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Fidel Fernández

  CORRUPCIÓN POLÍTICA: LARGA VIDA A PERURIMÁ - Por JOSÉ MANUEL SILVERO ARÉVALOS - Domingo, 21 de Agosto de 2022


CORRUPCIÓN POLÍTICA: LARGA VIDA A PERURIMÁ - Por JOSÉ MANUEL SILVERO ARÉVALOS - Domingo, 21 de Agosto de 2022

CORRUPCIÓN POLÍTICA: LARGA VIDA A PERURIMÁ

 

Por JOSÉ MANUEL SILVERO ARÉVALOS

 

 

 

Fidel Fernández, "Dedo índice", 2012. Óleo sobre lienzo. Colección privada. Cortesía

 

Personalmente, debo decir que en todas las transacciones que realicé con paraguayos —por supuesto, no más de una docena— invariablemente me engañaron o robaron y que con toda franqueza, probaron estar casi a la par que los hindúes. Ni siquiera el terrible Mariscal Presidente está a salvo de sus bribonadas.
Richard Burton (cónsul, explorador, lingüista y escritor británico)

Una breve aproximación

La corrupción en el Paraguay tiene “historia” (Martini y Yore, 1998; Miranda, 2000; Pangrazio, 2001; Albisu, 2016). Ella ha forjado toda una “tradición” que a su vez alberga líneas, escuelas y, por supuesto, referentes indiscutibles. Igualmente, se ha instalado en el imaginario colectivo de una manera muy curiosa [1]. Así, recorriendo las calles de ciudades y pueblos del Paraguay, los actos corruptos imprimen sus marcas y de esa manera se resiste a tan siquiera menguar su poder de destrucción. Aquí nos proponemos analizar en qué medida la “idea” y la “acción” se vehiculizan y petrifican en la cotidianeidad, al punto de erigirse en tradición.

Algunos teóricos coinciden en que la corrupción es una forma precisa de degeneración, entendida como “incapacidad” para proyectarse y obrar bajo un sentimiento común donde  las normas y ciertos principios pactados exigen compromisos y acciones razonablemente éticas y desinteresadas para beneficio del bienestar común. No obstante, la acción del corrupto podría estar basada en

“una elección racional cuya raíz se conecta con la búsqueda de intereses propios y egoístas […] en una economía de mercado competitivo. Dicho de otra forma, el individuo corrupto busca conscientemente serlo, después de efectuar un análisis de coste-beneficios” (Fernández, 1999, pp. 29 y ss).

Entonces, si asumimos el Estado como una sociedad jurídicamente organizada, la corrupción podría catalogarse como

“producto de una deficiencia organizacional, pues en la aproximación racional a la burocracia y a las organizaciones, la corrupción no es más que la muestra de una patología organizacional. Los individuos, en vez de preocuparse por los objetivos de la organización, lo hacen de una forma egoísta por su propio interés” (Fernández, 1999, p. 29).

Es fácil notar que muchos paraguayos asumen la idea de Estado como una abstracción muy lejana y de difícil concreción. Los miembros del gabinete, los tendota [2] y los karai poguasu [3] serán la encarnación [4] del Estado. Es decir, Estado para el paraguayo es igual a gobierno y este al presidente; entonces, el Estado paraguayo es el tendota.

Es interesante ver de qué manera se compone tendota y luego observar su significado: Tenonde ohóva ha ombota yvyra puku ha ohechaúka tape.

Ten__d__o____________ ta

Tendota, entonces, es el que va a la cabeza del grupo y porta el bastón de mando; con él golpea el terreno y muestra a los suyos el camino hacia la “tierra prometida”.

El pensador Saro Vera (1994) sospecha que al paraguayo le cuesta insertarse dentro de la macro-comunidad. Por lo tanto, la idea de nación sobrepasa su posibilidad psíquica de inserción.

“Ni siquiera se inserta en la ciudad o pueblo. Por eso solamente el bien común de la familia le resulta comprensible, o sea el conjunto de intereses al que todos los miembros tienen derecho conforme a una escala de posiciones privilegiadas por la relación de parentesco. Así, el vecindario mismo, que sería una mini-comunidad, no goza de un bien común propio superior al de las familias. En consecuencia, el paraguayo no hará nada en provecho del vecindario, que para él sería un conjunto de familias yuxtapuestas con sus respectivos intereses y derechos. Una familia no tiene por qué beneficiarse con el sudor de otra familia. Su actitud llegará a lo absurdo, por ejemplo, nadie se pondrá a arreglar un camino en mal estado porque alguien usufructuará gratuitamente el fruto de trabajo […]. El paraguayo se consideraría tonto si otro se aprovecha de su sacrificio, y el tonto es ridículo. No importa que él mismo sufra las consecuencias. Sin embargo, la cosa cambiaría si apareciera un líder o tendota. El paraguayo considera que el bien común es de incumbencia de la autoridad” (Vera, 1994, p. 64).

