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MARTÍN DOBRIZHOFFER (+)

  HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN I (Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER)


HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN I (Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER)

HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN I

Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER,

 

Traducción de EDMUNDO WERNICKE

Advertencia editorial del Profesor

ERNESTO J. A. MAEDER

Noticia biográfica y bibliográfica del Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER,

por el Académico R. P. GUILLERMO FURLONG, S. J.

UNIVERSIDAD NACIONAL DEL NORDESTE

FACULTAD DE HUMANIDADES - DEPARTAMENTO DE HISTORIA

RESISTENCIA (CHACO) , ARGENTINA - AÑO 1967

 

 

La publicación de la traducción castellana de estos relevantes tres tomos, que recoge un tesoro de información sobre la vida, la lengua y la historia de los abipones, se debe al esfuerzo de la Universidad del Nordeste - Resistencia, y complementa otros títulos sobre la historia del Gran Chaco. Las crónicas de Dobrizhoffer han inspirado a Robert Southey a escribir el poema “A Tale of Paraguay”, publicado en Londres en 1826. El poema consta de cuatro cantos, con un total de 224 estrofas de nueve versos. Anota Efraím Cardozo: "comprende todas las facetas del complejo cultural abipón; se adentra en su psicología, escarba sus orígenes étnicos, analiza su organización familiar, sus juegos, vestimenta, bebidas, higiene, y se asoma al mundo de las hechicerías y supersticiones". Lafone Quevedo escribió a su vez: "Confieso que Dobrizhoffer me ha dejado enamorado de los abipones, ni quiero preguntar si es cierto todo lo que dice, y como los abipones son los primeros indios que van desapareciendo, prefiero suponer que por mejores les sucederá así". Sin ser una novela, ni mucho menos, tiene todo el atractivo de la novela: y a pesar de estar escrito en un latín rústico y de sacristía, lleno de cláusulas pedregosas y de párrafos expresados a la alemana, subyuga al lector y no le deja abandonar la lectura, una vez comenzada. Martín Dobrizhoffer nació en Friedberg, Alemania Occidental en 1718. Había terminado los estudios humanísticos a los 18 años cuando ingresó en la Compañía de Jesús, en octubre de 1736. En Viena estudió lógica o primer año de filosofía, y acabado el trienio en este estudio, fue destinado al Colegio de Linz, donde enseñó latín y griego, en los cursos inferiores. Al año, fue destinado al Colegio de Steyer, y, durante medio año, fue profesor de sintaxis latina, y durante la otra mitad del curso, enseñó también retórica. En 1747 y 1748 le hallamos en Gratz, cursando teología, y como ayudante del director de la Congregación Mariana de los estudiantes mayores, cuando, a su pedido y en vísperas de su ordenación, fue destinado al Río de la Plata. Hombre de buenas fuerzas físicas, reservado, de buen criterio y espíritu, nos dicen que era apto para enseñar y para gobernar. Esas dotes lo hicieron elegible para misionero entre infieles. No llegó a ser lo que él había deseado y lo que de él esperaban sus superiores, aunque haya sido un hombre heroico, un varón santo y un gran historiador, etnógrafo y filólogo. Durante dos años estuvo con Brigniel en el pueblo de San Jerónimo, y allí aprendió el abipón y el medio de doblegar a los belicosos indios abipones. Destinado a la reducción de San Fernando, ubicada donde en la actualidad se halla la ciudad de Resistencia, capital de la provincia del Chaco, subió Dobrizhoffer desde lo que es ahora Reconquista, por río a su nuevo destino. También se encontró allí con otro alemán de la pasta de Brigniel, el P. José Klein. "Lo que trabajó y sufrió durante unos veinte años, asevera Dobrizhoffer acerca de Klein, es cosa más fácil de ser imaginada que de ser escrita. Pudo vencer todos los peligros y miserias, despreciando los primeros con gran valentía y sufriendo las postreras con indecible paciencia. Gracias a los subsidios, que anualmente recibía de los indios de las Reducciones Guaraniticas, pudo establecer una magnífica estancia sobre la costa opuesta del Paraná. Con los productos de la misma se alimentaba y vestía toda la población" "El pueblo estaba rodeado de esteros, lagunas y bosques demasiados cercanos; el aire era ardiente de día, y de noche; la casa del misionero era tal que no tenía ventana alguna, aunque sí dos puertas y con un techo de palmas, tan mal hecho, que llovía adentro igualmente que afuera. El agua potable se sacaba de una zanja vecina donde todos los animales bebían y a donde iban a parar no pocas basuras del pueblo." "Mi mal comenzó por no poder dormir, a causa de los mosquitos. Me levantaba de noche, me ponía a caminar de un extremo a otro del patio. Así no dormía, y tampoco podía comer. Me puse tan delgado y pálido que parecía un esqueleto, revestido de piel. Se opinaba que no viviría yo sino dos o tres meses más, pero el Provincial me salvó la vida, enviándome a las tranquilas y encantadoras Reducciones Guaraníticas". Una vez restablecido, se le destinó a la nueva reducción de indios Itatines y Tobas, llamada San Joaquín de Tarumá (entre los ríos Monday y Acaray), al este de la Asunción, donde actuó durante seis años. La reducción, aunque distante como cuarenta leguas al norte de los pueblos de Guaraníes, era un oasis, en comparación con los turbulentos pueblos de Abipones. En 1763, cuando ya existían las reducciones abiponas de Concepción, San Jerónimo y San Fernando, se fundó una cuarta mucho más al norte, sobre el río Paraguay y en lo que es ahora la Provincia de Formosa. Una parcialidad de Abipones, cansados de sus guerras contra los españoles, y contra los guaraníes de las Reducciones, enviaron a tres delegados para pedir al Gobernador de la Asunción que les formara pueblo y diera misioneros. José Martínez Fontes, que era Gobernador a la sazón, acogió el plan con entusiasmo y sobre todo el comandante Fulgencio Yegros aplaudió y apoyó la idea. Esta reducción se llamó de San Carlos, o del Timbó, o del Rosario, que con los tres apelativos fue conocida. Allí se asentó Dobrizhoffer, en aquella soledad, rodeado de salvajes y de fieras, "confiando tan solo en la protección de Dios", y con algunos presos paraguayos que le habían acompañado desde la Asunción, obligados a trabajar en la construcción de la iglesia y casas. A fines del año 1765, como queda dicho, o a principios del siguiente, volvió Dobrizhoffer a la reducción de indios Itatines, denominada de San Joaquín, donde había estado años antes y asumió el gobierno de la misma "Entre éstos neófitos Itatinguas del pueblo de San Joaquín pasé primero seis años y después otros dos (1765-1767) no sin placer y contentamiento de mi parte". Las tribulaciones sufridas en el Timbó, y los sucesos adversos de 1767-1768 (expulsión de la Compañía), le postraron en el lecho, e impidieron embarcarse con los otros 150 jesuitas. A fines de marzo del año 1768 pudo Dobrizhoffer unirse, a bordo de la fragata La Esmeralda, con sus hermanos de religión. Dobrizhoffer y los demás jesuitas alemanes fueron recluidos en el convento de los Padres Franciscanos en Cádiz, y de ahí partieron, unos con rumbo a Holanda, y otros en dirección a Italia. En agosto de aquel mismo año de 1769, llegó Dobrizhoffer a su querida ciudad de Viena. Desde el primer momento, se alojó en la Casa profesa que, en esa ciudad, tenía la Compañía de Jesús, y comenzó a trabajar con ardor y asiduidad en todos los ministerios espirituales, pero muy particularmente en la predicación. La reina María Teresa, que conoció y trató a nuestro ex - misionero, gustaba grandemente de su conversación, y de oírle contar sus peripecias y aventuras en tierras americanas. Fue ella quien indujo a Dobrizhoffer a poner por escrito sus recuerdos y dar al público las valiosas noticias etnográficas e históricas que tenía atesoradas en su privilegiada memoria. Felizmente cumplió Dobrizhoffer los deseos de la cultísima reina y, entre 1777-1782, escribió su “Historia de Abiponibus” en tres nutridos volúmenes, aunque no llegó a publicarla hasta el año 1784. (extractos de la advertencia editorial del Prof. Ernesto J. A. Maeder y de la noticia biográfica del Académico R. P. Guillermo Furlong S. J.)

