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  EN CERRO CORÁ NO SE RINDIÓ LA DIGNIDAD NACIONAL, 1970 - Discurso del General ALFREDO STROESSNER


EN CERRO CORÁ NO SE RINDIÓ LA DIGNIDAD NACIONAL, 1970 - Discurso del General ALFREDO STROESSNER

“EN CERRO CORÁ NO SE RINDIÓ LA DIGNIDAD NACIONAL”

Discurso del General ALFREDO STROESSNER

 

Editorial CUADERNOS REPUBLICANOS

Segunda Edición 1986 (1ª-1970)

Tapa: Beatriz Ruíz Prieto

Asunción – Paraguay

1986 (72 páginas)

 

 

 

PRESENTACIÓN

 

            La Editorial "Cuadernos Republicanos" se honra en reeditar el memorable discurso que el General de Ejército Don ALFREDO STROESSNER, Presidente Constitucional de la República del Paraguay, pronunció en 10 de marzo de 1970. Sus palabras fueron pronunciadas en el momento en que se cumplía el Centenario del último combate librado por las fuerzas paraguayas contra los ejércitos de la Triple Alianza, en el desolado confín de Cerro Corá.

            Reeditar este homenaje es una manera de rendir veneración justiciera al héroe máximo de la Patria. Pero es también una forma de refrescar nuestro espíritu en las aguas limpias de un patriotismo sin mácula, como el que constituye la esencia misma de la ejecutoria y del pensamiento del Presidente Stroessner.

            Hay razones profundas que nos obligan a volvernos hacia 1870. Y, sobre todo, de contemplar retrospectivamente ése momento de dolor con el eco vibrante que tuvo cien años después. Pero para entonces, muchas cosas habían cambiado fundamentalmente en nuestra Patria.

            Cuando cayó la noche sobre el campo ensangrentado de Cerro Corá, el 1º de marzo de 1870, un negro signo se irguió sobre los escombros de nuestra Patria. El futuro no podía ser más desalentador. Destrozados los ejércitos del Paraguay, muerto su caudillo, Mariscal Presidente, en el combate último, hundido su pueblo en la miseria, el hambre y la enfermedad, dispersas, en prisión o abatidas por el pesimismo los exiguos restos de población.

            Fuerzas enemigas se enseñoreaban sobre el territorio nacional, desde el caudaloso Paraná hasta las regiones desérticas del Mbaracayú y del Amambay. Asunción se hallaba postrada con profundas y sangrantes heridas, luego de la entrada de las tropas aliadas, que la sometieron a un completo y feroz saqueo, con la misma desaforada codicia que hubiera impulsado a una horda de vándalos.

            Sobre los escombros sólo merodeaban los pocos soldados sobrevivientes, famélicos y mutilados, o atormentadas mujeres que intentaban arrancar a la tierra un poco de sustento para sus hijos. Para peor, con el uniforme del enemigo, ciudadanos que decían ser paraguayos, se disponían a tomar las riendas del poder de la República para saciar sus apetitos desbordados, y para conformar la organización del país a los intereses de los vencedores.

            Tuvieron que pasar cien años para que el Paraguay pudiese recuperarse completa y definitivamente de aquella hora negra. Muchas cosas pasaron desde entonces. No pocas tribulaciones tuvo que sufrir nuevamente nuestro pueblo, en su empeño de recuperar lo que intuía como su destino de grandeza. No pocos momentos de luto, de llanto y de desorientación debieron ser soportados para que pudiese llegar, al fin, el instante de la reivindicación de nuestra Patria.

            Es cierto que, a poco de Cerro Corá, un estadista visionario, el General Bernardino Caballero, acometió la ciclópea tarea de reconstruir, a un país en ruinas. Reagrupó, para ello, a los viejos guerreros del 70, a los hombres que hicieron del coraje y de la lealtad sus virtudes indeclinables, como los guerreros de la antigua Esparta. Con ellos, con infinita paciencia, con resolución y con notable decisión, pudo llevar a cabo una obra admirable. En ella, cumplió un papel fundamental el entonces naciente Partido Colorado, fundado en 1887 para dar forma institucional a la Línea Nacional, que había supervivido a la derrota, como una garantía de continuidad del espíritu genuino de la paraguayidad.

            Pero poco después vino nuevamente la traición. Y ella anidó precisamente en algunos sectores que habían prosperado a la sombra de las garantías constitucionales defendidas por los gobiernos colorados de aquella época. En esos sectores, donde se pretendía remedar las maneras y los hábitos de la oligarquía porteña, se forjó una nueva alianza con los intereses extranjeros y con todos aquellos que veían en el resurgimiento del Paraguay un peligro potencial.

            Fue así que llegó la guerra civil de 1904, financiada por la oligarquía nacional y por la banda extranjera, armada y protegida por un estado vecino. El inmenso y entusiasta apoyo popular del austero coronel Juan Antonio Escurra no pudo hacer frente a aquella coalición de poderosos intereses y debió aceptar la capitulación del Pilcomayo, a bordo de una nave de guerra extranjera.

            Hubo tiempo suficiente para comprobar lo que significaba la hegemonía liberal en el Paraguay: la sucesión de sangrientas guerras civiles, el avasallamiento de las libertades constitucionales, el asesinato masivo de ciudadanos, la deportación de generaciones enteras de paraguayos honorables, la corrupción descarada de los hombres públicos. Los liberales incorporaron a la política nacional el hábito de dirigir todas sus disputas a cañonazos, con la salvaje irresponsabilidad de quien carece en absoluto de un sentido elemental de compromiso con la suerte de sus compatriotas.

            La última aventura, en alianza con febreristas y comunistas, fue la de 1947, finalmente desbaratada por la oposición firme que opuso el pynandí colorado, decidido a clausurar para siempre el ciclo liberal y a dar comienzo a una nueva reconstrucción nacional. La victoria colorada fue el primer paso en ese sentido pero, fuerza es decirlo, tuvo que llegar el 4 de mayo de 1954 para que aquella magna obra pudiese ser comenzada resueltamente.

            Cuando se cumplieron cien años de la inmolación de Cerro Corá, los paraguayos que se inclinaron reverentes ante la memoria de los gloriosos caídos, tenían nuevamente el inmenso orgullo de proclamar su nacionalidad como un motivo de alto honor. La anarquía había concluido, las horas de dolor y de luto habían sido dejadas atrás. El estancamiento era sólo un mal recuerdo del ayer; la miseria, apenas una estampa borrosa del agotado ciclo liberal.

            Y es aquí donde debemos concluir, con la serena convicción que nos anima, que esa brillante recuperación del destino de grandeza del Paraguay, tuvo un gran protagonista: el General de Ejército Alfredo Stroessner. Fue él, y con él, un puñado de leales colaboradores, quienes asumieron la misión inquebrantable -con el apoyo del gran pueblo paraguayo- de poner fin a las causas del atraso y de la miseria y de abrir las puertas de un futuro venturoso.

            Fue el  General Stroessner quien recibió el apoyo del pueblo colorado para dar a su gobierno un apoyo cívico como jamás tuvo ningún otro en nuestra historia, desde 1870 en adelante. Con esa unidad, sustentada sobre principios, pero también sobre la comprobación constante de que un gran estadista estaba al frente de la República, fue posible levantarla a la altura de los sueños más ambiciosos de sus grandes próceres del pasado.

            El General Stroessner ganó la gran guerra del desarrollo. Mientras naciones hermanas del continente eran devoradas por la anarquía, por el odio desbordado de sus facciones extremistas, o caían en las redes imperialistas de potencias extra-continentales o hipotecaban su futuro en empresas delirantes, en el Paraguay se vivía la cotidiana rutina del trabajo creador. Ladrillo sobre ladrillo, con inmensos sacrificios, pero con la visión profética de un futuro brillante, el General Stroessner nos propone hoy la contemplación del Paraguay de nuestro tiempo.