La corrupción y el clima cultural

Está demostrado que las oportunidades de corrupción son altas cuando existe un espacio o un clima cultural que las favorece, o cuando los políticos, con sus grupos de interés, y los legisladores coinciden en un objetivo común. De esta forma los grupos de interés y los que se hallan en el poder, hacen daño (a través de procesos corruptos) generalmente al ciudadano corriente [5].

Entendemos por “clima cultural” el conjunto de factores socioantropológicos que propician el actuar del paraguayo con respecto a la corrupción. En ese sentido, un elemento clave sería la oralidad reinante en la cultura paraguaya. Este aspecto tiene su importancia y relevancia con respecto a la conducta corrupta, pues la comunicación interpersonal y social por medio de la palabra viva o palabra hablada se antepone a las normas, códigos y toda la tradición “letrada” (Brítez y Morínigo, 2004; Roa Bastos, 1987).

“Los hombres se comunican directamente. Transmiten sus ideas, sentimientos y noticias de persona a persona a la comunidad reunida en determinados acontecimientos. El jefe no lee para imponer reglas, directamente dicta” (Vera, 1994, p. 27).

“Por medio de la palabra hablada, los grupos o, en este caso, la sociedad, transmite de generación en generación creencias, actitudes, valores, expectativas. Cuando dichas creencias, actitudes son compartidas por amplio grupo de personas y transmitidas de una generación a otras podemos hablar de un proceso colectivo, o memoria colectiva” (Fernández, 1999, p. 140).

En el Paraguay, la memoria colectiva está muy marcada por la corrupción, de tal forma que la moral instaurada responde exactamente a los cánones de una cultura pre-estatal. La valoración o autoestima de una familia inserta dentro del Estado, es apreciada según el grado de “virtuosidad” que demuestran los miembros a la hora de actuar corruptamente. Es decir, en el Paraguay, el corrupto no es un degradado moral; al contrario, se le considera una persona lista, que ha sabido aprovechar el momento para beneficiarse él y su grupo. La oralidad del paraguayo representado por el idioma guaraní nos muestra claramente la cuestión referida. Veamos algunos ejemplos.

Ojapo porã, ho’u a tiempo (Ha hecho bien, comió a tiempo). Esta expresión común de los guaraníes hablantes se refiere al funcionario, autoridad electa, etc., que en ejercicio de sus funciones robó para asegurar el bienestar de su familia. Nótese que en la traducción aparece la expresión “comió”, esto nos ayuda a entender que dentro de la cultura guaraní (nos referimos ahora a los aborígenes y no al idioma) no existía la concepción de la propiedad privada, razón por la cual cuando un aborigen, al sentir hambre, podía sin ningún inconveniente comer del huerto vecino. La cosa privada se confundía con la pública que, por cierto, estaba a disposición de todos. Pero debemos aclarar que ocurría solamente en caso de necesidad extrema.

Es llamativa que en la actualidad la mentalidad de comer la cosa pública, sea un arte de larga data, muy depurado y estilizado [6]. Veamos ahora otra expresión que demuestra a las claras el sentido de lealtad.

Ehejána to’u pero to’ukuaa ha to’ukána lo mitãme avei (Déjale que coma, pero que sepa hacerlo y que le invite a los demás también). Esta actitud de alguna manera ayudaría a tapar el mal de aprovecharse de la cosa pública, es impensable en el Paraguay cualquier acto de corrupción sin la presencia de toda una “rosca”. Con esta expresión se puede entender la corrupción como sistema. Pareciera que, al hacer partícipe a otros en el entramado del hurto, el delito (si es que puede llamarse así) es compartido y el mal se diluye al participar varios en el acto. Además, el hecho de comer con los más allegados demuestra el grado de lealtad implícito en la misma. Veamos lo que dice al respecto Rorty:

“Compartir la comida con gente empobrecida de la calle es natural y correcto en circunstancias normales, pero quizá no en medio de una hambruna en la que hacerlo supusiera deslealtad con la propia familia. Según las cosas se ponen más feas, los lazos de la lealtad con los que nos son cercanos se estrechan, mientras los que nos unen con los lejanos se relajan” (Rorty, 1998, pp. 106 y ss).

