CARLOTA JOAQUINA
LAS AMBICIONES DE LA INFANTA
ELBA BRÍTEZ DE ZAYAS
Por su actuación americana, la Infanta española Da. Carlota Joaquina de Borbón y Parma, Princesa del Brasil, dio lugar a largas y controvertidas polémicas que arrojaron un saldo no siempre amable para ella. Muy discutida, su actuación marcó un hito en la historia americana, precisamente en el momento cenit al de su desenvolvimiento, cuando las colonias españolas se debatían ante la coyuntura de seguir por la ruta ya trazada por la metrópoli o de alzarse y asegurar su vida propia como naciones libres.
Su figura de mujer hábil, enérgica y ambiciosa, descrita por unos, contrasta con aquella otra de heroína de una época convulsionada que, enfrentándose a las razones de Estado y a los intereses de su propio reino, antepuso a todo razonamiento su amor a la España de su nacimiento, y luchó con denuedo y ardor por los derechos e intereses de la corona española en América.
Hija de Carlos IV y de María Luisa de Parma, a los 11 años de edad la tenemos ya casada con el futuro Juan VI, hijo a su vez de María I y José I.
De este modo reinará en la corte de los Braganza al lado de un hombre bueno, pero débil. Se la cita como mujer ingeniosa, culta, intrigante y poco atractiva. La tratan de liviana hasta corrupta.
Cuando la invasión napoleónica a la Península, la corte portuguesa se trasladó al Brasil; personajes distinguidos en ella fueron: el portugués Conde de Linhares, como primer ministro; Lord Stragford, embajador inglés; Francisco Lobato, favorito del rey; el Dr. José Presas, secretario de la Infanta, y el embajador español ante la corte en Río, Marqués de Casa Irujo.
La situación de las colonias españolas ante la irrupción de Napoleón en España, se volvió ambigua, pendiente de los acontecimientos ibéricos. Se vislumbraba una inquietud generalizada, que convergía ante dos vertientes: la de fidelidad a la corona de Fernando VII, y, por ende, a la Junta Central, que defendía los derechos del rey, y la de dar expresión a ese anhelo ferviente de ver a la tierra propia desligada de las ataduras que impedían su desarrollo y el auge de sus ambiciones.
Una actitud pasiva ante los acontecimientos, tomándola del lado que fuere, redundaría en perjuicio de las colonias. Era fácil deducir que las resonancias de las victorias napoleónicas alcanzarían a América, que sería la próxima meta. Francia se erguía como la gran devoradora, pero existían otros países que también constituían un peligro, y eran dignos de ser tenidos en cuenta. Portugal, con sus eternas ambiciones expansionistas que, como bien dijo un historiador, por viejas ya eran históricas, esperaba el momento propicio para realizar sus proyectos. Enemigo de España así como Inglaterra, desde el Tratado de Fontainebleau, basada sus pretensiones en el peligro francés, y se presentaba como la defensora indicada para el caso. Su alianza con Inglaterra fue estrecha, y ya en ejecución de su política anexionista trató de apoderarse de la Banda Oriental del Uruguay y de la Colonia del Sacramento.
Don Rodrigo de Souza Coutinho, Conde de Linhares, personificó la ambición lusitana de extender los dominios portugueses. Cuando el caso se presentó, quiso aprovecharse de la sublevación de las colonias españolas, hecho que, como en casos similares, perjudicó a la larga los intereses portugueses.
Gran Bretaña estaba representada en la persona de Lord Strangfort que, de embajador inglés en Lisboa, pasó luego a Río. Su habilidad como diplomático, su ilustración y la ascendencia de su país en la corte, le llevaron a ser considerado como el personaje más importante de la misma. La corte lusitana adoptó la política de obediencia pasiva a Inglaterra. En esta época, la influencia inglesa sobre Portugal era enorme, hecho notorio desde los comienzos del siglo XVIII. Las pretensiones inglesas no se limitaban al Brasil sino a toda la América del Sur, por lo que es fácil colegir que, a pesar de las alianzas y de las buenas relaciones, se opusiese a la política del Conde de Linhares y a toda mediación o intervención lusitana en el Río de la Plata.