            Vinieron la gran batalla de la integración física, que borró los viejos caminos de polvo y barro para substituirlos por una moderna red de carreteras pavimentadas, la revolución agrícola que superó la fatigosa rutina del arado tirado por bueyes para mecanizar todo el proceso de producción, la revolución energética que dejó para las crónicas coloniales la imagen de calles y habitaciones sumidas en penumbras, o alumbradas por débiles candiles, para dar lugar al milagro de la luz eléctrica, de confín a confín de la República; la marcha hacia el este que convirtió a vastas regiones, otrora sólo holladas por las fieras, en cuencas de la soja, del trigo y del algodón, o en campos de pastoreo. Y con todo ello, vinieron también el agua corriente, la tecnología de las telecomunicaciones; la nacionalización del pan paraguayo mediante el exitoso programa triguero; el desarrollo de la flota estatal; la reducción del analfabetismo a niveles insignificantes; la difusión de la salud pública y la erradicación de enfermedades endémicas

            Por todo eso, fue ciertamente un acto de plena justicia que correspondiese al General Alfredo Stroessner recordar al Mariscal Francisco Solano López, el 1º de Marzo de 1970, porque a cien años del postrer combate de Cerro Corá, la reparación histórica de lo que significó López para nuestra patria había sido completa y total.

            En esa ocasión, el homenaje excedió el contenido de las palabras pronunciadas. Más que eso, tuvo el sentido de una reivindicación mediante los hechos, que es la mejor manera de rendir tributo a un ideal. Al haberse reatado el hilo de la historia, luego de la marcada frustración de los gobiernos liberales, el Paraguay podía inclinarse a reverenciar la memoria del Mariscal López, porque se había hecho, por fin, digno de él.

            Por eso, al cumplirse el Centenario de Cerro Corá, el Presidente Stroessner pronunció palabras, que tienen el signo de un irrevocable compromiso con la patria. Y porque traducen la misma decisión de acompañar, hasta sus últimas consecuencias, el proceso de engrandecimiento del Paraguay. Proceso que tiene, como respaldo indeclinable, el caudaloso poderío popular del coloradismo, fuerza democrática y nacionalista cuya raigambre histórica se hunde en las gestas más gloriosas del pasado.

            Asumimos por eso, con la dimensión moral de un juramento, la decisión de acompañar al General Stroessner hasta la completa culminación de su gran obra de gobierno. Las palabras que entregó el Presidente Stroessner a sus compatriotas en 1970, siguen teniendo vigencia hoy y la seguirán teniendo en el futuro, con la ayuda de Dios y con el respaldo sin grietas del Partido Colorado.

            Dijo entonces el Presidente Stroessner: "Seguiremos trabajando con la mirada puesta en el porvenir de nuestra Patria que él tanto amó y que nos toca a nosotros conducir hacia sus destinos de grandeza y felicidad, contando con el fervor y el vivo patriotismo de todos los buenos paraguayos y extranjeros de bien que habitan este hermoso solar de los guaraníes".

            Estos conceptos, que mantienen su lozanía, nos obligan a ser consecuentes con el General Stroessner, porque ellos son la expresión visible de realizaciones tangibles para nuestra Patria. Y porque reflejan la voluntad consciente de nuestro Líder de seguir avanzando, resueltamente, hasta garantizar la consolidación definitiva de su estupenda obra de resurgimiento nacional. Gesta del trabajo, epopeya de la paz, que serán dejados a las futuras generaciones como el mejor de los monumentos, cuyo bronce eterno nos dirá que en 1870 hubo un Cerro Corá para gloria del Paraguay. Y que en 1970, y por mucho tiempo más, hubo un General Stroessner que puso a la patria de pie, con todas sus energías creadoras, para mirar de frente y con orgullo a sus antepasados heroicos de Cerro Corá.

            LEANDRO PRIETO YEGROS

 

 

 

 

DISCURSO DEL EXCMO. SEÑOR PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA

Y COMANDANTE EN JEFE DE LAS FF. AA. DE LA NACION,

GENERAL DE EJERCITO DON ALFREDO STROESSNER

 

PANTEÓN NACIONAL DE LOS HEROES

Asunción, 11 de Marzo de 1970

 

 

            PUEBLO PARAGUAYO:

 

            Se cumple hoy, 1º de Marzo de 1970, el CENTENARIO de la muerte heroica del Mariscal-Presidente Francisco Solano López en Cerro Corá. En lo más alto del mástil de la Patria, flamea airosa la sagrada enseña roja, blanca y azul, como magno homenaje a los héroes y mártires caídos con honor en los campos de batalla.

            En mi carácter de Presidente Constitucional de la República del Paraguay, estoy en esta fecha gloriosa en el Panteón Nacional de los Héroes, que guarda los restos de los Próceres y Héroes del Paraguay, para rendir en nombre de mi pueblo, el más grandioso homenaje de gratitud, admiración y reverencia a quienes dieron lo mejor de su vida para que nosotros, sus descendientes y todos los nacionales y extranjeros que habitan este suelo sagrado de nuestros mayores, vivamos siempre con soberanía, democracia, libertad, paz y justicia.

            Todo el pueblo paraguayo nos acompaña en este noble sentimiento de perpetua recordación al Mariscal de Acero Francisco Solano López, Máximo Héroe de la Epopeya Nacional, genial maestro del patriotismo, conductor esclarecido y defensor de una causa noble y justa.

            Como obra humana, la obstinada y noble vocación que guió los pasos del gigante de nuestra historia, no tiene parangón en el Mundo.

            A la distancia de 100 años, la historia permite que la República del Paraguay contemple con serena imparcialidad los acontecimientos que se desataron en cadena hasta desembocar en la guerra que el Mariscal Francisco Solano López se empeñó en impedir. En medio de las trágicas alternativas de tales antecedentes, el Jefe de Estado Paraguayo, mantuvo una sola línea de conducta, consecuente con el principio del equilibrio del Río de la Plata.

            La unidad de pensamiento presidió la única conducta que era posible adoptar en aquella terrible emergencia.

            Por el orden cronológico de los sucesos determinantes de la Guerra, se puede fácilmente demostrar que no fue el Mariscal Francisco Solano López, el causante de ella y menos de sus funestos efectos en el destino del Paraguay. Confirman esta verdad cientos de ilustres historiadores nacionales y extranjeros y la reacción valerosa y justiciera del Congreso de Venezuela y de Colombia, a más de pronunciamientos valiosos de dignatarios de Bolivia y del Perú que son de todos conocidos. Ellos sumaron su criterio a quienes respaldaron con el pensamiento y con la conducta, a la CAUSA NACIONAL, de la que fue líder magistral el ínclito DON JUAN E. O'LEARY, el vigoroso cantor de las glorias nacionales.

            Los pleitos de límites subsistentes entonces con la Argentina y el Imperio del Brasil, fueron agravándose rápidamente, debido a la incomprensión de los futuros Aliados, que alentaban secretamente el propósito de aniquilar al Paraguay, en medio de hechos cuya complejidad reclama la virtud de los jueces que en realidad son ecuánimes, justos y rectos.

            Para nosotros los paraguayos, la historia del Paraguay, en la época de la Epopeya cuyo Centenario evocamos con amor, es la trayectoria del Mariscal Francisco Solano López y de su pueblo. La mistificación de nuestros antiguos adversarios se ha disipado al empuje de la verdad, que tarda en llegar, pero que siempre llega y se impone. Las nuevas generaciones contemplan hoy la ejecutoria broncínea del soldado y estadista que con su vida y con su muerte trazó en la constelación histórica una profunda y luminosa huella.