Otra sentencia que nos ayudaría a echar un poco de luz, es la siguiente: Ndoaprovechái la ijoportunida, ivýro, mboriahurãntema péva. (Desaprovechó la oportunidad que tuvo, es un tonto, será siempre pobre).

El aprovechar la oportunidad es un tema importantísimo en la dinámica del corrupto, por eso es muy frecuente ver en el país a los ricos pyahu (nuevos ricos) que aprovecharon gracias a su gran capacidad para “comer”. Los que perdieron su oportunidad ocupando algún cargo público y lo desaprovecharon son los výro (tontos). Es notoria y llama la atención el hecho de que el grupo social recrimine al honesto su falta de capacidad para corromperse.

Otro detalle es el mote otorgado a los corruptos: manguruju. El manguruju es un pez de considerable tamaño cuyo apetito insaciable lo convierte en un devorador implacable de los ríos del Paraguay. De nuevo encontramos el elemento que gira en torno a la corrupción: “la comida, el acto de comer, engullir, devorar”.

Para pintar de una manera mucho más realista, basta con interpretar el saludo del paraguayo. Recurrimos a un ejemplo típico: Eikoporã che ra’a; nde kyra guasu (vives bien; estás gordo). La gordura o, en todo caso, el estómago “un poco abultado”, es sinónimo de “buena vida” y esto no es otra cosa que la posibilidad de comer bien.

Ahora bien, con respecto a la moral, ya dijimos que “ser corrupto” no significa nada grave en la sociedad paraguaya, los grandes señores puede que sean corruptos, por eso es bueno aspirar a ser como ellos, la cultura oral ha permitido memorizar y vehicular de generación en generación las bondades y beneficios del accionar corrupto. Las grandes fiestas ofrecidas por los karai poguasu a sus allegados, podríamos considerarlas como reflejo de “comilona” al más puro estilo tribal; la carne y la bebida, símbolos de opulencia, también podrían servir como bálsamo que cura las penurias del gran pueblo sufrido; estas fastuosidades pervivirán en la mentalidad popular como símbolo de generosidad por parte del “gran proveedor”. Nótese que la mano de la autoridad es más grande que la del ciudadano común.

Marvin Harris (1991) cuenta que Douglas Oliver realizó un estudio antropológico clásico sobre el gran hombre entre los siuais, un pueblo del nivel de aldea que vive en la isla de Bougainville, una de las islas Salomón, situadas en el Pacífico Sur.

En el idioma siuai, el “gran hombre” se denominaba mumi. La mayor aspiración de todo muchacho siuai era convertirse en mumi. Empezaba casándose, trabajando muy duramente y limitando su consumo de carne y nueces de coco. Su esposa y sus padres, impresionados por la seriedad de sus intenciones, se comprometían a ayudarle en la preparación de su primer festín. El círculo de sus partidarios se iba ampliando rápidamente, y el aspirante a mumi empezaba a construir un local donde sus seguidores de sexo masculino pudieran entretener sus ratos de ocio y donde pudiera recibir y agasajar a los invitados. Luego daba una fiesta de inauguración del club y, si esta constituía un éxito, crecía el círculo de personas dispuestas a colaborar con él y se empezaba a hablar de él como de un mumi. La organización de festines cada vez más aparatosos significaba que crecían las exigencias impuestas por el mumi a sus partidarios. Estos, aunque se quejaban de lo duro que les hacía trabajar, le seguían siendo fieles mientras continuara manteniendo o acrecentando su renombre como “gran abastecedor” (Harris, 1991, p. 199).

La comida es un aliciente del prestigio [7] y de la fama. Es verdad que entre el mumi y el karai poguasu hay puntos en común, la comida y el prestigio, pero se distancian a la hora de la repartija. La oralidad, el recuerdo de grandes fastos, la mano generosa que reparte comida, todo esto contribuye a que esas “noticias” y “acontecimientos”, producto de actos corruptos, se instalen en la memoria colectiva motivando a los que observan deseosos de ser partícipes en la carrera de ser corrupto.