 

 ADVERTENCIA EDITORIAL

Cuando en mayo de 1965, en ocasión de la I Convención Nacional de Antropología, celebrada en Resistencia, se señaló la necesidad de editar en castellano alguna de las obras fundamentales para la etnografía del Chaco, la mención de Dobrizhoffer y su célebre Historia de Abiponibus ocupó un lugar principal en el catálogo de las mismas. La relevante importancia de este libro, que recogía un tesoro de información sobre la vida, la lengua y la historia de los abipones, y la falta tantas veces lamentada de una edición castellana, suponían para la Facultad de Humanidades un compromiso con el pasado cultural de la región, del que naturalmente se sentía heredera y depositaria.

La edición del presente volumen, viene a cubrir esa ausencia e inaugurar al mismo tiempo una colección de fuentes referidas al pasado chaqueño, que reflejen el rico y variado caudal de libros y estudios que, desde lejanas épocas, viene dedicándose a esta región. A la par de esa labor documental es su propósito completar para esta área chaqueña, en la medida de las posibilidades, los ponderables esfuerzos que en su hora realizara la Universidad Nacional de Tucumán, con la reedición en 1941 de la Descripción Corográfica del Gran Chaco Gualamba, del padre Pedro Lozano, y delHacia allá ypara acá(Una estada entre los indios mocobíes, 1749-1767), del padre Florián Paucke, en 1942 - 1944.

La realización de esta labor, de la que este tomo de Dobrizhoffer constituye el primer jalón, iniciará así un programa permanente de publicaciones que se irá integrando sucesivamente con los dos tomos restantes de Dobrizhoffer, y con la traducción delSaggio sulla storia naturale della Provincia del Gran Choco, del P. José Jolis, editado en Faenza en 1789, así como con estudios de la importancia dellndianer Stämmendes Gran Chacobis zum Ausgange des 18’ Jahrhundert, de Ludwig Kersten, editado en Leiden en 1904, títulos todos que por su relevancia, reclaman desde largo tiempo atrás la edición castellana correspondiente.

 

LA PRESENTE TRADUCCIÓN DE DOBRIZHOFFER

El padre Guillermo Furlong da cuenta en su noticia biográfica y bibliográfica de Martín Dobrizhoffer, de las diversas tentativas, frustradas o incompletas, que se llevaron a cabo desde el siglo XIX para traducir la obra al castellano.

