LA GUERRA CIVIL DE 1922
Por RICARDO CABALLERO AQUINO
COLECCIÓN GUERRAS Y VIOLENCIA POLÍTICA EN EL PARAGUAY
NÚMERO 10
© El Lector (de esta edición)
Director Editorial: Pablo León Burián
Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina
Director de la Colección: Herib Caballero Campos
Diseño de Tapa y Diagramación: Jorge Miranda Estigarribia
Corrección: Rodolfo Insaurralde
I.S.B.N. 978-99953-1-338-8
Hecho el depósito que marca la Ley 1328/98
Esta edición consta de 15 mil ejemplares
Asunción – Paraguay
Febrero 2013 (114 páginas)
CONTENIDO
Prólogo
Introducción
Los liberales y los cuartelazos
Gobierno progresista
Capítulo I
En la duda, renuncia
El veto de la discordia
Dictadura militar, de nuevo
Capítulo II
La Capital inerme
El 9 de junio
El contra ataque
Ypacaraí estratégica
Rumbo a la victoria
Paraguarí desguarnecida
La gran batalla de Itapé
Capítulo III
Cuartel General en Villarrica
Oficiales, caballeros y contrabando
Primera batalla aérea en Sudamérica
La madre de las batallas
Kaí Puente
Epílogo del gran encuentro
Capítulo IV
Chirife suelto
Cae Villarrica, dos veces
Ayala por Ayala
Triunvirato tramposo
El canto de cisne de Gondra
Capítulo V
La Escalinata, Mangrullo, el Río
En los umbrales de la victoria y la derrota
E ja'ó colorado pe
La crucecita y la encrucijada de los milagros
Cirilo Duarte
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
EL AUTOR
El coronel Adolfo V. Chirife, jefe de la sublevación, era uno de los jefes militares
de mayor experiencia y capacidad.
PRÓLOGO
LA GUERRA CIVIL DE 1922 es un aporte bibliográfico relevante en el cual se analizan desde sus orígenes el conflicto armado más prolongado del siglo XX en el Paraguay, que tuvo importantes consecuencias tanto a nivel político, militar y social.
El doctor Ricardo Caballero Aquino, reconocido intelectual y conocedor del denominado período liberal despliega sus análisis sobre una de las crisis políticas más profundas que tuvo la República en la primera mitad del siglo XX.
El autor presenta todos las causas del conflicto político que desembocó en la Guerra Civil de 1922, y se produjo en octubre de 1921, a instancias del líder liberal Eduardo Schaerer, quien pretendía acceder nuevamente a la Presidencia de la República, sumado a otros intereses que finalmente provocaron la renuncia del presidente Manuel Gondra -por segunda vez- y del vicepresidente Félix Paiva.
La obra va develando la trama que se fue desarrollando en los meses posteriores bajo la presidencia Provisoria de Eusebio Ayala, quien no contaba con la mayoría en el Congreso y tuvo que enfrentarse con los sectores de su propio partido opuestos a su gobierno en connivencia con los parlamentarios del opositor Partido Colorado, quienes se enfrentaron directamente al Ejecutivo, y lograron finalmente que la mayor parte del ejército paraguayo se rebele en contra del Presidente de la República invocando la defensa de la Constitución.
El libro describe las diversas batallas que se desarrollaron en una primera etapa entre dos ejércitos regulares a lo largo de la vía férrea que entonces representaba el principal medio transporte entre la capital y el interior de la República, y en torno a la cual se concentraba la mayor parte de la población.
El autor describe con gran solvencia los combates de Asunción, Itapé, Kaí Puente y otros, al igual que la primera batalla aérea en Sudamérica, que se libró durante esta contienda civil, explicando las razones de la superioridad del ejército gubernista a pesar de no contar con la minoría de los oficiales que entonces conformaban las fuerzas armadas paraguayas.
Así mismo se describe la última etapa del conflicto, en el cual las fuerzas insurgentes utilizaron la Guerra de Guerrillas organizando Montoneras que sembraron el terror en algunas poblaciones y ciudades provocando el rechazo de la población civil a su causa.
Sin dudas, este libro es un aporte muy significativo que compone la Colección Guerras y Violencia Política en el Paraguay, pues la Guerra Civil de 1922, es un conflicto que poco se conoce y requería una obra que brindara una explicación acabada como esta investigación ha realizado.
Herib Caballero Campos
Febrero de 2013
INTRODUCCIÓN
La cruenta Guerra Civil de 1922 estalló a partir de una horrible mezcla entre civiles ambiciosos, militares testarudos, políticos titubeantes y población indiferente. De ella emergieron dos claros villanos: Eduardo Schaerer y el coronel Adolfo Chirife. También fue la fuente primigenia de los dos estadistas más destacados de la historia del Paraguay: Eligio Ayala y Eusebio Ayala; así como del militar leal de mayor proyección futura para una eventual guerra con Bolivia por la posesión del Chaco Boreal, el mayor José Félix Estigarribia.
La insurrección armada se combatió casi exclusivamente a lo largo de las estaciones y vías del Ferrocarril Central del Paraguay entre Asunción y Encarnación. Fue también el bautismo de fuego de la aviación paraguaya y hasta nos dejó un mártir milagrero, el "marinerito" Cirilo Duarte, cuya crucecita milagrosa se convirtió en una imponente Iglesia. Como secuela de dicha "revolución" la clase militar del Paraguay le tomó una perdurable y casi terminal antipatía al triunfante Partido Liberal Radical en cualquiera de sus manifestaciones, sentimiento que se extiende hasta el siglo siguiente. Fue el resultado de la primera subordinación de los cuarteles a la autoridad civil de la historia constitucional paraguaya, que duró exactamente hasta el 17 de febrero de 1936.
Por dos largos años de guerra intestina se interrumpieron las clases, se paralizó el comercio y mermó sustancialmente la actividad productiva, el Congreso casi no sesionó a objeto de obstaculizar al Poder Ejecutivo el logro del acuerdo parlamentario para la sanción del estado de sitio y así impedirle combatir a la sedición con todas las armas de la Constitución.
También fue una memorable conflagración porque si bien en su momento entró a regir el estado de excepción durante el receso de las Cámaras entre setiembre y abril, el gobierno radical respetó los derechos civiles de la población de un modo cercano a la autodestrucción como lo volvería a hacer el 22 y 23 de octubre de 1931, cuando los estudiantes alegremente apedreaban las casas del Presidente y los ministros, y eran arengados contra el gobierno por militares en actividad hasta que trataron de ingresar en manifestación al propio despacho presidencial en el Palacio de López. La anterior eliminación de las rejas protectoras del Palacio resultó deplorable en esa fecha. Irónicamente, quien había ordenado derrumbar el muro protector había sido el presidente Eduardo Schaerer, uno de los agitadores del suicida e inútil sacrificio de los estudiantes de 1931.
LOS LIBERALES Y LOS CUARTELAZOS
Para ser un partido político urbano y civilista, el liberal ha hecho abuso histórico del golpe de Estado como método para dirimir diferencias o acercarse al poder. Para ser un partido liberal, es un tanto incongruente que su fecha más memorable sea la del 18 de octubre de 1891, la segunda "derrota gloriosa" más celebrada entre los paraguayos. Cuando los liberales lograron la victoria en lo más cercano a una revolución verdadera, fue en diciembre de 1904. Sin embargo esta gesta exitosa no tuvo la misma repercusión que el contraste anterior. El romanticismo tiene sus falencias en política pues parece aferrarse y celebrar el fracaso, antítesis de la búsqueda del poder.
A los colorados no les eran desconocidos los golpes militares. De hecho, ellos mismos se encargaron de derrocar a cada presidente civil de su historia por 111 años, entre 1887 y 1998. Pero los prohombres de la Asociación Nacional Republicana recurrían al golpe con una visión de futuro y solo en los años electorales y estrictamente para poder imponer el candidato triunfante del siguiente cuatrienio, en 1894 y 1902. El cuartelazo de Bernardino Caballero de 1880 estuvo fuera del cronograma electoral pero se hizo a la muerte del presidente Cándido Bareiro, para evitar que el Vicepresidente Adolfo Saguier accediera al poder. Nadie elige a un compañero de fórmula pensando que llegará ser necesaria la sucesión, pero las veces que fue menester recurrir al Vicepresidente quedó demostrado la inteligencia de su encumbramiento por mandato constitucional. La doctrina de la vicepresidencia decorativa es profundamente autoritaria. La sucesión ordenada y pacífica de los gobernantes es el gran logro de las democracias. Esto es algo todavía utópico para los regímenes marxistas, tanto en sus variantes hereditarias como en las orquestadas por los Congresos de partido único o en las supervivientes tiranías, al igual que lo fue en las monarquías absolutas del pasado, muchas de cuyas guerras fueron de sucesión.
Si bien los colorados usaron la rebelión armada con la frecuencia necesaria imprescindible, estando en el poder, no abusaron de ella de la manera que los liberales lo hicieron hasta precisamente 1922. Al "Presidente de la Revolución", Benigno Ferreira, los propios liberales lo sacaron violentamente del poder el 2 de julio de 1908, liderados militarmente por el fogoso coronel Albino Jara. Firmaron el Manifiesto Revolucionario grandes figuras civiles liberales que tuvieron que estar plenamente conscientes del error político que cometían, Manuel Gondra, Eusebio Ayala, Adolfo Riquelme, Eduardo Schaerer. El general presidente Ferreira no era muy popular pero tampoco un tirano. Con esperar dos años hasta las próximas elecciones, se lo sacaba de en medio para una eternidad. La ambición y la impaciencia juvenil pudieron más y Ferreira partió al exilio bonaerense donde su última contribución fue un acuerdo cívico con Bernardino Caballero para organizar una revuelta que desalojara del poder a los triunfadores de 1908, los Liberales Radicales aliados al incipiente militarismo caudillista de Jara. El acuerdo nunca se plasmó en batallas.
Manuel Gondra impuso su personalidad y popularidad para ser ungido candidato ganador en las elecciones de 1910. Como casi siempre ocurre, el líder militar de 1908 se creía también candidato potable y como tenía la fuerza, no aceptaba fácilmente la derrota comicial. Al momento de armar su gabinete, el flamante Presidente sabía que un caudillo con ínfulas redentoras como el coronel Jara no le iba a dejar gobernar por lo que pidió asesoramiento a sus colaboradores sobre la mejor manera de sacar de en medio nada menos que al Ministro de Guerra y Marina del saliente gobierno provisional. El consejo fue armarle a Jara una rimbombante misión en tierras lejanas con generosos fondos suficientes hasta para Europa. Jara, histriónico y persuasivo, se arrastró literalmente ante Gondra y entre lágrimas suplicó y consiguió seguir en el gabinete al inaugurarse el nuevo Gobierno el 25 de noviembre de 1910. Cincuenta y cuatro días más tarde, el 17 de enero de 1911, Gondra había presentado renuncia indeclinable al cargo de Presidente porque su Ministro de Guerra no le dejaba gobernar. El Vicepresidente Juan B. Gaona no tuvo muchas opciones tampoco y también renunció. El Congreso, reunido de urgencia le solicitó al Ministro de Guerra y Marina, coronel Albino Jara, ocupar el sillón presidencial. Una vez más, el golpe de Estado había cumplido lo que de él se esperaba. Es muy importante tener aislado al Presidente entrante para darle la libertad de elegir el mejor gabinete posible. Si Jara hubiera tenido que mendigar su permanencia en el gabinete ante un Eligio Ayala o Eduardo Schaerer, de poco le hubiera servido llorar y arrastrarse.
Gondra, tan poco apegado a la presidencia mientras la ejercía, una vez derrocado, inmediatamente organizó una rebelión armada para recuperarla aliándose con los formidables, Adolfo Riquelme y Eduardo Schaerer. El contragolpe en cinco meses desalojó a Jara del despacho. Previamente, en uno de los encuentros militares de montoneras, Riquelme fue tomado prisionero en Bonete y traído a la Villa del Rosario, Departamento de San Pedro, donde fue alevosamente ultimado y su cuerpo hecho desaparecer en marzo de 1911. Jara fue unánimemente culpado de la fechoría por lo que su gobierno tenía los días contados. El Paraguay constitucional no condona asesinatos ni masacres como doctrina. Unos cuantos escándalos más y Jara terminó derrocado solo para intentar volver por medios violentos. Meses de anarquía culminaron con fugaces inquilinos en la presidencia hasta la derrota total con muerte de Albino Jara en Paraguarí, paso previo a la pacificación.
Ante la inhabilitación de Manuel Gondra para ser candidato hasta pasados dos períodos completos posteriores al suyo, Eduardo Schaerer quedó dueño de la situación y se hizo elegir Presidente en 1912, cambiando la fecha de asunción al mando al 15 de agosto. Se convirtió en el primer civil paraguayo en completar su mandato bajo la Constitución de 1870. Soportó una rebelión militar al final de su cuatrienio pero la sofocó aunque estuvo prisionero de los sediciosos por unas horas. Lo que nunca pudo ahogar eran sus ambiciones caudillistas y ni bien entregó el poder al Dr. Manuel Franco en 1916, se puso a maniobrar para retornar a él en cuanto se dieran las circunstancias. El camino era el control absoluto del Partido Radical incluso en conflicto con el Presidente. Ya eran dos los liberales radicales que tenían en la mira volver a ser presidente ni bien se cumpliera el lapso constitucional de ocho años a partir de su primera elección.
Gondra había intentado imponer su candidatura en 1916, pero le recordaron que la Constitución exigía un intervalo que para él fenecía en 1918. Esperó hasta 1920 cuando volvió triunfante a la Presidencia para desazón de Schaerer, quien se aferraba a la dirección del Partido Liberal, entonces ya dividido entre sus partidarios: los sako-mbyky (chaquetas cortas), conservadores y tradicionales; y los sako-pukú (chaquetas largas) el ala juvenil más radical que vestía la usanza europea. Manuel Gondra formó su gabinete con destacadas figuras como el recientemente retornado de Europa Eligio Ayala en Hacienda, el respetado Eusebio Ayala en Relaciones Exteriores, y el carismático José Patricio Guggiari en Interior. Como siempre, Guerra y Marina era candente y la cartera le fue otorgada al coronel Adolfo Chirife, allegado a Schaerer, quien además poseía en el Congreso un número formidable de partidarios.
Para Gondra, la historia debía repetirse, una y otra vez y aun así no terminaba de aprender. El mejor momento para neutralizar aspirantes a caudillos militares es durante la conformación del primer gabinete. No se les otorga poder de fuego soñando que será fácil deponerlos más adelante. Un coronel distinto, pero coronel al fin, era la cruz que en esta versión de su calvario cargaría.
GOBIERNO PROGRESISTA
En palabras de su propio Ministro de Hacienda, Eligio Ayala, el presidente Gondra heredó un "desbarajuste" económico. De vuelta de diez años de intensa preparación intelectual, financiera, económica y filosófica en Europa, Eligio Ayala, mucho más que Gondra y el resto del gabinete, sabía exactamente lo que había que hacer. El estado de las cosas era abismal. Los funcionarios públicos incluyendo los militares hacía medio año que no cobraban sus salarios en el devaluado papel moneda, llamado de curso legal. La bonanza de la I Guerra Mundial para países exportadores de alimentos y que no combatían se había acabado con el armisticio. El comercio se contrajo y arrastró detrás de si a todo el resto de la economía. Los frigoríficos que se habían abierto a instancias de la insaciable contienda europea, cerraron puertas y despidieron obreros.
