodríguez Larreta (40), Narciso Prado, Santiago Mayoza, Ulises Martínez, Francisco Laguna, José Garay, Guillermo Start, Bernardino Ferreira, José M. Astigarraga, Leopardo Sion, Nicolás Froya, Salvador Echanique (41), Santiago Deluqui, Pablo Kert, José Rustei, Joaquín Vargas, Celso Correo, Domingo Rosas, Enrique García, Pilar Goicochea, Pascual Bedoya, Juan Batalla, Juan Perrasi, Gregorio Molinas, Roque Céspedes, Marcelino Gómez, Francisco Vidal, José Rodríguez, Joaquín Romaguerra, Pedro Polleó, José María Salcedo, José Vicente Urdapilleta (42), Ángel Ugalde, Aurelio Manchuet, Ginés Raustas, Bernardino Cabral, Faustino Rodríguez, Presbítero, exceptuándose Nicolás Froya, que murió antes de la ejecución (43). Total 37.

         23 de agosto. - Falleció el reo traidor, capitán Ramón Boga, y por orden superior fueron pasados por las armas los reos traidores, Juan Watts, Natalicio Martínez, Beniano Rosas, Luis Echebarrieta, Teodoro Gauna (44), Marcos Pernabé, Celestino Cattim, José Sanyur, Varciliano Lampini, Enrique Fenaus, José Haller, Carlos Tristón, Alejandro Galeano, Francisco Soira, Francisco Balbuena, Bartolomé Abertont, Esteban Meza, Anteoxeliano Capdeville, Antonio Lucero, Agustín Piris y Manuel Fernández, paraguayos estos últimos. Total 23.

         24 de agosto. - Falleció el reo traidor, De Jesús López, paisano; fueron pasados por las armas los traidores, Clemente Pereira, Martín Vera, Aniceto Duarte, Casimiro Aquino, Francisco Román, Pablo Rosas, Miguel García, estos paraguayos, y Epifanio Palacios, Juan Moreyra, Máximo Rodríguez y José Loco, extranjeros. Total 11.

         26 de agosto. - Fueron pasados por las armas los reos traidores, Francisco Fernández (45), paraguayo, ex sargento mayor, capitán Miguel Itáez, teniente Anastasio Vallejos, Alférez José Villasanti, alférez Dionisio Villalva, urbano, Pablo González, urbano, Francisco Frutos, urbano, Alejo Acuña, urbano, Matías Montril, italiano, Selverino Boie, y los extranjeros Hilario Santana y Antonio Fonseca. Total 12.

         Por orden superior, fueron pasados por las armas, los reos traidores, José María Bruguez (46), el ex coronel Manuel Núñez, el sargento mayor, Vicente Mora, alférez Rosario Bobadilla, capitán Miguel Rosas, el particular Carlos Riveros (47), Manuel Céspedes, el ex presbítero Vicente Bazán, Fidelio Dávila, Juan Morales, Teodoro Vera, alférez Gerónimo Delfín, Juan Madera, Sixto Pereira, Angelo, Cacens, Antonio Nin Reyes (48), y Antonio Vasconcellos (49). Total 17.

         Por orden superior fueron pasados por las armas los reos traidores, Manuel Fretes, Pablo Sarracho, Blas Recalde, Juan Antonio Rodríguez, Francisco Decoud (50), Valentín Vargas, Prudencio Ayala y Valeriano Ayala. Total 8.

         5 de septiembre. - Falleció en prisión el traidor Narciso Núñez, ex Juez de Paz en Villeta.

         6 de septiembre. - Fallecieron en la prisión, los reos traidores, Anacleto González, correntino, y José Fen, norteamericano.

         7 de septiembre. - Fallecieron los reos traidores, Francisco Candia, el teniente José Martínez y el urbano Dionisio Figueredo.

         9 de septiembre. - Fallecieron el reo traidor y soldado, Nicolás Sanabria, paraguayo, y Timoteo Correa, brasilero.

         10 de septiembre. - Fueron pasados a bayoneta los espías Vicente Amarilla e Inocencio González, soldados paraguayos.

         11 de septiembre. - Fallecieron los reos traidores, Gustavo Aman, alemán, teniente, Patricio Gorostiaga, argentino, y Antonio de Silva, brasilero.

         12 de septiembre. - Falleció el reo traidor, alférez Tomás Céspedes, y el urbano Ramón Candia, paraguayos.

         13 de septiembre. - Fallecieron en su prisión, el teniente coronel, Gaspar Campos (51), prisionero, y el traidor Gabriel Coria, argentino.

 

 

LISTA DE LOS PRESOS MUERTOS EN TRÁNSITO DE SAN FERNANDO A CUMBARITY, DESDE EL 27 DEL PASADO AGOSTO, HASTA EL 3 DEL CORRIENTE

 

         Juan Pastore, Pedro Lalena, Antonio Charman, extranjeros; el traidor Jorge Kes, suizo; Manuel Antonio de Espíritu Santo; el traidor Isidoro Martínez, mejicano; José Cayetano Beurro, Carlos Bono, Jorge Daly, Antonio José da Mora, Pedro Lagarde, Andrés González, Eleuterio Eneiro, Manuel Peña, José Vicente Jestono, José María Castro, Andrés Ibáñez, traidor boliviano; Eustaquio Uriarte, Manuel Riveras, Juan Almoya, Roberto Casimiro, Eleuterio Benítez, Raimundo Aquino, Manuel Berges, Miguel Silva y el alférez José Gavilán. Total 25.

         14 de septiembre. - El teniente Alejo Ibero, fue pasado a la bayoneta y fallecieron los reos traidores Marischavel, español, y Carlos Moreno, argentino. Púsose en libertad al coronel Bernardino Deniz. Con fecha 4 del corriente, se sacaron de la prisión pasados del enemigo, los prisioneros de guerra y presos por otras causas para trabajos de trincheras, en número total de 190.

         15 de septiembre. - Fallecieron los reos traidores, Jacinto Duarte, paraguayo, y Baltazar de las Carreras (52), oriental.

         18 de septiembre. - Fallecieron los reos traidores, Agustín Trigo, Sebastián Insfrán, Eugenio Méndez, Antonio Ortiz, todos paraguayos, y Wenceslao José María, brasilero.

         19 de septiembre. - Falleció el traidor Justo Cáceres, paraguayo. Para trabajos de trinchera fueron pasados los siguientes reos, Simón da Silva, Antonio Luis da Morales, Inocencio Monteros da Mendoca, José da Silva, José da Costa Leite, José Justiniano, Indalecio da Souza, Manuel dos Santos, Manuel Antonio da Silva y Manuel Carneiro, brasileros todos estos diez, y Ramón Lescano, Antonio Sánchez y Roque Sánchez, argentinos. Total 14.

         20 de septiembre. - Fallecieron el reo traidor paraguayo, Mauricio González, en su prisión, y el desertor brasilero Juan Suárez de Araujo.

         21 de septiembre. - Fallecieron en la prisión, los traidores Fulgencio González y Antonio Quintana, paraguayos; Justino Lescano, argentino, y Antonio da Silva, brasilero.

         21 de septiembre. - Fallecieron los reos traidores, Francisco Pintos y José Vega, paraguayos.

 

 

CAMPAMENTO EN PIKYSYRY, SEPTIEMBRE DE 1868.

 

         Por orden superior, fueron pasados por las armas el soldado desertor, José Segovia, del tercer regimiento de artillería, capturado en el distrito de Itá. El sargento de policía, Luciano Ruizdias, recibió treinta pesos de premio por el celo de capturar al desertor José Segovia, del tercer regimiento de artillería, gratificación que se dignó concederle el Excmo. Mariscal Presidente de la República y General en Jefe de sus ejércitos. - Francisco I. Resquín. - Es copia. 22 de septiembre. - Falleció el reo Sebastián Salduondo, paraguayo.

         24 de septiembre. - Fallecieron los reos traidores paraguayos, Ramón Mareco, pasado a la bayoneta, jefe del Yataity, José Lino Torres, particular, Dolores Caballero; brasilero José Veiga.

         Por orden superior fue puesto en libertad el reo Lázaro González de Yaguarón.

         25 de septiembre. - Fallecieron en la prisión, los reos traidores Juan Rodríguez, brasilero, Pedro Merolles, italiano.

         26 de septiembre. - Falleció el reo traidor, Joaquín Patiño, paraguayo; Antonio da Souza, brasilero, desertor de Yaguarón, fue pasado a bayoneta.

         27 de septiembre. - Falleció en la prisión, el reo José H. Varella, italiano. Pasaron a la trinchera para trabajar, los prisioneros de Yabebiry, soldados: Deodato José dos Santos, Manuel Isidoro da Silva y Pedro Reginaldo, brasileros. Falleció el reo traidor, Facundo Salduondo, paraguayo. Por orden superior, fueron pasados por las armas, los reos traidores, ex mayor Matías Zanabria, paraguayo; ex capitán Ignacio Garay, id.; ex teniente Elías Ortellado, id., id.; Francisco Souza, id., ex presbítero Martín Serapio Servín, id., id; Juan Evangelista Barrios, id.; ex sargento, Dolores Vera, id.; Bernardo Ortellado, id.; Gumersindo Benítez (53) id.; Manuel Leandro Colunga, id.; Zacarías Rodríguez, id.; Vicente Dentella, id.; Segundo Colunga, id.; Isaac Álvarez, id.; Francisco Ojeda, id.; Juliano Jacques; id.; Matías Ferreira, id.; Francisco Zelada, id.; Daniel Valiente, id.; José Mariano Servín, id.; Miguel Ramírez, id.; Jorge Centurión, id.; José Franco; id.; Antonio de las Carreras (54) oriental; Francisco Xavier de Mattos, brasilero; Juan Fernández Contadonia, id; José Gómez Maciel, id.; Francisco Eleuterio da Souza, id.; Juan Beitiano, italiano; Francisco Inyernise, id.; Juan Viscaya, id.; Julio Veca, id.; Vicente Reina, español; Francisco Vilas, id.; José María Vilas, id., Enrique Reina, id.; Ventura Gutiérrez, argentino; José Cateura, id.; Calixto Lescano, id.; Juan de la Cruz López, id.; Crisóstomo Carrano, id.; Leonardo Ruz, francés; Miguel Alderry, id.; José Pelífer, id.; Octavio Julgra, alemán; Francisco Ordano, ruso; Isidro Codina (55) español. Total 52.

         28 de septiembre. - Pasaron de la prisión para el trabajo de las trincheras, los reos: Nicolás López, correntino; Simón Vallejos, id.; Luis Bernardo Mure, italiano; José María Gómez, argentino; Santiago Romero, id.; Justo Faría, id.; Celedonio Nanua, español; Celestino Leite da Oliveira, brasilero; Francisco Joaquín, id.; Ludovico Barroso, id. Total 10.

         Por orden superior, fueron pasados por las armas los reos traidores: Máximo Falcón, paraguayo; Pablo Colman, id.; Cecilio Vallejos, correntino. Total 3.

         Por orden superior, fueron puestos en libertad los reos siguientes: presbítero Facundo Gill, paraguayo; presbítero Mariano Aguiar, id.; sargento Buenaventura Bordón, id. Total 3.

         29 de septiembre. - Falleció en la prisión, el soldado Manuel Gonçalves, brasilero.

         30 de septiembre. - Falleció en la prisión, el reo traidor, Tomás Gil, paraguayo.

         1° de octubre. - Falleció en la prisión, el reo traidor, sargento Rivas, paraguayo.

         2 de octubre. - Falleció el reo traidor, Andrés García, paraguayo.

         3 de octubre. - Falleció el reo traidor, Vicente Robredo, argentino.

         4 de octubre. - De orden superior, fue puesto en libertad el prisionero de guerra tomado en Suruby, capitán Joaquín Gómez Peso, brasilero. Falleció el reo traidor, ex alférez Antonio Santa Cruz, paraguayo.

         6 de octubre. - De orden superior, fueron puestos en libertad los prisioneros, sargento mayor Maximiliano von Versen, alemán, y el teniente Gerónimo de Amorim Valporto, brasilero. Falleció el reo traidor, Marcelino Sánchez, paraguayo.

         7 de octubre. - Falleció el reo prisionero, alférez Severo González, argentino. Falleció el reo traidor francés, Juan Carlos Leuzensi.

         8 de octubre. - Falleció el reo traidor, ex alférez Manuel Báez, paraguayo. Falleció el reo prisionero brasilero, José Suárez.

         11 de octubre. - Falleció el reo traidor, José Riveros, paraguayo.

         12 de octubre. - Falleció el reo traidor, Vicente Quadra, italiano.

         19 de octubre. - De orden superior, fueron pasados por las armas los reos traidores que desertaron de la guardia bandera del batallón número 9, soldado Luis Alcaraz, del regimiento número 3, y Ramón Paredes.

         19 y 20 de octubre. - Falleció el reo traidor, soldado José Palacios, paraguayo.

         21 de octubre. - Falleció en la prisión, el reo traidor brasilero, Fernando José Moreira.

         25 de octubre. - Falleció en la prisión, el reo traidor brasilero, Ricardo Costa Leite.

         28 de octubre. - Falleció el reo traidor brasilero, Thomé da Costa.

         29 de octubre. - Falleció el reo traidor brasilero, Juan Moraes Bueno.

         5 de noviembre. - Falleció el reo traidor paraguayo, Miguel Patiño.

         7 de noviembre. - Falleció el reo traidor paraguayo, Benito Álvarez.

         8 de noviembre. - Fallecieron en la prisión, los reos traidores: brasilero, José Manuel de Campo; argentino, Cipriano González; paraguayo, José María Franco.

         9 de noviembre. - Falleció de peste en el hospital, el reo paraguayo Valentín Fernández. Falleció de peste en el hospital, el reo traidor paraguayo, Juan de la Cruz Cañete. Falleció el reo traidor paraguayo, Sinforiano Martínez.

         10 de noviembre. - Falleció de peste en el hospital, el reo traidor paraguayo, Buenaventura Velázquez, ex Juez de Paz de Carapeguá. Falleció en la prisión, la rea traidora, María de Jesús Egusquiza (56) paraguaya.

         Lista de los reos muertos en la trinchera: paraguayos, Mariano López, Francisco Sánchez, Alejo Benítez, Sebastián Ferreira y Buenaventura Soria.

         Argentinos: Santiago Romero, Cornelio Salazar, Luis Soto, Aniceto Corche, José Pérez, Simón Romero, Roque Mansilla, Manuel Sánchez, Ángel Agüero, Cipriano Alonso, Basilio Canoma, Marcelo Herrera, José Torres, Lázaro Larini, Santiago Ávila, Andrés Atuno, Primitivo Sosa, José Montero, Manuel Álvarez, Isidoro Agüero, Lino Tarela, Nicolás Vira, Antonio Sánchez, Badurlello Artaza, Francisco Argüello, Inocencio Mendoza, Sabino Pari, Ramón Mansilla, Martín Acebo, Ramón Pérez, Celedonio Fernández, Esteban Guanez, María Gámez, Juan Larrea. Total 34.

         Brasileros: José da Costa, Antonio Francisco Simón dos Santos, José Tertuliano, Manuel da Souza, Joaquín Soares, José Lucas, Vicente Correa, Lázaro Gonçalves, Joaquín da Souza, Emilio Alves, Francisco Peude, Vicente Fernández, José do Nascimiento, Basilio Dinis, José Lautela, Manuel dos Santos, Manuel Antonio Felipe da Silva, José Justiniano. Total 20.

         Italiano. Juan Canelo. Total .l.

         Total 60.

         11 de noviembre. - Fueron pasados por las armas, los reos: capitán Andrés Maciel, paraguayo, traidor; tenientes: Francisco Ortellado e Ignacio Ojeda, id., id.; soldados: Bernabé Sánchez, Donato Lescano, Aniceto Joare, Francisco Sánchez, Sebastián Alonso, id., id.; urbanos: Francisco Sánchez, Victoriano Cabrisa, Ignacio Vera, Basilio Pereira, Gaspar López, Eleuterio Barbosa, Luciano Decoud (57), Simón Céspedes, id., id.; coronel Telmo López, santafecino, traidor; particulares: Malaquías da Oliveira, Francisco Salazar da Oliveira, Juan A. Deante, Brasileros; José María Cáceres, correntino; Carlos Ulrich, León de Delme, Pedro Nolasco Conde, correntino; coronel Ulpiano Lotero, correntino, prisionero; tenientes: Joaquín da Silva Gusmao, brasilero; José Romero, argentino, prisionero; alférez Paulino Báez, correntino, id.; sargento Francisco Barreira, brasilero, id.; cabos: Francisco José da Oliveira, José Francisco de Amorín, id., id.; soldados: José Barroso, Manuel A. dos Santos, Antonio Manuel Rodríguez, Antonio José da Silva, id.; pasados: José Porciam, Francisco Tavares (espía), Martín Machado, brasileros; Raimundo Ruíz, entrerriano, prisionero; Ireneo Alvariza, oriental, id.; Honorio Cambá, francés; José Espíritu, Santo Rodríguez, Seraphin Gómez de Moura, José Ferreira Brandao, Joaquín Gonçalves y José Tomás da Costa, brasileros, prisioneros. Total 49.

         12 de noviembre. - Falleció en prisión, el reo traidor, ex presbítero Antonio Corvalán. Fallecieron en prisión, los reos paraguayos, Cándido Centurión, paraguayo, traidor; B. Ventura María de Mattos, brasilero, pasado. Fallecieron de peste en el hospital, los reos traidores: ex presbítero Santiago Narváez (58) paraguayo, paisano Pedro Barrios, id.; soldado Francisco Encina, id.

         13 de noviembre. - Falleció de peste en el hospital, el prisionero de guerra, capitán Antonio Falcón, argentino. Falleció en prisión, el prisionero teniente Mauricio Soto, argentino.

         14 de noviembre. - Falleció en prisión, el desertor del enemigo, soldado José Pereira Campos, brasilero.

         15 de noviembre. - Falleció de peste en el hospital, el brasilero desertor, soldado Raimundo Coello. De orden suprema, datada el 12, fue pasado por las armas el reo ex alférez Ezequiel Duré, del batallón número 18.

         17 de noviembre. - De orden superior, dióse de alta, pasando a la capital, el reo traidor Gustave Bayón de Libertat, francés.

         21 de noviembre. - De orden superior, fueron pasados por las armas los reos traidores, espías del enemigo, soldados Juan González de Carapeguá y Basilio Escobar. Falleció en prisión, el traidor particular, Simón Condes.

         22 de noviembre. - Falleció en prisión, el reo traidor Saturnino Tavares da Silva, brasilero.   

         22 de noviembre. - Falleció en prisión, el reo traidor, paisano Juan Cabrisa, paraguayo. Falleció el prisionero de guerra, Joaquín Manuel Conceiçao, brasilero.

