PERIPECIAS DEL SUEÑO AMERICANO, 1776 - 2020
Por RICARDO CABALLERO AQUINO(*)
rcaballeroa@gmail.com
(*) Exprofesor Asistente de Estudios Norteamericanos, Instituto Superior de Lenguas, UNA.
Fue la primera república de la modernidad, junto con Haití (1804). Paraguay cerró el podio, medalla de bronce, en 1813. Aplicando los principios de la contemporánea Revolución Francesa, el nuevo Estado rebosaba de optimismo y autoconfianza. Desafiando la supremacía del Ejecutivo, John Marshal, juez de la Corte Suprema, en 1803 inauguró la costumbre de la revisión judicial de la constitucionalidad de todos los actos gubernativos en el caso de Marbury vs. Madison.
En 1809, como represalia y arriesgando la ruina, las antiguas 13 Colonias prohibieron el comercio con Inglaterra, su gran mercado comprador. Sin Ejército regular ni Marina de Guerra, el presidente James Monroe, en mensaje al Congreso de 1823, conminó a las grandes potencias europeas a no inmiscuirse en el hemisferio occidental. Y casi no lo volvieron a hacer.
Esos arrebatos de autoridad tenían un basamento sólido, su efervescente economía. En una generación pasó de productor agrícola primario a potencia industrial. George Stephenson se jactó de haber construido la primera línea ferroviaria inglesa y mundial, en 1824, pero por entonces los altos hornos de Filadelfia estaban ya produciendo locomotoras a vapor. Veintiún años antes, el presidente Jefferson había comprado al contado de Napoleón el inmenso territorio entre el Mississippi y el Pacífico, en 15 millones de dólares, cuando cada dólar era una moneda de oro de una pulgada de diámetro.
Su gran contribución siguiente a la humanidad fue la creación de la Universidad de Investigación Tecnológica y Experimentos Empíricos, en contraste con la tradición europea de graduar sacerdotes y abogados. En sus escasos ratos libres, metido en una guerra sin generales ni Ejército estable, Abraham Lincoln promulgó la ley de los Land Grant Colleges, en 1862. A las universidades que ayudaran a sus comunidades a prosperar productivamente, el Gobierno Federal haría concesiones de tierra.
Gracias a ello, la biblioteca de la Universidad de Illinois tuvo que construirse bajo tierra para no cubrir la primera parcela agrícola que plantó variedades experimentales de maíz para ver cuál se adaptaba mejor. El lote hasta hoy sigue su etapa experimental, enviando a todos los lectores al sótano.
Nada es imposible
El siguiente desafío a la actitud norteamericana de que nada es imposible consistió en la construcción del Canal de Panamá para abaratar el comercio interno. Los franceses de Ferdinand de Lesseps habían fracasado por los estragos de la fiebre amarilla. La misma maldición perseguiría a los nuevos constructores hasta que en 1904 nombraron jefe Sanitario al doctor William C. Gorgas, quien estableció que la enfermedad se combate liquidando al vector, el Aedes aegypti. Con arrogancia bien norteamericana, Gorgas un día mostró un cadáver y afirmó, “fíjense bien, este es el último muerto por fiebre amarilla que van a ver”. Y así fue.
El Canal, sin embargo, tuvo que superar otros obstáculos. Colombia se negaba a dar el permiso y, entonces, el presidente Teddy Roosevelt decidió que el istmo se independizaría y voilá, nació una nueva república. Quedaba pendiente de resolver por ingeniería la diferencia de nivel entre el Pacífico y el Mar Caribe, que llevó a la construcción de esclusas de navegación. En diez años, el canal estaba operando y acortando distancias.
Hubiera sido más fácil y más barato construir el Canal en Nicaragua, donde la mitad del trayecto era natural en el lago Managua y el nivel de los mares, uniforme. Entraron a jugar el capitalismo y la prensa libre. El ingeniero francés heredero de Lesseps, Philippe Bunau Varilla, temía que las ventajas de Nicaragua lo llevaran a la ruina. Entonces, en 1900 compró suficientes copias de la estampilla postal nicaragüense del Volcán Momotombo y envió una a cada uno de los parlamentarios norteamericanos. No hacía mucho, un volcán en Martinica había creado zozobra. Ayudado por la prensa amarilla, Nicaragua fue presentada como zona sísmica letal. Y adiós canal. Sin remilgos por el obvio conflicto de interés, Bunau Varilla firmó con el secretario de Estado John Hay, en 1903, el Tratado que concedía el Canal a los Estados Unidos. No era panameño, pero Panamá apenas tenía unos días de vida.
En la guerra y la paz...
Ya encaminado a ser la primera potencia mundial, Estados Unidos ayudó a concluir la Gran Guerra europea, en 1918. Enfrentado a la Gran Depresión de 1929, la superó con políticas sociales que extendieron la prosperidad a sectores anteriormente escuálidos. La Segunda Guerra Mundial lo convirtió en el arsenal de la democracia, produciendo tanques, aviones y buques hasta la victoria final.