El siguiente paso era casi automático, sin exportaciones caen las importaciones y con ellas el ingreso fiscal y el circulante. Para mediados de 1920, el BANCO DE ESPAÑA & PARAGUAY y el otrora sólido BANCO MERCANTIL, que era casi una sucursal de la INDUSTRIAL PARAGUAYA S.A. y su comercio de yerba, no pudieron soportar una corrida y cierran sus puertas por iliquidez. A la caída del MERCANTIL, Eligio Ayala, prolífico escritor, caracterizó más tarde como "peor que diez revoluciones". Silenciosa pero eficientemente como era su estilo de actuar, Ayala obró los primeros dos milagros que lo llevarían al altar de la patria como "santo laico", el pago puntual de los salarios de la burocracia estatal incluyendo los en anterior moratoria y, por medio de una rápida ingeniería financiera, la salvación de los bancos concediéndoles empréstitos gubernamentales. Para ellos, el tercer milagro era menester, la fortaleza de la moneda que increíblemente también se logró recomponiendo la confianza del público en ella. Un papel con la firma de un delegado de Eligio Ayala era dinero contante.
Gondra, en la cúspide de su fama de sabio y estadista, informó al Congreso el 1° de abril de 1921 que, tras menos de cinco meses en el gobierno, ya fue capaz de resolver las más angustiantes urgencias de la sociedad para la supervivencia. Todo auguraba un futuro promisorio, con el país en manos de administradores probos y preparados y la sociedad absorta en observar la acción de sus autoridades, quienes además eran aplomados publicistas y no dudaban en comunicarse directamente con la opinión pública escribiendo artículos en periódicos. Nada hacía presagiar tormenta alguna, hasta que el Ministro de Guerra y Marina se molestó con la crítica que el Ejército recibía de parte del Ministro del Interior, Guggiari, y exigió su dimisión. El Presidente ignoró la insolencia del Coronel y ni lo disciplinó a éste ni le puso freno a Guggiari.
Era el aterrizaje de la oportunidad que le hacía perder el sueño a Eduardo Schaerer. El se suma al coro que solicita la salida de Guggiari del gobierno. La injuria del Ministro contra el Coronel tenía una naturaleza distinta. En las elecciones partidarias de setiembre, él ala juvenil de los sako-pukú había derrotado a los sako-mbyky y eso significaba que a futuro, la gran cantidad de adherentes del caudillo tradicional en el Congreso necesariamente iría a disminuir hasta eclipsar su influencia.
CAPITULO I
EN LA DUDA, RENUNCIA
La presión fue en aumento durante octubre de 1921. Gondra pagó un precio alto al no dispensar confianza a sus asesores cercanos. Una tarde, él personalmente apareció en la puerta de la Escuela Militar y fue recibido por el Director, coronel Manlio Schenoni, con quien entabló un curioso diálogo del que fue testigo, el entonces Teniente, Luís Irrazábal. El presidente Gondra quería saber por dónde andaba Chirife, su Ministro de Guerra y Marina, y también si el Director estaba enterado de una rebelión en la Policía, a escasas dos cuadras del lugar donde se encontraban departiendo. Dejó un curioso recado para el coronel Chirife, en caso de que el Director -Schenoni- diera con el desaparecido Ministro: que se presente en el domicilio de Gondra. Era el día 28.
A la noche se confirmó la insurrección del Batallón de Guardia Cárceles -una suerte de policía militarizada-, comandado por desde su fundación por el "ultra-schaererista" Donato Alonso. Los insurgentes se acuartelaron a un costado de la Catedral. Otro tanto ocurrió con la Policía, bajo el mando de Mario Usher. Ambos comandantes era fieles partidarios de Schaerer y pronto informaron que el motín tenía alcance limitado a la remoción del Ministro del Interior, José Patricio Guggiari. En un giro inesperado, al día siguiente (29 de octubre), quien presentaba renuncia indeclinable era el propio Presidente de la República, sorprendiendo a propios y extraños. Había ordenado a Chirife reprimir a los revoltosos. Al actuar éste con renuencia y ante la falta de apoyo de las unidades militares, Gondra le puso fecha a la renuncia escrita que, según las Memorias del coronel Arturo Bray, y en un tono de ironía, siempre llevaba consigo ya firmada. Las miradas giraron hacia Félix Paiva.
El Vicepresidente se movió con displicencia y no se lo notó ansioso por asumir el poder y llenar la acefalia. Luego de ratificar que el Congreso no sería disuelto, un tanto incongruente pues la Constitución no contemplaba esa posibilidad, el Dr. Paiva aseguró que no pudiendo formar Gabinete, se veía en la obligación de presentar también renuncia. Paiva era cuñado del hombre fuerte del momento, Schaerer, ya que ambos estaban casados con dos hermanas Heisecke, y todo indicaba que lo que Schaerer buscaba era la vacancia presidencial definitiva, de modo a que se convoquen a nuevas elecciones, y no iba a encontrar obstáculo en Paiva. Quedaba el Congreso. Éste se reunió en forma extraordinaria el 4 de noviembre de 1921 para encarar la crisis y envió junto a Gondra a una delegación parlamentaria para sondear su actitud respecto de un rechazo del Legislativo a su renuncia. El Presidente fue inflexible; su renuncia era indeclinable. Entonces, por amplia mayoría el Legislativo designó al ciudadano Eusebio Ayala como Presidente Provisional quien aceptó el reto. En abril siguiente, en su Mensaje Anual al Congreso, Ayala mencionó:
"A pesar de la grave crisis política del mes de Octubre pasado, la paz interna y el orden público no fueran alterados V.H. decidirá sobre la convocación del pueblo a los comicios. Es imperiosa la necesidad de constituir un P.E. con un mandato que no sea precario."
La amplia aceptación de Ayala se dio en parte por considerársele cercano a Schaerer y por ende poco inclinado a oponérsele. En un gesto hacia Schaerer, Rogelio Ibarra aceptó el Ministerio del Interior en lugar del cuestionado Guggiari. Para febrero de 1922, el Presidente Provisional realizó una visita al cuartel del Batallón de Guardia Cárceles, en aparente espaldarazo al schaererista Alonso. Para mayo de ese año, firmó un decreto donde le sacó a este batallón su condición policial y lo puso bajo las órdenes del Ministro de Guerra y Marina, militarizándolo totalmente. También esto sonó a Ayala jugando el partido de Schaerer.
La disolución del Batallón de Guardia Cárceles ocurrió en base a un engaño del que fue víctima el flamante jefe de Policía de la Capital, Vicente Rivarola. A este le preguntó un médico amigo la razón por la cual uniformados guardia cárceles bajaban cada madrugada de la Iglesia de la Encarnación donde pasaron la noche en posición de combate. Enfurecido por no ser informado de ello, Rivarola encaró al Presidente Ayala sobre el particular y le presentó su renuncia.
El Presidente no deseando perder a tan valioso subalterno lo tranquilizó ofreciéndole visitar juntos la unidad militar. Rivarola creyó inoportuno e inapropiado arriesgar la investidura presidencial pero aceptó que el Batallón pasase a depender directamente del Ministro de Guerra y Marina. Contento por su actuación decisiva y fulminante, Rivarola volvió a encontrarse con el médico de la denuncia original, quién luego le confesó que se trató de una exageración, que ningún destacamento guardia cárcel bajaba las madrugadas de la citada colina en la que se encontraba la sede eclesiástica. Rivarola anotó en sus Memorias Diplomáticas que la movida subsecuente a la falsa denuncia pudo ser el detonante de toda la insurrección militar entonces todavía germinal.
Antes, Ayala, para demostrar autoridad, sacó a Chirife del Ministerio. No se trató de una magistral jugada de poder porque lo nombró comandante de la unidad militar más poderosa con cuarteles en Paraguarí, sede de la Segunda Región Militar, sobre la vía férrea, a 72 kilómetros de Asunción. O no se animó o no pudo enviar a retiro al coronel sedicioso de octubre, pero en Guerra y Marina colocó a Manuel A. Rojas, coronel de su entera confianza y nada inclinado a la política. El Presidente "precario" actuaba como tal y todo parecía sonreír a Schaerer, el gran caudillo del "destino manifiesto" y el Palacio de López como límite.
EL VETO DE LA DISCORDIA
Siendo Schaerer presidente del Senado, se impuso la convocatoria a elecciones presidenciales para el día 16 de junio de 1922, con la idea de la entrega del mando el siguiente 15 de agosto, gracias a una coalición de conveniencia entre colorados y radicales de su bando. La Cámara de Diputados tomó el proyecto original de la ANR y lo llevó a votación el 19 de mayo de 1922 donde resultó victoriosa la misma coalición del Senado pero por un margen más estrecho: 19 votos contra 15. El Decreto Legislativo del Congreso de la misma fecha expresa:
"Art. 1° Fijase el día 16 de junio próximo para efectuarse las elecciones de electores que deberán designar Presidente y Vicepresidente de la República para completar el XIII período constitucional en cumplimiento del decreto legislativo del día 7 de noviembre del año próximo pasado."
Según el Art. 2°-: "Los colegios electorales deberán reunirse el 30 de julio para elegir el Presidente y el Vicepresidente de la República". Esto le dio al Presidente Ayala la excusa para vetar la ley de elecciones cuyo propósito era sacarlo a él de en medio. Así, el Gobierno, con la firma de la unanimidad de los ministros: Rogelio Ibarra, Interior; Eligio Ayala, Hacienda; Alejandro Arce, Relaciones Exteriores; Elíseo Da Rosa, Justicia, Culto e Instrucción Pública y Manuel A. Rojas, Guerra y Marina, el 22 de mayo envió al Congreso el Mensaje del Veto Presidencial a la Ley de Elecciones, justificándose en dos preceptos constitucionales, uno de fondo y otro de procedimiento. En la substancia, dice el Mensaje que la Constitución es terminante, "El Presidente y el Vicepresidente durarán en sus empleos el término de cuatro años. Esta disposición es categórica y ninguna voluntad ni el concurso de voluntades legislativas y ejecutivas pueden hacer que el Presidente y Vicepresidente tengan un mandato más breve o más largo". El jurista Ayala informaba así al Congreso sobre la nulidad del decreto legislativo de noviembre de llamar a elecciones para completar el período legislativo. De jurisprudencia se utilizó lo ocurrido en 1880 cuando Bernardino Caballero fue ungido por el Congreso para terminar el período del fallecido Cándido Bareiro. Ayala le recordó también al Congreso que en 1912 antes que llamar a elecciones para que Schaerer complete el periodo de Gondra, se introdujo una variante. Se hicieron las elecciones fuera del cuatrienio, pero el Presidente electo duró cuatro años en el mando. En materia de procedimientos, dadas las elecciones presidenciales indirectas, se citó la obligación de cumplir con los plazos constitucionales respecto de la reunión de los colegios electorales dos meses antes de la fecha de entrega del mando. El decreto legislativo de mayo dejaba apenas quince días entre reunión del colegio electoral e inicio de mandato presidencial.
Sorprendidos por el veto presidencial, una veintena de parlamentarios emitió un "Manifiesto" y solicitó que el Ejército se alzara en defensa del Congreso y la Constitución. Impaciente con tantas idas y venidas parlamentarias, debates y afines, Chirife se declaró defensor de lo decidido por el Congreso y sublevó a la II Región Militar. Prontamente, se le sumó el coronel Pedro Mendoza, comandante de la IV Región Militar, con asiento en Villarrica, también sobre la vía férrea. Ambos le dirigieron el 27 de mayo una curiosa nota al Ministro Rojas donde informaron que estaban en rebelión pero protestaron respetar la Constitución y sus mandos naturales. El autodenominado "Ejército Constitucionalista" se apertrechó y acantonó en Luque, apenas la segunda estación del ferrocarril a contar desde la terminal asuncena, presto para un ataque a la capital.
La situación en Asunción tomó ribetes de desesperación. Era el grueso del Ejército en rebeldía pues pronto se pronunció a favor de los revolucionarios el teniente coronel Francisco Brizuela, a cargo de la III Región Militar en Concepción. La capital estaba casi desguarnecida. En un supremo esfuerzo por evitar las hostilidades, el Presidente Ayala, dos días después de la amenazadora nota a Rojas, el 29 de mayo, luego de evaluar su situación, envió un escueto mensaje al Congreso retirando el veto cuyo texto denota una vez más su superior intelecto y gran capacidad política:
"Existe una grave subversión, y los poderes públicos están en el deber de salvar el país de sus funestas consecuencias. No es el momento de discutir sobre cuestiones de orden doctrinario o constitucional, como parece ser la intención de una parte de los representantes. El Poder Ejecutivo sin declinar en lo más mínimo de sus convicciones acerca de la legalidad y oportunidad del Veto, quiere sustraer del debate público la única causa que hoy divide y encona los ánimos."
Liderados ya por Schaerer, quien había estado con permiso por enfermedad, la coalición opuesta al Gobierno creyó pasada la hora de negociar. Chirife y Mendoza exigieron la renuncia de Ayala como condición para frenar los preparativos bélicos. Los aliados de Schaerer en el Congreso, que ya incluían a los representantes del Partido Colorado, pretendiendo ganar algo de tiempo se reunieron con una agenda llamativa cuyo primer punto era el tratamiento del veto presidencial y solo el segundo el tratamiento del retiro del veto. A las huestes rebeldes se sumaron también oficiales militares anteriormente expulsados por "jaristas", así como otros identificados con el partido republicano como Eugenio A. Garay, camarada de Chirife, Mendoza y Schenoni en la Escuela Militar de Chile pero dejado de lado del Ejército por la victoria de Schaerer en 1912. Los sublevados "constitucionalistas" parecían imparables.
Cundía el pánico en el Gobierno; el Gabinete en pleno presentó renuncia, pero Ayala las rechazó todas. Mientras tanto, los schaereristas con todo desparpajo iban y venían de Luque informando a Chirife de los aprestos para la defensa y del ambiente caldeado y nada prometedor para el Ejecutivo. Los más pesimistas ya tomaban como triunfante a la sedición, algunos timoratos se asilaron en las embajadas de los países vecinos.
El Presidente Ayala comenzó a actuar con energía y se aprestó a defender su gobierno como todo político legítimo debe hacerlo, con decisión y coraje. En las Memorias de Marcelle Durand, su esposa, se anotó esta confesión de Ayala:
"Parte del Ejército obedece a Chirife, el Parlamento me es hostil, al menos está dividido. Bueno, que hagan lo que quieran, pero no cederé ni daré mi dimisión. Lucharé."
Reclutó y designó a quienes serían los baluartes militares. Para contrarrestar a Chirife, eligió al coronel Manlio Schenoni, camarada de aquel y de Mendoza, componentes del mismo plantel de becados a la Escuela Militar de Chile a fines del siglo anterior, por lo tanto, conocedor de Chirife, de su estilo de mando y su pensamiento estratégico. Los pocos oficiales que secundaron a Ayala tuvieron luego una destacada actuación en la Guerra del Chaco y fueron algunos de los cuales al permanecer en el Ejército pudieron capacitarse en Europa y en Academias regionales. La lista de los leales era distinguida, los capitanes: Luís Irrazábal, Julián Arias, Nicolás Delgado, Camilo Recalde, los mayores: José Félix Estigarribia, Arturo Bray, Juan B. Ayala, Higinio Morínigo, Rafael Franco y Carlos J. Fernández. Tenían jefes y oficiales pero carecían de tropas al no tener mando cuartelero.
DICTADURA MILITAR, DE NUEVO
¿Qué llevó a Eusebio Ayala a asumir una posición tan intransigente con la rebelión cuando sus declaraciones tan solo en el mes anterior ante el Congreso habían sido emitidas en apoyo a las elecciones que darían al Poder Ejecutivo un mandato no "precario"?
Él mismo proveyó la respuesta en su siguiente Mensaje de Apertura de Sesiones del Congreso, el 1 de abril de 1923:
"Mis sinceros empeños de restaurar la base partidaria del Gobierno se estrellaron ante intransigencias tenaces, ante enconos irreductibles. El Congreso, en vez de colaborar en la tarea de apaciguar los espíritus y devolver al país el goce de la paz institucional, se afanó por exacerbar pasiones apenas reprimidas. Se dictó una ley de elecciones presidenciales, no para volver a la norma constitucional, sino para asegurar el triunfo de un grupo político, aliado con elementos de fuerza, valiéndose de los mismos recursos que había servido para deponer al Presidente Gondra.