         29 de noviembre. - Falleció en la prisión, el reo traidor, ex teniente de caballería, Saturnino Barrios.

         1º de diciembre. - Entregáronse presos para ser conducidos al exterior, los traidores Peter Cornelio Bliss, norteamericano, y George I. Mastermann, inglés.

         11 de diciembre. - Reos puestos en libertad: coronel Venancio López (59) y presbítero Eugenio Bogado (60) agregados al estado mayor.

         14 de diciembre. - Fue lanceado el traidor, teniente Simplicio Linche. Total de víctimas: 605.

 

 

 

NOTAS

 

(1). Véase nota 1, Apéndice E.

(2). Véase nota 2, Apéndice E.

(3). Véase nota 3, Apéndice E.

(4). Véase nota 4, Apéndice E.       

(5). Véase nota 5, Apéndice E.

(6). Véase nota 6, Apéndice E.

(7). Véase nota 7, Apéndice E.

(8). Véase nota 8, Apéndice E.

(9). Véase nota 9, Apéndice E.

(10). Véase nota 7, Apéndice B.

(11). Véase nota 10, Apéndice E.

(12). Véase nota 8, Apéndice E.

(13). Véase nota 11, Apéndice E.

(14). Véase nota 12, Apéndice E.

(15). Véase nota 13, Apéndice E.

(16). Véase nota 14, Apéndice E.

(17). "La Masacre de Concepción", página 27.

(18). Véase nota 24, Apéndice B.

(19). Véase nota 15, Apéndice E.

(20). Véase nota 16, Apéndice E.

(21). Véase nota 17, Apéndice E.

(22). Véase nota 18, Apéndice E.

(23). Véase nota 19, Apéndice E.

(24). Véase nota 20, Apéndice E.

(25). Véase nota. 21, Apéndice E.

(26). Véase nota 22, Apéndice E.

(27). Véase nota 23, Apéndice E.

(28). Véase nota 24, Apéndice E.

(29). Véase nota 8, Apéndice E.

(30). Véase nota 18, Apéndice E.

(31). Véase nota 25, Apéndice E.

(32). Véase nota 26, Apéndice E.

(33). Véase nota 26, Apéndice B.

(34). Véase nota 18, Apéndice E.

(35). Véase nota 27, Apéndice E.

(36). Véase nota 28, Apéndice E.

(37). Véase nota 29, Apéndice E.

(38). Véase nota 24, Apéndice B.

(39). Véase nota 19, Apéndice B.

(40). Véase nota 15, Apéndice B.

(41). Véase nota 30, Apéndice E.

(42). Véase nota 31, Apéndice E.

(43). Véase nota 32, Apéndice E.

(44). Véase nota 15, Apéndice E.

(45). Véase nota 33, Apéndice E.

(46). Véase nota 34, Apéndice E.

(47). Véase nota 35, Apéndice E.

(48). Véase nota 23, Apéndice B.

(49). Véase nota- 16, Apéndice B.

(50). Véase nota 36, Apéndice E.

(51). Véase nota 37, Apéndice E.

(52) Véase nota 38, Apéndice E.

(53). Véase nota 39, Apéndice E.

(54). Véase nota 14, Apéndice B.

(55). Véase nota 20, Apéndice E.

(56). Véase nota.40, Apéndice E.

(57). Véase nota 41, Apéndice E.

(58). Véase nota 42. Apéndice E.

(59-60) Véase nota 43. Apéndice E.

 

E

 

NOTAS DEL AUTOR

 

         (1). Como hemos observado algunos errores en los nombres de los que figuran en la presente lista, tuvimos que recurrir al original, en el deseo de subsanar esas faltas.

         (2). Gran médico, de nacionalidad portugués, hombre adinerado. Vino al Paraguay por prescripción médica, acompañado de su esposa, la señora Jacinta Moura, y su sus hijas Margarita y Luisa Homen, todas de nacionalidad brasilera.

         Fue a residir en Villarrica, en donde se relacionó con el señor José María Martínez Varela, llegando a decirse por este hecho, que eran socios en la estancia que éste poseía en Ajos, pero esto no fue cierto.

         En Villarrica mandó construir una linda y espaciosa casa, sobre la principal calle, y en momentos que mandaba edificar otra mejor, vino la guerra y quedó interrumpida.

         Para apoderarse el mariscal López de su dinero y de las alhajas preciosas que poseía su familia, lo incluyó en la conspiración de San Fernando, a donde fue remitido con dos barras de grillos. Llegado aquí, fue torturado despiadadamente, a fin de que declarase su intervención en ella, y que había recibido de Benigno López mil pesos oro y dos mil pesos en billetes; pero él siempre se negó a pronunciar tamaña impostura, hasta que poco después, a consecuencia de habérsele aprensado en el cepo Uruguayana, quedó todo dislocado, y no pudiendo resistir, amaneció muerto, como se ve en la presente tabla.

         Inmediatamente de haber sido reducido a prisión el desgraciado Homen, se procedió al secuestro de todo el dinero y alhajas que tenían él y toda su familia, cuyos caudales siguieron también viaje a San Fernando para caer luego en las ya repletas bolsas de Mme. de Quatrefages.

         La familia quedó, como todas las de los supuestos conspiradores, completamente en la calle y convertida en un grupo de pordioseras. Aún así, no contento el malvado que la arruinó con dejarla en esta triste condición, la destinó a Yhú y luego a los desiertos de Espadín.

         La audaz expedición del comandante Antonio Moura, al que el autor se refiere en su libro "Sobre los Escombros de la Guerra". "Una Década de Vida Nacional", tomo I, página 238, fue precisamente con el noble propósito de salvar a su hermana, la citada Jacinta Moura de Homen, que como se sabe, se encontraba destinada en aquellas soledades.

         Los únicos sobrevivientes de esta familia, son los señores Rafael, Severino, José, Jacinta y María Riviezzi, hijos de Luisa Homen y Miguel Riviezzi.

         (3). Fue diputado al Congreso Nacional Extraordinario de 1865, y uno de los miembros de la Doble Comisión Especial, constituida del seno del mismo, para abrir dictamen sobre los asuntos que el presidente Francisco Solano López sometió a su consideración, a raíz de la actitud asumida por el Brasil y la República Argentina, en aquel entonces.

         El mariscal López, en pago de su lealtad a la causa que él defendía, lo incluyó en la supuesta gran conspiración de San Fernando, y después de mandarlo martirizar con azotes, cepo Uruguayana, tenido completamente a la intemperie y comiendo y bebiendo agua muy escasamente, fue el primero de los apresados que lo hizo fusilar.

         (4). Todos los que a semejanza de éste, aparecen como fallecidos de muerte natural, y en los últimos tiempos, en la prisión, y de peste en el hospital, a medida que se iba agotando el número de las desgraciadas víctimas, son, precisamente, los que no pudiendo resistir a las torturas, al hambre y a las inclemencias del tiempo, y en fin, a cuantas calamidades imaginables rindieron a Dios, generalmente de noche, su tributo.

         Los feroces azotamientos sobre la piel viva, sin dejar un espacio libre; la prensa del tronco en el cepo Uruguayana, que a menudo producía el dislocamiento del espinazo; la desnudez y el hambre, pues apenas se les tiraba como a perros, un pedacito de carne, cuando no un hueso para roer, los poderosos agentes descriptos acabaron por aniquilar al más robusto y vigoroso organismo.

         Aparte de todas estas torturas, se les hacía dormir a campo raso, y las continuas heladas que parece adrede cayeron en los meses de junio a agosto inclusive, de aquel año, precedidas de la glacial temperatura nocturna, contribuyeron más eficazmente aún, para apresurar el desastre final de aquellos desgraciados, para quienes estaba vedado el más leve gesto de compasión y menos de algún socorro.

         Todo este lujo de castigos brutales, llevados hasta el máximo extremo, no tenía tregua ni límites; se aplicaban tanto de día como de noche, sin respetar los días festivos, fuesen ellos consagrados a la patria o al culto religioso. Mas como si fuera un sarcasmo lanzado a la religión, el viejo felino mandó construir una capilla en San Fernando, y queriendo dar a entender a sus verdugos que para todo recibía la inspiración de Dios, hacía la farsa de concurrir allí todos los días; guardando una postura estudiada de mansedumbre y beatitud. ¡Y, sin embargo, en ese oscuro y tenebroso antro de su corrupto fuero interno, rugía la enconada tempestad de desolación y exterminio de la patria y de sus más preclaros hijos! El ilustre e imparcial historiador, coronel Jorge Thompson, en su libro "Guerra del Paraguay", tomo II, página 130, Buenos Aires, 1911, al hablar de la supuesta conspiración de San Fernando y de los padecimientos que sufrieron las pobres víctimas inocentes, se expresa así:

         "Los que no querían confesar, eran atormentados con el cepo colombiano (Uruguayana); muchos eran muertos castigándoseles con lazo; a otros los apaleaban hasta que morían, y a muchos les machacaban las manos a martillazos. Sobre todas estas atrocidades se guardaba el más profundo silencio, aunque todo el mundo sabía más o menos que se hacían en grande escala. Los que figuraban en la lista como muertos en la cárcel, murieron en la tortura o de sus efectos; y los que se dice haber muerto en el camino de San Fernando a Pikysyry, eran prisioneros que se cansaban y que no pudiendo seguir adelante (la marcha era de cerca de 120 millas), eran llevados al monte y bayoneteados".

         (5). Mayor de Plaza cuando los acorazados brasileros, Barroso, Bahía y Río Grande, forzaron las baterías de Curupaity, Humaitá y Timbó y llegaron a la Asunción y la bombardearon.

         El comandante Gómez fue uno de los que formaron parte del Consejo Consultivo de Notables, con motivo del anuncio de la llegada de aquellos acorazados.

         Inmediatamente que se llevó adelante la conspiración fraguada por el Cristo Redentor, al decir de los paíces Fidel Maiz y Justo Román, no era posible prescindir de los militares pundonorosos y valientes, como el comandante Gómez, que perteneció a aquel Consejo, y en el que votó para que los buques enemigos fuesen cañoneados, a pesar de no contar la plaza de la Asunción, sino apenas con un cañón servible y muy escasas municiones. Aquí pasó como tal ha ocurrido en todo el curso de la guerra: la falta de previsión del generalísimo, mariscal de papel de astraza, cuya obtusa mentalidad militar jamás concibió, ni remotamente, la posibilidad de producirse el pasaje de los acorazados enemigos para llegar a la Asunción, y aún seguir hasta Matto Grosso. Sin embargo, tanta era aquella probabilidad, teniendo en cuenta, sobre todo, el número y calidad de la escuadra aliada, y más que todo, el fracaso de la cadena de Humaitá, que con cualquier pequeña lluvia o creciente se hundía, dejando libre el paso a la escuadra, que sin peligrar su integridad, podía pasearse por nuestras aguas ante una artillería cuyos esféricos proyectiles, a semejanza de una greda endurecida, se hacían añicos al chocar con el blindado de las unidades de aquélla.

         Si a tiempo los aliados no sacaron ventaja del libre paso que les brindó aquella fantasma, ha sido indiscutiblemente por la falta de pericia, o por... excesiva prudencia para explorar la zona del innocuo obstáculo.

         Así, pues, todos los notables que formaron parte de aquel Consejo, fueron pasados por las armas en San Fernando e Itá Ybaté, porque así placía al talante del supremo. El único que se salvó de entre ellos, fue el pobrecito anciano y honorable Francisco Sánchez, vicepresidente de la República, no porque tuviese una linda cara, porque el deseo de aquel malvado fue siempre exterminar a los hombres dignos por sus virtudes, como lo hizo, sino porque, con la desaparición de él, no quedaba quien autorizase las escrituras de las simuladas ventas de las tierras de la nación, extendidas a favor de la tristemente célebre concubina, Elisa Alicia Lynch de Quatrefages, cuya suerte futura, que se trataba de asegurar, era uno de los principales objetivos a que respondía la tenebrosa trama fraguada bajo la denominación de conspiración.

         El comandante Juan Gómez, fue llevado a San Fernando con dos grandes barras de grillos, y después de haber sido torturado cruel e inhumanamente por no haber querido mentir, se le degradó, y luego se le fusiló por la espalda, considerándolo como a infame traidor a la patria y a su gobierno. Así pagaba el mariscal López a todos los que con lealtad sirvieron a la patria, como el comandante Juan Gómez.

         (6). De nacionalidad italiano, corredor de ribera. De su unión matrimonial con Francisca Escauriza, tuvo los hijos llamados Juan, Salvador, Luisa y Clotilde Vacariz. Incluido en la supuesta gran conspiración, como cómplice, fue apresado, engrillado y remitido a San Fernando, en donde se le obligó a que declarase su culpabilidad; pero Vacariz, bajo el juramento que prestó, declaró la verdad, es decir, que ignoraba todo lo que se le preguntaba. Fue azotado despiadadamente y luego se le aprensó en el cepo Uruguayana. El infeliz hombre, no pudo resistir y murió de muerte natural, al decir del jefe del estado mayor, general Resquín.

         (7). Casado con Asunción Pezoa, vecina de Villa del Pilar. Fue uno de los ciudadanos conceptuados entre los más honorables de la República. Durante muchos años desempeñó con acierto y probidad el cargo de administrador de aduana.

         En marzo de 1867, encontrándose el mariscal López en Paso Pucú, por vía de ensayo, mandó fraguar una causa contra algunos honestos y distinguidos empleados civiles de la administración pública, a quienes suponía no estarían conformes con los desmanes que comenzó a ejercer, incluyéndolo entre ellos a Policarpo Garro. La aparente causa fue por pronunciamiento sedicioso contra la administración del gobierno del mariscal López y contra sus disposiciones, en el desarrollo de la guerra, cuando nada de esto había, ni podía haber, ante el terror que, desde el primer momento, implantó aquel gobernante.

         Garro fue apresado en su casa de la calle Atajo, hoy Alberdi, esquina General Díaz, antes de la Justicia, y remitido al campamento de Paso Pucú, juntamente con los honorables ciudadanos Domingo Rosas Aranda, juez de paz de la Catedral y José María Montiel, juez del crimen en 1º instancia.

         Tan luego como llegaron a aquel campamento, el mariscal López los mandó sumariar por medio de su fiel de fechos, Silvestre Aveiro, asociado al ciudadano Carlos Riveros, oficial 1º del ministerio de gobierno, revestidos con el carácter de jueces fiscales. Los tres encausados fueron azotados sin más trámites, a cincuenta azotes cada uno, por no haber declarado lo que se les exigía. Después de un tiempo en que fueron tenidos bajo de un galpón abierto, el mariscal López dispuso que Rosas Aranda y Garro fuesen libertados y enviados a la Asunción, y el juez del crimen en 1º instancia, Montiel, pasara a servir de soldado raso en las avanzadas de uno de los cuerpos de infantería. Así los trataba el presidente de la República a sus mejores y más honorables empleados.

         Iniciada más tarde la inventada conspiración de San Fernando, Policarpo Garro fue nuevamente apresado, engrillado y remitido a este punto. En cuanto llegó se le impuso a que declarase su participación en ella; pero el desgraciado hombre, que estaba completamente ajeno del asunto, cuya confesión se le exigía, contestó que no era cierto. Se le azotó primeramente, como se acostumbraba con todos, y luego se le aprensó en el cepo Uruguayana; pero ni aún con este tormento, se consiguió que abjurase de su declaración primitiva.

         Entre los cuatro que amanecieron muertos el 15 de julio de 1868, a causa del dislocamiento del espinazo y laceración de las espaldas, por efecto del horroroso cepo y los azotamientos atroces que habían sufrido, se cuenta al desgraciado Garro.

         El juez de 1º instancia en lo criminal, José María Montiel, fue fusilado de atrás por su compañeros en una descubierta que hizo el cuerpo a que pertenecía. Este era otro de los procedimientos empleados por el mariscal López para con las personas honorables como aquél.

         (8). Era dueño de la renombrada casa comercial conocida por Azuaga, situada en la calle 25 de Diciembre, esquina Oliva, cuyo dueño, don Miguel Azuaga, lo había vendido a don Miguel Antonio de Elorduy. Este, en compañía de sus sobrinos, José A. de Elorduy, Miguel Antonio de Elorduy, Francisco de Uribe y Luis Echeverría, y los dependientes Honorio Bermejo y otro, se encontraba al frente del gran negocio, que comprendía artículos del almacén, tienda, mercería, etc., desde años antes del comienzo de la guerra del 65.

         El propietario de la casa, como sus sobrinos y dependientes, eran de nacionalidad españoles, y con excepción de aquél, que contaba 80 años de edad, todos no pasaban de los 25 a 30.

         Como a Azuaga, viejo, lo llamaban también al viejo Elorduy, y fue uno de los hombres mejor considerados por el gobierno de Carlos A. López, entre el elemento extranjero, se entiende. Tan es así, que primeramente lo nombró juez de paz de la Catedral, y cuando cansado ya, pidió su retiro del puesto, se le aceptó, pero a condición de encargarse de la mayordomía de la iglesia de la parroquia, como en efecto la desempeñó hasta su prisión, cuyo hecho se verá más adelante.

         La casa de Azuaga, después de los Elorduy, fue siempre conceptuada como una de las más acreditadas de la plaza de la Asunción y respetada por su seriedad y rectitud en todos sus actos comerciales. El capital con que la casa desarrollaba su próspero comercio, ascendía a unos 200.000 pesos fuertes oro, y se surtía directamente de Europa, en cuyas plazas su crédito era ilimitado.

         El inventor de la gran conspiración de San Fernando, incluyó en ella al octogenario de Elorduy, y a sus sobrinos y dependientes, con tal de apoderarse del dinero que suponía tenían, particularmente el primero. Conducidos todos a aquel punto, con una barra de grillos cada uno, fueron azotados y aprensados en la Uruguayana, para que declarasen estar metidos en aquella tramoya, que nunca presentó cabeza ni cola; pero como se trataba de hombres de una sola pieza e inocentes, todos negaron rotundamente la participación que gratuitamente se les atribuía.

         El octogenario de Elorduy, no pudiendo resistir a tan atroces tormentos, amaneció muerto en la fecha indicada en estas tablas, habiendo sido limpiada la casa, antes de todo, del dinero y efectos de valor que contenía.

         Fue tanto el deseo de apoderarse de todo el dinero amonedado que existía, que no habiendo encontrado los comisionados la suma declarada por la pobre víctima, procedieron a remover y cavar todos los pisos de la casa, hasta llegar a los cimientos.

         Todos los nombrados, sobrinos y dependientes de la casa, fueron torturados, al par del tío, y luego fusilados, como se ve en las tablas, más adelante.