Según el mismo Furlong, esta traducción de Wernicke que hoy se publica le fue encargada inicialmente por los doctores Ernesto Padilla y Ricardo Staudt a fines de 1943 (I). Wernicke, a pesar de hallarse ya en edad muy avanzada, pues frisaba los ochenta años, logró terminar a principios de 1947 el tomo primero, único que alcanzó a traducir. El ejemplar mecanografiado, que no llegó a imprimirse, fue obsequiado por Wernicke al Dr. Enrique Palavecino, con una dedicatoria fechada en octubre de 1947, que decía así:"Al Prof. Dr. Enrique Palevecino profundo conocedor del carácter de los indígenas argentinos en testimonio de sincera amistad el autor de la presente primera traducción al castellano (del texto latino yalemán comparado)".

La muerte de Wernicke ocurrida en 1949 interrumpió su labor,y el texto encuadernado fue conservado por Palavecino, quien en 1965 lo ofreció generosamente a la Facultad de Humanidades para su edición.

La traducción de Wernicke, vertida originalmente de la edición alemana,y cotejada luego con la edición latina, según su propio testimonio, adolecía sin embargo de algunas imperfeccionesy no pocas lagunas. Las primeras, atribuibles sin duda a la avanzada edad del benemérito escritor, fueron subsanadas por la prolija revisión efectuada por las profesoras Clara Vedoya de Guillén y Helga Nilda Goicoechea, junto con el autor de estas líneas. En cuanto a las segundas, lagunas provenientes de la utilización de un ejemplar incompleto, y que abarcan las páginas 73, 279, 404/405, 434, 483/484, 540, 543/544, de la edición alemana, fueron completados con la correspondiente traducción del texto latino por la profesora Vedoya de Guillén, quien, desde tiempo atrás trabajaba en la traducción completa de la obra, de la que incluso había adelantado fragmentos importantes. Cabe significar que estas correcciones, que más bien fueron pulimentos de la traducción, se hicieron respetando siemprey hasta donde fue posible el texto muy personal de Wernicke. Algunas de esas modalidades, como el uso de la voz Paracuaria, y su gentilicioParacuario, para denominar la Provincia Jesuítica del Paraguayy diferenciarla así de la Gobernación civil del Paraguay e integrante de las provincias de Indias, habían sido debidamente explicadas por Wernicke en artículos publicados con anterioridad (II).

 

 

LAS CARACTERÍSTICAS DE LA PRESENTE EDICIÓN.

Aunque inicialmente se había pensado en la posibilidad de una edición anotada y enriquecida con comentarios, razones diversas impidieron que esta idea pudiera llevarse a cabo. La actual edición, por lo tanto, reproduce el texto de Dobrizhoffer sin otros aditamentos que alguna que otra traducción de citas latinas, registrada al pie de página, o breves advertencias sobre párrafos o palabras que faltaban en la traducción del alemány se hallan en la edición latina.

Los signos tipográficos especiales empleados para esta edición, son pocos. La bastardilla se la ha usado en todos los casos en que aparece este tipo de letra en la edición latina. Cabe señalar que aunque su uso no siempre responde en el original a criterios uniformes, pues la edición revela descuidos tipográficos, se han conservado esas letras en todos los casos en la edición castellana. Los corchetes, [ ] son introducidos solo para aclaraciones que ha colocado el traductor. Los paréntesis en cambio, pertenecen siempre al original y así se han mantenido en todos los casos. Los acentos en las voces indígenas han sido motivo de dificultades y dudas, ya que el texto latino es irregular en la indicación de los mismos. Creemos que vale la pena recordar aquí lo que el mismo Dobrizhoffer anota en la advertencia preliminar sobre voces indígenas:"Muchos signos de letras yacentos fueron en parte colocados yen parte omitidos por el tipógrafo. Señalo esto en mi descargo para que no se atribuya a mi ignorancia un error ajeno". La versión castellana reproduce en consecuencia la versión latina, y no quita ni añade nada en este aspecto.

Por razones de mejor ordenamiento en la edición, se ha trasladado la ubicación del índice original de capítulos hacia el final del tomo. El mismo va ahora acompañado de otros tres índices complementarios, de carácter onomástico, toponímicoy de voces indígenas, que complementan el índice de capítulos y que se deben a la diligenciay esfuerzo de varios colaboradores; de esta edición.

La división del libro en capítulos, tal como aparece indicada en el índice de Dobrizhoffer ofreció también algunas dificultades. Ello ocurrió en virtud de que, curiosamente, el texto original no posee tal división interior, y por ello cada uno debió ser reconstruido y ubicado aproximadamente en el texto. Tal división ha sido efectuada pensando que con ello no se modifica el espíritu de Dobrizhoffer,y se facilita además la lectura, y la búsqueda de cualquier asunto al lector. Por otra parte alguno de los capítulos finales, no coincide totalmente en sus contenidos con los títulos; a pesar de ello no se ha creado ninguna división ni título que no estuviera ya en el original, prefiriendo mantener la incorrección a innovar en el texto, e incluir entre corchetes lo que correspondía añadir o aclarar.

La traducción de Wernicke ha mantenido la indicación de las páginas del texto alemán, indicadas solo con una barra inclinada (/) y el número originario. Cuando la traducción proviene del texto latino; por defecto de la edición alemana, se indica la paginación de la edición latina. La edición incluye además todas las ilustraciones que corresponden al tomo I de la edición latina de la que han sido tomadas.