Hubiera traicionado a mi conciencia de ciudadano si, teniendo medios lícitos a mi alcance, no los hubiese utilizado para evitar a la nación paraguaya la vergüenza de una elección en que iban a intervenir, a pesar del Presidente de la República, la Policía y parte del Ejército para violentar el acto comicial. Me valí del medio que la Constitución pone en manos del Primer Mandatario y veté la ley de elecciones. Los hechos ulteriores han demostrado suficientemente cuánta razón tenía para oponerme a dicho proyecto, en aquella circunstancia ¡Cómo pensar que los autores del 29 de Octubre y los sublevados de Mayo hubiesen acatado el veredicto del pueblo!"
En sus maniobras para defender su presidencia, Ayala se enteró de cosas fantásticas. Como Schaerer estaba impedido constitucionalmente de volver a la Presidencia hasta 1924, ideó lo de completar el mandato y logró la ayuda parlamentaria de los colorados deseosos de desalojar a los liberales radicales sako-pukú. Para llenar esos dos años con una figura controlable, Schaerer alentó a Chirife a pensar en hacerlo sin sacrificar su carrera. El Coronel ya tenía quien le escribiera el libreto. De la revelación del resto de la trama se encargó Eusebio Ayala en su "Mensaje Anual" de 1923:
"Pero las elecciones proyectadas no solamente no iban a ser sinceras, sino que no iban a ser pacíficas. Se había lanzado como un desafío la candidatura de un militar en servicio activo, acusado de complicidad, sin defensa de su parte, en el atentado del 29 de Octubre. Esta candidatura, por lo menos en esa hora, equivalía a una incitación a la guerra civil. Quise honradamente evitar al país este nuevo infortunio. No lo logré. Estaban ellos resueltos, según parece, a fundar una dictadura militar independiente de los partidos. Mis esfuerzos para obtener un avenimiento e impedir el derramamiento de sangre no tuvieron éxito alguno; estaba yo dispuesto a evitar esta guerra fratricida sobre cualquiera concesión siempre que fuese salvaguardada la dignidad de mi investidura."
Ayala, exasperado por la osadía de Schaerer, su anterior amigo, no dudó en culparlo abiertamente de albergar ambiciones caudillistas por larga data. Aprovechó para responsabilizar a la pusilanimidad ("buena fe negligente") de los anteriores presidentes civiles que no supieron ponerle freno y se dejaron tutelar por él. Acá quedó meridianamente claro, Ayala era un demócrata firme donde Schaerer era apenas un oportunista hambriento de poder a cualquier precio:
"Apenas se dio la voz de insurrección, el Ejército se sublevó, se sublevaron los policías de campaña y la mayoría de los empleados de la Policía de la Capital pasaron a engrosar las huestes rebeldes. De suerte que en aquellos últimos días de mayo, el Gobierno se hallaba en la imposibilidad de hacer primar su voluntad, por estar los elementos de acción pagados por el Tesoro Nacional al servicio de políticos que habían organizado, al amparo de la buena fe negligente de los Presidentes anteriores, una máquina insidiosa destinada a volverse contra el gobernante que tuviese la voluntad de emanciparse de la tutela de aquellos."
No fue la primera ni iba a ser la última oportunidad en que algún civil ambicioso se creyó en condiciones de manipular a un jefe militar con mando de tropa. La experiencia pasada anota que los civiles pronto se veían superados y hasta acorralados y perseguidos por ese mismo militar al que se creyó capaz de blandir y usar a discreción. A Schaerer le había ido mucho mejor acaudillando a los civiles. Ahora quería probar suerte con los militares.
CAPÍTULO III
CUARTEL GENERAL EN VILLARRICA
El alejamiento del frente de operaciones hizo necesario trasladar el puesto de comando del Gobierno. Para ello, a principios de agosto de 1922 se eligió la ciudad de Villarrica por su importancia económica y social y por estar ubicada sobre la vía férrea a lo largo de la cual se iban desarrollando los episodios. El día 15 de agosto se realizó un gallardo desfile militar presidido por el propio presidente Ayala en una demostración de autoridad y confianza de las tropas gubernistas.
Anteriormente, el 3 de agosto, el Gobierno ocupó la Estación Maciel mientras los rebeldes se parapetaron en Salitre kué, sobre el brazo principal del Tebicuary con un puente destrozado que impedía ataques ferroviarios. Por un buen tiempo, en agosto, los encuentros tuvieron como protagonistas a jefes montoneros. El capitán Irrazábal había derrotado en Ybycuí a la montonera de Teófilo Vargas, quien perdió dos hombres y tuvo cinco heridos, además de otros 11 prisioneros, y le fueron confiscados 25 caballos con sus aperos. Irrazábal solo tuvo que lamentar un herido en sus filas.
En la necesidad de reclutar y adiestrar soldados, el Gobierno recibió la adición de 200 hombres del norte, de la zona de Concepción, traídos por el doctor Eladio Velázquez con el apoyo del estanciero liberal Diógenes Arza. Precisamente en el norte asolaba la campiña la montonera del criminal Plácido Jara que al mando de su banda se dedicaba al abigeato. Por creérselo ducho en combates, Jara y sus seguidores incluso fueron reclutados para la Guerra del Chaco, algo que molestó de sobremanera al entonces mayor Irrazábal que nunca aceptó la contribución "patriótica" del montonero. Durante la guerra civil, Jara, que unió su suerte a la rebelión, intentó retomar San Estanislao, defendido por Juan Conigliaro con la ayuda de su hijo Víctor, de apenas 16 años. La vanguardia de Jara, de unos 25 hombres, fue avistada y repelida ocasionando más de 15 bajas ese 2 de agosto.
Sin desanimarse por el contratiempo, Jara juntó más de 150 jinetes para volver a atacar San Estanislao y entrada la noche, los defensores todavía los tenían a raya hasta que se agotaron las municiones por lo que Plácido Jara quedó dueño de la situación. Lo primero que hizo fue ordenar el fusilamiento sumario de Conigliaro perdonando la vida del hijo por su corta edad. Jara había perdido la cuarta parte de sus tropas por lo que lo invadió un furor homicida, procediendo a ordenar el fusilamiento del sargento prisionero Indalecio Zárate y del joven Antonio Villalba, ajusticiados en el zaguán de la casa de la familia Parodi frente a la cual se atrincheraron. Un hermano del sargento Zárate, de nombre Simeón, al querer retirar los restos de su familiar para el sepelio, fue salvajemente golpeado en la cabeza con un hacha que le arrancó una oreja y lo dejó tendido sin sentido. Estas guerras intestinas tienen su cuota de aguerrida maldad que luego tanto cuesta olvidar a los afectados y a veces se llevan las injurias por generaciones.
OFICIALES, CABALLEROS Y CONTRABANDO
La prensa oficialista, EL DIARIO del Dr. Eliseo Da Rosa que acompañaba al gobierno con su propaganda, elogiaba la lealtad de los jefes y oficiales que, estando en actividad al momento de la rebelión, quedaron leales al Presidente Ayala y a la lista de los conocidos agregaba los distinguidos capitanes Alfredo Mena, Gaudioso Núñez, Pablo Sanabria, Eugenio Martínez y el teniente Luís Franco Vera. Más interesante incluso fue la lista de futuros héroes de la contienda chaqueña que estando en servicio en la II Región Militar, sufrieron prisión por negarse a la revolución. Esta lista es casi un inventario de valientes y condecorados combatientes como los capitanes José María Cazal y Ángel De Miguel, el teniente primero Carlos Z. Torres, los teniente segundos Pablino Antola, Vicente Machuca, José Rosa Vera, Higinio Morínigo y el teniente de administración Sampson Harrison.
Particularmente interesante fue el breve papel jugado por el coronel Carlos Goiburú, camarada de Chirife desde la época de los estudios chilenos. Goiburú fue también identificado por Arturo Bray en sus memorias como el oficial que ordenara la muerte a sangre fría de Adolfo Riquelme en 1911 y que luego le costara a Albino Jara la presidencia provisional. Goiburú era activista del Partido Colorado y fue comisionado por éste luego del ataque a la Capital del 9 de junio anterior al acercamiento a Chirife. Los republicanos no se habían unido institucional y abiertamente a la rebelión, pero la apoyaron con armas y bagajes en el interior y en las Cámaras del Congreso negaban su voto al necesario Estado de Sitio para sofocar la sedición militar. De todos modos, Goiburú mantuvo conversaciones con Chirife en Paraguarí y más adelante cuando se habían ya los rebeldes atrincherado en Kaí Puente.
El interés de Goiburú en conversar sin comprometerse mucho no fue admisible para Chirife, quien el día 7 de agosto envía un telegrama a Goiburú que se encontraba en Encarnación deseoso de acercarse al comandante rebelde. El texto de la nota telegráfica fue terminante. Goiburú tenía explícitamente prohibido acercarse al Cuartel General y debía inmediatamente abandonar Encarnación y volverse a su residencia en Posadas, del lado argentino del Paraná. Consultado por algún periodista sobre tan imperiosa orden, Goiburú balbuceó que Chirife guardaba celos profesionales de él, que Goiburú juzgaba infundados porque "él nunca había pensado en suplantarlo".
La explicación era poco creíble pues una revolución de alcance nacional no se comanda en base a comparaciones de fojas de servicios ni habilidades táctico-estratégicas. Pero, como siempre ocurre, en el reportaje, Goiburú dejó deslizar más de lo que era sensato. La transcripción literal de sus palabras la encontramos en el primer tomo de De los Santos:
"Requerí al Coronel [Chirife] su opinión sobre los próximos acontecimientos y manifestó que, a su juicio, los revolucionarios se harán fuertes en Kaí Puente, cuyo terreno se presta a una seria resistencia, recordando que allí actuó Brizuela en 1911. Debe tenerse en cuenta -agregó textualmente- que Brizuela operó entonces en terreno natural, mientras que ahora se han construido trincheras y otras obras de defensa, pero si el adversario ataca con fuerza y sabe flanquear, no sería difícil una nueva derrota de los revolucionarios, dada la desmoralización de sus fuerzas, cuyo número no excede de mil doscientos hombres, bastante escasos de municiones y armamentos."
No había que buscar más para explicar la furia de Chirife contra Goiburú convertido en auténtico espía gubernamental, anunciando sus posiciones, identificando sus debilidades e invitando a los estrategas gubernistas a pulir un ataque fulminante. De cualquier manera, la situación de Chirife no era del todo desesperada todavía. La falta de armamento y municiones fue resuelta de la manera acostumbrada en conatos sediciosos por medio de la adquisición de los mismos en los países vecinos; neutrales y con embargo contra ese tipo de tráfico, pero las armas y las balas son objetos de comercio, aunque escasos a veces, y en el comercio, el que puede pagar tarde o temprano las consigue.
La posición de Encarnación era curiosa. Terminal nacional de la vía férrea, su puerto de Pacú Cuá tenía fluido comercio con la vecina Argentina. La guarnición militar estaba jugada del lado de los rebeldes, pero por el Paraná era hostigada por los buques artillados del Gobierno, dueños de las vías fluviales. Una noticia de la orilla vecina había intrigado a más de uno; en la noche del 31 de agosto, siete personas -seis paraguayos y un argentino- habían sido secuestrados en Posadas por el diputado chirifista Manuel Balteiro y por el capitán Laureano Vázquez de la guarnición encarnacena. Los hechos ocurrieron así: en el tren internacional de Buenos Aires habían llegado a Posadas unos vagones conteniendo armas y municiones para los rebeldes. Estos fueron desprendidos del convoy regular y llevados al cercano embarcadero Barthe donde se procedió al transbordo de la carga para ubicarla en dos embarcaciones paraguayas mientras las autoridades argentinas pretendían no percatarse.
El hábil cónsul paraguayo en Posadas, Reinaldo Bibbolini, sabía exactamente lo de la carga y su manejo por lo que empleó a los siete eventuales secuestrados a montar guardia sobre los vagones y su contenido. La lancha ALMIRANTE FIGURITA remolcando la chata GLADIADOR abandonó el varadero Barthe y se dirigió a Pacú kuá donde el capitán embarcadizo Juan Núñez alzó a bordo al capitán Vázquez y 25 soldados armados de fusiles Máuser, volviendo en el acto al varadero con las luces apagadas y a media máquina.
Avisado Vázquez de que los vagones con la carga preciada tenían vigilancia de civiles, éste ordenó bajar a tierra a cinco soldados armados y acompañado del diputado Balteiro procedieron a secuestrar a los siete guardias para llevarlos a la bodega del GLADIADOR bajo cuidado de un centinela. Tanta era la carga transportada que el trasbordo duró unas ocho horas pues las embarcaciones con las armas y municiones atracaron en Pacú kuá a las 5 de la mañana del 1 de setiembre de 1922. Las autoridades argentinas no notaron nada irregular a pesar de que el país vecino acaba de realizar un procedimiento militar armado en su territorio. Es de suponer que la revolución estaba lo suficientemente bien financiada para solventar no solo las armas y el material de guerra sino también la ceguera y sordera de la guardia fronteriza.
PRIMERA BATALLA AÉREA EN SUDAMÉRICA
Las fuerzas gubernistas, convencidas de la importancia táctica de la aeronáutica, contrataron en Buenos Aires, al sargento aviador italiano Nicolás Bo, veterano también de la Primera Guerra Mundial quien a su vez reclutó a otros compatriotas. Se encargaron de traer toda una escuadrilla compuesta de un SPAD-HERBEMONT S.XX, dos SAML A.3, dos ANSALDO SVA-5 y un ANSALDO SVA-10, que con el FK8 formaron la "Escuadrilla Aérea de la Aviación Gubernista". Los aparatos operaron desde el campo aéreo de Ñu-Guazú.
Los revolucionarios también decidieron tener su propia aviación y contrataron en Buenos Aires a Ángelo Pescarmona y a otros pilotos de diversas nacionalidades, quienes trajeron al Paraguay tres ANSALDO SVA-5 y un ANSALDO SVA-10 durante el mes de julio de 1922. Su base aérea operativa se situó en un improvisado campo aéreo en Kaí Puente (hoy Coronel Bogado), desde donde atacaron las posiciones gubernistas. Eduardo Schaerer no era improvisado en cuanto a aeronáutica. Había sido el primer presidente sudamericano en funciones en emprender vuelo en aeroplano en 1914 y segundo en el mundo solamente después del mexicano Francisco Madero.
Antes de protagonizar la primera batalla aérea en suelo sudamericano, el 5 de setiembre de 1922, los pilotos de ambos bandos llevaron adelante vuelos de ataque a convoyes de trenes y a posiciones enemigas así como el lanzamiento de volantes de propaganda. No obstante, aquel día, el piloto irlandés, contratado por el Gobierno a mediados de agosto de 1922, teniente Patrick Hassett, veterano del ROYAL FLYING CORPS en la Primera Guerra Mundial, a bordo de un ANSALDO SVA-5 gubernista se trabó en combate con otro SVA-5 rebelde sobre el campamento gubernista de Salitre-Cué. Ambos pilotos se ametrallaron mutualmente sin lograr derribarse. El piloto rebelde llevó la peor parte pero retornó a su base en Cangó (Gral. Artigas).
La siguiente batalla aérea no se hizo esperar. El segundo combateaéreo se dio el 6 de setiembre de 1922 cuando un ANSALDO SVA-5 rebelde atacó el campamento gubernista en Salitre-Cué. Hassett despegó con un SVA y nuevamente se trabó en combate aéreo, logró herir a su adversario, quien abandonó el combate y realizó un aterrizaje de emergencia en Cangó, dañando seriamente el aparato.