         (9). Italiano, oriundo de Lanagua, comerciante de la Asunción. A la suma de veinte mil ciento setenta y un pesos fuertes alcanzaba el capital de su casa de negocio, cuando fue apresado, y con una barra de grillos remitido a San Fernando en donde, después de ser torturado cruelmente con azotes, cepo Uruguayana, hambre, etc., se le fusiló en este mismo punto, en la fecha señalada en esta tablas.

         (10). Hermano del gran ciudadano José Berges. Encontrábase al frente del juzgado de paz de San Roque, cuando el desalojo de la Asunción, yendo entonces a vivir en Luque. No transcurrió cuatro meses de la vida inactiva que llevaba, cuando una tarde, fue apresado, engrillado y remitido a San Fernando, en donde se le azotó y se le aprensó con la famosa Uruguayana, por no haber querido declarar su complicidad en la inventada conspiración. Murió, como la mayoría, dislocado el espinazo.

         (11). Juez de paz 2° de la Encarnación. En su casa particular, Ayolas esquina Benjamín Constant, tenía su despacho, y era uno de los ciudadanos íntegros con que contaba la administración del gobierno del mariscal y presidente López. Fue incluido en la conspiración de San Fernando, y según se aseguró entonces, se debe a que Ortíz se negó a vender a Mme. Lynch de Quatrefages la mencionada casa. Tan cierta debe ser esta versión, pues según sus compañeros que se salvaron, cuando era azotado y aprensado en el cepo Uruguayana, varias y repetidas veces se le oyó exclamar a gritos: "Vayan a decir a madama, que mi casa se la regalo, pero que no se la vendo". Pero ni aún con este regalo, pudo mejorar su angustiosa situación. El desgraciado amaneció muerto con dos de sus compañeros, que el día anterior fueron azotados despiadadamente.

         (12). Hijo de los finados cónyuges, Juan José Loizaga e Isidora Jovellanos, casados el 26 de julio de 1841. El mariscal López lo mandó arrojar en su tenebrosa red de conspiración, para vengarse del padre, a quien le tomó una tirria feroz por haber sido uno de los no gratos portadores de la ofrenda que le hizo el pueblo paraguayo, pues falleció antes de atraparlo y poder acariciarlo, al par de todos los que cayeron en sus garras. En cambio, como se ve, lo pasó amargamente su desgraciado hijo, Esteban Loizaga, puesto que, después de ser torturado y aprensado en el cepo Uruguayana, expiró en la tarde de este día.

         (13). Otro italiano, de Messina, comerciante de la Asunción. El avalúo de su negocio, practicado a la vista del inventario levantado al ser reducido a prisión, montaba a treinta y cuatro mil cuatro cientos treinta y ocho pesos fuertes. Enviado con una barra de grillos a San Fernando, fue torturado bárbaramente, muriendo de hambre y luxación del espinazo.      

         (14). Durante mucho tiempo desempeñó con honradez el juzgado de paz 1º de la Encarnación. El despacho lo tenía en su propia casa de la calle Estrella esquina 14 de Mayo, ocupada hoy por la confitería La Hispania.

         Escolástico Garcete, fue incluido en la conspiración de San Fernando, porque no era posible exceptuar a los hombres honorables como éste, desde que el propósito era incluir a todos los de esta condición. Enviado a aquel campamento cargado de fierros y rodeado de aparatosos cuadros, como la incomunicación absoluta, centinela de vista, etc., a fin de que produjesen en el público y ejército una impresión de la gravedad de la causa.

         El mismo día de su llegada, se le obligó, al par de todos los que pisaron aquella tumba, a que declarase su participación en la causa. El desgraciado hombre, integro y ya entrado en edad, no quiso faltar a la verdad, y negó semejante imputación. Sus jueces fiscales no le dieron cuartel, mandándolo azotar día y noche, aprensándolo en las intervalos, con el cepo Uruguayana. Entretenían su mísera existencia con una escasísima alimentación; sin beber una gota de agua, estirado en permanente cepo, a la intemperie. Naturalmente, este estado no lo soporta ni un animal, y se produjo la fatal consecuencia, juntamente con los otros cuatro compañeros que aparecen en la presente lista.

         (15). Tomada la ciudad de Corrientes por las fuerzas paraguayas, fue nombrado, con asentimiento de la población, un triunvirato compuesto de los nativos, Víctor Silvero, Teodoro Gauna y Sinforoso Cáceres, para gobernar la provincia.

         Evacuada posteriormente ésta, el ministro Berges, que se encontraba allí, hizo saber al triunvirato, que el mariscal López, en virtud de no haber encontrado el apoyo que esperaba de parte de la provincia de Corrientes, y que no sirviendo las fuerzas del triunvirato, ni aún para mantener libre la comunicación entre sus ejércitos, había resuelto hacer repasar el río Paraná a todas sus fuerzas, en donde sus comunicaciones no estarían expuestas a las interrupciones, ofreciendo, al mismo tiempo, hospitalidad a todo el que quisiera aprovecharse de ella, y muy particularmente a los miembros del triunvirato.

         Algunos de los correntinos que se habían prestado a la causa del mariscal López, incluso los triunviros, en previsión de posibles represalias, optaron por trasladarse al Paraguay.

         Llegados al campamento del mariscal López, éste incorporó a algunos al estado mayor del ejército, y días después, los envió a la Asunción, con excepción del ex-triunviro Silvero, que continuó en su puesto, y de quien se hablará al final.

         Cuando se produjeron las prisiones a granel, con motivo de la supuesta gran conspiración, fueron incluidos también en ella los dos triunviros Cáceres y Gaona, quienes, apresados y engrillados, siguieron la misma trayectoria de sus antecesores, víctimas inocentes, como ellos. Al primero se le sometió a un largo interrogatorio por la comisión compuesta de los capitanes Adolfo Saguier y Matías Goiburú, siempre bajo la inmediata dirección del propio mariscal López, que como se sabe, desde el primer momento se había avocado el conocimiento de la causa; pero como el interrogado ignorase completamente cuanto se le preguntaba, fue amonestado severamente sobre su contestación negativa.

         El director supremo, dispuso entonces que el reo fuese torturado con cien azotes, lo que fue cumplido. Vuelto a reiterársele el mismo interrogatorio, el desgraciado hombre, comprendiendo que se trataba de una invención urdida y que era inútil toda respuesta distinta al propósito perseguido, contestó que era cierto todo el contenido del cuestionario.

         Los jueces fiscales labraron el acta correspondiente, en la que figuraba la deposición afirmativa de Cáceres, y después de firmada, la enviaron al mariscal López.

         Entretanto, considerando aquéllos como un éxito el resultado de la misión confiádaseles, queriendo premiar al desgraciado mártir por haberlo sacado de semejante atolladero, a costa de su propia condenación, mandaron traerle, generosa y espontáneamente, una taza de caldo. Supremo gesto de humanidad dispensado a los infelices de esta condición!

         Vueltos los jueces fiscales, al tribunal inquisitorial, se levantó el desgraciado mártir, y preguntóles si ya estaba libre para ir a rastrear a su familia, que nada sabía de ella; pero, cuál no sería su sorpresa, cuando aquéllos le dicen que aún faltaba otra pregunta.

         - ¿Cuál?- preguntó.

         - El nombre de todos sus cómplices.

         Bajo el impulso de una súbita indignación, contestó en forma culta y enérgica, en estos términos: Eso sí que no lo verán. Nunca, jamás, complicaré a inocentes en esta miserable trama; que lo hagan otros, que no creen en Dios. Yo nunca he hecho, ni lo haré. Declaro que nada sé y nadie me ha visto ni hablado para semejante crimen.

         Los jueces fiscales volvieron a dar cuenta al director de esta famosa e interminable comedia, llamada conspiración, quien dispuso que Cáceres fuese azotado y sometido al terrible suplicio del cepo Uruguayana, hasta que declarase el nombre de sus cómplices.

         Cinco días seguidos resistió a todos los más fieros tormentos, manteniéndose firme, bajo el juramento prestado de decir la verdad. En balde se le citaron nombres de las personas que había conocido y a mil desconocidos por él. Hasta morir, siempre contestó: que no, que no.

         El 5 de agosto de 1868, al recordarlo a palos, como lo hacían con todas aquellas víctimas inocentes que cayeron bajo sus garras, se encontraron con que el desgraciado Sinforoso Cáceres, había muerto esa noche, o tal vez en aquel mismo instante. Arrojado el cadáver sobre un cuero, lo arrastraron hasta un foso cavado de antemano, tirándolo en él, tal como se acostumbraba con los que, como éste, amanecían muertos.

         Sinforoso Cáceres fue también una de las tantas víctimas inocentes que prefirieron la muerte antes que calumniar a sus semejantes.

         (Referencia del propio juez fiscal, Adolfo Saguier, al señor Emilio Aceval y a cien más).

         Teodoro Gaona sufrió igualmente todos los martirios imaginables al par de su compañero Cáceres, y después de haberlo complacido al director de la conspiración, manifestando todo cuanto quiso, fue fusilado en San Fernando, en fecha 23 de agosto del mismo año.

         Víctor Silvera tuvo una suerte poco común. Cayó en gracia a la Dulcinea del mariscal López, y eso bastaba para serle otorgada toda franquicia. Silvero los acompañó hasta Cerro Corá, en donde fue hecho prisionero por las fuerzas brasileras.

         (16). El mariscal López, en recompensa de sus servicios a la nación, lo incluyó en la conspiración de San Fernando, y encontrándose al frente de su puesto, se le apresó, al par de todos los demás sindicados y, engrillado, se le remitió, por agua, a San Fernando, desembarcándosele en la confluencia del río Tebicuary, y de aquí, por tierra, hasta aquél punto: vía crucis que hicieron todos los desgraciados inocentes que cayeron en las garras de aquel monstruo.

         Vicente Valle tuvo que pasar los tormentos más bárbaros que se conocen, y después de tanto sufrir, fue hallado muerto en la mañana de este día. Rindió su noble vida, en plena juventud y cuando la gloria le sonreía.

         Ejerció, durante mucho tiempo, el cargo de escribano de gobierno y hacienda. El último decreto que refrendó fue el dictado por el vicepresidente Sánchez, disponiendo el desalojo de la Asunción.

         (17). Fue jefe de una de las principales familias de la Asunción, destacándose desde el tiempo del presidente Carlos A. López, entre lo más selecto y culto de la sociedad asuncena, cualidad que era apreciada justicieramente en el seno de la misma, y que le granjeó simpatías y consideraciones que se exteriorizaban con el hecho de ser uno de los primeros invitados a las fiestas oficiales y reuniones de distinción. Era socio de la respetable firma Balestra-Rebaudi, que a la sazón estaba reputada como una de las casas más fuertes del alto comercio asunceno, con sucursales en varios pueblos de la República. Además, uno de los buques de mayor tonelaje, de navegación fluvial, pertenecía también a la razón social.

         La casa Balestra-Rebaudi, era dueña asimismo, de un almacén por mayor y menor, denominado Almacén del Ciervo, situado en la calle de Justicia esquina Independencia Nacional.

         Cuando la desocupación de la Asunción, en febrero de 1868, la casa Balestra-Rebaudi depositó en la Legación de Norte América, una fuerte suma en onzas de oro, y luego se trasladó con su familia a Luque, en donde la policía le fijó para su residencia.

         Tan importante como honesta debe haber sido la casa Balestra-Rebaudi para que el Tribunal de Reclamos, instalado por los generales aliados, después de ocupada la Asunción por sus fuerzas, hubiese permitido el embargo de 12.192 cueros, a solicitud de los deudos de la misma, previa comprobación de la legitimidad de su procedencia, justificada con documentos que el autor los tuvo a la vista. Estos cueros fueron embarcados en el patacho oriental Niño Arturo y en la goleta San Juan Bautista Peces.

         Antonio Rebaudi trató de trasladar de la Asunción a Luque una parte de su negocio, pero la policía no se lo permitió, por orden del mariscal López. Entonces buscó una quinta para sembrar algo con qué alimentar a su familia, ya que no podía disponer de lo suyo, y precisamente en momentos en que sus sementeras estaban florecientes, una tarde de mediados de julio, fue apresado, engrillado y remitido, al día siguiente, por el ferrocarril, a la Asunción, de donde se le condujo, entre otros, en el vapor Río Apa, hasta la boca del río Tebicuary. Aquí fue desembarcado y llevado por tierra a San Fernando.

         Inmediatamente de su llegada, fue sometido a un riguroso interrogatorio, contestando, bajo juramento, que nada conocía de lo que se le preguntaba. Entonces, como se acostumbraba, entraron en juego los feroces azotamientos y el mortífero cepo Uruguayana. Se cree, fundadamente, que la desgraciada víctima, ante el dolor, hubiese contestado, afirmativamente, a todo lo que quisieron sus jueces fiscales, porque se ve que, en la fecha indicada, terminó sus días en el patíbulo.

         Antonio Rebaudi ha sido uno de los fundadores del Club Nacional, que, como se sabe, era el preferido punto de reunión de los más cultos, entusiastas y activos miembros de aquel centro.

         Casó con la distinguida señorita Petrona Balestra, de cuyo matrimonio nacieron los destacados intelectuales, doctores Arturo Rebaudi y Ovidio Rebaudi, quienes, mediante unos parientes suyos que se encontraban en Buenos Aires tuvieron la suerte de ser educados esmeradamente en Italia, ingresando como alumnos pupilos, en el "Real Colegio Carlos Alberto" de Mancalieri. De aquí pasaron a cursar medicina y química, respectivamente, en la Universidad de Pisa, laureándose cada uno en la de Florencia. Después de un año de recibido, el doctor Arturo Rebaudi, en concurso de oposición, obtuvo el puesto de médico en la clínica de niños de esta ciudad. En 1891 regresó a América, ingresando en el Hospital Italiano de Buenos Aires, como primario, o sea como jefe de sala. El mismo doctor Arturo Rebaudi fue delegado del Paraguay, con el hoy finado doctor Guillermo Stewart, al primer Congreso Médico Latino Americano.

         El químico doctor Ovidio Rebaudi, desempeñó cargos importantes, tanto en Italia como en Buenos Aires y Asunción. En 1908 fue llamado por el presidente coronel Albino Jara, y le nombró rector de la Universidad Nacional.

         Los dos hermanos Rebaudi son escritores amenos que honran al país por sus relevantes cualidades y por su ilustración, pero el que se ha ocupado más de la historia nacional, y muy especialmente de las atrocidades cometidas por el mariscal Francisco Solano López, es el doctor Arturo, a cuya labor intelectual se debe los siguientes libros:

         Guerra del Paraguay. La Conspiración. - Buenos Aires, 1917.

         Guerra del Paraguay. Vencer o Morir. - Buenos Aires, 1920.

         El Lopizmo - Buenos Aires, 1924.

         Lomas Valentinas. - Buenos Aires, 1925.

         Declaración de Guerra de la República del Paraguay a la República Argentina. - Misión Luis Caminos - Misión Cipriano Ayala. - Declaración de Isidro Ayala. - Buenos Aires, 1925.

         Un Tirano de Sudamérica, 1925.

         (18). De nacionalidad francés, hijo de Cipriano Duprat y cuñado de Narciso Lasserre, también franceses. Era una familia modesta cuya principal actividad se circunscribía a sostener y acrecentar un sólido capital invertido en negocios de almacén.

         Cuando la desocupación de la Asunción, esta familia pasó a vivir en Limpio, de donde más tarde se trasladó a los alrededores de Luque, 2º capital de la República. Aquí instaló una fábrica de aguardiente, en vista de la gran cantidad de caña de azúcar que existía en todo el partido y en sus contornos.

         El 6 de julio de 1868, a las 9 de la noche, la familia Duprat, fue sorprendida por una fuerza armada que llegó a la casa. Apresó a Narciso, esposo de Dorotea Duprat, y lo condujo al pueblo, en donde le remacharon dos barras de grillos y lo hicieron seguir a San Fernando. Días después, fue también apresado el otro miembro, Cipriano Duprat, y junto con otros franceses y nacionales, se le condujo también a San Fernando.

         El 19 del mismo, o sea trece días después de la prisión de Narciso, fue apresado su cuñado Arístides Duprat, y con dos barras de grillos, remitido al tragadero general, el célebre San Fernando.

         Los tres fueron torturados despiadadamente, con azotes, cepo Uruguayana, hambre, sed, etc., porque se negaron a falsear la verdad. Se les impuso declarasen su conjunta complicidad en el robo del tesoro de la Nación y del complot para el asesinato del mariscal López, llegando sus jueces fiscales hasta a sindicar a Arístides, como que fuera el designado para asestarle la primera puñalada. Pero como todo este cúmulo de subterfugios, no pasaba de una grosera patraña del inventor de la tal conspiración, los tres se negaron rotundamente a declarar de conformidad con el interrogatorio formulado por sus jueces fiscales. Estos, entonces, pidieron contra ellos la pena de muerte, la que fue confirmada, cumpliéndose la condena, primeramente con Arístides Duprat, en este día, y a los trece siguientes, o sea el 22 de agosto, con Narciso Lasserre y Cipriano Duprat, los tres en San Fernando.

         Las dos desgraciadas viudas quedaron abandonadas, sin tener qué comer ni vestir, y como si todo esto no fuese suficiente martirio, les obligaron a sufrir una vía crucis, sin paralelo en la historia de la humanidad. A este respecto, consúltese el libro del mismo autor, "Sobre los Escombros de la Guerra". "Una década de Vida Nacional", t. I, pág. 185.

         (19). Octogenario, uno de los ciudadanos adinerados del país. Por este motivo y por tratarse de un hombre honesto, y de posición desahogada, fue incluido en la famosa conspiración de San Fernando. Su casa es la que se encuentra en la calle Presidente Franco, esquina 15 de Agosto, mandada construir por él unos años antes de la guerra. Su hijo, que lleva el mismo nombre, tuvo su actuación después de la guerra. En casos inexplicables, como el presente, sólo cabe atribuir a una gran suerte el haberse salvado de las garras del tirano.

         El anciano Francisco Soteras, se encontraba en Luque, gravemente enfermo, cuando una mañana de julio de 1868, fue apresado, engrillado, sin consideración alguna a su peligroso estado, y enviado a San Fernando en compañía de nueve señores, entre nacionales y extranjeros.

         Cuando estos desgraciados llegaron a la desembocadura del río Tebicuary, fueron desembarcados y obligados a emprender la marcha a pie a San Fernando, que distaba dos leguas, pero como entre ellos, aparte del viejo Soteras, había otro extranjero, que no podía absolutamente caminar con grillos, que pesaban unas treinta libras, el oficial conductor, previa consulta al superior, que se encontraba allí, mandó sacarles a Soteras y al referido anciano extranjero. Pero resultó que ni aún así, estos desgraciados pudieron caminar, por la consunción que les producía una intensa fiebre.

