La bolsita lo ha elevado, suspendido en una atmósfera celeste,
lo ha llevado al cielo. Pero una mano aún se aferra a la realidad,
que ha quedado abajo./ ABC Color
Autorretrato
PROYECTO CITÉ DES ARTS-PREMIO MATISSE, 2014
Pinturas de FIDEL FERNÁNDEZ
Quiero agradecer a la Embajada de Francia en Paraguay, a la Alianza Francesa de Asunción y a la Asociación Gente de Arte, quienes organizan anualmente el Premio Henri Matisse. También al Instituto Francés por toda la ayuda. Un agradecimiento especial a la Delegación Permanente de la República del Paraguay ante la UNESCO por la organización del evento. También agregar un NA´APE simbólico a la EMBAJADA PARAGUAYA EN FRANCIA (quienes ante la posibilidad de una exposición en dicha embajada alegaron que no podían, porque su misión era mostrar lo "positivo" del país). Gracias a todos por sus deseos.
FERNÁNDEZ Y LOS INVISIBLES
Por MONTSERRAT ÁLVAREZ
Al pintor Fidel Fernández, seleccionado para un programa de residencia artística de tres meses para este año, 2014, en la Cité Internationale des Arts, de París, donde ahora está, se le ocurrió (personalmente, no logro imaginar los motivos) exponer sus cuadros en la sede de la Embajada paraguaya en esa ciudad.
No ha podido, es la noticia de estos días, porque, alegaron nuestros representantes diplomáticos en Francia al rechazarlo, su obra no muestra «lo positivo» de este país –algo que ellos parecen creer que es su misión, por cierto–. Por qué a un pintor como Fernández, empeñado, hasta donde yo sé, en poner de manifiesto lo que esta sociedad soslaya, sataniza, pisotea y desprecia, le puede apetecer colgar sus cuadros en los muros de una embajada, o meramente entrar en ella, como dije ya, no consigo imaginarlo; pero quizá yo esté generalizando –es decir, que solo porque tamañas cosas no podrían apetecerme a mí jamas, ya me es inconcebible que no sean horribles para otros–, pero el efecto es delicioso: hace visible el afán de hacer invisibles las pinturas del pintor de los invisibles. Y, he aquí lo realmente monstruoso (aunque en general hasta ahora no he visto que nadie lo perciba realmente así), a sus modelos. No puedo afirmar, en rigor, que lograr este curioso y circular efecto de énfasis haya sido el propósito inconsciente u oculto del pintor, pero al menos sí puedo imaginarlo, y, por ende, cumplir mi deseo de que haya sido así al imaginarlo. Lo imaginario puede guardar a veces un tipo de secreta verdad más poderosa que la verdad de los hechos (T. E. Lawrence, «Lawrence de Arabia», dijo que existen dos tipos de personas, «las que sueñan dormidas, de noche, y las que sueñan despiertas y de día; estas son peligrosas, porque no se detienen hasta que sus sueños se vuelven reales»). Del caso de Fidel Fernández, y del arte, de la censura, de la indiferencia y del peligro, trata el siguiente breve y necesario artículo de Christian Kent.
Suplemento Cultural del diario ABC COLOR
Publicado en fecha: 3 de Agosto del 2014
Y QUE NO SE NOTE POBREZA
Por CHRISTIAN KENT
El arte devuelve la atención a elementos y aspectos de la realidad que han sido reducidos a lo invisible por la fuerza de la costumbre, o de la ideología, o de la indiferencia. No solo devuelve, sino que además renueva la mirada, (des) o (re) contextualizándola, obligando al lector a construir nuevas lecturas de este o aquel fragmento de su realidad que le había pasado desapercibido. Los formalistas rusos hablaban de distanciamiento, o extrañamiento, de volver a mirar con otros ojos lo familiar y de pronto encontrarlo sorprendente, distante, extraño; pero, sobre todo, vivo.
En la obra de Fernández, el mitã’i nos lleva a su ecosistema etéreo y alucinógeno,
y no nos queda otra que preguntarnos qué pensará,
qué estará sintiendo, cómo será el viaje./ ABC Color
La última noticia aquí desde el medioevo es que la obra de Fidel Fernández, ganadora del Premio Matisse, fue rechazada por la Embajada de Paraguay en Francia por «no mostrar lo positivo del país». («No hay peor ciego que el que no quiere ver», dice el refrán.)
La obra, que está orbitando en las redes sociales, acompañada de numerosos mensajes de indignación o de apoyo al autor, muestra a un mitã’i respirando en una bolsa lo que cualquier espectador mínimamente enterado de la realidad supondría fana o cola de zapatero. La bolsita lo ha elevado, suspendido en una atmósfera celeste, lo ha llevado al cielo. Sin embargo, la mano que no sostiene la bolsa parece querer aferrarse –con una tensión angustiante– a la realidad que ha quedado abajo. El niño tiene los ojos cerrados y está al parecer envuelto en una batalla psíquica entre una vigilia miserable y las nubes de la evasión, el ensueño.
Como sea que uno lo interprete, Fidel Fernández detiene nuestra mirada sobre un personaje de nuestra sociedad, el niño adicto, y nos obliga a considerar sus posibilidades humanas y psicológicas. Lo hemos visto al costado de las calles, bajo los puentes, pidiendo monedas en la ventana de los autos con los ojos rojos y desorbitados, pero a la vez no lo hemos visto sino como una realidad automatizada y desprovista ya de su humanidad, como ese sillón que hemos dejado de ver porque está siempre en el mismo lugar todos los días. ¿Qué pasaría si subiéramos el sillón al techo? En la obra de Fernández, el mitã’i nos traslada a su mundo, a su ecosistema etéreo y alucinógeno, donde no nos queda otra que preguntarnos qué pensará, qué estará sintiendo, cómo será el viaje.
Sin embargo, la Honorable Embajada de Paraguay en Francia encuentra que todo este asunto es «negativo». Cabe preguntarse: ¿Qué es lo negativo? ¿Es negativa la existencia en sí del niño adicto, o es negativa la reproducción artística de su imagen? Censurando la segunda no desaparece la primera. Desaparece quizás de la atención, y en este mismo sentido se fortalece en su invisibilidad, en la indiferencia. Entonces, lo que en verdad es negativo en todo este asunto es la censura promovida por la institución mencionada, porque pretende barrer bajo el tapete todo aquello que ponga en evidencia una realidad existente, y al hacerlo defiende su permanencia. ¡Que todo siga como es y que no se note pobreza!
«Este es un país peligroso», suele decir una amiga escritora. Donde uno puede ir a la cárcel porque alguien con holgado traje de poeta y grandes apellidos ejerce funciones inquisitoriales. Donde uno puede ser censurado porque se ha detenido a mirar lo feo, lo monstruoso, lo indebido, lo negativo.
Pienso ahora en la típica pintura paraguaya. La casita con techo de paja al final de un sendero de tierra, bajo la sombra de un lapacho, y, en la distancia del paisaje, un puntito, una mancha de pintura; es el campesino, cosechando algodón. Nadie se preguntará que siente el puntito, ni cuáles serán los matices de su vida en los campos de algodón: sus pasiones, sus miserias, las heridas en sus manos. En nuestro país/estancia, la noción general que existe de una obra de arte se vincula con la delectación burguesa («La marquesa tomó su té a las 5», decía Valery), traducida al color local del algodonero idílico en su eterna quietud, en el más desesperante vacío psicológico.
Suplemento Cultural del diario ABC COLOR
Publicado en fecha: 3 de Agosto del 2014
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