Como tomándole el gusto, ambas aviaciones siguieron realizando misiones de reconocimiento y bombardeo; el 25 de setiembre de 1922 se dio el tercer combate aéreo. Unos días antes, un SVA-5 rebelde había sobrevolado la zona de Isla Alta para tratar de localizar y destruir la batería gubernista de cañones navales VICKERS montada sobre los rieles del ferrocarril, pero sin éxito. Aquel día, tropas gubernistas colocaron dichos cañones en un lugar bien visible, como carnada para la aviación rebelde, y se preparó un ANSALDO SVA-5 gubernista para repeler el ataque. Al presentarse un SVA-5 rebelde, el sargento Bó despegó inmediatamente y le dio caza. El piloto rebelde, al verse atacado, soltó sus bombas y huyó. Bo lo persiguió, ametrallándolo repetidas veces, pero sin lograr derribarlo.
Después de los combates aéreos mencionados, los pilotos rebeldes aprendieron a respetar a sus adversarios gubernistas. Siguieron los encuentros ocasionales sin producirse ningún derribo sobre las posiciones del enemigo. El 3 de octubre de 1922, un SVA-5 rebelde atacó al cañonero Adolfo Riquelme sin éxito.
Tal vez temerosos del cariz que iban tomando los combates en tierra, ese mismo mes, dos pilotos rebeldes con sus respectivos SVA desertaron, huyendo a Ituzaingó, Argentina. La Aviación Revolucionaria se quedó con solo un SVA-5 operativo y el SVA-10 en tierra por falta de repuestos, los cuales fueron capturados por tropas gubernistas en noviembre luego de la gran batalla de Kaí Puente. Desaparecía así la Aviación Revolucionaria.
La fuerza aérea gubernista seguía incansable pues para el 14 de octubre, un SVA-5 bombardeó con éxito un tren rebelde que transportaba municiones. Arrojó dos bombas que impactaron de lleno en el tren, destruyéndolo. Durante los meses finales de 1922, la aviación gubernista siguió llevando a cabo misiones de reconocimiento y bombardeo sobre las posiciones rebeldes. Para principios de 1923, solo cinco aeronaves se encontraban operativas: dos SAML A.3/S.l, un ANSALDO SVA-5, un ANSALDO SVA-10 y un SPAD S.XX. Las demás aeronaves se utilizaron como fuente de repuestos en lo que comenzó a llamarse operación "carneada", sistema logístico de convencional en el Ejército paraguayo.
La guerra civil de 1922 tuvo entre sus resultados la inclusión de la aviación en el campo militar. Ya con el Dr. Eligio Ayala en la Presidencia provisional, el 22 de febrero de 1923, mediante el Decreto N° 15.787 se creó la Escuela de Aviación Militar, dependiente del Ministerio de Guerra y Marina, nombrándose como Director al Sargento-Aviador italiano Nicolás Bó, con el rango de Teniente Primero H.C. y como mecánicos de la misma a su hermano Giuseppe Bó y Giuseppe Barbenza. La primera dotación de la EAM estuvo integrada por las aeronaves sobrevivientes de la Revolución: un ANSALDO SVA-5, un SVA-10, dos SAML A.3 y un SPAD S.XX. El Paraguay, la silenciosa y orgullosa primera república del mundo ibérico de pronto se encontró como pionera en materia combatiente en aviación militar.
LA MADRE DE LAS BATALLAS
A pesar de no reunirse las Cámaras para evitar darle al Presidente Ayala la oportunidad de solicitar el acuerdo parlamentario para el Estado de Sitio, éste aprovechó el receso constitucional para emitir un decreto el primer día del mismo, setiembre 1° de 1922 hasta el 31 de diciembre. De cualquier manera, los acontecimientos le eran favorables aunque la lucha no concluiría pronto.
Los rebeldes eligieron como Cuartel General el poblado de Kaí Puente, sobre la vía férrea, cercano a Encarnación, con accidentes de terreno y corrientes de agua que serían de relativa fácil defensa luego de la construcción de trincheras. Para esto tuvieron el asesoramiento de los mejores, unos oficiales alemanes veteranos de la reciente guerra de trincheras del Marne europeo. Se lograron construir sofisticadas líneas de comunicación, defensa, evacuación rodeado de campos minados.
A unos pocos kilómetros vías arriba, estaba la fortaleza natural de Isla Alta, paradisíaca serranía con espesura donde también se construyeron líneas atrincheradas muy elaboradas de difícil asedio. Isla Alta era el seguro de Kaí Puente, no se llegaría a éste sin antes caer aquella. La protegían dos regimientos de unas 600 plazas, dos piezas de artillería y más de mil metros de trincheras al lado de la extensión de las vías para abastecimiento.
En las academias militares latinoamericanas casi siempre se estudian más las instancias de defensa que de ataque. En esto último, los latinoamericanos no se consideran los mejores. Sin embargo, demostrando una vez su acelerada profesionalización, el ejército gubernista llevó adelante una maniobra exitosa para la toma de Isla Alta el 12 de setiembre de 1922. A cargo del operativo estaba el mayor Sánchez que dividió sus fuerzas en tres columnas comandadas por los capitanes Delgado, Núñez y Céspedes.
La artillería gubernista montada sobre vagones realizó certeros disparos que abrieron brechas en las trincheras. Las baterías sirvieron de sombrilla protectora a la Infantería. Los gubernistas se lanzaron al ataque con brío al notar que la artillería defensiva no era muy certera por los propios accidentes del terreno. El enfrentamiento no duró más de media hora de fuego graneado y lo más sorprendente para los defensores fue la aparición de la caballería de Irrazábal por un estrecho sendero lindante con un estero considerado infranqueable. El íntimo conocimiento del terreno hizo la diferencia. Los defensores se retiraron por la retaguardia con dirección a Kaí Puente. La puntillosa planificación de Schenoni y la excelente ejecución de Sánchez y sus capitanes fueron nuevamente agraciados con una completa victoria. Una plaza bien resguardada donde el número de atacantes nunca superó los 800 soldados fue indicativa de la pericia y arrojo de los que tomaron el lugar por asalto. De los Santos anota que los defensores perdieron 38 entre muertos y heridos, mientras los atacantes solo tuvieron de bajas un muerto y seis heridos. Entre el botín dejado atrás por los rebeldes estaban varias cajas de los flamantes fusiles REMINGTON introducidos de contrabando vía Posadas en el episodio de los seis guardias secuestrados.
Las fuerzas se iban preparando para lo que sería una batalla decisiva donde los rebeldes esperarían en Kaí Puente. Estos casi habían renunciado a la movilidad, siendo los gubernistas quienes ganaban terreno. Los rebeldes enviaban montoneras y realizaban asaltos a poblaciones como Quyquyho, Ajos, Villa del Rosario, pero eran maniobras limitadas tácticas sin mayor valor estratégico pues el grueso de las fuerzas de Chirife estaban varadas y nada más que contaban con los cincuenta kilómetros de vía férrea entre Kaí Puente y Encarnación; y éstas a su vez estaban bloqueadas por la Marina sobre el Paraná.
Para elevar la moral de sus tropas, el Gobierno envió a Isla Alta la mayor pieza de artillería de la contienda, un cañón VICKERS 215 mm, cuyas dimensiones hicieron que la tropa lo bautizara como "El Abuelo". El tubo medía 9 metros y pesaba 17 toneladas. Su imponente tamaño se traducía en su inusitado alcance, 20 kilómetros. Había sido adquirido en 1911 en veinte mil libras esterlinas. Cada bala costaba veinte libras y tenía un peso de 90 kilogramos; un monstruo desde cualquier ángulo. Su solo transporte dejaba boquiabierta a la población porque era imposible hacerlo de manera discreta. Sus disparos tuvieron otro resultado no buscado. Creaban tanta confusión entre los rebeldes que quienes habían sido enganchados a la fuerza como combatientes aprovechaban para desertar. Un caso inusual, que comenta De los Santos, fue el del teniente José Soto, quien el 19 de octubre, tres horas después de cesado el bombardeo de "El Abuelo", se presentó junto a siete soldados arreados y equipados a filas del Gobierno. Maestro rural, Soto había sido jefe político de Hyaty y el entusiasmo inicial se fue disipando hasta este desenlace.
Mientras se preparaba el gran ataque gubernista, las noticias relevantes eran luctuosas. Causó pena la muerte del chirifista teniente Javier Brun, pero lo vistoso de su corcel y su vestimenta lo hacían blanco fácil, cayó en el enfrentamiento de Curuñay cerca de Ajos con un balazo en el pecho. Del lado gubernista mucho se lamentó la muerte del valeroso jefe; mayor Cristino Torres, de la briosa caballería gubernista; el mismo fue tomado prisionero y fusilado. Al ser aprehendido, Torres tenía una herida en la pierna, aunque no de consideración, pero al sospechar sus captores que sería rescatado por sus tropas, lo ajusticiaron sumariamente por un disparo del diputado Rómulo Goiburú, según el relato contemporáneo de De los Santos.
Algo parecido ocurrió con el capitán Pedro López en Téllez Potrero. Al frente de 300 hombres fue sorprendido por el enemigo y un disparo le inutilizó una pierna y al caer del caballo por deslizarse su apero. Fue tomado prisionero y tratado gentilmente por sus captores hasta que apareció un teniente Pacheco quien ordenó su fusilamiento inmediato, bajo la exclamación de,"¡Maten a ese miserable!". No faltó un sargento que cumpliera la orden.
Ya en el mes de noviembre, por decreto reconociendo méritos de guerra son ascendidos a Sargento Mayor, José Félix Estigarribia y a teniente primero Francisco Caballero Álvarez, Arístides Rivas Ortellado y Federico Wennan Smith, todo ellos de distinguida carrera militar futura.
KAÍ PUENTE
La fortaleza de Kaí Puente estaba ubicada en promontorios entre los ríos Aguapey y Tacuary rodeados de 9.500 metros de trincheras elaboradas que cubrían todo el frente. Delante de las trincheras estaban construidas unas defensas de alambre tejido y alambrada de púas puestas detrás de un campo minado de más de medio millar de unidades atadas con alambres con lo que la explosión de alguna iba a ocasionar un efecto repetido en todo el sector minado.
Las trincheras subterráneas de abrigo habían sido construidas con esmero bajo la supervisión de expertos mercenarios alemanes. Tenían refugios, cubre cabezas, líneas de comunicación y trincheras de desagüe así como nidos de ametrallados y emplazamientos de artillería. A primera vista, se presentaban como inexpugnables. La logística estaba perfectamente cubierta por los frecuentes viajes de aprovisionamiento a Encarnación y los medios financieros no eran limitados.
Chirife mostraba sus trincheras con un orgullo un tanto inmaduro y se jactaba de que todo ataque frontal para abrigar esperanzas de suceso, debía contar con por lo menos 12.000 soldados. El Gobierno, con el continuo reclutamiento de adherentes radicales movilizados por los caudillos partidarios, apenas cubría unas 3.500 plazas. El jefe rebelde tenía fundadas razones para expresar optimismo.
Nuevamente, la planificación y el completo conocimiento del terreno eran menester para sorprender a los defensores donde menos lo esperaban. El plan consistía en pretender acercarse por el frente con un respetable número de combatientes pero sigilosamente en simultáneo se debía atacar por la retaguardia para tomar al enemigo entre dos fuegos. La maniobra más difícil pero que haría la diferencia le fue encomendada al flamante mayor Estigarribia quien había merodeado alrededor en movimientos de hostigamiento y patrulla en los últimos dos meses.
Así, al frente de un destacamento de 1.500 hombres, partió Estigarribia del campamento de Isla Alta a las cinco de la mañana del domingo 13 de noviembre. Debía ejecutar una marcha semicircular de 90 kilómetros pasando por Téllez Potrero en la boscosa espesura sin perder rumbo ni alertar a terceros, cosa nada fácil con semejante multitud. El plan contemplaba la toma de la Estación de Carmen del Paraná, al sur de Kaí Puente, a la tarde del lunes 14. Debido a encuentros con la Caballería rebelde que patrullaba la zona alejada de las trincheras, el destacamento solo pudo llegar al sitio a eso de las 20 horas permitiendo la huida de la escasa fuerza que la protegía, prueba además de que la brillante planificación de Schenoni tomó totalmente por sorpresa a la defensa.
En efecto, a la noche del mismo día 14, los gubernistas estuvieron cerca de aprehender un convoy ferroviario enemigo que ajeno al episodio de la torna de Carmen del Paraná se preparaba para aprovisionarse en la Estación donde fue recibido con fuego graneado lo que le hizo dar apresurada marcha atrás logrando penosamente escabullirse, posiblemente con heridos por la cantidad de displicentes tropas que viajaban en el armazón de la locomotora.
Estigarribia comandaba contingentes de las tres armas. La Artillería estaba bajo el mando del capitán Camilo Recalde y la Caballería del capitán Irrazábal. Se precisó de toda la capacidad de estos oficiales para sortear la difícil situación. En efecto, al enterarse en Encarnación que Carmen del Paraná estaba en manos enemigas, el Comandante local, capitán Laureano Vázquez vino a su encuentro al frente de una fuerza de 300 soldados. Estigarribia recibió el día 15 en la incómoda posición de estar casi rodeado pues el mayor José María Valenzuela había ocupado varios pasos del Río Tacuary y a la derecha de éste, el teniente coronel Brizuela y el capitán Tomás Mendoza se aprestaban para una ataque envolvente sobre Estigarribia enfrentado a 700 hombres y cuatro ametralladoras, a más de Vázquez y su destacamento en retaguardia.
Con esa imperturbable serenidad que fue su marca registrada, Estigarribia se aprestó a la lucha. Dividió sus fuerzas en dos destacamentos. Uno, al mando del capitán Fortunato Arias, recibió la orden de atacar a Vázquez, quien además poseía dos cañones y una ametralladora. El capitán Irrazábal iba al cuidado de uno de los flancos de Arias. La pelea fue ensordecedora y ambos bandos se batieron con ferocidad hasta que poco a poco se impuso el mayor número de Arias que fue ayudado por el ataque a los flancos de Irrazábal. Luego de numerosas bajas, que se estimaba llegaron a los dos tercios de sus efectivos entre muertos, heridos y prisioneros, Vázquez y sus maltrechos sobrevivientes enfilaron hacia Encarnación. La victoria gubernista luego de tres horas de combates se había consumado para las 11:30 de ese día 15 de noviembre. El teniente Juan Manuel Garay había batido a los que estaban en retirada con lo que capturó a los rezagados. Por tener que volver a cruzar el Tacuary para dirigirse a Encarnación, Vázquez casi fue hecho prisionero.
La gran batalla de Kaí Puente recién había comenzado y solo se consiguió para entonces neutralizar la retaguardia de Estigarribia, quedaba el frente formidable todavía donde Valenzuela, Mendoza y el mayor Vargas preparaban sus ataques. El teniente coronel Brizuela y el mayor Acosta se posicionaron tomando el puente de la vía férrea y teniendo disponible un tren blindado. Para avanzar sus designios, Estigarribia ordenó al capitán Alfredo Mena resistir el ataque de Valenzuela y al capitán Carlos J. Fernández con una parte del 4° Batallón ordenó oponerse a la presión de Brizuela. Mena y Fernández resistieron heroicamente por largas horas sin apoyo alguno. Finalmente, con la derrota de Vázquez en el sur, se liberaron reservas para venir en ayuda de éstos. A pesar de estar en inferiores condiciones, los rebeldes resistieron con ahínco y tesón hasta que los gubernistas quedaron dueños de la situación al caer la noche, a eso de las 18:30 horas. Las sucesivas cargas gubernistas lograron después de mucho esfuerzo quebrantar el frente de las líneas de Valenzuela y de Brizuela. Se impuso la retirada en desbande hacia Kaí Puente.
El segundo acto de la gran batalla había concluido con la heroica muerte del mayor Valenzuela y los tenientes rebeldes Molinas y Prieto; quedaron heridos el Ayudante Agüero y el capitán Cañiza. El capitán Mena hizo repasar a sus tropas el Tacuary en la persecución de los vencidos que solo concluyó al caer la oscuridad total a las ocho de la noche. Estigarribia había cumplido con creces la misión de eliminar todo apoyo al Cuartel General atrincherado demostrando capacidad de mando e iniciativa en la adversidad al verse rodeado de fuego enemigo y aún así salir airoso.