         Se improvisó entonces dos hamacas, confeccionándose con unas guascas, que suspendidas de un palo, como de dos metros de largo, se alzaron en ellas a cada uno de los enfermos, y se les ordenó a los compañeros presos a que cargaran con ellos.

         Para recorrer las dos leguas, emplearon un día, cayendo y levantándose, porque además del horrible camino, todos llevaban remachados en sus tobillos dos pares de anillos de hierro con una gruesa barra, y al que no aceleraba su marcha, se le azotaba con juncos y se le aguijoneaba con la punta de la bayoneta.

         El desgraciado anciano Soteras, fue azotado sin compasión y aprensado en el cepo Uruguayana, desde su llegada, sin haberse conseguido nada de él. Fue, además, conducido a pie de San Fernando a Itá Ybaté, y recién después de cerca de un mes de indescriptibles sufrimientos, fue fusilado entre los cuarenta y un supuestos complicados, que rindieron su alma a Dios, este mismo día.

         Refiere el honorable señor Buenaventura Bordón, vecino de Villarrica, que fue también una de las víctimas inocentes del mariscal López, y que se salvó providencialmente, que cuando se le hizo arrodillar al desgraciado anciano Soteras, para ser fusilado por la espalda, como lo fueron todos, gritó: ¡mueran los cambá! (mueran los negros) y cayó para siempre, traspasado de tres balazos.

         Esta explosión postrera del venerable anciano, en un estado mental enfermizo, evidencia que sus facultades estaban absorbidas por el más puro y sublime sentimiento patriótico, pues en vez de aprovechar su último aliento lanzando mordaces imprecaciones contra el autor de sus horridos padecimientos y cruel victimario, fulminó a los enemigos de éste.

         "El infeliz Soteras fue el que sufrió más, porque estaba casi loco, y sin contar sus quejas eternas por el cruel trato que se le daba en su vejez, lo injuriaban y lo arruinaban a palos, sin compasión, con el fin de hacerle callar". (Narraciones de Alonso Taylor y del capitán Saguier).

         (20). Director de la compañía dramática española que actuaba en nuestro coliseo de aquella época, el cual se encontraba en los fondos del actual.

         La guerra le tomó en la Asunción, y no habiéndose permitido a la compañía su retiro del país, tuvo que continuar trabajando.

         La compañía funcionó casi gratuitamente, por que la policía le obligó a donarle dos terceras partes de sus boletos de entrada para cada función, y de la tercera parte restante, a lo más, se vendía al público una mitad, resultando así que apenas daba para costear la luz.

         La comedia titulada "La Triple Alianza", escrita por el inglés Peter C. Bliss, se puso en escena unas ciento cincuenta noches, por lo menos, terminando por aburrir a todos, como era natural, a pesar de que se trataba de una representación en la que a propósito de la guerra, figuraban en escena Pedro II, los Presidentes Mitre y Flores, a más de los otros actores principales.

         Para no hacer la compañía una plancha, la policía, de acuerdo con ella, resolvió que uno de los artistas mejores, se hiciese el enfermo, y que, con tal motivo, se diesen otras representaciones. Así se hizo llevándose a las tablas las siguientes representaciones: "El Paraguayo Leal", "El Héroe por fuerza", "La Flor de un Día", "Las Espinas de una Flor", "Juan Tenorio", etc., con las cuales cambió la faz teatral, volviendo a concurrir alguna gente, pero, ni aún así, pudo tonificarse la vida anémica de la compañía. Entonces, cada actor se agenció la manera de sobrellevar su crítica situación.

         El señor Isidro Codina y su señora esposa Eulalia de Codina, fundaron una escuela de niños y niñas, en la casa que perteneció al finado obispo Maíz, en el mismo sitio en donde hoy se levanta la casa de altos de la familia Crosa, calle 14 de Mayo, entre las de la Palma y Presidente Franco. Los señores Enrique Reina y Vicente Reina, fundaron a su vez otro establecimiento de enseñanza primaria, mientras que las esposas de éstos y de los otros artistas, establecieron casas de modas, peinados, etc.

         En la fraguada conspiración, fueron incluidos todos los artistas de la compañía, y todos juntos, fueron apresados, engrillados y remitidos a San Fernando. Basta saber que han sido puestos al alcance de este siniestro paraje, que bien pudiéramos llamarle el insaciable dragón, para que el lector deduzca ya el terrible fin que esperaba a estos infelices.

         Todos pasaron las mismas torturas que sufrieron los otros compañeros de prisión. Muy pronto las úlceras que les produjeron los azotes, las consecuencias del cepo Uruguayana, la sed intensa, el hambre, la desnudez, el frío, etc., los dejó a tal extremo, que casi todos quedaron completamente demacrados.

         Convertidos por el dolor en convictos y confesos reos, todos fueron fusilados en Itá Ybaté, como se ve en la presente tabla.

         En esta luctuosa liquidación de la compañía, tenemos un ejemplo más de la pasta moral de aquel tirano, en sacrificar a los que de algún modo contribuían al servicio de la causa en que se hallaba empeñada la nación. Después de haber trabajado tanto, casi gratuitamente, en levantar el espíritu público y enardecer el sentimiento patriótico con las sucesivas representaciones alusivas al grandioso drama de la guerra, los principales actores de aquélla, tuvieron el desgraciado fin que acabamos de describir.

         Pero lo que más influyó para ello, fue la nacionalidad a que pertenecían, pues debe saberse que el mariscal López, tenía una predisposición de ánimo contra todos los españoles. Esta animadversión alimentaba desde su vuelta de España, donde fuera enviado durante la presidencia de su padre Carlos A. López, con la misión de gestionar una inmigración española. Con este motivo, solicitó audiencia del rey, como representante de un país independiente, pero como no estaba aún reconocido oficialmente en tal carácter por dicha nación, la petición le fue denegada. Este acto, fruto de la falta de tacto político del gobernante paraguayo y del mismo comisionado, produjo en éste el efecto de una bofetada, tanto más doloroso para él, habida en cuenta su altanería y fatuo orgullo. De aquí germinó el odio que mantuvo siempre a todos los españoles, y como era rencoroso y vengativo, no tuvo reparo en ejercer las más duras y crueles represalias hasta con las personas que en cualquier forma, tuviesen la más remota vinculación con el verdadero o supuesto ofensor.

         Así, pues, la desventurada compañía pagó caro el merecido desaire que de su augusto monarca recibió, en lejana época, el que fue su inmolador.

         (21). Uno de los más renombrados, artífices del Paraguay, como platero. Sabedora Mme. Lynch de Quatrefages de que Franco era poseedor de algunas alhajas de gran estimación, lo mandó incluir en la conspiración, y previa declaración de traidor a la patria y a su gobierno, por los consabidos medios, fue pasado por las armas. Todo el dinero y alhajas, que había ido juntando de muchos años atrás, fuéronle secuestrados y enviados con él a San Fernando.

         Se le intimó al desgraciado hombre, a que declarase que todo aquel dinero guardado, lo había llevado de la tesorería de la Nación, por orden de Benigno López. Franco juró mil veces, que era falso semejante afirmación; pero como había interés en comprometer al hermano del mariscal, fue azotado primeramente, y luego aprensado en el cepo Uruguayana, hasta que al último, ante el dolor, dijo todo lo que sus jueces fiscales quisieron. En consecuencia de estar convicto y confeso del delito que se le imputaba, el inquisidor mayor, lo condenó a muerte. El 9 de agosto, fue ejecutado entre las cuarenta y una víctimas inocentes, como él, que rindieron su tributo a Dios.

         La Lynch de Quatrefages, con motivo de haber vivido un cierto tiempo en la casa del desgraciado Ramón Franco, estaba bien interiorizada de la fortuna y alhajas que tenía, siendo esta malhadada circunstancia casual, el origen de su trágica perdición.

         En efecto, cuando el después mariscal López importó al Paraguay a aquella mujer, la hospedó en la casa de Franco, calle Independencia Nacional esquina de la Justicia, hoy General Díaz, ocupada por la Escuela Normal de Maestras. Con este motivo, la Lynch de Quatrefages, tuvo la oportunidad de conocer íntimamente al propietario de su casa, como también todo cuanto de apetecible poseía, pero ni el reciente despojo de sus valiosos intereses ni el trato de alta distinción que en aquella época le prodigaba, fueron suficientes para amortiguar en algo, la ferocidad de aquella arpía.

         (22). Contábasele entre uno de los más fuertes comerciantes de la Asunción, y a la vez, ejercía el cargo de cónsul de la República Argentina. Por ambas circunstancias, fue incluido en la conspiración y remitido a San Fernando. Aquí se procedió con él, con toda inhumanidad. Se le azotó bárbaramente y se le aprensó, repetidas veces en el cepo Uruguayana obligándole por este medio, a que declarase su participación en la trama urdida, pero todo fue inútil. El desgraciado hombre, declaró siempre la verdad, rechazando las imposturas a que sus verdugos le conminaban contra sus semejantes. Fue careado con muchos de sus compañeros, pero, ni aún así, se consiguió arrancarle una contradicción a la declaración prestada bajo la fe del juramento.

         Sus jueces fiscales, pidieron entonces fuese condenado a muerte, por no haber querido declarar la verdad, y así se resolvió, sin más trámites. Cuando fue conducido al sitio de la ejecución se encontraba completamente moribundo, tanto, que no pudiendo arrodillarse, se le tuvo que fusilar acostado en tierra de espalda.

         Ramón Capdevila, fue el padre del después general argentino Alberto Capdevila, que se salvó de las garras de aquel monstruo, por un milagro de Dios.

         (23). Encontrándose en Luque, dentro de la primera quincena de julio de 1868, fue apresado, engrillado y remitido por el tren a la Asunción, entre un grupo de unos sesenta, que constituía la primera gran remesa, compuesta de nacionales y extranjeros de lo más selecto del Paraguay. De Asunción fueron embarcados en uno de los vapores nacionales y llevados a San Fernando.

         Padilla era ciudadano argentino, Enviado Confidencial del Presidente de Bolivia, general Mariano Melgarejo, y en el carácter de tal, fue portador de la siguiente nota, dirigida al mariscal López:

 

         "La Paz, agosto 30 de 1866.

        

         "De mi más alto aprecio:

         "Acredito ante V.E., como mi enviado particular y el del Sr. General Saa, al ciudadano argentino D. Juan Padilla.

         "El mismo señor Padilla explicará a V.E. mi adhesión a la justa causa que sostiene la República del Paraguay contra tres naciones aliadas que no enarbolan otra bandera sino la de conquista y exterminio.

         "Pero esa acción innoble, jamás consentirán las demás naciones americanas.

         "En efecto, acaban de protestar contra el vandálico avance de conquista, cuatro importantes Repúblicas del Pacífico, como Chile, Perú, Bolivia y Colombia, y puedo asegurar a V. E., que en caso que de no llevarse a efecto la protesta hecha a la faz del mundo por las referidas naciones, yo, con mi ejército iré en ayuda de V.E.

         "Estoy, pues, esperando noticias de V.E. para acudir presuroso a compartir al lado de V.E. las fatigas del soldado.

         "Tengo pronta una columna de 12.400 bolivianos, que unidos a los heroicos paraguayos, harán proezas de valor.

         "Cualquiera comunicación espero recibir de V.E. por conducto del caballero Padilla.

         "Mientras tanto, me es grato ofrecer a V.E. las seguridades de mi aprecio y distinguida consideración.

 

         Melgarejo".

 

         A pesar de la importante misión cuyo desarrollo favorable hubiera influido, probablemente, para un cambio en la faz de la guerra, ya sea en el sentido de un posible éxito, para nuestras armas, o ya en forma de una paz decorosa y equitativa, el infatuado tirano, en vez de aprovechar el generoso y noble ofrecimiento, o cuando menos, cumplir siquiera con un elemental deber de cortesía, contestando el oficio, se mantuvo callado, reteniendo así al enviado Padilla, que, como queda visto, era el encargado de volver personalmente con la respuesta, hasta que al fin, en vez de despacharlo de regreso para Bolivia, lo despachó ignominiosamente para el otro mundo, mandándolo complicar en la tal conspiración.

         Al invocar esta palabra, surge de por sí lo que el pobre comisionado debió sufrir: feroces azotamientos, cepo Uruguayana, hambre, sed, cepo de los pies a la intemperie, de día como de noche, y los brutales tratamientos, hasta que amaneció muerto, el 10 de agosto de 1868, encontrándose aún en San Fernando.

         Con esta verídica relación, apoyada en auténticos documentos históricos y en los testimonios de caracterizados testigos que actuaron en aquellas escenas de horror, ¿cabe suponer el más leve indicio de culpabilidad en la víctima? Por el contrario, ¿no es una prueba más de la ferocidad y perfidia de aquel monstruo?

         Como mero atenuante, podríamos suponer que Padilla debió el sacrificio de su vida nada más que a su nacionalidad de argentino.

         Sea como fuese, ante éste y otros tantos hechos consumados, de pura y neta maldad, parece, como dejarnos dicho, que no fuera sino fruto de aberración humana, el que hayan hijos del país que se esfuercen en levantar la infausta memoria del causante del aniquilamiento de nuestra Patria.

         A propósito de la misión Padilla, creemos oportuno abordar algunas consideraciones alrededor de aquel hermoso y altivo gesto de las repúblicas del Pacífico, Chile, Perú, Bolivia, Colombia y Ecuador, al lanzar simultáneamente su enérgica protesta, cuando conocieron el famoso tratado secreto de la Triple Alianza, en cuyos términos veían la coalición de tres naciones concertadas para atentar contra la soberanía y desmembramiento del territorio de una de sus hermanas del Continente -la República del Paraguay- desencadenando sobre ella una pavorosa tormenta de sangre y fuego hasta reducirla a un vasto cementerio y montón de escombros.

         Mas tan bello y sublime rasgo de solidaridad americana, que colmó de esperanza al país en cuyo favor se hizo, no pasó de su carácter lírico, pues ninguna de aquellas naciones dio siquiera indicios de hacer efectiva su protesta, mirando todas, impasibles, arder en la inmensa hoguera el pueblo por cuya suerte parecieron interesarse; actitud que contrasta con la norma de conducta observada por el Paraguay en el caso idéntico motivado por la invasión de la banda Oriental por una de las naciones coaligadas, después en su centro y la cual conducta dio margen a la tremenda lucha que la aniquiló, a la vista y paciencia de los seudo protestantes.

         En honor a la verdad, debemos consignar que dicha actitud precipitada del Paraguay en aquella emergencia, obedeció más bien al carácter violento e impulsivo del tirano que entonces gobernaba, acostumbrado a satisfacer sus más extravagantes caprichos, prevalido de su poder omnímodo y aguijoneado por su instinto cruel y sanguinario.

         La condecoración otorgada por el Emperador del Brasil, Don Pedro II, al Presidente de Bolivia, general Mariano Melgarejo, aparte de unas ventajas territoriales, bastaron para dejar satisfecho su espíritu, y por consiguiente, conjurado su posible intervención armada en la contienda.

         La razón de la pasividad de las otras, no sabemos cuál sea; pero cuando menos, la acción diplomática de los aliados, no estorbada por el Paraguay bloqueado, tiene que haber ejercido una acción decisiva, desde que los hechos se han encargado de demostrar que no estaba en el ánimo de sus respectivos gobiernos hacer sentir sus protestas, aunque sólo fuese con su intervención conjunta y pacífica, ante los beligerantes, para salvar a un pueblo hermano, ingenuo y valiente, que se lanzó de buena fe a una empresa imposible, impulsado, como se ha dicho, por la insensatez de su orgulloso y altanero tirano.

         Pero, no obstante, el Paraguay moderno, recogiendo aquel lejano eco de las hoy florecientes naciones que levantaron su voz de protesta contra su injusta inmolación, y deseoso siempre de estrechar con ellas y robustecer más y más los vínculos paternos, así como con todas las demás del Continente americano, ha puesto el nombre de cada una de las mismas a importantes calles de su capital, sacrificando así, en obsequio de este sentimiento, los primitivos nombres con que simbolizaban hechos y lugares históricos nacionales.

         Con motivo de uno de estos actos, el realizado recientemente con la calle Salinares, hoy avenida Perú, al colocarse solemnemente la placa correspondiente, el representante de la comuna se manifestó en su discurso alusivo al acto, decidido partidario del lopizmo, lo que originó el retiro del representante perteneciente a una de las naciones que formaron la Triple Alianza.

         (24). Uno de los más honorables hombres de aquel tiempo, y como tal, respetado y querido por todos. Fue elegido diputado al Congreso Extraordinario de 1865 y nombrado, entre otros colegas suyos, para formar parte de la Comisión Doble Especial, encargada de abrir dictamen sobre el entonces estado actual de cosas entre esta República y el Imperio del Brasil y la República Argentina, cuyo dictamen fue aprobado por el mismo congreso, en fecha 18 de marzo del mismo año.

         Con estos antecedentes y encontrándose en plena función al frente del juzgado de paz de la 2º capital de la República, Luque, el honorable ciudadano Pedro Burgos, hacia mediados de julio de 1868, fue apresado, engrillado y remitido a San Fernando. Aquí se le incluyó en la malhadada conspiración, y luego se le exigió a que confesase su participación en la misma, y que había recibido de Benigno López, sumas de dinero robadas de la tesorería, para repartir a sus cómplices, Burgos contestó: que no era cierto todo lo que se le preguntaba. Fue torturado atrozmente con azotes y cepo Uruguayana, tanto de día como de noche, hasta que la última vez, al sacársele el montón de fusiles que le oprimían como carga en este terrible suplicio, se le encontró muerto, figurando en la presente tabla como fallecido en este día, sin ninguna explicación.

         Burgos fue un hombre que, a más de ser enfermizo, era ya bastante entrado en edad; sin embargo, resistió tanto o más que un joven de 25 años, bajo los impulsos de su dignidad y entereza de hombre justo y varonil.

         Pedro Burgos es abuelo, por línea materna, del distinguido abogado doctor Manuel Burgos, actual Vicepresidente de la República.

         (25). Hijo de Pascual Urdapilleta y hermano, por consiguiente de Dolores Urdapilleta de O'Leary.

         El mariscal López, desde su ascensión al poder, le tomó un odio a toda la familia Urdapilleta, según se comprueba por el hecho de encarcelarlos y matarlos; primeramente, al honorable juez de 2º instancia en lo civil, don Bernardo Jovellanos, primer esposo de dicha señora Dolores Urdapilleta de O'Leary; luego a las hermanas y hermanos, como nos dice muy bien el hijo de esta señora, Juan E. O'Leary, en la publicación que, adolescente aún, y viendo, desde su nacimiento, las cicatrices que llevaba la pobre madre, producidas por los grillos y azotes, no pudo resistir a tamaño ultraje inferido injustamente a la autora de sus días. Y en un rapto de suprema indignación, cumplió con un deber de hijo, maldiciendo la memoria del tirano López, que fue el responsable directo de las torturas de su madre y tíos, por medio de la enternecedora composición siguiente:

 

         A MI MADRE

 

         Acusada de traición a la patria, habías pasado largos días en el fondo del oscuro calabozo. Y te condenaron por traición. El destierro perpetuo, allá en los confines de nuestra tierra, fue el tremendo castigo de tu crimen!