            Considero un deber destacar la descollante personalidad del Mariscal Francisco Solano López, como diplomático, escritor, estratega y padre de familia, en medio de una trabazón de acontecimientos exteriores que antes del estallido de la conflagración fueron envolviendo a nuestro país en un cerco de intrigas y acechanzas imposibles de ignorar. Somos sinceros e imparciales cuando hacemos justicia póstuma a quien está en el bronce, en la historia y en el alma de su pueblo.

            Poseyó el gran soldado las más señaladas excelencias espirituales, junto al arrojo propio de la raza, que arrancó laureles a la gloria, para orlar con ellos el frontispicio de la Nación. En la férrea energía que desplegó en las batallas en las que multiplicó las fuerzas que Dios le otorgó para orgullo de su pueblo, es preciso hallar los signos bajo los cuales nació el predestinado que hubo de cargar sobre sus hombros la tremenda responsabilidad de salvar de la ignominia el nombre paraguayo, marchando hacia la muerte sin abdicar de su hombría, de su valor, de su ideal.

            En esta fecha memorable, sea mi palabra emocionada de Presidente de la República del Paraguay, puesta de pie para repetir, hoy como ayer, el lema de VENCER O MORIR.

            Nunca guerrero alguno de la tierra, supo como el Mariscal Francisco Solano López cumplir con suprema gallardía los términos de su sagrado juramento pronunciado frente a cinco mil soldados en la Villa del Pilar, en Diciembre de 1845 al recibir la Bandera tricolor, recién bendecida: JAMAS CAERÁ DE MIS MANOS ESTA INSIGNIA SAGRADA DE MI PATRIA.

            Proféticas palabras salidas de sus labios para asombrar a la Humanidad.    El eco de los tiempos todavía repite y seguirá repitiendo por el resto de la vida de los hombres, la broncínea exclamación final, MUERO CON MI PATRIA, lanzada como respuesta a la intimación que se hacía a un moribundo de cuya mano le fue arrebatada la espada con la que antes del supremo tránsito a la eternidad jugó todavía al invasor un golpe postrero, como el símbolo más bello de un bello morir.

            Al Paraguay le estaba reservada la obligación de seguir atentamente los sucesos que indirecta o directamente le afectaban. Primero fue el Supremo Dictador Doctor José Gaspar Rodríguez de Francia quien asumió la responsabilidad de consolidar y hacer respetar la Independencia Nacional, sistemáticamente negada.

            Durante más de 26 años, el Doctor Francia fue el vigía de nuestra libertad, que es su obra maestra. A su muerte el pueblo le confió a Don Carlos Antonio López la tarea de afirmar moral y materialmente el progreso del Paraguay.

 

Retrato del Mariscal López, Grabado francés del año 1865

 

            Don Carlos Antonio López, sin desviarse del objetivo fundamental que tanto le preocupó, procedió a iniciar una era de grandes progresos espirituales y materiales a base de un trabajo perfectamente organizado y racionalizado, con recursos propios del Estado y con el concurso de 231 técnicos extranjeros contratados en Europa, la mayoría ingleses, que aportaron sus conocimientos y experiencias, para impulsar los proyectos y acelerar los trámites correspondientes. Surgieron rápidamente Arsenales, Astilleros, Fundiciones, Telégrafos, Ferrocarriles y Escuelas. Se creó una importante Flota fluvial y de ultramar, de guerra y de carácter comercial, llevando al tope de sus mástiles la Bandera Nacional, que ondeó airosa en los puertos del Río de la Plata y del viejo Mundo. Al mismo tiempo, Don Carlos modernizó y disciplinó al Ejército, confiando a su hijo el Brigadier General Francisco Solano López, la tarea de mejorar aún más su organización, con miras a la defensa eventual de la República, aunque los armamentos de que se disponían fuesen anticuados e insuficientes. La paz reinaba en todo el territorio nacional y el trabajo era el primer deber de los ciudadanos, mientras en otros países imperaba la anarquía, sin descuidar Don Carlos la educación y la cultura de los habitantes.      

            El envío a Europa en 1858, de 16 jóvenes becarios para proseguir sus estudios en humanidades y técnicas diferentes, nos da la medida del pensamiento alentado por el grande y noble patriota que, además fue, el Padre del periodismo paraguayo como Director y redactor de "El Semanario", "El Paraguayo Independiente'", '"El Eco del Paraguay" y "La Época", que sucesivamente vieron la luz pública, al par que la revista "La Aurora".

            En el curso de su Gobierno ejemplar, Don Carlos Antonio López se vi6 enfrentado con incidentes diplomáticos con algunos países del hemisferio. Cabe citar como un significativo antecedente, el grave episodio que se suscitó con el Imperio del Brasil, a raíz de la expulsión de Pereira Leal, Ministro brasileño, acusado de haber faltado el respeto debido al señor Presidente de la República. Para obtener satisfacciones y suscribir un tratado de límites y de navegación el Gobierno del Brasil despachó en 1855 una poderosa escuadra que llegó hasta la Confluencia al mando del Almirante Pedro Ferreira de Oliveira con el PERMISO Y TOLERANCIA del Gobierno de la Argentina, que años más tarde, el 14 de Enero del año 1865, negaba al Gobierno del Mariscal Francisco Solano López el correspondiente permiso de tránsito para que parte de sus fuerzas militares cruzasen por territorio argentino de Corrientes a fin de poder atacar a las fuerzas del Brasil que operaban sobre la República Oriental del Uruguay, desde el 12 de Octubre de 1864. Era, pues, evidente, que al Paraguay se le negaba LA IGUALDAD DE TRATO, regla elemental del Derecho Internacional, entre pueblos civilizados y amigos.

            Para medir el espíritu pacifista y conciliador del Mariscal Solano López como hábil diplomático, será necesario rememorar la fecha del 11 de Noviembre de 1859, en que desempeñó un brillante papel en el Río de la Plata. Eran momentos de sumo peligro para los destinos de la República Argentina, en el largo proceso de una sangrienta y bárbara anarquía que hacía resquebrajar los cimientos de sus instituciones. Después de la caída de Rosas, la paz estuvo ausente de los espíritus, apasionados en dirimir por la violencia sus cuestiones domésticas. Continuaba la lucha a muerte entre hermanos, en medio de una ferocidad recíproca que a los argentinos los ponía en trance de disolución. Se prolongaba la lucha entre Buenos Aires y el resto de la República aglutinado en la Confederación.

            El Paraguay contemplaba con aprehensión aquel doloroso episodio, en que se jugaba la suerte de los argentinos. Un sentimiento de superior solidaridad americanista le inclinaba a mirar con generosa visión el futuro de la Nación hermana, en tanto el Paraguay se engrandecía por el trabajo de sus hijos, en medio de una paz constructiva, hasta convertirse en una potencia de primer orden entre sus similares del continente.

            Renunciando intervenir en favor de uno u otro de los bandos en pugna, el Gobierno de Don Carlos Antonio López buscó la reconciliación de los hermanos desavenidos, para que allí no hubiere vencidos ni vencedores. El 27 de setiembre de aquel año, partía a bordo del "Tacuarí" el entonces Brigadier General Francisco Solano López, acompañado de una selecta comitiva integrada por ciudadanos eminentes. En momentos realmente críticos arribó a Paraná y pasó después a conferenciar con el General Urquiza, que se disponía a atacar a Buenos Aires, a la cabeza de 20.000 hombres.

 

Trincheras paraguayas en Curupayty

 

            Semanas atrás, la mediación ofrecida por los representantes de Francia e Inglaterra, no había podido prosperar, siendo en cambio viable la del Paraguay, gracias al fino tacto y la sagacidad diplomática que desplegó el mediador paraguayo, dando la verdadera medida de su exquisito don de gente y de sus excepcionales aptitudes para realizar la gran misión que su ilustre padre le había encomendado, que no se había apartado de su tradicional política de neutralidad. Las tratativas fueron difíciles y llenas de escollos. El Brigadier General Francisco Solano López los superó paso a paso, saliendo airoso finalmente con la firma del Convenio de Paz de San José de Flores en una fecha inolvidable, en los anales del pueblo argentino.