El objetivo central era desalojar al coronel Chirife de su puesto mando y eso corrió a cargo del mayor Sánchez al mando del Primer Destacamento compuesto de 1.200 hombres. El objetivo estaba protegido y los obstáculos eran formidables pese a la buena artillería gubernista. Los VICKERS 76 estaban sobre la línea férrea mientras los ARMSTRONG y demás piezas de montaña ocuparon posiciones privilegiadas desde donde podían ablandar a la defensa y proteger el asalto.
En un raro episodio político-militar, los artilleros tuvieron tiempo de enviar un telegrama al Presidente del Partido, Belisario Rivarola, saludándolo: "Saludamos al digno Presidente del Partido, al entrar en fuego la Batería Vickers 76". Así también lo hicieron con el expresidente Gondra, todavía recia figura: "Al iniciar ataque a Kaí Puente nos complacemos en enviarle nuestros saludos". En ambos casos firmaban Pacífico de Vargas, José P. Guggiari y Pedro J. Montórfano, entre otros.
El plan de Schenoni contemplaba la partida de dos destacamentos desde Isla Alta, al mando respectivo del mayor Manuel Caballero con 500 hombres para presionar el flanco lindero con los bosques de Téllez Potrero y del capitán Granada con 300 hombres de Caballería que debía interceptar todos los pasos del Aguapey. Los objetivos se cumplieron, Granada fue ocupando todos los pasos hasta las cercanías del Paso San Rafael y Caballero salvó las dificultades de terreno antes de tomar las trincheras de la extrema derecha, protegidas por un estero en su frente. Caballero ordenó un cañoneo de frente y, protegido por fuego, el teniente Amancio Ayala avanzó por la margen descubierta del estero. Por la izquierda, el teniente Denis Roa al frente de una compañía batió las posiciones rebeldes y juntos lograron que los defensores desalojaran las trincheras y se fugaran hacia el cuartel de Kaí Puente.
Al caer la noche de ese combativo día 15, los capitanes Delgado y Núñez asaltaron las trincheras de la izquierda rebelde y las fueron tomando hasta que para las 21 horas, el triunfo gubernista era completo. La jornada había sido sangrienta con una lucha verdaderamente sin cuartel. En sus anotaciones, el De Vargas describió así la situación:
"Esta marcha arriesgada fue protegida eficazmente por la artillería: once cañones abrieron un fuego violento, y bajo tal protección pasó la infantería, marchando como tres mil metros hasta el punto en que esperaban encontrar una brecha por donde atacar. Pero resultó que los espacios no alambrados caían bajo el fuego de las ametralladoras ubicadas en las trincheras que cubrían el Paso San Rafael; vióse, pues obligada la infantería del mayor Sánchez a pelear, haciéndolo bravamente; fue un combate terrible, que se prolongó hasta la noche. Al amparo de ella, y después de simular una retirada, las tropas de los capitanes Delgado y Núñez se lanzaron al asalto. La disciplina de la tropa y la audacia del golpe aseguraban el éxito; se tomó una trinchera y, abierta esta brecha, otras fueron cayendo sucesivamente. Todos los sectores de la izquierda de los revolucionarios estaban en poder del primer destacamento a las 21. Kaí Puente había caído, El destacamento de Sánchez entró poco después; ambas fuerzas victoriosas se encontraron allí; debe decirse que contribuyeron eficazmente al triunfo de las fuerzas que operaban en los flancos, el destacamento tercero y la caballería del capitán Granada."
En toda la historia bélica paraguaya, nunca se había planeado y ejecutado a la perfección una operación tan compleja, con tantos comandantes en el terreno al mando de tantas tropas. El ejército de Kaí Puente lejos estaba de las indisciplinadas cargas de las milicias montoneras del pasado.
EPÍLOGO DEL GRAN ENCUENTRO
De los muchos telegramas de felicitación por la victoria, dos fueron particularmente memorables por descriptivos de la moral de quienes estaban enfrentando la sublevación. En uno, el Presidente Ayala le escribe a Schenoni:
"Felicito efusivamente al comando por la brillante operación con que ha batido a la criminal sedición. Un plan inteligente llevado a cabo por jefes y oficiales de valor y capacidad y por tropas llenas de entusiasmo cívico, nos ha dado una victoria que devuelve al Ejército las tradiciones de honor y abnegación que olvidaron los jefes y oficiales sublevados. Es una hora de intenso regocijo para los corazones puros. La acción de Kaí Puente es el triunfo de la moral y de la inteligencia."
En contestación pero al Jefe de Plaza en Asunción, Schenoni le dirigió al coronel Machuca este dramático mensaje:
"Agradezco en nombre mío y de los oficiales del Ejército de operaciones el rasgo de camaradería que tuvieron de enviarnos su calurosa felicitación. Ojalá que en el porvenir la oficialidad joven que hoy nace a la vida profesional bautizando sus presillas y sus futuros grados en los campos de batalla no traicionen como los viejos derrotados de ahora el deber de ser siempre leales a sus juramentos, ni olviden que el soldado no puede ni debe usar su espada ni su empleo para dirimir pleitos entre partidos, ni abusar de la suerte del conscripto para disponer de sus vidas en satisfacción de ideales bastardos."
Los rebeldes perdieron para siempre la importante logística de la vía férrea. Poco después, Encarnación era evacuada a las apuradas por el capitán Vázquez lanzando cañones y cajas de fusiles al río para evitar que caigan en manos del Gobierno. La población alborozada daba la bienvenida a la pacificación y los sectores productivos soñaban con un fin de la sedición armada.
La completa derrota dejó un botín a los vencedores: fusiles MÁUSER y REMINGTON, proyectiles, cuatro cañones de montaña y tres ametralladoras, un aeroplano SVA en perfecto estado con herramientas y repuestos. También fueron incautados uniformes y bastimentos. Estigarribia había recuperado en Carmen numerosos vagones conteniendo fardos de tabaco y otros productos de la campiña que habían sido requisados arbitrariamente y luego de vendidas, el producto utilizado para financiar la guerra civil. Estos cargamentos fueron oportunamente escamoteados a la exportación clandestina. Sus legítimos dueños, donde fuere posible identificarlos luego de llamados en anuncios periodísticos, recuperaron parte de lo que se les sacara por medios violentos.
En un anecdotario curioso pero positivo, los heridos fueron trasladados por tren hasta el Hospital Militar y otros de Asunción, siendo muchos de ellos atendidos por cirujanos en el trayecto a la Capital. Uno de esos médicos voluntarios no fue otro que el doctor Alejandro Arce, Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno Provisional. Todos debían contribuir como podían a paliar tanta desolación. Además, en aquel entonces, el mundo exterior se limitaba a observar e informarse sobre las luchas intestinas, sin atinar a involucrarse.
CAPÍTULO V
LA ESCALINATA, MANGRULLO, EL RÍO
El desenlace final fue propuesto y ejecutado por los rebeldes, de la manera acostumbrada. Mientras Estigarribia se esforzaba a medias por sofocar la revuelta con el grueso del Ejército, unos 2.500 hombres de las tres armas, con ocho cañones y tres ametralladoras, acuartelados en Concepción para cubrir un territorio amplio, despoblado y boscoso, con líneas de abastecimiento insostenibles, los revolucionarios planearon un último arriesgado y audaz golpe en busca de la toma del Gobierno.
El osado plan tenía grandes desafíos y todos ellos fueron superados con creces. Había que darle a Estigarribia la dosis de su propia medicina de Carmen del Paraná y realizar una movilización masiva pero sigilosa para obligarlo a mantener ocupados a los gubernistas lo más lejos posible de la desguarnecida capital. El éxito fue completo pues el comandante, leal siempre, pensó que tenía enfrente al grueso de los levantados en armas.
Pero antes, había que tratar de sacar la máxima cantidad de soldados posibles de Asunción para diversas operaciones de patrullaje y recuperación de plazas invadidas por pequeños contingentes guerrilleros que no daban batalla frontal pero mantenían a los gubernistas en eterno movimiento. Así, a principios de junio, las fuerzas rebeldes establecieron su línea en la Cordillera de los Altos y se posesionaron de Caacupé -hasta donde fue Guggiari a negociar-, Piribebuy, Altos y Atyrá. Su vanguardia se movía entre Emboscada, Arroyos y Esteros, Tobatí y Barrero Grande. La misma batalla de Piribebuy del 15 de junio tenía el propósito de que el mayor rebelde Mendoza atrajera detrás de si la persecución de las tropas del mayor Sánchez para ir alejándolas de Asunción.
Según el cronista revolucionario José D. Miranda, la atrevida idea de atacar Asunción, aprobada por el mando revolucionario, se originó en el montonero, entonces Teniente, Plácido jara. No era buen augurio que quien concibió el ataque a la mayor ciudad del país fuera precisamente un abigeo más hábil en ataques a descampados y a poblados menores. Sin embargo, por la lejanía de la capital, el camino a ella dependía en gran medida de la sagacidad de los montoneros que bien conocían el terreno, sus trampas y sus atajos. Bien sucedidos los movimientos, se esperaba llegar a la capital con alrededor de 2.000 hombres, cantidad suficiente para una ciudad escasamente defendida. Además, los atacantes pensaban ir juntando armamento en los distintos encuentros hasta suplir esa carencia crítica. En efecto, el comando revolucionario solo tenía 500 fusiles con 60 tiros cada uno, cuatro cañones KRUPP, con los que Albino Jara había desalojado a Benigno Ferreira de la Presidencia el 2 de julio de 1908, y 11 ametralladoras. Los jefes rebeldes de mayor destaque eran el mayor Oliver y el mayor Tomás Mendoza, "Mendocita" para diferenciarlo de comandante supremo Pedro Mendoza. Además, los mayores Indalecio Jara y Fermín Casco eran incondicionales en su adhesión a la causa. Todos ellos habían sido expulsados del Ejército por el decreto en febrero pasado.
La descripción que hace Miranda de Plácido Jara merece figurar en una antología de la adulación:
"Águila o león, es lo que queráis, Plácido Jara. Cualquier símil que sintetice la audacia y la agilidad, el brío y la nobleza, le cuadra. Pequeño de estatura, impone la armonía de sus líneas y la gravedad de su aire sereno con nostálgico dejo de quién sabe qué ensoñaciones románticas. En su rostro adusto, resaltan la nariz aguileña la frente limpia, espaciosa, agrandada por la calva incipiente, los ojos color café, vivaces, de frías y penetrantes miradas y blanca la piel. Vistiendo amplia capa, sombrero cowboy, jinete hábil, se le vio pasar de un extremo a otro del país con la soberbia serena y el arrojo de un conquistador. El radicalismo agotó el léxico de la calumnia y la difamación sobre Plácido Jara. Pero resultó infructuoso el empeño para deslustrar sus blasones de caballero y de valiente. Hombre de rígida moralidad, no bebe ni fuma. Sensible de alma, profesa cariño a los ancianos y a los niños y para las mujeres conserva la deferente amabilidad y el profundo respeto de un gentil hombre."
Sin dudas, Plácido era un Francisco de Asís a caballo. Amaba a ancianos y niños y respetaba a las mujeres, pero se cuidó mucho el propagandista de sus sentimientos hacia los hombres en edad de combatir con quienes podía ser frecuentemente inmisericorde si no estaban de su lado.
Fiel a su fama, no obstante, Jara madrugó a Estigarribia. El arroyo Tobatiry era un río de 30 o 40 metros de ancho y veloz correntada. Tenía un solo paso vadeable por donde corría el camino de Ajos a Carayaó. Un estero del mismo nombre protegía cualquier otro sendero posible. En eso se confió Estigarribia para creer que tenía a raya a los rebeldes pues todo intento de combate por el arroyo era derrota segura para los atacantes. Por eso, Estigarribia mantuvo al grueso de su contingente en Ajos, listo para un rápido desplazamiento si ocurriera el intento de ataque. Jara tranquilamente lo había vadeado el 20 de junio en una noche fría y de llovizna pertinaz. Lo hizo a través de un puente de 37 metros que construyeron días antes unos 80 milicianos suyos sin más material que los que da la selva, troncos y lianas ysypó, la cuerda de los pobres en el campo paraguayo. El puente fue erigido a una distancia de dos leguas (9 km) al oeste y todo se hizo en un espacio de apenas 12 horas sin que las patrullas de la caballería de Irrazábal se percataran. La parte más difícil fue una picada de unos 4 km. en terreno fangoso. Para el día siguiente la brigada completa pernoctaba en Carayaó.
Luego de un descanso y preparativos, la tropa de Jara prosiguió su marcha hacia Arroyos y Esteros. En Puesto'í, a dos leguas de aquel, un espía gubernista informó que la guarnición del poblado, a cargo del capitán Maggi tenía 150 soldados del Escuadrón de Seguridad de la capital. Jara decidió atacar por sorpresa y para ello llevó tropas en una lancha y dos chatas, desembarcando en Arrecife, a dos leguas del centro, a las 5 de la mañana del 4 de julio. Al no poder dar sorpresa porque ya había amanecido, Jara ordenó marchar por el camino de Emboscada. A media mañana se produjo el encuentro. Los rebeldes se dividieron en tres columnas a cargo del capitán Cáceres, y de los tenientes Rodríguez y Johanssen, respectivamente. Los defensores se acantonaron en el mercado, la policía y la iglesia parroquial. El ataque fue fulminante. Los defensores perdieron 72 fusiles y 7.800 tiros y sus bajas fueron de 11 muertos, 16 heridos y 42 prisioneros.
Dos días más tarde, la brigada salió de Arroyos y Esteros con dirección a la Estación Caballero. Por el camino, atacaron Piribebuy por sorpresa y el jefe político del pueblo, teniente Emilio Kallsen fue apresado junto con otros 18 individuos. El botín de armamento fue precioso, 47 fusiles y 3.000 tiros. Con el objetivo de llegar a Asunción, patrullas de Jara se tirotearon con efectivos de la guarnición de Paraguarí y ahí se informaron de que el capitán Bray venía en tren de Encarnación con 350 efectivos. Ya caída la noche atacaron al convoy con disparo graneado, pero la máquina siguió de largo. Se anotó luego que el ataque tuvo resultado porque Bray apenas pudo llegar a Asunción el 14 de julio con 120 hombres intactos.
Al tomar Pirayú ese mismo 8 de julio, le aguardaba a Jara una carta del coronel Mendoza donde le urgía llegar a Asunción antes de que se juntasen más defensores gubernistas. En el tren indicado que previamente llevó a Mendoza y tropas a Luque, y sin mayor resistencia, la brigada de Jara llegó a Trinidad el 9 de julio. El guerrillero, ahora urbano, siguió la marcha hasta Tuyucuá, detrás de la cancha del Club Libertad pero debido a la intensa lluvia con tormenta, prefirió retroceder y pernoctar en el Jardín Botánico. Una patrulla había llegado hasta la calle Brasil sin toparse con defensores siquiera esporádicos.
Aún sin oposición visible, Jara prefirió el ambiente más acostumbrado a su tipo de combate, la de la arboleda del Botánico. Por falta de comunicación entre sus camaradas, Jara no se enteró de que muchos revolucionarios ya habían presentado combate en horas tempranas de esa misma noche con tanto suceso que ya establecieron cantones rebeldes en la capital. De todos modos, contra todo pronóstico por lo esforzada y homérica de su marcha, llegó a tiempo para la batalla final. Sin embargo, en el caso de Plácido Jara, su gran hazaña se circunscribió a presentarse en el teatro de operaciones sin que tuviera exactamente definido qué papel táctico le tocaría en la estrategia global de los revolucionarios. Tan imposible parecía su presencia, tan implausible su llegada a tiempo que pasaron por alto darle una tarea que cumplir. Ese 10 de julio de 1922, curiosamente, era el 36° aniversario de la fundación del liberalismo paraguayo en nombre de cual ambas facciones en lucha se enfrentaron con tanta saña, aversión y rencor, y por tanto tiempo.