En lo referente a la política con Francia, si enemigos eran en los asuntos europeos, no lo eran menos en los coloniales; de allí que, tanto ingleses como portugueses, se cuidaban de oponer un frente común a toda expansión francesa en América.
En este ambiente de ambiciones encontradas reinaba Carlota Joaquina, junto a un marido a quien la unían sólo los intereses dinásticos. Sus relaciones conyugales se habían roto por falta de confianza. Enfermo el regente, una sublevación había tratado de desplazarlo del trono, los conjurados quisieron convertir a la Infanta en candidata para suplantar al marido, por lo que algunos autores la consideran como no ajena al complot. Después de este hecho, las relaciones entre ambos cónyuges se entibiaron y ya no se tuvieron confianza.
Sumergida España en la lucha napoleónica, las colonias se hallaban enfrentadas ante la apetencia portuguesa, la inglesa y la francesa. Carlota Joaquina, Infanta de España y Princesa del Brasil, vio de este modo trazado su destino sobre terreno que, abriéndose en varios surcos, dejaba el camino a distintas posibilidades: a) Cumplir con su deber de soberana lusitana, sofrenando sus naturales inclinaciones y sentimientos por su nación de origen, sin amilanarse por el recelo despertado en su real esposo, como consecuencia de sus discutidas actuaciones anteriores; b) luchar por sí misma ante el derrumbe de la monarquía española, como representante del poder español en América, alzándose como soberana: heredera, de la corona y el poder de sus mayores, para lo cual debía poseer el reconocimiento de la legitimidad del poder que pretendía; c) lograr, a través de alianzas matrimoniales, la unidad ibérica.
Si éstos son los grandes trazos que podían haber marcado su actuación ante los hechos, no debemos descartar los diferentes matices que dentro del planteamiento global se prestaban a nuevas posturas. La misma política portuguesa, que fluctuaba según los acontecimientos, dio lugar a que la princesa tuviera que dar nuevos cauces a sus pretensiones.
Carlota Joaquina es acusada de acariciar sueños en extremo ambiciosos, descabellados y anacrónicos. Sin embargo, sus aspiraciones se hallaban sustentadas sobre bases bastantes lógicas y reales que, a haber tenido éxito, hubiera cambiado el curso de la historia. Julián María Rubio, al hablar al respecto, opina que "se formó (Carlota) el magno proyecto de reunir todas nuestras colonias de la América del Sur y ponerse al frente de ellas como Regente, en nombre del rey de España, para que de este modo, con la fuerza que produciría la cohesión de todas, fuese menor el peligro de verse desmembradas de la metrópoli y pasar a manos extrañas. (1) De hecho, y por lo menos nominalmente, se presentaba con la finalidad de evitar la pérdida y dispersión de las colonias, con los derechos y autoridad que le otorgaban su parentesco con el rey depuesto. Para el efecto, un reconocimiento de la legitimidad de sus pretensiones se hacía perentorio, pero no lo pudo obtener hasta muy tarde, y ya cuando la causa estaba perdida. Desde luego, tres hijos de Carlos IV, don Fernando, don Carlos y don Antonio, se alzaron como vallas insalvables a sus pretensiones. Tampoco Francia veía con buenos ojos esta posible unión de la corona de los Borbones y Braganzas en una sola cabeza representada por la Infanta Carlota Joaquina, con lo que la península hubiera logrado su unidad; un aspecto más del gran sueño acariciado por la Infanta.
Es preciso tener en cuenta que con José Bonaparte (el famoso Pepe Botellas), en el trono de España, el sentimiento de fidelidad a la metrópoli perdía su razón de ser, por lo que entraba dentro de lo factible la constitución de una monarquía en las colonias españolas acéfalas, proyecto que no podía ser tildado de descabellado, por cuanto era preferible a que se perdieran en su totalidad. En este argumento se basaban los seguidores de la tendencia conocida como, "carlotismo".