Al concluir estas breves indicaciones editoriales, quedan sólo por señalar los esfuerzos valiosos y las contribuciones que han hecho posible esta edición. De ellas, merecen destacarse en primer lugar las que correspondieron a Edmundo Wernicke y a Enrique Palavecino. La traducción concluida hace ya cerca de veinte años, corona la fecunda labor de Wernicke como estudioso y traductor de autores que como Schmidl, Staden, Paucke, Sepp, han estado tan vinculados a nuestra historia. La aparición de este tomo en fecha singularmente coincidente con el centenario de su nacimiento en 1867, en Colonia Suiza, de Baradero, permite que el mismo tenga además un sentido de homenaje y de reconocimiento a tan benemérito escritory traductor, así como a su trascendente obra.

El recuerdo debe ser extendido también al Dr. Enrique Palavecino, quien, aparte de habernos facilitado el texto nos alentó a publicarlo y se comprometió a redactar para la presente edición un estudio introductorio. Su lamentado fallecimiento, el 18 de julio de 1966 no solo privó al país de un investigador eminente, sino que dejó sin esa importante colaboración suya a esta obra en la que había colocado tantas esperanzas.

Debemos destacar asimismo nuestro agradecimiento al académico P. Guillermo Furlong por haber escrito el importante estudio biobibliográfico que aparece en esta edición, así como por sus valiosas indicaciones y consejos. Aunque no es la primera vez que el P. Furlong se refiere a este tema, al que se halla vinculado por tantas publicaciones y estudios, deseamos expresar aquí nuestra gratitud por la generosa disposición con que aceptó redactar un estudio preliminar para esta obra, que sustituyera al que el Dr. Palavecino no pudo llegar a entregarnos. Agradecemos también al académico Dr. José Luis Molinari el facsimilar de la portada de la edición alemana, que gentilmente remitió para la presente edición.

Estas líneas desean asimismo dejar constancia de la ingente labor que les correspondió a las profesoras Clara V. de Guillén y Helga N. Goicoechea por la revisión y preparación del manuscrito para la imprenta. Asimismo agradecemos también la comprensión con que la dirección de la Biblioteca Provincial Leopoldo Herrera, de Resistencia, facilitó los ejemplares de la edición latina de Dobrizhoffer para este trabajo. Ejemplares que pertenecieron a la colección de Monseñor Alumni, insigne historiador del Chaco, quien a través de esta indirecta y póstuma relación, aparece también vinculado a una tarea que sabemos se hallaba entre los anhelos más caros de su espíritu.

Fruto de todos esos esfuerzos, y de otros de que es imposible dar cuenta aquí es esta obra, que la Facultad de Humanidades ha financiado y editado. Con ella queda inaugurada esta primera serie de fuentes de historia regional, cuya edición creemos, no solo posibilitará un mejor y más amplio conocimiento del pasado local, sino que servirá también, y de un modo fundamental, a los intereses de toda la cultura histórica nacional.

Ernesto J. A. Maeder

 

 

PREFACIO AL LECTOR

En América fui interrogado sobre cosas europeas; a mi vuelta a Austria, después de veintidós años [fui interrogado] igualmente sobre cosas americanas. Para quitar a otros el trabajo de averiguar y a mí el de responder, he puesto alma y mano para redactar estos informes, hechos también por invitación de hombres principales. He emprendido un asunto colmado tanto de escrúpulos, como de molestias tan luego en la presente época, tan feraz en Aristarcos que se han acostumbrado a alabar solo los partos propios o de los suyos, y a despreciar como abortos los primeros productos ajenos.

¿Quién no conoce algo sobre Paracuaria? Muchos han escrito muchas cosas; pocos, amados del justo Júpiter, lo han hecho con sinceridad; ninguno escribió todo. No te asombre que yo repita cosas ya sabidas.

El tema de mi historia lo forman en realidad los Abipones, jinetes bárbaros y belicosos que no son conocidos ni siquiera de nombre por casi ningún escritor que trata sobre América. Sin embargo, esta nación es una de las temibles de Paracuaria.

Esta nación se mantenía firme en su antigua libertad, no por el número de sus guerreros sino por su capacidad para hacerse temer a causa de sus depredaciones y para llevar el terror hasta muy lejos.

En cuanto al soldado español, sobrepasó a todas las demás naciones europeas en magnanimidad y fortuna en la guerra, y no bien entrado en América conquistó, entre todos los pueblos de los antípodas la fama de un temible vencedor. Apenas quedaban aún indios que se animaran a repeler su fuerza con la fuerza, pues ningún ejército americano por numeroso que fuere, resistía a la valentía española. Si algunos osaban oponer a los caños vomitantes de fuego, sus mazas, dardos, flechas y hondas, esto significaba oponer al hierro y al metal la madera, piedras y cañas; comprendieron sin embargo finalmente que no podían hacer mejor cosa que rendirse en cuanto tuvieron que enfrentarse con los celtíberos llegados. En frecuentes ocasiones éstos destruyeron con un pequeño destacamento ejércitos enteros de los salvajes y en muchas veces la victoria fue decidida sin que se iniciara un encuentro. No obstante que después de la conquista de México, Perú, Chile, Quito, Paracuaria, Tucumán y otras vastísimas provincias e islas, casi todas las naciones se habían rendido ante el cetro español, los abipones salvaron sin embargo su libertad hasta hoy día, ora por haber huido astutamente, ora combatiendo victoriosamente. Por desgracia, aún hicieron temblar durante años bastantes veces, por sus continuos asaltos y sangrientos exterminios de las colonias españolas, hasta que finalmente, en el año 1747 fueron llevados por nuestros hombres a pueblos donde se los instruyó en la religión y en las costumbres, y donde comenzaron a obedecer al rey Católico, soberano de toda Paracuaria.