Fachada de la Escuela Militar donde el Coronel Manlio Schenoni
establecio su centro de comando a lo largo de la guerra civil de 1922
EN LOS UMBRALES DE LA VICTORIA Y LA DERROTA
La embestida final de los rebeldes tomó a la capital totalmente desguarnecida, casi desierta. Estigarribia estaba esperando en Ajos a que Plácido Jara tomara el único camino que creía concebible. Bray estaba en Encarnación y el Jefe de Plaza de Asunción estaba en Carapeguá cuando llegó la noticia de que Jara había tomado Arroyos y Esteros el 6, y que el coronel Mendoza y el comandante Brizuela habían caído sobre Ypacaraí, último bastión ferroviario antes de apuntar sobre la capital.
La situación era seria y desesperada. El comandante Sánchez llegó a Asunción de un modo ecléctico, a caballo hasta Angostura y luego a Villeta donde tomó una lancha para llegar penosamente el 8 de julio a su puesto de comando. Schenoni que prefirió fijar su despacho en la Escuela Militar, pidió al valeroso teniente de Marina Fortunato Arias y una compañía de soldados a impedir el paso de los rebeldes en algún punto de la vía férrea.
Quiso hacerlo en Areguá pero el avance enemigo lo retrotrajo hasta Yukyry, a orillas del arroyo. Como los atacantes venían con artillería montada en vagones, el condestable Brandan, un voluntario extranjero de buen manejo de la artillería que en Kaí Puente se había distinguido también en la identificación y desactivación de minas, apareció con su VICKERS 76 y devolvió cuatro de los seis disparos del otro lado. Arias luego estableció su línea de defensa en el arroyo Ytay cuando los rebeldes tomaron Luque como antesala de la batalla final de Asunción.
Como toda la guerra se había peleado alrededor de las vías del tren, la mejor defensa de la capital estaba sobre la Avenida Venezuela. Los revolucionarios, habiendo aprendido la lección de junio del año anterior, no insistieron mucho por ese sector entrando más bien por las avenidas Colombia y Pettirossi. El Gobierno estableció un cantón defensivo en la colina de Pettirossi y Perú, pero los insurgentes iniciaron su ataque solo a las 10.30 de la mañana del día 9 de julio, tomaron la Plaza Uruguaya, la Sección Policial III, sobre la calle Azara, y la Intendencia de Guerra, en Chile y Amambay. El caudillo colorado José Gill, otro montonero de campo traviesa como Jara, entró por la Avenida Venezuela pasó por General Santos y San Miguel hasta ubicarse en el Belvedere. Los defensores iban retrocediendo por la calle Sebastián Gaboto hasta llegar al cuartel central de Policía. Los efectivos ataques eran comandados por el capitán Adolfo Ferreira y el mayor Fermín Casco. Pronto, el comandante Brizuela ya había establecido su puesto de comando en la Comisaría III.
Preocupado por la avanzada rebelde y en previsión de un desastre defensivo, el mayor Sánchez firmó una Orden del Día, ese mismo 9 de julio a las 5.30 de la mañana donde se daban instrucciones reservadas a los comandantes sectoriales identificando los puntos de retaguardia adonde debían llegar en "un caso muy extremo".
El Orden del Día fue escueto:
"1º En el caso extremo de que nuestra línea sufra una ruptura irreparable, a juicio del comandante, y se vea claro el peligro de un desbande, éstos ordenarán la retirada en forma ordenada y tranquila.
2° Sector para el mayor Ortiz: Palacio de Gobierno hasta Escuela Militar con ocupación inmediata de los edificios más apropiados para cantones, procurando no descuidar los pisos bajos.
3º Sector para el mayor Céspedes B.: ocupación del Correo y Teatro hasta Cárcel Pública [hoy Universidad Católica], tomando el edificio de la Escuela Providencia y Dirección de Impuestos."
Las peores predicciones y terrores más siniestros de los gubernistas estaban ocurriendo. A la tarde del día 9 de julio, los rebeldes se habían establecido en el centro de la capital. El nuevo comandante rebelde, coronel Mendoza estableció su despacho en la Comisaría III, el capitán Lasclotas regía la Plaza Uruguaya y la terminal del ferrocarril adonde también se vio cabalgar a José Gill. A la noche, la terminal fue evacuada debido a los certeros disparos de la artillería gubernista del condestable Brandan. El líder schaererista Eduardo Filippini comandaba la Intendencia de Guerra. Patrullas rebeldes establecieron territorio en Puerto Sajonia y ocuparon el elevado Mangrullo -hoy Parque Carlos Antonio López-. El territorio bajo autoridad gubernamental se redujo al microcentro, apenas entre la Escuela de La Providencia y la Prefectura Naval a lo que luego se sumó el Astillero SAN ISIDRO. Uno de los edificios altos elegidos para cantón fue el de EL DIARIO propiedad del ministro Eliseo Da Rosa hoy sede de -ULTIMA HORA-. Antes de la copiosa lluvia de la noche del 9, los rebeldes tenían tomada la Plaza Independencia, los altos de la Casa CUEVAS HNOS., el BANCO MERCANTIL, es decir toda la calle Estrella.
Con premura, pero de manera organizada, el Gobierno se replegó hasta el puerto. El Presidente llegaba al navío ADOLFO RIQUELME junto con todo el gabinete, para las 4 de la tarde, menos el Ministro de Guerra. En otras embarcaciones se encontraban algunas tropas y todo el parque de guerra cuya incautación buscaba afanosamente la revolución. La idea era partir hacia el norte, pues el río estaba en manos seguras del Gobierno. Igualmente, si bien se iba a dejar la capital en manos rebeldes, éstos iban a ser luego desalojados cuando convergieran sobre ellos las fuerzas combinadas de Estigarribia y Bray. Por un momento, a la tarde del 9 de julio, la situación se volvió desesperada. La defensa se había limitado a pocas cuadras de dos calles céntricas linderas con la bahía. Se tenían armas pero no suficientes soldados y, lo peor, psicológicamente, la derrota parecía inevitable. El mayor Sánchez era muy novato para tomar comando decidido y poner el Gobierno bajo su tutela. El coronel Schenoni parecía anonadado por los hechos y sin Estado Mayor ni jefes sazonados aparentemente cayó también en una suerte de apatía pesimista a la espera de lo peor.
Entonces, en uno de esos imponderables que vuelcan el resultado de una batalla, hasta ese momento condenada al fracaso, aparece una figura providencial. La casa del general Patricio Alejandrino Escobar, frente a la Plaza Independencia, iba a caer a poder de los rebeldes, por lo que él se apresuró en abandonarla en compañía del doctor Gualberto Cardús Huerta, el capitán Juan E. Melgarejo, el teniente José Franco y el señor Emilio García.
A partir de las 15:00 de ese día 9, el general Escobar asumió el liderato firme de la importante retaguardia defensa informándose de lo acontecido. Escobar había sido llamado a actuar por el coronel Machuca. La extendida trayectoria de Escobar le daba la autoridad para movilizar a todos y encarar la defensa con bríos. En un ambiente casi de anarquía, Escobar fue informado de que el Presidente Ayala se encontraba camino al puerto y hacia allá se encaminó él para coordinar las acciones con el mismo Comandante en Jefe.
Habiendo ya partido el ADOLFO RIQUELME, Escobar subió al buque SAN JOSÉ para llegar junto al Presidente. El resultado de una breve conferencia fue que el Presidente Ayala lo puso a cargo de todas las embarcaciones y tropas surtas en el puerto y algunas ya con las máquinas listas zarpando hacia el norte. Escobar, el "general de desfile", como lo llamaba Bray, asumió inmediato comando, reorganizó las tropas a su cargo y les ordenó bajar a tierra a presentar batalla. Se trataba de dos secciones de la Batería ARMSTRONG del teniente primero Germán Kallsen con 44 fusileros. Descendió un pelotón del aviso TRIUNFO, al mando del guardiamarina Rivas Ortellado y el teniente Fernando Rivarola, a más de la formación de dos pelotones con las fuerzas dispersas. Las mismas bajaron a tierra a las 18 horas.
En una arenga a las tropas presentes, Escobar les dijo: "Acompáñenme, vamos a seguir el ejemplo de los veteranos que avanzan hacia el enemigo para ayudar a los compañeros que tuvieron la entereza de quedarse". Uno de los primeros voluntarios fue nada menos que el Presidente de la Cámara de Representantes, José Patricio Guggiari, quién dijo con claridad, "Yo también le acompaño, general!" Se hicieron los trasbordos necesarios y al llegar al puerto. Escobar entregó el comando de las tropas al coronel Machuca quien los condujo hasta la Policía.
El general Escobar no titubeó en asumir autoridad y lo demostró en un incidente con el doctor Eladio Velázquez quién había recibido algún tipo de comisionamiento del Ministro de Guerra y Marina. Interrumpió Velázquez al general diciéndole, "debemos primero hablar de la distribución de fuerzas". Con firmeza pero sin altanería Escobar le retrucó, "al revés, doctor, vamos a hablar después de la distribución de fuerzas" y le ordenó conducir unas tropas a la Prefectura donde se hizo cargo el marino Arias.
Cuidadoso de todo detalle, Escobar ordenó a gente de otra embarcación, el comisario de Chaco’í, Segundo Benegas y a un señor Irazusta a faenar algunas cabezas de ganado para el rancho de la tropa defensora y a mantener una reserva de ganado en pie para alimentar a los combatientes. El señor Sabadino Conigliaro se hizo cargo de distribuir el rancho al día siguiente. Desde su nuevo cargo de comandante de flota de retaguardia, Escobar revistó las chatas donde se encontraba el material bélico para asegurarse de que estaba todo el parque y a salvo. Igualmente, envió el buque MARCEL a cargo de Juan Burián hasta Puerto Botánico para traer al telegrafista Ortíz cuyo servicio era requerido.
Escobar supervisó la entrega de armas y balas a los combatientes y a medida que se recibían voluntarios desarmados se les iba dotando de fusiles. La organización de los combatientes desde la orilla del río fue avanzando hacia el enemigo. Para las nueve de la noche ya había retomado el Mangrullo y se hallaban cerca de la calle Colón. El general mandó al condestable Brandan a disparar hacia la concentración de rebeldes en el cantón de la Iglesia de la Encarnación pero sin dañar el templo, cosa que ocurrió. Mientras Escobar recuperaba las tropas que en desbande se habían refugiado en las embarcaciones del puerto, Schenoni preparaba la defensa del escaso perímetro todavía en manos del Gobierno.
Antes de que la lluvia y tormenta de la noche del 9 de julio paralizara todo, en un repliegue difícil de entender, el comandante Brizuela y el mayor Tomás Mendoza tomaron sus piezas de artillería de la Comisaría III, de la calle Azara, para ir a pernoctar en Capiatá. Era visible que los atacantes no estaban cómodos con la lucha urbana. Al mismo tiempo, reorganizadas las tropas gubernistas y su armamento, éstas pasaron a hostigar toda la noche con disparos frecuentes contra quienes ocupaban la Plaza Uruguaya impidiéndoles un descanso reparador antes de la gran batalla del día siguiente.
Al alba del día 10 de julio, la última gran conflagración de Asunción hizo implosión. Para las 7 horas, la fusilería tronaba sin pausa. Las tropas de Plácido Jara se unieron a la batalla dando apoyo de fusilería y ametralladoras. El único cantón rebelde que hizo progresos fue el de la Plaza Independencia, que avanzó sobre el cantón de la joyería CARRÓN, pero aún tenía detrás el edificio del Registro Civil ahora defendida por el indomable marino Fortunato Arias. Al ser atacados por la artillería de Brandan, los rebeldes de La Encarnación se refugiaron a un costado pero no decidieron avanzar sobre el centro por lo que unos fusileros gubernistas lograron hacerlos replegar hasta la Intendencia de Guerra. Esos mismos defensores luego consiguieron desalojar la Plaza Independencia yendo a parar a la Plaza Uruguaya, sin dejar de disparar.
Desde la Plaza Uruguaya, un contingente rebelde intentó llegar al centro por la ribera de la bahía cruzando la Chacarita. Prontamente identificados, fueron frenados por las ametralladoras de los cantones de La Providencia y el Ministerio de Guerra y Marina así como por disparos desde la bahía del OLIMPO a cargo del teniente de Marina Adolfo Aponte. La artillería de Kallsen desde el Banco San Miguel y los certeros disparos desde el ADOLFO RIQUELME iban lentamente creando zozobra en los rebeldes que además comenzaban a agotar sus escasas municiones. La avanzada gubernista venía desde el río por la Avenida 25 de Diciembre y cada vez se volvía más difícil para los rebeldes mantener las posiciones, muchas de las cuales ya se hallaban aisladas de todo comando central.
Así para las 15 horas de ese día -10 de julio-, las retiradas se convirtieron en desbande y cesó toda resistencia. La mayoría de los combatientes rebeldes enfilaron hacia Lambaré donde el cruce del río les aseguraría la vida en territorio argentino hasta la próxima amnistía. De Lambaré muchos enfilaron al sur, hacia Villeta y Angostura desde donde también se podía tentar un escape a la Argentina. La larga y cruenta rebelión había fracasado totalmente.
El Presidente Ayala y su Gabinete retornaron a la capital para poner manos a la obra en la inmensa tarea de la reconstrucción y pacificación. Se aplicaron medidas militares para facilitar el escape de los combatientes a territorio argentino desde los puertos del sur del Río Paraguay pero se envió a los buques de guerra ADOLFO RIQUELME y TRIUNFO para impedir que los que intentaban cruzar el río lo hicieran armados. De todos modos, eran tan endebles algunas de las embarcaciones que intentar llevar armamento pesado hubiera asegurado la zozobra.
Los informes al Gobierno desde la zona de Villeta y Angostura daban cuenta de que Plácido Jara y el coronel Mendoza habían pasado por Angostura. En ese puerto, el comandante Brizuela hizo un último intento por sonar marcial desde el teatro de la gran batalla de las Lomas Valentinas de la Guerra Grande del siglo anterior. Envió Brizuela un telegrama altisonante al Presidente Ayala cuyo texto era revelador:
"De parte del Alto Comando del Ejército Constitucional le dirijo ésta, comunicándole que nos hallamos dispuestos a dar término a la actual contienda toda vez que el Gobierno haga concesiones basadas en una amplia garantía para todos. Debo hacerle presente que el espíritu de la oficialidad y tropa de nuestro comando es inquebrantable y que contamos con elementos suficientes para continuar la lucha por tiempo indeterminado, pero prima entre nosotros el deseo de evitar la prolongación de esta situación que ya tantos sufrimientos y perjuicios ha producido. Es por ello que nos decidimos a gestionar un acuerdo que finalice esta contienda. Esperamos su resolución hasta las 5 p.m. de hoy, pudiéndola transmitir a ésta o al coronel Pedro Mendoza, que ha dicho se trasladará a Bouvier (R.A.)
Por el Alto Comando
Brizuela, Teniente Coronel."
Como en otro telegrama, Brizuela había ofrecido al Presidente entregar todo el armamento en su poder y el ganado requisado a cambio de negociaciones para el cobro de la jubilación de los alzados en armas, el Gobierno contestó el cablegrama por medio del ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Lisandro Díaz León, quien anunció que se enviaba de urgencia un comisionado para negociar el acuerdo. El comisionado, al llegar a Angostura ya no encontró rastros de Brizuela y los suyos. En el relato del jefe político liberal de Caaguazú, Basilio Scavone, recientemente liberado por los gubernistas por haber sido tomado prisionero en las incursiones de los rebeldes en busca de provisiones, lo ocurrido fue el siguiente:
"Llegados al lugar mencionado, el comandante Brizuela pidió a la oficialidad 24 horas de espera para tener contestación a la propuesta enviada al Presidente de la República. La oficialidad se negó terminantemente. Entonces, se produjo una escena emocionante. Con lágrimas en los ojos se abrazaron los oficiales y jefes. El capitán Cáceres formó su tropa compuesta de 40 hombres de Caballería y en medio de hurras al ejército constitucional, se echó a galopar."