Cuando invadir Japón prometía una carnicería horrorosa, se optó por el Proyecto Manhattan, que en tres años montó y detonó dos bombas atómicas persuasivas y lanzó una nueva era. Los técnicos eran europeos, pero habían buscado refugio ante persecuciones étnicas, y las universidades de investigación les habían dado bienvenida y empleo a los Fermi, Einstein, etc.
Ganada la guerra, pero acogotados por la desmovilización masiva con posible estallido social por carencia de empleo suficiente, la “Ley del G.I.” permitió a los desmovilizados matricularse gratuitamente en las universidades para obtener capacitación profesional superior, generando una explosión de fuerza de trabajo calificada y ascensión social vertical. El ideal marxista de la sociedad sin clases se dio en la meca del capitalismo.
La ciencia no tenía límites. El desafío espacial llevó a un norteamericano a la Luna; antes, se había creado la vacuna antipolio y, más tarde, otro problema “insoluble” culminó en la cura parcial del sida. En el siglo XXI, se logró una vacuna anticovid en seis meses. No fue milagro ni suerte, fue ciencia aplicada en una disciplina casi desconocida, la vacunología.
Paralelo a la ciencia y la tecnología de indudable liderazgo estadounidense, su antítesis, el populismo de la magia y el oscurantismo, comenzó a imponerse políticamente y la gran nación excepcional, diferente, de improviso, fue resbalando paulatinamente hacia un tercermundismo antes impensable, cuya sola mención era objeto de burlas. Los Estados Unidos debían ser una nación donde las leyes se anteponen a las personas. La verdad comprobada era la norma en una cultura de puritana integridad, precursora del capitalismo.
El color de la piel
En el aspecto social, los Estados Unidos tampoco dejaron de sobresalir. Fue el primer país en admitir su pasado racista y en buscar algún paliativo. La política de acción afirmativa en algún momento dio preferencias en admisión universitaria y empleo a representantes de las minorías. La grieta educativa se buscó disminuir con el programa de Transporte Escolar, que llevaba a alumnos de barrios humildes a escuelas de mayor presupuesto, aunque el alumno pasase más tiempo en autobús que en sala de clase.
Al descubrirse que se discriminaba contra negros, también se tuvo conciencia de lo mismo con mujeres y latinos y se buscó remediar. La matrícula de estos se multiplicó en las universidades de prestigio y en el propio Gobierno. La política de derechos humanos que inició Nixon contra el comunismo, Carter la hizo universal contra todos los opresores. Era el equivalente social de la macroeconomía y todo parecía perfecto allá arriba.
En lo micro, cotidiano, no obstante, la situación se estancó. El color de la piel nunca dejó de ser imán de iniquidades. Cualquier nueva técnica de reducción de la criminalidad terminaba con víctimas negras y latinas. Los condenados a muerte de esas etnias eran siempre mayoritarios. Las detenciones caprichosas, los apaleamientos y hasta los homicidios a manos policiales tenían de objetivo a los “sospechosos de siempre”.
La prueba más efectiva de que lo micro todavía estaba en crisis ocurrió el 16 de julio de 2009. Estados Unidos tenía un Presidente negro, egresado con honores de Harvard y con el Nobel de la Paz como muestra del progreso en relaciones raciales. Pero fue justo en Cambridge, a dos cuadras de Harvard Square, en pleno eje del wokeness (conciencia social igualitaria elitista) que el profesor de Literatura de esa Universidad, Henry Louis Gates, retornaba de una visita académica a China.
Encontró atascada la puerta de su casa y pidió ayuda al taxista. Trabajosamente lograron su cometido. Pero era tarde y no faltó el transeúnte que llamó al 911, pues, “un negro estaba tratando de entrar a una casa”. El auto policial de las películas escupió un oficial con arma desenfundada que no creyó lo del inconveniente doméstico. El policía arrestó al doctor Gates por “barullo en la vía pública”. Siendo Gates quien era, el escándalo del atropello policial terminó en todos los diarios y canales, con profusas súplicas de disculpas. Gates y el policía fueron luego invitados a una cerveza en la Casa Blanca junto a Biden y Obama.
Fue un episodio policial caracterizado como “portación de color de piel”. Hay músicos y deportistas millonarios, negros, que se desplazan en uno que otro Ferrari, pero nadie se sorprende si la policía los detiene con excusas bien pueriles, que se afanan por maquillar las sospechas de que el conductor, por ser negro, pudo haber robado el vehículo.
El caso caricaturesco fue la trágica muerte en plena vía pública de George Floyd, en Minneapolis, por un policía blanco, tan seguro de su impunidad, que se dejó filmar los nueve minutos mientras torturaba hasta matar. Tan escasa era la resistencia de Floyd que el oficial mantuvo sus lentes de sol al estilo turista en bar de playa, relajado sobre la cabeza. La Jefatura, en un primer comunicado, sostuvo que Floyd había sufrido un “incidente médico”.