Como yo he permanecido por siete años en las cuatro colonias [reducciones] de los abipones, observé de bastante cerca sus usos, costumbres, disciplina militar, supersticiones, las derrotas que padecieron y que causaron, sus instituciones políticas y económicas y los destinos de las nuevas colonias. Yo he escrito ahora todo esto con más sinceridad que elegancia y creo merecer indulgencia. Pues ¿quién podrá exigir de mí las amenidades de Livio, Salustio, César, de Strada o Maffei después que yo he debido carecer por tantos años de todo trato con las musas, y de todo ejercicio en el latín, si bien he cuidado religiosamente que mi obra, como consecuencia de mi trato con los bárbaros, no aparezca también escrita en un lenguaje rudo y descuidado. Me consideraré bien recompensado si se reconoce mi honestidad. La sinceridad del historiador fue siempre el adorno más brillante de la Historia. Escribir verdades, y en cuanto era posible, verdades ciertas, fue mi preocupación de corazón. Yo no pido que se me lea, admire, alabe, pero creo poder exigir con derecho que se me conceda crédito. Diversos asuntos parecerán increíbles o exagerados a aquél que no sabe de antemano que la diferencia entre un bárbaro americano y un europeo culto, no es menor que la distancia entre América y Europa.

He intercalado en el relato de los asuntos abipones muchos ejemplos de la Antigüedad y a veces sentencias, más o menos como solemos condimentar nuestros alimentos, no con el ridículo propósito de lograr con ella la fama de un filólogo, sino para demostrar claramente que las costumbres y creencias de los abipones fueron usuales en los tiempos más antiguos. Fui prolijo, lo reconozco, pero en ningún modo extremado, en describir las guerras de los abipones, en las que hubo más ruido que sangre derramada.

En esto creo seguir el ejemplo de Titus Livius quien ha dado un amplio relato no sólo de las sangrientas batallas cerca de Cannas, en el lago Trasimeno, Trebia, Las Termópilas, sino también de las escaramuzas emprendidas por la naciente Roma tumultuaria, con los albanos, sabinos, fedenates, veyenses y otros pueblos vecinos. Aunque los abipones en sus excursiones mas bien saqueaban y devastaban, antes que hacer una guerra verdadera, han despedazado durante muchos años en sus invasiones tantas veces repetidas una cantidad de hombres, casi diría, innumerable. He anotado raras veces la fecha de cada acontecimiento, en parte por que no quise exponerme al peligro de equivocarme, en parte obligado por la brevedad. Por cierto prefiero que mis lectores ignoren asuntos de menor importancia, antes de quo los conozcan defectuosamente. Mi principal preocupación al escribir fue dirigida a esto y he tenido como ley no afirmar nada dubitable o incierto. Si ocurre a veces que relato según escritores expertos lo que a mí mismo no es conocido suficientemente, trátase de autores de los cuales puedo fiarme como de mis propios ojos. Muchas veces he mencionado también lo que yo mismo he realizado o padecido, para que la historia no quedara incompleta; quien me tomara a mal esto debería hablar mal de Julio César y del apóstol Pablo (si es permitido comparar asuntos pequeños con grandes) porque también ellos mismos han consignado sus hechos y sus fatigas. Hasta aquí he expuesto a mis lectores el argumento, las causas y el plan de mi escrito. Ahora, para que su lectura no sea enojosa para nadie, ni tampoco un engaño, deseo hacer unas pocas advertencias.

Quizás juzgues, en un juicio precipitado, que sea un error o falsedad tanto en mí como en quienes me contradicen, el hecho de que otras historias de América nieguen lo que afirmo y afirmen lo que niego. ¿Por qué pensar así? Ambos exponemos la verdad. Otros hablan de México, Perú, California; yo narro sólo las cosas del Paraguay. Pues lo que es bien cierto acerca de un país no le es muchas veces de otro. Así como estas Provincias se hallen separadas por inmensas distancias, también se diferencian inmensamente entre ellas en cuanto al clima, al suelo, a las cosas existentes y sus propiedades. ¡Dios mío, cuántas y cuáles horribles y diversas diferencias de países, naciones, lenguas, costumbres y productos no he observado con mis ojos! Perú, México, Chile, Quito, etc. tienen abundancia en oro, plata, piedras y perlas; Paracuaria no tiene nada de todo esto, pero en ella se ve en asombrosa cantidad toda clase de ganado. Los abipones, mocobíes, tobas, guaycurús, aucás, etc., son los más belicosos y anhelan el combate; los vilelas, lules, chunipies, guayaquíes, etc., aman al contrario especialmente la tranquilidad y la paz. Hasta en una misma provincia los habitantes se diferencian muchísimo entre sí según las regiones. ¡Cuán disímil aparece la misma Paracuaria en algunas partes! Acá se expande por doscientas leguas hacia todas partes una inmensurable llanura de campos sin que se pueda descubrir ni un sólo árbol, ni una gota de agua, salvo cuando llueve. Allá se elevan cerros empinados, y selvas inmensas se pierden hacia lo infinito sin que sea posible percibir en ellas el menor lugar de tierra llana. Más allá, en territorio de abipones, a través de vastísimas extensiones de tierra no encontrarás ni en su superficie ni en sus entrañas una sola piedrecilla. En otro sitio más lejos observarás ásperos caminos de piedra y rocas altísimas. A menudo, haciendo una jornada, desearás en vano durante muchos días una sola gota de agua que bastaría a las más pequeñas avecillas; y a menudo lucharás con ríos, torrentes, lagos, y pantanos temibles. Si, por lo tanto, uno describiera al Paraguay llano, campestre, pantanoso y húmedo, y otro afirmara que es árido, montuoso, silvestre y rocoso, cree en todo a ambos, aunque parezca que tratan de distintos territorios. Usando de esta prudencia absuelve de mentira a muchos historiadores; y casi podrías absolver a todos.