            Solano López había alcanzado así un honroso triunfo diplomático, ligando eternamente el nombre del Paraguay y el suyo propio a la historia del Río de la Plata. El pueblo argentino agradeció con vivas muestras de simpatía la labor del mediador, a través de un álbum que le fue obsequiado a López con la siguiente dedicatoria: "El pueblo de Buenos Aires dedica este testimonio de agradecimiento y respeto al Excelentísimo señor Brigadier General don Francisco Solano López, Ministro Plenipotenciario de la República del Paraguay, a cuya interposición amistosa debe el ahorro de la sangre de sus hijos, la paz dichosa en que se encuentra y la unión por tanto tiempo anhelada de la familia, argentina".

            "Nuestros mejores votos acompañarán siempre al mediador ilustre, al Excelentísimo señor Presidente don Carlos Antonio López y a la República que representan. Y nuestro agradecimiento por su valioso concurso será eterno".

            Otro álbum recordatorio le fue obsequiado al Brigadier General Francisco Solano López que dice: "Al Excelentísimo señor Brigadier General don Francisco Solano López. Los extranjeros residentes en Buenos Aires dedican este testimonio de respeto y gratitud, por su mediación en la Paz celebrada el 10 de Noviembre de 1869".

            En señal de eterno reconocimiento, el General don Justo José de Urquiza por su parte, le regaló a Solano López su espada vencedora de Cepeda, con una expresiva carta, con amistosos cumplimientos.

            El regreso del Mariscal a la tierra guaraní fue una marcha triunfal. Ese era el hijo de América que se cubría de honores en plena paz. Nadie osó negar jamás el noble gesto del Paraguay, al realizar su generoso y eficaz aporte a fin de que la sangre dejase de derramarse en suelo argentino.

            Desgraciadamente, el curso de los acontecimientos, habría de desviarse después de este cauce, para desbordarse en forma de una terrible y despiadada guerra.

            El espíritu generosamente pacifista del Mariscal Francisco Solano López había de ser nuevamente puesto a prueba a través de los prolegómenos de la guerra que culminaron con la firma del Tratado de la Triple Alianza suscrito por Argentina, Brasil y Uruguay el 1º de Mayo de 1865, que de antemano fijaba sus metas declaradas entre las que figuraba el reparto del territorio nacional.

            No se podía, por otra parte, dejar de seguir de cerca el curso de la política del Imperio del Brasil, con respecto a la República Oriental del Uruguay que era una cifra de valor, en equilibrio de fuerzas que era la mayor preocupación de los López, porque su ruptura podía constituir un grave peligro para nuestra Independencia.

            Una vez más, el espíritu pacifista del Gobierno del Mariscal Francisco Solano López, ante la inminencia de la invasión del Uruguay y en defensa de la soberanía de esa Nación, se canaliza a través de la brillante nota del 30 de Agosto de 1864, suscrita por el entonces Ministro de Relaciones Exteriores del Paraguay don José Berges y que estaba dirigida al señor César Vianna de Lima, Ministro Residente del Emperador del Brasil en Asunción. Evocamos con emoción su texto y que dice:

 

Cuartel General del Mariscal López, en el Campamento Cerro León

 

            Asunción, Agosto 30 de 1864.

 

            El abajo firmado, Ministro Secretario de Estado en el Departamento de Relaciones Exteriores ha recibido orden del Excmo. señor Presidente de la República para dirijir á V.E. esta comunicación con el motivo que paso a exponer.

            El abajo firmado, ha recibido de S.E. el Sr. Vázquez Sagastume, Ministro Residente de la República Oriental del Uruguay, una nota que con fecha 25 de este mes le ha dirijido de orden de su Gobierno, acompañando copia de la última correspondencia, cambiada entre el Gobierno Oriental y S.E. el Sr. Consejero Saraiva, Ministro Plenipotenciario de S.M. el Emperador del Brasil, en misión especial cerca de aquella República, constante de tres notas que se registran bajo las fechas 4, 9 y 10 del presente mes.

            El importante e inesperado contenido de esas comunicaciones ha llamado seriamente la atención al Gobierno del abajo firmado, por el interés que le inspira el arreglo de las dificultades con que lucha el pueblo Oriental, a cuya suerte no le es permitido ser indiferente, y, por el mérito que puede tener para este Gobierno la apreciación de los motivos que pudieran haber aconsejado tan violenta solución.

            La moderación y previsión que caracterizan la política del Gobierno Imperial, autorizaron al del Paraguay á esperar una solución diferente en sus reclamaciones con el Gobierno Oriental, y esta confianza era tanto más fundada cuanto que S.E. el Sr. Consejero Saraiva y hasta el mismo Gabinete Imperial al declinar la mediación ofrecida por este Gobierno para el arreglo amistoso de esas mismas reclamaciones á solicitud del Gobierno Oriental, calificaron como sin objeto por el curso amigable de las mencionadas cuestiones.

            El Gobierno del abajo firmado respeta los derechos que son inherentes a todos los Gobiernos para el arreglo de sus diferencias, ó reclamaciones, una vez denegada la satisfacción y justicia, sin prescindir del derecho de apreciar por sí el modo de efectuarse, ó el alcance que puede tener sobre los destinos de todos los que tienen intereses legítimos en sus resultados.

            La exigencia hecha al Gobierno Oriental por S.E. el Consejero Saraiva en sus notas del 4 y 10 de este mes, es de satisfacer a sus reclamaciones dentro del improrrogable término de seis días bajo la amenaza de usar de represalias, en caso contrario, con las fuerzas imperiales de mar y tierra reunidas de antemano sobre las fronteras de la República Oriental y de aumentar la gravedad de las medidas de la actitud asumida; lo que significa una próxima ocupación de alguna parte de aquel territorio, cuando su Gobierno no se niega á atender y satisfacer las reclamaciones presentadas, como consta de la nota de S.E. el Ministro de Relaciones Exteriores del 9 de este mes.

            Este es uno de los casos en que el Gobierno del abajo firmado no puede prescindir del derecho que le asiste de apreciar este modo de efectuar la satisfacción de las reclamaciones del Gobierno de V.E. porque su alcance puede venir á ejercer consecuencias sobre los intereses legítimos que la República del Paraguay pudiera tener en sus resultados.

            Penosa ha sido la impresión que ha dejado en el ánimo del Gobierno del abajo firmado la alternativa del ULTIMATUM consignado en las notas de S.E. el Sr. Consejero Saraiva del 4 y 10 de este mes al Gobierno Oriental, exigiéndole un imposible por el obstáculo que opone la situación interna de esa República; y para cuya remoción no han sido bastante ni el prestigio de S.S. E.E. los señores Thornton, Elizalde y Saraiva, ni el concurso y la abnegación del Gobierno Oriental.

            No menos penosa ha sido para el Gobierno del abajo firmado la negativa de S.E. el Consejero Saraiva a la proposición del arbitraje que le fue hecha por parte del Gobierno Oriental, mucho más cuando este principio había servido de base al Gobierno Imperial en sus reclamaciones con el Gobierno de Su Majestad Británica.

            El Gobierno de la República del Paraguay deplora profundamente que el de V.E. haya creído oportuno separarse en esta ocasión de la política de moderación en que debía confiar ahora más que nunca, después de su adhesión a las estipulaciones del Congreso de París; pero no puede mirar con indiferencia, ni menos consentir que en ejecución de la alternativa del ULTIMATUM Imperial las fuerzas brasileras, ya sean navales o terrestres, ocupen parte del territorio de la República Oriental del Uruguay ni temporaria ni permanentemente, y S.E. el Sr. Presidente de la República ha ordenado al abajo firmado declare a V.E. como representante de S.M. el Emperador del Brasil: que el Gobierno de la República del Paraguay considerará cualquier ocupación del territorio Oriental por fuerzas imperiales por los motivos consignados en el ULTIMATUM del 4 de este mes intimado al Gobierno Oriental por el Ministro plenipotenciario del Emperador en misión especial cerca de aquel Gobierno, como atentatoria al equilibrio de los Estados del Plata que interesa a la República del Paraguay como garantía de su seguridad, paz y prosperidad, y que protesta de la manera más solemne contra tal acto, descargándose, desde luego de toda la responsabilidad de las ulterioridades de la presente Declaración.

