Los temas de la guerra y la patria, estrechamente unidos, son en Emiliano R. Fernández -nacido el 8 de agosto de 1894 y fallecido el 15 de setiembre de 1949 en Asunción- recurrentes. Buena parte de su producción poética se inspira en el fragor bélico que rodea a la Guerra Guasu y a la Guerra del Chaco.
El poeta no guarda distancia cuando aborda lo que para él es un valor supremo. Tampoco asume una postura crítica sino que adopta como íntimamente suyo aquello que relata o describe con la energía de su vigoroso verbo puesto al servicio de sus ideas.
En Tujami enciende el fuego de su fervor por todo cuanto signifique coraje y heroísmo. Aquí el protagonista es un excombatiente de la Guerra del Setenta. Lo encuentra en el camino y entabla con él un diálogo que, a ratos, es un monólogo del que peleó en las arduas batallas libradas contra brasileños, argentinos, uruguayos e, incluso paraguayos alistados en las filas enemigas, los que integraban la Legión Paraguaya.
Las pistas para conocer datos acerca de esos versos están dentro de la misma obra. Las referencias que Emiliano da con respecto al sobreviviente permiten concluir que la obra pudo haber sido escrita en 1931. El autor reproduce lo dicho por su interlocutor en la quinta estrofa y proporciona la primera pista temporal que es posible seguir: guerra oñepyrûvo che veinte áño aroguata. Significa que había nacido en 1845 puesto que los combates de la Guerra Grande comenzaron en 1865.
Otro rastro del tiempo ofrece Emiliano cuando, en la última cuarteta, afirma: ha nde avei rejuhúma ochenta y séi añohápe/ nde loátava ipurahéipe petei mitâ pyahu.
Atendiendo al dato inicial de los veinte años y al posterior de los ochenta y seis que el ex-soldado tenía cuando se produjo el encuentro, es posible deducir que el poema fue escrito en 1931. La música que le puso Andrés Cuenca Saldívar pudo haber sido ya después de la Guerra contra Bolivia que ya al año siguiente se desata.
La versión que en esta página se reproduce tiene 16 estrofas. Sin embargo, en las grabaciones su extensión varía así como el orden de las estrofas. Incluso, se observan «intervenciones» a la letra ya sea para acomodar a la melodía o para «corregir». Para muestra, baste un botón: en la segunda estrofa, segundo verso, el original -o, al menos, lo que parece ser atendiendo al dominio del guaraní que Emiliano poseía- dice: aipe'áma che akâo. La versión de los «correctores» reproduce: che sombrero aipe'ávo. El vocablo akâo (akâ ao, la ropa que la cabeza lleva) era de dominio público. Sombrero es un hispanismo que, con el correr del tiempo, fue sepultando a aquélla. En tiempos de Emiliano, sin embargo, tuvo que haber sido del conocimiento de muchos todavía.
Más allá de estas observaciones Tujami retrata al anciano que rememora sus vivencias de combatiente y abriga una esperanza
-¿vana?- en los «señores de la ciudad», políticos de promesa fácil, pero de palabras volátiles.
TUJAMI (II)
EL PODER DE LA IMAGINACIÓN
El poeta popular, necesariamente, ¿tiene que vivir una situación para cantarla con la más viva emoción?. O, ¿dueño de una imaginación no dada al común de los mortales, puede inventar aquello de lo que habla?
No hay verdades absolutas aquí. Se dan los casos en que los creadores de versos consideran un dogma estar cerca o inmerso en lo que van a escribir, pero también están aquéllos en los que intervienen solo por el poder de su fantasía.
A modo de veloz repaso de la poesía «a distancia», por llamarla de alguna manera, baste traer a colación algunas obras perdurables.
Antonio Ortiz Mayans, en Buenos Aires, a pedido del chofer de colectivo Sixto Cano, escribió Quyquyhó sin haber estado nunca en aquel pueblo del departamento de Paraguarí.
Demetrio Ortiz, también en la capital argentina, estampó en el papel Ahejava'ekue a solicitud de un joven enamorado que había dejado a su novia en Asunción. Él jamás vio a la mujer y, tras entregarle lo que había solicitado -con música del acordeonista Modesto Pérez Ocampo que integraba su conjunto-, tampoco volvió a cruzarse con el atribulado joven que le había relatado su historia de amor.
Para rendirle un homenaje a los que combatieron en las homéricas batallas de la Guerra Grande (1865-1870) contra Argentina, Brasil y Uruguay, Emiliano R. Fernández pudo haber hecho uso de su portentosa capacidad creativa.
Tras publicar cómo pudo haberse originado Tujami partiendo de referencias ofrecidas por el texto, se puso en contacto con este narrador el capitán de navío retirado Carlos Royg Trujillo.
Tras recordar que su abuelo Félix F. (Fortunato) Trujillo había fundado la revista mensual con letras de canciones populares en castellano y guaraní Ocara poty cue mi el 22 de julio de 1922, dijo estar al tanto de un hecho que podría explicar el origen de los versos de Emiliano referidos al anciano excombatiente del Setenta.
«Mi abuelo tenía -sus herederos lo poseen hasta hoy-, la imprenta “Trujillo” sobre Manduvirâ -nombre actual- casi Montevideo. Allí se editaba el cancionero. Y hasta ese lugar acudían todos los poetas que querían ver publicadas sus inspiraciones. Emiliano era uno de los asiduos concurrentes a ese lugar. Y cuando no estaba cerca, enviaba sus colaboraciones», cuenta Royg a modo de introducción.
«El bisabuelo mío, padre de Félix F., se llamaba Manuel Trujillo. Murió en 1936. Había peleado a las órdenes del Mariscal Francisco Solano López y dejó sus impresiones y descripciones de lo vivido entonces en un libro llamado “Gestas guerreras”. Los Trujillo vivían en las cercanías de la imprenta. Mi bisabuelo tenía su casa en Ayolas casi Manduvirâ. Tomaba, a la tardecita, el fresco en la calle. Emiliano, interesado en lo que contaba, venía junto a él, según mi madre Corina Trujillo, ya fallecida, hija de Félix F. Trujillo. En la familia hay una convicción generalizada de que de esas conversaciones el poeta pudo haber tomado los elementos de Tujami».
Bien pudo haber sido así: el poeta, ya dueño de los ingredientes que formarían parte del largo poema que se transcribió la semana pasada, le dio forma y coherencia a los datos dispersos. Unificó los cabos sueltos, escogió como protagonista a un innominado anciano de 86 años y le atribuyó lo que Manuel Trujillo había puesto a su conocimiento.
No hay que olvidar, por otro lado, que Emiliano, lopizta acérrimo como era, tenía otras informaciones acerca de lo sucedido. La agilidad y la vivacidad de su compuesto revelan que dominaba la materia que se había propuesto abordar.
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