En su afán por ponerse a salvo, el remanente del ejército rebelde abandonó su armamento en las distintas estancias de la zona, el material bélico luego fue recogido cuidadosamente por los buques gubernistas despachados a ese efecto que en seguida comunicaban el hecho al ministro de Guerra y Marina. Uno de los telegramas más curiosos recibidos por el presidente Eligio Ayala provino del prominente empresario ganadero Luigi Patri, anterior propietario del ferrocarril, cuya inmensa fortuna se había originado como vivandero de las tropas brasileñas que habían ocupado el Paraguay en el desenlace de la Guerra de la Triple Alianza. Patri estaba acostumbrado a mandar y eso se refleja en su comunicación a Eligio Ayala del 12 de julio de 1923:
"Contingentes revolucionarios doscientos hombres con coronel Brizuela pasando por ésta lo hice llamar bajo mi garantía y le pedí que entregaran armas prometiéndoles facilitar paso a la Argentina a los que quisieran pasar y ofreciendo trabajo a los que desearan trabajar lo que fue aceptado. Hay algunos entre ellos oficiales y soldados que desean volver a ella. Ruego autorice a darlas. Ruego tener muy presente que he dado mi palabra a estas gentes que no serán molestados y no quiero faltar a ella, dentro de un momento, entregaré armas al comandante del Riquelme el que volverá ésa enseguida con ellas. Espero que esta intervención casual sea de su agrado como de los demás amigos. Hay más o menos 150 armas. Espero autorización que mande persona autorizada para que dé los pasos solicitados. Saludo atte. PATRI. Puerto Sara."
Esas estancias lejanas eran realmente feudos donde el propietario imponía su voluntad. Por otro lado, el interés nacional de desarmar a los rebeldes y encontrarles ocupación rentable era también parte de la agenda de pacificación y desarme de combatientes.
Precisamente, en ese sentido iba una conceptuosa nota dirigida por el Obispo del Paraguay, monseñor Juan Sinforiano Bogarín, al Ministro de Justicia y Culto, donde el prelado se ofrecía cooperar en la gran tarea de la concordia nacional. Decía Bogarín:
"Terminada la contienda civil que tantos sacrificios y lágrimas ha costado a la patria, nadie puede dudar que la obra más urgente que debe emprenderse es la de la pacificación de la población, desplegando una acción intensa e inmediata para apaciguar las pasiones que cual sentimiento de disolución social quedarán aún inficionando los espíritus y devolver cuanto antes a la sociedad la tranquilidad que tanto necesita para reanudar el trabajo reconstructor. A ese fin, creo que no poco ha de poder contribuir el ministerio sagrado que junto con el clero me toca desempeñar y, en esa convicción, he formado el propósito que tan pronto como sea posible realizaré, no sólo de dirigir por escrito mi palabra de Pastor al pueblo cristiano, sino también de emprender una rápida gira de practicación (sic.) por las principales poblaciones de la campaña, personalmente, hasta donde me sea posible y comisionando caracterizados miembros del clero a otros puntos."
Luego, la siempre insolvente Iglesia paraguaya solicita del Gobierno el apoyo logístico para tan magna obra. El santo varón Obispo envió esa nota el 17 de julio, esperando lo suficiente para discernir si la tan repetida "victoria final" no había una vez más resultado parcial.
E JA'Ó COLORADO PE
Concluido el enfrentamiento, se imponía felicitar a los victoriosos, cosa que el ministro Schenoni hizo en un Orden del Día del Ejército solemne donde recordó a todos, inclusive a la Marina -que no se creía parte del Ejército- y guardó el último numeral para los caídos en la contienda fratricida. La fecha del mismo fue el 14 de julio de 1923 cuando ya no quedaron dudas de que la interminable "revolución" había concluido definitivamente con la derrota y desbande de los sublevados.
Luego, correspondía al triunfador Partido Radical emitir un comunicado donde dejara sentada su posición y dirimiera responsabilidades y culpas. Naturalmente, Schaerer se llevó buena parte de ambas y también Chirife aunque su deceso lo pusiera a resguardo de sanciones ulteriores. Pero aprovechó el Directorio partidario para emitir un documento donde se hiciera un cuidadoso análisis de lo acontecido y el papel cumplido por su tradicional adversario cívico, la Asociación Nacional Republicana, que no habiendo salido muy bien parada del conflicto optó por abstenerse de participar en las elecciones de 1924.
Aunque al notar que la exitosa Presidencia Constitucional de Eligio Ayala podía condenar al Partido a la extinción, enmendaron sus acciones y varios excelentes tribunos entraron al Congreso en las elecciones de medio mandato en 1926.
Decía el extenso Manifiesto partidario:
"Durante más de un año, el país ha sufrido los males de una sublevación sin causa ni ideales. El Partido Liberal nada tiene que reprocharse en esta cruenta emergencia. La responsabilidad de la sangre vertida, de los perjuicios causados, debe recaer íntegramente sobre sus insensatos autores -los militares sublevados- y los parlamentarios que incitaron al levantamiento.
En todas esas nobles tentativas de paz, nuestro Partido evidenció su elevada comprensión de los acontecimientos. El deber primordial era en aquella hora evitar la lucha armada. Otros la provocaron.
El estado de incertidumbre política, la exaltación de las pasiones, la crisis misma, fueron maliciosamente aprovechadas por el Partido Republicano para arrojar la chispa inicial del incendio, mediante una maniobra parlamentaria urdida por los colorados y schaeristas, mancomunados en el nefando propósito de ungir en los cuarteles la dictadura militar del coronel Chirife.
A partir de entonces, esa comunidad de pensamiento y acción entre el Partido Colorado y la facción schaerista, no dejó de manifestarse en todas las oportunidades, quedando el primero atado -como por un destino trágico y como siempre lo estuvo, al yugo de todas las dictaduras y todas las subversiones- al carro de la revuelta. Sus jefes militares se apresuraron en reclamar puestos de mando en el ejército alzado contra la autoridad del Primer Magistrado. Sus caudillos del interior apañan y hacen suya la causa de los rebeldes. Sus comisiones departamentales reclaman en documentos públicos su adhesión al alzamiento. Su prensa se pone al servicio y se convierte en el órgano oficioso del schaerismo en armas. Hasta algunos de sus hombres dirigentes de la capital rivalizan en el empeño de dar alas y esperanzas a la sedición, bajo la apariencia vergonzante de prédicas y petitorios de paz. El Poder Ejecutivo, por otra parte, no solo no encuentra el apoyo de los legisladores colorados, sino que tropieza con su obstrucción manifiesta para obtener la ley de estado de sitio y otras medidas de bien y orden públicos. En cambio, esos mismos elementos estrechan filas y forman quórum para acordar moratoria a una institución particular. Un interés privado, dijo con razón el mensaje presidencial del 1° de abril, pudo más que la angustia del país.
Es conocido igualmente el documento en el que el coronel Chirife aseguró que el comandante Goiburú, en representación de su Partido, le propuso la conclusión de un pacto y la reunión de congresales schaeristas y colorados en Encarnación.
A raíz de la conferencia de Caacupé, los colorados prestigiaron la propuesta facciosa consistente en la implantación de una verdadera dictadura. Quizás en estos y otros antecedentes de pública notoriedad, resida la razón del exabrupto que, con el nombre de manifiesto, lanzaron al día siguiente de la victoria obtenida por el liberalismo sobre las montoneras asaltantes, y en él confían al adjetivo grueso la tarea de vengarlos de la derrota de los facciosos, cuyo triunfo en secreto acariciaban.
Producido el cambio presidencial, el doctor Eligio Ayala, Presidente Provisorio de la República, confió al Presidente de la Cámara de Diputados y Vicepresidente del Partido Liberal, doctor José P. Guggiari, la misión de ofrecer la amnistía a los rebeldes. Los jefes facciosos formularon una propuesta que entrañaba la creación de un triunvirato a base de la disolución de los Poderes Legislativo y Ejecutivo, licenciamiento del ejército nacional y otras medidas no menos desorbitadas. Esa proposición era francamente inaceptable, porque, a su vicio insanable de inconstitucionalidad, añadía el agravante de no ofrecer al país la seguridad de una paz duradera, sino una efímera tregua. Significaba también llevar la anarquía al gobierno, cuando los momentos anormales exigen siempre como solución un poder homogéneo, fuerte y responsable. Como precio de esa tregua, se exigía a la nación la implantación de un triunvirato híbrido, investido con la suma del poder público, la dictadura sin garantía alguna de su autoridad, puesto que debían disolverse así el ejército leal como las fuerzas sublevadas. Aceptar esa fórmula no era resolver la anarquía sino prolongarla. El pueblo necesitaba y pedía una paz durable y firme. Esta era también la aspiración vehemente del liberalismo, que se sacrificaba abnegadamente por el bien colectivo. Derrotados los facciosos en Piribebuy, el gobierno confió todavía a un expectable republicano la misión de ofrecerles la paz, propuesta que fue reiterada cuando avanzaban sobre la capital. Estas gestiones demuestran hasta dónde el Gobierno liberal quiso evitar un nuevo y sangriento choque, y que si se apeló a la fuerza como 'última ratio' fue porque a ello le obligó la imposibilidad de conseguir la pacificación por los medios legales. Si la guerra ha costado y durado mucho se deben en primer término a que el gobierno tuvo que improvisar un ejército, equiparlo y armarlo para batir a los sublevados, que sumaban el noventa por ciento de los efectivos bajo bandera.
El sacrificio ha sido grande. Es menester aprovechar las lecciones que surgen del pasado de violencia. Esta guerra civil debe ser la página final de una época que se cierra, para iniciar la era de la paz institucional, fruto del sufragio libre, garantizada por gobiernos legítimos y controlada por oposiciones democráticas y su terminación debe señalar el punto de partida de una política de más amplios horizontes, realizadora del bien colectivo, firme para impedir violencias y de rectificación de los errores del pasado para evitar idénticas crisis."
Las grandes ideas de este profundo manifiesto pudieron aplicarse exactamente por una década, la más libre y democrática de todo el siglo XX, pero todo terminó como consecuencia de la Guerra del Chaco y el avance incontenible de las ideas totalitarias de la Europa nazi-fascista que nuevamente trajeron al Paraguay lo mismo de siempre, odio, guerra civil, enfrentamientos, exilios y represión, todo nuevamente bajo el nombre de una revolución "nacionalista" que nunca terminó de llegar como revolución, sino como opresión. La experiencia ganada en base a la guerra civil de 1922 fue prontamente olvidada porque la democracia no llegó a cuajar como una meta nacional. No podía hacerlo en un medio provinciano de escasa educación, sujeto todavía a la voluntad de caudillos y tiranos.
En una cena de homenaje ofrecida al doctor Eusebio Ayala al abandonar la Presidencia provisoria, éste se despachó sin misericordia contra aquellos dos males nacionales. Del militarismo dijo: "El Ejército ha estado en nuestro espíritu por muchos años como factor, no de seguridad, sino de inseguridad. El Ejército ha estado mezclado en la política y ésta a su vez se ha mezclado en las cosas del Ejército; y tal contubernio ha traído muchas y grandes desdichas y si no le ponemos término, nos ha de traer muchas más". Luego da una definición del caudillismo que el propio sociólogo alemán contemporáneo suyo, Max Weber, envidiaría: "No creo, señores que el problema de sanear el ejército pueda oponer dificultad toda vez que desaparezca lo que vulgarmente se llama caudillismo, o sea ese afán de rodearse de gente incondicional y de creer que uno es más que otros en el partido o en el gobierno".
Sobre el papel de Eduardo Schaerer en la guerra civil, Eusebio fue también lapidario como pocos, antes o después de él:
"He sido amigo del señor Schaerer, aprecio mucho algunas de sus cualidades. El señor Schaerer ha sido víctima sobre todo de su ignorancia, ¿por qué no decir la verdad? La ignorancia de los gobernantes es un peligro grande para la República. Yo no quiero acusar al señor Schaerer: si hablé de él en este momento, es porque quiero inferir una lección. ¿Cuál es esa lección? La de que es necesario que en nuestro país ya no se dejen las grandes influencias políticas en manos de hombres sin capacidad intelectual."
Ayala no lo hubiera pensado así, pero estaba condenando al populismo que una y otra vez adquiere cíclica prominencia entre nosotros elevando a la máxima autoridad a ciudadanos de escasísimas luces aunque de desmedida ambición.
LA CRUCECITA Y LA ENCRUCIJADA DE LOS MILAGROS
El fin de la lucha armada trajo consigo dos milagros y muchas bendiciones para el sufrido pueblo que soportó estoicamente catorce meses de lucha intestina. El primero de los milagros fue el económico. Uno de los productos de la agricultura local tuvo un repunte indescriptible en valor y mercado, el algodón. Hubo un "boom" algodonero que trajo mucha bonanza a las alicaídas arcas del Gobierno. Se valorizó y pronto se compraba toda la producción, incluso la futura.
En ocasiones anteriores de burbujas económicas de esta naturaleza, todo el mundo se dedicaba a la producción para la exportación pero a consecuencia de deficiencias en el manejo financiero de la economía, el beneficio se limitaba a unos pocos especuladores, prestamistas y banqueros. La que se inició en 1923 fue diferente, por el hombre que estaba a cargo, Eligio Ayala. Ya cuando parecía que Dios se había olvidado del Paraguay, por razones ajenas a la economía, fue elevado a la presidencia provisional quien haya sido posiblemente el primer economista con título de posgrado en acceder a la primera magistratura en el mundo.
Eligio Ayala era también abogado, pero entre la primera y la segunda presidencia de Manuel Gondra, Ayala había partido para Europa a especializarse en finanzas. Por el camino, cambió de especialización y eligió la naciente "ciencia sombría", la economía política. Había sido un excelente y curioso alumno y como economista en funciones, su tarea fue simplemente efectiva y provechosa. Lo primero que acompaña todo proceso de boom económico es la inflación, concepto académico desconocido para muchos pero cuyos resultados afectaban a todos por igual y especialmente a los más pobres pues la pérdida del valor de la moneda afecta a quienes menos la tienen. Por algo, alguien la denominó acertadamente, el impuesto a los más pobres que no tienen conciencia de estar pagándolo. Ayala también revisó las otras actividades paralelas como el transporte y el almacenamiento y fue estricto cancerbero con las recaudaciones.
Era de no creer que el país que penosamente se tranquilizaba luego de las recientes cruentas disputas fratricidas, comenzó a tener superávits presupuestarios luego de pagar la deuda flotante y estar al día con la burocracia gubernamental. El Partido Liberal Radical había encontrado su improbable mesías nada mesiánico y pronto comenzó a organizarse para llevarlo a la Presidencia Constitucional por todo un período. La perspectiva no le disgustó aunque para ello tuviera que reemplazar en la candidatura partidaria a su amigo Eusebio Ayala, el presunto pretendiente oficial del Partido para las elecciones indirectas de 1924. La propuesta liberal impuso su renuncia a la provisionalidad para dedicarse a la candidatura. En marzo, lo substituyó el doctor Luís A. Riart quien así completó el período presidencial y le entregó la banda constitucional a Eligio Ayala el 15 de agosto de 1924.