            Habiendo así cumplido las órdenes del Excmo. Sr. Presidente de la República, el abajo firmado aprovecha esta ocasión para saludar á V.E. con su consideración muy distinguida.

 

            José Berges

 

            A S.E. el Sr. César Sauvan Vianna de Lima, Ministro Residente de S.M. el Emperador del Brasil".

 

 

            No podríamos resumir aquí todos los antecedentes de la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. Sólo nos mueve el deseo de exaltar una vez más, el espíritu pacifista de que siempre hizo gala el Mariscal López, antes y durante la hecatombe inclusive en la conferencia de Yataity-Corá, mantenida con el Presidente de la Nación Argentina, uno de los responsables de la Triple Alianza.

            Este espíritu era su natural expresión altruista. Pero en la historia de los pueblos, no pocas veces los estados de emergencia obligan a los gobernantes a realizar actos que al parecer contradicen su propia semblanza anterior, pero que son indispensables para la mantención del decoro nacional, la seguridad interior y la independencia misma de un país que, como el nuestro, es el que en América ha pagado el precio más alto en vidas humanas para mantener incólume el honor de su bandera.

            Extraordinario y diligente organizador, el Mariscal-Presidente, todo lo manejó con arte sin igual y con ejemplar visión y apreciación de los sucesos trágicos en que su figura se vio envuelta, en cinco años de dura contienda.

 

Iglesia de Piribebuy, cuyos añejos muros contemplaron

la inmolación de los defensores de la plaza.

 

            En vista de la invasión del Uruguay por el Ejército Imperial, el Mariscal ordenó el apresamiento del buque brasilero "Marqués de OIinda", que navegaba aguas arriba por el río Paraguay, rumbo a Matto Grosso y rompió las relaciones con el Imperio del Brasil.

            En Diciembre de 1864 se había iniciado el sitió de Paysandú, en que intervinieron el ejército brasilero, las fuerzas de Venancio Flores y la escuadra del Almirante Tamandaré con el apoyo de Mitre, contra el héroe de la resistencia oriental, Leandro Gómez, abatido y muerto por los invasores, suceso que tuvo honda repercusión en el Río de la Plata y en el Paraguay, y torció el curso ulterior de los acontecimientos.

            Tal era la situación creada en el Uruguay. Fue entonces que el Mariscal López solicitó a la Argentina el permiso de tránsito para cruzar por el territorio de Corrientes, invocando igualdad de trato para con el Brasil.

            Al mismo tiempo, el Mariscal intercambiaba correspondencia con su amigo y compadre don Justo José de Urquiza, sobre la necesidad del cruce de sus tropas en la forma señalada.

            La negativa a este pedido, obligó al Paraguay, a declarar la guerra a la Argentina.

            Los nuevos documentos y opiniones publicados por los mismos actores de 1864, comprueban fehacientemente los trabajos de una alianza con fines guerreros entre Brasil, Argentina y Uruguay, y que la nefasta alianza no fue del 1º de Mayo de 1865, sino comenzó su preparación en Junio de 1864 en Puntas del Rosario, donde concurrieron emisarios del Brasil y Argentina para concertar con Venancio Flores el inicuo documento de invasión y destrucción del Paraguay.

            Nunca dejó de existir la opinión pública exterior y a su fallo se remitió la historia, que se ha ido esclareciendo para distribuir las responsabilidades de los actores, antes y después de la firma del TRATADO SECRETO DE LA TRIPLE ALIANZA, cuyos términos de infamia sirven para enjuiciar la intención de sus autores y ponerlos en evidencia ante el veredicto de América. El exterminio del pueblo paraguayo, y la anticipada repartija de nuestro territorio, añadida a la imposición de una fabulosa deuda de guerra, fuera del alcance del vencido, constituyen las piezas de cargo, contra los victimarios, aparte del horror fratricida que se desencadenó sobre miles de hombres y mujeres, ancianos y niños, cuya sola falta era la de haber permanecido hasta la muerte fieles a su bandera.

            Resulta significativo evocar, entre muchos otros testimonios fehacientes que surgieron en el seno de los Estadistas argentinos, la disposición emanada de la voluntad de Don Juan Manuel de Rosas, de fecha 17 de febrero de 1869, mientras el Mariscal Francisco Solano López, se debatía en las últimas jornadas de la guerra, como un león que se niega a la derrota. En un codicilo de su Testamento, don Juan Manuel de Rosas dispone del destino del SABLE DE LA SOBERANIA, expresando que "Su Excelencia el Generalísimo, Capitán General don José de San Martín, le honró con la siguiente manda: "La Espada que me acompañó en toda la guerra de la Independencia será entregada al General Rosas por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido los derechos de la Patria". "Yo, JUAN MANUEL DE ROSAS a su ejemplo, dispongo que mi albacea entregue a Su Excelencia el Señor Gran Mariscal-Presidente de la República paraguaya y Generalísimo de sus Ejércitos, la espada diplomática y militar que me acompañó durante me fue posible sostener esos derechos, por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido y sigue sosteniendo los derechos de su Patria".

            El contenido de la histórica Declaración del Congreso de los Estados Unidos de Venezuela, que consta en el Libro de Actas correspondiente al año 1869 en el folio 255, aparece la siguiente Resolución aprobada en la sesión del día 20 de Mayo de 1869, que dice: "LA CAMARA DE DIPUTADOS DE LOS ESTADOS UNIDOS DE VENEZUELA, CONSIDERA: QUE LA NOBLE CAUSA DE LA REPUBLICA DEL PARAGUAY ES UNA CAUSA AMERICANA EN EL QUE EL PRINCIPIO REPUBLICANO Y DE INDEPENDENCIA SON SOSTENIDOS CON HEROICO Y ADMIRABLE VALOR; Y EN CONSECUENCIA PROTESTA A AQUELLA REPUBLICA SU ADHESION Y SENTIMIENTOS COMO UNA JUSTICIA MERECIDA A SU GRANDEZA DE CARACTER, MEMORABLE SACRIFICIO, HONROSA PERSEVERANCIA E INMORTAL DEFENSA DE LOS HECHOS Y LAS VERDADES QUE FORMAN LA BASE FUNDAMENTAL DE LA VIDA POLITICA DEL CONTINENTE AMERICANO Y QUE CONSTITUYEN EL LAZO DE UNION Y SOLIDARIDAD DE LAS REPUBLICAS LATINAS, COMUNIQUESE AL EJECUTIVO NACIONAL PARA QUE POR SU ORGANO LLEGUE AL CONOCIMIENTO DEL GOBIERNO Y PUEBLO PARAGUAYO". FIRMADO: MANUEL Y. SAMUEL - PRESIDENTE - FIRMADO: Y. RIERA AGUIMAGALDE - SECRETARIO.

 

 

            Y en otro histórico documento el CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS DE COLOMBIA, DECRETA: ARTICULO 1o. - EL CONGRESO DE COLOMBIA ADMIRA LA RESISTENCIA PATRIOTICA Y HEROICA OPUESTA POR EL PUEBLO DEL PARAGUAY A LOS ALIADOS QUE COMBINARON SUS FUERZAS Y RECURSOS PODEROSOS PARA AVASALLAR A ESA REPUBLICA, DEBIL POR EL NUMERO DE SUS CIUDADANOS Y POR LA EXTENSION DE SUS ELEMENTOS MATERIALES, PERO TAN RESPETABLE POR EL VIGOR DE SU SENTIMIENTO Y ACCION, QUE TODO LO QUE HAY DE NOBLE EN EL MUNDO CONTEMPLA SU GRANDEZA, LAMENTA SU DESGRACIA Y LE OFRENDA VIVAS SIMPATIAS.