En el Paraguay, la conciencia determinada por una memoria colectiva y la actitud hacia la cosa pública podrían resumirse en la siguiente frase: “Denme una oportunidad y seré más corrupto que todos ustedes”. La corrupción hiere vivamente la imaginación popular y la daña más, digámoslo de forma clara, en las personas que tienen menos posibilidades de corromperse y estarían dispuestas a hacerlo.

Perurimá

Por todo lo expuesto, cabría conjeturar sobre la existencia de un modelo o arquetipo que “guía” al paraguayo en su transitar cacoético. Entonces, partiendo de esta idea, la imagen de Perurimá (Domínguez, 1969; Ayala, 1975; Moliniers, 1987; De Guarania, 2005; Meza, 2007) resulta ser reveladora, pues supondría un linaje, modelo o idea suprema a imitar. Este personaje popular, sincrético, es vehiculizado por la fuerza de la oralidad, recreándose en cada situación, alojado en las complejas hendiduras de la conciencia colectiva.

Sabemos que su identidad se pierde y se diluye en el tiempo, se encarna y renace en cada acción deshonesta y adquiere un rostro con los corruptos de ocasión. Pariente lejano de Pedro de Urdemales [8]. Los casos (cuentos) de Perurimá serían entonces como “calmantes” o “pequeños bálsamos” que intentarían apaciguar la furia y el descontento de una colectividad abandonada a su suerte, pero que no ha perdido la esperanza de encontrar en la corrupción un anclaje seguro, vital y de redención. Así, emulando los pasos de un Perurimá astuto, todo aquel que quisiera podría lograr también ser corrupto, sin importar las condiciones sociales.

“El pícaro es el resultado de la combinación de un estoico con un cínico, escuelas más emparentadas de lo que parece, opuesto que, como es sabido, el estoicismo no es sino una derivación del cinismo, y Zenón de Citio, fundador de aquel, fue discípulo de Crates, el cínico. El estoico es impasible; el pícaro, también, porque no gime ni se altera por las desventuras, profesando la paciencia y la confianza en el destino; el pícaro, como el estoico, desprecia las especulaciones demasiado abstractas y el inclinado a moralizar sobre las experiencias de la vida; el pícaro, como el cínico, es autónomo, individualista, desprecia las leyes del Estado y no atiende sino a su particular provecho; el pudor le es ajeno y tiene a gala el naturalismo en su hablar y en su proceder” (Alarcón, 1999, p. 11 y ss).

 

Fidel Fernández, La esCaléra del poder, 2017. Óleo sobre lienzo. Colección privada. Cortesía

 

Características de Perurimá

Perurimá fascina con su porte de ácrata, ridículo, zafado y siempre listo para engañar y defraudar. Engendra en las mentes de miles de paraguayos la posibilidad de ponerse más allá del bien y del mal. Este personaje folcrórico pinta a cabalidad la esencia de aquellas intenciones muchas veces disimulada. Por ello, a partir de Perurimá, se podría entender una serie de actitudes y comportamientos corruptos que en más de una ocasión han sido percibidas como grandes hazañas dignas de imitar. La imagen del “hombre exitoso” es muy apreciada en la sociedad paraguaya, no en vano el famoso avápe jahodéta (a quién le vamos a joder [9]) forma parte del saludo cotidiano. Perurimá sabe cómo hacer mal las cosas para que le vaya bien. Perurimá hace de la malicia un poema sinfónico; por eso, las grandes conversaciones giran en torno a penurias de algún prójimo, víctima de Perurimá.

Perurimá no acepta normas claras de convivencia, él actúa según las circunstancias y siempre quiere el mayor beneficio para su persona. Podemos aventurarnos y decir que Perurimá representa a los más desprotegidos quienes proceden cacoéticamente y así tratan de saldar cuentas con la clase más pudiente, monopolizadora y celosa de los privilegios, producto de décadas de corrupción y conducta sombría.

Entonces, ¿podemos recurrir a las manías de Perurimá a fin de sentirnos aliviados o despojados de ciertos complejos o necesidades?

El aforismo 46 de El Caminante y su sombra dice así:

“El alma debe disponer también de cloacas donde verter sus basuras. Para ese fin, pueden servir muchas cosas; personas, relaciones, clases sociales, tal vez la patria e incluso el mundo, y, por último, para los más orgullosos (es decir, para nuestros buenos ‘pesimistas’ modernos), el buen Dios” [10] (Nietszche, 1999, p. 64).