Al asumir nuevamente la presidencia, Ayala venía con un plan específico, aprovechar al máximo la bonanza de las finanzas algodoneras y llevar adelante un sorprendente programa de transformación económica, política y de infraestructura del país en el breve lapso de apenas cuatro años. Apoyado desde su Gabinete por una mayoría de egresados de universidades europeas, especialmente en la Intendencia de Asunción. Se dinamizó la actividad productiva, se construyó e inauguró la escalinata de la calle Antequera, se creó el Barrio Obrero para llevar a residencias suburbanas modernas a los habitantes de la insalubre Chacarita, se construyó lo que por casi un siglo fue la única avenida costanera en la Bahía, se reformó la educación con un plan del docente paraguayo Ramón Indalecio Cardozo, hasta hoy no superado y único en su género, aunque que pronto fue dejado de lado por los sucesivos gobiernos "por dar mucho trabajo" a los maestros. También se llevó al Rectorado de la Universidad Nacional de Asunción al doctor Eusebio Ayala para intentar corregir lo que el mismo Ayala en sus magistrales mensajes anuales al Congreso llegó a llamar "la apatía mansa" del decadente profesorado universitario.
Eligio Ayala luego hizo también su mayor contribución a la patria y a la historia; presidió la recuperación del Ejército, su profesionalización con becas al exterior para sus jefes y con la compra encubierta de armamento moderno, pues la guerra con Bolivia por la posesión del Chaco Boreal se presentaba como inevitable. Todo lo hacía el Presidente con su implacable visión de tesorero estricto. Si bien no sobraba dinero para las tantas necesidades del país, un buen administrador se las ingenió incluso para agradecer al Obispo, Monseñor Bogarín, por su papel en la pacificación de los ánimos luego de la guerra civil solventándole el agradecido Estado sus únicas vacaciones en el exterior.
CIRILO DUARTE
El otro milagro -o sucesión de milagros- tuvo lugar fuera del ámbito gubernamental, pero a su manera fue una consecuencia del ambiente revolucionario y sedicioso que se acababa de atravesar. Un hecho casi anecdótico tuvo resultados inimaginables. A meses de la conclusión de la rebelión, el 4 de octubre de 1923, unos marineros de la guarnición de Puerto Sajonia estaban protagonizando uno de los frecuentes cambios de guardia, cuando toda la población circundante debía suspender sus actividades y desplazamiento hasta que la guardia entrante recibiera el santo y seña de la saliente y todo quedara nuevamente bajo la atenta vigilancia de los soldaditos. El puesto estaba ubicado sobre la Avenida Carlos Antonio López y todo ocurría de acuerdo a lo convencional cuando de improviso y accidentalmente se dispara uno de los fusiles de la tropa y cae mortalmente herido para fallecer casi instantáneamente el joven marinero Cirilo Duarte.
Impresionadas por el episodio, algunas mujeres del vecindario se la agenciaron para adquirir una crucecita de madera que fue colocada en el exacto lugar donde falleciera Cirilo. El caso era perfectamente acostumbrado, tanto en el campo como en la ciudad para muertes accidentales o trágicas productos de crímenes y enfrentamientos. Pero pronto, surgió un fenómeno religioso popular que no paró de crecer. La crucecita de Cirilo Duarte adquirió fama de milagrosa y pronto fue epicentro de rezos, ruegos y promesas. No faltaron las flores ni las velas y pronto se le erigió un pequeño panteón donde se ponía a resguardo de los elementos las cartas y súplicas y agradecimientos dirigidos al alma de Cirilo.
Con el paso del tiempo, el fenómeno había desbordado toda creencia anterior. Particularmente visitada por jóvenes de todas las clases sociales era la crucecita en épocas de exámenes. El resto lo hizo el Concilio Vaticano II y la novel Conferencia Episcopal Paraguaya. La Iglesia decidió que un fenómeno así debía ser manejado institucionalmente. Pasó a proteger la existencia de la crucecita misma, pues algunos promeseros y favorecidos se llevaban astillas por lo que hoy la crucecita original se halla expuesta en una vitrina inviolable a la vista de los feligreses en lo que es la imponente Basílica de la Santa Cruz. Ya no es un fenómeno de religiosidad popular espontánea, pero la historia de Cirilo Duarte no ha parado de crecer y difundirse. Hay incluso en las cercanías una escuela de artes y oficios que lleva su nombre y es administrada por la orden dominica para ayudar a jóvenes como el propio Cirilo a realizar el milagro de una educación esmerada en una tarea productiva que traiga dignidad a sus vidas y los vuelvan útiles a su sociedad. Este milagro seguro que no es el menor de cuántos propició el marinerito de Sajonia.
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Velilla de Arréllaga, Julia. Eligio Ayala, el estadista en HISTORIA PARAGUAYA. Vol. XVII, 1980.
EL AUTOR
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ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO ABC COLOR SOBRE EL LIBRO
OTRO LIBRO SOBRE LA VIOLENCIA POLÍTICA EN NUESTRO PAÍS
EL LIDERAZGO DE EUSEBIO AYALA SOSTUVO AL GOBIERNO
Otro gran libro sobre la violencia política en nuestro país es el que presentará el domingo próximo, con el ejemplar de nuestro diario, ABC Color y El Lector. Se trata de “La guerra civil de 1922”, del prestigioso historiador compatriota Ricardo Caballero Aquino.
El doctor Eusebio Ayala, gran estadista y también un caudillo nacional./ ABC Color
En esta entrevista con el doctor Caballero Aquino, el mismo señala aspectos de su obra y recuerda el destacado papel que tuvo Eusebio Ayala en la defensa del Gobierno ante el alzamiento militar de 1922, que originó la más larga “revolución” que vivió nuestro país.
–¿Qué hizo posible la victoriosa defensa de Asunción ante los sublevados?
–El liderato de Eusebio Ayala, que recorrió los cantones alentando a las bisoñas tropas y la gran capacidad de unos pocos oficiales de las primeras promociones de la Escuela Militar, fundada, irónicamente, por Eduardo Schaerer como Presidente en 1915, y la habilidad estratégica de unos pocos jefes.
–¿Quiénes?
–José Julián Sánchez, José Félix Estigarribia, Luis Irrazábal, todos bajo el comando del ministro de Guerra y Marina general Manlio Schenoni, antiguo becado del gobierno de Egusquiza a Chile y el único jefe que nunca se rebeló contra un gobierno constitucional.
–Asunción estuvo a punto de caer en manos de los alzados...
–Los sublevados llegaron hasta General Santos y avenida Colombia (hoy Mcal. López) y por Pettirossi hasta los fondos de la quinta de Elías García (Mburuvicha Róga) y algunas patrullas penetraron hasta la Plaza Uruguaya. Poco a poco, al no poder afianzarse en el terreno, los rebeldes enfilaron nuevamente hacia Luque, perseguidos por la implacable caballería de Irrazábal. Hubo como 300 bajas en los atacantes.
–El Gobierno sostuvo Asunción, pero el resto del país no estaba bajo su control.
–La victoria del 9 de junio pronto se hizo expansiva. La Marina quedó leal al Gobierno controlando los ríos y el comercio fluvial. Había que iniciar la tarea de reconquistar el territorio y lo más indicado era hacerlo a lo largo de las vías del ferrocarril.
–¿Qué hacían los rebeldes?
–En su repliegue, iban entregando las estaciones principales. Luque fue desmantelada y luego cayó Ypacaraí en una batalla donde ya se notaba la evolución militar de montoneras a ejército con capacidad táctico-estratégica. Antes de caer Ypacaraí se hizo un movimiento de distracción en Yaguarón para impedir refuerzos.
–La rebelión pareció perder la iniciativa y se limitaba a defenderse, a ese paso pocas eran las esperanzas de suceso.
–A partir del 9 de junio, los chirifistas andaban en retiradas, que las presentaban como brillantes maniobras militares, pero no apuntaban a objetivo alguno. Pronto cayó Paraguarí a pesar de la poderosa guarnición local y después Caballero, Itapé, la azucarera de Tebicuary y Villarrica.
Antes de eso, para demostrar que el Paraguay nunca dejó el liderato intelectual de la región, se combatió la primera batalla aérea de Sudamérica con veteranos europeos de la Primera Guerra Mundial.
–¿Aviones de combate, en Paraguay, en 1922?
–Se combatió y también se lanzaban panfletos y boletines de propaganda. Tuvimos el primer mártir aéreo, el sargento Francisco Cusmanich, derribado en Pirayú a bordo de un biplano bautizado “Presidente Ayala”. En la primera batalla aérea no hubo víctimas y el protagonista por el Gobierno fue el teniente irlandés veterano de la Royal Air Corps británica, Patrick Hassett.
–¿Qué tipos de aviones eran?
–Los aviones enfrentados eran de la marca italiana Ansaldo SVA-5. Otros italianos fueron pioneros como el sargento de Aviación italiano Nicolás Bo, reconocido por su arrojo, encargado más tarde de los inicios de la fuerza aérea en el Paraguay.
BATALLA DE CA’I PUENTE, UNA LUCHA DE GUERRA MODERNA
Ricardo Caballero Aquino, autor del extraordinario libro que aparecerá el próximo domingo con el ejemplar de nuestro diario, “La Guerra Civil de 1922”, habla de la gran batalla de Ca’i Puente (hoy Cnel. Bogado, Itapúa), el primer combate en ser planeado y ejecutado de acuerdo con los cánones de la guerra moderna.
José Félix Estigarribia tuvo una brillante conducción en Ca’i Puente./ ABC Color
Esta batalla era como un ensayo general con municiones reales para la entonces cercana Guerra del Chaco.
–¿Cuál fue la importancia de Ca’i Puente?
–Los revolucionarios se fortalecen en Ca’i Puente con la construcción de trincheras de última generación bajo la supervisión de expertos prusianos que llegaron de voluntarios para combatir con el coronel Adolfo Chirife, antiguo becado del Ejército alemán. Es una zona con todos los accidentes posibles de terreno, rodeada de correntadas, con serranías como en Isla Alta y bordeada de tupidos bosques.
–Una gran defensa.
–La fortificación era formidable. Los rebeldes tenían todo a su favor, dominaban las vías del tren hasta la vecina Encarnación y la logística provenía de la Argentina. Técnicamente, Ca’i Puente era inexpugnable.
–Pero quedaba en medio de la nada; ¿qué valor estratégico podía tener?
–No mucho, pero si no se les desalojaba de ahí, la revolución seguía y el país estaba paralizado; no había producción, ni las escuelas funcionaban con regularidad y prácticamente toda la población económicamente activa estaba enrolada. Cuanto más durara la rebelión, peor para el gobierno, pues reflejaba incapacidad de derrotar a los insurgentes y reencauzar la vida nacional.
–¿Cómo se planificó Ca’i Puente?
–De una manera cuidadosa, por primera vez, con algo parecido a un Estado Mayor que ordenó el reconocimiento de terreno con el uso de mapas militares –en toda la Guerra del 70 no se tuvo ninguno– y preparativos bélicos para las tres armas. La aviación realizó vuelos exploratorios, la Caballería buscó caminos alternativos y la Marina atacaba el cuartel de Encarnación para evitar la concentración de tropas en Ca’i Puente.
–¿Quién planificó el combate por las fuerzas leales al gobierno?
–El gran estratega fue Schenoni. El ejército guarará de las montoneras había quedado atrás. La coordinación de las operaciones de ataque fue óptima y casi todo salió perfecto.
–¿Y la ejecución fue igual de eficiente?
–Isla Alta había caído en manos del gobierno, y desde ahí salió el 13 de noviembre el mayor José Félix Estigarribia al frente de 1.500 hombres y con una oficialidad que se llenó de heroísmo en el Chaco.
–¿Quiénes eran esos oficiales?
–En Artillería, Camilo Recalde; en Caballería, Luis Irrazábal; en Infantería, Alfredo Mena, Nicolás Delgado, Carlos J. Fernández y Gaudioso Núñez. A pesar de ser capitán de Corbeta, Fortunato Arias se hizo eximio en el comando de tropas de asalto. La misión de Estigarribia era arriesgada.
Publicado en fecha: 21 de Febrero de 2013
Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY
GRAN TRIUNFO FINAL DE ELIGIO AYALA
La iglesia de La Encarnación fue siempre un objetivo militar en las revoluciones.
En 1923 la tomaron los rebeldes, que luego fueron desalojados a cañonazos por los leales./ ABC Color
En esta inflexible interpretación de los hechos, Ricardo Caballero Aquino, autor del libro “La guerra civil de 1922”, que aparecerá mañana domingo con el ejemplar de nuestro diario, analiza la pésima estrategia rebelde y la reacción gubernamental que le dio la victoria ante los alzados.
Una vez triunfante, el gobierno de Eligio Ayala no recurrió, como de costumbre, a las ubicuas amnistías de antaño que dejaban impunes a quienes se alzaron en armas contra la Constitución. El castigo fue la expulsión del Ejército y la pérdida de la jubilación. Los militares, en contrapartida, le tomaron una ojeriza terminal al liberalismo.
–Estigarribia, el héroe de Ka’i Puente, va al norte solo para ser madrugado por un simple abigeo y montonero, Plácido Jara, ¿cómo fue eso?
–Plácido hizo una brillante maniobra, digna de un Estigarribia. Mientras este esperaba el ataque por el único camino disponible cerca de un paso en Carayaó, Plácido hizo construir un puente precario con ramas y lianas y apareció en Arroyos y Esteros con sus 2.000 hombres, buena caballada, pero escaso armamento y nula munición. De ahí, tomar la desprotegida Asunción era solo un trámite.
–Llegaron a Asunción.
–Los demás rebeldes a cargo del coronel Mendoza ya entraron en Asunción y establecieron puesto de comando en la comisaría 3ª, en Azara y Estados Unidos. Jara y José Gill tomaron Belvedere, la Plaza Uruguaya, la Plaza Independencia, la iglesia de la Encarnación y la Intendencia Militar, en Chile y Amambay, así como establecieron cantones en el Mangrullo.
–Al Gobierno le quedaban las calles: Palma, Presidente Wilson y Buenos Aires hasta el puerto y nada más.
–Era el 9 de julio de 1923 cuando los rebeldes entraron a la capital y los combates se desarrollaron el 10. El Gobierno, a las 15:00 del 9, estaba abordando buques en el puerto con la tesorería y las armas para zarpar al norte y zafar la emergencia. El general Manlio Schenoni estaba en su despacho de la Escuela Militar, pero ya sin soldados para la defensa.
–¿Quién fue el hombre de la hora?
–Un veterano general, de los de “desfile” y orden cerrado según Bray, Patricio Lepatí Escobar. Ante el avance rebelde, figuras partidarias lo visitaron en su domicilio, en Cnel. Martínez e Independencia Nacional, y este reaccionó con hidalguía y marchó a pie al puerto, se entrevistó con el Presidente y pidió autoridad para organizar la defensa. Solicitó voluntarios y uno de los primeros fue el Presidente de la Cámara de Diputados, José P. Guggiari. Escobar repartió armas, nombró comandantes y arengó a las tropas.
–Si los rebeldes tenían tomada Asunción, ¿por qué no reaccionaron?
–La noche antes del 10, el comandante Francisco Brizuela cometió una tontería: envió a su artillería a Capiatá y él mismo fue a pernoctar allá. El otro problema grave era que los rebeldes eran montoneros rurales, peleadores de montes, abigeos y forajidos. Una vez tomada Asunción, no supieron qué más hacer y carecían de oficiales capaces de mostrar el camino. Así que fueron retrocediendo de cada uno de sus puestos hasta replegarse en la Plaza Uruguaya y de ahí en desbandada buscaron la costa argentina.
–Pero eran combatientes…
–Claro, no le fue fácil al Gobierno tomar la iniciativa. Primero el ubicuo dúo Condestable Brandan y Pacífico de Vargas procedió a disparar artillería desde el puerto al promontorio de La Encarnación, pero con la orden de no dañar el templo, cosa que milagrosamente cumplieron. En el último combate cayó herido de muerte el valiente capitán de Marina Fortunato Arias. En la Plaza Uruguaya el capitán rebelde Luis Lasclotas derrochaba coraje. El rol efímero pero valioso del general Escobar había cambiado el curso de la batalla. Era como decía Napoleón, que más de la mitad de sus resonantes victorias podían fácilmente haber sido derrotas.
Publicado en fecha: 23 de Febrero de 2013
Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY
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