En realidad muchas veces reí y muchas veces me fastidié por los insulsos escritos que venden por verdad al lector las más incongruentes consejas de América como historia, invenciones como hechos reales, opiniones, deducciones y fantasías, como verdades. Sin embargo, son bien pagadas, adquiridas por muchos, y en general, leídas no sin aplauso. En mi opinión valdrá por ello la pena que yo revele las fuentes de los errores que se han deslizado en la historia de América. Muchos toman la pluma cuando apenas han visto las costas de América. Para satisfacer la avidez de saber por parte de los europeos, tratan de enunciar en sus relatos más lo maravilloso y extraño que la verdad. Ellos escuchan atentamente a cada Español, Indio o Negro que se les cruza en el camino y anotan todas las leyendas que pueden reunir sobre las propiedades de las Indias y de los usos de los indios. Así son engañados, y engañan a otros. Pues ya sea que no poseen la lengua española o las americanas, o ya que la conocen sólo superficialmente, no saben ni interrogar debidamente a los habitantes, ni entender sus respuestas equivocadas; porque éstos suelen expresarse más bien por ciertos ademanes y señales que por palabras. Los relatos do ígnaros marineros, de mercaderes y otros que han pasado más bien como un torbellino por los litorales americanos que examinándolos, son luego los infaustos canales por donde han penetrado tantas fábulas y errores en los vocabularios históricos o geográficos. Apenas se lee en ellos nombre alguno de una provincia americana o ciudad, de una nación o de un río que a causa de letras agregadas o por mutilaciones, no estuviera desfigurado deplorablemente o a lo menos, parcialmente deformado. Los colectores de las enciclopedias y léxicos juntan sin discrepancias toda su existencia de hechos admirables de las tituladas descripciones de viajes; mezclan todo sin elección ni orden; substituyen lo verdadero por lo falso y producen una mezcla informe o bien un caos que todos cuantos conocen más de cerca a la América deben condenar con grande risa.

Pero ninguna clase de escritores es más pestilente que los que inducidos en parte por la envidia y el odio, y en parte por la parcialidad, rellenan sus escritos con las más infames mentiras y atroces calumnias, vituperan a gentes meritorias y alaban a pasibles de vituperación. ¡Quién enumeraría todos los libelos sobre América que no sólo jamás debían haber salido públicamente a luz, sino que a juicio de todo hombre sensato merecerían ser quemados!

En ningún país de América el cristianismo ha producido progresos tan hermosos como en Paracuaria, entre los guaraníes, habitantes de treinta y dos pueblos que ellos mismos se han edificado. En ninguna parte la piedad está en un estado más floreciente, en ninguna parte el servicio divino y las iglesias se hallan en un estado más brillante dentro de una regular y adecuada constitución; en ninguna parte las comodidades de la vida doméstica descansan sobre una base más estable; en ninguna parte las artes útiles se ejercen con mayor empeño, y yo debiera equivocarme mucho si dijera que alguna nación americana ha prestado en el ejército real servicios más frecuentes y más útiles que precisamente estos que presta ya desde hace dos siglos. De esto no duda nadie aún con los menores conocimientos de Paracuaria. Y sin embargo los sacerdotes incansables, que con su sudor y su sangre han realizado todo esto, han contado siempre con más calumniadores y perseguidores que festejantes tuvo Penélope. Para atizar la envidia contra ellos jamás cesaron de inventar ficciones. Pero la magnífica laudatoria que les han otorgado tantos monarcas españoles, tantos obispos y tantos funcionarios reales y lugartenientes, deben haber obtenido indudablemente entre los europeos más inteligentes y más sensatos un peso mayor que las frívolas recriminaciones de los malévolos.

Hace ya mucho tiempo que llegó por casualidad a mis manos, un libro francés sobre los pueblos de los guaraníes. Apenas hube recorrido tres hojas cuando advertí en ellas y anoté con mi pluma veintiséis enormes e imperdonables mentiras. Pero finalmente harto de contar, tiré disgustado el libraco lleno de calumnias. El charlatán mentiroso quiere haber visto Paracuaria. ¿Tal vez sobre un mapa geográfico? A mí por lo menos no podrá hacérmelo creer jamás. Según su dicho el invierno comenzaría allá en agosto cuando justamente en ese mes cesa y entra la primavera, brotan los árboles y construyen sus nidos las aves. Esto lo sabe cualquier Paracuario. Y sin embargo esta descripción que sólo puede ser considerada una confabulación de mentiras y calumnias, ha merecido un buen lugar en una famosa y extensa colección de descripciones de viajes y se la considera el sol del Paraguay, a pesar que ella parece ser escrita únicamente en la intención de propagar ceguera y obscuridad en la mente de los europeos. Hace muchos años he hojeado también otra descripción francesa sobre Paracuaria, en la cual la verdad es también maltratada hasta lo insoportable. Yo me asombro ante la impudicia del historiógrafo mentiroso, que hace mucho tiempo ha sido refutado enérgicamente y no menos ante el aplauso increíble con el cual ha sido leído por muchos, y principalmente por los que son afectos a un estilo brillante y aprecian más la corteza que el grano. Hace poco un inglés festivo escribió con referencia a este escritor: este hombre esté amplísimamente dotado de todo el haber de audacia estólida y de impudencia. Sus viajes son muchos pero también son muchas sus mentiras, etc. Yo venero íntimamente el pincel de este británico que ha pintado con tan vivos y acertados colores al atrevido escritor que en Europa es bien conocido también con otras referencias. Fuera de éstos, circulan en Europa aún otros libros sobre Paracuaria que deben substituir mediante burdas difamaciones lo que les falta de verdad. Pero como muchas veces la falsedad parece tener para sí razones más fuertes que la misma verdad – como anota Aristóteles – ocurre igualmente en frecuentes ocasiones que los escritores mentirosos son preferidos a los veraces y sinceros. Yo lo comprendo bien. ¿Acaso los murciélagos no prefieren las tinieblas nocturnas a la luz del día?