Una postura más optimista es la que sostiene el gran poeta Rudy Torga en el prólogo al libro de Moliniers:

“Peru Rima (sic) supera en inteligencia a los demás hermanos. Es el paraguayo que ya interpreta la realidad con espíritu crítico. Interviene en su proceso de transformación. No tiene miedo a enfrentarse al que detenta el poder económico, el poder político y el poder ideológico. Reacciona contra la injusticia. Tiene una postura casi anticlerical, pero es cristiano. Sería eso que en nuestros días se proclaman ‘cristianos comprometidos’. En cada acto que realiza se juega la vida. Todas sus ‘hazañas’ son el resultado de su valentía. Pero su lucha no realiza por medio de la violencia, sino por medio de la dialéctica del ‘razonamiento’. Él es un ser pensante cuya visión de la realidad y de la condición humana, supera a la de sus enemigos de circunstancia. El rey, el comisario y el cura son sus víctimas favoritas. Estos personajes, oprimidos por la ambición, no escuchan la voz de su conciencia ni la de su prójimo. Son seres deshumanizados y despersonalizados. Utilizan su investidura para dominar y explotar. Peru Rima se enfrenta a ellos. Pero cada situación especial es una lección que nos hace pensar en la debilidad de los poderosos. Especialmente la ambición por la riqueza, el abuso del poder y la búsqueda del placer ilícito. Peru Rima es un héroe de la justicia. No está contra la ley de la sociedad, sino contra su incumplimiento o su mala aplicación. Peru Rima está contra la maldad premeditada. Él practica el mal, pero solamente contra aquellos que hicieron del mal una manera de vivir. Excepcionalmente, desciende al terreno de la gente humilde. Nunca está quieto. Vive cada día ‘lleno de latidos’ como dice la Biblia. Prototipo del paraguayo proteico. Es el paraguayo inteligente que se ingenia para sobrevivir en un medio hostil a la vida racional” (Moliniers, 1987, p. 7 y ss.).

 

Fidel Fernández, Cadena alimentaria, 2018. Óleo sobre lienzo. Colección privada. Cortesía

 

A manera de conclusión

Del lado más pícaro de nuestra forma de ser, los paraguayos podemos rescatar la fuerza y la astucia [11] que hemos desarrollado para intentar solucionar las situaciones conflictivas y las muchas solicitaciones de la vida. Sin embargo, la inventiva en el proceder de Perurimá que, a todas luces, vive y pervive en todos los estratos sociales, es no solamente una imaginación que se delinea “inextinguible y soberana”, si no también un modelo en extremo dañino para la vida de una república que se busca. Todo aquello que se alaba y reconoce con la fuerza legitimadora de una figura folclórica apreciada, debe ser superado y reconsiderado. Los actos corruptos no se extinguen con la entronización de leyes, normas y demás estrategias legales.

La legitimidad, esto es, la reflexión y la crítica, probablemente sean herramientas muy olvidadas en el combate a la corrupción. La astucia y el arrojo de Perurimá no tienen límites. Si este personaje tiene la virtud de moverse entre el ámbito terrenal y el celestial, ¿por qué seguir asociándolo únicamente con actos deshonestos y corruptos? Así, la figura “pecadora” de Perurimá debería ser revertida a fuerza de una “transposición” o conversión epistemológica. Este habitante de un mundo de ladrones, mentirosos, deshonestos y egoístas, que, sin embargo, sabe que es merecedor de castigos, pero que “sobrevive” a cualquier penitencia, puede ser reconsiderado a la luz de los valores propios de un Estado Social de Derecho que garantice plena y totalmente su cometido.

 

Notas

[1] “El primer museo virtual de la corrupción, abierto en Paraguay” en El Mundo. 10/12/2014.

[2] “La última jornada del Tendota” en Última Hora, 15/08/2008.

[3] Karai po guasu: El señor de mano generosa. El gran proveedor. El importante.

[4] “Una declaración presidencial que crea suspicacias”, en ABC color, 09/09/2005.

[5] “La gran pandemia a vencer en el Paraguay es la corrupción” en Última Hora, 30/04/2020.

[6] “Paraguay, entre los peores para combatir la corrupción” en Abc Color. 15/06/2020. “Paraguay, una elogiada gestión sanitaria empañada por la sombra de la corrupción” en EFE.

[7] “Calé ostenta por su cumple” en Abc Color, 02/12/2017.