         Antes había muerto en la cárcel, víctima también del tirano, tu generoso compañero.

         Tu hermana, cargada de grillos, lloraba por ti en el silencio de su prisión. Tus hermanos, perseguidos por el tirano, morían unos tras otros, ya lanceados, ya en el cepo de Uruguayana, o ya de miseria y de hambre.

 

         Juan E. O'Leary.

 

         Andrés Urdapilleta fue primeramente perseguido por el mariscal López, en diferentes formas, y así que llevó adelante su plan de conspiración, lo incluyó en ella, mandándolo apresar y luego remitir, con dos barras de grillos, a San Fernando. Aquí fue entregado a los inquisidores Maiz y Román, y éstos, interpretando los deseos del mariscal López, lo mandaron azotar despiadadamente, antes de examinarlo. Cuando el desgraciado hombre preguntó a sus jueces fiscales la causa de tanta crueldad para con él, "Adelantado" le contestaron. Lo mismo procedieron con muchos otros, buscando así implantar el terror desde el primer momento, por manera que la pobre víctima conociese lo que la suerte le deparaba.

         Inmediatamente de este azotamiento, le interrogaron sobre su complicidad en la conspiración contra la patria y su gobierno. El hombre, ante el juramento prestado, contestó: que nada sabía sobre lo que se le preguntaba. Otra azotaina. Luego le repitieron el mismo interrogatorio, con la prevención, por sus jueces fiscales, de que mejor sería para él responder afirmativamente al interrogatorio que se le hacía, teniendo en cuenta lo magnánimo que era el mariscal López, que llega a perdonar las más de las veces, a la mayor parte de los autores y cómplices de esta conspiración.

         Con todas estas promesas y seguridades de salvación en la tierra y en el otro mundo, que no cesaron de hacerle, la pobre víctima prefirió mil veces morir antes de mentir, y contestó, como desde el primer momento, que nada sabía, que todo era en vano.

         El consejo de guerra lo condenó a muerte, por tratarse, según él, de un refinado y empedernido traidor a la patria y a su gobierno. Esta fatal sentencia fue cumplida el 22 de agosto, a las 8 de la mañana, entre las 41 víctimas inocentes que ese día pagaron a Dios su último tributo.

         Todos los sobrevivientes que presenciaron aquella horripilante masacre, aseguran, unánimes, que de los pocos que murieron sin mentir, fue precisamente el honorable ciudadano Andrés Urdapilleta.

         (26). Boliviano de nacionalidad. Fue uno de los que acompañaron a Pomier, en la apertura de la ruta para dicho país. Caído éste como supuesto cómplice de los comprometidos en la conspiración de San Fernando, cayeron también, como era consiguiente todos sus compañeros de viaje; y entre ellos, Lisandro Vaca. Este desgraciado hombre, ni siquiera tuvo tiempo de conocer a los asuncenos, por haber llegado en los precisos instantes en que los acontecimientos de la guerra absorbían la atención pública. Ha sido uno de los primeros apresados, y remitido, engrillado, a San Fernando.

         Cuando se le interrogó sobre la supuesta conspiración, contestó, como era natural, que la ignoraba completamente, pero, azotado, aprensado en el cepo Uruguayana, muerto de hambre y con una sed devoradora, manifestó a sus jueces fiscales, que escribiesen lo que quisieran, y éstos consignaron que el reo, bajo la fe del juramento, había declarado ser cómplice de la gran conspiración contra la patria y su gobierno; y que a más, había recibido de Benigno López una suma de dinero en metálico, y otra en billetes.

         En consecuencia, el desgraciado hombre fue pasado por las armas al siguiente día, 22 de agosto de 1868, entre las 48 víctimas inocentes que también fueron sacrificadas ese mismo día.

         Lisardo Vaca, cuando fue desalojada la Asunción, en febrero de 1868, depositó en la legación de Norte América, la suma de 12 mil pesos en metálico, y por valor de 6 mil, en alhajas.

         (27). Comerciante, de nacionalidad español, con casa de comercio establecida en la hoy calle Presidente Wilson esquina Caballero, y pagador general. Incluido en la conspiración, porque fue hombre íntegro y adinerado, se le apresó a mediados de julio de 1868, y engrillado con dos barras, se le remitió a San Fernando, previo despojo de todo el dinero amonedado que poseía, y de las alhajas de su familia.

         Torturado ferozmente con los medios e instrumentos ya conocidos, por mandato de los dos discípulos de Arbues, para que confesase su participación en aquella siniestra trama, como en el forjado robo de los dineros del Estado, el pobre hombre, que había jurado decir la verdad acerca de lo que supiese y le fuese interrogado no quiso apartarse de ella, pero, al último, ante el dolor, tuvo que ceder, declarando lo que sus jueces fiscales quisieron, para satisfacer a la justicia, al decir de estos inquisidores.

         Llenados así, aparentemente, los preliminares de la condena a muerte, como ocurre con todos aquellos predestinados a desaparecer, el desdichado Felipe Milleres, fue fusilado en esta fecha en el mismo San Fernando, juntamente con las 48 víctimas inocentes como él, complaciéndose, de este modo, los depravados deseos del sin par tirano.

         Felipe Milleres dejó cuatro hijos, habidos en su matrimonio con la señora Manuela Gill: Francisco, Nicolasa, Isabel y Emiliana. Esta última, casó con el señor Marcos Riera, cuyos hijos son los doctores Manuel y Jacinto Riera y la señora Pastora Riera de Falabella.

         (28). Doctor en derecho, perteneciente a una de las familias más distinguidas de Bolivia. Fue uno de los ciudadanos bolivianos que acompañaron al explorador Pomier a su regreso al Paraguay.

         Tal fue el entusiasmo que despertó entonces nuestro país, que el doctor Tristán Roca, se trajo, a su venida, a su señora esposa, Mercedes Rivero, así como gran parte de su fortuna en mercaderías: alhajas de oro y piedras preciosas y dinero amonedado en oro y plata, por manera a establecerse definitivamente en el Paraguay.

         La relación circunstanciada de la vía crucis que sufrió el doctor Roca en San Fernando e Itá Ybaté, conviene sea conocida, para que se vea los martirios a que fue sometido aquel hombre, que trajo a nuestro país, su inteligencia, sus virtudes, su afección y su fortuna, y que tuvo la desgracia de caer en las garras del tirano más sanguinario que haya visto la América desde su descubrimiento. Por la carta dirigida al señor doctor Basilio de Cuellar, presidente de la Corte Suprema de Bolivia, por el señor Zacarías Rivero, que se transcribe, se verá la vía crucis a que fue sometido el desgraciado doctor Tristán Roca.

 

         "Santa Cruz, enero 10 de 1870.

 

         "Sr. D. Basilio de Cuellar. Sucre

 

         "Mi muy respetable señor:

         "No pude contestar a su apreciable carta en el correo anterior, por haber salido a encontrar a Mercedita, que llegó el 26 del pasado. La relación circunstanciada que esta hermana desgraciada me ha hecho de la suerte de su esposo, y los sufrimientos de ella, dan por resultado que López es el mayor malvado que ha producido la naturaleza. Los referiré, no sólo cumpliendo con los deseos de Vd., sino llenando el sagrado deber que impone el sincero cariño que Vd. le tenía a Tristán, lo mismo que a Mercedita, a quien no dudo compadecerá Vd.

         "Así que llegaron a la Asunción, dio Tristán a la prensa algunos artículos de fondo, que bastaron para que se captase las simpatías de ese gobierno. Empero, esto fue el preludio de sus futuras desgracias, porque desde entonces, la trazó la forma y manera como debía dar a luz el Centinela, que publicó, contra sus sentimientos, hasta el día que fue preso, ni cómo evadirse, porque la negativa parecía importarle su desaparición.

         "Poco tiempo después se trasladó la capital al pueblo de Luque, distante tres leguas de la primera, y de allí solicitó la gracia de establecerse en Areguá, cuatro leguas más adelante, por la necesidad de baños medicinales, que allí se encuentran, y con la condición de que bajaría a Luque en las fechas que debiera salir el periódico; la petición fue admitida; el ferrocarril le proporcionaba la celeridad de sus marchas continuadas al referido Luque y aún hasta la Asunción.

         "La guerra obligó a López a retirarse a San Fernando, punto medio entre Humaitá y Asunción, y en ese pueblo forjó el horrible plan de que los paraguayos, bolivianos y extranjeros, habían robado al tesoro nacional 3.000.000 de fuertes, con el objeto de fraguar una conspiración, teniendo por base el asesinato del tirano, y desde ese momento, principiaron las matanzas.

         "Se apresan, cada día, cientos de paraguayos y extranjeros, llevándolos en seguida a bordo, donde los martirizaban del modo más bárbaro. Llegaban a San Fernando y se les tenía un mes sujetos a distintos tormentos en los que se les obligaba a firmar declaraciones que le presentaba un tribunal inquisitorial, confesando haber sido cierta la conspiración y recibido dinero para llevarla a cabo. Hecho esto, a unos, lo lanceaban; a otros, les descuartizaban, atados a cuatro mulas, etc.; y ninguno era pasado por las armas.

         "En el mes de junio del año pasado, el boliviano Vaca, fue llevado a San Fernando; los demás paisanos se consideraron ya en capilla. Tristán decía a Mercedes: no sé qué hay; haz promesas; la crisis que atravesamos es fatal. ¿Por qué temer? ¿No estoy sirviendo con mi pluma al Mariscal? ¡Le daría vergüenza tocar mi persona!

         "El tiempo avanzaba. Mercedes es nombrada comisionada para entender en una ofrenda que el bello sexo presentaría a López en su cumpleaños; con tal motivo, venía frecuentemente de Areguá a Asunción, para verse con madama Lynch, querida de López, quien era la que dirigía tales ofrendas.

         "Tristán venía a Luque los días martes a dar a luz el periódico y el 13 de julio que estuvo, Mercedes pasó a la Asunción, y en esa misma fecha llama la policía al doctor Gutiérrez, al padre Basiliano, a Juan Padílla y a Tristán, los meten a bordo y los ponen en cepo de lazo, que consiste en atarles las manos por detrás y estirarles las piernas con dos lazos hasta medio rasgarlas, teniéndolos sentados en el suelo. Llegan a San Fernando, y a Tristán le sueltan a los cinco días; escribe a López solicitando una entrevista y no recibe contestación. Al sexto día, amanece encadenado, y el tribunal quiere que absuelva el interrogatorio que se la presenta; se le condena al tormento de prensa a todo el cuerpo; pide la muerte, pero en vano; pasa tres veces por el martirio; su espíritu desfallece por los dolores, y al fin firma la declaración que se le presenta, y sale por último para ser lanceado después de haberse negado, protestando con la energía de un valiente, ser absolutamente inocente, y haciendo un esfuerzo sobrehumano grita, asegurando que su firma ha sido arrancada por el tormento y que el cielo castigará la injusticia de su muerte.

         "Mercedes, que pasó a la Asunción el 13 de julio, como tengo dicho, fue retenida por madama Lynch seis días, acariciándola del modo más tierno: al fin, la deja marchar, encargándole un recuerdo para Roca. Llega a Areguá, nadie da razón de su esposo; regresa a Luque, y nada sabe; pasa a la Asunción y la maldita madama Lynch rehúsa verla; ruega, llora y se desespera por que se le permita pasar a San Fernando, y todos le vuelven la cara porque ha incurrido en el crimen de traición; se va a Areguá, y el juez le toma a su llegada dos declaraciones, en días distintos, sobre el armamento que debe tener oculto su marido, lo mismo que 35.000 pesos en metálico; contesta que ignora todo esto, y que se le calumnia a Roca, porque si tal cosa hubiera, sería sabedora. Al día siguiente de la última declaración, se le presenta el juez y le confisca los cortos intereses que le habían quedado; la vota de la casa y echa llave a las puertas.

         "La infeliz se refugia enfrente, y suplica se le admita; pero la dueña de casa rehúsa recibirla, porque teme morir; pasa algunos días en un corredor con sus dos hijitos, y embarazada de dos meses. Al fin se le devuelve únicamente su ropa, y vendiéndola poco a poco consigue no morir de hambre; se le concluye aquélla, y desde entonces, come cinco naranjas, unos días con la corteza, raspándole solamente el zumo, con sus dos hijos, y otros días nada; otros comen afrecho de yave, y sería no acabar referir sus padecimientos.

 

         Zacarías Rivero".

 

         El muchas veces citado coronel Centurión, en sus Reminiscencias, pág. 212, nota (3), al referirse a que los reos no tuvieron defensores, ni se les permitió que hicieran ellos su defensa, dice:

         "El Dr. Roca, ilustrado ciudadano boliviano, que había prestado el concurso de su inteligencia en la redacción y dirección de El Centinela, quiso hacer su defensa. Comenzó pintando la calumnia y sus perniciosos efectos y luego atacó su misma declaración, calificando de falso cuanto en ella había expuesto. Pero, sin duda, apercibiéndose el presidente de que iba a destruirse por su base el edificio levantado sobre arena, lo hizo callar. Me callaré -dijo- y seré víctima de la calumnia como todos'...."

         El doctor Tristán Roca, fue pasado por las armas, en San Fernando, el 22 de agosto de 1868, entre los 48, que también fueron fusilados ese día.

         (29). De nacionalidad española, dedicado a la industria de destilación de aguardiente, en grande escala. Se encontraba establecido en la casa de la calle de la Palma, esquina Montevideo, en donde hoy se levanta el Banco de Londres y América del Sud.

         Fue incluido en la conspiración de San Fernando; en primer lugar, porque era hombre adinerado, y en segundo lugar, por ser español.

         Lo prendieron residiendo en Luque, y luego lo enviaron engrillado a aquel campamento, en donde, sin piedad, sin consideración y con tanta crueldad, fue martirizado, por haber dicho la verdad, cuando sus jueces fiscales pretendieron que, como tal, confesase su participación en las tantas veces repetida patraña, denominada conspiración.

         Como español de buena cepa, prefirió morir antes de faltar a la verdad, condenándose a sí mismo y a sus semejantes, por medio de la infamante calumnia. Por esta razón, lo fusilaron por la espalda, en San Fernando, en la fecha en que indica esta tabla.

         Su esposa, la distinguida señora Estael Jovellanos, y su hijo, el señor Carlos Ruiz, niño aún, quedaron completamente desamparados y despojados de todos sus intereses, tanto en dinero y alhajas, como de los grandes depósitos de aguardiente y miel que les quedaron.

         (30). Con la desocupación de la Asunción, Echanique se trasladó a Luque, la nueva capital, en donde se instaló en compañía de su familia, aguardando la pronta terminación de la guerra, basado en la lógica suposición, que también alimentaba toda la República, ante el pasaje de la escuadra brasilera, por la fortificación de Humaitá y su presencia y dominación del río Paraguay hasta la capital.

         Salvador Echanique era hombre acaudalado, respetado y querido de todos. Su desahogada posición la había conquistado a costa de su honrado y tesonero trabajo personal; su feliz hogar lo había modelado dentro de las normas de estas virtudes.

         Pero escrito estaba, que Salvador Echanique, como hombre de fortuna y más que todo, español de nacionalidad, no quedaría excluido de la conspiración fraguada, y en efecto, a fines de junio de 1868, fue uno de los primeros conducidos a la guardia policial de Luque, y de allí por ferrocarril a la Asunción, entre otros extranjeros y nacionales, con dos pesadas barras de grillos. De aquí, todos juntos, fueron embarcados con destino a San Fernando, punto de donde arrancó la vía crucis del desventurado hombre.

         Interrogado sobre la conspiración, contestó que nada sabía. Sus jueces fiscales se exasperaron ante la verdad de su declaración, siendo por tanto, la causa para que lo mandasen azotar bárbara y cruelmente, provocando en él la expulsión de grandes cuajarones de sangre por la boca. A pesar de esto, no se suspendieron los tormentos hasta volver a interrogarle sobre lo mismo.

         Echanique contestó: que bajo el juramento prestado, se ratificaba en su confesión anterior. Se le aprensó en el cepo Uruguayana, se le suprimió la mísera comida y el agua, se le mantuvo de día y de noche a la intemperie y se le infligió todos los tormentos que se usó en San Fernando, y aún así, bajo el impulso de su injusto martirio, encontró aliento su temple varonil, y sostuvo su firme juramento.

         Ante esta firmeza, sus jueces fiscales de sangre, pidieron y obtuvieron la condenación a muerte del desgraciado Salvador Echanique y el 22 de agosto de 1868, de tarde, fue fusilado por la espalda, entre los 37 desgraciados, como él, que rindieron a Dios su vida en el mismo momento.

         Salvador Echanique, fue esposo de la distinguida señora Dolores Serranos y padre del conocido abogado del mismo nombre, doctor Salvador Echanique y de la señora Clara Echanique, esposa del ciudadano C. Rodolfo Saguier.

         (31). Casado con la señora Juana Barrios, hermana del general Vicente Barrios, de cuyo matrimonio tuvo, entre otros hijos, al doctor José Vicente Urdapilleta y a José Pantaleón Urdapilleta. Este último, teniente de marina al servicio del mariscal López, durante la guerra.

         José Vicente Urdapilleta, padre, fue un ciudadano honorable, habiendo tenido una buena actuación en la administración pública, tanto durante el gobierno de Carlos A. López, como en el del hijo, mariscal López.

         No bien comenzó la guerra del 65, cuando Urdapilleta, encontrándose en ejercicio del juzgado de lo civil en 2º instancia, fue comisionado, entre otros, para acompañar al ministro de relaciones exteriores José Berges, a Corrientes, con la misión de hacer propaganda en favor del Paraguay.

         A propósito de esta misión, un escritor contemporáneo, al referirse al ciudadano Urdapilleta y a sus compañeros, dice: "A cada uno se le entregó, a su partida, buena suma de Carlos IV, a fin de que pudiesen vivir holgadamente y gastar con liberalidad; pero, los más, eran unos vejestorios avaros, volviendo sin haber gastado ni un centavo..."

