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RICARDO CABALLERO AQUINO
  EL PACIFICADOR DE LAS TRIBUS CHAQUEÑAS - Por RICARDO CABALLERO AQUINO - Domingo, 29 de Enero de 2023


EL PACIFICADOR DE LAS TRIBUS CHAQUEÑAS - Por RICARDO CABALLERO AQUINO - Domingo, 29 de Enero de 2023

EL PACIFICADOR DE LAS TRIBUS CHAQUEÑAS


Por RICARDO CABALLERO AQUINO


 rcaballeroa@gmail.com

Una de las novedosas contribuciones del libro La Segunda República Paraguaya, 1869-1908, fue el análisis de la inicialmente tímida presencia evangélica protestante en la posguerra del 70. La Congregación Luterana no realizaba proselitismo y se limitaba al rebaño de alemanes. Los anglicanos, por otro lado, restringieron el proselitismo a las tribus no asimiladas del Chaco y el gran protagonista fue el pastor Wilfred Barbrooke Grubb, una mezcla de evangelizador, educador, antropólogo y caudillo de los aborígenes. En este extracto, se aprecia la tarea desplegada por el misionero que llegó a intrigar al propio Don Bosco en Italia.

Una denominación que no enfrentó mayores reparos para activar en el país fue la Congregación Evangélica Alemana, del rito luterano. Desde un principio, dejó en claro que su interés era el contingente de inmigrantes alemanes, invitados por el mismo gobierno desde 1881, descartando toda conversión religiosa local. Del millar aproximado de colonos alemanes en Paraguay, en 1886, casi la mitad era analfabeta, por lo que la Congregación, interesada en propagar la lectura de la Biblia como acto de salvación, pronto tuvo un sesgo educativo suplementario al religioso. Escuela e Iglesia tuvieron un nacimiento simultáneo. Había recibido personería jurídica en 1885, pero por sus penurias económicas, no pudo la Congregación, hasta bien entrada la década siguiente, tener un pastor ordenado en Alemania, dentro de las exigencias del rito.

De las Falklands al cálido desierto

A metodistas y luteranos siguieron los anglicanos. El pionero de la Iglesia Anglicana en la época fue el británico Wilfred Barbrooke Grubb, quien, luego de unos pocos años en las islas Malvinas y en Tierra del Fuego, recibió, en 1889, la orden de trasladarse al Paraguay. Al llegar, decidió que quienes realmente lo necesitaban eran los indígenas del Chaco, y hacia ese objetivo partió, desestimando consejos de las propias autoridades, que consideraron su internamiento en el páramo chaqueño como un “suicidio”.

Grubb combinó exitosamente la vocación misionera con la inclinación antropológica. Desde Concepción, cruzó el río y se internó más de 150 kilómetros antes de encontrar a los primeros azorados nativos. Estableció una base sobre el Río Verde, y fue así el primero en llegar con obras a la frontera establecida por el laudo Hayes. Una crecida le hizo trasladarla a una zona seca que pronto comenzó a recibir acólitos. La tarea de Grubb fue trascendental, y tuvo tanto interés teológico, histórico como también científico. Las escuelas que fundaba se enfrentaban al hecho de que los niños no perseveraban mucho, pues sus padres eran nómadas y frecuentemente cambiaban de asentamiento al variar los trashumantes cotos de caza.

Igualmente, Grubb enfrentó y morigeró el extendido infanticidio entre los naturales. En sus propias palabras: “El promedio de hijos que nace en una familia es seis, pero solo dos son considerados (factibles de manutención) y el resto es eliminado”. Lo mismo ocurría con los ancianos, por ser reputados de incapaces de contribuir a la propia supervivencia. En su narrativa, que se lee como una novela de suspenso, por lo bien escrita y por los episodios apasionantes, Grubb anotó estar impresionado por la falta de afecto que demostraban, especialmente los Lengua-Maskoy. Al darse cuenta de que un anciano, o alguien que sufrió un accidente, tenía pocas esperanzas de sanar, apresuraban su muerte al negarles comida, “y no es raro un entierro prematuro”.

Sagacidad de aventurero y santidad de apóstol

Curiosamente, Grubb se convirtió en la primera experiencia civil en la zona y pronto el gobierno encontró útil nombrarlo Comisario General y Pacificador de las Tribus Chaqueñas. El decreto fue publicado el 2 de marzo de 1892. Grubb se estaba convirtiendo en afianzador de los derechos paraguayos sobre el territorio ambicionado por Bolivia, algo que él mismo anotó con la declarativa óptica de un científico: “Si bien por algunas generaciones, el territorio indígena del Chaco ha venido siendo reclamado por ambas repúblicas vecinas, no se hizo esfuerzo sistemático alguno para establecer el dominio sobre ella”. La Misión Anglicana tuvo sostenido crecimiento, estableciéndose sobre el Riacho Fernández, cerca de Concepción, y sucesivamente más adentro hasta la zona de Nanawa, e incluso la Bahía Negra. Ese relato apareció en los documentos de preparación de la defensa del Chaco, bajo la tutela del presidente provisional, primero, y luego ministro de Guerra y Marina, y canciller, Luis A. Riart.