Oportunamente recuerdo aquí un pasaje muy útil a mis propósitos, que el censor de libros luxemburgués había escrito en su Journal Historique & litteraire, del 15 de junio de 1782, cuando en Francia se hacía una nueva edición de las cartas llamadas edificantes (Lettres édifiantes d’ curieuses écrites des missions étrangères) en veintidós volúmenes, y que fueran aclamadas por los varones más esclarecidos, como Fontenelle, Buffon, Mayran, Montesquieu, Le Franc, etc. así como vituperados por otros. "Se lee – dice este crítico – que los misioneros en las provincias del Exterior y situadas allende del mar han investigado los usos, costumbres e instituciones de las diversas naciones y también las artes y ciencias. Se aprecian mucho sus sabios esfuerzos por los cuales buscaron descubrir le verdad y desprenderse de los errores vulgares y creencias. ¿Como? A estos hombres que han estado por varios años en los países más lejanos que por sí mismo con ojo sagaz, sincero corazón y un entendimiento ilustrado por varias ciencias han observado todo no habría que dar mayor crédito que a aquellos viajeros vagabundos arrogantes que sin haber visto por sí mismos el interior de las provincias y sin estar versados en la lengua del país han dado su juicio acerca de naciones enteras solo según lo que les llegó a la vista en el lugar donde desembarcaron y [los que] pintan ante el mundo a los misioneros que parecen contradecir a sus pretendidas observaciones o más bien imaginaciones como hombres fanáticos o supersticiosos e ignorantes". Así habla este hombre bien versado en todas las materias de la ciencia. ¿Quien no siente aquí la convincente fuerza de sus palabras? Sin embargo he de creer siempre que se procede magnánimamente conmigo cuanto el vulgo erudito, que jamás se ha ausentado un paso de su patria, querrá saber todo lo relativo a Paracuaria mejor que yo, que lo he visto con mis propios ojos por tanto tiempo. Hay muchos que, cuanto más ignorantes son, ceden tanto más pronto a la tentación de vituperar, y a quienes no se puede curar con todo el eléboro de la Anticyra entera.

Lo que yo he experimentado en mi trato con los paracuarios durante dieciocho años; lo que yo mismo he visto en mis muchos y larguísimos viajes por entre sierras y selvas, campos y grandísimos ríos, todo esto lo he referido aunque no en un lenguaje esplendente y retórico, pero sí en forma detenida y sincera hasta donde fue posible; de modo que en realidad creo tener derecho a ser considerado un historiador digno de fe. Ello no obstante, no me considero tan infalible, como que también me haré corregir de buen grado. He de revocar mi error desde el momento en que me convenzo de él. En tal caso la cera no puede ser más flexible bajo los dedos que yo. Sin embargo desearía que nadie se apresure, pues lo mismo que yo puedo errar al escribir, puede errar cualquier otro en su juicio. Muy lejos de atribuir a mi obra una perfección, pensé más bien en enmendarla y limarla con cuidado antes de entregarla a la imprenta. Pero a mi edad, cuyo sexagésimo sexto año ya se aproxima a su fin, no encontré conveniente guardarla por más tiempo, ya que existe el peligro de que no me halle con vida al tiempo de su edición.

Esto es todo lo que debo hacer presente de antemano. Adiós, carísimo lector, cualquiera que fueres, y ten paciencia con los errores de imprenta y también con los míos, pues no me exceptúo de nada de lo que es humano.

Lector benévolo, como en todo el volumen se presentan constantemente vocablos hispánicos, guaraníticos y abipones, me parece oportuno prevenirte acerca de su recta enunciación.

CH: hispánica, se pronuncia como tsch germana. Así: mucho, Chile, se citan mutscho, Tschili.

X y J: deben pronunciarse como h con aspiración gutural. Así: mujer suena muher; jamás, hamás; Ximénez, Himenez.

C equivale a E: Así Çevallos debe citarse Eeballos.

LL, Ñ: como interponiendo una i leve, con pronunciación que no tiene igual en otra lengua. Así: España se dice como Espannia; Colmillo, colmilio.

Z: más suave que la germana; suelen pronunciarla como en cinco. Así Rodríguez suena Rodrigues. Advierte que la u pospuesta a la letra g no se pronuncia; aquí se dice Rodriges.

Qu: equivale a la kappa griega. Así: quemo, se pronuncia Kemo.