         Esta aseveración es una impostura del inescrupuloso escritor. El ciudadano José Pantaleón Urdapilleta, hijo del caballero de quien nos ocupamos, me aseguró siempre ser completamente incierto lo aseverado, esto es: que cada uno de los comisionados a Corrientes, tuvo que hacer los gastos de permanencia en aquella capital, a sus expensas, porque aquél perverso nunca dio un real a sus comisionados; "quería, dice, que sus emisarios vivieran del aire". Aparte de esta manifestación, los que, como el autor, han tenido oportunidad de conocer al ciudadano José Vicente Urdapilleta, como un hombre correcto y generoso, no puede dejar pasar por alto semejante maledicencia.

         No bien se inició la urdida gran conspiración de San Fernando, cuando una mañana de mediados de julio de 1868, encontrándose Urdapilleta en su quinta de la Recoleta, acompañado de su numerosa y expectable familia, fue apresado y engrillado en presencia de la misma, y luego conducido a esta capital. De aquí fue remitido por agua, hasta cerca de la confluencia del río Tebicuary, en donde desembarcado en tierra, se le obligó a seguir a pie, azuzado por la punta de las bayonetas y fustigado con los juncos que cada cabo llevaba en la mano.

         El desventurado hombre hizo lo que humanamente pudo para llegar sano al sitio, donde más tarde, sería su tumba.

         Cuenta el hijo, José Pantaleón, que su desgraciado padre llegó a San Fernando a media noche, y que desde la mañana siguiente, se le sometió a los suplicios, y agrega: que fue martirizado, cruel y bárbaramente, por dos fornidos cabos del ejército, oriundos de las Misiones, que si bien no alcanzaron a la furia de Toro Pichaí, poco les faltaba para igualarle.

         Urdapilleta, al par de los que, como él, cayeron en esta trama, después de tantos martirios, y viendo que todo era inútil, no tuvo más remedio que decir cuánto sus verdugos le dictaron. Entre otras referencias, se hace poner en boca de él, lo siguiente:

         "Que el ministro americano se había comprometido a garantir el conducto de las comunicaciones que Benigno entablaba con el enemigo, a fin de obrar en combinación con la fuerza revolucionaria para proteger el movimiento, haciendo arribar sus corazas hasta la Asunción con la gente de desembarco que debía dejarse en tierra en la misma capital, o en cualquier otro punto que fuera más conveniente, según el plan de operaciones que más tarde debía formularse; que además Mr. Washburn estaba allanado para hacer por su parte los más grandes esfuerzos en protección del pensamiento, ya por sí, o ya por todos los medios a su alcance, hasta recabar, si fuera necesario, de su Gobierno, el apoyo de esta idea y de hacer uso de los elementos de poder que tenía en el Río de la Plata para proteger la realización del movimiento pensado, pues que estaba entre las instrucciones de su Gobierno el prestarse de todos modos a trabajar por el sostenimiento de la libertad de los pueblos americanos.      

         "Que el tiempo o momento de estallarse, debía ser anunciado por Mr. Washburn a consecuencia del acuerdo en que debía ponerse con el general del ejército aliado, o por medio de comunicación, o por una entrevista que tendrá lugar".

 

         Con Urdapilleta se procedió del mismo modo que con los demás. Convicto, en la forma de estilo corriente, el 22 de agosto fue pasado por las armas, por orden del inquisidor mayor, como se ve en la presente tabla de sangre, fusilándoseles por las espaldas, como infames traidores, al decir de los verdugos. Verdad que si este mártir no hubiese sido asesinado ese día, tal vez no habría resistido 24 horas más, dado el mísero estado en que se encontraba a causa del hambre, sed, etc., y tener las espaldas  ulceradas, por las azotainas, que no le daban vida.

         Sobrada razón, pues, tiene el sobrino carnal, Juan E. O'Leary, al condenar públicamente, como lo hizo, los desmanes que el mariscal López cometió contra su madre y tíos. (Véase nota 25, Apéndice E.)

         En el seno de los descendientes del desventurado José Vicente Urdapilleta, siempre se ha condenado la actitud de su hijo José Pantaleón Urdapilleta, por el hecho de que encontrándose al servicio del mariscal López, permaneció, impasible y seco, ante los martirios que por orden de éste, se le infligieron. Las hijas, particularmente, dijeron siempre que ellas, en la posición o situación de su hermano José Pantaleón, lo hubiesen matado a aquel monstruo antes de verlo a su padre, morir como murió.

         "Un día, dice el historiador Rebaudi, el mariscal mandó llamar al teniente de marina José Urdapilleta, uno de los héroes del abordaje a los acorazados, y cuando estuvo en su presencia, le dijo: "han traído al campamento a su padre y he dado orden que le peguen cuatro tiros, por traidor. Cuide Vd. de portarse bien, de lo contrario, le sucederá como a su padre", y lo despidió. El joven militar, que no había pestañeado en las acciones más arriesgadas y sangrientas, quedó anonadado, y se retiró cabizbajo. Su hermana Asunción, cuando oyó de sus labios la tremenda noticia de la muerte del padre, indignada le gritó: "Y tú no fuiste capaz de pegarle un tiro a ese monstruo!"

         (Arturo Rebaudi, "Guerra del Paraguay. Un episodio. Vencer o Morir", pág.

47).

 

         Hubiese sido el primer caso en América, en que un hijo, por salvar a su padre, se haya arriesgado a perder su propia existencia, máxime cuando que la corrupción del corazón había llegado entonces a tal punto, que el propio mariscal López mandó martirizar a sus hermanos, tanto o más que al desgraciado Urdapilleta, y más tarde cuando se iba huyendo por las escarpadas sierras de Mbaracayú, mandó azotar a su propia madre, milagrosamente salvada de la muerte por el inesperado ataque del enemigo el 1º de marzo de 1870, en Cerro Corá. Todo lo que se quiera, puede decirse, pero al hombre que como José Pantaleón Urdapilleta, vio resignado el martirio y asesinato de su padre, no puede cristianamente llamársele hijo, ni padre.

         Que en época reciente hubiesen aparecido en el Paraguay, ciudadanos que han magnificado con sus producciones a los autores de los desmanes infligidos a sus padres, no nos extraña, desde que de un tiempo a esta parte, el sórdido utilitarismo ha prostituido los más nobles y elevados atributos del hombre.

         Sin embargo, no por eso los hijos degenerados quedan limpios de alma, pues la rebeldía de su conciencia, unida al consenso público, se encargan de hacerles purgar, eterna y amargamente sus culpas, como se ve por el escupitajo arrojado en 1905, en pleno rostro de uno de aquéllos, por el valiente y llorado escritor y poeta, Alejandro Guanes, al dirigirle las siguientes estrofas:

 

         (Dilema)

 

         A POMPEYO GONZALEZ (Léase JUAN E. O'LEARY)

 

El necio audaz que a la fortuna loca

no más, debió la suma de poderes,

el que endiosar a toda costa quieres,

el que tus labios sin rubor invocan;

 

las armas de la patria, alma de roca,

las melló en flagelar pobres mujeres

y cuán de cerca, algunos de esos seres,

alguna de esas mártires te toca.

 

Yo nada soy para que encuentres gloria

en enlodar mi frente, o que te cuadre

blanco hacerme de motas chabacanas.

 

Toda tu hiel escupe en la memoria

del que su mano vil puso en tu madre;

o eres deshonra de sus tristes canas.

 

         Alejandro Guanes.

         Septiembre 5 de 1905

 

         Volviendo a José Pantaleón Urdapilleta, conviene sea conocida la siguiente anécdota, que ocurrió en presencia del autor.

         En un día del mes de marzo de 1871, como a las 4 de la tarde, Urdapilleta se encontraba sentado en la vereda de la casa comercial (tienda y mercería) de "Urdapilleta y Vivanco", calle 25 de Noviembre esquina Oliva, de cuya firma social formaba parte. Le acompañaban a tertuliar, el autor, su hermano José Segundo, Juansilvano Godoi, el socio de aquél y una o dos personas más.

         De pronto, se apercibe Urdapilleta de la presencia del coronel Silvestre Aveiro, que buscaba paso entre los contertulianos, y súbitamente, se levanta y sin decir agua va, le endilga una feroz trompada a la cara. El coronel Aveiro, no pudiendo resistir, cae a la calle, fuera de la vereda; pero no bien pudo levantarse, cuando le tira dos más, consecutivamente, yendo a parar de nuevo al suelo, esta vez, todo manchado de la sangre que manaba de la boca y nariz. Cada vez que Urdapilleta le aplicaba los golpes le decía: ¡miserable, que lo torturaste a mi padre en San Fernando, prevalido de tu posición, miserable verdugo!

         Tan repentinamente, como un relámpago, se produjo este corto lance, que los espectadores no tuvieron tiempo de evitar.

         Desde entonces Urdapilleta fue tan respetado, que nadie quiso tener la más mínima discusión con él, por temor a su vigoroso puño. Le llamaban el manco, porque habiendo recibido en la guerra una herida en el brazo derecho, se le quedó medio torcido a causa de su mala curación; pero esta circunstancia, no obstaba para tener tanta fuerza como cuando era sano.

         Los únicos, que después de la guerra, recibieron siquiera un ápice de su merecido, fueron el coronel Silvestre Aveiro y el presbítero Fidel Maiz: el primero, en la forma indicada, y el segundo, por la finada señora Ramona Egusquiza de Decoud, como se verá oportunamente.

         (32). Este, como Juan Fusoni, que aparece en fecha 9 de agosto haber fallecido de muerte natural, un momento antes de ser ejecutado, y muchos otros más, fue a causa de las heridas que recibió en la corta trayectoria recorrida desde su prisión al sitio del patíbulo. Explicaré brevemente el caso.

         Los soldados de franco, al ver las disposiciones preliminares para la ejecución, en el deseo siempre de agradar al jefe de estado mayor del ejército, general Resquín, que les instaba por medio de sus subalternos para este acto, corrían a tomar un pedazo de hueso, un pedazo de greda endurecida, resto de una raja consumida en la cocina, etc., y luego, se colocaban en fila, a un lado de la senda por donde sería conducido el ajusticiado. Cuando éste pasaba por delante de aquellos desalmados, lanzaban contra él, por mejor decir, a boca de jarro y con toda fiereza, los dardos mencionados, en medio de una algazara infernal, hiriendo a algunos y matando a otros, como en los casos citados, en cuyas ocasiones, las heridas fueron tan profundas que cayeron allí muertos. Otros que también fueron heridos, particularmente en la cara y cabeza, tuvieron la suerte, diremos, de ser ultimados por las armas, antes de padecer los efectos de aquellas lesiones, como el desgraciado Bernardo Ortellado, que recibió en la cabeza dos golpes de caracú (pedazo de fémur de vacuno), que lo dejó exánime, y lo ejecutaron en este estado.

         Estas manifestaciones macabras, no fueron inventadas o puestas en práctica por el general Resquín, como nos lo dice el coronel Juan C. Centurión, en sus "Memorias", t. 3, pág. 193, con motivo de la prisión del desgraciado capitán Juan Silvestre Silva, tomado prisionero por los enemigos, en la batalla del 24 de mayo de 1866, en Tuyutí, quien, resuelto a no tomar más participación en la guerra, resolvió ir a su casa, sita en el departamento de Pedro González, ocupado por las fuerzas aliadas y cuidar unos animalitos que se los había agenciado en Corrientes.

         Sabedor el mariscal López de este hecho, mandó capturarlo sorpresivamente a Silva, y conducirlo a San Fernando, en donde ha sido el primero que después de feroces azotamientos, fue muerto en la trayectoria de su prisión al sitio de su ejecución, figurando, sin embargo, en la presente tabla, como muerto de muerte natural, en fecha 19 de junio de 1868.

         "La noticia de la prisión de éste, dice el coronel Centurión, causó una gran novedad en San Fernando. Lo trajeron embarcado, y a su llegada al campamento, el general Resquín, mandó hacer con la tropa una especie de manifestación contra él, con la idea, sin duda, de inspirar horror e indignación hacia los que prestaban auxilio al enemigo contra su patria, cualquiera que sea el pretexto o fundamento que se invoque para ello. Sin embargo, fue un acto bárbaro, completamente en desacuerdo con los elevados sentimientos que debe distinguir a un pueblo civilizado". ("Memorias.", pág. 193).

         Estos actos de barbarie, se conocían mucho antes de la guerra, y fueron mandados poner en práctica, por otro muy distinto que el general Resquín y que indiscutiblemente en caso necesario, le hubiese reclamado la prioridad, si viviese aún.

         Cuando en 1859, fueron apresados los hermanos Gregorio Decoud y Teodoro Decoud, por el supuesto delito de conspiración contra la vida del supremo, en la esquina de la casa de cada uno, se mandó apostar un grupo de populacho formado de lo peor de las placeras del mercado: peones, carreros, etc., toda gente maleante, que la policía se encargó de reclutar desde el día anterior, para este fin.

         Al salir a la calle los hermanos Gregorio y Teodoro Decoud, aquella turba canallesca, rompió en mueras atronadores a las desgraciadas víctimas inocentes, arrojándoles puñados de arena, trapos ensuciados, exprofeso, con materias asquerosas, etc., profiriendo toda clase de blasfemias, calumnias y maldiciones. Esta perversidad ordenada, culminó con arrojar lodo puro hasta en la propia cara de los conducidos. Para el efecto corrían, y al enfrentarlos, les zampaban el lodo en el rostro; otras veces, se adelantaban a ellos y aguardaban el paso, en cuyo momento, cumplían con la consigna.

         Así fueron conducidos, hasta la policía.

         Este nuevo procedimiento salvaje y bárbaro, fue ordenado por el generalito, nombre con que se le distinguía en el público, particularmente en la alta sociedad, al después mariscal López.

         Todo esto y mucho más, lo llevó progresivamente a la barbarie, hasta llegar a formarse el hábito inveterado de hacer el mal por mera afición y gusto, para lo cual se prestaba su innato temperamento sanguinario y cruel. El caso narrado, produjo en su depravado espíritu, una fruición, un deleite que se reflejaban en su rostro, al comentarse en el público.

         (33). Fue promovido a teniente coronel, un tiempo antes de su prisión, como lo atestiguan sus despachos. No es cierto, pues, que a su muerte, hubiese sido solamente sargento mayor, como lo hacen aparecer sus verdugos.

         El comandante Francisco Fernández perteneció al grupo de los jefes más selectos y pundonorosos con que contó el ejército paraguayo. Se distinguió siempre por su competencia y sagacidad en todas las comisiones que desempeñó. Como militar, fue muy querido, particularmente por los asuncenos, por su buen comportamiento durante el período más crítico por que atravesó la Asunción, antes de su caída, en el curso de la luctuosa guerra.

         Tuvo la desgracia, para aquel funesto tronchador de vidas, de contar con una regular fortuna y eso bastaba para despertar la insaciable codicia del mariscal López, quien, instigado por su cortesana, Mme. Lynch de Quatrefages, lo mandó apresar en esta capital. Incluido, como era de costumbre, en la conspiración, bajo la inculpación de ser uno de los más grandes traidores a la patria y a su gobierno, fue remitido con dos barras de grillos a San Fernando, despojándosele previamente, como se hacía con los demás, de todo el dinero amonedado en oro y plata que tuvo, así como de las valiosas alhajas de su esposa.

         Los jueces fiscales del comandante Fernández, le atribuyeron haber mandado trabajar un puñal por un herrero del ejército, para mandar asesinar al mariscal López, y que estaba de acuerdo con el enemigo para una revolución. Con semejante acusación, queda ya sobreentendido, el penoso y largo proceso de vejámenes, penurias y torturas que debió sufrir, hasta terminar con su fusilamiento como en efecto, fue el coronamiento de su cruento martirio.

         Previa una vergonzosa degradación, se le fusiló en San Fernando, entre la primera partida de los 12, que fueron condenados a la misma pena, en la mañana de este día.

         (34). El general José María Bruguez, fue un militar valiente y pundonoroso y uno de los más grandes artilleros que hasta hoy haya nacido en el Paraguay. Había comenzado a adquirir un gran prestigio y nombradía en el ejército, hasta el punto de que se le señalaba como el hombre digno de ceñirse la aureola de gloria dejada por el invicto general Díaz. Desgraciadamente, esta fama, honrosamente conquistada, fue la causa de su desventura.

         En efecto, comenzó a despertar recelos entre sus propios compañeros, favoritos del tirano, y éste, que no buscaba sino un pretexto cualquiera para terminar con los valientes de distinción, lo mandó incluir en la gran conspiración, y luego, fusilarlo, como se ve en las tablas, después de crueles torturas, y previa degradación de aquel esforzado como valiente militar. Durante todo aquel aparatoso y conmovedor acto, realizado en un cuadro formado de jefes, oficiales y tropa, abundantes lágrimas rodaron por las mejillas de aquel héroe, cuyas proezas y patriotismo, fueron recompensados con el sacrificio de su vida, en medio del más infamante ludibrio público. Mil veces hubiera preferido que la metralla enemiga hiciese pedazos su cuerpo antes de sufrir, delante de sus compañeros de armas, el suplicio moral de la más ignominiosa afrenta, inferida gratuitamente a su honor y abnegación. El coronel Matías Goiburú, que presenció este acto, así lo aseguró al autor.

         Como que el general Bruguez fuese amigo intimo de Benigno López, el mariscal, valiéndose de esta circunstancia, ordenó su inclusión, a los jueces fiscales, y éstos se encargaron de inventar la forma de plantear y dar apariencia de verosimilitud a la acusación, tal como hicieron con todos los que cayeron bajo sus garras.

         El historiador Arturo Rebaudi, en su interesante libro "Guerra del Paraguay. La conspiración contra el mariscal López", pág. 69, refiriéndose al general Bruguez, se expresa así:

         "Otro de los comensales del mariscal López y víctima de su insania demente, fue el gran artillero paraguayo, Bruguez. Una sola acción de este denodado e inteligente guerrero, basta y sobra, para inmortalizar su nombre, Cuevas, donde por declaración de los mismos brasileros, la escuadra imperial sufrió mucho más que en la batalla de Riachuelo".

         El general Bruguez es tío y padre adoptivo de los hijos de su hermano Manuel Bruguez, los cuales siendo aún de corta edad, quedaron huérfanos, por la muerte de éste. Fue tal el cariño que les profesó, que los mismos sobrinos le llamaban papá. Los sobrevivientes de éstos, son las señoras Petrona Bruguez de Duarte, Bienvenida Bruguez de Porta y Pilar Bruguez de Álvarez, siendo hijos de las dos últimas, los inteligentes doctores, Enrique Porta Bruguez y Rogelio Álvarez Bruguez, abogado y médico, respectivamente.

         (35) Era uno de nuestros íntegros conciudadanos. Nombrado diputado al Congreso Extraordinario de 1865, fue designado secretario de la Comisión Especial, para dictaminar sobre la grave situación en que se hallaba colocada la república.

         El dictamen que presentó esta comisión, fue redactado por Riveros, quien, después de haberlo sometido a la consideración del mariscal López y aceptado por éste, lo firmaron sus miembros. El Congreso lo aprobó por unanimidad.