La tarea de Grubb fue de una dedicación ejemplar, combinando la sagacidad del aventurero con la santidad del apóstol. Desde sus primeros contactos llegó a la conclusión de que los indígenas solo respetaban el liderato firme. Se negó a cultivar la buena voluntad con regalos y sobornos. Si bien sufrió atentados, conatos de envenenamiento y hasta el incendio de su choza, el misionero no cejó en su esfuerzo de cristianizar a los naturales. Para controlar el comportamiento arisco de algunos recién llegados, Grubb creó una fuerza de policía indígena, uniformada, que pudo mantener el orden y se labró el respeto y, seguramente, el temor de sus pares. Los éxitos cotidianos de Grubb desafiaron la credibilidad, pues logró ser aceptado y pudo educar y hasta bautizar a miembros de parcialidades, algunas hostiles entre sí, como los lengua-maskoy, toba, sanapaná, suhin, chiriguanos y matacos. Un episodio poco conocido indicó que posiblemente la supervivencia de los chiriguanos se debió a la labor misionera de Grubb. Un chamán había profetizado que unos blancos vendrían a usurpar el territorio y que debían ser eliminados sin distinción o demora. Cuando la silenciosa invasión boliviana se exacerbó en la década de 1920, los chiriguanos protagonizaban sangrientas masacres, las que a su vez eran respondidas de igual manera por los soldados del Altiplano. Tomó mucha persuasión de Grubb para convencerlos de que la profecía era falsa; para entonces, menos del 40% de la población chiriguana conocida quedaba con vida.

El libre mercado teológico

La fructífera presencia anglicana en el Chaco tuvo un beneficio extra, la sana competencia. Pronto, las misiones católicas también se hicieron presentes en la región entre los indígenas, especialmente de los sacerdotes salesianos, quienes llevaron consigo no solo el Evangelio, sino también la atención médica, la educación y los rudimentos de una actividad económica productiva a una comunidad que no podía aguardar auxilio gubernamental alguno, por carencia de recursos, en medio de otras angustiantes necesidades. Un estudio, pionero pero valioso, sobre el encuentro entre salesianos e indígenas chaqueños fue preparado por Marie Morel, de la Université Rennes 2, titulado Una etnografía salesiana, 1890-1930: Cuatro décadas de encuentros y desencuentros de misiones e indígenas en el Alto Paraguay”.

El mismo Don Bosco en vida se había involucrado al afirmar que destinaría a “unos diez salesianos e hijas de María Auxiliadora para enviar al lejano Paraguay”, a medida que el interés paraguayo en el Chaco iba en aumento ante las ambiciones territoriales bolivianas, en la década de 1890.

Los primeros misioneros salesianos entraron en contacto con los chamacoco y el informe no podía ser más patético sobre el estado de postración de los naturales. El sacerdote, don Ambrogio Turricia, reveló por qué las misiones eran necesarias, al ser el modo de vida tradicional una afrenta al cristianismo, a la higiene y a la propia supervivencia de las etnias. El benemérito monseñor Luis Lasagna dio testimonio del “espectáculo de su horrible miseria”, a lo que agregó Turricia que se trataba de “pobres, infieles, salvajes, desgraciados, en estado lastimero y con vida miserable”. De la visita al toldo del cacique Martín salió apresuradamente, “por no plagarme de mil asquerosos insectos [pues ellos, “tirados en el suelo” eran] sucios y harapientos, más parecían bestias que seres humanos”. Además, sufrían de epidemias como la viruela, que intentaban curarse con una espina de coco. El sarampión era mortal. No intentar corregir ese estado de miseria e indigencia equivalía a un acto de crueldad y miopía social. La supuesta injerencia en su cultura ancestral al buscar convertirlos al cristianismo era una interpretación anacrónica, pues desde la llegada de los europeos, la vida indígena ha ido cambiando, no siempre para bien, tampoco del todo para mal.

La aculturación era una realidad ya en el siglo XIX, incluso entre indígenas teóricamente aislados de la presencia europea. Los boletines salesianos de época mencionaban que “cada tribu tiene un Cacique, un Sacerdote y un Médico”. En la cultura neolítica precolombina, las comunidades indígenas tenían una sola persona ejerciendo las tres tareas, y era el chamán, prontamente perseguido y ninguneado por los misioneros católicos, por ser la competencia en el proselitismo de futuros fieles. Así, se llegó al término español cacique, que si bien tuvo origen en un vocablo taíno del Caribe (cakchiqueles), ya el propio Colón lo tradujo y utilizó en sus informes. Para 1538, una cédula real ordenaba que cualquier autoridad indígena última fuera conocida como cacique. Los españoles se encargaron de trasladarlo al resto de América, por su utilidad política. Hasta el propio siglo XXI, qué hacer con los indígenas sigue siendo una tarea fracasada e inconclusa de todos los gobiernos latinoamericanos. Los misioneros religiosos siguieron ofreciendo su receta, pero no constituía la respuesta definitiva.
















 

Fuente: Revista Dominical de ABC Color

Páginas 08 al 11

Domingo, 29 de Enero de 2023



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