            ARTICULO 2o.- EL CONGRESO DE COLOMBIA PARTICIPA DEL DOLOR QUE EN LOS PARAGUAYOS AMIGOS DE SU PATRIA HA PRODUCIDO LA MUERTE DEL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LOPEZ, CUYO VALOR Y PERSEVERANCIA INDOMABLES, PUESTOS AL SERVICIO DE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY, LE HAN DADO UN LUGAR DISTINGUIDO ENTRE LOS HEROES Y HACEN SU MEMORIA DIGNA DE SER RECOMENDADA A LAS GENERACIONES FUTURAS. - Dado en Bogotá, el veintisiete de junio de 1870. Fdo. El Presidente del Senado de Plenipotenciario. ANIBAL CORREA - El Presidente de la Cámara de Representantes J. del C. Rodríguez - El Secretario del Senado, Eustacio de la Torre N. - El Secretario de la Cámara Jorge Isaac. Pronunciamientos que nosotros los paraguayos jamás olvidaremos, porque compromete para siempre la gratitud del pueblo.

            Cabe consignar en relación con tantas pruebas de afecto y simpatía que la defensa férrea de los derechos del Paraguay en su lucha con los designios obscuros de la Triple Alianza, provocó entre distinguidos y eruditos estudiosos de las causas remotas y próximas de la contienda, cruzando encendidas polémicas con sus adversarios, en el foro de América. Elocuentes y definitivos documentos nos permiten afirmar a todos los paraguayos, que las acechanzas de los Aliados habían sellado con mucha anticipación la suerte de este noble, generoso, hospitalario y heroico país.

 

 

            La posteridad conoce el texto de la respuesta a la intimación de los Generales Aliados, del 24 de diciembre de 1868, cuando hacía días que se combatía en Lomas Valentinas, consultados por el Mariscal los Jefes y Oficiales paraguayos, decidieron luchar hasta el final y, en consecuencia, aquel dictó a su Secretario la respuesta, que a juicio del brillante historiador nacional, don Juan E. O'Leary, es, sin duda, el mejor de sus documentos. El escrito está fechado en Pikysyry, el día mencionado a las tres de la tarde, y expresa que "El Mariscal, Presidente de la República del Paraguay debiera, quizá, dispensarse de dar una contestación a Sus Excelencias los señores Generales en Jefe de los Ejércitos Aliados en lucha con la Nación que preside, por el tono y lenguaje inusitados e inconvenientes al honor militar y a la magistratura suprema que Vuestras Excelencias han creído llegada la oportunidad de usar en su intimación de deponer las armas en el término de doce horas, para terminar así una lucha prolongada, amenazando echar sobre mi cabeza la sangre ya derramada y la que aún tiene que derramarse sino me prestase a esa deposición de armas, responsabilizando mi persona para ante mi Patria, las naciones que Vuestras Excelencias representan y el mundo civilizado; empero quiero imponerme el deber de hacerlo, rindiendo así homenaje a esa sangre vertida por parte de los míos y de los que los combaten, así como al sentimiento de religión, de humanidad y de civilización que Vuestras Excelencias invocan en su intimación. Estos mismos sentimientos son precisamente los que me han movido, a más de dos años, para sobreponerme a toda la descortesía oficial con que ha sido tratado en esta guerra el elegido de mi Patria; buscaba entonces en Yataity-Corá en una conferencia con el Excelentísimo señor General en Jefe de los ejércitos Aliados y Presidente de la República Argentina, Brigadier General Bartolomé Mitre, la reconciliación de cuatro Estados soberanos de la América del Sud, que ya habían principiado a destruirse de una manera notable y sin embargo mi iniciativa, mi afanoso empeño no encontró otra contestación que el desprecio y el silencio por parte de los gobiernos Aliados y nuevas y sangrientas batallas por parte de sus representantes armados como Vuestras Excelencias se calificaban".

            Continúa expresando el Mariscal: "desde entonces vi más clara la tendencia de la guerra de los Aliados contra la existencia de la República del Paraguay. Y deplorando la sangre vertida en tantos años de lucha he debido callarme y poniendo la suerte de mi Patria y la de sus generosos hijos en la manos del Dios de las Naciones, combatí a sus enemigos con la lealtad y la conciencia con que lo he hecho y estoy todavía dispuesto a continuar combatiendo hasta que ese mismo Dios y nuestras armas decidan de la suerte definitiva de la causa. Vuestras Excelencias tienen a bien notificarme el conocimiento que tienen de los recursos de que pueda actualmente disponer, creyendo que yo también pueda tenerlo de la fuerza numérica del Ejército Aliado y de sus recursos cada día crecientes. Yo no tengo ese conocimiento; pero tengo la experiencia de más de cuatro años de que la fuerza numérica y esos recursos nunca se han impuesto a la abnegación y bravura del soldado paraguayo que se bate con la resolución del ciudadano honrado y del hombre cristiano, que abre una ancha tumba en su Patria antes que verla ni siquiera humillada. Vuestras Excelencias han tenido a bien recordarme que la sangre derramada en Ytororó y Avay debía determinarme a evitar aquella que fue derramada el 21 del corriente; pero Vuestras Excelencias olvidan, sin duda, que esas mismas acciones pudieron de antemano demostrarle cuán cierto es todo lo que pondero en la abnegación de mis compatriotas y que cada gota de sangre que cae en la tierra es una obligación para los que sobreviven.

            "¿Y ante un ejemplo semejante, mi pobre cabeza puede arredrarse ante la amenaza tan poco caballeresca, permítaseme decirlo, que Vuestras Excelencias han creído de su deber notificarme?

            "Vuestras Excelencias no tienen derecho de acusarme ante la República del Paraguay, mi Patria, porque la he defendido, la defiendo y la defenderé todavía. Ella me impuso ese deber y yo me glorifico de cumplirlo, hasta la última extremidad, que en lo demás, legando a la historia mis hechos, sólo a mi Dios debo dar cuenta. Y si la sangre ha de correr todavía, El tomará cuenta a aquél sobre quien haya pesado la responsabilidad. Yo, por mi parte, estoy hasta ahora dispuesto a tratar de la terminación de la guerra sobre bases igualmente honorables para todos los beligerantes; pero no estoy dispuesto a oír una intimación de deposición de armas.

            "Así, a mi vez, invitando a Vuestras Excelencias a tratar de la paz creo cumplir un deber imperioso con la religión, la humanidad y la civilización por una parte, y lo que debo al grito unísono que acabo de oír de mis Generales, Jefes, Oficiales y tropas, a quienes he comunicado la intimación de Vuestras Excelencias y lo que debo a mi propio honor y a mi propio nombre.

            "Pido a Vuestras Excelencias disculpa por no citar la fecha y hora de la notificación no habiéndola traído y fue recibida en mis líneas a las siete y media de esta mañana.

            "Dios guarde a Vuestras Excelencias muchos años".

 

            Francisco Solano López

 

            Jamás el Mariscal pensó rendirse al invasor, ni se amedrentó ante su superioridad numérica y en armamentos. El intrépido soldado que tan honorablemente rechazó la intimación de la Alianza, salvó una y mil veces la dignidad de su pueblo.

            Inútil será buscar en la historia americana una pieza semejante, como bien lo dijo don Juan E. O'Leary. Ni el verbo esplendoroso de famosos caudillos tuvo nunca, al decir del insigne maestro de la juventud paraguaya, acentos tan elocuentes, porque lleva impreso el sello del alma nacional, indomable y férrea para soportar penurias, gallarda y firme para superar a la misma naturaleza. El nombre del Paraguay está por eso mismo en el bronce eterno y el tiempo no hará estragos en los pergaminos que el espíritu de la raza supo arrancar del árbol de la gloria.