         Refieren los diputados de aquel Congreso, que Riveros, en aquella ocasión, reveló prodigios de agudo ingenio, pues no siendo así, no era posible presentar ese gran artefacto documental, sin apoyo en ningún fundamento serio, ante los hechos producidos. Buscó de agradar al mariscal López, y lo consiguió a costa de su fecunda mentalidad.

         Por este hecho el mariscal López lo llevó consigo a Humaitá, y a su llegada, lo nombró oficial 1° del ministerio de gobierno.

         En Paso Pucú, le encargó a él y a Silvestre Aveiro, también oficial 1º del mismo ministerio, la causa a que se refiere la nota 7, Apéndice E, nombrándolo a ambos, jueces fiscales.

         Vino después la inventada conspiración de San Fernando, y como Riveros había prestado grandes servicios al mariscal López, éste, siguiendo su programa de ingratitud a las personas que, en cualquier forma, descollasen, lo incluyó en ella, y después de mandarlo azotar y aprensar en el cepo Uruguayana, de la manera más brutal, fue fusilado en San Fernando, entre la segunda partida de los 17, que fueron sacrificados en la tarde de este día.

         (36). Hijo de los finados cónyuges, Pedro Decoud y Ramona Egusquiza y hermano de José Andrés, Pablo, María Antonia, Petrona y Clara Decoud, y primo hermano del autor.

         Al mariscal López le dio por atribuir al joven Francisco Decoud, la ocultación bajo tierra, en la casa de sus padres, de una cantidad de onzas de oro que para el efecto le entregara Benigno López, amigo íntimo de la familia de aquél. Para el esclarecimiento aparente de este punto, fue apresado, engrillado y remitido a San Fernando.

         Azotado y puesto en el cepo Uruguayana, negó rotundamente la superchería que motivó el interrogatorio. Entonces se le impuso a que declarase ser cierto que el dinero lo había conducido de la tesorería general de la nación y que le había enterrado en todo el costado del este de la sala de su casa.

         Entretanto, se impartió orden telegráfica al jefe de policía, para que procediese al desentierro. Así se hizo, y no habiéndose hallado ni un cobre, se procedió a la excavación en toda la casa, dando el mismo resultado.

         Indignados sus jueces fiscales por la plancha que hicieron, como hicieron siempre, pidieron que el desgraciado joven fuese pasado por las armas, en virtud de encontrarse comprendido entre los conspiradores, más tenaces. Este pedido fue accedido, como era ya de regla para con todos los de ese género, y el 26 de agosto, al oscurecer, entre la tercera partida, fue asesinado por la espalda, en San Fernando, el joven Francisco Decoud, quien no pudiendo caminar; por su lastimoso estado, tuvo que ser llevado a la rastra por dos soldados, hasta el sitio de la ejecución, y allí, acostado boca abajo y con una barra de grillos, se cumplió con él la infame sentencia. Aquel acto salvaje se hizo tan precipitadamente, que todos los masacrados, en la tarde de este día, fueron abandonados a la voracidad de las aves de rapiña, porque corrió la noticia de que el enemigo se encontraba ya a la vista y que probablemente esa noche intentaría algún ataque. De ahí la aparente causa para dejar insepultos los cadáveres de aquellos infelices seres humanos.

         Y a propósito, agregaré dos palabras más.

         Con la caída de Humaitá, el 5 de agosto de 1869, la posición del mariscal López en San Fernando, se hacía ya insostenible, y entonces resolvió abandonar el campo, el 26 del mismo.

         Desde tres días antes de su partida, mandó masacrar hasta 105 hombres por día, de entre las inocentes víctimas que por su orden, se incluyó en la célebre causa que, como se ha visto, le llamó de la gran conspiración.

         El mismo día de su partida, desde una hora antes; se dio comienzo al fusilamiento, concluyendo recién, la tercera partida, casi al oscurecer.

         Cuentan los jefes y oficiales sobrevivientes, que componían el séquito del mariscal López, cuando éste iba huyendo, que durante un largo trayecto del camino, se iba oyendo las descargas de fusilería sobre aquellos, mártires inocentes, y que esas detonaciones repercutían penosamente en el ánimo del mariscal, dejando reflejar en su rostro, el remordimiento de su conciencia, a juzgar por su aspecto abatido y el mutismo en que se mantenía, durante el curso del viaje.

         Y esto debe ser más que cierto, por cuanto el mismo coronel Centurión, en su citada obra, refiriéndose al estado de ánimo en que se encontraba el mariscal López, en la víspera de la partida, dice:

         "El 25 de agosto, a las 4 de la tarde, víspera de la partida del mariscal, éste estaba solo enfrente de su cuartel general, sentado en una silla de suela y apoyado en el espaldar de otra, según era su costumbre. Su aspecto ceñudo y adusto, indicaba que cruzaba por su imaginación la sombra de algún lúgubre pensamiento. Tal vez escuchaba los remordimientos de su conciencia por las atrocidades que había mandado ejecutar".

         (37). Teniente coronel del ejército argentino, perteneciente a una de las familias más distinguidas de Buenos Aires. Cayó prisionero en el sangriento combate de Acá Yuazá.

         Fue uno de los prisioneros que más sufrió. Desde el primer día, se le obligó a que declarase que el general Mitre había comisionado a varios paraguayos legionarios y prisioneros, para asesinar al mariscal López. Campos negó, siempre tales hechos, como era consiguiente, dado que nunca existieron.

         La mente del sanguinario mariscal estaba obsesionada por la idea de las conspiraciones, eterno fantasma de los tiranos y situaciones de fuerza, y de ella se servía como arma favorita, para cometer los inauditos y horrorosos atentados contra los más caros y sangrados derechos humanos.

         El comandante Campos fue azotado hasta quedar sus espaldas convertidas en carne viva, negando siempre, rotundamente, lo que sus verdugos le imponían declarase, mejor dicho, que ignoraba todo.

         En este estado, Campos permanecía en descanso, con una barra de grillos y encepado a la intemperie, hasta curársele las llagas que le producía el azotamiento diario. La curación consistía en lavársele las llagas con salmuera, procedimiento que, en los primeros días, surtía efecto, pero después, con las heridas enllagadas, apenas cicatrizadas, las nuevas brechas abiertas con los azotes, este antídoto, tan vulgarizado y popular entre aquellos desgraciados, ya era impotente en su obra humanitaria.

         Pero lo que más atormentó al comandante Campos, fue el hambre y la sed, pues apenas se le daba, cada veinticuatro horas, a las 10 de la mañana, un mísero pedazo de carne hervida, y a eso de las 4 de la tarde, unos doscientos gramos de agua sucia y pestilente. Entonces tomó la determinación de quedarse desnudo antes de perecer de hambre y de sed.

         Como que el uniforme de los oficiales argentinos era parecido al de los paraguayos, procedió a despojarse paulatinamente, de las diferentes piezas del suyo, aceptando él cambio que los soldados le habían propuesto desde el primer día, por carne, maíz, etc. Primeramente se desprendió de su kepí y botas; luego los galones que constituían las franjas de su pantalón, y finalmente, todo cuanto podía proporcionarle un bocado, quedando apenas en camisa y calzoncillo. Naturalmente, esas transacciones se hacían por secreta orden superior, a fin de reducirlo a la desnudez y hacerle más intenso y agudo su sufrimiento.

         Completamente a la intemperie, se le tuvo al ilustre prisionero encepado de cuatro estacas, desde que cayó, hasta rendir el último tributo a la Naturaleza, el 13 de setiembre de 1868, en Itá Ybaté, como aparece en la presente tabla de sangre.

         Todos los sobrevivientes de la guerra, que presenciaron los tormentos infligidos al teniente coronel Gaspar Campos, manifiestan que, entre todos los prisioneros tomados a los aliados, nunca vieron uno que haya sufrido tanto como él.

         Masterman, citado, que fue vecino de él en su prisión, refiere su muerte así:

         "Atado, de un lado, yacía el doctor de las Carreras, que dormía todavía, y del otro, el cadáver del teniente coronel Campos. Este murió durante la noche, desamparado y abandonado; no hubo una alma caritativa que lo atendiese; allí yacía con los ojos abiertos, mirando fijamente, aunque en vano, los primeros rayos del sol naciente".

         (Jorge Masterman, "Siete Años de Aventuras en el Paraguay", pág. 233).

         (38). Era un hombre de color, de unos 50 años de edad, de nacionalidad uruguayo, que el doctor de las Carreras lo trajo de sirviente, cuando se vino al Paraguay. Fue criado por los padres del doctor, y por esta circunstancia, llevaba el apellido de la casa, como era costumbre entonces.

         Cuando el doctor de las Carreras, se asiló en la legación norteamericana, lo llevó consigo a Baltazar, nombre de su sirviente, y al retirarse para ir a la policía a responder a la acusación que se le hacía, lo dejó al servicio del ministro Mr. Washburn.

         El 10 de setiembre de 1868, Bliss, Masterman y Baltazar de las Carreras, fueron separados, por la fuerza, de entre la comitiva que le acompañaba a Mr. Washburn al puerto, para embarcarse a su país, y luego apresados y conducidos a la policía, custodiados por un fuerte piquete, como todo puede verse, en la nota 9, pág. 212, referente a Porter Cornelio Bliss.

         Rato después de llegar a su destino, Baltazar fue obligado a declarar la complicidad de su amo y del ministro Mr. Washburn, en la gran supuesta conspiración en San Fernando; pero ni con los cientos de palos que le dieron, ni con el cepo de Uruguayana, consiguieron que mintiese.

         Mucho sufrió el desgraciado hombre, porque a sus jueces fiscales, viéndolo siempre fiel a su amo, les chocaba bastante esta virtud que reñía con el propósito que persiguieron en el lleno de su cometido. Por este hecho, pues, se ensañaron contra él, hasta el punto de que desde la parte superior de las espaldas, hasta la inferior de las nalgas, no había espacio libre de llagas producidas por los continuos azotamientos.

         Cuenta Masterman, citado, pág. 238, que un día, el comandante de la guardia de presos manifestó que tenía orden de dar a Carreras mejor alimento (un pedazo de carne sin hueso), a cuya manifestación exclamó el doctor Carreras: Aquí hay dos que llevan ese nombre, he ahí el otro (señalando a su criado moribundo). Por cierto que los dos debemos recibir.

         Aún con esta humanitaria explosión de su generoso sentimiento, digna de mención por el rasgo de piedad en tan angustioso trance; el pobre Baltazar no fue atendido, y al día siguiente, al pasarse la lista de los presos, el cabo, viendo que con las varillas que le daba, no se movía, se agachó para levantarlo. Esta actitud le comprobó que estaba completamente inerte. El desgraciado Baltazar de las Carreras, había muerto durante la noche, o tal vez en ese momento. Tenía el espinazo dislocado y las espaldas totalmente enllagadas.

         (39). Encontrándose en ejercicio del cargo de oficial 1º del ministerio de relaciones exteriores, y miembro a la vez del cuerpo de redactores de El Semanario, se produjo la caída de su jefe, el señor José Berges, siendo inmediatamente nombrado en sustitución de él. Se dijo entonces, que este nombramiento era debido a influencias de madama Lynch de Quatrefages, en recompensa de los tantos servicios que le había prestado, cuya circunstancia nada nos extraña, teniendo en cuenta que a esa altura de la guerra, pocos fueron los que no servían a todo correr a aquella pérfida mujer, pues sólo el que así se conducía, podría decir que posee el talismán de atraer hacia su persona, la benevolencia del caraí (señor, dueño de vidas y haciendas).

         Dentro de esta norma de conducta que se trazaron los habitantes de la República, en salvaguarda de su pellejo, Gumersindo Benítez, siempre trató de sobresalir a todos, demostrando con hechos tangibles, su incondicional servilismo a ambos.

         Así Benítez, no contento con las continuas manifestaciones públicas y privadas de adhesión al tirano, ya en unión de todos los empleados civiles o ya aisladamente, con motivo de su natalicio o un hecho de armas cualquiera, el 24 de julio de 1867, encontrándose en Paso Pucú, le dirigió la siguiente laudatoria que, inédita, se encuentra entre los papeles del archivo.

 

         "Asunción, 24 de julio de 1867

 

         "Exmo. Señor.

         "V.E. como Carlos III de España, a quien llamaban el padre de las línes, no desdeña en visitar y saludar a las letras que esparcen la luz por el orbe entero.

         "Santa honra, Exmo. Señor, da lustre a este establecimiento, alienta el espíritu de los que se valen de la prensa nacional para emitir sus ideas y pensamientos, y explica los generosos sentimientos de V.E. hacia la ilustración del pueblo paraguayo.

         "Admirables son las conquistas que la prensa ha hecho en el mundo, y su influencia en las sociedades es incontestable. Como un elemento del bien ha traído grandes progresos a la humanidad, pero a veces se los ha negado por la susceptibilidad de tornarse un medio del mal, en razón de no significar por sí sola más que un instrumento inerte.

         "Felizmente para el Paraguay, se ha servido de un agente eficaz en sus adelantos y civilización; y podemos congratularnos porque en nuestra soledad sea aún desconocido el abuso de la prensa.

         "Confirmando esta verdad, ahí están El Paraguayo Independiente, El Semanario, El Eco del Paraguay, etc., los primeros periódicos nacionales, que sosteniendo con firmeza los derechos de la República, han formado en cierto modo el espíritu público, y como tribunos del pueblo, han abogado siempre por los más sanos principios, adaptables a nuestra sociedad naciente.    

         "Sin pretender acercarnos ni a la importancia, ni a las luces de los fundadores de aquellos periódicos, nos lisonjeamos en creer que la redacción de El Semanario en manos de jóvenes paraguayos que sólo desean el bien de la Patria, no ha menguado el crédito de la prensa nacional.

         "Hablar la verdad, sin tocar personalidades, apreciar a los hombres y las cosas según sus méritos, ilustrar los verdaderos intereses del país, poniendo de manifiesto los hechos, para que cada uno esté al cabo de lo que pasa e interesa saber, con el fin de alimentar y dar animación a aquel tribunal de opinión pública, tan necesario a los gobiernos como a las naciones del mundo civilizado; y en una palabra, hacer los mayores esfuerzos para ilustrar sobre todo lo que pudiera contribuir a la felicidad de la República; he aquí, Exmo. Señor, el objeto de nuestras producciones, el programa que hemos creído deber sostener.

         "Si en este sentido hubiésemos hecho algo, serán cumplidos nuestros deseos, teniéndose en cuenta ser el producto fiel de la fuerza de nuestra voluntad, y de la pureza de nuestras intenciones hacia la Patria.

         "Y cuando V.E., como su honorable predecesor, se afana por el progreso de las luces de este suelo en que la ignorancia se ha adoptado por más de tres siglos en sistema de Gobierno, deber es de todo ciudadano tributarle la gratitud.

         "Recibidla, pues, Señor, de nuestra parte, por tan justo motivo, y en tan solemne ocasión en que a nombre de la redacción de El Semanario, tenemos el honor de saludar respetuosamente a V.E. en la expresión más franca y más leal de los fervientes votos que hacemos por la prosperidad de la República y la felicidad de su digno Presidente.

 

         G. Benítez".

 

         Entretanto, la conspiración se complicaba más y más. Todos los días, Benítez tenía que hacer de tripas corazón, como vulgarmente se dice, para satisfacer las órdenes bárbaras que le impartía el feroz desalmado, contra todos sus compañeros y amigos.

         En una entrevista que tuvo con el ministro norteamericano, Mr. Washburn, en la casa de éste, Benítez le manifestó que la conspiración estaba completamente descubierta y que los principales autores y cómplices, habían confesado; que todo ya se sabía; que él no tenía por qué negar, y que, por consiguiente, sería más conveniente que, a su vez, confesase lo que había.

         Mr. Washburn, protestó enérgicamente contra semejante afirmación.

         Así que comunicó al mariscal López, el resultado de esta conferencia, lo llamó telegráficamente para que le diese cuenta verbalmente de todo lo ocurrido. López, después de oír todo de boca de Benítez, le interrogó: - ¿Por manera que Vd. había estado al corriente de la conspiración, para haber dicho al ministro norteamericano, Mr. Washburn, que todo ya se sabía y que no tenía por qué negar?

         - No, S.E., le contestó Benítez; le dije así en la persuasión de que de la mentira sacaré la verdad.

         El mariscal López, no aceptó ninguna disculpa, lo destituyó y lo mandó incluir en la causa de conspiración.

         Sometido Benítez a un interrogatorio, confesó ignorar su contenido, pero torturado como los demás, con azotes, cepo Uruguayana, hambre, sed y demás suplicios en uso en aquella tumba, se vio obligado, ante el dolor, a confesar que era cierto todo.

         Convicto y confeso, al decir de sus feroces fiscales, fue condenado a muerte, y el 27 de setiembre de 1868, en Itá Ybaté, fue fusilado por la espalda, al lado del desventurado doctor Antonio de las Carreras y entre los 52 supuestos autores y cómplices como él, que también fueron ejecutados en el mismo acto.

         Masterman, citado, que lo conoció de cerca a Benítez, dice de él lo siguiente:

         "D. Gumersindo Benítez no pasaba de ser un paraguayo vulgar, capaz de pronunciar un discurso bombástico y de escribir lo que se le ordenara. Perdió la vida por su excesivo celo; tratando de enredar a Mr. Washburn en las mentiras que tejía, cayó torpemente en la red en que trataba de envolverlo. Procuró por medio de cartas, y después por medio de conversaciones personales, inducirle a que se confesara culpable de un crimen que nunca había cometido, diciéndole que delatando a sus cómplices, podía salir de su peligrosa situación; al efecto, se sirvió, desgraciadamente, de esta frase: todo está descubierto, tiene Vd. que confesar. Como López no había descubierto todo lo que quería saber, llegó a suponer que el mismo Benítez debía ser conspirador, puesto que hablaba de un conocimiento perfecto que los fiscales no tenían. Fue arrestado inmediatamente y atormentado; repitió la misma historia de mentiras y de infamias que antes había inventado con tanta ligereza, y después de infinitos sufrimientos, murió de una muerte vergonzosa".

         (Jorge F. Masterman, "Siete años de aventuras en el Paraguay", pág. 252).          Gumersindo Benítez, es hermano del ciudadano Ángel Benítez, que vive en San Lorenzo del Campo Grande.

         (40) Hermana de Mercedes, Ramona, Diego, Camilo, Pedro y Félix Egusquiza. Este último, cónsul general del Paraguay en Buenos Aires, que había prestado importantísimos servicios al mariscal López.

         Sin embargo, para éste, tales servicios, constituían un verdadero casos belli, como se ha visto en casos iguales o parecidos.