Kung Flu o virus de China
El racismo extendido se exacerbó con la pandemia. El propio Presidente provocativamente llamaba a la virosis como Kung Flu o el virus de China. Inmediatamente, comenzó una persecución violenta a personas de origen asiático, quienes, a pesar de haber estado en el país por varias generaciones, todavía no son aceptadas como “americanas”. Simples transeúntes, portadores de “ojos achinados,” comenzaron a ser agredidos violentamente; algunos, mayores de edad, terminaron hospitalizados en estado de agonía.
Acá se ignoró u olvidó que la “gripe española” de 1918 se había originado en Kansas, sin que nadie pidiera compensación por ello a los Estados Unidos o golpeara a sus nacionales en el exterior. Lo perturbador fue que muchos de los que apalearon a ancianos orientales eran afroamericanos, algo que los medios convenientemente pasaron por alto.
Ante la irrupción de supremacistas blancos violentos, las universidades reaccionaron con estudios académicos del racismo histórico que trajeron a la luz episodios del pasado con repercusiones contemporáneas, como ser la posesión y tráfico de esclavos por figuras presentadas como angelicales filántropos, Johns Hopkins, o Padres Fundadores como George Washington y Thomas Jefferson. Washington tenía los dientes en mal estado y necesitaba cambiar de paladar con frecuencia. Sus acólitos anotaban que eran de madera, pero los archivos indican que elegía a uno de sus esclavos con buena dentadura, hacía extraer los dientes y con ellos se fabricaba la prótesis.
Jefferson tenía entre sus esclavas una favorita y la llevó a París, donde la mostró en los salones, porque Sally Hemings era muy atractiva. Un poco de conmoción archivística comprobó que ella era una insinuante cuñada con bronceado. Sally era hija del suegro del prócer con una esclava bonita, muy parecida a la esposa blanca catedral. Tan lejos, pero tan cerca.
Los jesuitas expulsados de Paraguay en 1767 se repartieron por el mundo y algunos fueron al puerto de Georgetown a fundar una universidad en 1789. Los que en Paraguay vendían yerba exenta de impuesto, en Estados Unidos se involucraron en otro negocio muy ganancial, el tráfico de esclavos. La gran crisis financiera de la universidad en 1838 fue resuelta con la venta de 272 laboriosos africanos. Como el costo de cada esclavo era similar a poseer un automóvil, la cantidad no era nimia.
El propio presidente provocativamente llamaba a la virosis como Kung Flu o el virus de China.
Sobre votaciones
La otra reacción negra a la crisis contemporánea fue votar masivamente, lo que resultó en la victoria de los demócratas en bastiones conservadores como Georgia y Arizona. Ello motivó cambios apresurados en la ley electoral para obstaculizar el voto negro futuro. Ya han sido aprobadas leyes electorales en Georgia y en Texas, declarando criminal llevar en automóvil a un votante que no sea familiar.
En Georgia se castiga con cárcel el ofrecer agua o refrigerio a quienes estén en fila en el día de las elecciones. Las filas son mucho más largas en los barrios pobres de mayoría negra. Texas es un monumento libertario y considera, en una nueva legislación, sagrada la capacidad individual de portar, sin licencia alguna, armas de fuego de cualquier calibre. Pero es una felonía ayudar a un vecino en silla de ruedas acercarse a un lugar de votación.
La propaganda del Partido Republicano considera una afrenta a las libertades individuales que las autoridades sanitarias obliguen el uso de mascarillas en un supermercado. Pero en Georgia es de lo más natural que el Gobierno decida a quién puedes convidar con un vaso de agua o jugo o transportar en tu vehículo particular en día de elecciones.
El mundo mira con aprehensión el destino del republicanismo norteamericano ahora que sus dos principios cardinales están siendo ultrajados por los conservadores reaccionarios: el de la santidad del acto electoral y la transferencia pacífica del poder a quien el votante elija. Las nuevas leyes en los Estados de mayoría republicana legalizan la declaración caprichosa del ganador de una justa electoral, vía manipulación de votos, replicando la doctrina utilizada en la ANR en detrimento de Luis María Argaña en 1992.
El populismo de la no aceptación de resultados electorales e, incluso, el impensable golpe de Estado para no entregar el poder ya fueron ensayados en la cuna de la democracia republicana moderna. Es de urgente perentoriedad que Estados Unidos vuelva a ocupar el sitial de ejemplo y cancerbero moral de las democracias occidentales. Lo contrario es contagioso y ominoso.
Fuente: Revista Dominical del diario ABC COLOR
Domingo, 05 de Julio de 2021
Páginas 8 al 13
www.abc.com.py
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