            En aquellos instantes supremos de la vida, el 1º de marzo de 1870, todos lo vieron muy sereno y con mirada profunda. Antes de salir el sol, ya estaba en pie el Mariscal, desplegando su acostumbrada actividad, disponiendo en el terreno la ubicación exacta de sus escasos efectivos sobrevivientes, sin descuidar los menores detalles para enfrentar al poderoso enemigo que irrumpía ya en las primeras líneas avanzadas del resto de nuestro gran Ejército. No más de 400 seres humanos en actitud de vender cara la vida, pero menos de la mitad de ellos estaban en realidad en condiciones de pelear.

            Sólo habían restos de Brigadas, Regimientos y Batallones, y se adoptaban improvisaciones geniales al borde de la tumba. Eran espectros más que hombres, pero con el alma a flor de labios. Los restos de la Escolta también listos para la lucha final. No podía darse un cuadro más conmovedor, en medio de una inmensa desolación, pero firme el espíritu indomable, preparado ya para ascender a la inmortalidad.

            Cerro Corá ya está preparado para el trágico final. La majestad de la gloria rondaba la cabeza del elegido de Dios para ejemplo de las naciones que saben cómo sus caudillos mueren por su Independencia. Y durante las noches premonitorias, el Mariscal Francisco Solano López, rodeado de sus Jefes, Oficiales y Soldados, disertaba con elocuencia, sobre los hechos memorables de aquella matanza fratricida de la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. Era la historia la que hablaba por la boca del taumaturgo de la guerra que rehízo mil veces sus Ejércitos después de sufrir reveses que parecían concluyentes, para presentar de nuevo la maravilla de su resistencia ante el adversario admirado de aquel valor inaudito. Aunque ya nada le restaba hacer, el Mariscal, era, sin embargo, el "sonámbulo de un sueño desvanecido" que sobrevivía al naufragio para sucumbir como manda el precepto latino del poeta: "Un bello morir, toda la vida honra".

            El ciudadano Francisco Solano López, Mariscal-Presidente de la República y General en Jefe de sus Ejércitos, tuvo todavía un gesto digno del mármol consagratorio: días antes suscribe el último Decreto, con la firma de su Ministro de Guerra y Marina, General Luis Caminos acordando una Medalla conmemorativa de honor a todos los ciudadanos que llevaron a cabo la Campaña del Amambay, con la inscripción circular de "VENCIO PENURIAS Y FATIGAS".

            Fue su último título de gloria transferido a los heroicos defensores de una causa justa, a los leales que llegaron con él al sitio del sacrificio sin mancilla. Poco después habría de librarse un duelo extraño, el de un Ejército perfectamente pertrechado con armas de repetición y con cañones de tremendo poder destructivo y un hombre casi inerme, al que los mismos encarnizados enemigos le atribuían condiciones y virtudes extraordinarias, jamás surgidas en las páginas de la historia Universal para asombro de la humanidad. "Si la Patria sucumbe, yo sucumbiré con ella", le había escrito a uno de sus hijos, frase y promesa que podría servir de epitafio honorable a la lápida de su propia tumba. Con él estaban los altos dignatarios del Estado, cuando se perfilaba el mediodía de la fecha elegida por la suerte adversa. Les repartió entonces objetos de su pertenencia para recuerdo. Una conmovedora despedida, para ingresar en la Eternidad por la vía de un coraje simbolizado en el león guaraní de nuestras selvas bravías. Sables y lanzas eran las armas de sus soldados y más que ellas, eran las palmas del honor la que blandían los leales.

            El Mariscal esperaba el choque final, montado en su caballo bayo, en medio de sus inmortales soldados, incluyendo a la fiel compañera de su vida, la valiente mujer que se llamó Elisa Alicia Lynch, paradigma de amor y de maternales sentimientos que la historia cumple en reconocer para redención de su memoria.

            La muerte halló al Mariscal en su puesto de lucha, después de sufrir sin queja todas las penurias y fatigas que el destino le tenía reservado para poner a prueba su temple de varón, al frente de sus gloriosos soldados que le siguieron hasta la última trinchera, en el último confín del territorio nacional, que supieron defender con su sangre y honrar con su sacrificio.

            Grandioso es el escenario de Cerro Corá, abierto en semicírculo entre verdeantes colinas y cruzado por el Aquidabán nigüí, testigo del drama estupendo que allí se ofreció a la historia, para enaltecer a un pueblo. Aquel 1º de Marzo de 1870, fue el final de un milagro colectivo, el capítulo esplendente de una leyenda, el espectáculo sin parangón posible entre las hazañas de los Héroes más famosos. Allí, ante el silencio de las selvas tropicales, la augusta figura de un hombre que llegó hasta donde sus energías físicas le permitieron para dar término a la cruzada de sangre y fuego, trazada en diagonal a lo largo del territorio nativo, se desplomó sin vida al lado de cientos de ilustres ciudadanos de todas las jerarquías y de todas las excelencias, desde su hijo adolescente, el Coronel Panchito López, valiente y noble como su esclarecido padre; el Vicepresidente Sánchez, anciano sin mancilla que rechazó la oferta de seguir viviendo sin honor, a más de una legión de héroes integrada por su Ministro de Guerra y Marina Gral. Caminos, 9 Capellanes, Jefes, Oficiales, soldados, hombres y mujeres, ancianos y niños que sin rendirse sucumbieron con el verbo encendido de la dignidad vibrando en sus corazones. Allí en Cerro Corá no se rindió la dignidad nacional.

 

Combate de Caballería, Xilografía de Ignacio Aquino

Periódico "Cabicuí"

 

            Nadie osará negar la serenidad del Héroe ante su infortunio. En aquel anfiteatro de montañas de la Cordillera del Amambay cruzado por el Aquidabán nigüí, el Mariscal Francisco Solano López alcanzaría la culminación de su Calvario, en el remoto linde de la Patria. Al acercarse la hora meditaba el Titán. Una visión retrospectiva, de cada palmo de tierra disputada al invasor, de cada batalla por la libertad en la cruenta y despiadada guerra desencadenada por la Triple Alianza, de cada encrucijada donde el estoicismo y la voluntad de lucha no declinaron en ningún momento, agitaba la mente del Conductor de sus Ejércitos. Fue el juramento empeñado después de la gran batalla del 24 de Mayo, renovado en Lomas Valentinas el que le venía entonces a la memoria. Se trataba de morir con sus últimos soldados, sobre el último campo de batalla. Estaba cerca de la agonía. Proezas de leyenda nimbaban los valles, los ríos, los arroyos, las cordilleras, las picadas, los esteros, las ciudades y los pueblos. La gloria surgida triunfante después del desastre material. Lo sabía el glorioso patriota al pie de la tumba.

            El exterminio fue rápido. Entre vivas a la Patria, morían los últimos guerreros, en medio de la furia homicida de los enemigos enceguecidos por la pasión destructora. Un lanzazo le destrozó las entrañas al Mariscal, enseguida otro y otro, que eran mortales. Bañado en sangre y con las ansias de la muerte y sin bajar su guardia en plena lucha, el Mariscal, cayó de su caballo en las orillas del Aquidabán nigüí. Así herido fue conducido a la orilla opuesta por dos de sus hombres, a quienes le pidió que le dejasen solo. Vino entonces la intimación de Cámara, ordenándole que se rindiera al Héroe caído, en el mismo momento en que su hijo Panchito López moría no lejos de allí gritando "un Coronel paraguayo no se rinde".