         Mucho se ha hablado sobre la inclusión de esta señorita y de su hermana Mercedes, viuda de José Mongelós, en la famosa conspiración, no habiéndose podido llegar, hasta hoy, a una conclusión acertativa. El pretexto aparente para el martirologio de estas dos víctimas inocentes, fue el de imputarse, a ambas, complicidad en aquel interminable maremágnum. Pero, al decir de los propios jueces fiscales, a sotto voce en San Fernando, las dos hermanas Egusquiza, fueron arrastradas a aquella tumba; la de Mongelós, por haber sido su esposo, uno de los supuestos culpables de aquella otra gran conspiración contra la vida del supremo, que se salvó de la muerte, debido a la agresión de la escuadra inglesa al vapor de guerra nacional Tacuary, en aguas argentinas, por lo que en pago, debía purgar su esposa.

         Y la señorita María de Jesús, por ser la confidente de Mercedes.

         Pero también, desde entonces hasta el presente, se ha asegurado, igualmente a sotto vote, que la verdadera causa fue otra. Una venganza. El mismo caso del paí Román, con la angelical señorita Dolores Recalde, que se describe en la nota 5, Apéndice B, con la diferencia de que el galanteador de aquélla, era el propio juez fiscal, paí Maiz, que habiéndola hallado siempre firme, le cupo la oportunidad de vengarse de ella.

         Desde que estas desventuradas hermanas llegaron a San Fernando, se les tuvo con una barra de grillos, a la intemperie, con una escasa alimentación y sufriendo todas las penurias imaginables.

         María de Jesús Egusquiza, que era la más joven, pues contaba apenas unos 28 años de edad, fue tenida desnuda y estirada al suelo de pie y mano, sin miramiento a su sexo, y en esa posición azotada hasta dejarla moribunda, sin que aquellos inquisidores consiguiesen arrancarle nada de lo que ellos pretendían.

         Entonces, la aprensaron con la Uruguayana, de tal modo, que hasta le hicieron crujir los huesos, sin que tampoco obtuviesen el ansiado embuste que quisieron legalizar por medio de la declaración de la víctima.

         Levantado el campamento de San Fernando, el 26 de agosto de 1868, todos los supuestos reos de la conspiración, fueron trasladados a Villeta, la mayor parte a pie, encontrándose entre ellos, la desgraciada María de Jesús Egusquiza, a quien para emprender este viaje, le sacaron los grillos, pero en cambio, le ataron los brazos, codo con codo.

         Llegada a Itá Ybaté, las torturas, con esta señorita volvieron a reanudarse, pero no pudiendo resistir más, rindió su virtuosa y noble vida a Dios, muriendo en lastimoso estado de inanición, en la mañana del 10 de noviembre de 1868, sin encontrar una caritativa alma, que le pasase una gota de agua, que pedía a gritos, para calmar, siquiera en su último momento, la sed devoradora que le atormentaba, desde muchos días atrás. He ahí confirmado, una vez más, el resultado del odio que se concitaba alrededor de todos los infelices encausados por la supuesta conspiración, y por más que el noble sentimiento de piedad no se extinguiese totalmente en las almas superiores, nadie se atrevía a demostrarlo, sabiendo el terrible fin que le esperaba, teniendo que ahogarlo, aunque con dolor, en una aparente indiferencia. Así, aquellos angustiosos y desgarradores ayes de las desamparadas víctimas, se perdían en el espacio.

         (41). Después de haber servido en el batallón 40, en que fue alistado, pasó como ordenanza del general Bruguez, y cuando cayó éste en la fraguada conspiración de San Fernando, le cupo la misma suerte.

         A Luciano Decoud, primo hermano del autor, se le obligó a que declarase que su general lo había enviado al ejército aliado, con pliegos para el marqués de Caxias; y como se trataba de una burda patraña, contestó negativamente.

         Esta contestación enfureció a sus jueces fiscales, por creer imposible que con las amenazas que le habían hecho al desgraciado encausado, hubiese contestado en esa forma. Entonces se dispuso el azotamiento y fue azotado descomunalmente, por repetidas veces; aprensado en el cepo Uruguayana, privado de todo alimento, en día alternado, tenido encepado de pie y mano a la intemperie, de día y de noche, y finalmente, sufriendo, todas las torturas más indecibles, que estuvo en práctica.

         Ante el dolor de estos tormentos, Luciano Decoud, confesó que todas las preguntas héchasle, eran ciertas y muy ciertas.

         En el viaje de San Fernando a Villeta, en tres ocasiones estuvo a punto de ser bayoneteado, por no poder continuar la marcha a causa de su extrema consunción y de las llagas vivas que los azotes le habían producido en las espaldas, salvándose por designio providencial.

         Pero el 11 de noviembre de 1868, fue fusilado en Itá Ybaté, al lado del presbítero Juan Arza, que lo bendijo un momento antes de su ejecución.      

         Entre los 53 varones que constituían la familia Decoud, al declararse la guerra del 64, 16 se encontraban en el extranjero y el resto, o sea 37, fueron alistados sucesivamente en el ejército nacional, de los cuales:

         Cayeron prisioneros .....................................................        16

         Murieron en los combates ..........................................        12

         Fueron fusilados, lanceados y bayoneteados

         por supuestas causas, como la fraguada

         conspiración de San Fernando ...................................        9

                                                                      Suma...................          37

 

         Los 16 miembros prisioneros, en unión con los 16, que se encontraban en el exterior, tan pronto como se produjo la derrota del mariscal López en Itá Ybaté, corrieron a la Asunción, acompañados de un puñado de jóvenes con sentimientos liberales, y se lanzaron entusiastas a la reconstrucción de la Patria, convertida en un verdadero cadáver.

         Lo que hicieron en provecho del país, está de más repetirlo; lo proclama bien alto la nación entera, como lo confirma Héctor Francisco Decoud. "Una Década de Vida Nacional, Sobre los Escombros de la Guerra".

         A propósito, como homenaje al mérito, justo es consignar hasta con letras de oro, que uno de los dichos 32 miembros -Juan José Decoud- fue el que, una vez constituido el Gobierno Provisorio, dio a luz en el número 4 de su periódico La Regeneración, que lleva fecha 10 de octubre de 1869, el importante proyecto de la Constitución Nacional, que había elaborado, el cual, con pocas modificaciones, ha sido aprobado y sancionado par la Convención Constituyente.

         Hemos mentado esta circunstancia para que el Paraguay, reconocido, recuerde siempre con gratitud el nombre del hijo que se desveló en dotarle con la carta fundamental de su organización política, como nación soberana e independiente.

         (42). A este, como a la mayoría de los presbíteros, que aún llevaban, aunque en estado andrajoso, sus sotanas y demás prendas de su investidura sacerdotal, se les despojaba de ellas, y se arrojaban a una hoguera preparada de antemano, por los soldados de franco, en cumplimiento de disposición superior. Concluido este acto de profanación, ejecutado a guisa de purificación por el fuego, al decir de los jueces fiscales tonsurados, se les fusilaba por la espalda.

         Como la incineración de dichas prendas importaba la extinción, diremos así, del estado clerical de los ajusticiados, ya no figuraban en la lista su calificativo o distintivo de tal, sino precedido de la palabra ex, y otros sin mencionarse si quiera su calidad de sacerdote; es decir, como si se tratase de un individuo cualquiera, mucho más si aquéllos hubiesen sido incluidos en la tenebrosa red bautizada con el nombre de gran conspiración, contra los cuales se concitaba, desde el día de su prisión, la befa y el escarnio público, para concluir después en la sucesión progresiva de los crueles tormentos infligidos con el azote, cepo Uruguayana, hambre, sed, las inclemencias del tiempo, hasta llegar a lo que con justicia podríamos llamar el Gólgota, o sea la infamante inmolación por la espalda.

         El encausamiento y ejecución de tantos virtuosos sacerdotes que honraban al clero nacional, por efecto de la supuesta conspiración, no respondía a otro móvil, sino a una simple malquerencia, o antipatía del sanguinario tirano o de su compañera, no siendo tampoco ajeno para ello, en muchos casos, las malevolentes insinuaciones de su fiel de fechos, el no menos tristemente célebre paí Maíz, que no desperdiciaba oportunidad para satisfacer, por ese medio, sus ruines pasiones de antagonismo, venganza, etc., pues con su abyecto servilismo y meliflua modalidad, tenía algo así como subyugada a aquella siniestra pareja, habida del incienso y de la baja adulación.

         De ahí es que los hombres de dignidad, de carácter y de no probable maleabilidad, como los de distinción, por su cultura o por su posición financiera, hayan sido siempre el blanco de los atentados y eliminaciones consumados por sus satánicos dueños de vidas y haciendas.

         (43). Es tan chocante e increíble que la desvergüenza o el cinismo de aquellos hombres, hubiesen llegado hasta el punto de consignar en la presente tabla, la libertad del coronel Venancio López y del presbítero Eugenio Bogado, y por añadidura, agregados al estado mayor, cuando que, precisamente en esos momentos, se encontraban estas dos víctimas, en vísperas de ser sometidos a Consejo de Guerra, el primero, por haber mantenido supuestas comunicaciones con el general enemigo marqués de Caxias, y el segundo, de ser supuesto reo incodem crimine criminosus, con el obispo Palacios, según la famosa relación presentada por los fiscales de sangres, Maiz y Román, al mariscal López.

         A consecuencia de esta relación y la presentada un día antes de la inventada libertad de ambos conspiradores, por todos los jueces fiscales, fue que se reunió el Consejo de Guerra, en fecha 18 de diciembre y lo condenó, entre otros, al coronel Venancio López y al presbítero Eugenio Bogado, a la pena de horca, habiéndosele conmutado al primero por la de diez años de presidio, y el segundo, fusilado por la espalda en Itá Ybaté, el 21 de diciembre de 1868, entre las doce víctimas inocentes que fueron inmoladas ese mismo día.

         La condena del coronel Venancio López, continuó en vigor desde la sentencia, bajo custodia, hasta la muerte de este desventurado, que se produjo al rigor de cruentas penurias.

         Queda, pues, patentizada la descarada mistificación con la que el déspota, pretendía ocultar a los ojos del mundo, la inaudita e injustificada crueldad ejercida con indescriptible ensañamiento, en la persona del propio inocente hermano. A mayor abundancia, véase nota 25, Apéndice B.

         Y sin embargo, no faltan individuos que, intencionalmente, o por desconocimiento de los hechos reales, han tenido la osadía de pretender hacer pasar por un angelito al más grande engendro del averno, arrojado, cual maligno virus, para el exterminio de este hermoso pedazo de tierra americana.

 

 

 

F

 

VÍCTIMAS DE LA TIRANIA

 

         Como ampliación de las inmolaciones que aparece en las tablas de sangre precedentes, publicamos a continuación una parte de las memorias inéditas del señor José Falcón, ex ministro del gobierno del mariscal y presidente de la República Francisco Solano López, la cual se refiere precisamente a las innumerables víctimas sacrificadas estérilmente por este sanguinario tirano. Hela aquí:

         "Esta profunda meditación me ha hecho consagrar en este mi diario las presentes líneas, con la triste memoria de las preciosas e innumerables víctimas sacrificadas, tanto en la guerra, como en la peregrinación a los desiertos de penuria y hambre, y muy particularmente los que sufrieron el horrendo sacrificio del martirio más riguroso, por presunciones de una conspiración, cuyas almas preciosas volarían a las eternas mansiones del Empíreo, a recibir el premio y galardón de tanto sufrimiento, y para que la posteridad conozca y conserve en sus anales la memoria de estas últimas desgraciadas víctimas, consigno aquí los nombres de las que he podido traer a la memoria, y son los que siguen: Obispo Manuel Antonio Palacios; generales: Vicente Barrios, José María Bruguez y Wenceslao Robles; coroneles: Venancio López, N. Núñez, N. Romero, Hilario Marcó, N. Mongelós, Paulino Alén, Santiago Marín; tenientes coroneles: N. Gómez, Francisco Fernández, N. Páez, N. Aponte; sargentos mayores: De Jesús Páez, N. Sanabria; jefe de policía, José del Carmen Urbieta y su hijo también mayor, José Trinidad Palacios, N. Martínez, Vicente Meza, N. Arzamendia, otro Meza, Pablo Urbieta, N. Fernández; ayudante, N. Olavarrieta; capitanes: N. Garay, N. Alén, N. Montiel, N. Valiente, Ramón Marecos; comandante de Villarrica, Miguel Rojas, de Villa Oliva; tenientes: cirujano Céspedes, ayudante Ortellado, Cesáreo Montiel, N. García, Apolinario Cherife, ayudante Quintana, cirujano Ortellado, dos tenientes y cuatro oficiales del cuartel del Colegio de la Asunción; empleados civiles: José Berges, ministro del Exterior, Saturnino Bedoya, tesorero; Bernardo Ortellado y N. Lezcano, jueces de 2º instancia; jueces de paz: Escolástico Garcete, Raimundo Ortiz, Miguel Berges, Santiago Oscariz, Domingo Rojas, Pastor González, Ortiz; de Limpio; Luciano Báez, Manuel Céspedes, Agustín Trigo, Eliseo Galeano, Burgos de Luque; Insfrán, de la Trinidad; el de la Recoleta, jefe Candia, de Itauguá; jefe Álvarez, de Caapucú; jefe Venancio Urbieta, jefe Victorino Cabrisa, jefe Molina, jefe y juez Fernández, de Paraguarí; Pablo Antonio González, oficial 1º del ramo de guerra; Gumersindo Benítez, oficial 1º de relaciones exteriores, Vicente Valle, escribano de gobierno; Felipe Milleres, pagador general; interventores: Benjamín Urbieta, Sebastián Ibarra, Abdón Molina, Carlos Riveros, Gaspar López, escribiente; Martín Candia, escribiente; N. Cabral, escribiente; otro Candia, escribiente; Leonardo Sión, escribiente; dos escribientes más de la Tesorería, administrador de correos Antonio Irala, Julián Aquino, impresor y cuatro oficiales de la imprenta, telegrafistas: N. Fretes y Diego Falcón; el jefe Zelada, de San Antonio y el de Villeta, Manuel Benítez, juez de Itauguá; particulares: José V. Urdapilleta, Andrés Urdapilleta, Policarpo Garro, cabo Duré, de la Tesorería; Vicente Dentella, Miguel Haedo, José Simón Céspedes, Juan Molas, Pedro Barrios, Isidoro Troche, Méndez de Pirayú; Ramón Franco, Juan de la Cruz Cañete, José María Astigarraga, Juan Isidoro Cabrisa, Saturnino Haedo, José Franco, Serapio Urtado, Manuel Espinosa, Manuel Espínola, Vicente Pereira, Eustaquio Recalde, Hilario Recalde, José María Montiel, José Mongelós, José Antonio Zavala, Guillermo Sosa, Francisco Molinas, Figueredo, de Caazapá; Pablo Jovellanos, N. Aristiguí, de Quiquió; Eugenio Pereira, José Tomás Casal, José María Varela (1), N. Miltos, de Concepción; Benigno López, Faustino Bedoya, N. Zelada, de San Antonio; el jefe de Villeta; sacerdotes: dean Eugenio Bogado, canónigo Evangelista Barrios, canónigo Corvalán, clérigo Valdovinos, clérigo Joaquín Talavera, clérigo N. Narváez, clérigo Juan N. Arza, clérigo N. Rodríguez, clérigo Martin Serapio Servín, clérigo Pedro Pablo Benítez, clérigo José María Patiño, clérigo familiar Zalduondo, un padre carmelita y otro franciscano Landini, extranjeros; mujeres: Mercedes Egusquiza, Dolores Recalde, la señora del coronel Martínez, Josefa y Prudencia Barrios y dos hermanas; extranjeros: coronel Laguna, oriental; doctor Carreras, oriental; Francisco Rodríguez, oriental; N. Anavindarte, oriental; N. Carabia, oriental; N. Martínez, oriental; Coriolano Márquez, oriental; coronel López, argentino; capitán Garay, argentino; y los siguientes argentinos: Julián Rodríguez, Ángel Silva, José Cateura, Gauna, de Corrientes; Sinforoso Cáceres, N. Falcón, José Gutiérrez, coronel Costa, mayor Lucero, doctor García, Ángel Cáceres, Baldomero Ferreyra, N. Pucheta, Epifanio Palacios, mayor Lobera, doctor Roca, boliviano; dos Vaca, hermanos bolivianos; N. Rebaudi, italiano; dos hermanos Susini, italianos; N. Pozoli, italiano; el comisario de policía de Itauguá, italiano; Francisco Nicolás Delfino y su hijo del mismo nombre, Ignacio Galarraga, español; Eugenio Mateo Aguiar, español; Miguel Elorduy, español, y cuatro sobrinos dependientes suyos; Manuel Madruga, portugués; Luis Honren, portugués; el vicecónsul de esta nación, el suizo director de la telegrafía, Isidro Codina, español; Martín Madrena, español; N. Larex, Antonio Nin Reyes, cónsul oriental; un italiano que decía ser comandante de marina. De la cárcel de Cerro León fueron llevados a San Fernando 40 individuos, entre paraguayos y extranjeros, y allí fueron fusilados unos y lanceados otros, juntamente con el encargado de dicha cárcel y el oficial de la guardia. En la misma cárcel fueron ejecutados 20 individuos que quedaron allí.

         'También fueron fusilados tres sargentos urbanos y un celador vecinos de Itauguá y Antonio Quintana.

         "En el Campamento, de Pirayú y Azcurra y otros lugares, se ejecutaron 257 individuos particulares y militares y algunos jefes y oficiales. En San Estanislao el mismo López en su presencia mandó fusilar 92 individuos militares desde soldado hasta coronel.

         "En San Pedro y Villa de Concepción fueron degolladas y lanceadas muchas familias de mujeres y criaturas por los emisarios de López, así como otros muchos de ambos sexos en la marcha a los desiertos y en Cerro Corá".

         "Puedo asegurar sin apeligrar la verdad, que las 623 víctimas mencionadas en la relación anterior no alcanzan ni a la mitad de las que fueron sacrificadas cruelmente, pues que pasaron a mucho más de mil personas, a quienes no he conocido por sus nombres unos, y otros no he podido recordar".

 

         (De "EL ORDEN" del 21 de diciembre de 1923).

 

 

(1) Abuelo materno del señor Tomás Varela, escribano público. Nota del autor.

 

 

 

INDICE

 

Acerca de la reedición del libro

Una palabra

La masacre de Concepción

APENDICE

A. El proceso de San Fernando

B. Notas del autor

C. Protesta del Marqués de Caxias

D. Tablas de Sangre

E. Notas del autor

F. Víctimas de la tiranía, por José Falcón

G. Protesta del Ministro Norteamericano Mr. Washburn

H. Cincuentenario de Cerro Corá, por el Sr. Belisario Rivarola

 

 





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