Jn: que en lengua guaranítica es y se dice como tsch suavizado. Así: yú, amarillo, suena tschu; ayúca ensalzar, atschuca.

Un signo de media luna como cuernos invertidos denota que esa letra debe pronunciarse con ímpetu gutural. Así y agua, se pronuncia Jh.

Cuando los cuernos van doblados hacia arriba, indican un sonido nasal. Así: Peti, tabaco.

Si la letra está marcada con un circunflejo, se pronuncia entre gutural y nasal. Así: gy pimienta. El mismo vocablo pronunciado de modo distinto significa cosas distintas. Así: Tupâ, pronunciado por la nariz, significa Dios; y tupa, simplemente, silla.

En lengua abipónica y mocobí, la letra R escrita así tiene un sonido mixto entre R y G: Naetarat, hijo, se anuncia como en quienes pronuncian la R con un vicio, como balbuceándola. Pero esta pronunciación sólo puede ser expresada de viva voz.

Muchos signos de letras y acentos fueron en parte colocados y en parte omitidos por el tipógrafo. Señalo esto en mi descargo, para que no se atribuya a mi ignorancia un error ajeno.

 

 

LIBRO PRELIMINAR SOBRE LA CONDICION DE PARACUARIA

Como mi libro trata de los Abipones, un pueblo ecuestre de Paracuaria, voy a presentar desde su comienzo a mis lectores una imagen de la provincia entera. Por él la misma historia será tanto más clara ya que el conocimiento de un país contribuye muchísimo a una completa comprensión de la condición de sus habitantes y lo mucho que de otro modo parecería obscuro y falso, se ilustra mejor por el./2

 

 

DE SU LARGO Y DE SU ANCHO

Paracuaria, este país de la América meridional, se extiende por todos los lados en una extensión inmensa. Desde el Brasil, hasta Perú y Chile, se indican por lo general unas setecientas leguas españolas; desde la desembocadura austral del Río de la Plata hasta al país amazónico norteño, mil cien. Un inglés anónimo en su descripción de Paracuaria (editada por la Sociedad Tipográfica en Hamburgo en 1768) fija en más de mil millas inglesas la anchura de esta provincia desde el oriente hasta el poniente, la longitud, en cambio, de Sur a Norte en más de mil quinientas [millas inglesas]. Algunos cuentan más, otros menos, según han calculado por leguas alemanas, españolas o francesas. A este respecto no se puede indicar algo cierto ni tampoco juzgar. Las regiones más extensas del país, situadas lejos de las reducciones, aún no han sido exploradas debidamente, y ¿porqué no han de serlo más adelante?

 

 

DE LAS CARTAS GEOGRAFICAS DE PARACUARIA Y DE SUS ERRORES

Los Geómetras son raros allá. Y aún si algunos tuvieran cierta gana y suficientes conocimientos para realizar mensuras completas de las regiones locales, les falta el ánimo de dirigirse hacia allá, en parte por temor a los bárbaros, y en parte también porque los caminos ásperos les dificultan el viaje. Todos saben que los mapas de Paracuaria se hicieron según las observaciones de nuestros hombres [los jesuitas] que a fin de ganar bárbaros para Dios y el rey católico, atravesaron a pie allá las selvas más profundas, las cimas de las sierras y las riberas de los ríos más remotos y cruzaron todo el país, jamás sin peligro de su vida y muchas veces con su pérdida. Es sabido que veinticuatro jesuitas han perdido su vida en Paracuaria a/3 manos de los bárbaros durante sus expediciones apostólicas. He de indicar en otro sitio como se llamaron y cuando, y de qué modo perecieron. En el opulento Perú y en México no hay rincón que los europeos no hubieran removido para buscar el oro. En cambio, Paracuaria no los seducía porque no produce metales. Por ello nos es desconocida en gran parte, aún hoy día, y lo que se sabe de ella, ¿quién puede negar que se debe a los ojos y a los pies de los misioneros? Sería de desear que ellos hubieran anotado con la misma prolijidad, arte y diligencia todos los trechos que cruzaron, los ríos que atravesaron y las distancias de las localidades. Conforme con sus observaciones, han aparecido diversas cartas, tanto en Madrid como en Roma. Pero todas sin exceptuar una sola son defectuosas. Aún no ha llegado a mi vista una sola en que no hubiera nada que tachar. La que nuestro P. José Quiroga hizo producir en Madrid, hace unos años, es entre todas, la más cabal, por lo menos con referencia a los lugares que él mismo ha observado como perito en las matemáticas. El fue hasta donde pudo. Estimo especialmente el mapa del geógrafo real del señor D’Anville ya a causa de que él ha anotado diligentemente también las destruidas colonias españolas e indias e igualmente ha anotado la mayor parte de los restantes asuntos. Sin embargo, ella no es del todo correcta. Me urge demasiado en llegar a mis Abipones antes de que pueda ocuparme en indicar los errores de los mapas. Creo que vale la pena informar a mis lectores más de cerca sobre Paracuaria.

 

Edición digital : BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY

ÍNDICE (Enlaces internos)

*. DE LAS DIVISIONES DE TODA LA PROVINCIA

*. DE LA REBELIÓN DE LOS [GUARANIES] DEL URUGUAY

*. DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY Y DE SU CAPITAL ASUNCIÓN

*. DE LOS BARBAROS QUE YO DESCUBRI EN MBAEVERA

 

 

ENLACE INTERNO AL TOMO II DE LA

"HISTORIA DE LOS ABIPONES"

 

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