Si este plan tuvo su aspecto lógico y factible, no por ello dejó de ser vehementemente combatido por muchos, mientras otros lo defendían. Compréndase que en una época caótica como aquella, una tendencia como ésta, con seguidores ilustres y de talento, diera mucho que hablar e hiciera correr tinta y comentarios por doquier. América estaba en efervescencia; los sentimientos chocaban encontrados ante la heredada fidelidad a la España de los mayores y el anhelo de una apertura a horizontes distintos y más prometedores. En cambio, en el ambiente español halló poca resonancia; la Junta Central la rechazó de plano.
En Hispanoamérica, los criollos argentinos, los principales próceres de la gesta patria, aquellos que luego descollaron en ella, hicieron suya la idea que de haberse materializado hubiera seguramente variado completamente la historia de nuestras colonias y especialmente la del Río de la Plata" (2).
Si la Princesa y algunos criollos argentinos llegaron a aunar sus ideales, en el camino de concretarlas surgieron discrepancias insalvables. Los patriotas argentinos abogaban por una monarquía constitucional, mientras que la Infanta era partidaria de una monarquía fuerte y centralizada. Esta línea de mano dura la conservó por siempre, y tan así es que a la vuelta a Portugal, restablecida la monarquía en aquel país, su obstinación a negarse a aceptar la nueva constitución, le costó la libertad por cierto tiempo. En Buenos Aires se aspiraba a una monarquía libre y desligada de toda nación foránea, mientras que la Princesa "aspiraba a la corona de Buenos Aires fundándose en sus derechos eventuales a la de España, y, por lo tanto no eran patriotas los que debían imponerle condiciones sino aceptarlas". (3)
En la metrópoli se hacía difícil aceptar una situación de esta laya, porque la imagen de Fernando VII se hallaba presente en los sentimientos del pueblo y, en América, una nueva causa, la de la liberación, había germinado y cobrado auge en las mentes con gran entusiasmo.
Todos estos argumentos, de peso considerados aun en forma aislada, obstaculizaron la concreción del magno proyecto.
En resumen, el proyecto de coronación en Buenos Aires no cuajó, como tampoco el de asumir la Regencia, que en ausencia del rey legítimo debía establecerse en la metrópoli. Desaparecida la ilusión de que "una infanta española reuniera bajo su mando y autoridad el virreinato del Río de la Plata" (4), la marcha de la revolución libertadora ya no pudo ser detenida. Si ella constituyó la última oportunidad del poder español en América, el gobierno establecido en la metrópoli no dejo traslucir ningún deseo de reconocerla en tal papel -y cuando lo hizo ya fue tarde, como lo hemos dicho -antes bien, indicó que "su intervención en la política colonial servía de perjuicio" (5).
Por su figura de mujer de gran capacidad política, por sus desvelos por una causa, que por ser suya la consideraba justa, por su amor profundo a la España que
la vio nacer, se proyecta a través de la historia, con fulgores propios que iluminan una etapa trascendental del desarrollo histórico hispanoamericano, en la que América, empeñada en la empresa de forjarse un destino, hacía suyas las tendencias que consideraba la llevarían a un futuro promisorio.
BIBLIOGRAFIA
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Ballesteros Beretta, Antonio; “Historia de España y su Influencia en la Historia Universal.". Barcelona, (Salvát Editores S.A.) 1934, 1º Ed., t. VII.
Bermejo, de la Rica, Antonio: “La Colonia del Sacramento. Su origen, desenvolvimiento, y vicisitudes de su historia". Madrid, 1920.
Cardozo, Efraím: "La Princesa Carlota Joaquina y la Independencia del Paraguay", en "Revista de Indias" Nos. 57-58. ps. 359-384.
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Seco Serrano, Carlos:, "Doña Carlota Joaquina y la Cuestión Uruguaya", en "Revista de Indias'' - Nos. 28-29. 1947, ps. 405-464.
Seco Serrano Carlos: "El Ultimo Fracaso de la Reina Carlota" en "Revista de lndias". Nos. 43-44, 1951 ps. 143-145.
FUENTE - ENLACE INTERNO:
ANUARIO DEL
INSTITUTO FEMENINO DE INVESTIGACIONES HISTORICAS
VOLUMEN Nº 1
ASUNCIÓN – PARAGUAY
1970 – 1971 (175 páginas)