[8] Sobre la figura de Pedro Urdemales hay suficiente bibliografía: Anónimo. Historia de Pedro de Urdemales. Yungai (1885); Laval, Ramón. Cuento de Pedro Urdemales (1925); Pérez, Floridor. Recopilación de “Cuentos de Pedro Urdemales”, (1975); Morgante, María Gabriela. “Tejiendo la historia: reflexiones acerca del ciclo mítico de Pedro Urdimal en la puna jujeña”, en Revista de Investigaciones Folclóricas, Vol. 16, Diciembre de 2001. Buenos Aires, pp. 48-56; Roldán, Gustavo. Cuentos de Pedro Urdemales (2000).

[9] “Joder” en Paraguay connota engaño, no confundir con el “joder” de los españoles.

[10] Nietzsche, Friedrich. El caminante y su sombra. Madrid: Edimat. 1999. p. 64.

[11] Omano rire Perurimá
Omano Perurimá ha oho yvágape, orresivi chupe Ñandejára.
Mba’eiko Peru —he’i— maerãíko reju ápe, ndéko infiérnope rehóta.
Oho Peru ha ojuhu tape yképe vaka ratî jepoka ha ogueraha Satanáme.
Chembo’u Ñandejára —he’i chupe— ko vaka ratînguépe poikutupaitéta.
Satanáme ra’evetépe oikutu. Ohecha upéva ambue añakuéra ha oñanimba hikuái.
Upéramõ omosê chupe Satana infiérnogui. Oho jey Peru Ñandejára rendápe.
Maéstro, —he’i chupe— ndachepotái Satana, chembou jey.
Chembotavy hína nde Peru, jaháta chendive. Oho jey añaretãme Ñandejára ndivei. Peru ohupi ivaka ratî, Ñandejára atukupéguio ñemiháme ha ogueraha péicha infierno peve. Ñandejára oguahê tenonde ha Peru katu ohupi ivaka ratî.
Rehechápa, Ñandejéra, he’i Peru, ndachepotái hikuái. Upéicha Ñandejára ogueraha chupe por castigo oipapauka yvyku’i ra’yi yguasu rembe’ýpe.
Ha upépe opa.

Después de la muerte de Perurimá
Perurimá muere y se encuentra en el Edén, ahí le recibe Dios.
Dios le reclama: -¿A qué has venido, Perurimá? Vos te vas al infierno.
Perurimá se va hacia el infierno y por el camino encuentra un cuerno torcido de vaca y lleva con él.
Perurimá al encontrarse con Satanás le dice: -Me manda Dios y me dijo que con este cuerno de vaca les hiera a todos ustedes.
Empieza hiriendo a Satanás, al ver esto los demás diablos empiezan a correr asustados. Satanás enojado expulsa a Perurimá del infierno. Entonces, se dirige de nuevo al Edén.
-Maestro -le dice Perurimá-, Satanás no me acepta, me envió de nuevo.
Dios le contesta: -Me estás mintiendo Peru, vas a venir conmigo, yo te voy a llevar.
Los dos se dirigen hacia el infierno. Perurimá alza su cuerno a escondidas de Dios y lleva consigo así hasta el infierno. Nada más al llegar vuelve a mostrar su cuerno a los diablos, estos se asustan y vuelven a correr. Perurimá le dice a Dios: ¿has visto, Dios? No me quieren aquí.
Por eso Dios le asignó un castigo ejemplar: contar cada grano de arena de una inmensa playa. Fin.

 

Nota de edición: Este artículo, bajo el título “Larga vida a Perurimá”, fue originalmente publicado en Corrupción política: Repensando un mal social, de Miguel Ángel Polo Santillán (compilador). Fondo Editorial de la Universidad Autónoma de Huanta, 2021. Las referencias bibliográficas que aparecen en él están albergadas en este enlace. Las imágenes que acompañan este artículo reproducen obras de Fidel Fernández.

 

José Manuel Silvero Arévalos es docente investigador de tiempo completo en la Dirección General de Investigación Científica y Tecnológica de la Universidad Nacional de Asunción. jmsilverouna@gmail.com

* Fidel Fernández (San Juan Bautista del Ñeembucú, 1984). Pintor y escultor autodidacta. Sus obras remiten a hechos cotidianos de contenido social-político, representados de forma satírica.


 

Fuente: www.elnacional.com.py

Sección CULTURA

Domingo, 21 de Agosto de 2022

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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