            Inútil fue la intimación. Respondió el Mariscal esgrimiendo como única arma su espada con la que tiró un golpe a su enemigo, admirado y confuso ante aquel singular gesto de valor. Esa estocada es el símbolo más puro de la raza y la razón de de nuestra nacionalidad.

 

Batalla de Estero Bellaco (2-V-2866)

 

            COMPATRIOTAS:

 

            Os exhorto por este Mensaje, como Presidente de la República y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de la Nación, a que todos juntos, en toda la República, guardemos con devoción ardiente, un minuto de silencio en homenaje a su memoria esclarecida, cuando resuene el clarín a las 11 y 30 horas del día de hoy, 1º de Marzo de 1970, que marca en el tiempo la hora de su muerte la más gloriosa que un ser humano podría ofrecer como tributo al Paraguay, grande, próspero y feliz con el que soñó siempre el ciclópeo adalid.

            En el CENTENARIO DE LA EPOPEYA NACIONAL, considero un insigne honor de mi vida ser el Presidente de la República de todos los paraguayos en esta histórica celebración. Elevo mis preces al Altísimo, en este Panteón Nacional de los Héroes para impetrarle el eterno descanso que El reserva a los justos que dieron su vida para que nosotros los descendientes de aquellos Titanes sigamos viviendo a la sombra de nuestra gloriosa Bandera.

            Todo el pueblo paraguayo comparte el pensamiento de los Próceres y Héroes. Recordamos reverentes las figuras de José Gaspar Rodríguez de Francia, Carlos Antonio López, Francisco Solano López, Bernardino Caballero, José Félix Estigarribia y tantos otros que supieron conquistar los laureles de la gloria. Como Presidente de la República, dejo constancia de los sentimientos que embargan mi espíritu al dar testimonio de la gratitud nacional hacia aquellos que salvaron del desastre la dignidad y el prestigio del Paraguay.

            Acallados los últimos disparos de la guerra que libró la Triple Alianza contra el Paraguay, se amontonó la ignominia, la calumnia y el ultraje contra nuestra Patria, porque fueron los vencedores los que escribieron la historia a su manera, pero, en el fondo del alma popular siempre se mantuvo intacta la imagen del Héroe, envuelto en su propia grandeza, descubriendo con certero instinto la intención secreta de una confabulación internacional, cuya trama está siendo esclarecida hasta lo más recóndito de un revisionismo histórico.

            Evocamos hoy con honda emoción la figura de la Residenta que cumplió su misión en las dramáticas horas del infortunio con admirable abnegación. Contribuyó poderosamente a la defensa del honor de la raza, sin que jamás flaqueasen las fuerzas de su espíritu sin abdicar de sus deberes de esposa, madre y exponente de un pueblo que luce con orgullo como preciadas e irrenunciables prendas las más excelsas virtudes morales, expresión tradicional de la mujer paraguaya.

            López no fue el tirano que sometía a sus seguidores por obra del miedo. Fue la encarnación de un sentimiento colectivo inspirado en la justicia. Su tenacidad representó la decisión invencible de una raza de hacerse respetar en el escenario del Mundo, para forjar su propio destino al amparo de la libertad que nos legaron los Próceres y por imperio de su genio creador, capaz de insuflar perennes energías a las obras de su espíritu.

            El pueblo sabía que ser desertor del Ejército de López era ser desertor de la Causa Nacional.

            Desde el primer momento, hasta el último de su vida, el Mariscal Francisco Solano López, fue el abanderado del honor y la dignidad nacional. Sus notas oficiales cursadas a los Aliados durante los trágicos días de la guerra, su profusa correspondencia intercambiada con sus subordinados que combatían en los campos de batalla, sus proclamas a sus soldados, sus cartas a sus familiares, hablan con elocuencia de su capacidad, inteligencia y pundonor y su heroica muerte testimonian su irreprochable conducta civil y militar.

            Y jamás conoció la historia de una constancia, tenacidad y recia voluntad como las que enaltecieron la vida del Mariscal, quien en las postreras horas de su existencia rechazó la sugestión de que se salvase del desastre abandonando el territorio nacional. Cumplió así su juramento como soldado prestado ante Dios y el Mundo.

 

            PUEBLO PARAGUAYO:

 

            He aquí en breve esbozo la imagen del insigne patriota, en toda su grandeza, a través de su pensamiento, de su ejecutoria y de su infortunio. El Mariscal Francisco Solano López está presente en el alma de su pueblo que hoy se inclina reverente ante sus despojos mortales en este Panteón Nacional de los Héroes.

            Como Presidente de la República del Paraguay, mi corazón se estremece al sólo recuerdo de sus glorias y estoy seguro que todos mis compatriotas, hombres y mujeres, ancianos y niños levantan hoy al cielo su mirada para contemplar su imagen santificada por nuestra irrenunciable y firme veneración.

            Nadie puede negar al pueblo paraguayo su derecho a honrar a sus Héroes y Mártires, que como el Mariscal Francisco Solano López fue el genio de la paz, el rayo de la guerra y el modelo absoluto de la dignidad de la raza.

            Seguiremos trabajando con la mirada puesta en el porvenir de nuestra Patria que él tanto amó y que nos toca a nosotros conducir hacia sus destinos de grandeza y felicidad, contando con el fervor y el vivo patriotismo de todos los buenos paraguayos y extranjeros de bien que habitan este hermoso solar de los guaraníes.

 

 

            PUEBLO PARAGUAYO:

 

            Con honda emoción patriótica rendimos nuestro homenaje de admiración a los compatriotas, combatientes en cien batallas, en la Diagonal de Sangre que se extiende desde Paso de Patria a Cerro Corá, pasando por Corrales, Tuyutí, Sauce o Boquerón, Curupayty, Humaitá, Ytororó, Lomas Valentinas, Piribebuy, Rubio Ñú, Acosta Ñú, hitos luminosos de nuestra gloriosa Epopeya.

            Sea mi palabra de especial recordación para el General Bernardino Caballero, soldado y estadista que recogió el legado inmortal del Mariscal Francisco Solano López, de quien fue amigo leal y valiente colaborador en todas las horas del destino, y que en la paz, tuvo a su cargo la honrosa misión de fundar la gloriosa Asociación Nacional Republicana, Partido Colorado, fuente inmarcesible del nacionalismo paraguayo y propulsor de la paz orgánica y constructiva que vive la República, bajo mi Gobierno.

            RESURGIRAS PARAGUAY, fue el saludo de despedida de Mac Mahon, el visionario diplomático que se inspiró en la imagen del soldado guaraní, prototipo espartano de abnegación, sacrificio y bravura para escribir su oda inmortal, profecía que se cumple a través de la dinámica del esfuerzo colectivo por la grandeza nacional.

            El resurgimiento vigoroso del Paraguay es nuestro magno objetivo patriótico. El presente de realizaciones es la piedra fundamental de nuestro futuro de felicidad. Si el soldado paraguayo fue y será siempre heroico en la guerra, lo es y será también en la paz, para testimoniar así el amor a la tierra que nos vio nacer, con hechos positivos y concretos.

            Inspirados en el CENTENARIO DE LA EPOPEYA NACIONAL, alcemos nuestra frente hacia el sol, donde fulguran las virtudes de una raza nacida para proyectar su nombre por el Mundo, como portadora de un Mensaje de paz a todas las Naciones amigas, que hoy celebran con nosotros las fiestas del trabajo, como el mejor tributo que rendimos a la memoria del Grande y glorioso MARISCAL FRANCISCO SOLANO LOPEZ.

 

            PUEBLO PARAGUAYO:

 

            El Mariscal Francisco Solano López vive y seguirá viviendo en el alma paraguaya como héroe inmortal y símbolo de su pueblo.

            Con nuestros sentimientos de paz y justicia, depositamos en este Panteón Nacional de los Héroes las palabras de nuestra indeclinable fe en el porvenir del PARAGUAY ETERNO.

 

Batalla de Yatay (1865)






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